APRENDAMOS LA LECCIÓN
Por JESÚS RUIZ NESTOSA
jesus.ruiznestosa@gmail.com
SALAMANCA, España. El domingo pasado, 1 de septiembre, se cumplieron ochenta años del inicio de la Segunda Guerra Mundial, una de las páginas más dramáticas de la historia de occidente. El aniversario fue recordado como se debe en diferentes lugares de Europa y, principalmente en la pequeña aldea polaca de Wielum que entonces no tenía más de 16.000 habitantes y fue nivelada por la aviación nazi que la bombardeó de manera inmisericorde. Horas después, pero desde un acorazado del mismo signo, en el Báltico, hizo lo mismo con la ciudad de Westerplatte.
Al recordar aquel acontecimiento, los historiadores ponen énfasis que, hasta entonces, la poderosa aviación alemana, la Luftwaffe, había sido utilizada hasta entonces como apoyo a las acciones de las otras armas del ejército. Pero esta vez fue diferente ya que el objetivo era la población civil. Hay que hacer una corrección: la Luftwaffe ya había ensayado este ataque contra la población civil en el tristemente célebre bombardeo de Guernica, en la Guerra Civil Española (26 de abril de 1937).
Esto no fue nada más que el comienzo de lo que tendrían que vivir los polacos durante los siguientes cinco años de una doble ocupación: el ejército nazi por el oeste y el Ejército Rojo por el este y luego cuarenta años de opresión de la Unión Soviética. Muchos historiadores están de acuerdo al afirmar que uno de los países que más sufrió las consecuencias de esta aventura delirante fue Polonia que perdió el 20% de su población; vale decir, seis millones de muertos.
Es bueno leer los libros de historia para conocer el relato objetivo de los hechos. Pero es recomendable leer aquellos testimonios que narran, cargados de subjetividad lo que en realidad significaron. La escritora bielorrusa Svetlana Aleksievich, premio Nobel de Literatura 2015, en su turbador libro “Los últimos testigos” recoge los testimonios de personas que sobrevivieron aquella guerra y que eran niños cuando estalló el conflicto. Estremecedor de un extremo a otro: niños de cinco o seis años que se estaban preparando para ir a la escuela cuando entraban a sus casas soldados nazis y en su presencia mataban a toda su familia y luego incendiaban su casa. En cuestión de minutos, se hundía toda su seguridad y se encontraban completamente solos en medio de un mundo hostil.
Polonia debió sufrir además la creación del gueto de Varsovia, la instalación del campo de concentración de Auschwitz en su territorio y el genocidio de Katyn, un plan ideado y puesto en práctica por Lavrenti Beria, director del Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos más conocido por sus siglas originales de NKVD. Se calcula que entre abril y mayo de 1940, en un sitio llamado Katyn fueron asesinados unos veintidós mil polacos (8.000 militares, 6.000 policías y el resto eran profesores, artistas, investigadores e historiadores). Las ejecuciones se realizaban con un tiro en la nuca. Existe una película estupenda, llamada “Katyn” (2007) del realizador polaco Andrzej Wajda, cuyo padre fue justamente uno de los ajusticiados.
En esta época en que están resurgiendo los nacionalismos tanto en Europa como en toda América, debemos reflexionar sobre aquellos trágicos acontecimientos para que aprendamos la lección, teniendo presente el alto precio de vidas y sufrimiento que tienen estas delirantes aventuras alentadas por quienes se creen que son superiores a los otros.
Fuente: ABC Color (Online)
www.abc.com.py
Sección OPINIÓN
Viernes, 06 de Septiembre de 2019
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