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JESÚS RUIZ NESTOSA

  LA GUERRA DE LOS GUARANÍES (LXX) - PERSUADIRLES CRUCIFIJO EN MANO - Por JESÚS RUIZ NESTOSA - Domingo, 03 de Noviembre de 2019


LA GUERRA DE LOS GUARANÍES (LXX) - PERSUADIRLES CRUCIFIJO EN MANO - Por JESÚS RUIZ NESTOSA - Domingo, 03 de Noviembre de 2019

LA GUERRA DE LOS GUARANÍES (LXX)

PERSUADIRLES CRUCIFIJO EN MANO

Por JESÚS RUIZ NESTOSA

 

jesus.ruiznestosa@gmail.com

Las consecuencias en esta parte del mundo de la firma del Tratado de 1750 entre España y Portugal forman una cadena de acontecimientos graves y complejos.

El encuentro en Santa Tecla de los demarcadores portugueses acompañados por algunos españoles y los nativos se vivió con calma a pesar de la marcada oposición que mostraron estos a dejarlos pasar. El significado negativo vendría más tarde cuando cada grupo, de vuelta en su punto de origen, ofreciera una visión interesada de cuanto había ocurrido.

«Pero se sacase de todo esto lo que fuese, en lo que no hay la menor duda es en que los demarcadores, así españoles como portugueses se retiraron y retrocedieron con buen orden y de buena o de mala gana. Y que a todos los despidieron los indios, y que a todos los regalaron mejor que los demarcadores a ellos. Porque a los españoles les regalaron cien vacas para el camino y a los portugueses, solo porque iban con los españoles, les regalaron otras treinta. Y así se encaminaron todos hacia Buenos Aires, mientras el padre comisario por el otro lado caminaba o estaba ya en Santa Fe, desde donde escribió una larga carta de tres pliegos a su señor comisario, que había dejado señalado en las Misiones; en la cual carta le ponía todo cuanto pareció haber ido meditando por todo aquel camino de cien leguas en orden a que se abreviasen las mudanzas de los pueblos. Y entre otras cosas le decía cómo en un navío llamado Poloni acababa de llegar resulta de nuestra corte en que se mandaba que, sin atender a propuestas algunas, se entregasen a la de Portugal los siete pueblos. Y añadía para mayor urgencia de este negocio varios párrafos de otra carta de nuestro padre general y otros del señor Carbajal, que venían a decir lo mismo, que ya se sabía, o suponía que habían de decir, presintiendo el empeño de darle a Portugal las tierras y pueblos de los indios» (1).

En esa misma carta «renovábales también a los misioneros la memoria de lo que tantas veces le había dicho de la guerra, que les amenazaba a los indios conforme lo estipulado en el tratado, y como aunque allí no los nombraba o individualizaba, pero sin eso se veía claramente que allí se hablaba de ellos, se les amenazaba, que se les habría de quitar por fuerza de armas aun mucho más de lo que se les quitaría si ellos de grado dejasen sus pueblos y tierras, sin aguardar el preciso lance de la guerra. Todo esto lo tenían muy bien visto y sabido el vice comisario y demás misioneros; y por eso pudieron hacer con buena conciencia todo lo que hasta allí habían hecho, e hicieron después en el asunto de que los indios se mudasen y dejasen lo que era suyo a los portugueses, como se les obligaba a dejarlo de grado o por fuerza, procurando en cuando les fue posible avisarles el mayor de los dos males, cual era el de que se lo quitasen por fuerza, porque entonces ciertamente perderían a más de los bienes raíces, los muebles y semovientes; y toda prudencia les dictaba que de los dos extremos, ambos malos, se debía elegir el menos pernicioso, y ese era el que con tanto empeño, como se ha visto, habían siempre procurado que eligiesen los indios» (2).

«Lo particular que ahora añadía de nuevo el padre comisario, ordenaba y mandaba era que se les volviese a dar otro semejante asalto de misión a los pueblos resistentes, no ya por uno solo, o dos padres misioneros, sino por siete u ocho, a quienes por más de su satisfacción ya que su carta nombraba y señalaba: y mandábalo con tal precisión que sólo en caso que todos los consultores con el padre superior juzgasen que no se podía o no convenía hacerse, permitía que se dejase de hacer el tal asalto con crucifijos o crucifijos en mano, y demás exterioridades; pero que si por el contrario uno solo consultor, o el solo superior siquiera fuese de parecer que se podía y convenía hacerse, se hiciese contra el parecer de todos los otros. Mandó así mismo que aun cuando todos juzgasen que no convenía hacer el tal asalto cada uno de los consultores le escribiesen las razones que lo hubiesen movido a tal parecer. El de todos los curas y compañeros de los dichos pueblos a quienes antes de la consulta se les pidió su parecer para el mejor acierto en la realización, fue que no se podía ni convenía según la mala disposición que se reconocía en los indios para tal misión; y que esta no serviría de otra cosa que de empeorar el negocio, y tanto que acaso a los misioneros que fuesen les costaría la vida. De este mismo parecer fue también el padre vice comisario y después el padre superior con todos sus consultores quienes dieron, como se lo mandaba, cuenta después al padre comisario de las razones que tuvieron para así sentirlo. Tan grande era el empeño del padre comisario y tanta la vigilancia sobre este su negocio, aun después de haber salido de las Misiones dejándolo ya casi por desesperado de remedio. Y tanta también la puntualidad que aun después le guardaban sus súbditos en las obediencias de cuanto les mandaba. Y parece que las razones, de suyo bien eficaces, le debieron de hacer al padre mucha fuerza; pues por entonces desistió de aquel su intento y asalto que había pensado se diese» (3).

«El fin que pretendía el padre comisario con este su nuevo asalto, era nada menos que el que después de él luego, al punto, y sin perder instantes (que en esta materia su ordinario modo de explicar sus vehementes deseos) se mudasen todos los siete pueblos no ya a los sitios señalados tan distantes como incómodos, sino a la otra banda occidental del río Uruguay para allí avecindarse (a lo menos interinamente) en los otros pueblos, que aun quedaban para España entre el dicho río Uruguay y el río Paraná. El pensamiento era plausible; así fuera practicable. Pero excepción de la distancia, tenía las mismas dificultades que el primero, y añadía otras dos de nuevo. La primera que era menester persuadirles a los otros pueblos que quisiesen recibir a 30 mil huéspedes. La 2ª que tuviesen posibilidad para sustentarlos, caso que los admitiesen y la 3ª que los huéspedes quisiesen ir a estar siempre a merced de otros, y atenidos solamente de lo que estos les quisiesen dar, caso que pudiesen y quisiesen dárselo, sin que unos y otros pereciesen de pura miseria dentro de unos pocos meses, o a lo más sin que llegase a muchos años aquella junta y verse después precisados a hacer otra nueva mudanza, y a los mismos sitios que habían ya señalado y tanto aborrecían; y que precisamente habían de ir a ellos, porque no había otros» (4).

Notas

(1) Legajo 120, 54, Archivo Histórico Nacional de España, Madrid.

(2) Ibid.

(3) Ibid.

(4) Ibid.


 

Ruinas Jesuíticas de San Ignacio Miní.

 

 

Fuente: Suplemento Cultural del diario ABC COLOR

Edición Impresa del Domingo, 03 de Noviembre de 2019

Página 4

www.abc.com.py

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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