Y EL MURO SE VINO ABAJO
Por JESÚS RUIZ NESTOSA
jesus.ruiznestosa@gmail.com
SALAMANCA, España. No fueron los grandes políticos ni los poderosos generales. Tampoco los ejércitos invencibles ni las amenazantes potencias. Fue un hombre solo, un funcionario de segundo rango, indolente, distraído, anestesiado por la insoportable burocracia quien derribó el temible muro de Berlín. Mañana, 9 de noviembre, se cumplirán treinta años de ese hito histórico, el que tumbó por el suelo el imperio soviético que se constituyó como la principal amenaza del mundo entero a lo largo de todo el siglo XX; desde 1917 para ser más precisos.
No sé si fue un político famoso, o un humorista (para el caso da lo mismo) que en aquellos negros años del temor continuado del holocausto nuclear, el que dijo que el mundo no terminaría en una gran explosión, sino en un simple eructo. Ese muro y la forma en que desapareció, le dieron la razón.
El diario madrileño El País, en su edición del domingo último, incluye un largo relato de J.M. Martí Font, quien en aquellos años era su corresponsal en Berlín, por lo que pudo ser testigo presencial del hecho y lo relata dando muchos detalles. Era un momento en que la economía de la paradójicamente llamada República Democrática Alemana enfrentaba serios aprietos, y se vivía un hartazgo de los desaciertos continuados del gobierno. Días antes del 9 de noviembre, miembros de la temida Stasi (policía secreta encargada de espiar a los ciudadanos) se reunieron con el nuevo encargado de la Unidad de Control de Pasaportes para redactar una nueva norma que permitiera la salida de ciudadanos alemanes que desearan abandonar el país de manera permanente. Esta fue la versión que se dio a conocer y, aparentemente, contó con la aprobación de la Unión Soviética. Días después se volvieron a reunir para hacer algunos cambios a ese documento que hacía mucho más fácil el paso de una Alemania a otra. Le entregaron el texto a un funcionario, Schabowski, para que lo llevara al Consejo de Ministros que debía aprobarlo. Pensando que era el mismo texto que ya habían tratado días atrás, se lo devolvieron al mismo funcionario que se lo metió en el bolsillo y se fue a la rueda de prensa internacional donde leyó ese documento a los periodistas allí reunidos. La sorpresa fue tremenda. Y le preguntaron desde cuándo entraría en vigor la nueva disposición. Schabowski miró el papel que le habían dado y como no había nada en contra dijo que “Desde este mismo momento”.
Cuando las autoridades quisieron reaccionar, ya era tarde. La gente de un lado y otro del muro se lanzó a la calle, desmantelaron las barreras de alambre de espinos, los jóvenes se treparon al muro y otros, con enormes mazos, derribaban los bloques de cemento con que fue construido. El mundo entero festejaba el acontecimiento.
Tan de sorpresa les tomó a todos, que incluso el primer ministro alemán, Helmut Kohl, tardó un par de semanas en reaccionar. Mientras otros no se mostraron tan contentos como el presidente francés, François Mitterrand, que dijo “Me gusta tanto Alemania que prefiero que haya dos”. Por encima de sus gustos, no podían oponerse al entusiasmo, la alegría, la felicidad que embargaban a todos. El tétrico Check Point Charlie, el punto de control para pasar de un Berlín a otro, abrió sus puertas y la gente y los coches no dejaban de pasar. En pocos minutos, la amenazante Unión Soviética había sufrido un golpe letal. Dos años más tarde, también se vendría abajo, sin un suspiro, como el muro de Berlín.
Fuente: ABC Color (Online)
www.abc.com.py
Sección OPINIÓN
Viernes, 08 de Noviembre de 2019
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