Portal Guaraní - LA PESTE NEGRA - Por JESÚS RUIZ NESTOSA

SALAMANCA, España. Por inexplicable coincidencia en estos días estuve leyendo “La peste” (Ediciones Edhasa, Barcelona 2010) de Albert Camus, en que se narra una peste de fiebre bubónica o peste negra en la ciudad argelina de Orán. Ella ocurrió a finales del siglo XIX, pero el autor la trae a una época contemporánea sin que la trasposición altere en nada el episodio sobrecogedor durante el cual las muertes se contaban por centenares cada día y los cementerios no tenían suficiente tierra para enterrarlos.

Aunque no se ha llegado (aún) a tales extremos catastróficos, no pude evitar las obligadas comparaciones con la peste de dengue que estamos sufriendo con casi una veintena de muertos y una cifra récord: cada sesenta minutos, se reportan 83 nuevos casos de infectados por el incontrolado mosquito del Aedes aegypti. Esto provoca una serie de preguntas que carecen de respuesta a no ser que desemboquemos en una deplorable característica nacional: el convencimiento que ocurrirá un milagro que nos solucionará el problema. Mientras tanto podemos entregarnos a dormir una larga e interminable siesta.

Primera pregunta: ¿la prevención de pestes figura o no figura en el organigrama del Ministerio de Salud Pública? y por añadidura ¿forma parte o no de las atribuciones del ministro de la cartera? En estos días se está hablando de una exdiputada colombiana que se encontraba presa y logró escaparse, rocambolescamente, durante la consulta al dentista. Inmediatamente fueron destituidas varias personas que tenían directa responsabilidad en el caso. En nuestro país “a cualquiera se le escapan 75 presos” según la opinión del presidente Mario Abdo Benítez. Y todos tan tranquilos.

Segunda pregunta: ¿dónde estaban a lo largo de todo el año esos funcionarios que ahora han salido a fumigar vertederos de basuras, inspeccionar casas abandonadas, piscinas particulares convertidas en gigantescos criaderos de mosquitos? Este trabajo que ahora se publicita como un logro notable, se tendría que haber hecho todos los días del año, desde mucho tiempo atrás. Estos funcionarios desde luego cobran un sueldo. ¿Lo cobraban también cuando debiendo hacer este trabajo no lo hacían?

El libro de Camus me recordó otra obra maestra sobre el tema: “Diario del año de la peste” (Impedimenta, Madrid, 2010) en la que Daniel Defoe, en forma de diario personal, narra la peste que azotó Inglaterra en los años 1665-1666 dejando entre 70.000 y 100.000 muertos en todo el país, y la desaparición de una quinta parte de la población de Londres. ¿Habrá algún escritor que narre la peste de dengue en nuestro país? Una obra en la que lo más dramático será, no la enfermedad ni los muertos en sí, sino la descripción de la inutilidad de todo un Gobierno, la incompetencia de sus funcionarios, la ineptitud a todos los niveles, la torpeza llevada a niveles tragicómicos.

Queda todavía flotando una coincidencia entre la obra de Camus y nuestro caso actual. En el párrafo final, viendo a la población de Orán celebrar el fin de la peste, el narrador reflexiona: “Esta muchedumbre dichosa ignoraba lo que se puede leer en los libros, que el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer durante decenios dormido en los muebles, en la ropa, que espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las maletas, los pañuelos y los papeles, y que puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande morir en una ciudad dichosa” (p. 351).

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