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HELIO VERA (+)

  LA GUERRA CONTRA LA TRIPLE ALIANZA - Por HELIO VERA


LA GUERRA CONTRA LA TRIPLE ALIANZA - Por HELIO VERA

LA GUERRA CONTRA LA TRIPLE ALIANZA

Por HELIO VERA

LA HISTORIA DEL PARAGUAY - ABC COLOR

FASCÍCULO Nº 17 - CAPÍTULO 17

Asunción – Paraguay

2012

 

 

            La muerte de don Carlos A. López (1792-1862), en la tarde del 10 de setiembre de 1862, puso el gobierno de la República en las manos de su primogénito, Francisco Solano López (1827-1870).

 

            El Congreso lo eligió presidente por un lapso de diez años, de conformidad con la llamada Constitución de 1844. Este tenía entonces 36 años. No era el mejor momento en la política regional. Los problemas de límites con los vecinos, cuya solución su padre se había limitado a postergar; estaban llamados a constituir los motivos que empujaron unos contra otros a los actores de la Guerra Grande.

            Nacido en 1827, era primogénito del matrimonio constituido por Carlos Antonio López y Juana Pabla Carrillo. Tenía cuatro hermanos: Inocencia, Venancio, Rafaela y Benigno. Inocencia estaba casada con el general Vicente Barrios, quien llegó a ministro de Guerra; Rafaela, con Saturnino Bedoya en primeras nupcias y, después de muerto este, y concluida ya la guerra, con el brasileño Melciades Augusto Acevedo Pedra. Ninguno de los tres varones -Venancio, Benigno y el propio Francisco- se casó. La guerra pasaría sobre la familia como un vendaval que destruye todo a su paso.

            López había viajado a Europa durante dos años, y a su vuelta retornó con la bella Elisa Alicia Lynch, separada del médico francés Carlos Xavier de Quaterfages. Tuvo con esta, aunque tampoco sin casamiento, los siguientes hijos: Francisco (1854), Corina Adelaida, Enrique (1859), Federico Morgan Lloyd (1860), Carlos Honorio (1861) y Leopoldo, quien fallecería en Londres años después.

            López también tuvo descendencia con la pilarense Juana Pabla Pesoa.

            La política exterior de López se sustentaba sobre el concepto del "equilibrio de las potencias del Plata": ninguna de las naciones debía crecer excesivamente, desde el punto de vista militar, con respecto a las otras. Una alteración de ese equilibrio autorizaba el uso de la fuerza para devolver las cosas a su sitio. Esta doctrina era la vigente entonces en las potencias europeas y, de hecho, había llevado a las confrontaciones más violentas del siglo XIX.

 

Francisco Domingo Sánchez, Vicepresidente de la República

 

Mariscal Francisco Solano López (Grabado)

 

Rufino de Elizalde, redactor del Tratado de la Triple Alianza

 

 

            LAS NACIONES PARTICIPANTES

 

            La Argentina -tenía entonces unos dos millones de habitantes- estaba pasando por un proceso de reorganización política después de varios años de furiosos conflictos entre Buenos Aires y la Confederación. La batalla de Pavón, en setiembre de 1861, marcó un paso decisivo hacia la reunificación. El vencedor, el general Bartolomé Mitre (1821-1906), se convirtió en el centro del poder. En octubre de 1862 fue proclamado oficialmente presidente de la nación para el período 1861-1868. Buenos Aires se reintegró a la nación y se puso fin al poder militar de la Confederación, con lo cual la influencia del caudillo entrerriano general Justo José de Urquiza entró en el ocaso.

            Mitre, porteño y liberal, encontró mucha resistencia en el interior, incluyendo el levantamiento del "Chacho" Peñaloza (1862-1863) en La Rioja.

            En noviembre de 1863, el caudillo rebelde, después de capturado por los nacionales, fue lanceado una y otra vez y, finalmente, acribillado a balazos. Su cabeza, clavada en lo alto de una pica, fue exhibida al pueblo en la plaza de Olta. Una oreja, cortada con el propio puñal del "Chacho"; fue enviada por el matador, el mayor Pablo Irrazábal, a un amigo riojano. Domingo Sarmiento (1811-1888) celebró el hecho "precisamente por la forma" en que había ocurrido. Cuando comenzó la Guerra contra la Triple Alianza, el Ejército argentino contaba con unos 18 mil hombres, aunque el potencial humano para reforzarlos era muy grande.

            El Brasil tenía entonces aproximadamente diez millones de habitantes, la mitad de los cuales eran negros esclavos e indígenas. Había fracasado una revolución republicana en Río Grande do Sul y el país se hallaba relativamente en orden. Era gobernado por el emperador Pedro II (1825-1891), de la casa de Braganza. Era una monarquía constitucional que admitía el juego de dos partidos: el Conservador y el Liberal, representados en el Congreso. Su Ejército era pequeño y muy disperso en un inmenso territorio, aunque tenía una armada organizada sobre buques modernos.

            En cuanto al Paraguay, era un país que estaba pugnando por insertarse en el mundo de su tiempo, después de las décadas de aislamiento impuesto por el doctor José Gaspar de Francia (1766-1840). Conscientes de la revolución tecnológica, los López se habían impuesto la misión de incorporar las conquistas más relevantes de la época: el telégrafo, el ferrocarril y las embarcaciones de vapor. Fueron instalados un arsenal y un astillero en Asunción y una fundición de hierro en Ybycuí.

            Francisco Solano López prestó especial interés a la modernización del Ejército, aunque sus esfuerzos no llegaron a cobrar forma. El Paraguay carecía de militares profesionales, y todos sus jefes y oficiales eran soldados que fueron ascendiendo en los cuarteles, aunque pasaban por cursos de instrucción con algunos asesores extranjeros.

            El armamento era anticuado para la época. Los fusiles eran de chispa. Se cargaban por la boca y requerían de mechas, en una época en que ya se habían difundido los fusiles de espoleta. Su alcance era la mitad del que tenían los fusiles de percusión.

            Se requerían casi dos minutos para efectuar un disparo, luego de lo cual el arma debía ser cargada de nuevo. La artillería también era antigua y algunas de sus piezas provenían de la época colonial. Los barcos tenían cascos de madera y tampoco tenían mucho que hacer en aquel tiempo en que ya habían aparecido los acorazados.

            La población paraguaya antes de comenzar la guerra no podía ser superior a los 800 mil habitantes. El único censo posterior a los de la época colonial fue realizado en 1846 y arrojó un total de 238.862 habitantes, aunque se admite que hubo enormes errores en el recuento.

 

 

El 1° de mayo de 1865 se firmó en Buenos Aires el Tratado de la Triple Alianza. El acto se realizó en la casa particular del Gral. Bartolomé Mitre, presidente de la República Argentina. En el momento que reproduce la imagen, se hallaban el dueño de casa, el Gral. Justo José Urquiza, El presidente uruguayo Gral. Venancio Flores, los altos oficiales brasileños almirante Manuel Marques Lisboa - Tamandaré, y el Gral. Manuel Osorio; además del "..Gobernador de Buenos Aires y algunos miembros del Congreso argentino". Al suscribirse el pacto, Mitre exclamó: "Decretamos la victoria". Dibujo de Carlos Sosa - CALÓ, especial para ABC y esta edición histórica.

 

 

            LA GUERRA CIVIL URUGUAYA

 

            La chispa de la guerra sería encendida en el Uruguay. Desde marzo de 1860 allí gobernaba el presidente Bernardo Berro, con el Partido Blanco. En la noche del 19 de abril de 1863, el general Venancio Flores (1800-1864), líder del Partido Colorado, desembarcó cerca de Paysandú para levantar una revolución. Un comisario, que sabía dónde estaba escondido el jefe rebelde, dejó la captura para el día siguiente: tenía una carrera pendiente y podía perder el dinero depositado. Flores pudo escabullirse hacia el interior para encabezar la revuelta.

            Al parecer, Flores contaba con apoyo argentino. Era explicable, ya que había combatido junto a las fuerzas de Mitre en las recientes contiendas contra la Confederación.

            La desconfianza uruguaya hacia la Argentina llegó a un punto crítico cuando, en junio de 1863, las autoridades detuvieron al buque argentino Salto, con material bélico para los colorados.

            Uruguay buscó entonces la alianza del Paraguay. El argumento para convencer a López era que Buenos Aires pretendía reconstituir el Virreinato del Río de la Plata y que Uruguay sería solo la primera pieza.

            Ante la sospecha de que Argentina estaba interviniendo solapadamente en el Uruguay, el 6 de setiembre de 1863, el canciller José Berges (1820-1868), en cumplimiento de instrucciones de López, dirigió una nota a su colega de Buenos Aires, Rufino de Elizalde, en la que pedía "amistosas explicaciones" sobre los hechos. Mitre se negó a ello, ante lo cual el Paraguay declaró que no sería indiferente a la suerte del Uruguay.

            El Brasil, al contrario de la Argentina, se mantuvo al principio neutral en el conflicto uruguayo, pese a las presiones de los terratenientes riograndenses, entre quienes descollaba el poderoso Antonio de Souza Netto, amigo de Flores y uno de los financistas de su campaña. Pero un cambio de composición en el Congreso inclinó la balanza hacia los liberales, que exigían ajustar cuentas con el Uruguay, al que acusaban de toda clase de atrocidades contra súbditos e intereses brasileños. Este cambio de política coincidió con la terminación del mandato del presidente Berro, quien entregó el mando a Atanasio Aguirre, en marzo de 1864.

            El Imperio comisionó entonces a José Antonio Saraiva, un influyente político, para presentar una serie de reclamaciones ante el Gobierno uruguayo. La flota del vicealmirante Joaquim Marques Lisboa, marqués de Tamandaré (1797-1897), con cinco barcos, se instaló frente a Montevideo para reforzar los planteamientos, que se relacionaban con supuestos abusos contra brasileños en la región fronteriza entre ambos países. Se sucedieron negociaciones y por momentos pareció que un acuerdo iba a poner fin a la guerra civil. Pero pudieron más las desconfianzas mutuas y las hostilidades se reanudaron.

            El 4 de agosto de 1863, el enviado especial del Brasil, Saraiva, dirigió un ultimátum al Gobierno uruguayo: este debía responder favorablemente a las reclamaciones. Las fuerzas brasileñas tomarían las medidas necesarias para proteger a los súbditos del Imperio, aunque advertía que dichas acciones no debían ser tomadas como actos de guerra. El Gobierno blanco adoptó una actitud intransigente y rechazó las presiones a que era sometido.

            Saraiva abandonó entonces Montevideo y se presentó en Buenos Aires para plantear el problema al Gobierno argentino. El 22 de agosto firmó un protocolo con el canciller Elizalde, en el que ambas naciones acordaban usar todos los medios para restablecer la paz en el Uruguay. Los blancos se quedaron solos.

            Al principio, López intentó mediar entre el Uruguay y el Brasil, pero su propuesta fue rechazada. A raíz de ello tomó una decisión muy peligrosa. El ministro de Relaciones Exteriores, José Berges, envió una nota al ministro plenipotenciario del Brasil, César Vianna de Lima, el 30 de agosto de 1864: el Paraguay no aceptaría la ejecución del ultimátum al Uruguay que significase la ocupación total o parcial de territorio uruguayo.

            Como era de esperar, el Brasil hizo caso omiso del ultimátum. El 12 de octubre, fuerzas brasileñas entraron en el Uruguay, al mando del general Mena Barreto. El 14 era tomada Melo, capital del departamento de Cerro Largo. La escuadra bloqueaba a Montevideo, impidiendo el envío de socorro a otros sectores del país amenazados por los rebeldes.

            Al conocer esta noticia, López se creyó obligado a cumplir con su advertencia sobre la invasión de territorio uruguayo. Veía en los acontecimientos un peligro inminente para la independencia del Uruguay y, en consecuencia, la inminencia de la temida ruptura del "equilibrio de poderes en el Río de la Plata". Ante la eventualidad del conflicto, confiaba en el apoyo del general Justo José de Urquiza (1800-1870), caudillo de Entre Ríos, quien le había enviado algunas señales favorables al apoyo al Partido Blanco, amigo tradicional de la Confederación Argentina.

 

Gral. Bartolomé Mitre

 

General Justo José Urquiza

 

General Venancio Flores

 

Almirante Joaquim Marques Lisboa, marqués de Tamandaré

 

 

            EL EJÉRCITO PARAGUAYO

 

            El Paraguay no se encontraba en condiciones de entrar en guerra. Su armamento era anticuado y no podía hacer nada ante el armamento convencional de los ejércitos de la época. Por eso, ante la peligrosa evolución de los sucesos, en marzo de 1864, López había designado a Cándido Bareiro (1833-1880) encargado de negocios en París y Londres con instrucciones de comprar armas modernas y ordenar la construcción de uno o dos acorazados, capaces de romper un eventual bloqueo del río Paraguay. Pero cuando estalló la guerra, la modernización de los parques aún no se había producido.

            El Ejército se entrenaba en el nuevo "Campo de armas de Cerro León" -el anterior estaba en Humaitá- al pie de la cordillera de Azcurra. El campamento fue puesto al mando del brigadier Wenceslao Robles, el más antiguo de los generales del Ejército paraguayo. Pronto se concentraron allí, según el coronel Aveiro, unos 37 mil hombres. Y también se instaló López en el campamento para dirigir las operaciones.

            La caballería estaba a las órdenes del coronel José María Aguiar, quien era a su vez segundo comandante de las fuerzas; el mayor Valiente era jefe del Estado Mayor y los capitanes Paulino Alén y Juan Valiente, secretarios del general Robles. La artillería se hallaba al mando del mayor José María Bruguez, como segundo se desempeñaba el capitán Alvarenga, y estaba constituida por seis baterías de 16 piezas cada una.

            Después de muchas dudas, López decidió finalmente actuar, de conformidad con las advertencias que había dirigido. Su primer acto hostil tuvo lugar en noviembre de 1864. El viernes 11 de ese mes, de madrugada, había llegado a Asunción el buque brasileño "Marqués de Olinda", en escala hacia el Mato Grosso. Llevaba a bordo al nuevo gobernador de dicho estado brasileño. López ordenó la captura de ese buque, pero este ya había zarpado poco antes de las tres de la tarde cuando llegó la orden a Asunción.

            A las siete de la noche, el vapor Tacuari zarpó en persecución de la nave brasileña, a la que alcanzó al día siguiente, y la trajo de vuelta a Asunción.

            El domingo 13, el canciller Berges dirigió una nota al ministro brasileño en Asunción, Vianna de Lima, en la que declaraba rotas las relaciones diplomáticas y clausurado el río Paraguay para embarcaciones brasileñas. La nota tenía fecha del día anterior, para señalar que había sido escrita antes de la captura del Marqués de Olinda. El ministro Vianna se retiró de Asunción. La guerra con el Brasil había comenzado.

 

General Vicente Barrios

 

            CAE PAYSANDÚ

 

            Mientras tanto, en el Uruguay la revolución de Flores, ahora con el abierto apoyo brasileño, progresa aceleradamente. En diciembre, fuerzas terrestres brasileñas y coloradas, que algunos elevan a veinte mil hombres, al mando de Mena Barreto y de Flores, sitiaron Paysandú, donde resistía tenazmente el coronel Leandro Gómez, leal a su gobierno, con 800 hombres.

            La fuerza naval de Tamandaré bombardeó la ciudad, lo cual causó grandes destrozos. La población civil se dispersó, despavorida. Se luchó durante un mes, desde el 2 de diciembre de 1864 hasta el 2 de enero del año siguiente.

            Agotadas sus fuerzas, cayó Paysandú y Gómez fue tomado prisionero por un grupo de oficiales brasileños que lo sorprendieron cuando estaba redactando la rendición. Fue llevado al jardín y fusilado por el coronel uruguayo Suárez, subalterno del Gral. Flores; después fue literalmente "cosido" a puñaladas. Un centenar de los defensores fueron ejecutados en el acto. El Gobierno blanco se desmoronó con los golpes de brasileños y los rebeldes liderados por Flores. Bajo la sombra de la bandera brasileña, este ingresó triunfalmente a Montevideo, la que le abre sus puertas sin resistir. Era el 20 de febrero. El nuevo presidente, Tomás Villalba, ya era el producto de la nueva situación.

 

Coronel Luis Caminos

 

 

            EXPEDICIÓN AL NORTE

 

            El Brasil era un país volcado hacia el Atlántico. Una selva tropical de centenares de leguas lo separaba del Paraguay. Para poder atacarlo, los paraguayos debían usar necesariamente territorio argentino. Con ese criterio, López pidió a la Argentina el libre pasaje de sus fuerzas por el norte de la provincia de Corrientes. Pero antes, para guardarse las espaldas, envió una expedición al Mato Grosso, en el Alto Paraguay: tres mil hombres, al mando del general Vicente Barrios, en ocho vapores, cuatro buques de vela y tres cañoneras pequeñas partieron el 14 de diciembre de 1864 rumbo al norte.

            La flotilla llegó el 26 y ancló pocos kilómetros al sur de Coimbra. El 29 de diciembre, después de ingentes combates, la fuerza paraguaya ocupó esta localidad, una bien guarnecida fortaleza situada en la falda de una montaña. La guarnición brasileña la había abandonado la noche anterior, huyendo en dos barcos. Fue la primera vez que paraguayos y brasileños intercambiaron disparos en esa guerra. Poco después, Barrios se apoderaba de Corumbá y Albuquerque. Varios buques brasileños, capturados, fueron incorporados a la Armada paraguaya.

            Paralelamente, el 29 partió de Concepción el coronel Isidoro Resquín (1823-1882) al frente de una columna de 2.500 jinetes y un batallón de infantería. La expedición cruzó el río Apa a la altura de Bella Vista y una columna al mando del capitán Martín Urbieta se desprendió del grueso y se apoderó, tras fuerte lucha, de la colonia Dourados. Las dos columnas se volvieron a unir más adelante y tomaron Villa Miranda, la población más importante de la región.

 

            DECLARACIÓN DE GUERRA A LA ARGENTINA

 

            Poco días después de estas acciones, el 14 de enero de 1865, Francisco Solano López pidió al Gobierno argentino autorización para cruzar el territorio de la provincia de Corrientes para atacar al Brasil. La petición fue sugerida por el general Urquiza, el poderoso caudillo entrerriano al que López tenía por amigo y eventual aliado. Pero la recomendación era que pidiese pasar por las Misiones, territorio que, al fin de cuentas, se hallaba en litigio y que el Paraguay consideraba como suyo. Argentina denegó la petición.

            En ese momento, Urquiza cambió de punto de vista y envió un emisario junto a López para pedirle que no entrara en confrontación con la Argentina. Se comprometía, por su parte, a ejercer su influencia para mantener neutral a la Argentina en el conflicto entre Paraguay y Brasil. Pero López ya había tomado su decisión. Para ello, convocó a un Congreso extraordinario que comenzó a deliberar el 5 de marzo. El 18, este aprobó la política adoptada por el Gobierno con respecto al Brasil, "por su política amenazadora del equilibrio de los estados del Plata", y lo autorizó a proseguir con las hostilidades.

            En el artículo segundo de la resolución adoptada por el Congreso se declaraba la guerra al Gobierno argentino, en la cual se tomaba en cuenta la negativa de aceptar el paso de las fuerzas paraguayas. El tercero autorizaba al Presidente a buscar la paz con uno u otro beligerante cuando lo juzgase oportuno. Antes de cerrar su reunión, el Congreso ascendió a López a Mariscal y lo autorizó a contratar un empréstito de 25 millones de duros. La comunicación fue enviada el 29 de marzo y llegó a Buenos Aires el 11 de abril, de manos del teniente paraguayo Cipriano Ayala, pero fue ocultada a la opinión pública argentina.

 

Conferencia de Yataity Corá (12 de Setiembre de 1886)

 

            EXPEDICIÓN A CORRIENTES

 

            El 13 de abril, un Jueves Santo, una fuerza expedicionaria paraguaya llegó a Corrientes, a bordo de una escuadrilla al mando del capitán de fragata Pedro Ignacio Meza. Dos buques de guerra argentinos, el 25 de Mayo y el Gualeguay, fueron atacados y apresados por las naves paraguayas y el gobernador Lagraña abandonó la ciudad. Al día siguiente, las fuerzas paraguayas, un total de tres mil hombres al mando del general Wenceslao Robles, ocuparon Corrientes. Fue constituido un gobierno provisorio con vecinos de esa localidad, favorables al Paraguay.

            El primer cruce de armas entre argentinos y paraguayos tuvo lugar cerca de Empedrado el 26 de abril.

            La declaración de guerra, que ya había sido entregada al Gobierno argentino, fue mantenida oculta por el presidente Mitre. De modo que el ataque a Corrientes fue presentado como un acto bélico "sin declaración previa de guerra" y por tanto, contrario al derecho internacional. La noticia impactó poderosamente a la opinión pública argentina como -de hecho- lo había planeado su gobierno. Incluso los partidarios que López tenía en dicho país quedaron sumidos en la indignación. Una multitud se presentó frente al domicilio de Mitre, quien pronunció un encendido discurso en el que prometió: "En veinticuatro horas, en los cuarteles. En tres semanas, en la frontera. En tres meses, en Asunción".

 

            LA LEGIÓN PARAGUAYA

 

            Un nuevo factor entró a tallar en ese momento: la acción de los emigrados paraguayos en la Argentina, enemigos políticos de López. Existía, de hecho, un partido revolucionario antilopizta en el Río de la Plata, que se organizó en Sociedad Libertadora de la República del Paraguay en 1852. El 18 de diciembre de 1864, los mismos organizadores de la Sociedad Libertadora constituyeron la Asociación Paraguaya, la cual se adjudicó el papel de un gobierno en el exilio. Con el auspicio de esta Asociación fue constituida la llamada Legión Paraguaya, una fuerza expedicionaria que actuó junto a los ejércitos de la Triple Alianza. Tanto que en mayo de 1865, la Asociación dejó de reunirse, porque la mayoría de sus miembros se habían incorporado a la Legión. El presidente Mitre autorizó la incorporación de esta fuerza al ejército aliado y el empleo de la bandera paraguaya, lo que ocasionó, en su momento, una airada protesta del mariscal López.

           

 

            TRATADO SECRETO DE LA TRIPLE ALIANZA

 

            El siguiente paso fue la formalización de la alianza militar entre Argentina, Brasil y Uruguay. No serían fáciles las negociaciones. Había desconfianzas mutuas difíciles de salvar. Para el Brasil, un punto relevante era que la Argentina aceptase garantizar la independencia del Paraguay, respecto al cual hubo primeramente algunas evasivas. El propio canciller argentino, Rufino de Elizalde, había dicho al ministro inglés que esperaba "vivir lo bastante para ver a Bolivia, al Paraguay, al Uruguay y a la República Argentina unidas en una confederación, formando una poderosa República en Sud América".

            Superadas las divergencias luego de arduas negociaciones, el 1° de mayo fue firmado en Buenos Aires el Tratado Secreto de la Triple Alianza. Los firmantes fueron: Francisco Octaviano de Almeida Rosa, por el Brasil; Rufino de Elizalde, por la República Argentina, y Carlos de Castro, por el Uruguay. El documento establecía que el objetivo de la guerra era "hacer desaparecer ese gobierno", sin desmedro de "la soberanía, independencia e integridad territorial" del Paraguay, las cuales serían garantizadas durante un lapso de cinco años. Los aliados se juramentaban a no cesar las hostilidades en forma aislada, a no concretar la paz por separado y a no negociar ni firmar ningún acuerdo en forma independiente, solo de manera conjunta.

            En el mismo tratado, pese a lo que se había dicho anteriormente sobre el respeto a la integridad territorial, los aliados se otorgaban a sí mismos extensas porciones del territorio paraguayo. Además, se imponía al Paraguay a pagar los gastos de la guerra, sin perjuicio de las indemnizaciones que correspondiesen a particulares.

            En virtud del acuerdo, Argentina se adjudicaba todo el Chaco, hasta el río Paraguay, además de las Misiones. El Brasil se reservaba todas las tierras del Guaira y las situadas entre los ríos Apa y Blanco. El mando de los ejércitos aliados quedaba en manos del general Bartolomé Mitre.

            El texto del tratado quedaría en secreto hasta que se cumpliesen sus objetivos. Los firmantes sabían que la opinión pública internacional desaprobaría las disposiciones del documento, por sus cláusulas territoriales. Pero el silencio no se pudo guardar por mucho tiempo y, a principios de 1866, una indiscreción posibilitó la publicación del texto en Inglaterra. La Triple Alianza comenzó a ser vista con desconfianza por las potencias europeas.

            El jurista argentino Juan Bautista Alberdi condenó los términos del documento con palabras muy duras.

 

General Wenceslao Robles

 

            BATALLA NAVAL DE RIACHUELO

 

            López concibió el proyecto de destruir de un solo golpe la flota brasileña anclada cerca de Corrientes. La flota paraguaya -nueve vapores, uno de los cuales fue retirado por un desperfecto mecánico- con apoyo de artillería apostada en tierra, atacaría sorpresivamente a los nueve buques brasileños fondeados en el Riachuelo, un pequeño afluente del Paraná al sur de Corrientes. Se contaría en la operación con 59 piezas de artillería, 1.113 marinos y 2.290 hombres del Ejército. En apoyo de estos, operarían desde tierra los cañones del teniente coronel José María Bruguez (1827-1868), quien ubicó su artillería en una colina boscosa, en la orilla izquierda del Paraná, apuntando a los buques brasileños.

            La escuadra paraguaya anclada en Humaitá, partió en la madrugada del 11 de junio. Un error de cálculo sobre la velocidad de desplazamiento permitió que las naves paraguayas llegaran cuando ya había amanecido. En vez de postergar la operación, se dio la orden de ataque, pese a la gran diferencia técnica entre ambas flotas. Los buques brasileños, al mando del almirante Barroso, tuvieron tiempo de desplegarse en orden de batalla. Su superioridad técnica, su mejor artillería y la pérdida del elemento sorpresa produjeron una clara derrota paraguaya.

            Esta no pudo ser revertida pese a los actos de valor de sus marinos y soldados, que lograron abordar algunos de los buques brasileños, pero que, sin medios suficientes, perecieron casi todos en el intento. La escuadra paraguaya perdió tres navíos: el Jejuí, el Marqués de Olinda y el Paraguarí, y dos barcazas, además de unos 300 hombres, incluyendo a dos comandantes de unidad, Robles (Ezequiel, hermano del Gral. Venancio Robles) y Alcaraz, y al propio comandante Meza. Este último fue llevado moribundo a su base, donde falleció. Quedaron fuera de combate tres naves brasileñas: la Jequitinhonha, la Paranahiba y la Belmonte.

            Desde tierra, Bruguez desplegó un buen papel atacando exitosamente a los buques brasileños desde emplazamientos sucesivos. Al parecer, los aliados no pudieron obtener mejor provecho de esta victoria porque el almirante Barroso perdió completamente la serenidad y no se atrevió a perseguir a los barcos paraguayos en retirada. La flota brasileña, pese a haber triunfado en Riachuelo, abandonó sus posiciones hasta fondear en Goya.

 

Teniente coronel Antonio de la Cruz Estigarribia

 

            CAPITULACIÓN DE URUGUAYANA

 

            Mientras Venancio Robles operaba en Corrientes, una fuerza expedicionaria paraguaya de 12 mil hombres, encabezada por el teniente coronel Antonio de la Cruz Estigarribia, partió hacia Río Grande do Sul, el 5 de mayo de 1865. La columna cruzó el río Uruguay en canoas improvisadas y emprendió la marcha hacia el sur. La operación la llevó a cabo en forma dividida, en dos columnas que no se perdían de vista: en una orilla marchaba el grueso, al mando de Estigarribia; del otro lado del río la otra columna, al mando del comandante Pedro Duarte (1829-1903), con el mismo rumbo.

            Ya en pleno Río Grande, el 11 de junio, Estigarribia ocupó el pueblo de São Borja y el 26 de junio alcanzó el río Mbutuy, lugar en el que debió combatir contra fuerzas brasileñas que se encontraban al mando del general Antonio Canabarro; finalmente, ambos se retiraron. El 5 de agosto Estigarribia estaba ante Uruguayana, la cual fuera abandonada por Canabarro pese a que contaba con ocho mil hombres.

            La columna de Duarte, que marchaba paralelamente del otro lado del río, ocupó los pueblos de Yapeyú y Paso de los Libres y después acampó sobre el arroyo Yatai. Tenía unos dos mil infantes y 300 de caballería, pero carecía de piezas de artillería.

            Una fuerza aliada, con más de diez mil hombres y 32 cañones, al mando del general Flores, a quien se habían unido los generales Paunero y Madariaga, se desplazó para atacar a Duarte. Al notar la aproximación, Duarte informó a Estigarribia, el que le contestó que sí sentía miedo enviaría a alguien para sustituirlo. Aislado, Duarte quedó cercado contra el río Uruguay, perdió así la oportunidad de poner a salvo sus tropas a consecuencia de las bravatas de Estigarribia. Cuando fue atacado el 17 de agosto siguiente, ya ni siquiera podía pasar al otro lado, porque el río se hallaba bajo control aliado.

            Flores había ordenado que las posiciones paraguayas fuesen cañoneadas y solo después de ello actuaría la infantería. Los jinetes completarían la obra. Empero, entusiasmados ante lo que parecía una presa fácil, cargaron los infantes de Palleja, sin esperar el trabajo artillero. El resto los siguió y se trabó una batalla en la que los paraguayos presentaron una resistencia inesperadamente enérgica, hasta ser prácticamente destrozados. Sin embargo, la encarnizada pelea no duró sino poco más de una hora. Las siguientes oportunidades fueron utilizadas en la matanza de soldados que trataban de resistir los embates, formados estos en pequeños grupos. Duarte cayó prisionero cuando su caballo rodó por el suelo. "No hay poder humano que los haga rendir -comentó Flores a Mitre- y prefieren la muerte cierta antes que rendirse".

            En Yatai, los aliados atacaron con uniforme de gala, que contrastaba con la humilde vestimenta, casi reducida a andrajos, de los paraguayos. Al concluir la batalla, casi mil quinientos hombres habían perecido y eran pocos los heridos, porque prevalecía entonces el criterio de matar a quienes no podían tenerse en pie. Unos mil hombres cayeron prisioneros, entre ellos unos doscientos correntinos y uruguayos del Partido Blanco, opuestos a los colorados de Flores. Los aliados perdieron alrededor de 500 hombres, entre muertos y heridos.

            Estigarribia contempló el combate desde la otra orilla, sin moverse. Poco después, sin órdenes específicas, abandonó Uruguayana y se dirigió al norte hacia el Paraguay. Pero, en el desplazamiento, su vanguardia chocó contra una patrulla de caballería brasileña y se produjo un breve combate. Estigarribia, creyendo que se encontraba ante una avanzada del grueso de las fuerzas enemigas, retrocedió y se encerró en Uruguayana, lugar en el cual les fue fácil a los aliados rodearlo completamente. Había perdido la oportunidad de escapar del cerco.

            Flores cruzó el río Uruguay y se unió a los brasileños, mandados por Canabarro. Eran unos 18 mil hombres los que se aprestaban a dar el golpe final a la columna de Estigarribia. Frente a la ciudad acamparon los principales jefes aliados: el presidente Mitre, el general Flores, el almirante Tamandaré, el general Manuel Marques de Souza, barón de Porto Alegre, quienes intimaron rendición al jefe paraguayo. Este la rechazó. Mientras se sucedían las negociaciones, una serie de disputas casi dan por terminada la alianza: el general Porto Alegre reclamó el mando de las tropas. Se opusieron Mitre y Flores, y amenazaron con repasar el río dejando solos a los brasileños. Tamandaré replicó que lo impediría a cañonazos desde sus buques.

            En medio de esta agria disputa llegó el emperador del Brasil, don Pedro II, acompañado del mariscal Gastón de Orleans, conde D'Eu (1842-1922); el almirante duque Augusto de Sajonia y el mariscal Luis Alvez de Lima e Silva, duque de Caxías, ministro de Guerra.

            Don Pedro II tenía entonces 41 años, aunque la barba, completamente blanca, le infundía el aire de una persona mucho mayor. Suavizó los ánimos con habilidad diplomática y, para resolver el conflicto, asumió personalmente el mando, el cual delegó en Mitre. Seguidamente rechazó el proyecto de bombardear Uruguayana, porque ello podría acarrear la destrucción de la ciudad. No había prisa: el tiempo corría a favor de los sitiadores.

            El 19, después del mediodía, Estigarribia capituló. El Paraguay perdió así 5.500 hombres: 3.800 infantes, 1.400 jinetes y 300 de la artillería. Estos hombres habían vivido los últimos días con un terrón de azúcar por día por todo alimento. Los prisioneros uruguayos fueron entregados al Brasil -una de las condiciones puestas por Estigarribia para rendirse- porque temía que los colorados uruguayos los degollaran a todos. Cerca de mil de los suyos, fueron prácticamente robados por los brasileños, para ser vendidos como esclavos. Más de quinientos fueron obligados a incorporarse al ejército aliado, sobre todo para aumentar los batallones uruguayos. El general argentino Garmendia comentó el hecho con estas palabras: "Hay algo de bárbaro y deprimente en este acto inaudito de obligar a uno que haga fuego contra su bandera; es un hecho sin ejemplo".

            La noticia de la rendición anonadó a López, quien se encerró durante tres días en su vivienda de Humaitá, sin querer ver a nadie. Después, convocó a una reunión general de jefes y oficiales, así como de eclesiásticos y varias personalidades civiles. El Mariscal habló para denostar a Estigarribia por su conducta. Nadie habló. Todos estaban estupefactos.

            López, indignado ante el silencio, dijo: "Veo que les causa sensación esta desgracia nacional que debíamos de deplorar hondamente. Salgan todos inmediatamente". Solo dirigió unas palabras afectuosas al mayor Francisco Luis González, a quien había visto derramar lágrimas al escuchar la novedad. "Yo lo he visto... Le agradezco...", le dijo el Mariscal.

            Cuenta el coronel Aveiro que el Mariscal llevaba, de su puño y letra, un diario de las operaciones militares. Al día siguiente de la reunión lo rompió en mil pedazos y ya no volvió a escribir nada.

 

Teniente Coronel Víctor Silvero

 

            LA GUERRA SE TRASLADA AL PARAGUAY

 

            La fuerza expedicionaria paraguaya en Corrientes, acantonada ya en Goya, retrocedió unos 200 kilómetros hasta alcanzar Empedrado. La conducta irresoluta de Robles, quien había mostrado muy poca energía, pese a los veinte mil hombres que mantenía bajo su mando, lo convirtió en sospechoso ante López. El Mariscal envió al general Vicente Barrios (1825-1868) quien, el 23 de junio, destituyó a Robles, lo dejó preso y lo suplantó en el mando por el general Francisco Isidoro Resquín, quien ya había sido enviado poco antes, en carácter de segundo. Robles fue enviado preso a Humaitá.

            Más adelante, en junio de 1866, fue fusilado. Cuando recibió la notificación de la sentencia, la firmó. Y luego, tirándola, dijo: "Adiós, pluma". El que fuera comandante en jefe fue fusilado de frente. Murió sin decir nada, después de fumar un cigarrillo. Con él fueron fusilados otros oficiales.

            El 3 de octubre, López ordenó la evacuación de Corrientes. Para el 30 de octubre, las fuerzas de Resquín -menos de veinte mil hombres- ya habían abandonado territorio argentino, casi a la vista de los buques brasileños. El día en que pasaron las tropas llegaron muy cerca cinco vapores brasileños, por lo que se creyó perdido al cuerpo expedicionario. Sin embargo, los buques no mostraron ningún amago de impedir el paso.

            El 3 de noviembre se había completado el paso, incluyendo diez mil cabezas de ganado correntino. Contraria a esta circunstancia, buena parte de estos animales murió por la ingesta de ciertas hierbas tóxicas que no existen en su hábitat natural y que el ganado paraguayo distinguía claramente. El mariscal López trasladó su cuartel general de Humaitá a Paso de Patria y, el 25 de noviembre, asumió el mando directo del Ejército.

            La lucha, esta vez, se desarrollaría más favorablemente, en un espacio protegido por accidentes naturales tan formidables como los pantanos del Ñeembucú, el río Paraguay y el desierto chaqueño.

            El año 1865 terminó con un cuadro desalentador para el Paraguay. Después de Riachuelo y Uruguayana, cuando la guerra recién comenzaba, el Paraguay ya había perdido sus mejores tropas y su armada había quedado seriamente dañada. Se estima en más de veinte mil hombres los que habían quedado, como muertos o prisioneros, en territorio enemigo.

            El 31 de enero de 1866 tuvo lugar la batalla de Corrales. Una fuerza paraguaya de unos mil hombres, al mando del coronel José Eduvigis Díaz (1833-1867), había cruzado el Paraná para buscar ganado y fue atacada por los aliados. Los paraguayos se defendieron muy bien y pudieron reembarcarse, no sin antes causar numerosas bajas a los enemigos.

            El mariscal López ordenó confeccionar una condecoración para los que combatieron en dicho lugar. Otras incursiones parecidas fueron realizadas después. En una de ellas fue atacado el campamento oriental en Itatí, el cual fue completamente destruido.

            Poco después la escuadra brasileña remontaba el río por insistencia argentina. Eran 18 cañoneras de vapor y cuatro acorazados, con un total de 125 cañones. Los buques se situaron cerca de Tres Bocas, pero no intentaron remontar el río Paraguay, cuya entrada era custodiada por el llamado fuerte de Itapirú, que no tenía de tal sino el nombre. En marzo, los buques brasileños fueron atacados con regular éxito desde unas embarcaciones improvisadas. Esta operación, que duró quince días y fue dirigida por el teniente José María Fariña (1836-1919), causó daños diversos a la escuadra.          

            Por momentos, los aliados creyeron que se trataba de un arma secreta y que era conducida por un presunto norteamericano, alto, rubio, con la cabeza cubierta por un sombrero de paja. No era otro que Fariña. Finalmente, los aliados pudieron capturar una embarcación, que no era otra que una chata sobre la cual se había montado un cañón. En este intercambio de artillería, del que también participaban las baterías de tierra, un proyectil entró en la casamata del almirante Tamandaré y mató a varios tripulantes. Entre los muertos se hallaba el teniente Antonio Carlos de Maris e Barros, hijo del almirante Joaquín José Ignacio, vizconde de Inhauma.

            Itapirú fue blanco de un tenaz bombardeo de la flota. Los aliados se instalaron en el banco Purutué, casi frente a dicha posición. López envió un fuerte destacamento para desalojar al enemigo. Pero, al fracasar la sorpresa, el asalto fue rechazado con pérdidas sangrientas para los paraguayos. De 1.200 hombres, quedaron en Purutué unos 960 muertos, heridos o prisioneros.

 

Gumersindo Benítez, Ministerio de Relaciones Exteriores

 

            CRUCE DEL PARANÁ

 

            El 16 de abril de 1866 los aliados cruzaron el Paraná cerca de Itapirú. El desembarco tuvo lugar sin contratiempos y sin que fuese hostilizado. Eran como treinta mil hombres. El general Manuel Luis Osorio (1808-1879), jefe de la operación, fue hecho barón de Herbal, como premio: fue el primero que atravesó el río. Recién al día siguiente hubo un ataque paraguayo, al mando del teniente coronel Basilio Benítez, que no alcanzó el éxito deseado debido a la enorme inferioridad en el número de hombres.

            Como resultado, López ordenó la evacuación de Itapirú y la concentración de todas las fuerzas en el campo atrincherado de Paso de Patria, aunque después decidió abandonar este campamento.

            El Ejército durmió esa noche a la intemperie y se situó sobre el brazo norte del Estero Bellaco, cuyas aguas fangosas corren paralelas al Paraná. Los aliados también avanzaron después de los paraguayos hasta establecer un campamento en el campo de Tuyutí, a medio camino entre Humaitá y Paso de Patria. Al norte y al sur, el campamento era protegido por los dos brazos del Estero Bellaco. A lo largo de un frente de unos cinco kilómetros, solo las aguas del estero los separaban de los paraguayos.

            Las fuerzas paraguayas estaban muy golpeadas por el sarampión y otras pestes. Durante seis meses hubo tal cantidad de muertos diariamente -150, dice Aveiro- que a veces no había tiempo para enterrarlos a todos.

 

General José María Bruguez

 

 

Coronel Hilario Marcó, héroe de Estero Bellaco

 

 

            ESTERO BELLACO

 

            El 2 de mayo, una columna de 3.800 hombres atacó a la vanguardia aliada al sur del Estero Bellaco, para lo cual debió pasar sus aguas traicioneras a través de los pocos pasos conocidos. Al principio el ataque tuvo éxito: fueron tomadas algunas piezas de artillería y se le causó serios daños al enemigo. No obstante, al prolongarse la acción se abrió la posibilidad de la reacción aliada, encabezada desde Paso de Patria, por el general Osorio.

            El efecto sorpresa ya había sido superado. Díaz, ante el peligro de ser copado, ordenó la retirada. El comandante Basilio Benítez, jefe del ala izquierda de la fuerza atacante, murió en la acción. Una bandera del batallón Florida fue llevada al Mariscal, como trofeo. El batallón 40 estuvo a punto de ser aniquilado y debió ser reorganizado. Cada parte tuvo como dos mil bajas.

            El general oriental Flores casi cayó prisionero: su tienda fue saqueada por los paraguayos y se vio en la necesidad de pedir nuevas ropas a su esposa a través de una carta en la que se quejaba amargamente de la inactividad brasileña. "Solo he visto actividad en los días de besamanos. Entonces sí se cruzan los cuerpos de músicas, los cumplimientos, las felicitaciones; relucen los uniformes y las ricas espadas. Y esto sucede con frecuencia, porque un día es cumpleaños del Emperador; otro el de la princesa Leopoldina, mañana el de la independencia del Brasil, y siempre envueltos en estas majaderías".

            Un incidente heroico fue registrado por los testigos de la batalla: un soldado oriental y uno paraguayo iban arrastrándose por el campo, con las piernas quebradas. Cuando se vieron, se llamaron y, al acercarse lo suficiente, abrieron fuego con sus fusiles. Ambos perecieron.

 

 

 

            BATALLA DE TUYUTÍ

 

            Después de esta acción, los aliados tomaron el control de los pasos y pudieron dejar atrás el Estero Bellaco para ocupar el campo de Tuyutí, una zona alta a la derecha del Estero de Rojas.

            Informado de que los aliados pensaban atacar el 25 de mayo, López resolvió adelantarse el 24, atacando a los Aliados en su propio campamento. En la víspera, por la tarde, arengó a sus soldados. "En Estero Bellaco -les dijo- tomamos cuatro cañones y tres banderas; mañana en Tuyutí haremos el resto". El asalto aprovechó una picada que había sido construida en secreto y que dirigía hacia el campamento enemigo. El ataque se iba a diversificar en cuatro direcciones y en forma simultánea. Unos 23 mil paraguayos estarían comprometidos en la acción.

            Resquín, con ocho regimientos, debía lanzarse sobre el ala derecha aliada; el coronel Hilario Marcó, con cuatro batallones y dos regimientos, debía atacar en dirección al centro; el coronel José Eduvigis Díaz, por la izquierda, con cinco batallones y dos regimientos. La operación descansaba sobre el ataque que debía dirigirse por la retaguardia, después de un largo rodeo, el general Barrios, con seis batallones de infantería y dos de caballería.

            Este último, con un cohete, debía avisar a Potrero Piris de su llegada, de su posición de ataque. Aunque debía llegar al amanecer, lo logró ya casi al mediodía y, en vez de postergar la acción, dio la orden de ataque con el cohete. La columna de Díaz, cuyos movimientos ya habían sido vistos con anticipación, fue diezmada por la artillería. Resquín, quien tenía que tomar a los aliados por la retaguardia, atacó violentamente con la caballería, tratando de apoderarse de los cañones, pero tampoco obtuvo éxito.

            Las pérdidas eran cada vez más pesadas a medida que pasaban las horas. El fuego cesó a las cuatro. Unos seis mil paraguayos habían caído para siempre, y otros siete mil quedaron heridos. Los aliados perdieron en total unos cuatro mil hombres. Cuentan que Díaz se presentó a dar parte de la acción al Mariscal, terminando con estas palabras: "Aipyvu ndéve los kambápe, pero namboguyi" (Produje roncha en los negros, pero no les levanté el cuero).

            Tuyutí fue un desastre. La derrota paraguaya había sido completa. El elemento sorpresa volvió a fracasar, igual que en Riachuelo, con lo cual sus posibilidades se volvieron mínimas. En vez de retroceder, la orden de atacar dio lugar a una matanza colosal. Esa noche, López ordenó que las bandas militares tocaran "La palomita" a todo lo que daban, para dar la impresión de que la moral seguía en alto. Unos 350 paraguayos cayeron prisioneros, además de numeroso material de guerra. Fue la batalla más grande que se había librado hasta entonces en América del Sur. López se reunió al día siguiente con los jefes que habían intervenido en la batalla. Resquín, que se excusaba por haber errado el camino, recibió este denuesto. "Usted es un cobarde que no merece sino cuatro balazos, pues ha ido a sacrificar inútilmente las fuerzas de su mando".

            Los aliados no pudieron aprovechar esta victoria debido a las bajas sufridas no solo por los combates, sino también por las enfermedades, que redujeron su número sensiblemente. No obstante, para el Paraguay se hacía cada vez más difícil reponer las bajas, por la escasa población del país. López debió reorganizar de nuevo el Ejército, cuyas filas se hallaban sensiblemente raleadas. Fueron incorporados numerosos esclavos negros y hasta unos 200 sobrevivientes de la otrora indómita etnia pajagua, cuya toldería se hallaba cerca de Asunción.

 

Combate de Yatai

 

 

 

LA GUERRA CONTRA LA TRIPLE ALIANZA

(Continuación)

Por HELIO VERA

LA HISTORIA DEL PARAGUAY - ABC COLOR

FASCÍCULO Nº 18 - CAPÍTULO 11

Asunción – Paraguay

2012

 

 

 

            YATAITY CORÁ, SAUCE Y BOQUERÓN

 

            El 11 de julio tuvo lugar un fuerte combate en Yataity Corá, sitio en el cual los aliados rechazaron un ataque paraguayo. Al ataque paraguayo sucedió una respuesta argentina y, de ese modo, con sucesivos refuerzos por ambas partes, la acción se resolvió en una serie de combates aislados de gran ferocidad, en medio del fango. Se combatió desde la tarde hasta las nueve de la noche, con una pérdida para el Paraguay de unos 500 hombres. Los aliados también experimentaron bajas importantes. Poco después López ordenó cavar una trinchera a través de Potrero Sauce, cuya prolongación podría comprometer el flanco izquierdo aliado, ocupado por brasileños. La obra se llevó a cabo durante la noche, en medio de los cadáveres de los caídos el 4 de mayo.

            Tres batallones ocuparon el lugar, al mando del coronel Elizardo Aquino (1825-1866). Cuando Mitre se dio cuenta de ello, ordenó que los paraguayos fuesen desalojados. El ataque, dirigido contra el sector llamado Punta Ñaró, se produjo a las 5:30 del 16 de julio por 3.500 brasileños al mando del general Polidoro. Los paraguayos, ante el ímpetu del ataque, retrocedieron combatiendo. La trinchera cambió tres veces de dueño. En una de las contraofensivas, Aquino recibió un balazo en el vientre cuando se lanzaba sobre el enemigo, montado sobre un overo. Al día siguiente las respectivas fuerzas se reorganizaron, en medio del fuego de la artillería.

            Al amanecer del 18, los aliados volvieron a atacar, encolumnados en el boquerón, a lo largo de un trayecto de 400 metros, lugar en el que fueron masacrados por el fuego paraguayo. Pese a ello, llegaron al parapeto, ante lo cual los paraguayos se esfumaron en el bosque. No era sino una pausa, ya que contraatacaron poco después, con gran energía. Esta vez los aliados no pudieron resistir y tuvieron que recorrer de nuevo el boquerón de la muerte.

            No obstante, un nuevo contraataque llegó hasta la trinchera, donde se volvió a luchar con arma blanca, hasta que una última embestida paraguaya liberó el terreno de los atacantes. La batalla concluyó a la una de la tarde.

            Entre las bajas aliadas, la más sensible fue la del coronel uruguayo León Palleja, amigo de Flores, quien le había entregado la jefatura del asalto. Flores fue recriminado por los otros jefes aliados por haber ordenado el ataque a la trinchera de Sauce sin haber recibido órdenes.

            Para el Paraguay, la pérdida más grave fue la del coronel Elizardo Aquino, que había sido llevado herido a Paso Pucú, donde falleció el 19. Fue visitado en su lecho de agonía por el mariscal López, quien, después de entregarle su despacho de general, al salir de la tienda dio un grito: "Viva el general Aquino". Fue respondido del mismo modo por los jefes y oficiales que lo esperaban.

            Para Garmendia, los tres días de lucha costaron 4.600 hombres a los aliados y 2.500 a los paraguayos.

 

 

 

 

            ENTREVISTA DE YATAITY CORÁ

 

            El 10 de setiembre López dirigió una nota al general Mitre, pidiéndole una entrevista, en el sitio que este indicara. Fue fijada la reunión, en consulta con los generales Flores y Polidoro, para las 9 de la mañana del día siguiente: 12 de setiembre, en el punto conocido como Yataity Corá.

            López se presentó a la hora convenida, equipado con kepis, casaca sin charreteras, un par de botas con espuelas de plata y un par de guantes. Sobre el hombro llevaba su ponchillo de vicuña, forrado en terciopelo granate con los bordes y la apertura del cuello bordados en oro. Lo acompañaron sus hermanos Venancio y Benigno y el general Barrios. Como escolta, 24 hombres de caballería y 50 oficiales de su plana mayor.

            López fue el primero en llegar montado sobre el blanco "Mandyju", su caballo preferido. Después se acercó el general Mitre, seguido de algunos oficiales y una escolta de veinte lanceros. Vestía casaca con cinturón y un sombrero de fieltro de alas anchas. Las escoltas se detuvieron y los presidentes se aproximaron. Mitre invitó a Flores y a Polidoro a asistir a la entrevista. El segundo rehusó, pero Flores se acercó. La reunión duró unas cinco horas. López y Mitre se pasearon y sentaron sucesivamente en sillas llevadas de Paso Pucú. El acta fue escrita por el mayor Manuel Palacios, secretario del Mariscal. En ella se consignaba que López había propuesto poner fin a la guerra "mediante satisfacciones mutuas e igualmente honrosas y equitativas, que garantizaran un estado permanente de paz y sincera amistad entre los beligerantes". Mitre contestó que solo podía dar una respuesta de común acuerdo con sus aliados. Al concluir la reunión, se brindó con coñac, y ambos mandatarios intercambiaron sus látigos. Además, López obsequió cigarros paraguayos a Mitre.

            El propio general Mitre estuvo en principio de acuerdo con la negociación de la paz. El 25 de setiembre, el gabinete le autorizó a entrar en conversaciones e incluso a separarse del tratado de la alianza en todo aquello que no fuera fundamental para la Argentina. El jefe brasileño, duque de Caxias, también tomó posición favorable a una solución pacífica del conflicto. Pero el emperador Pedro II frenó radicalmente estas opiniones anunciando que prefería abdicar antes que tratar con López. Los dos aliados disputaron fuertemente en torno de este problema y la alianza, por momentos, pareció zozobrar. Finalmente Mitre aceptó el criterio brasileño. El 7 de noviembre, Caxias recibió instrucciones: no debía aceptar ni siquiera hablar con el enemigo salvo para recibir la rendición incondicional.

            Sin embargo, nada sería tan fácil ya que en algunas provincias argentinas se notaban actitudes muy desfavorables a la guerra, sobre todo después de Curupayty. En Mendoza se amotinaron los soldados que estaban por ser enviados al Paraguay y poco después el coronel Felipe Varela levantaba una revolución con la bandera de la paz.

            Su levantamiento obtuvo eco favorable en La Rioja, San Juan y San Luis. El propio Mitre debió volver a su país para encabezar las operaciones militares contra los rebeldes, que fueron finalmente vencidos en la batalla de San Ignacio, el 1° de abril de 1867.

 

Tte. Cnel. Luis Leopoldo Miskowsky

 

 

            CURUPAYTY

 

            En agosto había llegado un gran refuerzo del Ejército brasileño, con más de 15 mil hombres, al mando del general barón Manuel de Porto Alegre. Había llegado el momento de seguir las operaciones. Para ello, debían ser destruidas las fortificaciones de Curupayty que obstaculizaban el paso del río.

            El primer movimiento fue un desembarco en Las Palmas, con tropas provenientes de Itapirú al mando de Porto Alegre. Desde allí, el 3 de setiembre, por la mañana, la infantería atacó las trincheras de Curuzú, que servían de vanguardia de Curupayty. La posición era defendida por 2.500 hombres al mando del coronel Manuel Antonio Giménez, el famoso "Calaa". La artillería estaba a cargo del mayor Lugo, a quien acompañaban los capitanes Domingo Antonio Ortiz (1832-1888) y Pedro V. Gill. La posición fue tomada por los aliados. El batallón número 10, que se había desbandado ante la embestida brasileña, fue diezmado por orden del Mariscal: fue ejecutado uno de cada diez de sus hombres. Los demás fueron distribuidos en otras unidades. La escuadra, con ocho acorazados, comenzó a intercambiar fuego de artillería con los cañones de Curupayty y, al mismo tiempo, la flota era hostigada con brulotes y torpedos. Uno de ellos alcanzó al "Río de Janeiro"; que se hundió rápidamente. El Ejército aliado sumaba en ese momento veinte mil hombres: 10.500 brasileños y 9.500 argentinos, bajo el mando del general Mitre.

            En Curupayty lo esperaban cinco mil hombres, al mando del general Díaz, con 49 piezas de artillería, incluyendo cuatro cañones rayados, de los nueve tomados a los uruguayos en Tuyutí. La caballería estaba al mando de Bernardino Caballero (1839-1912). Además se disponía de dos baterías de coheteras.

            El ataque tuvo lugar en la mañana del 22, precedido de un bombardeo de la escuadra, sin causar daños importantes, aunque se calcula que fueron arrojadas cinco mil bombas. Al son del clarín, el asalto, comenzó al mediodía, dividido en cuatro columnas: una contra la izquierda paraguaya, dos contra el centro y la cuarta sobre la derecha, a lo largo de la margen del río. Desde el Chaco, otra columna disparaba sobre la fortificación.`

            Sucesivas líneas aliadas fueron segadas por la artillería y no pudieron superar los obstáculos puestos a su paso por los paraguayos. Solo en el ala derecha paraguaya cinco soldados pudieron llegar al foso, pero cayeron en el intento. El fuego era tan intenso que el polvo que levantaban los estallidos caía sobre el papel en el que Díaz escribía su parte al Mariscal.

            El coronel Charlone, italiano, cayó herido y pereció bajo el fuego de metralla mientras lo retiraban a la retaguardia. El coronel argentino Campos, también herido, fue ascendido allí mismo a general. También cayó en el combate Dominguito Sarmiento, hijo de Domingo Faustino Sarmiento.

            Durante la batalla, una banda militar tocaba furiosamente "La palomita". Díaz, que recorría la línea a caballo, exigía a la banda tocar más enérgicamente cada vez que le parecía que la música era apagada por el estallido de las bombas.

            A las cuatro de la tarde, Mitre ordenó la retirada: las bajas sumaban a unos cinco mil, entre muertos y heridos. López prohibió a Díaz perseguir al enemigo, pese al pedido de este. Las bajas paraguayas fueron apenas superiores a 50. Fue la victoria más contundente de toda la guerra y sirvió para destrozar la moral aliada, hasta el punto de que todo intento ofensivo fue paralizado durante 18 meses. Apenas se capturó a media docena de prisioneros, entre ellos dos paraguayos de los que ya se habían rendido en Uruguayana y a quienes Díaz los mandó ahorcar.

            El batallón 12, que recorrió el campo de muerte, volvió vestido con uniforme argentino, relojes y libras esterlinas, pues los soldados habían recibido recientemente su paga. En un banquete ofrecido por el Mariscal en honor de Díaz, aquel pronunció un discurso del que se conoce su terminación: "Vuestro nombre, general, no morirá: vivirá eternamente en el corazón de nuestros conciudadanos".

 

Coronel Elizardo Aquino

 

 

            INACCIÓN DESPUÉS DE CURUPAYTY

 

            Poco después el Paraguay sufrió un revés imprevisto: la muerte del general José Eduvigis Díaz. Fue cuando la canoa desde la que observaba a la escuadra brasileña fue alcanzada por un cañonazo. El sargento Cuatí, perteneciente a la etnia pajagua, lo acompañaba; este se echó al agua y llegó a tierra nadando, con Díaz sobre sus espaldas. El cirujano doctor Skiner debió amputarle la pierna, esfuerzo que no obtuvo el éxito esperado, ya que hubo necesidad de una segunda operación. El 7 de febrero empeoró bruscamente y falleció, no sin antes despedirse del Mariscal. "Fue el general Díaz -dice Arturo Bray- el soldado más afortunado de nuestra historia. Murió joven, en el mediodía de su gloria y prestigio; intachable su blasón de guerra, intacto y limpio el penacho de sus virtudes militares".

            Antes de terminar 1866, Tamandaré fue sustituido en el mando de la flota por el almirante Ignacio. La escuadra, que hasta entonces había operado como una fuerza independiente, quedó bajo las órdenes del nuevo jefe. Polidoro volvió a Brasil.

            El Mariscal Luis Alves de Silva, duque de Caxias, mariscal de ejército, que contaba entonces con 63 años, llegó para asumir el mando de todas las fuerzas brasileñas.

            Después de Curupayty y durante 18 meses, la escuadra y la artillería aliadas bombardeaban periódicamente las posiciones paraguayas, sin mayores resultados. En respuesta, los paraguayos hacían sonar a todo lo largo de la línea, sus "turututú,- astas vacunas- las cuales, al ser sopladas, producían un sonido infernal que irritaba terriblemente a Caxias.

            Una novedad fue la llegada de un globo aerostático desde el cual podían ser observadas las posiciones paraguayas. Solo que, al ascender se quemó y quedó destruido. Otros dos globos fueron traídos de Río. La primera ascensión tuvo lugar en junio de 1867, ante lo cual y para ocultar sus posiciones bajo el humo, los paraguayos quemaron todo lo que encontraban a mano.

            Como si todo fuera poco, en mayo de 1867 apareció en Paso Gómez un enemigo peor que la guerra: el cólera. La peste pronto se generalizó y comenzó a producir estragos en ambos bandos. El propio López cayó enfermo. El mal también llegó a la población civil y mató a miles de personas.

            En julio de 1867 fue cerrada la última ventana que permitía al Paraguay una débil comunicación con el exterior hacia el Pacífico. El 17 de ese mes, fuerzas brasileñas retomaron Corumbá, después de una cruenta acción. Mato Grosso volvió al control imperial.

            El 2 de agosto, los acorazados brasileños forzaron el paso de Curupayty. La escuadra se situó entre dicha posición y Humaitá, aguas arriba. Quedó demostrado que los cañones paraguayos no podían contra el blindaje de los acorazados. Mitre exigió que también fuese forzado el paso de Humaitá. Caxias se opuso, alegando que la operación iba a constituir la ruina de la escuadra. Los oficiales se reunieron en consejo y resolvieron desacatar la orden. Mitre se impuso, afirmando que la escuadra se hallaba bajo su dirección, como comandante en jefe del Ejército aliado. Mitre llegó a escribirle a Caxias que "si la escuadra acorazada no sirve para forzar la posición de Humaitá, que es para lo que ha sido creada, no tiene objeto alguno en esta guerra". A regañadientes, Caxias aceptó llevar a cabo la operación.

 

            TATAYIBÁ: UNA BATALLA DE JINETES

 

            El 21 de octubre de 1867 tuvo lugar la acción de Tatayibá, a una legua de Humaitá, en la que solo intervinieron fuerzas de caballería. El combate estalló cuando fuerzas al mando del mayor Bernardino Caballero fueron atacadas repentinamente por un contingente de caballería brasileño de cinco mil jinetes. Se le preparó una emboscada al destacamento paraguayo que custodiaba una caballada conducida periódicamente a ese sitio para pastar. Así ocurrió.    

            Se peleó durante cuatro horas en condiciones desiguales, hasta que los paraguayos se retiraron hacia Humaitá. Quedaron 400 muertos en el campo de batalla y numerosos heridos cayeron en manos de los aliados. En la acción, los brasileños emplearon sus nuevos rifles, que tenían el doble de alcance que los fusiles a chispa paraguayos, cuyos proyectiles solo llegaban a 200 metros. Bastaba a los brasileños retirarse un poco para disparar tranquilamente, motivo por el cual durante toda la batalla los paraguayos buscaron el combate cuerpo a cuerpo, pues así la definición quedaba confiada a la lanza y al sable.

 

 

            SEGUNDA BATALLA DE TUYUTÍ

 

            También en 1867, el 3 de noviembre, se libró la segunda batalla de Tuyutí, cuando López, en su empeño de capturar cañones enemigos, ordenó un ataque sorpresivo al campamento aliado. Para cumplir la orden se organizó una fuerza de nueve mil hombres al mando del general Vicente Barrios. La sorpresa fue lograda en el primer momento, ya que los aliados fueron sorprendidos cuando aún estaban casi todos durmiendo.

            El campamento quedó envuelto en llamas, pero los paraguayos perdieron tiempo en el saqueo de los depósitos de comestibles, lo que dio tiempo a un fuerte contraataque ordenado por el general Porto Alegre. Se combatió durante varias horas; los paraguayos perdieron unos 2.250 hombres contra 1.500 aliados. Allí pereció, entre otros, el mayor italiano Sebastián Bullo, comandante del batallón 22. Recibió un disparo de pistola desde el foso, cuando se disponía a clavar la bandera paraguaya en el reducto de Porto Alegre. Pese a estos reveses, fueron capturadas catorce piezas de artillería. El tiempo perdido en el saqueo estuvo a punto de producir un desastre similar a la primera batalla que se había librado en ese mismo lugar.

 

 

            LA ESCUADRA PASA FRENTE A HUMAITÁ

 

            El 13 de enero de 1868, el general Mitre abandonó el teatro de operaciones para no volver. Fue debido a la muerte del vicepresidente Marcos Paz. El mando del Ejército aliado quedó en manos del duque de Caxias. El jefe uruguayo Flores también dejó la contienda y retornó a Montevideo, donde fue asesinado el 19 de febrero de 1868.

            Después de una larga inacción que fue fuente de interminables recriminaciones argentinas, la escuadra brasileña se puso en movimiento y el 19 de febrero de 1868 forzó el paso de Humaitá. Tres nuevos monitores, de menor calado, habían reforzado la escuadra con miras a esta acción. Los anticuados cañones paraguayos no pudieron impedirlo, con lo que se demostró que sus proyectiles no podían contra las corazas brasileñas. El Alagoas" recibió 180 impactos y el "Tamandaré" 120, que no causaron una sola baja ni produjeron daños.

            La flotilla se aproximó a Asunción, lo que obligó al Gobierno a trasladarse a Luque por orden del Mariscal. El 22, los acorazados "Barros" y "Bahía" y el monitor "Río Grande" aparecieron frente a Asunción y abrieron fuego sobre la ciudad. Un proyectil derribó una de las torres del Palacio de López.

            Los buques fueron atacados desde las baterías de Tacumbú y loma San Gerónimo, lugar este en el que estaba emplazado el enorme cañón "Criollo". Su estruendo fue tal que los buques atacantes se retiraron río abajo.

            El problema no terminó allí porque López sospechó que la presencia brasileña tenía que ver con una conspiración, en la que probablemente estaba involucrado el inspector de armas, comandante Fernández: Hubo varios procesados por ese motivo.

 

Las baterías "Londres" que protegían la fortaleza de Humaitá

 

 

            ASALTO A LOS ACORAZADOS

 

            López nunca desistió de su proyecto de apoderarse de algunos de los buques brasileños. Al fin de cuentas, según decía, el "Cabral" y el "Herval" habían sido construidos en astilleros franceses por orden del Gobierno del Paraguay y después fueron a parar a manos brasileñas. Un nuevo intento fue confiado al capitán Ignacio Genes (1842?-1879), oriundo de Pilar, uno de los oficiales más populares del Ejército.

            Este seleccionó a 288 hombres, entre quienes se hallaban los capitanes Eduardo Vera, Manuel Bernal y Tomás Céspedes, y el alférez José Dolores Molas.

            El asalto se realizó en la medianoche del 2 de marzo de 1868. Las canoas atacantes fueron avistadas por una patrullera brasileña, la cual alertó a la escuadra. Pese a ello, Genes ordenó el abordaje. Se combatió en cubierta, hasta que el "Cabral" fue tomado, aunque con el "Herval" no se pudo hacer lo mismo. Gracias a haber quedado libre, este comenzó a cañonear al barco capturado. Un tercer acorazado atacó la cubierta con agua hirviente y los brasileños que se habían refugiado detrás de las escotillas pudieron reaccionar. Cuando se aproximaron otros buques, Genes ordenó la retirada. Casi todos volvieron, heridos, a tierra. A Genes se le rompió el sable en el combate.

            No obstante, López insistió en su proyecto de tomar los acorazados. En la segunda ocasión, su objetivo era romper el sitio de Humaitá, que ya habían llevado a cabo los aliados. Esta vez eligió como objetivos los acorazados "Barroso" y "Río Grande"; fondeados entre Timbó, posición defensiva en el Chaco aguas arriba de Humaitá, y Tuyú. La jefatura fue confiada a su antiguo ayudante, mayor Lino Cabriza, a quien acompañó el teniente Octaviano Rivarola, como segundo. En la noche del 9 de julio partieron desde el Bermejo 24 canoas, con diez hombres en cada una.

            Al aproximarse, se cubrieron de camalotes, para simular islas flotantes que arrastra la corriente.

            El grupo que atacó al "Río Grande" logró sorprender a sus ocupantes y matar a su comandante, Antonio Joaquín. Sin embargo, sus compañeros que se habían dirigido al "Barroso" fueron sorprendidos. Los marineros se defendieron desde las torres blindadas y mataron a la mitad de los atacantes. El "Barroso" se aproximó y disparó a quemarropa sobre la cubierta del "Río Grande", los mató a todos, paraguayos y brasileños. Casi todos los paraguayos murieron y 24 cayeron prisioneros. Algunos heridos, que se habían sostenido sobre los camalotes, fueron capturados después.

 

Cuartel de Paso Pucú, según un grabado francés de época.

 

Brigadier general Martín T. McMahon

 

 

            LÓPEZ SE INSTALA EN SAN FERNANDO

 

            La acción ofensiva de la escuadra brasileña al norte de Humaitá ponía a López en peligro de ser acorralado en el sur. Pilar fue ocupada en setiembre por el barón de Triunfo y por el general argentino Hornos. El pueblo fue sometido a los rigores del saqueo. Burton vio cómo se llevaban una campana de iglesia y cómo dos hombres se llevaron una imagen religiosa de tamaño natural, no sin antes vestirla como un soldado, a la cual arrastraban como si llevaran a un beodo.

            Al concluir octubre de 1867, los aliados ya se habían instalado en Tayy, aguas arriba de Humaitá. Para ello tuvieron que destruir un destacamento paraguayo que se estaba atrincherando en ese sitio. Con ello se completaba el cerco de la fortaleza.

            La consecuencia de Acayuasú y de las maniobras brasileñas fue la decisión de López de abandonar Humaitá y el cuadrilátero y organizar una nueva línea defensiva sobre el Tebicuary.

            El dos de marzo de 1868, por la tarde, el Mariscal abandonó el campamento de Paso Pucú y llegó hasta Humaitá. Después de medianoche pasó al Chaco en canoa y de madrugada tocó tierra en Timbó, una posición artillada, sobre una laguna. El río estaba muy crecido. Lo acompañaban el obispo, su plana mayor y la escolta del Acá Carayá y Acá Verá. Después le siguió el resto de la fuerza.

            Eran como cien canoas, que iban tan cargadas que, según recuerda el coronel Silvestre Aveiro, apenas salían dos pulgadas del agua. El viaje se realizó de este modo porque los acorazados bajaban a bombardear Timbó todas las noches.

            Efectivamente, un buque de guerra brasileño llegó cuando los paraguayos todavía no habían desembarcado, pero abrió fuego cuando las canoas ya habían entrado en la laguna. Desde allí se emprendió la marcha a pie, a lo largo de un camino que seguía la costa del río y que había sido construido hacía algún tiempo, precisamente en previsión de tener que realizar una retirada por el Chaco. El camino terminaba en Montelindo, prácticamente sobre la desembocadura del Tebicuary. Para la retirada, la artillería fue retirada de las trincheras. Las piezas fueron llevadas una por una y reemplazadas por piezas de cuero para despistar a los aliados. Solo fueron dejadas pocas piezas en Curupayty, en Sauce y en otros sitios que protegían los accesos a Humaitá. Desde la fortaleza, los cañones fueron llevados a través del Chaco, por caminos pantanosos y con enorme sacrificio, sobre todo en el pasaje del río Bermejo. Después, fueron llevados a las nuevas líneas del Tebicuary.

            Cooperaban con el pasaje los buques "Ygurey" y "Tacuary". Poco después, el primero de ellos fue sorprendido en medio del río y echado a pique por buques brasileños. El "Tacuary", la mejor nave de guerra de la armada, logró terminar su misión de hacer pasar la artillería, ya bajo fuego de la escuadra enemiga. Una vez cumplida dicha tarea, sus propios hombres retiraron las válvulas de las bombas y se hundió. En las épocas de bajante extraordinaria todavía se ven hasta hoy los restos de aquel vapor.

 

 

            ABANDONO Y CAÍDA DE HUMAITÁ

 

            El cuadrilátero, donde se habían librado las mayores batallas de la guerra, había sido abandonado por los paraguayos. Las antiguas líneas ya estaban evacuadas para fines de marzo, y sus hombres y cañones concentrados en Humaitá. La fortaleza había quedado al mando del coronel Paulino Alén, con tres mil hombres y 200 piezas de artillería.

            Los aliados comenzaron a estrechar el cerco y se libraron violentos combates en las proximidades. Uno de ellos tuvo lugar cuando, el 15 de julio, el general Osorio intentó tomar Humaitá a viva fuerza, con más de diez mil hombres.

            El asalto fue dirigido hacia las trincheras del norte, al mando del coronel Pedro Hermosa, quien pudo resistir con éxito, lo cual causó bajas importantes para el enemigo. Casi todos los ayudantes de Osorio, menos uno, murieron en la acción. Incluso su caballo fue abatido. Osorio subió a otro y retornó a su base. Aunque llegaba con el poncho de vicuña acribillado de balas, él resultó ileso.

            El 18 de julio tuvo lugar otro combate de gran violencia en Acayuasá, en territorio chaqueño. Ese día, el coronel Bernardino Caballero emboscó con éxito a una fuerza aliada que realizaba un reconocimiento hacia Reducto Corá, una posición artillada cerca de Timbó, en el Chaco, próxima a Humaitá. La columna paraguaya estaba integrada por soldados "acá morotí"; así llamados porque usaban sombreros de paja en vez del tradicional quepis. La fuerza enemiga estaba comandada por Martínez de Hoz y Campos. El primero de ellos murió en la refriega y el segundo cayó prisionero.

            Este moriría después, prisionero.

            Los paraguayos, al ver desorganizado al enemigo, lo persiguieron un trecho, pero fueron rechazados por el general Rivas. En premio, López ascendió a general al coronel Bernardino Caballero. Los que tomaron parte en la acción fueron condecorados. Finalmente, López ordenó la evacuación de Humaitá, cuya defensa se había vuelto insostenible. El portador de la orden fue el entonces capitán Patricio Escobar (1843-1912), después general y finalmente presidente de la República. Escobar debió recorrer parte del camino a pie, por el Chaco, porque al caballo se le habían agotado las fuerzas. El cruce del río lo realizó en una embarcación improvisada, disimulada bajo una capa de camalotes.

            El comando ya había sido pasado de Alén al coronel Francisco Martínez (1831-1871), un hombre apuesto, alto y rubio, de imponente barba, oriundo de Villarrica. Alén se había pegado un tiro, al parecer abatido por la situación, pero no pereció enseguida. La maniobra final de retirada comenzó en la noche del 23 de julio, mientras las bandas militares interpretaban músicas alegres, en vísperas del cumpleaños del Mariscal. Incluso hubo un baile, en celebración de esa fecha.

            La música continuó hasta que se completó la evacuación sin que los aliados se diesen cuenta de ello. El pasaje del río se realizó a una península cubierta de árboles, formada por el río Paraguay frente a Humaitá, conocida como isla Po’i. Entre la península y la tierra firme chaqueña se extendía la laguna Verá, que llegaba hasta cerca de Timbó, ocupada por los paraguayos. La guarnición, que ya se hallaba del otro lado del río, debía pasar a tierra firme.

            Como los aliados no se percataron de la maniobra, el resto de la guarnición salió el 24 de Humaitá. Los últimos en salir fueron 50 hombres que se hallaban en la trinchera del este de la fortaleza, quienes abrieron fuego hasta el último momento para ocultar su maniobra. Desde el otro lado del río vieron que entraba a su antiguo reducto una fuerza de caballería enemiga, que constataba la evacuación paraguaya. Cuando entró el grueso de los aliados, Humaitá estaba vacía.

            Pronto Humaitá se convirtió en un bullicioso campamento donde alternaban comerciantes, rufianes y en todas partes, "ya sea a pie o a caballo, aparecían las enaguas y los trajes de montar de las representantes de una profesión inconfundible".

            El atuendo preferido estaba confeccionado en seda brillante, tal como lo informó el escritor británico Richard Burton, quien acompañó al Ejército aliado en esta etapa de la guerra. Sus "Cartas desde el Paraguay" son uno de los documentos más interesantes escritos por un testigo presencial.

            La segunda fase consistía en pasar, a través de la laguna, a tierra firme chaqueña y allí tomar el camino hasta el sitio donde debía volver a pasarse el río, para llegar a San Fernando. Los primeros en pasar fueron las mujeres y los niños. El 26, los aliados comenzaron a reaccionar. El almirante barón de Inhaúma envió lanchas de vapor artilladas que entraron en la laguna y, con la protección de los cañones de la escuadra, atacaron a los paraguayos. Se sucedieron violentos combates nocturnos en la laguna, entre los que trataban de salir y los que querían impedirlo.

            Las canoas paraguayas dejaban a sus ocupantes en el Chaco y volvían para llevar al resto de sus compañeros. Muchos perecieron en el intento.

            Unas chatas paraguayas que tenían la misión de proteger el paso fueron destrozadas por él fuego de los buques brasileños. Sus tripulaciones fueron reemplazadas una y otra vez. En uno de esos reemplazos, el teniente Urdapilleta encontró todavía vivo al alférez Alcaraz, un hombre de edad avanzada.

            Estaba acribillado a balazos, la espina dorsal rota y las rodillas en pedazos. Su chata parecía un colador, de tantos agujeros de bala que exhibía.

            Cuando se sintió morir, le exigió al sargento Segovia, a quien dejaba el mando, que "en ningún caso se rindiera y antes prefiera hundirse en la laguna". Todavía tuvo tiempo de decir en guaraní, jocosamente: "Estos hijos del diablo se han de reír mucho de nuestros buques de guerra si llegasen a poseerlos". En la chata de Alcaraz ocurrieron hechos asombrosos. Un soldado, que había sido clavado contra la embarcación por la baqueta del fusil de un aliado, siguió disparando hasta que perdió las fuerzas y murió.

            Con el paso de los días iban mermando las canoas. La última operación tuvo lugar el 30, por la noche. Las canoas embistieron a las embarcaciones aliadas, pero fueron rechazadas mientras morían en el intento la mayoría de sus ocupantes. Los 1.800 sitiados en Isla Po'i se dispusieron a vender caras sus vidas, al mando de su jefe, coronel Francisco Martínez. Pese a que no habían comido nada desde que abandonaron Humaitá, resistieron con un coraje ejemplar. Muchos ni siquiera podían mantenerse en pie.

            Después de trece días de resistencia, la situación de los sitiados en isla Po'i se volvió desesperante. Hacía días que no probaban bocado y varios habían muerto de hambre. Los paraguayos tuvieron que comer los arreos de los caballos y el cuero de las cananas.

            Cuando escasearon los proyectiles de artillería, rompieron los fusiles de los muertos y fabricaron metralla con los fragmentos. Rivas intimó dos veces rendición a Martínez.

            Por último, ya sin proyectiles, con sus soldados sin fuerzas para el combate con arma blanca, Martínez decidió rendirse. Para ello hubo una reunión el 5 de agosto.

            Cuando fue a hablar con el general uruguayo Rivas, jefe de la fuerza sitiadora, apenas podía pronunciar palabra, de tan débil que estaba. Aun en ese estado, Martínez exigió que sus hombres no fuesen obligados a tomar las armas contra sus compatriotas, como ya había ocurrido en otras ocasiones.

            Rivas accedió y los paraguayos se rindieron el 5 de agosto. Los oficiales fueron autorizados a conservar sus espadas y a los soldados conservar sus armas. Las tropas aliadas rindieron honores a la columna de esqueléticos paraguayos que capitulaba, muchos de ellos con sus heridas agusanadas. Varios eran llevados en camillas. Rivas, emocionado, abrazó a Martínez y le obsequió un rebenque chapeado a cambio del poncho de vicuña que llevaba aquel.

            Lamentablemente, pese a estos hechos heroicos, un oficial que logró salir de Isla Po'i le dijo al Mariscal que Martínez no pasó porque no quiso, pese a que tuvo tiempo de sobra para ello. López concluyó que el jefe paraguayo era un traidor. Su esposa, Juliana Ynsfrán, fue apresada por supuesta complicidad en este hecho. Más tarde fue ejecutada, después de pasar largos padecimientos.

 

 

Coronel José María Aguiar

 

            SAN FERNANDO

 

            El Ejército paraguayo había llegado ya en marzo a San Fernando, al norte de la desembocadura del Tebicuary. San Fernando pasó a la historia porque allí se llevó a cabo un proceso a varios supuestos conspiradores, consecuencia de lo cual se dictaron sentencias de muerte contra unas 368 personas. La conspiración de San Fernando es un episodio sobre el que se discute hasta hoy. Según el coronel Aveiro, el complot existió, y había sido preparado desde tiempo atrás, con participación del propio hermano del Mariscal, Benigno López; de su cuñado, Saturnino Bedoya; del ministro de Relaciones Exteriores, José Berges, y de otras personalidades.

            Según las memorias de Aveiro, se había constituido un comité directivo de doce personas, dos por cada nacionalidad de las representadas en el país. La conspiración partía del supuesto de que el mariscal López iba a quedar encerrado en el cuadrilátero, y que aun pudiendo salir, no tendría mucha gente que lo acompañara, por lo que sería fácilmente capturado. Supuestamente, el propio Caxias estaba en conocimiento de la trama.

            En algún momento se decidió apuñalar al Mariscal cuando salía de la misa en la capilla del Ejército. Descubierto el plan, se detuvo a varios de los sospechosos. Bedoya falleció poco después, al negarse a comer y como consecuencia de los malos tratos sufridos. Durante el proceso, otro hermano del Mariscal, Venancio López, involucró a la propia madre, doña Juana Pabla Carrillo, y al representante de los Estados Unidos, Sr. Washburn.

            Más tarde fueron procesados el propio obispo Palacios, quien había insistido al Mariscal que se colgase a todos los acusados, y el general Vicente Barrios. Este último, al enterarse de que se hallaba entre los sospechosos, se cortó el cuello con una navaja de afeitar y cayó sobre su esposa a quien, previamente, le dijo: "Tú me has querido ver de este modo". Empero, Barrios no murió, aunque perdió la voz y quedó con las facultades mentales alteradas.

            El propio obispo declaró después que había sido iniciado en el complot por el general Barrios. El consejo de guerra, presidido por el coronel Felipe Toledo, dictó la pena de muerte para todos los complotados. El Mariscal pidió conmutación de la pena para sus tres hermanos, Venancio, Rafaela de Bedoya e Inocencia de Barrios. Cuando su madre trató de verlo, el Mariscal le hizo decir que "no convenía que se molestara para ver a un hijo suyo que conservaba la vida más por la voluntad de Dios que por las bendiciones de ella". Finalmente ambos se reunieron, pero nunca se supo lo que hablaron, porque López ordenó a sus ayudantes que se retiraran a distancia.

            Las ejecuciones de los condenados se realizaron entre el 19 de junio y el 14 de diciembre, en vísperas de la batalla de Itá Ybaté. Concluyó así uno de los episodios más dramáticos de la guerra, que hasta hoy no ha sido definitivamente aclarado.

            Mientras tanto, López ordenó la evacuación del Mato Grosso. Los vapores y tropas que estaban allí estacionados fueron a incorporarse al grueso del Ejército. Solo quedó un escuadrón de caballería sobre el río Apa.

            También se incorporaron tropas que estaban en Villa Encarnación; quedó solamente un escuadrón de caballería para vigilancia. Por su parte, los aliados efectuaron su primer reconocimiento el 8 de junio de 1868.

 

 

 

            CAMPAÑA DE PIKYSYRY

 

            Luego de la caída de Humaitá, las posiciones del Tebicuary quedaron bajo amenaza. El 26 de agosto, López evacuó esta posición para ocupar otra, sobre el Pikysyry, el desagüe norte del Ypoá. Este curso de agua comienza como un ancho estero y termina convertido en una corriente de gran profundidad que desemboca en el río Paraguay, cerca de Angostura. Se trataba de un terreno pésimo, que ofrecía buenas condiciones para la defensa. El Ejército llegó a esta posición a comienzos de setiembre.

            La trinchera se apoyaba en Angostura, en su extremo derecho, y en su izquierdo, en los esteros de Itá Ybaté. El terreno frente a las trincheras fue despejado y talados los árboles para ofrecer un buen campo de tiro. La artillería tenía entre 76 cañones según Resquín y más de cien según Thompson.

            Se ordenó la construcción de una batería sobre el paso de Angostura, en el río Paraguay. Allí se incorporó gran parte de la guarnición de la capital, y hasta el enorme cañón "Criollo" fue traído de su emplazamiento original -Itá Pyta Punta- hasta la nueva posición. Los cañones fueron distribuidos en dos baterías, distantes 750 metros una de otra.

            El mismo día de la evacuación de San Fernando, la vanguardia aliada, al mando del barón de Triunfo, llegó hasta el Yacaré, un arroyo que desemboca en el Tebicuary. Una columna de 200 hombres al mando del capitán José Matías Bado trató de resistir, pero fue destrozada. Bado ocupó nuevas posiciones sobre un paso del Tebicuary, pero tampoco pudo resistir a un nuevo ataque, el 28. El destacamento fue diezmado después de una empecinada defensa.

            Bado cayó prisionero, aunque con numerosas heridas graves. Algunos paraguayos que revistaban en el Ejército aliado se le acercaron y en señal de simpatía, juntaron cinco libras esterlinas y se la ofrecieron "para cigarros". Ofendido, rechazó el obsequio diciéndoles "que las guardaran nomás, no sea que esas libras me vayan a quemar las manos". También rechazó la oferta de sanarse entre los paraguayos de la Legión, contestando que prefería quedarse con los brasileños. Falleció al día siguiente. Bado fue uno de los guerreros más prestigiosos del Ejército paraguayo. Para no atacar de frente las trincheras de Pikysyry, Caxias ordenó una maniobra de envolvimiento. El Ejército brasileño cruzó al Chaco a lo largo de un camino construido apresuradamente, y se presentó al norte de las trincheras de Pikysyry y frente a San Antonio.

            El 5 de diciembre, 18 mil hombres al mando de Caxias volvieron a cruzar a la Región Oriental y se apoderaron de San Antonio. Caxias se dispuso entonces a atacar al grueso del Ejército paraguayo en Itá Ybaté. En su itinerario le cerró el paso una fuerza de cinco mil hombres atrincherados sobre el arroyo Ytororó, al mando de Caballero.

            En el intento brasileño de tomar el puente sobre el arroyo se entabló una violenta batalla el 6 de diciembre, durante la cual cayó muerto el jefe de la fuerza atacante, coronel Machado. Los brasileños realizaron tres asaltos al puente, que fueron sucesivamente rechazados y respondidos con otros tantos contraataques. Cayeron heridos el general Gurgeao y el mariscal Argolo.

            El propio duque de Caxias, comandante aliado, exasperado por la resistencia paraguaya, asumió personalmente el ataque, al frente de sus hombres, mientras que su caballo cayó muerto. Más tarde, ante este ejemplo de temeridad, los brasileños recuperaron sus fuerzas e iniciaron una nueva embestida. En un momento dado pareció que Caxias iba a ser capturado, ya que un soldado negro que había caído bajo un caballo pidió a gritos: "Nao maten, eu direi onde istá o Caxias". Caballero ordenó la retirada cuando vio amenazada su retaguardia. Los paraguayos perdieron 1.200 hombres contra casi tres mil aliados.

            Días después, el 11 del mismo mes, Caballero volvió a ser atacado por 17 mil hombres en el paso de Avay, sobre el camino real a Villeta. La orden era defender los vados del arroyo, pero la posición era muy vulnerable. Apercibido de ello, López ordenó abandonar el lugar, pero ya los brasileños estaban preparándose para atacar. El coronel Serrano impuso su opinión de resistir allí, porque de retroceder en campo abierto, igual iban a morir todos por la espalda.

            Se resolvió, pues, combatir. Los paraguayos fueron aniquilados y solo un pequeño grupo, formado en cuadro, se dispuso a vender cara la vida bajo una intensa lluvia que había vuelto inofensivos los fusiles de chispa. El puñado de hombres se abrió paso combatiendo con arma blanca. En un momento dado, Caballero estuvo a punto de ser capturado, pero logró ponerse a salvo arrojando a sus enemigos sus espuelas de plata y el poncho. Mientras los otros se arrojaban sobre el botín, el jefe paraguayo pudo escapar.

            Muy pocos se salvaron y se refugiaron en los montes. Quienes no murieron en el combate fueron degollados o lanceados. Hubo como tres mil paraguayos muertos. Cayeron mil prisioneros, de los cuales 600 estaban heridos. Unas trescientas mujeres que se hallaban bajo la protección del Ejército paraguayo fueron tomadas como botín de guerra.

            Lo ocurrido en Avay es definido por el general Garmendia como "un suceso que repugna a la conciencia humana". Y agrega: "Como combate, como lucha varonil, nunca será la batalla de Avay la mayor gloria de la alianza". El Ejército aliado se instaló después en Villeta.

 

 

 

LA GUERRA CONTRA LA TRIPLE ALIANZA 

Por HELIO VERA

Capítulo 11 - Fascículo 19

 

 

            ITÁ YBATÉ

 

            En diciembre de 1868, con el desembarco aaliado en San Antonio, el Ejército paraguayo había quedado prácticamente rodeado. Ante la inminencia de un ataque definitivo, se organizó un dispositivo de defensa desde Angostura, sobre el río Paraguay, hasta Lomas Valentinas. Ambos sectores estaban unidos por la línea fortificada de Pikysyry. El cuartel general paraguayo quedó instalado en Itá Ybaté.

            López tenía 4.600 hombres bajo su mando directo, con los que se disponía a resistir la embestida de los 25 mil de Caxias.

            Antes de comenzar la inminente batalla, López ordenó el fusilamiento de varias personalidades acusadas de alta traición: el obispo Manuel Palacios, el ex canciller José Berges, el ex ministro de Guerra y Marina Vicente Barrios, quien también era cuñado del Mariscal, y varios más. No fueron los únicos. A estos se sumaron muchos más, ejecutados antes o después de la gran batalla.

            El ataque comenzó a las 3 de la tarde del 21 bajo una lluvia intermitente. Primeramente fue destrozada la línea de defensa del Pikysyry, defendida por 680 niños, quienes perecieron en su mayoría. El avance brasileño se realizó en dos columnas contra las posiciones paraguayas, que habían sido construidas apresuradamente. El primer asalto fue rechazado, pero el segundo llegó hasta las trincheras, donde se peleó con arma blanca, en medio de una enorme confusión. Allí murió el coronel Valois Rivarola (1845?-1868), quien se presentó a la lucha pese a estar herido de un balazo en el cuello, recibido durante la batalla de Abay.

            El ataque llegó a cien metros del cuartel general de López, pero fue rechazado por la intervención de una reserva constituida por unos 500 rifleros. Al arreciar la presión, entró en combate la escolta presidencial de unos 400 hombres, al mando del anciano coronel Felipe Toledo (1794-1868), oriundo de Areguá, quien, con sus 75 años, no vaciló en encabezar la carga, en la cual sucumbió. El mariscal López no se movió de su sitio, ni siquiera cuando los aliados se aproximaron a media cuadra. Un balazo se llevó la punta de la corbata de López y la desató. En otro momento, un disparo mató al caballo de uno de sus ayudantes.

            Al caer la noche, Caxias ordenó la retirada para reorganizar sus fuerzas, que habían sufrido cinco mil bajas. Pero el Ejército paraguayo, que había perdido unos cuatro mil hombres, ya no podía reponer los claros: apenas tenía 90 combatientes ilesos. Los días 22 y 23, López siguió empeñando una porfiada resistencia, gracias a algunos refuerzos. Pero, al mismo tiempo, nueve mil soldados argentinos se habían sumado a la lucha.

            López, pensando que esa era la batalla final, dictó testamento a favor de Madame Lynch (1835-1886) y la envió con sus hijos a Piribebuy, junto con el ministro norteamericano general Mc Mahon. El amanecer del 24, los jefes aliados intimaron a López a rendirse y lo responsabilizaron de la sangre derramada. El Mariscal reunió a todos los jefes y oficiales y sometió la propuesta a su consideración.

            Por unanimidad, todos eligieron la resistencia. López dictó entonces una nota de respuesta, considerada uno de los documentos más extraordinarios de la guerra. En ella rechazaba la intimación y proponía terminar la guerra con bases honorables para todos. Y advertía que "cada gota que cae en la tierra es una nueva obligación para los que sobreviven". Y agregaba más adelante: "VV.EE. No tienen el derecho de acusarme ante la República del Paraguay, mi patria, porque la he defendido, la defiendo y la defenderé todavía. Ella me impuso ese deber y yo me glorifico de cumplirlo hasta la última extremidad, que en lo demás, legando a la historia mis hechos, solo a Dios debo cuenta.

Y si sangre ha de correr todavía, Él tomará cuenta a aquel sobre quien haya pesado la responsabilidad".

            Sin artillería, casi sin hombres en condiciones de combatir, solo le quedaba a López una fuerza fantasmal de niños, ancianos y heridos.

            El ataque final comenzó a las 6 de la mañana del 27, precedido por un bombardeo de 40 piezas de artillería. La infantería argentina llegó a una cuadra del lugar donde estaba López.

            Finalmente, cuando había sido destrozada toda resistencia, López abandonó Itá Ybaté, seguido de un centenar de hombres. Se desplazó cabalgando lentamente, a la vista del enemigo, por Potrero Mármol, el único sitio que no había sido ocupado por los aliados. Este hecho sigue siendo inexplicable hasta hoy, porque los brasileños podían aniquilar al grupo muy fácilmente. Gracias a ello, López pudo llegar hasta Cerro León y seguir promoviendo una resistencia que todavía duraría quince meses.

            Algunos creen que los brasileños dejaron premeditadamente abierta la salida por Potrero Mármol para permitir que los comerciantes siguieran sus buenos negocios con el aprovisionamiento. En Lomas Valentinas fue herido en la boca el general Osorio, el más querido y valiente de los jefes aliados. Debido a ello, tuvo que regresar a su país para reponerse. Por otra parte, a consecuencia de una herida recibida en esa batalla, aunque con complicaciones vinculadas con el tifus, el 21 de diciembre pereció en el Paraguay el brigadier José Joaquim de Andrade Neves, barón de Triunfo. Con alrededor de 60 años, se lo consideraba el mejor jinete del Ejército brasileño.

 

Ya Asunción ha sido tomada por los aliados y el pabellón brasileño

ondeo en el palacio convertido en el "... cuartel de la Caballería riograndense".

Transcurrián los primeros días de 1.869

 

 

            RENDICIÓN DE ANGOSTURA

 

            Al terminar la batalla de Itá Ybaté, los aliados se presentaron, por tierra y agua, frente al reducto de Angostura. Allí estaban unos 1.300 hombres al mando el coronel Jorge Thompson (1840-1876) y el mayor Lucas Carrillo, pero solo 800 de ellos estaban en condiciones de pelear. No se sabía nada de la derrota de Itá Ybaté, por lo que una comisión fue enviada hasta el campo de batalla para verificar este hecho. Una vez recibido el informe, el coronel Thompson sometió la propuesta de rendición enviada por los aliados, a los jefes, oficiales y soldados bajo sus órdenes.

            Todos, salvo un teniente de apellido Fleitas, aceptaron capitular, considerando que la guerra debía darse por terminada. Esto se produjo el 30 de diciembre, al mediodía. Los prisioneros de Angostura fueron divididos entre las tres fuerzas aliadas. Muchos fueron obligados a combatir contra sus compatriotas.

            Ya no había enemigos frente al Ejército aliado. López se había dirigido a Cerro León y carecía de fuerzas para oponer ninguna resistencia. Una pequeña columna aliada hubiera podido destruir a ese puñado de hombres. Sin embargo, en vez de tomar esa decisión, se optó por ocupar Asunción, para someterla al saqueo.

            Frente a este hecho, el historiador paraguayo Efraím Cardozo reflexiona que "parecían sus comandantes no interesados en la terminación de la guerra, sino en consumar la destrucción del Paraguay".

 

 

 

            ASUNCIÓN, BOTÍN DE GUERRA

 

            El 5 de enero, los brasileños, al mando del duque de Caxias, entraron a una Asunción silenciosa y desierta. La ciudad fue sometida al saqueo, que se prolongó durante varios días. El puerto se llenaba de embarcaciones repletas del botín, que incluía muebles y todo objeto considerado de valor. Los propietarios habían evacuado la ciudad hacía meses, pero no se llevaron sino lo mínimo para sobrevivir, en consecuencia, sus casas quedaron con todo su equipamiento.

            Hasta los locales de las legaciones y de los consulados, incluyendo los que pertenecían a las naciones aliadas, fueron saqueados. Las iglesias, algunas ricamente alhajadas, también cayeron bajo la ley del vencedor. Ni siquiera los cementerios escaparon de la voracidad de la soldadesca, y muchas tumbas fueron abiertas para ser despojadas de las joyas y vestimentas con las que solían ser enterrados los cadáveres. Muchas casas fueron parcialmente demolidas en busca de objetos de valor supuestamente escondidos entre sus paredes. Pianos, tapices, cubiertos de plata, imágenes religiosas y hasta la carroza presidencial fueron a parar a las capitales aliadas.

 

Capitán José Dolores Molas

 

 

Saturio Ríos, de 18 años cuando la guerra

"... apasionado por el arte, culto y distinguido".

Fue telegrafista e inventor de los más ingeniosos aparatos

para el servicio de comunicación del Ejército paraguayo.

Fue nombrado teniente honorario por López,

quien lo condecoró además con la Estrella de Caballero

de la Orden del Mérito

 

 

            EL ÚLTIMO EJÉRCITO PARAGUAYO

 

            Mitre había dejado hacía tiempo el teatro de guerra. En la Argentina, mientras tanto, se habían realizado las elecciones para elegir su sucesor. No tuvo éxito en imponer la candidatura de Rufino de Elizalde, por lo que resultó triunfante Domingo Sarmiento, quien asumió funciones el 12 de octubre.

            Para el duque de Caxias, la guerra había terminado en Itá Ybaté y por ello, el 18 de enero siguiente, retornó definitivamente a su país. Se notaba en demasía su disgusto contra el emperador por su empecinamiento en continuar la guerra. Caxias fue sustituido por el conde D'Eu, príncipe de la casa D'Orleans, esposo de la princesa heredera.

            López, que había llegado a Azcurra el 1° de enero de 1869, comenzó a formar nuevos contingentes. Allí, grupos dispersos de hombres comenzaron a concentrarse. Inclusive un contingente al mando del mayor Patricio Escobar, tuvo que cruzar el estero del Ypecuá, infestado de alimañas. Muchos perecieron en el intento.

            Poco tiempo después, unos doce mil hombres se congregaban en Azcurra a las órdenes del Mariscal. Ocupada Asunción, la capital provisoria fue trasladada a Piribebuy. En Caacupé comenzó a funcionar un nuevo arsenal, donde fueron fundidos varios cañones para sustituir a la artillería que había caído íntegra en Itá Ybaté. En vez de los periódicos que aparecían anteriormente, comenzó a publicarse "La Estrella".

            Los aliados iban tomando bajo su control -casi todo el Paraguay. Los ríos ya se hallaban íntegramente en su poder. El 15 de agosto de 1869, era integrado en Asunción un gobierno provisorio encabezado por un triunvirato. Formaban parte del mismo Cirilo Antonio Rivarola, Carlos Loizaga y José Díaz de Bedoya. Uno de sus primeros decretos declaró fuera de la ley al mariscal López, quien fue calificado como «enemigo del género humano».

 

            PIRIBEBUY Y ACOSTA ÑU

 

            Para introducir una cuña entre la capital provisional Piribebuy y el campamento de Azcurra, el conde D'Eu fue enviado a tomar aquella población. Para ello partió de Pirayú con veinte mil hombres. La plaza de Piribebuy, defendida por dos mil hombres al mando de Pedro Pablo Caballero, fue sitiada el 11 de agosto de 1869 y atacada el 12. Previamente, Caballero rechazó la propuesta de rendición.

            El asalto comenzó al amanecer y se combatió encarnizadamente durante cinco horas. El propio general Mena Barreto, montado sobre un alazán, se colocó al frente de los atacantes en el sector norte de las trincheras. En el tercer asalto recibió un disparo mortal del cabo Gervasio León, pero finalmente sus fuerzas quebraron la defensa, en la que incluso intervinieron mujeres y niños.

            Cuando D'Eu se enteró de la muerte de Mena Barreto, ordenó el inmediato degüello de Caballero y del jefe político Patricio Mareco. Como una represalia adicional, fue quemado el hospital de sangre, lleno de heridos, quienes perecieron entre las llamas. Muchos prisioneros fueron degollados. Entre las bajas del combate se contaba al maestro Fermín López, que había venido de Villarrica encabezando una fuerza integrada por muchos de sus alumnos. En Piribebuy los aliados se apoderaron del Archivo Nacional y de numerosas piezas de oro y plata del tesoro de las iglesias.

            La caída de Piribebuy obligó al Mariscal a evacuar el campamento de Azcurra y comenzar la retirada hacia el norte. El éxodo comenzó el 18 de agosto, a las cinco de la tarde, con lo que comenzaba la etapa más trágica de la guerra. Para proteger el parque se organizó un contingente de cuatro mil niños, de doce a quince años, al mando del general Bernardino Caballero, a quien acompañaban veteranos como los coroneles Moreno y Florentín Oviedo y el teniente coronel Franco.

            El 16 de agosto, la columna fue alcanzada y rodeada en Acosta Ñu por la poderosa fuerza aliada. La resistencia opuesta por este extraño ejército de niños, muchos de los cuales se habían pintado las mejillas para simular barbas inexistentes, fue admirable. Se combatió durante todo el día, desde el amanecer hasta las cinco de la tarde. Solo los heridos y los que se habían derrumbado, exhaustos, fueron tomados prisioneros. Caballero pudo escapar, junto con pocos hombres.

            Para proteger la retirada del grueso del Ejército, una fuerza de 1.200 hombres se atrincheró al norte de Barrero Grande, en Ca’aguy Yurú. Allí fue atacada al amanecer por cinco mil aliados, al mando del general Carneiro. La fuerza atacante arrolló a la débil defensa. Dos jefes y 16 oficiales fueron degollados en represalia por la muerte en combate de dos ayudantes muy estimados por el jefe brasileño.

            Ese mismo día, los aliados llegaron a Caraguatay, donde, en aguas del arroyo Yhaguy, afluente del Manduvirá, se habían refugiado los restos de la escuadra paraguaya. Los marinos paraguayos se defendieron resueltamente y, en cumplimiento de las instrucciones recibidas, quemaron los buques antes de retirarse. Allí quedaron el "Ypóra", el "Paraná", el "Río Apa", el "Salto Guairá", el "Pirabebé" y el "Amambay".

            Los marinos, que desde entonces combatieron como infantes, alcanzaron a la columna principal en retirada.

 

Batalla de Lomas Valentinas en la que el Mcal. López dirigió personalmente

a sus huestes. Óleo del pintor D. Hequet conservado en el

Museo Histórico de Montevideo

 

Mayor Patrico Escobar

 

 

            SAN ESTANISLAO: CAPITAL PROVISIONAL

 

            Como ya se mencionara, la retirada hacia el norte es uno de los acontecimientos más dramáticos de nuestra historia. La columna iba dejando a su paso un tendal de muertos y heridos graves abandonados a su suerte. La situación se volvió crítica sobre todo a fines de noviembre, cuando la captura de Concepción bloqueó al Ejército toda posibilidad de recibir alimentos.

            En su itinerario, López llegó el 19 de agosto a Arroyo Hondo y el 21 pernoctó en Unión. Al día siguiente llegó a San Estanislao. Allí los coroneles José María Delgado y Francisco Roa fueron ascendidos a brigadieres generales, y los brigadieres generales Bernardino Caballero y Francisco Resquín, a generales de división. En ese lugar se descubrió un complot armado para asesinar al mariscal López. Un joven alférez, de apellido Aquino, era el encargado de matar al Mariscal.

            Una vez preso, fue interrogado por el propio López; el joven le confirmó el plan. El Mariscal le dijo que no había tenido suerte, a lo que Aquino respondió: "Netenonde michimi orehegui" (Vuestra Excelencia nos ganó la delantera).

            Como consecuencia de este episodio hubo varias ejecuciones, incluyendo la del coronel Mongelós, jefe de la escolta, y de su segundo, el mayor Riveros. Se lo acusó de negligencia: el complot se había organizado en su unidad y él no estaba enterado.

            El cuartel de la escolta fue rodeado con tropas de infantería al mando del general Caballero y detenidos todos los oficiales, la mayor parte del Acá Verá, señalados como conspiradores. Unos 60 fueron fusilados por la espalda, a excepción de Mongelós y Riveros. Según Centurión, el propio López estuvo al mando del pelotón de fusilamiento. Al concluir las ejecuciones, el Mariscal fue a orar al templo.

            El Ejército abandonó San Estanislao y marchó a San Isidro de Curuguaty, la cual el 31 de agosto fue declarada capital provisional de la República. Allí se instaló el vicepresidente Sánchez. Al mismo tiempo, el Ejército reanudó la marcha hacia el norte. El contingente pasó después por el Capi'ibary y en octubre el Ejército acampó sobre el Tandey. Allí fue descubierto un nuevo complot para asesinar al Mariscal, de resultas del cual se ordenaron nuevos apresamientos y ejecuciones. Entre los detenidos se hallaban el coronel Hilario Marcó y Venancio López, hermano del Mariscal, así como algunos oficiales de la plana mayor. La propia madre del Mariscal, Juana Pabla Carrillo, quedó comprometida por las declaraciones de algunos presos. Marcó fue ejecutado en Zanja Hu y Venancio López pereció víctima de los malos tratos.

            Los brasileños se habían lanzado en la persecución de López. El encargado de la misión fue el general Correa da Cámara, quien llegó a Concepción el 10 de octubre. Para noviembre, cuando fue designado comandante de las fuerzas de la región, disponía de 4.500 hombres y 24 cañones.

 

General José María Delgado

 

 

El paso de Azcurra. Grabado publicado en la revista norteamericana

"Harpee´s New monthly Magazine", en 1870

 

            CERRO CORÁ

 

            Finalmente, López llegó el 8 de febrero a Cerro Corá, un pequeño anfiteatro bañado por el Aquidabán Nigüí y protegido por cerros y bosques espesos.

            Solo había dos sitios de ingreso, que fueron protegidos por fuertes retenes: uno, sobre el Aquidabán, que quedó bajo la custodia del coronel Moreno, y otro sobre el Chirigüelo, bajo el control del general Francisco Roa.

            La última revista de las tropas paraguayas, según el parte del jefe de Estado Mayor, coronel Juan Francisco López, había arrojado un total de 413 hombres, incluyendo 104 jefes y oficiales, y 305 clases y soldados. El único que conservaba su banda era el batallón 40.

            El 25 de febrero el mariscal López creó una medalla conmemorativa de los combatientes de la campaña de Amambay. Alrededor de la estrella nacional, una inscripción circular en el anverso diría: "Venció penurias y fatigas". En el reverso, la inscripción circular "El mariscal López"; y en el centro, "Campaña de Amambay 1870".

            El 1° de marzo de 1870, el campamento fue atacado por una fuerza expedicionaria de 4.500 hombres al mando del general Correa da Cámara. Las guardias que protegían el campamento fueron fácilmente arrolladas. La vanguardia brasileña estaba al mando del coronel Da Silva Tavares, que destrozó rápidamente el desesperado intento de resistencia paraguaya. El combate duró unos diez minutos.

            El Mariscal retrocedió, acompañado de algunos oficiales, pero fue alcanzado por los brasileños. Recibió un lanzazo en el vientre del cabo Lacerda y un sablazo en la frente, proveniente de otro hombre. Murieron, tratando de defenderlo, el capitán Francisco Argüello y el alférez Chamorro. Ya herido, se retiró hacia el Aquidabán Nigüí, escoltado por algunos hombres, quienes lo dejaron solo, a su pedido, a la sombra de la barranca. Allí llegó el general Correa da Cámara, quien le intimó a rendirse.

            La respuesta, al mismo tiempo que intentaba una estocada contra el jefe enemigo, fue «Muero con mi patria». Entonces se abalanzó sobre él, para arrebatarle la espada, un soldado brasileño. Otro soldado aprovechó un momento del entrevero para dispararle un tiro de fusil que le atravesó el corazón.

            En Cerro Corá también murieron su hijo, el joven coronel Juan Francisco López; el vicepresidente Sánchez, el general Francisco Roa y varios otros jefes y oficiales. Algunos fueron ejecutados después de ser tomados prisioneros. De todos modos, hubo 254 prisioneros, entre ellos los generales Resquín y Delgado. Entre los sobrevivientes se hallaban los coroneles Silvestre Aveiro (1839-1919) y Juan Crisóstomo Centurión, este último gravemente herido. Había recibido un disparo que le atravesó la cara y casi le partió la lengua. Un hecho casual salvó la vida de otro de los generales, que habría de cumplir un papel de enorme relevancia en el proceso político posterior a la guerra: Bernardino Caballero. Había sido enviado por López a Dourados para recoger ganado. Fue tomado prisionero días después.

            Con Cerro Corá concluyó la guerra, que dejó a un país devastado, su territorio cercenado por el Tratado de la Triple Alianza, su población reducida al mínimo y con la moral abatida por la derrota. Comenzaba una nueva era.

 

General Bernardino Caballero

 

Capitán Florentín Oviedo

 

General Ignacio Genes

 

 

 

 

 

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Registro: Setiembre del 2012






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