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LUIS VERÓN

  EL CRIMEN DEL AQUIDABANIGUÍ - Por LUIS VERÓN - Jueves, 1 de Marzo de 2012


EL CRIMEN DEL AQUIDABANIGUÍ - Por LUIS VERÓN - Jueves, 1 de Marzo de 2012

EL CRIMEN DEL AQUIDABANIGUÍ

Por LUIS VERÓN

 

Ocurrió el 1 de marzo de 1870, y con él llegó a su término la guerra que el Paraguay sostuvo con la alianza del Brasil, la Argentina y el Uruguay, entre 1865 y 1870.

 

La muerte del mariscal Francisco Solano López -acorralado y herido- constituyó un aleve y cobarde crimen que manchó por siempre la supuesta justicia de una causa que no fue sino un genocidio contra el pueblo paraguayo.

Un lustro duró la tragedia americana conocida como Guerra de la Triple Alianza o Guerra del Paraguay y que recién culminó con la muerte del presidente paraguayo y generalísimo de su ejército –o lo que quedaba de él–, cuando se llevó a cabo la postrera batalla de Cerro Corá.



¿QUÉ PASÓ A ORILLAS DEL AQUIDABANIGUÍ?

El 8 de febrero de 1870, los restos del ejército nacional, comandados por el mariscal Francisco Solano López, llegaron al lugar denominado Cerro Corá.
  
Semanas después, “el 1º de marzo de 1870, en las riberas del Aquidabán, el mariscal Francisco Solano López fue muerto por un lanzazo de Chico Diabo (José Francisco Lacerda)”. Esta es la versión oficial, pero hay testimonios que la contradicen. Los testigos oculares de la muerte de López niegan que este haya sido muerto por un lanzazo de José Francisco Lacerda.   
  
La declaración del mayor José Portes de Lima Franco, secretario del general Cámara, hecha al profesor Francisco Assis Cintra, el 20 de mayo de 1920 en São Paulo, refiere que “el 1 de marzo de 1870 yo formaba parte del Estado Mayor del general Cámara, como su amanuense, y con el mismo general asistí a la muerte del dictador, que murió por heridas de bala y no por un lanzazo. Cayendo junto a la zanja del Aquidabán, fue López alcanzado por el Estado Mayor de Cámara y nosotros, los de ese Estado Mayor, verificamos que el dictador estaba herido de bala. Entonces, aproximándose, dijo el general al mariscal paraguayo:

– “Entregue su espada. Yo, general que comando estas fuerzas, le garantizo su vida”.

A lo que respondió el mariscal:

‘–¡Muero por mi patria!’ y lanzando un golpe de espada, esta tocó la fusta del general Cámara, que se encontraba cerca.

Entonces, dijo el general:

‘–Desarmen a ese hombre y tráiganlo a las tiendas’.

En ese momento, un soldado se aproximó a López y lo hirió nuevamente, diciendo:

‘–¡Incluso usted, mi general, tiene contemplaciones para con este hombre!’,

y, de esta forma, López cayó al suelo herido de muerte. Posteriormente, su cadáver fue saqueado y colocado boca arriba, siendo cercado por media docena de oficiales. Un alférez del norte se aproximó rápidamente al cadáver y con un facón cortó la oreja izquierda del mariscal paraguayo, diciendo:

‘–¡Fue una promesa que hice en mi tierra, llevar la oreja de López!’

El acto mereció la reprobación de todos los presentes. Luego que López murió, llegó el coronel Jóca Tavares y señalando la herida que el mariscal tenía en el vientre, dijo a unos médicos que hasta allí llegaron:

‘–¿No es una herida de lanza?’

Respondiéndosele:

‘–Parece’.

Los médicos apenas observaron el cadáver, sin examinarlo. Verifiqué luego la herida. Era de bala. Llegando la madre y las hermanas de López, aquella se mostró muy conmovida e inconsolable, al tiempo que una hermana suya decía, sin signo alguno de piedad:

‘–¡No llores, madre, que este hombre no supo ser ni hijo ni hermano!’ Madama Lynch, obsequiándome un paquete de habanos que tenía en su carruaje, y sabiendo que el general Cámara me había encargado la misión de enterrar el cadáver de López, me pidió encarecidamente que enterrase juntos a padre e hijo (López y el coronel Panchito). Atendí a su pedido, ordenando que la fosa fuera abierta por paraguayos y asistí al entierro de ambos. Al día siguiente, cuando nos marchábamos a Concepción, el coronel Jóca Tavares dijo en el Estado Mayor:

‘– Quien mató a López fue mi trompetista mayor, Chico Diabo. Le había prometido un ciento de Reis en dinero, pero le daré eso en ganado, para que no gaste muy de prisa’.

El general Cámara y el mayor José Simeão se volvieron hacia Jóca Tavares, pero no dijeron nada, a pesar de saber que López no había sido muerto por Chico Diabo, porque el coronel Jóca era violento, impulsivo y muy temido.

Era un valiente militar.

Días después, José Simeão fue el encargado de redactar el relatorio o parte oficial para que el general Cámara lo firme. Escrito en tiras de papel, lo copié y lo entregué, siendo firmado por el general, con fecha de 13 de marzo de 1870.

Así, como testigo ocular de la muerte de López, afirmo bajo mi fe de veterano de la patria y de hombre de bien, que Chico Diabo (José Francisco Lacerda) no fue el ultimador de López, que pereció victimado por un tiro y no por lanzazo”.

 

El monumento erigido al mariscal Francisco Solano López

en Cerro Corá para recordar el holocausto del pueblo paraguayo.


 

NO FUE CHICO, FUE JOÃO

Según el testimonio del ayudante Franklin Menna Machado, “atacando el paso del Aquidabán y tomando a la fuerza, pudimos felizmente llegar al campamento de López. El dictador, en ese instante, habiendo sido encontrado por el coronel João Silva y su Estado Mayor, trató entonces de huir, escuchándose de todos los lados gritos de ‘–¡Ahí va López!’ El general Cámara ordenó perseguir implacablemente a López; entonces, yo y el teniente Alfredo Miranda Pinheiro da Cunha, también ayudante del general, y dos plazas más, uno de ellos Francisco Lacerda, nos adelantamos en la dirección que suponíamos conducía a López. Llegando a cierto lugar, vimos –a una cierta distancia, cerca del bosque– a López caminando y sin sombrero, y acompañado de dos ayudantes. Más tarde, él y sus ayudantes se dirigieron hacia la tienda del Aquidabán–mbiguí. Bajando a dicho barranco, López se volvió con sus ayudantes y, con la espada en guardia, nos enfrentó. En este instante dirigí al grupo, que estaba a diez pasos más o menos, un disparo de revólver, que hirió a López gravemente en el vientre, zona que se tiñó inmediatamente de sangre; volví a disparar, verificando que también había alcanzado a López en el vientre. En ese momento, el tirano cayó de rodillas, pero empuñando todavía la espada. Uno de sus ayudantes huye y el otro cae muerto por una bala disparada por el soldado João Soares. En ese ínterin, llega el general Cámara e intima a López a rendirse, diciéndole que garantiza su vida y que él es el comandante de aquellas fuerzas; López respondió que no se rendía y que iba a morir por su patria. Ordenó, entonces, el general Cámara a un soldado del 9º Batallón de Infantería que lo desarmara. El dictador hizo movimiento con intenciones de herir al general Cámara; acto seguido, dicho soldado le sacó la espada y López cayó a tierra, agonizante. En ese momento, otra bala disparada por el nombrado soldado (João Soares) llegó a herir a López en el hombro”.   
  
Han surgido otras versiones sobre los últimos minutos de la vida y las circunstancias de la muerte del mariscal López, pero lo que sí es que fue un cobarde asesinato de un hombre acorralado, malherido e indefenso. Un crimen de guerra.

 

 

Jueves, 1 de Marzo de 2012

 

Artículo publicado en el diario ABC COLOR

Fuente digital: http://www.abc.com.py

 

 

 

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