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CARLOS VILLAGRA MARSAL (+)

  LOS VIOLADORES DEL TIEMPO - Poesía de CARLOS VILLAGRA MARSAL


LOS VIOLADORES DEL TIEMPO - Poesía de CARLOS VILLAGRA MARSAL
LOS VIOLADORES DEL TIEMPO
 
Poesía de CARLOS VILLAGRA MARSAL
 
 

 
 
 

LOS VIOLADORES DEL TIEMPO
Para Justo José Prieto
Captain! my Captain! our fearful trip is done
Walt Whiti
 
 
 
 
I
MI CAPITÁN DESPIERTO

 
Están tocando a sangre las campanas.
Alón, mi capitán,
nuestro terrible viaje continúa.
Y acá está tu nave en la tormenta,
aun en triste travesía, a la deriva y casi naufragada,
de la estela a los mástiles luchando,
y continúa el viaje, y tú en la proa
sigues escribiendo tus cartas
desde otro infierno a que ayer nos condenaron.

 
José de la Cruz Ayala,
hoy te agobiamos con tus cruces renacidas,
con los mismos destierros.
 
Y éste tu nombre, Alón, es de nosotros.
Lo tenemos aquí, necesario y filoso en el puño,
alto y blandido como un machete ardiendo,
para enseñar a recobrarnos
la libertad, que no se gana conversando con los tigres,
la libertad que queremos peleando,
la libertad de pie que amamos,
la libertad que duele por parir y tanto
y tan limpia que anhelamos.
 
Este tu nombre es de todos lados:
en Norte a Sur, en el calor de tu valle,
en el relámpago que alumbrase al lapacho,
en la hambre enjuta, roída y salada en las manceras,
en el labio de las islas, en mangrullos y desmonte,
en las ruinas,
en la resolana de los corredores,
en cañadones de desierto largo,
en los ojos del agua y el quebracho bañado en sudor,
en puros pueblos,
en trajinadas veredas de ciudad y en viento.
 
Pero tu muerte, no, tu muerte no es de nadie,
que en panteones violados y de olvido,
que dentro de tu caja muerta,
que tan debajo del suelo y estos árboles
puede subir aun, está creciendo,
está viniendo allí, está presente,
y sola y erguida
como madre que corona nuestra frente,
nos protege a cada uno
y a los otros hermanos
que beben de este cántaro de hiel como nosotros.
 
Alón, ala pequeña de tórtola y ternura,
pero después halcón de piedra y de venganza,
cernido ya y espantando
la voz que desgasta estas hojas,
ala de un tamaño de cielo
que cae y oscurece y que desgarra
las cadenas del polvo y desatina
los pasos que manchan los caminos,
pico que trae el nítido lucero
para nuestro firmamento de mañana.

 
Alón, mi capitán,
pañuelo azul que al viento se levanta,
que saluda en el tiempo, es música temblando,
azul es en el aire, encandilando,
y celeste en la lágrima.
Alón, mi capitán,
montonero del grito y la palabra,
embanderado de sueños y fronteras,
embanderado liberal y profundo,
y tambor y estandarte en la memoria
de tus nuevos regimientos, tan jóvenes de brazo,
y armado, y en armas la cabeza.

 
Y acercado a nosotros, capitán como espada,
contra todos los que tuvieron por costumbre
hollar más allá de las mujeres.
Los que creyeron que el odio no es una palabra
sino quemazón, sino abismo donde se incineren
o se hundan los verdes mandiocales,
el yerbal madurado a sollozos,
los troncos seguros de la hombría,
los arroyos, los libros y la honra.
Los que indicaron que un color,
un inocente trozo de cielo
que podía estar en cualquier parte
-en una corbata veinteañera, en las cintas de una niña,
escondido en el perfume de azahar de las novias-,
era el santo y seña, el principio del ultraje,
de la suelta locura animal, del exterminio.
Contra todos los que no reparan si tienen frente
al hacha al hermano de alma,
cobardes con miedo de sus propios ejércitos,
nada esperan de un amigo ni entierran a sus muertos.
Contra todos aquellos que una tarde
de llanto de varones,
una tarde con su astro vespertino apagado
por una cerrazón de espasmos, de fatiga, de estruendos,
una tarde poblada de prisioneros cayéndose,
con las manos alambradas a la espalda,
una última tarde traicionada,
una tarde que anocheció dos veces y hasta ahora,
aquellos que una tarde enterraron
una sucia lanza en nuestro pobre, descubierto costado.
 

(¿Cómo, cómo iba a poder el río
descansar esos cadáveres? Se los llevó boyando.
De bruces en el torso cambiante del agua,
camalotes perdidos chocando con las duras barrancas.
De los peces, pero también nuestros
su carne y su martirio.)
Y contra todos, capitán encendido, acercaremos
nuestra polca en campamento y en fuegos desvelando,
nuestra polca como un cerro avanzando,
nuestra polca de leones al sol
de arreadores y calvarios, pero siempre
rugidores, siempre desnudos atacando,
nuestra polca de batallones saliendo
adelante del tiempo y del lamento,
nuestra polca de aquella penúltima diana amaneciendo;
nuestra polca de nuevo a bayoneta calada,
al asalto y sonriendo,
nuestra polca triunfante de sed y en reconquista,
nuestra polca rasgueada en truenos
que florecen o germinan,
nuestra polca de fiesta y de batalla, de luz
y de trinchera,
nuestra polca de alegría y cuchillos, de
estrellas y de tiros,
nuestra polca de pueblo caminando,
nuestra y más nuestra porque la sabemos
de rostro paraguayo y gritando.
 

Y junto a ésta la otra,
de dieciocho cruces de madera de guitarra,
muestra polca de luto punteado,
nuestra polca de sombra desvalida,
nuestra polca de octubre asesinado,
nuestra polca sufrida,
nuestra polca de padres aguardando,
nuestra y más nuestra porque la traemos
en mitad de la sangre y susurrando.

 
Y con las dos en el pecho, capitán, cantaremos
un canto con garganta de amenaza,
un canto de raza regresando,
un canto más antiguo que tú,
un canto comunero,
por tus clarines, mi capitán, despierto.
Y repicando a sangre las campanas cantaremos
 el canto entero de un alba de fusiles.
Escrita en 1954.
 
 

 
 
II
CARTA A SIMÓN BOLÍVAR
 
Simón Bolívar:
Hoy te escribo esta carta
y te recuerdo y quiero
alcanzar desde lejos tu rostro y tu memoria
y me acuerdo y me inclino
hasta tocar tu nombre con la frente.

 
Cuando estabas por montar a caballo
un perfume alto como un cántico
se esparció por el cielo de tu América y la mía.
Y a tu paso
los volcanes tañían como campanas,
las campanas derramaban lágrimas de alegría
como mujeres,
las mujeres se abrían el pecho como los hombres,
los hombres flameaban como roncas banderas,
las banderas se entrechocaban
con un rumor creciente
de sangre que incendia los caminos,
las banderas eran invencibles como los muertos
y los muertos levantaban nuevamente sus ojos
con luz bajo la tierra.

 
Y recuerdo cómo florecías
cada vez que colmaba tu boca la palabra libertad.
La libertad
populosa como un trueno,
despertada por tu voz de mando,
rodando con los cañones,
traspasando como una lanza interminable
el frío en la aguda cordillera,
relámpago y amor de los jinetes,
recién nacido azul para las gentes
que encontraban tu abrazo.

 
La libertad, esa pequeña palabra
que después de la derrota
alzaste en hombros
como a una niña
que estuviese latiendo todavía
y que supo vuelta a vuelta
crecer junto a tu puño trozador
de cabezas y cadenas.
 
La libertad, pétalo del mundo,
antiguo corazón del hombre,
aroma de plata entre las constelaciones,
madrugada sin tiempo,
enceguecedora columna en el océano
y ala eminente
sobre el claro territorio de tu América y la mía.
También me acuerdo que una noche, frente al mar,
cuando ya no se sabía si continuabas siendo un hombre
o te habías vuelto un astro remotísimo frente al mar
dijiste:
He arado en el mar.

 
Y porque araste, Simón, no sólo el mar
sino el curso callado de las venas,
yo no puedo olvidar el aire que respiro,
yo no podré olvidar tu delirio y su sombra,
no podría olvidar tu brazo y su centella.
 
Y así, general, yo sé que sigues
corriendo por tu América y la mía
como una sangre faenosa
desde la inaccesible mirada de la nieve
al secreto metal
en las profundas edades de la tierra,
sí, como una sangre
que ruge oscuramente
de un mar a otro mar.
Una sangre, Bolívar, una sangre
que está haciendo palpitar las estrellas,
savia en los montes
que mueren y nacen cada día,
sangre de la roca al temblor de la paloma,
del guayacán al viento,
del jaguar a la espuma
sangre, Simón, una sangre
que se escucha de repente en la orquídea
y el cerrado aguacero,
en el palmar y el alba escondida
sangre, raíz entera
en la planta de todos
los que lloramos y creemos y luchamos
con el arma o el grito que tú nos enseñaste.
 
Y es por esa sangre Bolívar
que duele desde el cuerpo
a la pluma que escribe,
con esa sangre Bolívar
yo te escribo esta carta, Simón,
 y me prosterno
hasta rozar tu nombre con la frente
y te escribo y te recuerdo y quiero
decirte una palabra más.

 
Simón Bolívar:
mira hacia el Sur,
aquí en el quemante centro de tu América y la mía,
aquí donde te escribo,
en este crisol de fiebre,
recinto de músicas curtiéndose
en una afilada fragancia de sombras y azahares,
aquí en mi patria de fáciles cuchillos
y luna que hinca lentamente ese blanco fervor
en sus escuetas criaturas,
en mi ignorado Paraguay de rostro grávido
de siglos y castigo,
aquí está mi patria en el Sur, Simón Bolívar,
aquí está su norte de guitarras sin sueño,
sus islerías perdidas en el viejo silencio,
las cruces que acechan y costean sus delgados caminos,
y aquí se yergue su intacto corazón valiente
como una llamarada coronada de espinas.

 
Pero atiende
a mi patria en el Sur, Simón Bolívar
en el abandono inmemorial y el sol venciendo
se abre una mano amoratada y sedienta,
una mano enguantada de llanto y cicatrices,
una mano que tantea como una pobre ciega
la firme ruta de tu pecho,
una mano de pueblo que te busca, mano en alto,
compañera de tantas que definen
este cielo entregado de tu América y la mía,
mano que te demanda, como tantas y tantas,
a caballo una vez más, general,
Bolívar con el sable sangrando en el fondo del mar,
Bolívar gritando con los caballos más allá
de los cóndores,
Bolívar diluviando en el desierto,
Bolívar desnudo con un terremoto a los pies,
Bolívar peleando solo en las esquinas,
Bolívar llorando como un río sin madre,
Bolívar en el llano,
Bolívar en el tiempo,
Bolívar celeste en la tormenta,
a caballo otra vez, con un clamor sin número
de hombres flameantes,
de bendiciones y lumbres y de flores
y de sangre que encienda los caminos.
¡Al galope de nuevo, con banderas
insurgiendo a la orden
de tu rápido ceño!
 
¡Qué tu condición de fuego
nos señale y ocupe
en la hora del combate final!
 
Escrita en 1954.
 
 
Fuente: POESÍAS DEL PARAGUAY – ANTOLOGÍA DESDE SUS ORÍGENES. Realización y producción gráfica: ARAMÍ GRUPO EMPRESARIAL, Dirección de la obra: OSCAR DEL CARMEN QUEVEDO. Recopiladores y autores: RAÚL AMARAL, MARÍA BARRETO DE RAMÍREZ, AÍDA ORTÍZ DE CORONEL, ELA RAMONA SALAZAR S., RUDI TORGA/ Tel. (595-21) 373.594/  arami@rieder.net.py  – Asunción/ Paraguay. 2005. 781 pp.).





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