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CARLOS VILLAGRA MARSAL

  EL JÚBILO DIFÍCIL (POESÍA 1986-1995) - Poemario de CARLOS VILLAGRA MARSAL


EL JÚBILO DIFÍCIL (POESÍA 1986-1995) - Poemario de CARLOS VILLAGRA MARSAL

EL JÚBILO DIFÍCIL: POESÍA 1986-1995

Poemario de CARLOS VILLAGRA MARSAL

Edición digital: Alicante :

Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2001

N. sobre edición original:

Edición digital basada en la de Asunción (Paraguay),

Editorial Don Bosco, 1995.
 

 

LA POESÍA NATURAL Y PROFUNDA

DE CARLOS VILLAGRA MARSAL

 

We are such stuff

As dreams are made on

SHAKESPEARE

 

I


 

La difícil ubicación de la poesía paraguaya (más que en el Paraguay) no se debe al involuntario repliegue geográfico a que el país se ha visto sometido a lo largo de los siglos, a la mediterraneidad mental de un amplio sector de su población, no accedido siquiera a los bienes de la contemporaneidad, al supuesto retraso cronológico de sus respectivos procesos cultural y literario, sino a una carencia de ubicación en el tiempo, al predominio de la improvisación sobre el método y al imperio de la anécdota por sobre la búsqueda investigativa, seria y pertinaz de las verdaderas raíces de la expresión nacional en el mundo.

Esa actitud, derivada hacia la ausencia de textos críticos, lleva a la comisión de no escasos errores, provenientes, las más de las veces, de cierta propensión a lo inmediato y, dentro de ella, de mostrar antes que los cimientos (cuya solidez se desconoce) la pintoresca estructura del techo. La excesiva mirada hacia arriba sólo puede conducir, en la mayoría de las ocasiones, a ignorar las realidades de «este bajo, relativo suelo», como cantó el poeta Almafuerte en su Misionero.

No existe texto alguno, desgraciadamente, que pueda informar acerca del proceso literario, desde los remotos tiempos de Ruy Díaz de Guzmán, en sentido crítico. La poesía paraguaya. Historia de una incógnita (Montevideo, Alfar, 1951), libro editado cinco años después de su redacción, no representa más que la visión de su autor, Walter Wey, funcionario comercial del Brasil que por aquí pasó y que sin duda creyó oportuno ofrecer algo de lo que pudo leer o le habían dicho. Las opiniones que emite no concuerdan con la cantidad y calidad del material poético que desde los inicios del siglo se venía acumulando, de dificultosa trascendencia extranacional pero de seguros pasos en lo interno.

En el prólogo a su compilación: Joyas poéticas americanas (1897), el escritor cordobés argentino Carlos Romagosa, el maestro de Goycoechea Menéndez, quejose de la involuntaria (por parte suya) ausencia del Paraguay en dicho volumen. En verdad, ninguna aportación podía ofrecerse por ese entonces, pero cuando en los años 20 el profesor norteamericano Michael A. de Vitis comenzó sus indagaciones para integrar su Parnaso Paraguayo tropezó con serios inconvenientes de información, y eso que ya habían aparecido dos antologías: la de Ignacio A. Pane (1904) y la de José Rodríguez Alcalá (1911).

Con el tiempo aquel claro pudo llenarse, aunque no en la medida de lo necesario. Últimamente la doctora Teresa Méndez-Faith, docente paraguaya con residencia en los Estados Unidos, ha editado un Diccionario y una Antología (1994), que vienen a satisfacer, en especial, el interés de profesores y estudiantes (a los cuales en particular están dirigidos), sin desdeñar el que pudiera tener el lector anónimo, indiscriminado y sin rostro.

Mas, las que siguen escaseando, a nivel de un olvido completo, son las aportaciones individuales, salvo el caso lejano de Hugo Rodríguez-Alcalá sobre Alejandro Guanes (1948) y un homenaje de conjunto a Ortiz Guerrero (1983). Todo lo demás está perdido en el trasfondo de las hemerotecas.

Corregido el rumbo antológico con elementos no desdeñables hasta nuestros días, corresponde impulsar el caudal bibliográfico hacia ensayos y estudios que contribuyan a situar en especial a los poetas en el ámbito propio, para proyectarlos de tal modo hacia la universalidad que tanto encomendaron los novecentistas. No otro propósito tienen estas páginas referidas a la obra de Carlos Villagra Marsal.

II

Nacido en esta ciudad capital de Nuestra Señora Santa María de la Asunción (la ancestral Paragua'y tavaguasú) un 30 de octubre de 1932, puede afirmarse que desde la adolescencia luce los santos óleos de la Poesía (así, con mayúscula, en términos rubendarianos). Integró la denominada «Academia Universitaria», y con sus compañeros Rodrigo Díaz-Pérez (1924) y Rubén Bareiro Saguier (1930), el primero asunceño y el segundo de la Villeta del Guarnipitán, la trilogía que hace más de cuatro décadas representaba el acogimiento de las Musas al no muy amplio recinto de la Facultad de Filosofía, mítica institución defendida por la presencia de su abnegado decano, el doctor Juan Vicente Ramírez. (A este grupo deben sumarse los nombres insoslayables de Elsa Wiezell y de María Luisa Artecona de Thompson).

En otro andarivel, aunque no en «la vereda de enfrente», inventada por Borges, iniciaban su camino José-Luis Appleyard y Ricardo Mazó (1927), Ramiro Domínguez y José María Gómez Sanjurjo (1930), todos ellos puestos bajo el magisterio intelectual de un sacerdote valioso: el Padre César Alonso de las Heras, a quien mucho le debe el cauce de luz por el que ha tenido que transitar la literatura paraguaya.

Estas menciones no quitan, desde luego, la obligada alusión a quienes inauguraron, en los alrededores del '40, una actitud poética menos atada a los ya remotos cánones del modernismo (1896/1901; 1905/1931), que aún respiraba, en calidad de sobreviviente, por medio de algunos afanosos y trasnochados cultores. Esa tarea correspondió, en lo principal, a Hérib Campos Cervera (1905), Josefina Plá (1909), Augusto Roa Bastos (1917), Óscar Ferreiro (1921) y Elvio Romero (1926).

Y fue allá por 1955 que el firmante de estas líneas, en un más conversado que leído «Recuento poético del Paraguay», se animó a predecir cuál sería la trayectoria de los más jóvenes, entre ellos Villagra Marsal. Ahora está (¡todavía!) de pie junto al poeta para probar su aserto y la cumplida revelación de aquellas palabras.

 

III

 

La poesía es, ante todo, testimonio de vida y acompañamiento hacia el final de ella. En su claustro, el desgarramiento de la existencia se concreta a través de la palabra. Y cuando su titular está seguro de ella y de la dirección de su estilo, lo demás se dará por añadidura. El caso de Villagra Marsal no es el de un sudoroso trabajador de la lírica y sus correspondientes efusiones, sino el de un orfebre que une a la exquisitez de la forma la hondura de sus meditaciones. Su contribución sería antigua si se trasluciera en ella un toque parnasiano (que es el que inevitablemente podría venir a la memoria); por el contrario, es actual porque suma anteriores y posteriores experiencias, propia y ajenas, hasta lograr esa anhelada síntesis que hace al quehacer de todo poeta verdadero.

Su expresión verbal no está maridada con el exotismo (procedimiento que aplicaron los modernistas para trascender las limitaciones del «color local») y sí con el propósito de ampliarla. Y cabe decir propósito porque lo que más se advierte en él es el ejercicio de una auténtica voluntad de poesía, inconfesa, por supuesto, pero latente. No la metáfora por la metáfora misma, los hallazgos rítmicos acoplados a una libertad de imaginación surgida a fuego lento, tampoco la intención de «epatar» o escandalizar al lector en su presunta constelación burguesa, porque los burgueses de hoy día han arrojado al sumidero sus asombros. Para aceptar lo que no es, se hace preciso señalar los temas cardinales y anudarlos a las valoraciones, bien que profundas, de su propia conciencia.

Porque ésta de Villagra Marsal no es poesía de superficie. Más allá del «fraseo» literario y hasta por fuerza de su afán objetivo o descriptivista, pugna por acentuar su presencia la soterrada veta metafísica que todo creador siente sobrellevar (y aun gozar) por sobre las limitaciones de su angustia o de su esperanza. Por eso cabe recordar (y a la vez prevenir) que el mismo título de este libro: El júbilo difícil, está preanunciando su definición.

Y para demostrar que esa denominación es igualmente una profesión de fe, el poeta empieza por ofrecer sus enunciaciones, las que en un primer tramo están atadas al sentido de la naturaleza, no poseída con efusión salvaje o con arrebatos «cellinescos», sino sabiamente gozada en una especie de coloquio que traduce la frecuentación del poeta con los imponderables de la tierra.

Para desentrañarlos con maestría de artista se requiere algo más que el ojo observador o que la mano puesta sobre la rugosidad de alguna corteza, sobre la milenaria brillazón de una piedra. Así el Vocabulario de Última altura, que inicia su andanza, brinda la atenuada presencia de las flores («azucena morada») o de circundantes animales («ruano mañero»), cuya transfiguración permitirá detenerse en la sobria majestad del escenario, a ratos «serranía», hacia lo plano, a ratos «cordillera» recortada hacia el cielo.

La «niebla» y la «neblina» (no igual cosa para quien siente transitar también genes ultramarinos), se adelantan a la «bruma inicial» y las adjetivaciones se tornan precisas: el «aire seco», el «agua primordial», como tiene que ser. Los colores se hurtan a la opacidad, pero no han sido entregados a la lujuria del aire total. Siempre estarán acompañados por una adjetivación atemperada o acentuando una sustantivación: «quemazón azul», «dorado reflujo de la siesta», «violáceo destino» (de una belleza incalculable), «verde altanería de las piedras», «aquel celeste en marcha». Nunca lo pálido o lo impreciso.

En ambiente de tanta fuerza telúrica no podía faltar el toque o la rauda pincelada que no cabría calificar de «naturalista» sino de natural, en consonancia con la cosmovsión del poeta: «Cuando te desflora/ algún desfrutador,/ prorrumpe en un sollozo duro/ tu desnudo tornasol» y concluye con esta inspiración apetitosa: «Oh simultáneo privilegio/ de ser -en el solsticio mejor-/ apetito y sacramento,/ bombonera y galardón» (Yvapurû).

IV

 

El capítulo dedicado a Ciertos pájaros puede afirmarse que agota la temática ornitológica, en torno a la cual esplendieron Guillermo Enrique Hudson, el bonaerense ilustre que se vio reducido a escribir en inglés; Marcos Sastre, el clásico de «El temple argentino»; Leopoldo Lugones y su «Libro de los Paisajes», hasta la bella aportación de María Elena Walsh en su canción al hornero, o sea nuestro «alonsito». Y de tal modo sigue las huellas no borradas de don Victorino Abente («el Patriarca», según los muchachos del 900), quien al decir de don Manuel Gondra, en 1901, «nacionalizó» nuestra poesía.

El Entremedio frutal guarda, igualmente, reminiscencias del anterior y, por otra parte, añade un verdadero catálogo con sus precedentes guaraníticos y su marcante científico latino, lo cual se hace también en el capítulo de las aves, para entender que aquellos ignotos indígenas, que asombraron la candidez teórica de Montaigne, eran seres humanos que sabían calificar las cosas de su entorno en la lengua que el dios de ellos (no el de los impetuosos y posteriores cristianos) les había enseñado a mentar.

Habrá que precisar, en un mismo orden, que en el Acá vienen conmigo se acercan, con implacable certidumbre, las sombras de los suyos, que asimismo crecen en otras páginas del libro. Se trata de una evocación familiar, como pocas veces se ha comprobado en la poesía paraguaya (excepto O'Leary), en la que no se hallan presentes el simple abuelo, o la abuela, sino, al hispánico modo, el «padre» del padre y la «madre» de la madre, con un tono siguiente que no quiere ser elegíaco para no alcanzar el llanto, destinado a su madre, ausencia cuya herida sobrelleva el poeta ya hombre.

V


 

No debe extrañar que en este libro aparezcan algunas recreaciones incluidas en La letra entró en la sangre, pues no se trata del usufructo y resultado de lecturas sino vueltas ellas a una destilación vital, en la que la erudición histórica asume proporciones humanas, mientras sus personajes, hundidos en el ayer, fantasmas del pasado, permiten una recreación expresiva (de una inaudita variedad) que los sitúa más allá del tiempo y más allá de las edades, como quizás ellos hubieran deseado. (Desde la época de Fortunato Toranzos Bardel, el gran sonetista del modernismo paraguayo, no se había observado ejemplo igual).

En conocimiento con la persona que es Villagra Marsal, no habría de suponerse escamoteo alguno entre su realidad humana y la civilidad asumida. Es, entre los poetas paraguayos de cuarenta años a esta parte, de los pocos que no ha cantado debajo de la cama. Por el contrario, ha asumido una definida apostura civil: fueron sus cantos previos, los dedicados al Libertador Simón Bolívar, al no siempre conocido «Alón» (llamado, últimamente, «mi Capitán», tal vez con asombro del prócer), a Juan José Rotela en «La espera» (cuando era peligroso tener efusiones de tal índole, que en efecto costaron al poeta más de cuatro meses de prisión), y aun los poemas de familia, donde hace punta «Don Salvador Villagra,/capitán de tus cañaverales». Después viene la Cantata del pueblo y sus banderas torrenciales, donde el coraje civil tiene su precisión más alta y el poeta reduce su verbo a lo más inmediato para lograr la comunicación con su pueblo, sin acometer demagógicas posturas: «La libertad arrima tu sueño a su desvelo». Transita por sobre los destierros y las tristezas de la Patria y concluye con esta esperanza: «Nuestra canción no les olvida,/ toda la casa les espera».

VI

 

No es sencillo determinar el trazado de su arte poética partiendo de la sola condición de la palabra, porque ésta es para el autor algo más que la letra y su acento verbal (ausente la «elocuencia rimada» que espantaba a Don Miguel de Unamuno). Y ocurre lo dicho porque se trata no sólo de un transformador de la realidad (a veces simplemente visual) sino de un creador, para quien el riesgo de la expresión significa una aventura que bien vale ser corrida.

Desde luego que el poeta está más cerca de la orfebrería que de la espontánea tarea artesanal, esa que confinaba en la «inspiración», que hacían posible los tiempos románticos. Se adivina aquí que hay un lujerío impuesto y por momentos implícito, para darle al poema la dignidad que merece. Y esto conduce a la formulación de un estilo que es el revelador de su verdadera identidad y que asume su espíritu creador, sin que ello permita la creencia (Buffon a un lado) de que su canto (llamémosle así) logre definir al hombre en sí, más acá o más allá de su gestación vital.

El uso de los sinónimos le da oportunidad para acentuar su distinto destino: «desde esta abierta balaustrada» brinda una sensación de altura, que se halla contenida o por lo menos ubicada a distancia cuando se la desdobla en «el antepecho de la serranía» Además, la insistencia del lenguaje castizo (que en ciertos casos alcanza límites gongorinos) como el trueque de «ayuntarse» por juntarse; «su propia amanecida» por amanecer (en el femenino está la comprobación de la belleza); «el yantar» por «el comer»; la incrustación sabia de la preposición en «gustaría de saber».

La línea vertebral de estos poemas es única, superando la soltura métrica la mayoría de ellos, adoptada como acto de libertad y para que en la cárcel del verso no queden atrapadas las palabras. Mas, así y todo, algunos giros tradicionales entran como de rondón, no para enfatizar el verso sino para determinar que, dentro o fuera de la poesía, la naturaleza tiene también su propia música:


La casa inmóvil, sin embargo,

rompe a cruzar la oscuridad vacía...

. . . . .

...cargada de una doble inminencia,

de albores en albores consabida...

 

El universo de las aves requiere una cortesía previa, o si se acepta: una iniciación al tema, por lo mismo que cada una de ellas representa a su vez un mundo mágico y lírico que aproxima al poeta al reminiscente muestrario de Hudson. El título prefigura (como diría Borges), más que la solitaria apostura del pájaro elegido, la razón misma de su presencia: «Acendra su vuelo el Kuarahy mimby», «Los engaños del Guyrapajé», «Arrullo del Jerutí pytâ...». Y más que sencilla presencia parece esto su justificación.

Sin embargo la nómina no se agota, pues el poeta no quiere que sus compañeros volátiles crucen por la vida a través de los textos zoológicos o de las intenciones del arte plumario: «Doble loor del Suruku'á», «Preñado reposo augusto del Taguató apyratî», «Un soneto shakespeariano al Ñakurutû hû», a quien canta:


... cofrade bruno, ávido sargento

y capataz del aniquilamiento.


Esta propensión introductoria y celebratoria no se extiende al Entremedio frutal, porque la visión es distinta y porque el orden existencial de la planta tiene ya un destino que no precisa de anticipaciones. Su identificación en este aspecto es directa, salvo cuando se hace necesario adosarle a una que otra fruta la designación popular de su procedencia: «Naranja ombligo Ygatimí», «Mandarina Caazapá».

En ambos capítulos el poeta ha sido escrupuloso y hasta didascálico: luego de la traducción al español del marcante de cada especie ha dado su calificación latina, científica, procedimiento que mucho hubieran aprobado el ilustre Don Andrés Bello y ñane arandú guasú el doctor Moisés Bertoni.


 

Una breve enunciación de las metáforas, algunas sustentadas por su propio acento, puestas otras para aparejar su sentido, bastará para ejemplificar el manejo diestro, por instantes artístico, no del tropo en sí mismo sino de su cabal ubicación. Algunas parecerán complementarias, otras arriesgadas, pero corresponde reconocer que ellas no están en el poema para adorno. La elección al azar no agota la imaginación: semen de los dioses/ eminencia agitada/ indecisa playada/ cachorro de luna/ siesta abstracta/ virazón de la vigilia/ faenosa confianza/ las mejillas de la piedra/ cimbra del sueño/ pestaña ilusoria/ la protesta inmóvil de los árboles/ el dictamen de tu almíbar/ mensualero del hambre. No pocas alcanzan a rayar el neologismo, siempre en acecho.

Particularmente, en su exaltación de aves y frutas, el poeta ha optado por el ejercicio de la décima, algo olvidada desde la irrupción modernista y comúnmente confinada a los arpegios gauchesco-rioplatenses. Pero no hay que olvidar aquellas que escribió, en el delirio de su verba cosmopolita, el gran ensoñador oriental uruguayo que fue Julio Herrera y Reissig, uno de los escasos aportes modernistas dignos de la resurrección y exhumados para presuponer que después de casi noventa años es a Villagra Marsal (desde otra «balaustrada») a quien le toca la herencia de recobrarlos.
Por último, algunos paraguayismos: curuvicas, inverniz, amenazos.

VII

 

Le será inútil a todo poeta que en verdad lo sea escapar a la marca poética, confidencial o no, de su autobiografía. Carlos Villagra Marsal no expone en este libro sus avatares personales (que no son exiguos), sino que apenas si los acerca a la sensibilidad del lector (en particular al lector paraguayo), quien como él está en el secreto de saber que para tener conciencia de a dónde se va es imprescindible tomar conocimiento de lo que se ha sido. Esto no tiene raíz genealógica excluyente sino una derivación histórica insoslayable desde que el Paraguay vive en el mundo como tal. Ya lo expresó, en una de sus meditaciones más altas, el maestro argentino Gabriel del Mazo: «Es el pueblo el único y verdadero patriciado».

La «Constelación de Escorpio en primavera» « es su ubicación frente a los astros, no el mero resultado de algún connubio esotérico. Ellos están para guiar su perduración terrena, previniéndole de augurios y anticipándole, día a día, la dimensión de su existencia. Esto, que es el anuncio, lleva no obstante a los lindes de la reminiscencia, cuando dice en «Arasá pytá»:


 


... toda mi infancia cabe

en tu médula roja.

 

Latir de la inocencia

o de otras cosas:

palpo tu piel y entiendo

la sumergida historia.

 

Candela del guayabo

ingente y poca:

el conjuro no basta,

su jarabe me sobra.



 

Otras referencias son de lugar, como en «Padre de mi padre» (no simplemente abuelo):


Y me crié en Piribebuy,

bajo el solero de tu hogar abrahámico.

Y me consintieron tus hermanas.


 

Por igual figura la «madre de su madre» (no su abuela) y después su misma madre, doña María Elena Marsal de Villagra Maffiodo, asomada a la muerte cuando menos debía:


Así las memorias

encienden tristemente

la galería de tu ausencia.

 

En «Poeta fueses» crece una confesión, recatada, casi distante, aunque con la mirada puesta en lo que inexorablemente habrá de venir:


Estás en la antevíspera

y continúan sobrándote

veraces interrogantes,

renovaciones, límites


 

No habrá de cerrarse el círculo sin afirmar la consustanciación del poeta con la naturaleza, tan variante y vívida como la propia existencia:


Pilar de humareda capital

soy tu trasunto

una refracción apenas

de tu empeño...
 


El hombre, como el errante y místico Francisco de Asís, es por igual un hijo de la naturaleza que no se resigna a separarla de sus contradicciones, sus luchas, sus no siempre justificados fervores. Mas en el fondo, o trasfondo, de toda su poesía, podrá descubrirse otra en la riquísimamente verbal de este poeta paraguayo: una especie de cercanía a los bienes de la realidad, y desde ella justificados. No en vano su abuelo materno, el arquitecto Don José María Marsal, fue insigne teósofo, y bien dice la verba anónima que «lo que se hereda no se hurta».
 Patentizan esta quizás inconsciente comprobación estos versos, que conforman a vez una andanza o un camino del cual él no tenía noción, que estaba insinuado y que en sus días mayores retomará, porque ésa era su estrella, ése su calendario astrológico o, al fin de cuentas,
su destino:


... somos hechos de un humo apenas más espeso

que las nubes hermanas

y un poco menos rápido

que su cierta mudanza.

 

VIII

 

En este desfile de setenta y tres poemas, pulimentados a lo largo de casi una década, acompañan al poeta nombres gloriosos, que iluminan el universo mundial e hispanoamericano: entre varios, refulgente y a flor de página, está el de Leopoldo Lugones (1874-1938), columpiándose entre el juvenil experimentador de Lunario sentimental (1909), el eglógico (no contemplativo) de la oda A los ganados y las mieses (1910) y el reintegrado a la tierra de sus Romances de Río Seco (1938), ofrenda póstuma que otros alcanzaron a celebrar.

Como reflejo de su juventud anárquica, don Leopoldo combatía y amaba a los jóvenes, a uno de los cuales, el santafecino José Pedroni, calificó de «El hermano luminoso». Es de imaginar que ante las páginas de El júbilo difícil hubiera destinado idéntico acogimiento, más allá de aquéllas en que las aproximaciones, desde el surrealismo y el ultraísmo en adelante, pudieran haberlo retenido. No es de dudar que esta cuarteta de Villagra Marsal habría de excitar su entusiasmo:
 


Y en el linde del agua y de la roca

derramas tus rubores sosegados,

el piso de la selva se esclarece,

comienza el escrutinio del verano.



 

El conjunto de la poesía de Villagra Marsal honra las expectativas de los últimos tiempos y, como pocas veces en un autor nativo, sus resonancias universales tienen igualmente sabor de patria. Piénsese, entonces, que tiene el acompañamiento de Molinas Rolón, Hérib Campos Cervera, Óscar Ferreiro y Elvio Romero, cronológicamente mencionados.

 RAÚL AMARAL

(Isla Valle de Areguá, agosto de 1995)

 

 

 a mis hermanas

María Elisa

María Elena

María Isabel

María Celia.


El protagonista de la poesía es poesía, sin que le sea dable escoger otros términos,

empieza en el hombre y concluye en el hombre, aunque entre polo y polo puede atravesar

-algunas veces iluminar- el universo mundo

VICENTE ALEIXANDRE


VOCABULARIO DE ÚLTIMA ALTURA


The pleasure of believing all we see

Is boundless, as we wish our souls to be...

SHELLEY


In memoriam

José María Gómez Sanjurjo

Ricardo Mazó.

 

 

 

Sección de un mapa aerofotogramétrico (escala 1:50.000) en la cual se ha señalado la ubicación

de Última altura, situada sobre el Km. 93 del tramo Paraguarí-Piribebuy, Compañía Mbatoví,

IX Departamento de Paraguarí, Región Oriental del Paraguay. (N. del E.)
 

 


BEATUS ILLE


 


 Aparte de escrutar un vasto término

atajado por cielos y silencios,

acá en Última altura tengo yo

la tierra más jocunda

-según se dice en el Quijote-

el aire seco de la serranía,

el agua primordial de las nacientes

y el fuego en el hogar.

Que más puedo pedir.

(mayo 1989)

para Rodrigo Díaz-Pérez

 

 

Enlace al ÍNDICE DE LA VERSIÓN DIGITAL DE EL JÚBILO DIFÍCIL (Enlace externo a la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes)


LA POESÍA NATURAL Y PROFUNDA DE CARLOS VILLAGRA MARSAL (Por Raúl Amaral);

VOCABULARIO DE ÚLTIMA ALTURA (In memoriam José María Gómez Sanjurjo y Ricardo Mazó);

· BEATUS ILLE (para Rodrigo Díaz-Pérez);

VARIACIONES EN DOS CLAVES (para una música inmediata de Sila Godoy);

· I - AQUEL HUMO;
· II – BRUMA INICIAL;
· A PRINCIPIOS DE LUNA (para Miguel Chase-Sardi, enero, 1992);
· POST MERIDIEM (para Josefina Plá, marzo, 1992);
· LA LUZ ES INDECIBLE (para Rodrigo Campos Cervera, abril, 1992);
· INSISTENCIA (para Ester de Izaguirre, agosto, 1992);
· ADIOS (para Evelio Fernández Arévalos, junio, 1993);
· REPETICIÓN DEL PAISAJE (para Oscar Ferreiro, julio, 1993);
· EXPLICACIÓN DE UNA LLUVIA (para J.A. Rauskin, julio, 1993);
· CONSTELACIÓN DE ESCORPIO EN PRIMAVERA (para Edda y Eduardo Laterza, octubre, 1993);
· INMINENCIAS (para Renée Ferrer, noviembre, 1993);
· LOS ESPECTROS DIURNOS (para Carlos Germán Belli, diciembre, 1993);
· EL DOLOR (para José-Luis Appleyard, enero, 1994);
· LAS VISITAS (PARA EL GRUPO DE ANÁLISIS: Pupi Duarte Rodi, Blanca de Martínez, Bebé Cueto, Chiquita Decoud, Maricarmen de Niella, y Nory Garbett, abril, 1994);
· A UNA MONEDA ROMANA DESENTERRADA EN EL PATIO (para José Antonio Rubio, octubre, 1994);
· MEMENTO NOCTURNO (para Raúl Amaral, junio, 1995);

CIERTOS PAJAROS (a Rubén Bareiro Saguier camarada cardinal);

· ACENDRA SU VUELO EL KUARAHY MIMBY (para Luly Codas, agosto, 1993);
· LOS ENGAÑOS DEL GUYRAPAJE (para Helio Vera, setiembre, 1993);
· LARGA DANZA INMOVIL DEL MAINUMBY KA’AGUY (para Edgar Valdés, setiembre, 1993);
· CONTRARIEDADES DEL YPEKÛ SAYJU (para Maybell Lebron);
· LA AMBICIOSA JORNADA DEL TUKÂ HOVY (para Ramiro Domínguez, setiembre, 1993);
· ARRULLO DEL JERUTI PYTÂ (para Gladys Carmagnola, setiembre, 1993);
· ACOMETIDA DEL TAGUATO’I (para Francisco Madariaga, setiembre, 1993);
· EL CHEOROPARA, ARTIFICE DE SU PASIÓN (para Luis Szarán, octubre, 1993);
· CANTO FIEL DEL MASAKARAGUA’I (para Emilio Pérez Chaves, octubre, 1993);
· CANTINELA DEL AKA’Ê HOVY (para Pilar y Carlos Filártiga);
· DOBLE LOOR DEL SURUKU’A (para María del Carmen Paiva, para Elinor Puschkarevich, marzo, 1994);
· SOLO SOBERBIO DEL HAVIA COROCHIRE (para Abelardo de Paula Gomes, abril, 1994);
· SE YERGUE DE AMORES DESIERTOS LA CALANDRIA (para María Teresa y Gustavo Laterza, abril, 1994);
· ESTREPITO Y LUCES DEL SAKUAJU (para Aldo Delpino, abril, 1994);
· PLENILUNARMENTE BALADRA EL URUTAU (para Adolfo Cáceres Romero, agosto, 1994);
· PREAMBULO PARA EL ATAQUE DEL HALCON MOROTÎ (para Rafael Montesinos, setiembre, 1994)
· PREÑADO REPOSO AUGUSTO DEL TAGUATO APYRATÎ (PARA Jorge Escobar Argaña, octubre, 1994);
· UN SONETO SHAKESPEARIANO AL ÑAKURUTÛ HÛ (para César Alonso de las Heras, noviembre, 1994);
· IMITACIONES O APARIENCIA DEL GUYRAÛ PAKOVA (para Carmen y Enrique Riera, diciembre, 1994);
· SOMBRIA MATRIZ ESTIVAL DEL YVYJA’UMI (para Gonzalo Lema, enero, 1995);

ENTREMEDIO FRUTAL (a Oscar Gustavo Oddone hermano y consultor);

· PAKURI LOMA (para Raquel Saguier, octubre, 1993);
· ÑANDYPA GUASU (para Tadeo Zarratea, octubre, 1993);
· YVAPOROITY (para Luisa Moreno, octubre, 1993);
· ÑANGAPIRY (para Raquel Chaves, noviembre, 1993);
· YVAPURÛ (para Meca y José Félix Fernández Estigarribia, noviembre, 1993);
· ARATIKU (para Jorge Enrique Adoum, diciembre, 1993);
· GUAVIRA PYTÂ (para Nila López, diciembre, 1993);
· JAKARATTA (para Alfredo Stevens, enero, 1994);
· ARASA PYTÂ (para Francisco Pérez-Maricevich, enero, 1994);
· MBURUCUYA (para Esther González, febrero, 1994);
· NARANJA OMBLIGO YGATIMI (para Susana Gertopan, mayo, 1994);
· MANDARINA CAAZAPA (PARA Hugo Rodríguez-Alcalá, junio, 1994);

ACA VIENEN CONMIGO (a la memoria de Justo Pastor Benítez, Luis de Gásperi, José Asunción Flores, Gustavo González, Miguel Ángel Maffiodo, Justo P. Prieto, Carlos Zubizarreta, Alfonso Oddone, Gabriel Casaccia, Juan Esteban Carrón, Efraím Cardozo, carlos R. Centurión, Martín Cuevas, R. Antonio Ramos, José Laterza Parodi, Benigno Riquelme García, Ana Iris Chaves de Ferreiro por su corazón por su confianza);

· PADRE DE MI PADRE (para Aida Villagra, julio, 1993);
· MADRE DE MI MADRE (para Carmen Marsal Vda. De Cuevas, abril, 1994);
· MADRE (para Salvador Villagra Maffiodo, abril, 1995);

LA LETRA ENTRO EN LA SANGRE: HOMENAJES (en memoria de Juan Carlos Onetti, Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, Daniel Moyano, Aldo Torres, Enrique Lihn, Juvencio Valle, Alfredo Pareja Diezcanseco, Manuel Bandeira, Fayad Jamís, Nicolás Guillén, Eliseo Diego, Ernest Hemingway, Angela Figuera Aymerich, Vicente Aleixandre, Luis Rosales, André Breton, desde el recordatorio personal);

· UNA MEMORIA DE TREASURE ISLAND: EL PIRATA FLINT RETORNA A SU NAVIO DESPUES DE ENTERRAR EL TESORO (para Jorge Teillier, abril, 1993);
· REQUIEM EN CINCO MOVIMIENTOS PARA EL NOBLE FORTUNATO, MUERTO EN LA BODEGA Y CATACUMBAS DE LOS MONTRESOR POR SU AMIGO, EL DUEÑO DE CASA (para Washington Benavides, junio, 1994);
· ESCENA DE CAZA (para Lucy Mendonça de Spinzi, marzo, 1995);

CANTATA DEL PUEBLO Y SUS BANDERAS TORRENCIALES (para el recuerdo heroico de Aníbal Villagra, Atilio Villagra, Derliz Villagra, Américo Villagra, cuyas sangres derribadas aún padecen hambre de justicia);

· EL GRITO EN LAS CALLES I (para Gloria y Humberto Rubin);
· EL GRITO EN LAS CALLES II (para Alcibiades González Delvalle);
· TRAJINANTES DEL ALBA I (para Juan Manuel Marcos);
· TRAJINANTES DEL ALBA II (para Guido Rodríguez Alcalá);
· LAS SOMBRAS POR LA TIERRA I (para Marciano Villagra);
· LAS SOMBRAS POR LA TIERRA (para Roberto Fernández Retamar);
· ESTE PAN EXIGIDO (para Elvio Romero);
· ESTE PAN EXIGIDO II (para Saúl Ibargoyen Islas)
· ELEGIA DEL DESTIERRO I (para Juan Félix Bogado Gondra);
· ELEGIA DEL DESTIERRO II (para Rafaela y Domingo Laíno);
· TIENE UN SITIO EL AMOR I (para Ana María Carron Rivarola mi novia);
· TIENE UN SITIO EL AMOR II I (para Ana María Carron Rivarola mi esposa);

POEMAS SOBREVIVIENTES (EN RECUERDO DE Arístides Benítez, Luis H. Segovia, Justo Pastor Benítez (h.), Justo José Prieto, Rafael Eladio Velázquez compañeros embarcadizos ya en la otra bahía);

· PAISAJE DEL PILCOMAYO (para Rodrigo Villagra Carron, agosto, 1980);
· ERRANZAS (para Neida de Mendonça, 1982);
· POETA FUESES (para Osvaldo González Real, 1983);
· NOCTURNIDAD (para Alicia Trueba de Martínez, 1985);
· DE GUARDIA (para María Luisa Artecona de Thompson, 1985).

 

 

 

 

ENTREMEDIO FRUTAL

 
 

                         ...no de purpúrea fruta, o roja, o gualda

          

 

                         a tus florestas bellas

 
 

                         falta matiz alguno

 
 

                                                    ANDRÉS BELLO

 
 

                         a Óscar Gustavo Oddone

 
 

                             hermano y consultor

 

 

     

PAKURI LOMA (21)

 

 

     

                                 

       Mediodía

   
 

que restalla

   
 

sobre las escabrosas

   
 

ensenadas

   
 

de selva,

   
 

sobre el vértigo de las barrancas.

   

 

     
 

       Y allí, ramaje adentro,

   
 

cuajan la quebrada penumbra

   
 

fosforescencias quietas,

   
 

candiles de callada tersura,

   
 

conmociones

   
 

redondas, frutas

   
 

de cáscara solar

   
 

y frescor sustantivo de luna.

   

 

     
 

       Pakurí de los altos,

   
 

resumen fugaz de la espesura,

   
 

silabario perfumado

   
 

y cruza

   
 

de repentina miel de lechiguana

   
 

con astringente limasutil profunda.

   

 

     
 

       Entretanto,

   
 

el mediodía

   
 

no acaba de ensañarse

   
 

encima

   
 

de esta trabazón empinada

   
 

de islerías.

   

                                                       (octubre 1993)

   
 

                              para Raquel Saguier

   

 

     

 

     

ÑANDYPA GUASU (22)

 

 

     
 

       Estuche

   
 

de leves azúcares ardientes

   
 

y tintura

   
 

de antiguas guerras.

   

 

     
 

       Mágicamente habidos del arco

   
 

del Gemelo Mayor,

   
 

sus maderos arredran al jaguar,

   
 

su hojarasca se percata

   
 

de los silentes pasos moteados.

   

 

     
 

       Oleo

   
 

elemental

   
 

y zumo

   
 

que en la piel se hace cárdeno violento.

   

 

     
 

       Frutos

   
 

que penden de su padre abierto

   
 

como imperiosos

   
 

genitales cenicientos,

   
 

de linaje tan pródigo

   
 

que aun caídos,

   
 

deshechos ya en su madre,

   
 

huelen a espíritu de vino célebre

   
 

o a bálsamo secreto.

   

 

     
 

       Pequeño dulzor de fiebre,

   
 

ungüentario

   
 

de lejanos pleitos.

   

                                                        (octubre 1993)

   
 

                                  para Tadeo Zarratea

   

 

     

 

     

YVAPOROITY (23)

 

 

     
 

       Licor de irrupción segura,

   
 

el rescoldo de la aurora

   
 

cose, apresta y condecora

   
 

su exacta camisa oscura,

   
 

punza y cuece su dulzura,

   
 

pulimenta su turgencia;

   
 

trámite, señal, sentencia

   
 

del trimestre generoso

   
 

y compacto ejemplo umbroso

   
 

de la frutal insurgencia.

   

                                                        (octubre 1993)

   
 

                                     para Luisa Moreno

   

 

     

 

     

ÑANGAPIRY (24)

 

 

     
 

                             El jalde Ñangapiry

   
 

                             Agridulce

   
 

               VICTORINO ABENTE Y LAGO

   

 

     
 

       Naranjado primo hermano

   
 

de la exultante guayaba

   
 

y apremiante baya brava

   
 

que agrupa el sabor montano;

   
 

diminuto miliciano

   
 

de la arisca especiería,

   
 

en la verde algarabía

   
 

manda tu yelmo de escamas

   
 

y desde su alcor proclamas

   
 

tu gustosa nombradía.

   

                                                       (noviembre 1993)

   
 

                                  para Raquel Chaves

   

 

     

 

     

YVAPURÛ (25)

 

 

     
 

                        Como a un amante Noviembre espera

 
 

                        Con impaciente savia feraz

 
 

                                   IGNACIO A. PANE

 

 

     
 

       Cuando te desflora

   
 

algún desfrutador,

   
 

prorrumpe en un sollozo duro

   
 

tu desnudo tornasol.

   

 

     
 

       Convite de pupilas hondas

   
 

y virgo crujidor.

   

 

     
 

       (Para que te beban luego con azúcar,

   
 

fermentado chacolí mareador),

   

 

     
 

       Noviembre disemina

   
 

en tu corazón

   
 

una leche que entrecortan

   
 

simientes de recóndito arrebol.

   

 

     
 

       Noviembre,

   
 

tu amador,

   
 

tu continente,

   
 

tu sazón.

   

 

     
 

       Iris negros

   
 

engarzados en su tronco surtidor.

   

 

     
 

       Y atezado,

   
 

dispuesto pezón

   
 

amamantando

   
 

a su mismo suelo criador.

   

 

     
 

       Oh simultáneo privilegio

   
 

de ser -en el solsticio mejor-

   
 

apetito y sacramento,

   
 

bombonera y galardón.

   

                                                         (noviembre 1993)

   
 

                para Meca y José Félix Fernández Estigarribia

 

 

     

 

     

ARATIKU (26)

 

 

     
 

                       ...la chirimoya,

   
 

talega de brocado, con su envoltura impide

   
 

que gotee el dulzor de su nieve redonda

   
 

                  JORGE CARRERA ANDRADE

   

 

     
 

       Bestia o esfera primordial

   
 

suspendida

   
 

en los márgenes ambiguos

   
 

del sotobosque.

   

 

     
 

       El rigor

   
 

de tu caparazón inmóvil

   
 

de veras defiende

   
 

esa delicadeza fácil

   
 

que las nubes

   
 

acendran.

   

 

     
 

       Carapacho amarillo,

   
 

tedio

   
 

y hartazgo de vieja tortuga

   
 

insolándose

   
 

sobre el sospechoso

   
 

matorral. [104]

   
 

       Pero también

   
 

dorado coracero firme

   
 

vigilando sin relevo

   
 

la conjuración meticulosa de las hojas,

   
 

la temática crueldad

   
 

de las hormigas atigradas,

   

 

     
 

       Y para tus adentros

   
 

la ambrosía blanca

   
 

que el consecutivo cielo

   
 

condensa.

   

                                                         (diciembre 1993)

   
 

                                    para Jorge Enrique Adoum

   

 

     

 

     

GUAVIRA PYTÂ (27)

 

 

     
 

       Rubio subido del diciembre y suave

   
 

adobador de fauces o de labios

   
 

o de picos que infrinjan tu hermosura;

   
 

túnica complaciente, hollejo blando

   

 

     
 

       que acidula una franca dulcedumbre,

   
 

casi pulpa lustral y casi ensalmo,

   
 

sabor rotundo que nos limpia el pecho

   
 

de humedad, de tinieblas y de espasmos.

   

 

     
 

       Y en el linde del agua y de la roca

   
 

derramas tus rubores sosegados,

   
 

el piso de la selva se esclarece,

   
 

comienza el escrutinio del verano.

   

                                                         (diciembre 1993)

   
 

                                  para Nila López

   

 

     

 

     

JAKARATI'A (28)

 

 

     
 

El fruto es una baya ovoideo cilíndrica de 3-8cm. de largo por 1-3 cm. de ancho, anaranjada, con pulpa jugosa, dulce y comestible, colgante en el tallo. Hay numerosas semillas amarillas de 1-3 mm. de diámetro. Fructifica en enero-febrero... Esta especie habita la selva de la Región Oriental, formando una parte del estrato medio en los sitios húmedos... se ha observado que los monos (Cebus apella) comen los frutos.

 
 

                   JUAN ALBERTO LÓPEZ et al

   
 

Árboles comunes del Paraguay, 112

   

 

     
 

       Morrión de enmarañadas lujurias,

   
 

almagre azufrado

   
 

contra la magnitud cerúlea.

   

 

     
 

       Camafeo suculento

   
 

y granazón que relumbra.

   

 

     
 

       Un mástil espinoso

   
 

mantiene

   
 

tu explosión simétrica,

   
 

bienhallada de cristianos trajinantes

   
 

y monos oriundos.

   

 

     
 

       La escarcha tibia de tu tallo expulsa

   
 

crasas crisálidas del cuerpo

   
 

o a veces abejas irritadas del ánima.

   

 

     
 

       Y bajo la ceniza del fogón

   
 

tu cariñoso tuétano

   
 

se enternece más todavía

   
 

para bañar después

   
 

los pómulos de un niño.

   

                                                         (enero 1994)

   
 

                                  para Alfredo Stevens

   

 

     

 

     

ARASA PYTÂ (29)

 

 

     
 

       Una luz permisiva,

   
 

cimera, oronda,

   
 

tu madurez sostiene,

   
 

tus perfumes adorna.

   

 

     
 

       Zarcillo del verano

   
 

y juntadora

   
 

de zumbos, de gorjeos

   
 

que apetecen tu forma.

   

 

     
 

       Esta virtud de enero

   
 

calma la boca;

   
 

toda mi infancia cabe

   
 

en tu médula roja.

   

 

     
 

       Latir de la inocencia

   
 

o de otras cosas.

   
 

palpo tu piel y entiendo

   
 

la sumergida historia.

   

 

     
 

       Candela del guayabo

   
 

ingente y poca:

   
 

el conjuro no basta,

   
 

su jarabe me sobra.

   

                                                         (enero 1994)

   
 

                             para Francisco Pérez-Maricevich

   

 

     

 

     

MBURUCUJA (30)

 

 

     
 

       Rubicundo confitero

   
 

de aglutinadas delicias,

   
 

con qué celos acaricias

   
 

la cintura de febrero;

   
 

fresco gentil, prisionero

   
 

de su tirante vestido,

   
 

fundas tu manso estallido

   
 

en un tiemblo reluciente,

   
 

en un fuego transparente

   
 

y en un tumulto escondido.

   

                                                        (febrero 1994)

   
 

                                   para Esther González

   

 

     

 

     

NARANJA OMBLIGO YGATIMI (31)

 

 

     
 

       Si tu corteza distante

   
 

finge sortijas de bronce,

   
 

el dictamen de tu almíbar

   
 

nos fecunda y nos compone.

   

 

     
 

       Dignidades del boscaje

   
 

y golosina del pobre

   
 

vecino de estas escarpas

   
 

y arriero de los desmontes.

   

 

     
 

       En India aprendió tu ombligo

   
 

a descorrer su horizonte

   
 

y de Ygatimí regaste

   
 

el aliento de tus orbes.

   

 

     
 

       Pomo de placer aurífero,

   
 

ofrecida curva prócer,

   
 

unes la enjundia castiza

   
 

al lujerío del porte.

   

 

     
 

       Yo digo de tu apogeo,

   
 

del cristal de tu renombre,

   
 

con el designio inocente

   
 

de poner letra a tus dones.

   

                                                        (mayo 1994)

   
 

                                  para Susana Gertopan

 

 

     

 

     

MANDARINA CAZAPA (32)

 

 

     
 

       Abril y mayo te fraguan,

   
 

pero junio es el que elige

   
 

esa crispada fragancia

   
 

que bien te ciñe.

   

 

     
 

       Múltiple luna cubierta

   
 

que sus disfrutes repite

   
 

en un suceso de gajos

   
 

y jugo firme.

   

 

     
 

       Las caravanas del Asia

   
 

desatracaron tu origen,

   
 

y así es hoy nuestro arrebato

   
 

el que te rige.

   

 

     
 

       Vegetal crisoberilo

   
 

que con resplandor audible

   
 

tramonta aquí sus favores,

   
 

sus limpios índices.

   

 

     
 

       Juventud de mis recuerdos,

   
 

casta mandarina insigne,

   
 

te debía esta alabanza

   
 

pulida y triste.

   

                                                        (junio 1994)

   
 

                                   para Hugo Rodríguez-Alcalá

 

 

NOTAS

21.       Pacurí-de-las-lomas: Salacia campestris (Hipocrateácea)

22.       Gran-unto-total: Genipa americana (Rubiácea)

23.       Myrciaria rivularis var. baporetii (Mirtácea)

24.       Eugenia uniflora (Mirtácea)

25.       Fruta-crujidera: Eugenia cauliflora (Mirtácea)

26.       Chirimoya:Rollinia intermedia (Anonácea)

27.       Guabirá-encarnado: Campomanesia xanthocarpa (Mirtácea)

28.       Papayuelo, mamón del monte o mamón bravo: Jacaratia spinosa (Caricácea)

29.       Guayaba-roja: Psidium pommiferum (Mirtácea)

30.       Murucuyá:Passiflora edulis (Pasiflorácea)

31.       Citrus aurantium var. sinensis (Rutácea)

32.       Mandarina del Departamento de Caazapá (ka'asapá=pasado-el-monte): Citrus nobilis (Rutácea)

 

 

 

 

 

 

 

ACÁ VIENEN CONMIGO

 

                     

a la memoria de Justo Pastor Benítez, Luis de Gásperi, José Asunción Flores, Gustavo González, Miguel Ángel Maffiodo, Justo P. Prieto, Carlos Zubizarreta, Alfonso Oddone, Gabriel Casaccia, Juan Esteban Carron, Efraím Cardozo, Carlos R Centurión, Martín Cuevas, R Antonio Ramos, José Laterza Parodi, Benigno Riquelme García, Ana Iris Chaves de Ferreiro,

          

 

por su corazón

   
 

por su confianza

   

 

     

 

     

PADRE DE MI PADRE

 

                                   

               y mi abuelo, cernida frente hidalga,

   
 

               poncho calamaco, silla inglesa,

   
 

               y un galope corto de su malacara,

   
 

               rumbo a la capuera en San Blas

   
 

                                                    CVM

   
 

                     Guarania del desvelado, 56

   

 

     
 

       Se dice que en el nocturno corredor,

   
 

durante los grávidos amenazos,

   
 

distinguen un hombre sin cara

   
 

al apurado esplendor de los relámpagos;

   
 

de negra y densa capa,

   
 

suavemente se pasea

   
 

por el escueto ámbito

   
 

como si le desvelase

   
 

algo que ha de arribar sin falta.

   

 

     
 

       Cuentan además que se escucha

   
 

el acompasado crepitar de una hamaca

   
 

en la penumbra

   
 

desvalida de la casa.

   

 

     
 

       Pero ésos no son

   
 

sino tus fantasmas:

   
 

prefiero congregarte

   
 

allende el sueño y la nostalgia,

   
 

aquí en mi ánimo

   
 

Don Salvador Villagra,

   
 

capitán de tus cañaverales,

   
 

caballero de rienda superior,

   
 

mentado pulso fijo,

   
 

perfil de gavilán azul,

   
 

cobertor de muchas damas,

   
 

liberal de llanura o desenlace,

   
 

convencional de La Cordillera,

   
 

maestro sobre caudillo,

   
 

señor a lo largo

   
 

de tu gente y tu comarca.

   

 

     
 

       Te conocí después,

   
 

alta postura y sobrecejo,

   
 

jinete de un salto todavía.

   
 

Y me crié en Piribebuy,

   
 

bajo el solero de tu hogar abrahámico.

   
 

Y me consintieron tus hermanas.

   
 

Mordí la carne rosa

   
 

de las guayabas

   
 

que nos traías de San Blas,

   
 

y supe aun cabalgar a tu costado

   
 

y compartir, contigo y con tus armas,

   
 

el tenso, deleitoso aguardo

   
 

de las palomas monteses en el alba.

   

 

     
 

       La memoria dócil

   
 

me brinda unas cuantas

   
 

formas, cosas que te correspondieron

   
 

en el tiempo penúltimo:

   
 

una fusta redonda de cuero de tapir

   
 

(con la que en una ocasión

   
 

me picaste la espalda),

   
 

la voz de mando natural,

   
 

un bastón que también era una espada,

   
 

el yantar exacto,

   
 

un jarro de plata,

   
 

esa manera discreta de afanarse

   
 

desde antes de la mañana,

   
 

la condición,

   
 

en el delicado interludio de la siesta,

   
 

de que una niña peinase

   
 

la cabeza entrecana,

   
 

la serena lectura de novelas

   
 

hasta que la luz desistía

   
 

de zócalos y ventanas,

   
 

aquella costumbre en la anochecida

   
 

de ser el único

   
 

que prendía el farol de la sala.

   

 

     
 

       Ahora estamos frente a otro crepúsculo

   
 

y la confabulación de las distancias

   
 

parece más profunda

   
 

que las tareas ocultas

   
 

de tu propia raíz:

   
 

deja por tanto

   
 

que sea yo quien encuentre

   
 

tu mano arrasada;

   
 

que mi brazo rodee tus hombros vacíos;

   
 

déjame esta vez preparar nuestras balas:

   
 

es necesario

   
 

que me acompañes en la cacería

   
 

de algún jabalí celeste.

   

 

     
 

       Ya oscureció, te digo;

   
 

permite que hoy tu nieto encienda

   
 

la primera lámpara.

   

                                                         (julio 1993)

   
 

                                    para Aida Villagra

   

 

     

 

     

MADRE DE MI MADRE (33)

 

 

     
 

       Hija

   
 

del médico aquel que migró al Paraguay,

   
 

«en cuyas manos había una flor de nardo»,

   
 

toma del brazo a tu padre

   
 

y acérquense.

   

 

     
 

       Vigésima sétima nieta en línea recta

   
 

de Roy Díaz mío Çid Canpeador,

   
 

acorázame.

   
 

Burgalesa de prez,

   
 

ennobléceme.

   
 

Consorte del teósofo sabio,

   
 

generoso arquitecto,

   
 

ensánchame.

   
 

Nuera de un mártir intrépido,

   
 

ármame.

   
 

Patriota que siempre labraste el sueño

   
 

de retomar por tiempo a tu tierra mayor,

   
 

ténsame.

   
 

Bienquista de tus paisanos,

   
 

repárteme.

   
 

Condecorada con la Cruz de tu Reina homónima

   
 

-tan castellana vieja y católica como tú,

   
 

distíngueme.

   
 

Fundadora de una leprosería,

   
 

purifícame.

   
 

Ministra de la Orden Tercera

   
 

de Francisco de Asís,

   
 

humíllame.

   

 

     
 

       Dispensadora de fábulas,

   
 

agúzame.

   
 

Celestina de mi primer amor

   
 

con la palabra que cuenta,

   
 

empújame.

   
 

Suave Isabel profunda,

   
 

alúmbrame.

   

 

     
 

       Reservorio de mi infancia,

   
 

prosigue velándome;

   
 

corona desde tu penumbra

   
 

la joven muerte de tu hija

   
 

y espérenme.

   

                                                         (abril 1994)

   
 

                                para Carmen Marsal Vda. de Cuevas

   

 

     

 

     

33.       La cita es de Justo Pastor Benítez, en Bajo el alero asunceño, Río de Janeiro, 1955, p. 11, y se refiere al médico y filántropo español Dr. Flaviano García Rubio, bisabuelo del poeta. (N. del E.).

 

 

MADRE

 
 

       Basta

   
 

uno solo de los diez mil recuerdos

   
 

para enjoyar tu ausencia

   
 

mortal,

   
 

María Elena.

   

 

     
 

       La mirada de ceniza verde, por ejemplo,

   
 

junto al qué vamos a hacer después

   
 

de niña presurosa

   
 

por recorrer las vidrieras de la ciudad y el mundo.

   

 

     
 

       O tu projimidad insaciable

   
 

como la inclinación

   
 

a los helados de limón y de vainilla.

   

 

     
 

       O esa distraída

   
 

manera de ensortijar o desrizarte el pelo

   
 

con dos dedos pensativos,

   
 

tu cabello oscuramente rubio

   
 

resuelto en los jazmines de plata del verano.

   

 

     
 

       Así las memorias

   
 

encienden tristemente

   
 

la galería de tu ausencia.

   

 

     
 

       Puro espacio

   
 

huérfano,

   
 

y en su hora

   
 

portal de nuestro inmaculado,

   
 

definitivo reconocimiento.

   

                                                         (abril 1995)

   
 

                              para Salvador Villagra Maffiodo

   




 

 

LA LETRA ENTRÓ EN LA SANGRE: HOMENAJES

 

                                

en memoria de Juan Carlos Onetti, Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, Daniel Moyano, Aldo Torres, Enrique Lihn, Juvencio Valle, Alfredo Pareja Diezcanseco, Manuel Bandeira, Fayad Jamís, Nicolás Guillén, Eliseo Diego, Ernest Hemingway, Ángela Figuera Aymerich, Vicente Aleixandre, Luis Rosales, André Breton, desde el recordatorio personal

 

 

 

UNA MEMORIA DE TREASURE ISLAND: EL PIRATA FLINT RETORNA A SU NAVÍO

DESPUÉS DE ENTERRAR EL TESORO

 
 

             One fine day up went the signal,

 

          

 

             and here came Flint by himself in

   
 

             a little boat, and, his head done up

   
 

             in a blue scarf. The sun was getting

   
 

             up, an mortal white he looked about

   
 

             the cutwater

   
 

                                         BEN GUNN

   

 

     
 

       Amanecía

   
 

cuando se sintió tu aviso.

   
 

Volviste, Capitán Flint,

   
 

solo y tu alma,

   
 

con el pie en la roda de un bote pequeño,

   
 

una bufanda azul ciñéndote la frente,

   
 

asperjado por la luz ingenua,

   
 

con tus mejillas lívidas como las de la Muerte.

   

 

     
 

       Desembarcaste en la Isla, Capitán,

   
 

llevando contigo seis fuertes marineros;

   
 

ahora regresabas sin nadie

   
 

bogando hacia tu barco, el viejo Walrus,

   
 

que te aguardaba

   
 

al pairo

   
 

desde hacía casi una semana.

   
 

       A bordo,

   
 

Billy Bones el piloto

   
 

cuya sentencia era «los muertos no muerden»

   
 

y John Silver, el alto contramaestre

   
 

a quien en secreto temías,

   
 

te preguntaron sobre el oro y la plata.

   

 

     
 

       -Ah -les respondiste-, pueden bajar a tierra

   
 

y quedarse, si gustan;

   
 

en cuanto a la nave,

   
 

barloventeará en busca de más, por el trueno!

   
 

Ese trapo azul apretado a tus sienes, Capitán,

   
 

no era menos intenso que el mar recién hecho,

   
 

que la mocedad de la mañana,

   
 

mientras un cielo suavísimo

   
 

ya suponía

   
 

el blanco aire candente de la siesta.

   

 

     
 

       Y zarpaste de nuevo.

   
 

Adiós, Capitán Flint.

   
 

O por decir mejor, hasta pronto:

   
 

tú no eres sino sombra empujadora

   
 

en la evocación de hombres inclementes

   
 

que se afanan y navegan y cantan

   
 

y se amotinan

   
 

y blasfeman y empuñan armas y beben

   
 

un ron graduado por Satán

   
 

y matan y mueren

   
 

en las páginas de un libro

   
 

donde también respiran

   
 

gentes de natural honrado

   
 

y destino fiel;

   
 

no obstante, Capitán Flint,

   
 

más allá de unos o de otros,

   
 

tu condición de hierro, Capitán,

   
 

será la de acechar sin puerto

   
 

por los océanos de nuestro recuerdo:

   
 

continuación que Robert Louis,

   
 

tu propio fabulador,

   
 

quizás no imaginó.

   

                                                         (abril 1993)

   
 

                                   para Jorge Teillier

   

 

     

 

     

REQUIEM EN CINCO MOVIMIENTOS PARA EL NOBLE FORTUNATO,

MUERTO EN LA BODEGA Y CATACUMBAS DE LOS MONTRESOR POR SU AMIGO,

EL DUEÑO DE CASA

 
 

                       For the love of God, Montresor!

 

   
 

                                                     FORTUNATO

   

 

     

I

 
 

       ...Y del brazo de tu afectuoso ejecutor

   
 

penetraste en las cuevas:

   
 

bordalesas pilones de huesos

   
 

frascos en fila calaveras confusas

   
 

estorbando arcadas pasadizos.

   
 

Como ronquido glacial

   
 

en algún infierno de vidrio

   
 

el trémulo tejido del salitre

   
 

festoneaba las paredes

   
 

emblanquecía los muros.

   

 

     

II

 
 

       Te tambaleas

   
 

avanzando

   
 

retiñen

   
 

las campanillas de tu gorro cónico

   
 

y otra vez otra

   
 

cuando apuras

   
 

una botella de Médoc

   
 

en honor de los enterrados

   
 

que reposan en torno

   
 

brinda

   
 

Montresor también

   
 

porque tengas una larga vida.

   

 

     
 

       Los dos bajo el lecho del río

   
 

el vino se incendia se enturbia en tus ojos

   
 

el final de las bodegas

   
 

la sombría exactitud del nicho

   
 

tu albergue

   
 

a partir de ahora.

   

 

     
 

       Al punto

   
 

te aherrojó al granito rezumante

   
 

tu falso hermano masón

   
 

fue tapiándote

   
 

primera hilada segunda

   
 

penúltima undécima

   
 

un rechinar furioso

   
 

de cadenas

   
 

la sucesión de tus alaridos

   
 

Montresor un eco

   
 

sobrepujándolos

   
 

y terminaron ambos por callar.

   

 

     

III

 
 

       Sí por el amor de Dios

   
 

pero ya no habrá caso

   
 

no han de valerte se hace tarde ni vámonos

   
 

ni me estarán esperando Lady Fortunato

   
 

y mi gente en el palazzo.

   

 

     
 

       No te salvarán no tu virtuosismo

   
 

de conaisseur de cepas y caldos

   
 

o el acceso de tos contumaz

   
 

menos aún el encomio las instancias

   
 

de tu devoto enmascarado.

   

 

     

IV

 
 

       Algunos estiman que ese laberinto húmedo

   
 

que te condujo a la muerte

   
 

no es más que una lección suprema

   
 

del relato

   
 

en lengua inglesa

   
 

otros en cambio te hicimos compañía

   
 

en la búsqueda falaz

   
 

del barril de amontillado

   
 

inútilmente procurando

   
 

que advirtieses

   
 

la divisa amenazante de los Montresor

   
 

Nemo me impune lacessit

   
 

y las atroces benevolencias de tu anfitrión

   
 

y la sonrisa maligna

   
 

tras el antifaz de seda negra.

   

 

     

V

 
 

       Por el amor de Dios, Montresor!

   
 

conmovió la rojiza mezquindad de las antorchas

   
 

tu lastimosa exclamación postrera

   
 

y en el suelo de la cripta

   
 

un solo cascabeleo

   
 

de tu bonete de bufón

   
 

-dintel del incontable silencio.

   

 

     
 

       Corrieron doscientos años

   
 

a sumar de aquella medianoche

   
 

y ningún mortal te ha perturbado

   
 

desde entonces.

   
 

Déjanos pues desearte

   
 

lo mismo que tu propio asesino y amigo

   
 

lo mismo que el poeta de Richmond

   
 

historiador de tu emparedamiento:

   
 

In pace requiescat!

   

                                                         (junio 1994)

   
 

                          para Washington Benavides

   

 

     

 

     

 

 

ESCENA DE CAZA

 
   

          

                                 

                                 MEMOIRES D'HADRIEN

 

 

   
 

       Y fue por cierto hacia el oasis de Ammón,

 
 

donde antaño los sacerdotes del oráculo develaran a

 
 

                        Alejandro el Grande el secreto de su

 

                        origen divino;

 

a escasas jornadas de Alejandría,

   
 

en un paraje desolado,

   
 

durante el rápido anochecer egipcio,

   
 

al borde de una charca invadida de cañas

   
 

perforó la distante algarada de los batidores

   
 

el rencor cavernoso, el denso gruñido metálico de la

   
 

                        fiera,

   
 

como enhebrando por breves segundos tirantes las

   
 

                        trompas de montería, los alaridos y los

   
 

                        címbalos,

   
 

fue entonces cuando el súbito ánimo imprudente de

   
 

                        Antínoo

   
 

espoleó su corcel

   
 

y arrojó su pica y sus dos venablos con arte,

   
 

mas sólo a tres varas del león

   
 

que se desplomó, alcanzado en el cuello,

   
 

al tiempo que azotaba el suelo con la cola;

   
 

el remolino de rugidos y de arena

   
 

no permitía distinguir sino una forma agitada y oscura,

   
 

pero de repente el animal se enderezó, pronto a

   
 

                        lanzarse sobre la cabalgadura y el

   
 

                        adolescente caballero inerme,

   
 

y ahí tú, Adriano Augusto

   
 

Imperator,

   
 

te interpusiste desde atrás con tu caballo

   
 

exponiendo el lado derecho

   
 

y, puesto que estabas acostumbrado a esos ejercicios,

   
 

no te resultó muy difícil rematar con la jabalina a la

   
 

                        bestia, ya herida de muerte;

   
 

el león se abatió definitivamente

   
 

y sumió el hocico en el lodo,

   
 

en tanto una hilacha de sangre negra estriaba

   
 

el agua rosada del atardecer. El enorme gato

   
 

color de desierto, de miel y de sol

   
 

sucumbió con una majestad más que humana,

   
 

mientras los nenúfares carmesíes se iban cerrando

   
 

como lentos párpados.

   

 

     
 

       Tal el episodio. Algunos días más tarde,

   
 

el poeta Pancratés organizó en el Museo de Alejandría

   
 

                        una fiesta musical en tu honor, César:

   
 

                        la sala de conciertos daba a un patio in-

   
 

                        terior; allí había asimismo nenúfares,

   
 

                        sobrenadando en un estanque,

   
 

bajo el esplendor casi furioso de una siesta de las

   
 

                        postrimerías de agosto: tú y Antínoo

   
 

                        reconocieron de inmediato sus nenú-

   
 

                        fares escarlatas del oasis de Ammón;

   
 

Pancratés se entusiasmó con la idea de la fiera rota

   
 

                        expirando en medio de las flores

   
 

y, perfecto poeta de corte al fin, demandó tu venia

   
 

                        imperial para versificar la heroica, la

 
 

                        noble anécdota: la sangre del león ha-

 
 

                        bría servido para teñir los lirios acuáti-

 
 

                        cos; la fórmula ya era vieja en esas

 
 

                        épocas (la imagen recurrente de una

 
 

                        efusión mortal acaeciendo entre páli-

 
 

                        dos pétalos); no obstante, le encargas-

 
 

                        te el texto en loor de Antínoo: en los

   
 

                        hexámetros, la rosa, el jacinto, la celi-

 
 

                        donia fueron sacrificados a las corolas

 
 

                        de púrpura, que llevarían en adelante

 
 

                        el nombre del preferido.

 

 

     
 

       Apenas dieciocho centurias después,

   
 

una bárbara nacida y criada en la Galia Transalpina

   
 

-mujer alta, llamada Marguerite-

   
 

compuso una bella narración en la que tú, César,

   
 

en carta a tu hijo adoptivo Marco Aurelio,

   
 

presentas y discutes tu propio pasado: en sus páginas,

   
 

                        precisamente, se cuenta la cacería que

 
 

                        estoy comentando, y para ésta la

 
 

                        Marguerite fundose por su parte en el

 
 

                        poema de Pancratés, un fragmento

 
 

                        del cual, encontrado en Egipto a inicios

 
 

                        del siglo, llegó hasta nosotros en la

   
 

                        curiosa colección de los Papiros de

 
 

                        Oxirrinco.

   

 

     
 

       Han pasado cuarenta y cinco largos años

   
 

desde aquella novela y por último,

   
 

ahora que van derrocándose las sombras

   
 

sobre este riñón, o páncreas

   
 

del desatentado territorio que entresoñó Lucio Anneo

   
 

                        Séneca,

   
 

tu paisano y antiguo mentor,

   
 

en este crepúsculo tan limpio de vientos

   
 

y tan apurado y grávido y caliente

   
 

como aquél de Antínoo y del león, tuyo y de la tolvanera,

   
 

atardecida de finales del verano

   
 

igual pero distinta

   
 

a la del ojo de agua, de los juncos, de las dunas,

   
 

que hace mucho habrán sido revocados por el tiempo,

   
 

digo acá en este ocaso

   
 

un mestizo suramericano

   
 

-por cuyas arterias a lo mejor también deriva

   
 

un chorro de la Itálica famosa-

   
 

alerta, un poco fatigado,

   
 

y si no con gracia, al menos con paciente denuedo

   
 

versicularmente está glosando el aludido capítulo de

   
 

                        tus Memorias inventadas, catorceno

   
 

                        Emperador de Roma,

   
 

pasaje que a su vez se apoya

   
 

en la exhumación

   
 

de una poesía mutilada.

   
 

       Por lo demás, César, tu potencia y tus actos,

   
 

así como los de tus contrarios y tus allegados,

   
 

al presente no son más que humareda, ensoñación,

   
 

                        neblina,

   
 

por ejemplo la razón del ahogamiento en el Nilo de tu

 
 

                        favorito, el joven bitinio de peregrina

 
 

                        hermosura: hoy nadie sabría comprobar

 
 

                        que Antínoo se suicidó por extremada

 
 

                        devoción a tu persona, o que se

 
 

                        trató de un mero accidente -o que tú mismo

 
 

                        le mandaste matar según apunta

 
 

                        el sabio Louis Grégoire.

 
 

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

 

Pero bien pudo ocurrir que los tres relatores de

   
 

                        la historia del león en el desierto, a

 
 

                        saber el rimador mestizo firmante de

 
 

                        esta paráfrasis, la eminente escritora

 
 

                        de las Galias y el remoto bardo palacie-

 
 

                        go

 
 

hayan tentado únicamente (cada: quien con su estrate-

 
 

                        gia o con su estratagema)

 
 

dilatar por unos meses los siglos de tu gloria, Publio

 
 

                        Aelio Adriano,

   
 

antes de que principien a sepultarte

   
 

los milenios de olvido.

   

                                                     (marzo 1995)

   
 

                          para Lucy Mendonça de Spinzi

   
       

 

 

 

 

POEMAS SOBREVIVIENTES

 
 

          en recuerdo de Aristides Benítez,

          

 

          Luis H. Segovia, Justo Pastor Benítez (h.),

 
 

          Justo José Prieto, Rafael Eladio Velázquez,

 
 

          compañeros embarcadizos

   
 

          ya en la otra bahía

   

 

     

PAISAJE DEL PILCOMAYO

 

                                 

       Frontera del aire tenso,

   
 

alto Pilcomayo,

   
 

desmemoria de la patria,

   
 

cielos quebrados.

   

 

     
 

       Sol barcino

   
 

derivando el cauce rápido.

   
 

Encono del silencio,

   
 

arena sola y viento exhausto.

   

 

     
 

       Un sueño de mi hijo

   
 

y la amistad sencilla, sin embargo,

   
 

se festejan, se ordenan

   
 

ante el fuego unitario.

   

 

     
 

       Halajería del tiempo,

   
 

lumbre de palosanto,

   
 

olorosa palpitación flagrante

   
 

de los montes cerrados.

   

 

     
 

       Y allá las aguadas congregan

   
 

su niebla virgen: debajo,

   
 

la sombra demorosa de un león

   
 

acecha los fantasmas del venado.

   

                             (Ea. «La cumbreña», agosto 1980)

   
 

                                 para Rodrigo Villagra Carron

   

 

     

 

     

ERRANZAS

 
 

       El sol dispensa

   
 

en el estanque

   
 

la moneda falsa de un verano

   
 

a destiempo,

   
 

equivocado.

   

 

     
 

       Como ese derrame en el agua

   
 

aquí estoy oficiando estas palabras,

   
 

notaciones de algún recordatorio

   
 

inverniz,

   
 

traspapelado.

   

                                                           (1982)

   
 

                                    para Neida de Mendonça

   

 

     

 

     

POETA FUESES

 
 

       Estás en la antevíspera

   
 

y continúan sobrándote

   
 

veraces interrogantes,

   
 

renovaciones, límites.

   

 

     
 

       Una vez más

   
 

apronta la máscara

   
 

pero anímate y desviste tu deseo,

   
 

castiga tus graciosas posesiones:

   
 

ahí sabrás pasar

   
 

junto con el verbo.

   

                                                         (1983)

   
 

                                para Osvaldo González Real

   

 

     

 

     

NOCTURNIDAD

 
 

       Se agrava la noche

   
 

a medida que acude hacia sí misma

   
 

y no es el viento el que hamaca

   
 

las hojas:

   
 

el silencio ejerce a no dudarlo

   
 

sus facultades superpuestas

   
 

pero sube al cielo tapado

   
 

la inminencia

   
 

de otra voz.

   

                                                          (1985)

   
 

                                    para Alicia Trueba de Martínez

 

 

     

 

     

DE GUARDIA

 
 

       Sombra, tiempo, amor.

   
 

Y el corazón, imaginaria

   
 

que aprecia todavía

   
 

su alerta

   
 

y su espera.

   

                                                         (1985)

   
 

                                    para María Luisa Artecona de Thompson

 

 





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