UN AÑO NUEVO ENTRE REJAS
Por ALFREDO BOCCIA PAZ
galiboc@tigo.com.py
Las fiestas de fin de año son particularmente emotivas para los presos. Quienes trabajan en los penales conocen la intensa depresión por la que pasan los internos, agobiados por los profusos simbolismos familiares, la soledad y el contraste con la algarabía que se vive más allá de las rejas.
Esas horas de obligada introspección son vividas según las circunstancias de cada uno. Los delincuentes comunes manejan su eventual culpa refugiándose en la religión, desatando actos violentos o resignándose en silencio a su suerte. Los capos del mundo narco ahogan su frustración en farras generosas. En cualquier caso, convengamos que la cárcel es, junto al hospital, uno de los lugares más inhóspitos para pasar Año Nuevo. Lo digo con conocimiento. Me ha tocado pasar esas fechas en ambos sitios: haciendo guardia como residente en mis años de formación médica o como detenido en la Guardia de Seguridad.
Lo segundo sucedió en la década de los ochenta, cuando me convertí en preso político por activar en la oposición a la dictadura de Stroessner. Con otros tres jóvenes pasamos el Año Nuevo en una celda que estaba entre la del capitán Napoleón Ortigoza y la de Escolástico Ovando, encarcelados desde 1962 y convertidos para entonces en los detenidos políticos más antiguos del continente. Para nosotros la prisión era el precio a pagar por una lucha que se suponía justa: la democratización del país. Uno lamentaba la angustia ocasionada a la familia, pero asumía que terminar preso era un riesgo conocido y aceptado. No tenía nada de insólito ser opositor y perder la libertad.
Lo de verdad insólito lo estamos viviendo ahora. Se está yendo a la cárcel gente que jamás estuvo allí antes. En Paraguay hay políticos poderosos que terminan apresados. No sé si usted dimensiona lo que esto significa. Es un increíble precedente histórico en este reino continental de la impunidad. Al menos yo, jamás pensé que llegaría a escribir algo así.
Por eso en Año Nuevo no pude dejar de pensar en el ex senador Óscar González Daher y su hijo Rubén, recluidos esa noche en la Agrupación Especializada, pese a los esfuerzos desesperados de sus abogadas por obtener medidas alternativas. O en el ex fiscal general del Estado Javier Díaz Verón y el diputado Ulises Quintana, quienes habrán pasado juntos en la prisión militar de Viñas Cué. O en Justo Cárdenas y Rubén Quesnel, ex presidentes del Indert y del Indi, respectivamente, quienes vieron llegar el 2019 desde sus celdas de la Penitenciaría de Tacumbú.
Juro que no me asiste ninguna intención morbosa o vengativa al recordar estos nombres en fechas tan sensibles. No tengo nada contra ellos, pero no puedo dejar de señalar el contenido simbólico y educativo de lo que les ocurre. El Paraguay puede poner a sus políticos corruptos entre rejas. Ojalá sirvan de ejemplo. Ojalá no sean los últimos.
Fuente: ULTIMA HORA (ONLINE)
www.ultimahora.com
Sección OPINIÓN
Sábado, 05 de Enero de 2019
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