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ROBERTO PAREDES RODRÍGUEZ

  LOS CARLOS - Por LIZ VARELA y ROBERTO PAREDES


LOS CARLOS - Por LIZ VARELA y ROBERTO PAREDES

LOS CARLOS

PARTE II – LA CRISIS TERMINAL DEL STRONISMO

PARTE III – LA NOVELA DE RODRÍGUEZ

LIZ VARELA y ROBERTO PAREDES

Diseño de tapa e infografías: NERY SANABRIA

Composición y armado: QR Producciones Gráficas

Asunción – Paraguay

1999 (224 páginas)

 

 

PREFACIO

Diez años han transcurrido desde el acontecimiento que significó un importante cambio de rumbo en la historia de nuestra patria: la salida de un largo período político autocrá­tico, para iniciarnos, con pasos vacilantes, en una difícil y desconocida clapa democrática. Este lapso es aún corto para evaluar con precisión la solidez con que el sistema se arraigó en la preferencia ele nuestro pueblo, pero es suficiente para describir los hechos con precisión histórica y sin las distor­siones producidas por sentimientos influenciados por aconte­cimientos muy recientes que impactaron profundamente en nuestras vidas.

El libro que hoy presentan los periodistas LIZ VARELA y RO­BERTO PAREDES, es, hasta donde llega mi conocimiento, un ex­haustivo y meritorio trabajo de investigación, elaborado con la tenacidad y precisión que caracteriza a la gente de prensa. Fueron entrevistados decenas de protagonistas, revisados cen­tenares de documentos y relatados los hechos con sencillez e imparcialidad, condiciones que dan a este libro un gran valor histórico.

El relato enfoca muy detalladamente la acción militar, pero describe también con mucha precisión la situación política imperante: el deterioro de las instituciones, la corrupción de los altos dirigentes, la complicidad, el encubrimiento y principalmente la impunidad, que motivaron una irresistible pre­sión en todas las esferas sociales, que llegó hasta nuestros familiares y en los cuarteles a nuestros comandados.

Fueron muy decisivas las acciones de rebeldía de numerosos políticos, periodistas, clérigos, intelectuales, artistas, docentes, campesinos, sindicalistas, etc., que si bien no participaron directamente en las acciones, crearon el clima propicio para darnos la certeza de que llegado el momento del golpe tendríamos un gran apoyo popular.

A diferencia de otros acontecimientos similares en nuestra historia, este golpe se caracterizó por la sensatez y la modera­ción en todas las acciones. No hubo un solo caso de juzga­miento sumario, fusilamiento, creación de tribunales espe­ciales, revolucionario, venganza personal, robo, saqueo o me­noscabo de la dignidad de los que fueron derrotados. El único exiliado fue el ex dictador, lo que en cierto modo fue una medida oportuna y humanitaria, que tal vez haya salvado su vida. Los demás altos jerarcas de la dictadura fueron libera­dos, excepto los que tenían que responder por delitos comu­nes, que fueron enjuiciados, cumpliéndose con todos los pro­cedimientos legales. Siempre tengo en mi mente el pensa­miento, o la duda, de cuál sería el comportamiento de los adep­tos al régimen anterior en el caso de que el resultado les fuese favorable.

Considero que esto se, debe principalmente al liderazgo indiscutible del general ANDRÉS RODRÍGUEZ, quien en varias ocasiones expresó con mucha vehemencia que nuestros ad­versarios serían nuestros camaradas que ocasionalmente se encontraban en el bando contrario, pero que terminado el conflicto, volverían a nuestras filas e inclusive continuarían su carrera militar.

Estas proféticas palabras se cumplieron. Muchos militares que estuvieron enfrentándonos llegaron a las más altas jerar­quías, como también muchos políticos, antes muy allegados al dictador, hoy siguen brindando su inteligencia y habilidad política en varios campos del quehacer nacional. Inclusive hay quienes se incorporaron decididamente a las corrientes democráticas, y luego volvieron a acercarse al pequeño cír­culo de admiradores del ex dictador. Estas son las aparentes incongruencias de la democracia, pero que sirven para con­solidar las libertades fundamentales de todo ciudadano.

Este libro es un importante aporte para el mejor conoci­miento de todas las circunstancias de este golpe militar muy original en nuestra historia, que derrocó a una dictadura y trajo la democracia al Paraguay, y que inició un nuevo siste­ma de gobierno, con una nueva Constitución y una distribu­ción equitativa del poder, que está permitiendo perfeccionar las instituciones existentes y crear otras para mejorar todos los aspectos de la vida nacional, disminuir la corrupción y contribuir para el desarrollo y el bienestar de nuestro pueblo.

¿Se justificó el golpe? ¿Se cumplieron las aspiraciones que temerosamente palpitábamos durante la dictadura? No creo que podamos contestar categóricamente a ninguna de estas preguntas. Todo indica que vamos por buen camino. Espere­mos diez años más.

EDUARDO GONZÁLEZ PETIT

Vicealmirante S.R.

 

 

CAPITULO II
 

"SIEMPRE HABRÁ UN 13 DE ENERO"

 

 

 

 

 

 

 

 

El día 10 de enero de 1989 se determina llevar a cabo el golpe de Estado que se venía preparando contra el general Alfredo Stroessner. Ese día se había decidido pasar a retiro a numerosos oficiales de confianza del general Andrés Rodrí­guez, como los casos del general Orlando Machuca Vargas, y los coroneles Aníbal Rejis Romero y Oscar Díaz Delmás.

El 11 de enero, a la mañana, el teniente coronel Hugo Díaz Cano, ayudante del comandante de la Primera División de Caballería, general Víctor Aguilera Torres, pidió al teniente coronel Enrique Montiel Garcete trasladarse a la Comandan­cia de la División.

El encuentro fue rápido, y el general Aguilera Torres se dirigió al subordinado en los siguientes términos: - Mire Montiel, la situación es muy grave, pues han pasado a retiro al general Andrés Rodríguez Deseo que usted bosqueje un plan para emplear operativamente a la División-.

"¿Y cuáles son los objetivos del plan?", preguntó Montiel Garcete, a lo que el jefe de la Primera División de Caballería respondió: - Tomar: a) El Regimiento Escolta Presidencial; b) La Comandancia de la Policía de la Capital; c) La Fuerza Aérea, el Regimiento de Paracaidistas Silvio Pettirossi; d) El Parque de Guerra. Su plan también debe contemplar el apre­samiento de las siguientes personas: general Francisco Ruiz Díaz, general Gerardo Johannsen, Mario Abdo Benítez, Sa­bino Augusto Montanaro”

"Pero general, ¿cómo están las unidades del interior?", preguntó el teniente coronel, a lo que Aguilera Torres respon­dió que se tenían informaciones sobre que el presidente de la seccional colorada de Chacarita, Ramón Aquino, presunta­mente organizaría fuerzas paramilitares para plegarse al Re­gimiento Escolta y fortalecer la resistencia. "Se trata de alre­dedor de 10.000 hombres -agregó-, que estarían armados con fusiles automáticos y pistolas ametralladoras, que se suponen están guardados en algún depósito en la Chacarita. No tengo otras informaciones".

El teniente coronel Díaz Cano entregó a Montiel Garcete todo lo que precisaba para esbozar el plan: lápiz, carta topo­gráfica, borrador, hojas. El oficial se internó en la Sala de Guerra, y comenzó el trabajo de preparar el plan.

A eso de las 11.00 horas de la mañana, ingresó al local el coronel Aníbal Rejis Romero, quien le dijo a Montiel Garcete que el Parque de Guerra ya se había tomado. Le explicó en su condición de comandante de las tropas del Cuartel Divisiona­rio había solicitado el permiso correspondiente al coronel So­lano Gamarra, para que los cimeforistas realicen prácticas de tiro en el stand de dicha unidad, como parte de la instrucción.

"A mí me parece -le dijo Montiel Garcete a Rejis Romero­-que usted debe pensar muy bien sobre cómo proceder para neutralizar al Regimiento de Paracaidistas de la Aeronáutica, que está muy próximo a su unidad". Romero asintió, sin ha­cer comentarios sobre el tema. -Además -le dijo Montiel Gar­cete- habría que pensar acerca de qué operaciones llevar ade­lante para detener a Abdo Benítez, Ruiz Díaz, Montanaro y los otros-. La entrevista fue breve, y Rejis Romero se retiró de la Sala de Guerra sin más que hacer un "sí" con la cabeza.

Otro oficial que ingresó a la Sala de Guerra para preguntar sobre la misión que le correspondería fue el coronel Oscar Díaz Delmás, comandante del Cuarto Regimiento de Caballería, RC4

 

. "Al preparar el plan -dijo Díaz Delmás- quiero que tenga en cuenta que casi la totalidad de los oficiales y subofi­ciales del Regimiento están de vacaciones".

Al día siguiente, 12 de enero de 1989, el plan de operacio­nes que había esbozado Montiel Garcete se le presentó al co­mandante de la Primera División de Caballería, general Víctor Aguilera Torres. "¿Ya tiene algo?”, preguntó éste, a lo que Montiel Garcete respondió que la operación debía basarse en la rapidez y la sorpresa. "El mejor momento, para mí -añadió­- es el 13 de enero, fecha en que la Junta de Gobierno del Partido Colorado piensa desarrollar un acto de recordación de los su­cesos del 47. Allí estarán todos: el presidente Alfredo Stroess­ner, Mario Abdo Benítez, Sabino Augusto Montanaro,° Sería relativamente fácil detenerlos, sin grandes pérdidas".

El general Víctor Aguilera Torres nada le respondió. Le agradeció por el trabajo realizado, tomó el plan y se dirigió a la Comandancia del Primer Cuerpo de Ejército, para reunirse con el general Andrés Rodríguez.

Cuando Aguilera Torres retornó, informó al teniente coro­nel Enrique Montiel Garcete que el general Rodríguez estaba conforme con el trabajo realizado, y que había dado instruc­ciones para que los Regimientos concentrasen su personal con el mayor sigilo posible.

Para disimular las acciones se transmitió a los diversos comandantes de Regimientos que se pasaría revista a la tropa esa tarde; una "revista de rutina". Por entonces, el comandan­te provisorio del Tercer Regimiento de Caballería, RC3, era el coronel Arturo Solalinde, pues el titular, coronel Lino Cé­sar Oviedo, estaba de vacaciones.

Se le sugirió que tomara providencias con respecto a la organización de los vehículos blindados del Regimiento. El día 12 pasó sin otras novedades.

El día 13 de enero se realizó sin tropiezos el acto conme­morativo en el local de la Junta de Gobierno del Partido Co­lorado. Los participantes, evidentemente, nada sabían sobre los aprestos de la Caballería para poner fin al prolongado mandato de Stroessner.

Luis María Argaña, quien se había distanciado del Poder Judicial a comienzos de diciembre, había asumido el com­promiso formal de guardar silencio durante los siguientes cien días, pero durante ese mes había recorrido varios puntos de la República anunciando que siempre habría un 13 de enero. Por una mala jugada de la historia, Rodríguez entendió que no estaban aún dadas todas las condiciones para la realiza­ción del golpe en ese día.

Los tradicionalistas realizaron actos particularmente ma­sivos en las principales cabeceras departamentales, como ser Ciudad Stroessner (hoy Ciudad del Este) y Encarnación. Los encendidos discursos del nuevo jefe político "tradicionalis­ta" colocaron en el centro del debate la fecha 13 de enero; fecha que hasta ese momento ni era mencionada ni reivindi­cada por los colorados.

La "militancia stronista" reaccionó fuertemente, e inusual­mente, anunció para el 13 de enero de 1989 la realización de una gran concentración, para recordar los sucesos que después de más de 40 años de llanura, habían posibilitado el retorno del Partido Colorado al poder. Se discutió, también, sobre el papel que Stroessner había jugado en los sucesos de enero de 1947.

 

 

La participación concreta de Alfredo Stroessner, por en­tonces comandante de la Artillería, había sido en el mejor de los casos polémica, pues en una reunión realizada en Mburu­vichá Roga, el 12 de enero, el entonces presidente Higinio Morínigo había sometido a consideración qué se hacía ante el retiro de los febreristas del gobierno de coalición. Hubieron dos propuestas: gobernar con los colorados (1), sustentada por el coronel Enrique Jiménez, con el apoyo de Díaz de Vi­var, y formar un gobierno netamente militar (2). Las propues­tas fueron sometidas a votación, y con la sola oposición de Jiménez y Díaz de Vivar se decidió por la segunda. No obs­tante, el 13 de enero se tomaron medidas contra los que se oponían al co-gobierno militar-colorado. El personaje central de la operación fue el entonces jefe de la Caballería, coronel Enrique Jiménez, quien en 1989 militaba en las filas de los colorados "contestatarios".

Después de desistir de ese plan, se encargó al coronel San­tiago Zaracho la elaboración del plan de operaciones definiti­vo. Se debía proceder con una sola recomendación del gene­ral Rodríguez: que se prepare un plan que implique la menor posibilidad de pérdidas humanas. Es posible, a juzgar por esto, que el motivo principal para desistir del plan de dar el golpe el 13 de enero haya sido el temor de Rodríguez de producirse enfrentamientos violentos.

(El 11 de enero, el general Andrés Rodríguez recibió una llamada telefónica del ministro de Defensa Nacional, general Germán Martínez. El ministro le comentó que había sido pa­sado a retiro. "¿Quién dio la orden?", preguntó Rodríguez, a lo que Martínez respondió que había sido el jefe de Estado Mayor, general Alejandro Fretes Dávalos. Inmediatamente, Rodríguez se dirigió al palacio, para conversar sobre el tema con el presidente. En la entrevista, el comandante del I Cuerpo de Ejército le reclamó al presidente por la decisión, después de haberlo apoyado durante décadas y de haberle sido leal en to­das las circunstancias. No se sabe qué exactamente le respon­dió Stroessner, pero lo cierto es que a su regreso al Primer Cuer­po, le llamó al general Aguilera Torres y le ordenó que pusiese en apresto a toda la Primera División de Caballería).

No existe el menor indicio documental ni testimonial sobre que Alfredo Stroessner haya pretendido pasar a retiro al general Andrés Rodríguez. Pero hubieron movidas en las Fuerzas Ar­madas -algunos pases a retiro y varios traslados- que afectaban directamente a los hombres a quienes Rodríguez había asigna­do, o pensaba asignar, funciones claves en el proyecto golpista.

De hecho, la "militancia stronista" sabía -sin manejar de­talles- que una conspiración estaba en marcha, por lo que es lógico que haya empleado su decisiva influencia para desarticular el movimiento, lo que simplemente se lograría por medio de algunos pocos cambios.

 

PLANEAMIENTO DEFINITIVO

 

Originalmente, el plan de los golpistas consistió en la in­tención de formar grupos comandos para detener a los jerar­cas del stronismo -militares y civiles- en sus hogares. Se pen­saba que al tener prisioneros a los más altos dirigentes del régimen, éste no tendría condiciones de reaccionar.

La idea se abandonó posteriormente, por dos motivos fun­damentales: por una parte, se podrían presentar casos de has­ta violenta resistencia a los apresamientos, con lo que irreme­diablemente se producirían enfrentamientos y muertes. Y Rodríguez no era partidario de una salida que implicase mu­chas pérdidas de vidas humanas. Por otra parte, se trataba de una idea seductora, ciertamente, pero que implicaría la parti­cipación de un gran número de oficiales muy bien entrena­dos, pues se trataba de realizar por lo menos 30 detenciones.

El temor a que la operación derive en violencia innecesa­ria y muertes, se sumó a la complejidad de la aplicación del plan en sí, para hacer desistir a Rodríguez de su implementación.

Otra idea que llegó a plantearse en el Primer Cuerpo de Ejército fue la de declararse cuartel en rebeldía, presionando por la renuncia del gobierno. La propuesta fue desechada de plano, pues en realidad una medida como esa dejaría en infe­rioridad de condiciones al Primer Cuerpo, tanto desde el pun­to de vista militar como político. Por una parte, el aislamiento a que sería sometido el Cuerpo le impediría ganar simpatía y adhesión en el seno de la población, y por otra, desde la pers­pectiva militar, la fuerza se expondría al cerco y a mortíferos y fulminantes ataques de las fuerzas leales al gobierno.

La conclusión de fondo, militar y políticamente, era clara: habría confrontación, y en ella la mejor chance era recurrir a la sorpresa como arma, pues tomando al adversario despre­venido se lo podía controlar con relativa facilidad.

En uno de los encuentros directos, realizado a fines de 1988, entre el vicealmirante Eduardo González Petit, comandante de la Armada, y el jefe del Primer Cuerpo de Ejército, general Andrés Rodríguez, éste le pide a González Petit que la Arma­da se abstenga de intervenir en la confrontación. "Si la Arma­da no se mueve -dijo Rodríguez- la Caballería se encarga de poner todo bajo control".

González Petit le respondió que no solamente apoyaría la iniciativa de derrocar al gobierno, sino que estaría dispuesto a poner sus hombres en movimiento para el copamiento de algunos objetivos militares, como la Policía de la Capital y el Palacio de Gobierno.

Rodríguez le dijo que la Caballería estaba preparada para la operación, a lo que González Petit respondió: "Nosotros también estamos bien preparados". El comandante del Pri­mer Cuerpo de Ejército quedó más que conforme.

El manejo compartimentado del movimiento conspirati­cio hizo que solamente el general Andrés Rodríguez tuviese una idea global de la marcha del complot, pues como ya se apuntó, ni González Petit llegó a saber antes que el general Eumelio Bernal, comandante de la Primera División de In­fantería, estaba comprometido con el movimiento, ni Bernal llegó a saber de la participación de González Petit en la cons­piración.

Desde el punto de vista estrictamente militar, la situación era así: las fuerzas que asumieron un explícito apoyo al com­plot eran la Armada, como fuerza global, la Primera División de Infantería, el Primer Cuerpo de Ejército y el Servicio A­gropecuario; como fuerzas enemigas estaban catalogadas el Regimiento Escolla Presidencial, la Aeronáutica, la Policía y la Artillería. El escenario central de la confrontación sería la capital, por lo que si bien importaba la simpatía o adversidad de las unidades ubicadas en el interior del país, no era deter­minante. Ya en la madrugada del 3, en pleno desarrollo del golpe, se pondrán en evidencia los brazos largos que tuvo la conspiración.

Cada fuerza involucrada en el complot preparó su respec­tivo plan de operaciones. El planeamiento general preveía que:
1) La Armada tendría como objetivos militares principales el copamiento de la Policía de la Capital, el Departamento de Investigaciones, el Palacio de Gobierno y parte del bloqueo a la Chacarita. Como objetivos secundarios tendría la misión de tomar el Canal 9 y ocupar la Comisaría Policial Primera;

2) La Primera División de Infantería tendría como objetivos militares fundamentales neutralizar al Comando de Transmi­siones, al Comando de Ingeniería y a la Guardia de Seguri­dad. Como objetivos secundarios tendría que tomar el Canal 13 y la Radio 1° de Marzo, así como controlar las telecomu­nicaciones, ocupando Antelco;

3) La Caballería asumió el compromiso de atacar el regimiento Escolta Presidencial, controlar la Fuerza Aérea, y bloquear parte de la Chacarita. Como misión secundaria tenía que bloquear los accesos a la capital, sobre todo por las rutas por donde podría desplazarse la Artillería con sede en Paraguarí.

Una fuerza menor, que se sumó con la misión específica de impedir a lo largo de la calle Madame Lynch la entrada y salida de vehículos fue el Servicio Agropecuario.

El plan de operaciones de la Armada fue preparado por el ayudante del comandante de la fuerza, el capitán Carlos An­tonio Machuca. En el plan se establecieron como objetivos

centrales la toma de la Policía y la ocupación del Palacio de Gobierno; todo se había programado meticulosamente: el tiempo que llevaría desplazarse, las posiciones que deberían ocuparse, los armamentos que se emplearían. La Armada movilizaría sus fuerzas aérea, naval y terrestre, de modo a que sus objetivos sean capturados sin mayores dificultades.

Del plan de operaciones del Regimiento de Infantería 14 se responsabilizó el coronel Gerardo Ruiz Ramírez, coman­dante de batallón y uno de los principales colaboradores del general Eumelio Bernal en el complot. El plan no contempla­ba atacar, sino neutralizar determinadas unidades, de modo que las mismas no pudieran salir a combatir a favor de las fuerzas leales al régimen.

En cuanto al plan del Primer Cuerpo de Ejército, el res­ponsable definitivo fue el coronel Santiago Zaracho, jefe de operaciones de la Primera División de Caballería. En trabajo conjunto con el general Víctor Aguilera Torres, de la Primera División de Caballería, DC1, y los coroneles Lorenzo Carri­llo Melo, del Primer Regimiento de Caballería, RC1 "Coro­nel Valois Rivarola", Pedro Concepción Ocampos, del Se­gundo Regimiento de Caballería, RC2 "Coronel Felipe Tole­do", Lino César Oviedo, del Tercer Regimiento de Caballe­ría, RC3 "Coronel Vicente Mongelós", Oscar Díaz Delmás, del Cuarto Regimiento de Caballería, RC4 Hipo "Acá Carayá", y Aníbal Rejis Romero, comandante de la tropa divisio­naria, se trazó el plan de operaciones del Primer Cuerpo, cuya misión más complicada era el ataque al Regimiento Escolta Presidencial, cuya dotación era estimada en nada menos que 1.500 hombres, bien armados y entrenados.

Rodríguez fue considerado, desde un principio, como el líder del movimiento conspiraticio, pero por su posición y ubicación, participó más directamente de los preparativos concretos del Primer Cuerpo. El día "D" sería un domingo y la hora "H" las 04.00 horas. Así se manejó entre los complo­tados la propuesta, sin fijarse la fecha exacta. Se insistía en que el mejor día era el domingo, teniendo en cuenta el escaso tráfico, por una parte, y el ritmo particularmente tedioso de los cuarteles.


CAPITULO III

LA REACCIÓN DEL GOBIERNO

 

 

Desde que la conspiración tomó efectivamente cuerpo, hecho que los complotados ubican coincidentemente en seis meses antes de febrero de 1989, o sea, entre setiembre y octu­bre de 1988, el gobierno, por diversas vías, tuvo acceso al plan general.

El coronel Gustavo Stroessner, hijo mayor del presidente y candidato de los "militantes" a sucederlo, advirtió en varias oportunidades al padre sobre que había una conspiración en­cabezada por el general Andrés Rodríguez. "Macanas", "dis­parates", eran los términos con que el general Alfredo Stroessner se refería a las versiones.

Entre diciembre de 1988 y enero de 1989, el rumor ganó fuerza, y ya provenía de las más variadas fuentes. Los diri­gentes de las seccionales coloradas, sobre todo los de las ubi­cadas en las cercanías de la División de Caballería solicita­ban audiencias al presidente, para informarle sobre los raros movimientos constatados en los alrededores de los diversos Regimientos de Caballería: Campo Grande y Bajo Chaco.

Stroessner, sobre todo en enero, ya se negó a recibir a los dirigentes de las seccionales coloradas que le solicitaban au­diencia para hablar sobre el tema. "¿Sobre qué vienen a con­versar conmigo?", preguntaba a Mario Abdo Benítez, y éste decía: - Sobre el complot -. "Explícales que no puedo aten­derlos", decidía el presidente.

El secretario privado del presidente y vicepresidente del Partido Colorado, Mario Abdo Benítez, advertía casi todos los días a Stroessner sobre que "hay una conspiración en marcha, y el que encabeza el movimiento es su consuegro, el general Andrés Rodríguez". Stroessner disentía con la cabe­za, y le decía: - Mario, Rodríguez no va a intentar un golpe, sacate eso de la cabeza-.

El presidente le recordaba a Mario Abdo Benítez que las veces que Rodríguez estuvo en aprietos, por rebelión de algu­nos de sus subordinados, él se encargó de salvarlo, así como que los unía una relación de parentesco muy fuerte, pues su hijo estaba casado con la hija del comandante del Primer Cuerpo de Ejército.

En una ocasión, ante la insistencia de Gustavo sobre el tema del golpe, Stroessner tomó el teléfono y llamó directa­mente al jefe del Primer Cuerpo de Ejército: - Mire Rodrí­guez, mis informantes me aseguran que usted está conspiran­do, quiero saber si hay o no algo de cierto en esa versión -. "Por supuesto que no, mi general", le respondió Rodríguez, garantizándole que se seguiría manteniendo leal a su gobier­no. Desde entonces, nunca más Stroessner volvió a hablar con Rodríguez sobre el tema, y nunca, hasta la madrugada del 3 de febrero, puso en duda la fidelidad del comandante del Primer Cuerpo de Ejército.

No obstante, tanto los organismos de seguridad del go­bierno como los dirigentes de la "militancia stronista", toma­ron de otra manera los rumores, y se empeñaron por acceder a informaciones más fidedignas, a pruebas concretas. Se es­bozó, también, un plan para desarticular una eventual rebe­lión militar, lo que implicó examinar quiénes eran o podrían ser los "rodriguistas" y cómo se debería proceder para apar­tarlos de los cargos desde donde podrían eventualmente con­tribuir al golpe.

En el Partido Colorado hubo dos hechos de suma relevancia con respecto a la cuestión. Por una parte, a una semana del golpe, hacía finales de enero, la comisión política de la Junta de Gobierno del Partido Colorado trató sobre el tema. Todos manejaban elementos dispersos y pobres sobre los pre­parativos para el golpe, pero coincidían en que estaban frente a una conspiración y en que habría que tomar urgentes medi­das para desarticular la misma.

Mario Abdo Benítez, vicepresidente del partido y secreta­rio privado del presidente, refirió que Alfredo Stroessner se resistía a admitir que se estaba conspirando contra su gobier­no, comentando que por el despacho presidencial habían des­filado en el transcurso de ese mes, decenas de dirigentes de las seccionales de Limpio, Mariano Roque Alonso y otras localidades, sin que hayan conseguido siquiera que el presi­dente se interesara en el tema. Stroessner estaba convencido de que la cuestión de la conspiración no pasaba de una fanta­sía de los dirigentes políticos de base, y no se cansaba de repetir que Rodríguez no iría a liderar ni participar de un movimiento para deponerlo.

De todas maneras, el comité político del Partido Colorado entendió que era obligación de los mismos informar oficial­mente a Stroessner sobre lo que se sabía, por lo que se desig­nó al presidente del partido, y ministro del Interior, Sabino Augusto Montanaro, para que sea portavoz de la inquietud de los colorados "militantes".

Al día siguiente se solicitó la audiencia con el presidente. "Presidente -dijo Montanaro-, de acuerdo con las informa­ciones que tenemos, todo está listo para el golpe contra su gobierno. Se tiene día y hora, y se sabe de quiénes están di­rectamente involucrados en la conspiración" Es nuestra obli­gación, como colorados leales a usted, advertirlo sobre la cues­tión, de modo que usted decida qué medidas tomar para fre­nar la intentona". El resultado fue el mismo; Stroessner no daba la menor credibilidad a la versión.

Por otra parte, uno de los más prominentes dirigentes de base, Ramón Aquino, de la seccional de Chacarita, se puso en campaña para la formación de un poderoso aparato paramili­tar que estaría compuesto por unos 10.000 hombres, quienes ante una eventualidad se sumarían a las tropas del Regimien­to Escolta Presidencial para resistir militarmente. Los hom­bres de Ramón Aquino serían armados con fusiles automáti­cos y pistolas ametralladoras, que serían traídos de China, vía Paraguay, Brasil.

Las armas chinas efectivamente llegaron al país, hacia fi­nales de 1988, pero no se sabía con seguridad dónde habían sido depositadas. Se especulaba sobre dos posibles lugares: el Regimiento Escolta o la Chacarita. Las mismas, sin embar­go, fueron encontradas en la repartición de las Fuerzas de Operaciones Especiales de la Policía, por oficiales de la Ar­mada. Estaban encajonadas, y después de hacerse el inventa­rio terminaron siendo llevadas a la Caballería.

En cuanto a los organismos de seguridad, los trabajos de control se intensificaron, aunque los resultados que arrojaron sus gestiones fueron pobres, lo que se explica básicamente por la particular manera en que se desarrolló la conspiración. El estilo personalista que imprimó Rodríguez al manejo de los preparativos -defecto y virtud, de acuerdo a cómo se lo mire- imposibilitó a los agentes de seguridad del gobierno tener acceso a pruebas concretas, a documentos, a grabacio­nes de conversaciones telefónicas -.

Pero como estaban convencidos de que algo se estaba ges­tando, hicieron sus tareas de afinar el control. En estas activi­dades de investigación se involucraron tanto los funcionarios de inteligencia e investigaciones de la Policía Política, como los del Departamento de Investigaciones, el Ministerio del Interior, la Policía de la Capital y el Servicio de Inteligencia Militar.

Oficiales de distintas graduaciones, sobre todo de la Pri­mera División de Caballería, fueron seguidos y sus conversa­ciones telefónicas fueron grabadas. Los resultados, sin em­bargo, fueron nulos. Ninguna claridad arrojaron sus esfuer­zos sobre el tema de la conspiración.

Los complicados tomaban medidas de seguridad elemen­tales, pero por algunas válvulas salían las informaciones, al punto de que oficiales de la más alta graduación llegaron a

escuchar comentarios sobre la cuestión en supermercados. O sea: se hablaba del golpe como algo inminente, pero no se tenía detalles sobre quiénes estaban complicados, cuándo darían el golpe, y de qué manera se haría.

El caso más grave, que revelaba que se tenía conocimien­to del complot, fue el que tuvo como protagonista a uno de los jefes de la conspiración, el vicealmirante Eduardo Gonzá­lez Petit, de la Armada. Estaba haciendo compras en un su­permercado de la capital, acompañado de su esposa, cuando un funcionario, que siempre lo llamaba "coronel", le dijo: - Se viene un golpe, coronel, ¿ya sabe? -. "No, no escuché nada, ¿y cómo se daría la cuestión?". - De acuerdo con lo que se dice -responde el informante- el golpe va a hacer la Marina con la Caballería. Ya está todo preparado, y posiblemente se liará este domingo-.

El vicealmirante González Petit quedó sumamente sorpren­dido, pues el rumor, independientemente de las imprecisio­nes que podría comprender en cuanto a detalles, era básica­mente correcto. lnmediatamente se puso en comunicación con el general Andrés Rodríguez, le comentó sobre el incidente, y ambos concluyeron que se tenía que pensar seriamente en adelantar la operación.

Otro episodio anecdótico, pero muy ilustrativo, confirma plenamente que existían fundadas sospechas en el seno de los órganos de seguridad del gobierno. El 12 de enero de 1989, el teniente coronel Enrique Montiel Garcete recibió una extraña invitación para asistir al cumpleaños del hijo del jefe de Inte­ligencia de la Policía, Cáceres Spelt.

El festejo se iba a hacer en la casa quinta que el prominen­te funcionario policial tenía en la localidad de Limpio, y el teniente coronel fue sorprendido por la invitación, pues no era amigo ni allegado del jefe de Inteligencia de la Policía.

Montiel Garcete concurrió al encuentro social, acompaña­do de su esposa. En la entrada, los recibió el propio Cáceres Spelt, quien inmediatamente lo tomó del brazo y le dijo que le quería enseñar su nueva piscina. Fueron hasta el borde de la pileta, y Cáceres Spelt soltó la primera pregunta: - Dígame Montiel, ¿qué se está gestando en la Caballería? Usted debe estar bien informado, pues está en el Estado Mayor Divisio­nario -. "No pasa absolutamente nada", respondió Montiel Garcete, añadiendo que "los ricos nunca se pelean; yo no creo

 

 

 

que nada de anormal se esté gestando". - De hecho yo tampo­co creo que ustedes se presten a una mala jugada contra las autoridades - dijo Spelt, con lo cual se dio por satisfecho, y tomando del brazo al militar lo condujo hacía donde se en­contraban los demás invitados.

Entre otros, participaron del encuentro social el coronel Catalino González Rojas y el periodista Helio Vera. Se habló mucho, aunque informalmente, sobre la situación política del

país. El grueso de los presentes compartía las ideas de los "militantes". Se hicieron menciones en tono de burla que tu­vieron corno centro a Luis María Argaña y a Juan Ramón Chaves, jefes del movimiento interno colorado "tradiciona­lista". La noche transcurrió sin incidentes.

Concluyendo, los "militantes stronistas", civiles, policías y militares llegaron a manejar informaciones muy vagas so­bre el proyecto del golpe, pero no accedieron a detalles sobre los preparativos.

Las medidas que se tomaron para desarticular la conspira­ción fueron combinadas: pase a retiro y traslados de los oficia­les más cercanos a Rodríguez y a González Petit, control sobre presuntos implicados y preparación de un batallón paramilitar. Las mismas no consiguieron impedir, sin embargo, el desarro­llo del proceso que inexorablemente pondría fin al régimen.

Tradicionalmente en el Paraguay, los meses de diciembre y enero eran de escasa o nula actividad política. En ese perío­do, sin embargo, los meses de diciembre de 1988 y enero de 1989, fueron de una febril actividad.

El Movimiento Tradicionalista Colorado desató una lla­mativa ofensiva a lo largo del último mes del año, organizando concurridos actos en varias localidades del país, incluyen­do a las principales cabeceras departamentales, Encarnación y Ciudad Stroessner.

Los "tradicionalistas" denunciaban la perversidad de los dirigentes colorados "militantes", que se habían adueñado por la fuerza del aparato partidario, advirtiendo sutilmente sobre que podría darse un nuevo entendimiento entre civiles colo­rados y militares para cambiar la situación. Hablaban de la necesidad de rectificar rumbos y de poner punto final a los desórdenes partidarios.

Los "militantes combatientes y stronistas" reaccionaron con virulencia, acusando a los tradicionalistas de "traidores" y de "conspiradores", que se "negaban a reconocer el impo­nente desarrollo alcanzado por el país gracias al gobierno del general Alfredo Stroessner".

Ante la agresividad de los "tradicionalistas" se vivió en el país un verano político, pues los "militantes" en plenas fiestas de final de año, anunciaron que se realizaría un gi­gantesco acto de conmemoración de los sucesos del 13 de enero de 1947. Se postergaron las vacaciones, y se lanzaron durante esos días violentos ataques verbales. Confiados, sin embargo, los "militantes" ni siquiera imaginaban en que en menos de un mes serían desalojados del poder. Tenían co­nocimientos imprecisos sobre el desarrollo de un movimiento conspiraticio, pero pensaban que podían controlar la situa­ción. De hecho, desde el punto estrictamente político, la dis­puta se daba por influir sobre el colorado común. Los "tra­dicionalistas" apostaban a predisponer a los colorados para apoyar eventuales cambios, mientras que los "militantes" se esforzaban por mantener la lealtad de los colorados al general Alfredo Stroessner.

Desde la perspectiva militar, las acciones de la cúpula stro­nista que se encaminaron a desestructurar el movimiento cons­piraticio fueron simples, pero que si fueran aplicadas habrían logrado un resultado contundente. El 31 de diciembre del año 88, por decreto N° 1.688 se concedió el ascenso al grado in­mediato superior a 183 oficiales permanentes y de reserva; entre los ascendidos figuraba el coronel Gustavo Stroessner, quien desde un poco antes se reintegró a la fuerza con dina­mismo, coincidentemente con las versiones fuertes sobre que se trataba del más firme candidato a suceder al presidente Alfredo Stroessner, su padre. También, obviamente, fueron ascendidos en la ocasión, oficiales allegados al coronel de Aeronáutica.

Pero la cuestión ele los ascensos en diciembre no resulta­ron muy preocupantes para los completados, pues el Tribunal de Calificaciones de entonces había procedido conforme la tradición: cada comandante de fuerza había presentado su lista de sugerencias para pases a retiro y para promociones.

A mediados de enero, sin embargo, por Orden General N° 2 del Comandante en Jefe, se determinaron cambios incon­sultos, como ser el cambio del jefe de Estado Mayor de la Primera División de Caballería, oportunidad en que el gene­ral Francisco Sánchez González fue substituido por el gene­ral Rogelio Bartolomé Argaña, y el cambio del comandante del Segundo Cuerpo de Ejército, ocasión en que el general Orlando Machuca Vargas fue substituido por el general Luis Rolando Tomassone.

El palazo definitivo, sin embargo, llegó el 2 de febrero de 1989, a través de órdenes de traslados que sí ya afectarían directamente a las operaciones previstas en el marco del gol­pe, pues afectaban a numerosos oficiales de la Caballería y de la Armada, cuyos papeles en el golpe vendrían a ser rele­vantes.

Sí esos cambios se hubiesen efectivizado meses antes de esa fecha, tal vez conseguirían dispersar a los completados, pero la orden llegó tarde, por lo que todos, sin excepción, pudieron participar de los sucesos del 2 y 3 febrero.


CAPITULO IV

LOS PREPARATIVOS DEFINITIVOS

 

 

La orden general N° 2, por la que se pasaba a retiro a varios oficiales de alta graduación cercanos al general Andrés Rodríguez, fue el último elemento desencadenante del golpe de Estado.

En la Primera División de Caballería los aconteci­mientos se habían desarrollado de la siguiente manera. El general Víctor Aguilera Torres, comandante de la División, que ya estaba involucrado en el complot, con­versó con los jefes de los Regimientos en el mes de oc­tubre, alertándolos a mantenerse atentos al desarrollo de los acontecimientos y a preparar sus respectivas fuer­zas, de cara a las complicaciones sociales y económicas por las que atravesaba el país, y para reaccionar even­tualmente ante los humillantes ataques de algunos polí­ticos a prominentes jefes militares, que afectaban sobre todo al comandante del Primer Cuerpo de Ejército, el general Andrés Rodríguez.

El mensaje no siempre era explícito, pero los subal­ternos inmediatos se percataron de que algo grave esta­ba sucediendo, y procedieron a acompañar de manera más cuidadosa el desenvolvimiento de los hechos.

El coronel Lino César Oviedo, que había sido ayu­dante de Rodríguez, tuvo acceso al proyecto general antes que muchos de sus camaradas, y el hecho de que haya sido nombrado como comandante del clave Tercer Regimiento de Caballería así lo confirma.

Pero es el día 11 de enero que el general Andrés Ro­dríguez ordena al comandante de la Primera División de Caballería para preparar los Regimientos. Desde el día 14, se rumoreaba en la Caballería que el general Eumelio Bernal, comandante de la Primera División de Infantería, y el vicealmirante Eduardo González Petit, jefe de la Armada, estaban plegados al golpe.

Ese es el exacto momento en que la conspiración sale de las altas jerarquías y se extiende abiertamente a los coroneles y otros oficiales de menor graduación.

El 16 de enero, el coronel Lino César Oviedo retorna de sus vacaciones, y asume el control del Tercer Regi­miento de Caballería. Los entrenamientos se realizaron, desde entonces, sin mucho disimulo. Se hacían prácti­cas de tiro, se prepararon los armamentos y se consi­guieron los proyectiles necesarios para la operación.

Durante la realización de las prácticas se produjeron dos accidentes fatales en la Caballería. Por una parte, en una ocasión un soldado encontró una granada, y jugando con ella explotó, muriendo él y otro que se en­contraba cerca, y se hirió gravemente un tercero que se encontraba cerca. Por otra parte, el 23 de enero se pro­dujo otro accidente, cuando una ametralladora se dispa­ró sobre el vientre de un soldado. Sobre el primero de los incidentes Stroessner llegó a ordenar un sumario.

En otro orden de cosas, a comienzos del mes de ene­ro, concretamente el día 7, el comandante de la Primera División de Caballería, general Víctor Aguilera Torres, mantuvo una conversación con el comandante del Par­que de Guerra, en la que Aguilera había preguntado so­bre las armas que existían en el arsenal. Gamarra le comenta que había ametralladoras, bazucas, granadas... El 11 de enero volvió a hablar con Gamarra, ante la falta de cintas para los "cascabeles", y el comandante del parque de Guerra aceptó que se sacaran del mismo.

El coronel Lino César Oviedo ingresó después en el arsenal, el 23 de enero, y trajo todo tipo de armamentos y proyectiles, con lo que se garantizó un alto poder de fuego para la unidad.

También el 16 de enero, el general Andrés Rodríguez se puso en comunicación con el coronel Luis Alberto Laguardia Roa, y le sugirió que instalase equipos de ra­dio en los vehículos de los comandantes de Divisiones y Regimientos. - Las únicas radios que existen son las de la Fuerza de Tarea Conjunta -, le dijo Laguardia, a lo que Rodríguez respondió que instalen esas.

Para que las radios pudiesen funcionar, el coronel La­guardia le planteó al general Rodríguez el traslado de la antena transmisora de Chololó a un lugar más cercano, como ser Fernando de la Mora. "Traslade la antena", ordenó Rodríguez, y le pasó la lista de oficiales en cu­yos vehículos debían instalarse las radios.

Para la instalación de la radio en el vehículo del vi­cealmirante Eduardo González Petit, el general Rodrí­guez le dijo a Laguardia: - Mire coronel, estoy preocu­pado con el contrabando que se viene realizando por puente Remanso; ¿por qué no le instala una radio al vi­cealmirante González Petit -. Laguardia tomó la suge­rencia como una orden, y procedió a instalar los apara­tos.

Terminado el trabajo de instalación de las radios, el coronel Laguardia pasó al general Rodríguez las señas identificatorias:

 

GENERAL ANDRÉS RODRÍGUEZ - CARLOS

Estación Central - Víctor

GENERAL VÍCTOR AGUILERA TORRES - CARLOS 1

CORONEL PEDRO CONCEPCIÓN OCAMPOS - CARLOS 2

CORONEL LINO CÉSAR OVIEDO - CARLOS 3

CORONEL OSCAR DÍAZ DELMÁS - CARLOS 4

CORONEL ANÍBAL REJIS ROMERO - CARLOS 5

GENERAL EUMELIO BERNAL - CARLOS 6

VICEALMIRANTE EDUARDO GONZÁLEZ PETIT - CARLOS 7

CORONEL LUIS RODRÍGUEZ - CARLOS 8

CORONEL LORENZO CARRILLO MELO - VÍCTOR 1

CORONEL MARINO GONZÁLEZ - VÍCTOR 2

CORONEL JOSÉ SEGOVIA BOLTES - VÍCTOR 3


 

"¿Por qué Carlos?", preguntó Rodríguez, a lo que el coro­nel Laguardia respondió que podría ser cualquier nombre: Pedro, Juan, Manuel... "Está bien -dijo Rodríguez-, que quede así".

Los Carlos tenían aparatos de radio para comunicaciones cercanas, como en el centro de la capital, por ejemplo, mien­tras que los Víctor tenían aparatos para comunicaciones a dis­tancias más largas. Para facilitar el manejo, Laguardia proce­dió a denominar Carlos 1 al jefe de la Primera División de Caballería, Carlos 2 al jefe del Segundo Regimiento, y así sucesivamente. La última radio a ser instalada fue la del co­ronel Luis Rodríguez, de Viñas Cué, que se colocó el día 2 de febrero, y al que se le dio como seña Carlos 8.

El coronel Laguardia no participó del complot, por lo que se enteró de la finalidad de su trabajo apenas horas antes del desarrollo de la operación. Obviamente que le llamó la aten­ción la orden que recibió, pero como el cuerpo militar es jerar­quizado se limitó a cumplir las instrucciones, sin requerir in­formaciones sobre los fines. Durante la operación militar, el que vendría a coordinar el sistema de comunicaciones sería el coronel Jorge Mendoza Gaethe.

En la Primera División de Infantería, el general Eumelio Bemal, comprometido con la conspiración desde un comien­zo, mucho antes de la operación militar, conversó con el co­mandante de la Flota de Guerra de la Armada, el capitán An­drés Legal, pero recién destinó parte importante de su tiempo en el mes de diciembre de 1988 para conversar individualmen­te con sus subordinados que le inspiraban más confianza.

Sin mucha resistencia, fue ganando la adhesión de los ofi­ciales que irían a jugar un papel clave en el desarrollo de las operaciones en la zona sur, que él debería comandar. Entre los oficiales que se involucraron figuran el coronel Jesús Osorio Gill, responsable en la unidad de la Intendencia; el teniente coronel Gerardo Ruiz Ramírez, comandante de batallón, el mayor Virginio Cano, y su ayudante, el capitán Zenteno.

De la preparación del plan de operaciones de la unidad se encargó el teniente coronel Ruiz Ramírez.

Ya sobre el filo del golpe, el general Eumelio Bernal, ante la preocupación de Rodríguez con la situación dudosa de la Fuer­za Aérea, conversó con el coronel Hugo Escobar, a quien trans­mitió el mensaje de que el general Rodríguez quería mantener una entrevista con él. Y Escobar se vinculó al complot, contri­buyendo para facilitar la ocupación de la Aeronáutica.

La Armada, por su parte, preparó tempranamente a sus hombres, tanto en el aspecto moral como operativo, por lo que constituyó la fuerza que con mayor orden desarrolló sus acciones durante los sucesos del 2 y 3 de febrero.

El 26 de octubre de 1988, los oficiales de mayor confianza del vicealmirante Eduardo González Petit reciben verbalmente las directivas, por las que se les ordena intensificar el adies­tramiento del personal. Así se procede, sin que los oficiales, suboficiales y marineros involucrados en los entrenamientos se percaten de lo que se buscaba.

El 5 de noviembre, por primera vez se reciben informacio­nes acerca de la probable zona de responsabilidad para la unidad. La Armada, por su área de influencia, debía encar­garse de tomar el Palacio de Gobierno, la Policía de la Capi­tal, la Seccional Colorada N° 14 y el Canal 9.

Durante el resto del mes, los preparativos se intensifica­ron; se dinamizaron las tareas de adiestramiento del personal, y se montó un esquema para la captación de datos e informa­ciones sobre efectivos, armamentos, moral e intenciones de los probables adversarios. Se estudiaba, básicamente, cómo iría a reaccionar el enemigo en el marco de una eventual ope­ración militar.

Durante el mes de diciembre de 1988 se conformó el Grupo de Tarea "A", GT "A" y se establecen los objetivos del mismo. Prosiguieron los trabajos de acopio de datos e informaciones sobre la situación de las fuerzas probablemente adversas. Se fijaron los objetivos militares definitivos de la fuerza: Objetivo "A": la Policía de la Capital; el Objetivo "B": la Seccional Colorada N° 14; y el Objetivo "C": el Palacio de Gobierno.

"C"; un pelotón especial pasa a constituir el ET "A" 1.4, que a su vez se conforma como reserva del GT "A" y permanecerá en apresto en el cuartel general del Comando de la Armada.

Durante la primera semana de enero de 1989 se elabora el plan de operaciones del GT "A", para lo cual se tuvieron en consideración las decisiones del comandante de la Armada, que fueron desarrolladas durante el período de apreciación de la situación general y concreta, introduciéndose cambios a lo largo de los más de dos meses de inicio de la operación.

Una rápida evaluación realizada en ese momento arrojó las siguientes conclusiones: por una parte, la misión asumida por el Comando de la Armada fue analizada en profundidad, y repensada en función de las condiciones propias de la fuer­za; por otra, con respecto al adversario circunstancial se con­sideró que lo más probable es que se tratara de hombres sin grandes condiciones de combate, pero con muy buenos ar­mamentos, por lo que no debían descartarse sus posibilidades de algunos desenlaces exitosos. En cuanto al terreno, la con­clusión fue que se presentaba propicio para el cumplimiento de la misión, entendiéndose que la zona del objetivo "C" (Pa­lacio de Gobierno) era la que proyectaba posibilidades de pro­blemas de cobertura y campo de tiro, que solo podría contra­rrestarse gracias al excelente trabajo de reconocimiento que se había realizado.

Con respecto a los medios propios con que se contaba, en cuanto a personal, armas y municiones, sin ser bastante se consideraba razonablemente aceptable para el pleno cumpli­miento de la misión, siempre y cuando el ataque se llevara adelante con el máximo volumen de fuego y se contase con el

 

 

apoyo del fuego disuasivo de la Artillería Naval, de modo a minar rápidamente la moral del adversario. La meta era, bási­camente, capturar los objetivos antes de que reciban refuerzos.

Durante la segunda semana de enero, la Armada se empe­ñó por mantener el máximo de reserva sobre los preparativos, por una parte, y la elevada moral del personal afectado a la operación, para lo cual se organizaron actividades paralelas al adiestramiento de los hombres para el combate, como ser competencias deportivas, concurso de tiro al blanco, peñas artísticas...

El trabajo de adiestramiento del personal prosiguió durante la tercera semana de enero, realizándose charlas a través de las cuales se apostaba a preparar a los hombres para comprender la importancia de lo que vendrían a protagonizar. Se hablaba de los graves problemas sociales y morales que afectaban al país, lo que se decía tenían una nociva repercusión sobre las Fuerzas Armadas. Por mantenerse en reserva la misión de la Armada, el personal aún no tenía conocimiento en ese momen­to sobre el golpe de Estado que se planeaba realizar.

Durante la cuarta semana del mes de enero se convoca a una reunión en la Ayudantía del Comando de la Armada, de la que participan los suboficiales del cuartel general, los comandantes de UT y ET, pero no los suboficiales del Cuerpo le Defensa Fluvial integrantes del GT "A", pues hasta ese momento dependían de un comandante orgánico. La reunión se hizo para informarles a los participantes sobre todo lo que se había hecho hasta el momento: adiestramientos, reconocimientos, planificación y posterior acción, que se llevaría a cabo, en concreto, el día 3 de febrero, feriado por la festividad de San Blas, para efectuar un golpe de Estado, que des­place al gobierno autoritario y corrupto. Consultados los par­ticipantes sobre qué pensaban acerca de lo que se les había planteado, una respuesta unánime se hizo oír: "nosotros va­mos a hacer todo lo que ordene el comandante de la Armada; él tendrá nuestro apoyo".

 

 

Esto se dio el 31 de enero. Faltaban apenas dos días para el desarrollo de la operación, y la Armada, como fuerza militar, estaba plenamente involucrada, con sus hombres debidamen­te entrenados, de acuerdo a planes previamente establecidos con claridad.

 

Dos de los principales objetivos militares de la Armada -la toma de la Policía de la Capital y la ocupación del Palacio de Gobierno- fueron presentados a los suboficiales y marineros como presuntamente capturados por terroristas, durante los entrenamientos. La suposición sirvió mucho, pues en el mo­mento en que la fuerza tuvo que actuar, los objetivos para cuya captura fueron preparados coincidían efectivamente con la misión que correspondió a la fuerza durante el golpe de Estado.

 


CAPITULO V

SE ADELANTA LA OPERACIÓN

 

 

 

 

Rodríguez sostenía que el golpe debería darse un día do­mingo, a las 04.00 horas. El fuerte enfrentamiento entre los sectores internos del Partido Colorado, los rumores acerca de planes para asesinar al general Andrés Rodríguez y al viceal­mirante Eduardo González Petit y el hecho de que en la calle se comentaba corrientemente que habría un golpe de Estado, hicieron que los principales actores de la conspiración deci­diesen adelantar la operación.

El día 3 de febrero no era domingo, pero era feriado; las 03.00 horas era buena. Así pensaron los comandantes, quie­nes decidieron adelantar el golpe, previsto originalmente para un poco más adelante. La orden de traslado de oficiales del día 2 de febrero, que afectaba a oficiales involucrados en el complot, hizo que la decisión se reafirme.

Los más antiguos generales de las Fuerzas Armadas te­nían cierto vínculo de amistad, y con cierta regularidad or­ganizaban encuentros sociales, durante los cuales general­mente jugaban a algo o conversaban informalmente. Uno de esos puntos de encuentro era el Hotel Casino Itá Enra­mada, de propiedad del que fuera consuegro de Stroessner, Julio Domínguez, y que solía reunir al presidente con los generales Andrés Rodríguez, Gerardo Johannsen, Germán Martínez, el coronel Feliciano "Manito" Duarte y algunos amigos civiles.

El último encuentro entre Stroessner y Rodríguez se dio precisamente en el Hotel Casino mencionado, el viernes 20 Je enero de 1989. Cuando llamaron a Rodríguez para invit­arle a participar de la ya tradicional reunión, el comandante del Primer Cuerpo de Ejército reaccionó desconfiado, pensando que podría tratarse de una celada. No tenía argumen­tos, sin embargo, para no concurrir, por lo que decidió ir. Rodríguez tomó algunas previsiones. Convocó a uno de sus pilotos, el capitán Víctor Insfrán, al que preguntó si ha­bría condiciones de posar el helicóptero en el cerro Lambaré. "Es perfectamente posible", le contestó Insfrán. Rodríguez entonces le preguntó sí sería posible aterrizar en el Hotel Ca­sino Itá Enramada. "Donde usted quiera se puede aterrizar", le contestó el piloto. Durante esa noche, el helicóptero estuvo preparado para una eventual intervención.

Los complotados montaron un particular esquema de se­guridad para el líder de la conspiración. El oficial que asumió la responsabilidad de intervenir en el caso en que se diese algo anormal fue el mayor José Manuel Bóbeda. Los hom­bres seleccionados por el oficial fueron los mejores en com­bate, y acompañaron discretamente a Rodríguez con podero­sos armamentos. La noche transcurrió sin incidentes.

El jueves 26 de enero, apenas una semana antes del golpe, el general Stroessner convocó al comandante del Primer Cuerpo de Ejército para una reunión en el Comando en Jefe, lo que cierta­mente nada tenía de anormal, pues era tradicional que ese día se hicieran reuniones de los comandantes en la mencionada reparti­ción militar. Los asesores de Rodríguez, sin embargo, entendieron que él no debía concurrir a la cita, por lo que se pensó en un argu­mento creíble para no ir. Rodríguez se mandó enyesar la pierna.

"Caí en la escalera y me quebré la pierna, por lo que no podré ir a la reunión con el Comandante en Jefe", le explicó Rodríguez al jefe de Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, el general Alejandro Fretes Dávalos.

 

 

La cuestión pasó sin derivaciones, y en la mañana del 2 de febrero de 1989, en ocasión de la realización de la clausura de los ejercicios de los cimeforistas, los miembros de la cú­pula militar y civil stronista pudieron comprobar con sus pro­pios ojos que el general no mintió: efectivamente, estaba en­yesado. Personalmente no acompañó el acto, pidiendo a los invitados que fuesen a verlo, pues no podía caminar.

Los actos de los cimeforistas consistieron en ejercicios hípicos y demostraciones gimnásticas, y se realizaron en la sede del Tercer Regimiento de Caballería, RC3. Los invita­dos especiales, militares y civiles que ocupaban cargos im­portantes en el gobierno, constataron que en la Caballería nada raro pasaba. Al final del evento, el coronel Lino César Ovie­do anunció que las tropas estaban licenciadas hasta el lunes.

Durante la tarde, el coronel Oviedo, acompañado de otros oficiales que serían responsables de los tanques durante el golpe, todos de civil y en vehículo particular, recorrían los alrededores del Regimiento Escolta Presidencial para inte­riorizarse sobre qué posición ocuparía cada tanque.

Normalmente, Stroessner era custodiado por alrededor de 18 soldados en sus salidas a casas de amigos. Esa tarde, se había propuesto ir a la casa del coronel Feliciano "Manito" Duarte, presidente de la Administración Nacional de Teleco­municaciones, ANTELCO, donde solía encontrarse con un grupo de amigos para jugar a los naipes. Así lo hizo, a eso de las 17.00 horas.

Sin que haya transcurrido mucho tiempo, el juego se inte­rrumpió porque el coronel Gustavo Stroessner insistía en con­versar con él por teléfono. El presidente lo llamó, y Gustavo le aseguró que el golpe se daría ese día. Como en otras oca­siones anteriores, Stroessner reaccionó disgustado: - Vamos a dejar de lado esos disparates -, dijo, y le cortó. El juego si­guió.

Cerca de las 20.00 horas, el presidente salió de la casa de Feliciano "Manito" Duarte y se dirigió a la casa de María Estela "Ñata" Legal, amante del presidente desde el año 1960, con quien tenía dos hijas. Hacía muchos meses que no pasaba con frecuencia por ahí, pues su delicada salud le impedía rea­lizar muchas actividades.

Desde mediados de ese año, de hecho, Stroessner comen­zó a sentir exagerados estados de cansancio y malestar, a tal punto que participó apenas brevemente de la ceremonia de reasunción presidencial, realizada el 16 de agosto. Hacia fi­nales de mes se operó de la próstata y estaba recuperándose lentamente, pues la edad y el desgaste se hacían sentir con fuerza. Tal era la situación, que había dejado de vivir en "Mburuvichá Roga" por la incomodidad que sentía al subir las escaleras, pasando a vivir en frente, en la casa de Alfredo ("Freddy").

Desde el día en que se determinó realizar el golpe, que contemplaba obviamente la detención del general Stroessner, se había formado un grupo comando, cuya misión consistía en identificar los lugares frecuentados por el presidente, para su eventual secuestro.

De la operación se encargaron los coroneles Marino Gon­zález y Aníbal Rejis Romero, pero por absurdo que parezca, durante todos esos días el presidente no salió a lugar alguno. En rigor, la rutina del general Alfredo Stroessner se había modificado radicalmente desde mediados de 1988. Así, la isla de Yacyretá, donde el presidente concurría con frecuencia para pescar -en ciertas épocas diariamente-, dejó de ser visitada por Stroessner desde agosto, un poco antes de operarse.

La última tarde que fue allí, cuando ya estaba por retornar a la capital, antes de subir al avión el general Stroessner sacó de la formación al comandante de la base aérea de la zona, el mayor Gerardo González, y le dijo: - Mire mayor, es posible que yo deje de venir a la isla por un largo tiempo, pues tendré muchos compromisos en Asunción que me impedirán hacer­lo. Hágame el favor de reunir a los lugareños y explíqueles que ese será el motivo de mi ausencia... Tengo que admitir que en este lugar pasé algunos de los momentos más felices de mi vida -. El general ni se imaginaba que sería la última vez que pisaría el lugar.

El día 2 de febrero informaron a Rodríguez que "el pato irá a su dormidero a eso de las 20.30 horas". Inmediatamente dispuso que lo detuvieran en ese lugar. El general Andrés Rodríguez tenía la idea fija en derrocar a Stroessner sin en­frentamientos armados, y pensaba que teniéndolo prisionero se evitaría cualquier enfrentamiento. Al coronel Eduardo Allende le encargó la delicada misión.

Al comandante del Servicio Agropecuario, coronel Eduar­do Allende, quien se vinculó al proyecto del golpe de Estado apenas una semana antes de su realización, le habían asigna­do el papel de cerrar sobre la avenida Madame Lynch todas las principales arterias de acceso a la capital, como ser Lillo, Mariscal López, Eusebio Ayala y Fernando de la Mora.

A eso de las 17.00 horas del día 2, sin embargo, Allende fue convocado por el general Andrés Rodríguez. El jefe del Servicio Agropecuario concurrió al encuentro, y el líder del complot le dio la misión de tomar prisionero a Stroessner en la casa de "Ñata" Legal, mujer del presidente.

"El pato va a venir a su dormidero", le dijo Rodríguez, mientras vestía su uniforme de combate, camuflado, frente al coronel Hugo Escobar, de la Aeronáutica, que estaba sentado en la sala. Le aclaró Rodríguez que no se sabía exactamente la hora en que el general Stroessner iría a la casa de Legal, pero le aseguró que sería entre las 20.00 y las 21.00 horas. - Converse con el comandante de la Primera División de Caba­llería sobre el tema -, le ordenó.

Allende se dirigió a la Comandancia, donde Víctor Agui­lera Torres dispuso inmediatamente que el coronel Mauricio Díaz Delmás lo acompañe, junto con dos pelotones del Cuar­to Regimiento de Caballería, RC4, que estaban preparados para ejecutar el operativo.

Acompañado del coronel Díaz Delmás, Allende fue a hacer una tarea de reconocimiento del terreno. Vestidos de civil, fue­ron en un vehículo particular. Se esbozó un rápido plan, que contemplaba que Díaz Delmás atacaría por detrás de la casa, mientras que Allende lo haría por el frente. Se dispuso inme­diatamente que se pongan vigilantes, de modo que los mismos pudieran informar cuando llegara el presidente al lugar.

Para garantizar el mayor sigilo durante el desarrollo de la operación, el coronel Allende ordenó que del Servicio Agro­pecuario se trasladen dos camiones: uno ganadero, y otro gra­nelero. En dichos camiones debían transportarse a los com­batientes, de modo que no llamaran la atención.

 

Desde un inicio, todo salió mal: un vigilante de la casa de Legal avisó inmediatamente cuando el presidente llegó al lu­gar. Rápidamente Allende se comunicó con Díaz Delmás, pi­diendo el envío de las tropas. - Cómo voy a ir si aún no llega­ron aquí -, le respondió Díaz Delmás desde la Caballería. Después llegaron las fuerzas de Díaz Delmás, y se come­tió el segundo error: pasaron de largo la calle por donde te­nían que ingresar a la parte trasera, lo que obligó al coronel Allende a seguirles, de modo a indicarles que tenían que rec­tificar el rumbo.

El tercer error fue que no se percataron de que Stroessner ya no estaba en la casa, pues después de llegar había recibido una llamada telefónica, presuntamente de advertencia, e inmedia­tamente abandonó el lugar, dejando en la casa una dotación de 9 soldados de su escolta para custodiar la residencia.

Cuando las tropas de Díaz Delmás se aproximaron a la casa se produjo un breve pero intenso tiroteo, en que cayeron muertos alrededor de 8 militares de la Caballería. El coronel Díaz Delmás se comunicó por radio con el coronel Allende y le comentó que había tenido bajas importantes: muertos y heridos, por lo que pensaba replegarse. Como a esa altura Allende ya estaba en conocimiento de que el presidente ya no se encontraba en la residencia, ordenó el cese del fuego y el repliegue de las fuerzas.

Los que custodiaban la casa de "Ñata", por su parte, lla­maron por radio al otro jeep de la escolta del presidente, co­municando que estaban siendo atacados, pero Stroessner no

pudo oír, pues la radio de su automóvil no había captado la transmisión.

Al llegar a la casa de "Freddy", que estaba casado con la hija de Rodríguez, el general Stroessner fue informado sobre la cuestión. El presidente ya estaba consciente de que una sublevación estaba en marcha. Eran alrededor de las 21.00 horas.

Poco tiempo después llegó a la casa de "Freddy" el coro­nel Gustavo Stroessner, quien ordenó a los hombres de la es­colta de Stroessner que no dejaran ingresar a nadie en la casa y salió rápidamente. Se dirigió a la casa de Graciela, la her­mana, y después ambos, en dos vehículos, se dirigieron a la casa de "Freddy". Para ese entonces, un grupo de alrededor de 50 soldados ya habían sido trasladados del Regimiento Escolta a la casa de "Freddy" para reforzar la seguridad del presidente.

El general Alfredo Stroessner salió de la casa por la parte trasera, sobre la calle Kubitschek, y después tomó la avenida Mariscal López para dirigirse al Regimiento Escolta. Lo se­guían, en otros vehículos, los demás miembros de su familia.

El comandante del Regimiento, general Francisco Ruiz Díaz, le sugirió a Stroessner que por su seguridad se refugia­se en el Comando en Jefe, que fue lo que hizo. Entre quienes estuvieron a acompañarlo en la larga noche que sería esa, es­taban los generales Alejandro Fretes Dávalos y Gerardo Jo­hannsen, y el escribano Juan José Benítez Rickmann. Des­pués llegaron otros oficiales, como los generales Germán Martínez, Bernardino Peralta Báez y César Machuca Vargas, y los coroneles Pedro Hugo Cañete, Carlos Egisto Maggi, Catalino González Rojas.

Los sucesos adversos en la casa de "Ñata" Legal dejaron sumamente nervioso al general Andrés Rodríguez. Los más pesimistas llegaron a sugerirle que la intentona había fraca­sado y que lo más aconsejable para él era huir.

Su reacción fue otra. Trató de llamar a Oviedo por radio, pero el aparato no le funcionó, por lo que reaccionó con viru­lencia. "Tranquilo -le dijo Eligio Viveros Cartes, quien desde

el final de la tarde ya se encontraba en el lugar-, vamos hasta el Regimiento para hablar con el coronel Oviedo".

En el Mercedes Benz de su esposa, Nelly Reig, Rodríguez se dirigió al Tercer Regimiento de Caballería, RC3, y al lle­gar a la unidad atropelló la barrera. Un guardia preparó el fusil para disparar, pero Eligio Viveros Cartes gritó el santo y seña: "¡Puente Remanso!", por lo que el soldado se tranquili­zó. Rodríguez se hizo acompañar por Oviedo a cierta distan­cia, para no ser escuchados: - Nuestros hombres están mu­riendo en lo de "Ñata" -. "¿Y qué hacen ahí?, preguntó el coronel. El comandante del Primer Cuerpo de Ejército le ex­plicó rápidamente sobre el frustrado intento de secuestro, y ordenó el inicio de la operación militar, inicialmente progra­mada para las 03.00 horas del día 3.

De hecho, después del encuentro con el coronel Hugo Es­cobar, de la Aeronáutica, a quien Rodríguez le había enco­mendado "encargarse de la aviación", se había realizado la

última reunión de los Carlos; reunión que concluyó hacia las 20.00 horas, y en la que quedó acordado que durante la ma­drugada serían capturados todos los objetivos militares pre­vistos en el plan de operaciones.

     La cuestión era clara y no daba lugar a la menor confu­sión: el día "D" era el 3 y la hora "H" las 03.00 de la madrugada. El inesperado fracaso del operativo secuestro, sin em­bargo, precipitó el desarrollo de los acontecimientos.

Parte de los hombres de Oviedo estaban en sus dormito­rios, descansando, y parte estaba recibiendo las armas que se irían a utilizar en la madrugada. De pronto, se escuchó la or­den del dinámico coronel: - ¡Embarcarse!, ¡embarcarse! - Eran exactamente las 21.15 horas del 2 de febrero, y apresurada y desordenadamente, los tanques del Tercer Regimiento de Caballería comenzaron a salir con dirección al Regimiento Escolta Presidencial. Un poco después, Aníbal Rejis Rome­ro, Carlos 5, comenzaría a marchar sobre la Aeronáutica.

La situación se presentaba apremiante, por lo que los hom­bres subieron a los tanques y camiones como podían. El ma­yor Wladimiro Woroniecki, que tenía que acompañar a Ovie­do, estaba tomando baño; salió apresuradamente, se vistió, y al no encontrar sus botas se puso unas alpargatas en los pies. Subió al primer vehículo en que pudo hacerlo, y mucho más adelante volvió a encontrar a Oviedo.


CAPITULO VI

EL ATAQUE AL REGIMIENTO ESCOLTA

 

 

El miércoles 1° de febrero se constituyó el grupo que iría a encabezar el coronel Lino César Oviedo en el ataque al Es­colta. Su columna estaría compuesta de 120 hombres, y como comandante de vanguardia designó al teniente coronel Enri­que Montiel Garcete, quien había hecho cursos en blindados en la OTAN.

"Elija usted a los hombres que quiera", dijo Oviedo a Montiel, mientras el mayor Bóbeda tomaba nota de todo lo que se acordaba. - Pueden ser Benegas y Marecos - dijo Mon­tiel Garcete. Se trataba de hombres experimentados; mecáni­cos de élite, y para constituir la vanguardia era fundamental contar con hombres bien entrenados.

Durante la tarde del 2 de febrero el comandante del Tercer Regimiento de Caballería, acompañado del jefe de la van­guardia de la columna de tanques, teniente coronel Montiel Garcete y de Bóbeda -todos de civil y en un vehículo particu­lar, con vidrios polarizados- habían hecho el reconocimiento del itinerario que se debía seguir de acuerdo al plan de opera­ciones. Al llegar cerca del Escolta, Oviedo les dijo: - Tengan mucho cuidado con Ramírez Patiño, fue mi camarada y lo conozco bien...-.

Se hizo un rápido esquema de cómo iría a funcionar todo: Saldrían por la ruta Transchaco, tomarían después Itapúa, la avenida Sacramento hasta frente al Instituto de Previsión So­cial. Ahí se doblaría con dirección a la avenida Venezuela hasta Sargento Gauto; por ésta hasta Brasilia, y de ahí hasta Siria; por Siria hasta la avenida General Santos, y desde ahí con dirección al Regimiento Escolta Presidencial.

Al retornar de la tarea de reconocimiento, los complota­dos pasaron a retirar sus equipos y armamentos. Montiel Gar­cete llamó a los componentes de su tropa y les instruyó sobre cómo proceder. Ellos estarían ubicados frente a la Escuela de Educación Física de las Fuerzas Armadas, de cara al Regi­miento Escolta, y desde ahí debían disparar.

A las 18.00 horas se hizo la última reunión entre el coman­dante del Regimiento, Lino César Oviedo y un reducido gru­po de oficiales, en el Polígono de Tiro. El coronel Oviedo les anunció que durante esa madrugada se haría el golpe y dio las últimas recomendaciones. "Lo que vamos a realizar lo hare­mos por la patria y por la dignificación de las Fuerzas Arma­das. Se terminará con la corrupción en el país y se harán to­das las correcciones necesarias para mejorar la situación del pueblo...", dijo el coronel, en una encendida y última arenga. Después, los oficiales fueron licenciados por el resto de la noche, siendo convocados para las 02.00 de la madrugada. El argumento formal de la hora 03.00 era que no había tránsi­to a esa hora y los tanques podían desplazarse con mayor ra­pidez.

Oviedo salió del Polígono de Tiro aproximadamente a las 19.00 horas para dirigirse a la Comandancia del Primer Cuer­po de Ejército, donde se realizaría la última reunión de los Carlos, para el ajuste de los detalles finales. El encuentro se realizó sin mayores novedades. Rodríguez insistió en un pun­to: - Quiero que la operación se lleve adelante, señores, con la menor pérdida posible en cuanto a vidas humanas -.

A excepción de los directamente involucrados en el ope­rativo, nadie sabía que en esos precisos momentos se estaba intentando prender al general Alfredo Stroessner en la casa

de "Ñata' Legal. Y menos se imaginaban, que el fracaso de este operativo llevaría al adelantamiento del golpe.

Cuando el general Andrés Rodríguez fue informado sobre los sucesos de la casa de "Ñata", se dirigió inmediatamente al Tercer Regimiento de Caballería, y después de explicar rápi­damente a Oviedo sobre el frustrado intento, ordenó que se iniciara el ataque al Regimiento Escolta Presidencial. Inmediatamente, el coronel Lino César Oviedo mandó que las tropas embarcaran para salir. Apenas habían pasado las 21.00 horas y los tanques "Stuart" del Tercer Regimiento de Caballería comenzaron a movilizarse. Como las tropas ha­bían sido licenciadas por unas horas apenas a las 19.00 horas, muchos se encontraban sin ropas, o tomando baño...

El plan de operaciones fue literalmente dejado de lado y los hombres embarcaron donde y como pudieron, producién­dose un total desorden y muchas confusiones. Los hombres subían a los tanques que estaban más cerca, alterándose com­pletamente el orden originalmente fijado. El comandante de vanguardia de la columna, por ejemplo, tuvo finalmente como conductor a un japonés, venido de Encarnación, que no tenía un conocimiento profundo de las calles de Asunción... Los tanques salieron y se dirigieron por diferentes caminos -no en columna- hacia el Regimiento Escolta Presidencial.

El desorden con que se movieron los tanques de la colum­na de Oviedo se debió a un aluvión de informaciones contra­dictorias, algunas provenientes del Servicio de Inteligencia Militar de Stroessner, que soltó supuestas llamadas de alerta. Se dijo, por ejemplo, que la casa particular del general An­drés Rodríguez estaba siendo atacada por efectivos del Regi­miento Escolta Presidencial, que la Artillería de Paraguarí se estaba dirigiendo hacia la capital para defender al gobierno... Un par de tanques efectivamente fue hasta la casa de Rodrí­guez, y cuando constataron que nada estaba sucediendo en el lugar, volvieron a dirigirse al Escolta. Las arterias utilizadas, obviamente, fueron cualquiera, menos las que se habían fija­do durante la tarde del 2 de febrero.

El coronel Lino César Oviedo encabezó un Regimiento compuesto por 14 tanques "Stuart” y 40 camiones de trans­porte de tropas. Los tanques, que habían sido utilizados déca­das atrás durante la Segunda Guerra Mundial, estaban arma­dos con cañones de 35 milímetros. Se movían a orugas, por lo que la marcha de los mismos fue relativamente lenta. El total de hombres que componían la fuerza de Oviedo era de alrededor de 120 hombres.

En dos lugares tomaron posiciones definitivas los tanques del RC3: frente a la Escuela de Educación Física de las Fuer­zas Armadas, sobre la avenida General Máximo Santos, los que daban de cara al Regimiento Escolta, y sobre la calle Eli­gio Ayala, en la parte trasera de la sede del Comando en Jefe, como a cien metros del Batallón Escolta.

El coronel Pedro Concepción Ocampos, comandante del Segundo Regimiento de Caballería, se dirigía en esos mo­mentos hacia Cerrito, donde estaba su unidad, cuando lo lla­maron por radio y le ordenaron salir inmediatamente: - Ovie­do ya está atacando, tiene que salir ahora mismo -, le dijo el general Rodríguez. Asombrado, respondió que así lo haría y ordenó al chofer que apresurara la marcha hacia el Regimien­to.

Por suerte el coronel Ocampos encontró a todos los miem­bros de la tripulación preparada. Los mismos estaban próxi­mos a sus respectivos tanques, y se ordenó inmediatamente la salida de los mismos, avanzándose a la máxima velocidad, o sea a 90 kilómetros por hora.

La columna del coronel Ocampos estaba compuesta bási­camente por 19 tanques "Cascavel" y 11 "Urutu". El trayecto seguido por el comandante del RC2 se ajustó en lo esencial a lo que se determinó en el plan de operaciones, pero en el po­sicionamiento definitivo de los tanques se introdujeron mo­dificaciones, pues existía el riesgo cierto de que los disparos se intercambiasen entre las propias fuerzas golpistas.

No pasaban ni tres minutos y llamaban al coronel Ocam­pos para preguntarle sobre su posición: - ¿Dónde está la ca­beza?-, inquiría el general Víctor Aguilera Torres, a lo que Ocampos respondió "en Benjamín Aceval". En realidad, aún no habían alcanzado dicha localidad, pero su intención era doble: por una parte, apostaba a tranquilizar a los comandan­tes del Primer Cuerpo de Ejército y de la Primera División de Caballería; y, por otra, presumiendo que sus señales podrían ser captadas por los adversarios, daba informaciones falsas, de modo a despistarlos.

El coronel Ocampos avanzaba a ciegas: no sabía lo que había ocurrido en lo de "Ñata" Legal, ni entendía por qué se había adelantado la operación, pues acababa de salir de la reunión de los complotados, con la consigna de prepararse para salir a las 02.00 horas de la madrugada del día 3.

Los tanques empleaban el pleno de la capacidad de sus motores, por lo que Ocampos llegó a sospechar que apenas llegarían 10 de los 30. Al aproximarse a Puente Remanso, un punto crítico, pues podría estar bloqueado, el nerviosismo tomó cuerpo de la columna. Se pasó sin problemas, siendo observados por los uniformados que estaban a cargo del co­ronel Marino González, cuya misión fundamental consistió justamente en garantizar el libre paso de los tanques de la RC2. Se tomó la Transchaco, y en el trayecto los tanques pa­saban a los vehículos -coches y camiones- a veces rozándo­los, pues desde la base de operaciones eran presionados. To­maron la avenida Artigas y fueron hasta Perú, desde donde se dirigieron hasta la avenida Pettirossi, para entrar en Eusebio Ayala, desde donde doblaron a la izquierda para ubicarse en posición de ingresar por la parte trasera del Regimiento Es­colta. Desde esa posición ya escuchaban los tableteos de las ametralladoras.

 

 

La presencia del coronel Ocampos en la zona del Regi­miento Escolta Presidencial era clave, pues los tanques de Oviedo estaban armados con cañones de 35 milímetros, mien­tras que los del Segundo Regimiento de Caballería poseían cañones de 90 milímetros. O sea: se trataba del cuerpo con mayor poder de fuego.

De los 24 tanques de que disponía el Primer Regimiento de Caballería, en rigor, 19 fueron traídos hasta el Segundo Regimiento. De éstos, 5 fueron enviados a la Primera Divi­sión de Caballería, para apoyar el copamiento de la Fuerza Aérea, y más adelante destinó otros 5 tanques para la defensa le la Primera División de Caballería, ante un eventual ataque le la Artillería de Paraguarí, y 2 tanques fueron enviados para ,1 ataque al Palacio Presidencial. O sea: 12 tanques "Casca­vel" fueron los empleados en el cerco al Regimiento Escolta Presidencial.

Dos de los tanques de Ocampos tomaron posición a la al­tura de la cancha del club Olimpia, sobre Mariscal López, mientras el resto se ubicó sobre la avenida General Santos, frente a la sede de Industrias Militares, desde donde podían disparar sobre el portón principal del Escolta. También frente a Industrias Militares se colocaron los morteros.

La oscuridad era total, pues una bala de cañón disparada con dirección al Escolta desde el frente de la Escuela de Edu­cación Física había tumbado un árbol, el que cayó sobre los cables dejando sin energía eléctrica la zona. Después de las 8.30 horas del día 2, antes del desarrollo de la operación, des­de un helicóptero un campeón de tiro, William Wilka, había disparado un cohete que destruyó totalmente el generador del Regimiento Escolta. Los tanquistas avanzaban guiándose por las copas de los árboles, disparando de vez en cuando en di­rección al Regimiento Escolta, lo que ofrecía una ilumina­ción pasajera.

Para las comunicaciones, Ocampos contaba con tres ra­dios, que no cesaban de sonar, y por medio de los cuales las órdenes se sucedían con frecuencia. Rápidamente Rodríguez le puso al tanto de la situación, y le ordenó que soltase dispa­ros en la base de los murallones del Escolta.

El tercer comandante golpista que tuvo una participación trascendente en el ataque al regimiento Escolta Presidencial fue el coronel Lorenzo Carrillo Melo, jefe del Primer Regi­miento de Caballería, RC1, con asiento en el Chaco, quien se instaló en la terraza de la Escuela de Educación Física, al frente de un batallón de morteristas, y desde donde lanzó gra­nadas contra el Escolta.

(Hasta el día 2 de febrero de 1989, el que tenía instalado en su móvil la radio con frecuencia "Carlos 1" era el general Víctor Aguilera Torres. Por la distancia en que normalmente se movía Carrillo Melo, su frecuencia era la de "Víctor l". Por su participación directa en el ataque al Batallón Escolta Presidencial, al frente de los morteristas, Carrillo Melo pasó a ser confundido con "Carlos 1", pero en el proceso general de la conspiración, "Carlos 1" fue el comandante de la Pri­mera División de Caballería, el general Aguilera Torres).

Las fuerzas de Carrillo Melo salieron de la Primera Divi­sión de Caballería a eso de los 21.30 horas, un poco después de la salida de Oviedo, y se dirigieron a ocupar las terrazas de la Escuela de Educación Física directamente por la avenida Artigas, y después por la avenida General Santos. El total de hombres al frente de los cuales estaba Carrillo Melo era 90, y las armas que llevaron fueron de alto poder de combate: dos morteros de 60 milímetros y cuatro de 81 milímetros. Se lle­varon, además, morteros, ametralladoras y fusiles automáti­cos. Algunos hombres portaban fusiles comunes de repeti­ción.

Si bien todo había sido previamente calculado: medidas las distancias y calibradas las armas de acuerdo a aquello, muchas de las granadas lanzadas cayeron en lugares impre­vistos, ocasionando daños materiales de significación a algu­nos vecinos, y en un caso concreto, provocando la muerte de uno de los oficiales golpistas, el mayor Miguel Angel Ramos Alfaro, que fue alcanzado por una esquirla de granada de mortero, y murió desangrado cuando estaba siendo llevado para ser asistido por médicos.

Desde el Regimiento Escolta la resistencia fue escasa, y algunos testimonios de oficiales que posteriormente se entre­garon a las fuerzas vencedoras así lo confirman.

Varias estimaciones se hicieron en cuanto a las pérdidas de vidas humanas en el combate: Rodríguez siempre habló de 36 muertos, mientras que los derrotados aseguran que fue­ron alrededor de 700. Lo más razonable parece ser la cifra de 137 muertos en el Escolta, manejada por varios de los prota­gonistas de los más violentos sucesos que se dieron durante las operaciones.

El general Francisco Ruiz Díaz, quien había acompañado al presidente Alfredo Stroessner hasta lo de Feliciano "Mani­to" Duarte, ya enterado del ataque a lo de "Ñata" Legal, antes de que el presidente llegara al Escolta, trató de organizar la defensa de la unidad ante la inminencia de un ataque.

El Regimiento Escolta contaba con tres tanques "Sherman", cuyo poder de combate era grande: cañones de 105 milíme­tros. Estos armamentos habían sido empleados durante la Segunda Guerra Mundial y fueron adquiridos por la Argenti­na, que posteriormente los donó al Paraguay. Disponía, ade­más, de un "Urutu" y un "Cascavel". Pero los armamentos más poderosos y destructivos del Regimiento Escolta Presi­dencial, que habían sido donados por el gobierno chino, esta­ban encajonados y guardados en los depósitos, por lo que no pudieron emplearse. Un técnico francés, cuya misión era la de montar los armamentos, fue llamado de urgencia desde el Regimiento, pero al salir del hotel donde estaba alojado, fue víctima de un operativo comando que lo liquidó de manera fulminante.

La dotación del Regimiento Escolta Presidencial era de 57 suboficiales y 1.040 conscriptos. Considerada siempre como tropa de élite, se esperaba que tenga un alto poder de comba­te. Los hechos que siguieron al ataque al Escolta demostraron de manera inequívoca que tal capacidad de combate no pasa­ba de una presunción.

Pese a los insistentes rumores de golpe que circulaban por entonces, el Regimiento Escolta Presidencial no había desa­rrollado un plan de defensa ante un eventual ataque. Por otra parte, los conscriptos que habían sido entrenados ya habían sido licenciados, y los que se habían incorporado carecían de instrucción. Un tercer elemento que conspiró contra la defen­sa adecuada de la unidad fue aportado por el hecho de que estaban ausentes varios oficiales.

La improvisada defensa del otrora temido Regimiento con­sistió en algunas tímidas acciones, que resultaron en ruidosos fracasos, como ser el implementado por el teniente Saturnino

Ríos, quien acompañado de 10 soldados, por orden del ma­yor Eduardo Quiñónez, se dirigió hacia la Escuela de Educa­ción Física. Fueron recibidos a balazos por los rebeldes, por lo que los soldados corrieron desordenadamente, y el oficial se introdujo en la casa de un vecino del lugar.

Otros oficiales lideraron pequeños grupos de soldados con misiones concretas de defender parte de la unidad. No tuvie­ron grandes bajas, pero tampoco aportaron para replicar a los atacantes.

Algunos oficiales que estaban fuera de la unidad se diri­gieron a la misma a diversas horas, después de enterarse de lo que estaba ocurriendo, pero nada pudieron aportar para evitar la caída de la unidad en manos de los militares alzados.

El violento ataque a que fuera sometido el Regimiento Escolta Presidencial fue un elemento clave, aunque no deter­minante para la rendición del general Alfredo Stroessner. El ataque al Escolta se conjugó con otras derrotas oficiales: caí­da de la Policía de la Capital, toma de la Aeronáutica por los rebeldes y neutralización de las unidades militares de la zona sur de Asunción, sobre todo, que llevaron a Stroessner a en­tregarse a las fuerzas rebeldes.

Stroessner llegó al Regimiento Escolta Presidencial para refugiarse, en primer lugar, y tratar de articular la resistencia, después. El general Francisco Ruiz Díaz lo recibió y le dijo: - Presidente, considero que usted debe refugiarse en el Comando en Jefe, pues este lugar es muy peligroso -. Stroessner aceptó la advertencia y decidió que el lugar de refugio fuera el Co­mando en Jefe.

La puerta de su despacho estaba cerrada, por lo que deci­dió ir al despacho del jefe de Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, el general Alejandro Fretes Dávalos, en el tercer piso.

Allí se concentró, además de la familia Stroessner, parte importante de la cúpula militar: los generales Alejandro Fre­tes Dávalos, Gerardo Johannsen, César Machuca Vargas, Germán Martínez...

Desde que llegaron al lugar, el coronel Gustavo Stroess­ner realizó varias llamadas a la Fuerza Aérea, ordenando que los aviones levantasen vuelo para sofocar el alzamiento.

Por medio de un sofisticado aparato de radio que le habían regalado al general Fretes Dávalos los chinos, Stroessner y quienes lo acompañaban pudieron captarlas comunicaciones

de los Carlos, por lo que rápidamente identificaron al general Andrés Rodríguez como el jefe del complot.

Stroessner se negaba a creer: - Hay que salvar a Rodríguez de los coroneles -, insistió el presidente, plena y definitiva­mente convencido de que su consuegro no podía ser el líder

del alzamiento. El creía que Rodríguez era un rehén de los coroneles.

Algunos disparos llegaron a penetrar en el despacho de Fretes Dávalos, por lo que todos tuvieron que buscar refugios más seguros.

El general Benito Guanes Serrano, jefe del Servicio de Inteligencia Militar, seguía permanentemente por radio las comunicaciones entre los complotados. De pronto, por Radio 1° de Marzo se escuchó la proclama de Rodríguez. Recién ahí, Alfredo Stroessner se convenció de que era su consue­gro, y no otro, el que encabezaba la rebelión.

Fretes Dávalos se comunicó con el jefe de la Policía de la capital, general Alcibíades Brítez Borges, para tener infor­maciones sobre la situación del cuerpo. La respuesta de Brí­tez fue más que contundente: - Apenas tengo condiciones de resistir -.

En un momento, el general Brítez recibió una llamada desde el Comando en Jefe, oportunidad en que el coronel Martínez le pide un panorama sobre la situación de la Policía. "Esta­mos siendo atacados por la Marina", respondió Brítez. Después intervino el general Alejandro Fretes Dávalos, quien le pidió que enviara refuerzos para el Regimiento Escolta. Brí­tez le respondió que ellos apenas podían defenderse, resul­tándoles imposible enviar hombres hacia el Escolta. Ante esa situación, desde el Comando en Jefe pidieron que se ordenara al coronel Galo Escobar a enviar hombres de la Fuerza de Operaciones Especiales al Escolta, así como que tomaran contacto con el contralmirante Ignacio Moreno Carreras en el Puerto de Asunción.

En realidad, Moreno Carreras, jefe de Estado Mayor de la Armada, ya se encontraba en la Infantería de Marina, donde González Petit le pedía que quedara con las fuerzas que se estaban levantando. En rigor, en ese momento la defensa de los leales al general Stroessner se encontraban en una caótica situación.

En un siguiente contacto con la Policía de la Capital, pre­guntaron a Brítez sobre su situación, asegurando el jefe de la unidad que la Policía sólo contaba con 50 efectivos para la defensa. "¿Y qué pasó con Galo Escobar?, le preguntaron, a lo que Brítez respondió: - Nada sabemos de él; a Escobar lo tragó la tierra -. En realidad, el coronel Galo Escobar ya se había dirigido a esa altura a la Primera División de Infantería, donde en entrevista con el general Bernal le había manifesta­do que se sumaba al complot.

Un helicóptero de la Aviación Naval, pilotado por el capi­tán José Ramón Ocampos Alfaro, sobrevoló la zona, y en un determinado momento se amenazó con "tirar algunos cara­melitos sobre el Comando en Jefe y sobre el Escolta". El re­sultado de lo que no pasó de una amenaza, asustó a Stroess­ner y sus allegados.

"Hay que conversar con Rodríguez", planteó Stroessner, ante lo cual el general Machuca salió a conversar con los ofi­ciales que cercaban la zona. Volvió decepcionado e irritado, argumentando que resultaba intolerable ser maltratado por un subalterno. Después salió Fretes Dávalos, quien se dirigió hacia donde se encontraba el coronel Lino César Oviedo.

"Quiero conversar con Rodríguez", propuso el jefe de Es­tado Mayor de las Fuerzas Armadas. Al principio le intima­ron para que Stroessner se rinda, pero ante la insistencia de Fretes Dávalos, finalmente se comunicó por radio con Rodrí­guez. "Quiero ir a conversar con usted", le propuso, a lo que Rodríguez accedió. El coronel Oviedo pidió sugerir algo, di­ciendo que no sólo Fretes Dávalos, sino que acompañado del comandante del Escolta, el general Francisco Ruiz Díaz, de­bería ir a la Caballería. Rodríguez concordó y se le dio 30 minutos de plazo para que Fretes Dávalos encontrase al ge­neral Ruiz Díaz.

No sólo por la oscuridad, sino porque le parecía que resul­taría muy difícil encontrar al comandante del Escolta, Fretes Dávalos fue a hacer tiempo, retornando después con la infor­mación de que no había conseguido dar con Ruiz Díaz. Final­mente, se consintió con que el general Fretes Dávalos se tras­ladase a la Caballería.

El ayudante del jefe de Estado Mayor de las Fuerzas Ar­madas, coronel Catalino González Rojas, se ofreció para acompañarlo, pero Fretes Dávalos le dijo que era innecesa­rio. No obstante, en la parte trasera de la ambulancia en la que se trasladó el jefe de Estado Mayor a la Caballería, Gon­zález Rojas se acopló.

Llegaron a la Caballería; y después de conversar con Ro­dríguez se volvió a tomar contacto con los que se encontra­ban refugiados en el Comando en Jefe. Johannsen se negó a hablar con Fretes Dávalos, presumiendo que éste ya estaba cooperando con Rodríguez, pero finalmente, habló con él Gustavo Stroessner.

El general Alejandro Fretes Dávalos le dijo al coronel Gustavo Stroessner que ya nada se podía hacer, por lo que pidió que se rindieran. - ¿Cuánto tiempo tenemos? -, pregun­tó Gustavo. "Ni un minuto", le respondió Fretes Dávalos. - Entonces, nos rendimos -, fue la respuesta definitiva del hijo del presidente.

La cuestión realmente se había tornado sumamente desfa­vorable para ellos. Minutos antes, dos aviones "Xavante" ar­tillados estaban a punto de despegar de la Fuerza Aérea, ya controlada por los rebeldes. La orden de Rodríguez fue cate­górica: - Pulvericen el Escolta -. Gustavo Stroessner, conoce­dor del poder destructivo de los aviones artillados, entró en pánico.

Esta orden -real o intimidatoria- se sumó a las noticias so­bre el apresamiento del jefe de la Policía de la Capital, Alci­bíades Brítez Borges, a las 23.40 horas, y del jefe del Depar­tamento de Investigaciones, Pastor Coronel, a las 23.50 ho­ras. O sea: todo resultaba adverso: la Aeronáutica había sido ocupada; la Policía -fuerza leal a Stroessner- se había rendi­do, jefes militares de otras regiones del país ya se habían pro­nunciado a favor de los complotados. Y a todo esto se suma­ba la amenaza de mortíferos bombardeos. No había salida.

El coronel Carlos Maggi salió gritando del Comando en Jefe: "Paren de disparar, el presidente va a salir". Los dispa­ros cesaron, y Alfredo Stroessner, presidente de la República por largos 35 años, salió a hablar con el oficial que estaba a cargo de los atacantes apostados cerca del portón trasero del Comando en Jefe. Eran exactamente las 00.40 horas del día 3 de febrero.

El coronel Lino César Oviedo lo recibió. Hizo el gesto tradicional de cuadrarse ante un superior y le dijo: - Mi ge­neral, tengo órdenes para llevarlo a la Caballería-. "No hay necesidad -dijo Stroessner-, dígale al general Andrés Rodrí­guez que ahora estoy muy cansado. Voy a dormir en mi casa y mañana temprano me presento". Oviedo transmitió por radio a Rodríguez sobre lo que Stroessner había planteado. La respuesta fue: - Que venga aquí, yo le ofrezco mi casa para dormir -. Stroessner no tuvo alternativa, por lo que se dispuso a ir.

Se trasladaron hasta la Caballería en el automóvil presi­dencial. En el vehículo iban el general Alfredo Stroessner, el coronel Gustavo Stroessner, su esposa y el alzado coronel Lino César Oviedo. Delante del vehículo fue un tanque, otro detrás, por lo que el viaje se hizo a una velocidad relativa­mente lenta.

Al llegar a la Caballería, el coronel Lino César Oviedo se presentó ante el general Andrés Rodríguez, en la sede del Ter­cer Regimiento de Caballería, y dio parte: - Misión cumplida, mi general, ahí le traigo al número uno -. Con aplausos y gritos se festejó el parte de Oviedo. "Por su coraje y decisión -le respondió Rodríguez- yo le prometo que usted será nom­brado comandante de la Primera División de Caballería".

Stroessner permaneció en el coche, durante ese tiempo, como a cien metros de la guardia del RC3. Inmediatamente después, Rodríguez ordenó al coronel Laguardia Roa que ins­tale al presidente de puesto en su domicilio, tal como le había prometido. Así se procedió a hacerlo.

Alejandro Fretes Dávalos fue a acompañarlo. Militares y civiles curiosos se aproximaron al lugar para ver de cerca cómo se comportaba el hasta un día antes intocable mandatario del país. - Fretes Dávalos, llámelo a Rodríguez! -, gritó Stroess­ner al ver al también depuesto jefe de Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, y éste fue a hablar con Rodríguez, volvien­do sin una respuesta positiva.


CAPITULO VII

EL PAPEL DE LA ARMADA

 

 

Los oficiales más allegados al vicealmirante Eduardo Gon­zález Petit se enteraron de la intención que existía de derrocar al general Alfredo Stroessner muy tempranamente. Fue casi inmediatamente al encuentro que mantuvieron el jefe de la Armada con el comandante de la VI División de Infantería.

El vicealmirante -que tenía amigos muy cercanos en el cuerpo- conversó con algunos de sus oficiales de mayor con­fianza sobre el tema, en octubre de 1988: José Ramón Ocam­pos Alfaro, Carlos Antonio Machuca, Flavio Abadie, Carlos Cubas, Julio Gómez, Carlos Guillermo López Moreira y An­drés Legal. Esto, por difícil que parezca creer, se mantuvo en el más absoluto secreto en el seno de la unidad. Los prepara­tivos comenzaron tempranamente, y fueron realizados con mucha discreción, para no llamar la atención.

En la ocasión en que el vicealmirante González Petit iba a ir a conversar con el general Andrés Rodríguez, aquel consul­tó con López Moreira sobre cómo podría proceder de manera que el encuentro pase desapercibido. El "motivo" de la re­unión fue la entrega de una placa al jefe del Primer Cuerpo de Ejército. A partir de entonces, la idea fue madurando y los complotados de la Armada comenzaron a preparar los equi­pos y a los hombres que vendrían a participar de la operación.

El polvorín de la Armada se encontraba en la Infantería de Marina. Allí se concentraba la mayor parte de las granadas de artillería de los buques. Un día, González Petit le ordenó al

capitán Gregorio Recalde, comandante del buque Itaipú, y al capitán Miguel Angel Candia Fleitas, comandante del buque Cabral, que trasladen las granadas de artillería a los mencio­nados buques, pues dicha flota sería la que daría eventual­mente cobertura a las fuerzas en la toma del Palacio de Go­bierno.

Otras fuerzas de la unidad fueron sometidas a un "entrena­miento encubierto", o sea: se comenzó la práctica para even­tuales combates, sin explicarse por qué ni para qué.

Cuando más se aproximaba el 2 de febrero, sin embargo, el rumor de que habría un golpe se escuchaba a diario, en todos los lugares del país, en la capital y en el interior. Tal fue así, que el mismo vicealmirante González Petit escuchó ha­blar sobre el tema en un supermercado. Esto le dejó preocu­pado, y trató de compartir su inquietud con el general Andrés Rodríguez.

Los encuentros entre ambos jefes militares se realizaban en el stud "La Nelly", detrás del hipódromo, y el cuidador de los caballos solía escuchar lo que decían. En una ocasión, González Petit le manifestó su preocupación a Rodríguez so­bre ese hecho, a lo que el comandante del Primer Cuerpo de Ejército respondió: - No se preocupe, él es de mi entera con­fianza, y nada saldrá a comentar -.

En la mañana del 2 de febrero, muy temprano, López Moreira recibió una llamada del asesor jurídico del Ministe­rio de Defensa, el coronel Andrés Humberto Zaracho. "Acá tengo un decreto que salió anoche-le dijo Zaracho- y por el mismo se le pasa a retiro a una buena cantidad de gente". - ¿Quiénes, por ejemplo? -, preguntó el oficial de Marina, y Zaracho le leyó parcialmente la lista: Díaz Delmás, Oviedo, Ocampos,..., y algunos oficiales de la Armada.

Al terminar la conversación, López Moreira se comunicó con González Petit: - Le llamo, señor, para consultarle si usted ya se enteró del decreto que pasa a retiro a unos cien ofi­ciales -. El jefe de la Armada le preguntó si tenía una copia del decreto, a lo que López Moreira respondió que no, pero que podría mandar buscar del Ministerio inmediatamente.

Se hizo buscar el documento, pero antes de que el secre­tario retorne del Ministerio, sonó el intercomunicador de López Moreira, y González Petit le dijo: - Yo voy a desapa­recer por un tiempo, así que vamos a encontrarnos a eso del mediodía -.

El contralmirante Ignacio Moreno Carreras, jefe del Esta­do Mayor de la Armada, era considerado un eventual partida­rio de los "militantes", por lo que se habían tomado medidas para tenerlo siempre a vista, así como para impedir que cap­tara algo de lo que se estaba gestando.

A las 11.00 horas de la mañana, después de consultar con el capitán José Ramón Ocampos Alfaro, se encontraron en el hangar de la Aviación Naval todos los oficiales complotados.

González Petit llegó al mediodía; después se sumó Carlos Cubas Grau. El encuentro fue breve, y se decidió volver a reunirse a las 18.00 horas.

Ese día, precisamente, estaba programada un juego de fút­bol en la unidad, por lo que todos los complotados concurrie­ron al club, pero pasaron al lugar bajo. A eso de las 18.30 ya

había mucha gente: los capitanes Flavio Abadie, comandante de la Infantería de Marina; Andrés Legal Basualdo, coman­dante de la Flota de Guerra; Ramón Ocampos Alfaro, coman­dante de la Aviación Naval; Vladomiro Brítez, comandante de la Escuela de Suboficiales, Carlos Antonio Machuca, ayu­dante del comandante de la Fuerza...

La reunión fue presidida por el comandante de la Armada. Este expresó, entre otras cosas, su decisión de apoyar el mo­vimiento encabezado por el comandante del Primer Cuerpo de Ejército; explica su idea de la maniobra y establece el día "D" y la hora "H" para el inicio de la operación. Después se deja a cargo del capitán Carlos Antonio Machuca la exposi­ción sobre la operación en sí, sobre la organización del Grupo de Tarea, GT, y sobre la coordinación que se necesita para garantizar un exitoso desarrollo de la operación.

Para evitar ser interrumpidos se había colocado una barre­ra a la altura de la Escuela de Formación de Suboficiales. Un suboficial tenía la orden de evitar la entrada de cualquier per­sona. La sorpresa fue general cuando el ayudante de Gonzá­lez Petit llegó asustado para informar que el capitán Antonio Quiñónez, edecán del general Alfredo Stroessner, estaba lle­gando al lugar.

Las alternativas eran pocas: o se le detenía en ese momento a Quiñónez, o él descubría el raro encuentro de oficiales. Salió González Petit y habló brevemente con Quiñónez: - Vaya a su casa, no salga para ningún lado, y nada le comente a nadie sobre lo que vio -, le dijo el vicealmirante. Hay elementos sufi­cientes para concluir que el capitán Quiñónez no comentó con Stroessner sobre el raro movimiento en la Armada.

En el encuentro se hicieron los últimos ajustes y el coman­dante dio las últimas recomendaciones: el día "D" era el 3, a las 03.00 de la madrugada.

Esa noche, después de las 21.00 horas se volvieron a re­unir los complotados en la sede del Cuerpo de Defensa Flu­vial, momentos en que el comandante de la Armada aún estaba en el Primer Cuerpo de Ejército, para la última reunión de los Carlos. Todo estaba transcurriendo normalmente hasta que irrumpió en la sala el capitán Severiano Osorio Gil¡, siendo las 21.20 horas, quien informó que por la Red Táctica de Comunicaciones se había recibido un mensaje urgente del Primer Cuerpo de Ejército para el Comando de la Armada, ordenando poner de inmediato en ejecución el plan de opera­ciones, adelantándose el día "D" y la hora "H".

Inmediatamente se procedió a suspender el descanso de la tropa y a preparar todo lo necesario para que en el menor tiempo posible se pudiera partir. Ya a esa hora, se ordena sus­ pender el objetivo "B", la Seccional Colorada N° 14, reorganizándose el grupo para reforzar a los otros.

A las 22.10 horas el personal se encuentra embarcado en los vehículos, de acuerdo con la organización para el comba­te. Se espera que los patrulleros "Cabral" e "Itaipú" entren a la bahía de Asunción, de modo que se pudieran ocupar los puestos de combate de manera coordinada.

A las 22.25 horas parten los vehículos transportando al personal a la zona de operaciones. Los hombres estaban pre­parados para soportar los rigores propios de este tipo de ac­ciones.

El jefe de Estado Mayor de la Armada, Ignacio Moreno Carreras, llegó a la Armada cuando ya se habían iniciado las operaciones. Su misión era la de encargarse de la fuerza. El vicealmirante González Petit discutió con él sobre la situa­ción y le planteó: - Usted es el jefe del Estado Mayor de la armada, quédese con nosotros -. El teléfono sonó y se trataba le Alfredo Stroessner, quien pidió comunicarse con Moreno Carreras. Este consultó con González Petit, quien le repitió que él pensaba que debía quedarse con los hombres de la Ar­mada. Moreno Carreras le hizo decir a Stroessner que no se encontraba.

Los vehículos se dirigieron por la calle Benjamín Cons­tant, bajaron por 14 de Mayo y fueron a estacionar frente al Cabildo. La Policía ni se percató. Los morteros fueron insta­lados en la callejuela que se encuentra detrás del Cabildo, y desde ahí comenzó el ataque sorpresa. Previamente, los miem­bros del ET "A" 1.1 procedieron a evacuar a los civiles que se encontraban en zonas de riesgo.

Secuencialmente, las operaciones de la Armada se dieron de la siguiente manera:

A las 22.31 horas el ET "A" 1.3 ocupa posiciones e inicia progresión hacia el objetivo. El personal de refuerzo de fuego ocupó posiciones de combate, e inmediatamente se recibió la respuesta de la Policía de la Capital.

A las 22.33 horas comienza el ataque al Palacio de Go­bierno, apoyado por el fuego disuasivo de la Artillería Naval. A las 22.45 cayó gravemente herido el conscripto Virgilio Enciso durante un intento por ocupar una posición más favo­rable frente al Palacio. Al intentar ayudar a su compañero, el conscripto Gregorio Bazán fue alcanzado por un proyectil, quedando también gravemente herido.

A las 22.55 se ordenó cesar el fuego y se pidió por megá­fono y a viva voz la rendición de la Policía de la Capital. Apenas habían transcurrido 24 minutos del inicio del ataque. Al no obtenerse respuesta, dos minutos después se ordenó reanudar el fuego, empleándose fusiles y armas automáticas de Infantería, así como morteros de 81 milímetros, desde don­de se dispararon a las esquinas, para disuadir al adversario

. A las 23.10 se ordenó el cese del fuego de nuevo frente a la Policía de la Capital, intimándose de nuevo a la rendición, para evitar muertes innecesarias. A las 23.13 se rinde la Poli­cía Motorizada, pero la Policía de la Capital se mantiene fir­me, por lo que a las 23.15 se reanuda el fuego.

Siendo exactamente las 23.25 horas, en la entrada princi­pal de la Policía de la Capital comenzó a ondear un paño blan­co, e inmediatamente se ordenó suspender el fuego. Minutos después, salió el personal de la Policía, encabezado por el coronel Saúl Machuca Godoy, y declaran considerarse pri­sioneros. A los funcionarios policiales se les ordenó ponerse boca abajo sobre el asfalto de la calle El Paraguayo Indepen­diente, mientras se sostuvo una breve conversación con el coronel Machuca Godoy, quien informó que el jefe de la Po­licía, Brítez Borges, se encontraba en su despacho. Informa­do el comandante de la Armada, ordenó que el jefe de Policía saliese a la calle sin armas y se entregase al comandante de la UT "A" 1, el teniente de corbeta Aldo Gini.

El general Alcibíades Brítez Borges se resistió a entregar­se a un oficial subalterno, por lo   

que se tuvo que enviar al capitán López Moreira.

Este fue hasta el cuartel de la Policía y descendió frente al portón principal; ingresó al edificio y se dirigió al despacho le Brítez. "Buenas noches, mi general -saludó-, ¿usted puede hacer el favor de acompañarme?". - Sí, cómo no  respondió el otrora poderoso jefe de Policía de Stroessner, enteramente entregado.

 

Detenido Brítez, tenía que ser conducido a la I División de Caballería. Todo estaba claramente pautado para el traslado, y se trataba de un operativo peligroso. La camioneta tenía que tener encendidas solamente las luces pequeñas, y debía seguir un itinerario previamente trazado. Tomaron la calle El Paraguayo Independiente y en Estados Unidos bajaron hasta España, luego se tomó Artigas, la calle Primer Presidente... Al llegar a Madame Lynch el vehículo fue interceptado por un puesto militar; López Moreira se identificó y explicó a dónde iba y a quién llevaba. El encargado del puesto, el coro­nel Monges, había sido conocido del oficial de la Armada, por lo que le dejó proseguir sin más preguntas, comentando en broma: - Se lleva una carga pesada -.

Al llegar a la Caballería le esperaba el general Francisco Sánchez González, quien los acompañó hasta la casa del co­mandante. Brítez fue el "huésped" de esa residencia antes de la llegada de Alfredo Stroessner. Sánchez González instaló al general Brítez. Todo se realizó con mucha cortesía, pero al salir de la casa se dirigió al suboficial que hacía guardia y le dijo: "Ese señor está incomunicado".

A la Armada le llevó aproximadamente apenas 55 minu­tos tomar la Policía de la Capital. El teniente de corbeta Aldo Gini fue el que dirigió la operación, desde la terraza del edifi­cio Zodiac. El ataque sorpresa fue violento y decidido: se lan­zaron granadas de morteros, se ametralló y se disparó con fusiles. Evidentemente, las mediciones fueron correctas y el calibramiento de los morteros se había realizado bien. El jefe de morteristas, Villalba, llegó a echar dos granadas en el pa­tio del destacamento.

 

 

Los demás objetivos militares de la Armada se realizaron sin mayores dificultades. Al teniente Celso Martino se le encomendó la misión de tomar el Departamento de Investigaciones. Oficial muy bien entrenado, logró cumplir las órdenes . Irrumpieron en la repartición dando tiros. Personalmente, Martino abrió la puerta del despacho del que, fuera poderoso jefe de Investigaciones, Pastor Milcíades Coronel. - ¡Cuerpo a tierra!, le ordenó Martino, a lo que Coronel, respondió que él era el jefe ahí. "Habrá sido el jefe -replicó Martino-, ¡cuerpo a tierra!". Eran las 23.50 horas.

El teniente Martino no sabía quién era Pastor Coronel, lo que se explica por los pocos contactos que se daban entre los militares y los demás estamentos de la sociedad en ese enton­ces. Lo cierto es que de ahí lo llevó detenido a la sede de la Infantería de Marina, de donde después fue llevado a la Pri­mera División de Caballería donde se le entregó al cuidado del coronel José Segovia Boltes.

Los operativos realizados en la Policía de la Capital y en el Departamento de Investigaciones se realizaron con la co­bertura de francotiradores ubicados en la terraza de un edifi­cio ubicado entre las calles 14 de Mayo y El Paraguayo Inde­pendiente, el Zodiac.

Otros objetivos, como el Canal 9, que se ocupó con la intención de salir en cualquier momento al aire, se tomaron sin resistencia. El responsable de ese operativo fue el capitán Carlos Cubas.

En apoyo a los que atacaban el Regimiento Escolta Presi­dencial, la Armada movilizó dos helicópteros anillados, pilo­tados por los capitanes José Ramón Ocampos Alfaro y Be­nigno Téllez. Cuando Ocampos Alfaro estuvo sobrevolando la zona se prometió, en determinado momento, "tirar algunos caramelitos sobre el Regimiento". El pedido fue de Rodrí­guez, y González Petit concordó, pero el capitán Ocampos Alfaro argumentó que no tenía suficiente visibilidad para dis­parar sobre el blanco, por lo que se desistió de lo que podría resultar el operativo material y humanamente más costoso de toda la operación.

Por otra parte, cuando Oviedo sugirió que los marinos se sumasen para tomar por asalto el Regimiento Escolta, ante la negativa de Stroessner a rendirse, la Armada trasladó parte importante de sus hombres hasta la intersección de la avenida Mariscal López con la calle General Bruguez.

Eran las 00.30 cuando el comandante de la Armada orde­nó la formación de un pelotón de fusileros para ser enviado hacia el Regimiento Escolta Presidencial, para reforzar a los hombres de la Caballería que estaban sitiando el lugar, pero 10 minutos después se ordenó suspender el operativo, pues Stroessner se había rendido.

Un hecho muy llamativo ocurrió en la madrugada del 3 de febrero. Los oficiales de la Armada estaban reunidos, eva­luando el desarrollo de los hechos, hasta que González Petit preguntó quién había tomado la Comisaría Policial Primera. Todos se miraron, y respondieron que ninguno lo había he­cho. - ¿Quién se ofrece para hacerlo? -, preguntó el coman­dante de la Armada. Hubo un pausado silencio. Después de transcurrir un minuto, López Moreira se ofreció para hacerlo. “¿Cómo lo hará?”, le preguntó González Petit, a lo que el oficial le respondió: - Por teléfono -.

Y efectivamente, la rendición de la Comisaría se negoció por teléfono. López Moreira llamó a la repartición policial y preguntó por el titular de la misma. Al hablar con este se iden­tificó y le puso al tanto de lo que había sucedido en el Cuartel Central de la Policía de la Capital y en el Departamento de Investigaciones. Acordaron que el comisario se entregaría en la intersección de dos calles, cerca de la repartición.

Acompañado de los capitanes Eduardo López Cañete y Mereles, y del teniente Núñez y algunos suboficiales, López Moreira mantuvo un encuentro con el comisario Vianna, titu­lar de la mencionada repartición policial. Vianna entregó la Comisaría al cuidado de los marinos, los que quedaron ahí hasta el amanecer. Eran apenas cinco. La sorpresa fue que al sonar la diana, salieron al patio unos 250 hombres, pues en esa repartición funcionaba la Escuela de Suboficiales de la Policía. Los hombres no reaccionaron; se les puso al tanto de lo sucedido y se ajustaron a las nuevas reglas.

La toma del Palacio de López, otro de los objetivos milita­res de la Armada, fue el operativo que se llevó adelante con mayor resistencia. Allí fueron heridos dos soldados de la Marina, que después murieron, pero lo sorprendente fue la tenaz resistencia desplegada por el mayor Dos Santos, del Regimiento Escolta Presidencial.

En el Palacio la sorpresa no funcionó. Los guardias se per­cataron de la presencia de elementos extraños al lugar y dis­pararon desde varias direcciones.

Los infantes de Marina se vieron forzados a solicitar el apoyo masivo del fuego naval.

Entre las 00.45 y la 01.30 horas, se realizaron violentos ataques contra el Palacio de Gobierno, con el apoyo de un intenso fuego naval, y se pidió la rendición, sin obtener res­puesta. Los combatientes que custodiaban el Palacio estaban bajo el mando de un oficial de apellido Dos Santos, quien apenas se rindió a las 04.45 de la mañana del día 3, después de enterarse de que el Regimiento Escolta Presidencial y el propio presidente Alfredo Stroessner ya se habían rendido durante la madrugada.

A la Armada fueron llevados prisioneros unos 500 efecti­vos de la Policía, los que para ser revisados tuvieron que ser desvestidos frente al Cuartel Central, pues los infantes de Marina no superaban el número de 90, y les resultaría mate­rialmente imposible palparles uno por uno.

El control sobre la Policía de la Capital duró muy poco tiempo, pues a las 00.35 horas se entregó al general Francisco Sánchez González, quedando a cargo de éste el control direc­to de la repartición.

Cerca del Panteón de los Héroes estaba apostado un pelo­tón de la Infantería de Marina, que ciertamente tuvo un recio enfrentamiento con agentes de la Fuerza de Operaciones Especiales de la Policía, cuyo vehículo volcó a consecuencia del impacto de un proyectil de grueso calibre.

Del local de la Policía Motorizada se llevaron varios cajo­nes conteniendo fusiles automáticos y pistolas ametrallado­ras, presuntamente de procedencia china. Las armas fueron retiradas después por la Caballería.

Otro hecho importante protagonizado por hombres de la Armada en el marco del golpe de Estado tuvo como escena­rio Ciudad Stroessner, en Alto Paraná, donde el capitán de

navío Amado Rodríguez, acompañado de pocos efectivos, detuvo a uno de los jerarcas más importantes del stronisino, Mario Abdo Benítez. El vicepresidente del Partido Colorach, había ido a inaugurar algunas subseccionales y durante la noche se encontraba en una fiesta, junto con Juan Pereira y Justo E. Almada, entre otros, cuando irrumpió en el local cl capitán Amado Rodríguez y algunos pocos efectivos de la Armada. Detenidos, los políticos fueron llevados a la Base Naval de la capital departamental, y como no había suficien­tes hombres para cuidar de los presos, los mismos fueron al­zados a una kombi, la que fue colocada al borde de un barran­co, donde no caían sólo porque el vehículo estaba siendo sos­tenido por un pedazo de madera. El jefe de la Base Naval dejó aun marinero de guardia, con la expresa orden de retirar la madera si alguno de los detenidos intentara escapar. Nin­guno se movió.

En total, la Armada movilizó alrededor de 250 hombres de sus tres componentes: naval, aéreo y terrestre, durante la ope­ración


CAPITULO VIII

LOS OBJETIVOS DE LA INFANTERÍA

 

 

El general Eumelio Bernal, comandante de la Primera división de Infantería, había recibido una llamada telefónica del general Víctor Aguilera Torres, jefe de la Primera División de Caballería, en la mañana del día 2 de febrero.- Venga, por favor, general, vamos a tomar un tereré -, le dijo Aguile­ra, y Bernal comprendió en el momento para qué era el en­cuentro. "Cómo no", le respondió.

A eso de las 09.30 horas se produjo la reunión con el gene­ral Andrés Rodríguez, quien le dijo que había llegado el mo­mento de dar el golpe: - Es cuestión de vida o muerte, Bernal, mañana será otro día -.

El general Eumelio Bernal, quien se había ligado al pro­yecto golpista desde la primera hora, tenía un problema en su unidad, pues el único Regimiento de que disponía estaba comandado por el coronel Lisandro Caballero, camarada del coronel Gustavo Stroessner y muy amigo del secretario pri­vado del presidente, Mario Abdo Benítez.

Los involucrados de la Infantería en el complot habían to­mado todas las medidas de seguridad necesarias para que Caballero no pudiese percatarse de cosas raras, encuentros, reuniones o ejercicios.

Ese día, precisamente, el general decidió salir de civil, y en el momento en que estaba abandonando la Infantería, el coronel Caballero le preguntó a dónde iba. "Voy a la maternidad a ver a mi hija", le respondió Bernal, con lo que el subal­terno de quien desconfiaba quedó satisfecho.

Pasó por su domicilio para vestir el traje militar y se diri­gió a la Caballería. Al recibirlo, Víctor Aguilera Torres le ex­plicó que el general Andrés Rodríguez necesitaba hablar con

urgencia con él. Para disimular, justificó su visita a la unidad, asegurando que estaba para observar las maniobras de los ci­meforistas.

El primer contacto del día 2 con Rodríguez fue corto, y se hizo rodeado de cuidadosas medidas de seguridad. Bernal había recibido la instrucción de mezclarse con las autorida­des que estaban presenciando la demostración de los cimefo­ristas, hasta que apareciera el automóvil de Rodríguez. Trans­currido un tiempo, se acercó el vehículo, cuyos vidrios pola­rizados no permitían ver quién se encontraba dentro. Bernal ingresó al automóvil y Rodríguez fue breve. Quedaron en encontrarse a la noche.

Como el general Andrés Rodríguez le había explicado a Bernal sobre la insegura situación que se vivía de cara al con­trol de la Fuerza Aérea, el comandante de la Primera División de Infantería le dijo que podía contactar con un oficial de su confianza. Y esa tarde, efectivamente, invitó al coronel de aviación Hugo Escobar a una conversación. El encuentro se realizó en la quinta de Bernal, ubicada en Luque.

Escobar aceptó en términos generales lo que le había ex­plicado el general Bernal, y ante esa situación, ambos se tras­ladaron a la Caballería para conversar con Rodríguez.

A las 19.30 horas llegó el general Bernal a la casa de Ro­dríguez, acompañado del coronel de Aeronáutica Hugo Es­cobar. Antes de realizarse la última reunión de los Carlos, Rodríguez habló con el coronel Escobar.

Cuando Bernal abandonó la Caballería se dirigió a la Pri­mera División de Infantería para mantener una reunión con sus subordinados implicados en el complot, pero fue sorprendido durante el viaje por una inesperada llamada de radio: "Carlos 6, tomar dispositivo... tomar dispositivo", decía cl mensaje. La operación se había adelantado.

Desde finales de diciembre de 1988, el general Eumelio Bernal comenzó a conversar con sus colaboradores de mayor confianza sobre la conspiración en marcha. Logró inmediata­

mente la adhesión del coronel Jesús Osorio Gill, responsable de la Intendencia, y del teniente coronel Gerardo Ruiz Ramí­rez, comandante de batallón. Después se sumaron su ayudan­te, el capitán Zenteno y el mayor Virginio Cano.

El plan de operaciones para capturar todos los objetivos de la unidad fue preparado por el propio general Bernal, en compañía del teniente coronel Gerardo Ruiz Ramírez, a la

luz de velas, en la quinta de Luque. Los complotados debían moverse con mucha cautela, pues los agentes del Departa­mento de Investigaciones y del Ministerio del Interior habían montado un esquema de control sobre los posibles involucra­dos en la conspiración; control que se hacía casi ostensiva­mente.

Los objetivos militares para la Primera División de Infan­tería eran tomar las instalaciones de los medios de comunica­ción en la zona sur de la ciudad, y repeler cualquier intento de

movilización de las tropas del Comando de Comunicaciones, del Comando de Ingeniería y de la Guardia de Seguridad. O sea: el general Eumelio Bernal no tenía la orden de ata­car unidad alguna, sino neutralizarlas, para evitar que pudie­ran salir en auxilio de las unidades que sí serían atacadas, como ser el Regimiento Escolta Presidencial y la Policía de la Capital.

Bernal llegó apresuradamente a la unidad. Reunió a sus hombres, les arengó y dispuso que inmediatamente se proce­diese a bloquear el Comando de Transmisiones. Camiones cargados de piedras fueron llevados al límite entre el referido tomando y la Primera División de Infantería, mientras sol­dados armados con fusiles y ametralladoras se apostaban en posición de combate.

Las acciones se desarrollaron con rapidez y sin contratiem­pos. Poco tiempo después de iniciado el movimiento, se pre­sentaron a la unidad los coroneles Ramón Esquivel y José To­más Centurión, oficiales que estaban como jefes del Comando de Transmisiones, para manifestar que se sumaban al complot.

Ante este nuevo cuadro, favorable por cierto, el general Eumelio Bernal tomó rápidas decisiones, ordenando a los ofi­ciales del Comando de Transmisiones que se encargaran de la Antelco, de modo que las telecomunicaciones estén bajo el control de los alzados. Así se procedió, lográndose capturar el objetivo sin resistencia.

El general Valiente Flor, comandante del Comando de Transmisiones, se presentó después a la Caballería para lle­var su adhesión al general Andrés Rodríguez.

El coronel Galo Escobar, comandante de la Guardia de Seguridad, también se presentó en la Primera División de In­fantería, manifestando que se encontraba plenamente identi­ficado con los objetivos del golpe. Con Galo Escobar se ha­bía hablado esa tarde, y él había manifestado su conformidad en principio, pero como llegó tarde a su unidad, no pudo impedir que un vehículo cargado de agentes saliese de la uni­dad. Este camión fue, precisamente, el que fue atacado en las inmediaciones del Panteón de los Héroes por los combatientes de la Armada.

En la zona sur, solamente no se presentaron los responsables del Comando de Apoyo de Combate y el Comando de Ingeniería, cuyos jefes permanecieron en silencio, sin identi­ficarse con el movimiento golpista, pero tampoco sin mover sus tropas para asistir eventualmente a Alfredo Stroessner.

En el Comando de Ingeniería, las tropas fueron puestas en alerta, preparándose para un eventual ataque. El jefe de Esta­do Mayor de la unidad era el coronel Silvio Rafael Noguera, quien dispuso reforzar la guardia en los accesos de la unidad. Ellos sabían del golpe, pero no se adhirieron oficialmente al movimiento, ni intentaron sacar soldados para asistir al Regi­miento Escolta Presidencial. De hecho, el coronel Noguera fue ascendido a general de brigada apenas cuatro días des­pués del levantamiento, y designado jefe de Estado Mayor del Comando Logístico.

Como jefe del Comando de Ingeniería estaba el general Alejandro Schreiber. Este le respondió al primer enviado de Bernal que la unidad no iría a rendirse, que él recibía órdenes solamente del Comandante en Jefe. - Yo respondo al general Alfredo Stroessner, que es el Comandante en Jefe -, le dijo Schreiber a Bernal en su contacto telefónico, a lo que respon­dió el complotado que había un nuevo Comandante en Jefe, que era el general Andrés Rodríguez.

El general Schreiber se rindió formalmente ya hacia el amanecer, después de tomar conocimiento de los hechos su­cedidos en el Regimiento Escolta Presidencial, en la Aero­náutica y en la Policía de la Capital.

 

 

El mayor Virginio Cano, al frente de un pelotón de 30 hombres, tomó la Radio 1° de Marzo, desde donde se emitió la primera proclama del general Andrés Rodríguez.

El primer mensaje del comandante del Primer Cuerpo de Ejército fue el siguiente: "Queridos compatriotas. Aprecia­dos camaradas de las Fuerzas Armadas. Hemos salido de nues­tros cuarteles en defensa de la dignidad y el honor de las Fuer­zas firmadas; por la unificación plena y total del coloradismo en el gobierno; por la iniciación de la democratización en el Paraguay; por el respeto a los Derechos Humanos; por la de­fensa de nuestra religión cristiana, católica apostólica roma­na. Eso es lo que yo les estoy ofreciendo con el sacrificio del soldado paraguayo a nuestro querido y valiente y noble pue­blo paraguayo. Espero que los camaradas de las Fuerzas Ar­madas me acompañen en estas circunstancias, porque esta­mos defendiendo una causa noble y justa que redundará en beneficio de nuestro heroico y noble pueblo paraguayo. Gra­cias". Eran aproximadamente las 00.35 horas del día 3 de fe­brero.

Otro grupo tuvo la misión de tomar el Canal 13. Posterior­mente, el coronel Evelio Benítez se hizo cargo de la Radio 1° de Marzo, para preparar la emisión de un nuevo mensaje del líder del complot. Este mensaje, fechado el día 3, se dirigía al Cuerpo Diplomático. El contenido del mismo era básicamen­te similar al primero, pues explicaba a los representantes ex­tranjeros sobre los cinco puntos contenidos en la primera pro­clama, y terminaba diciendo: "...solicitamos vuestra colabo­ración, en el sentido de poder levantar, con vuestra compren­sión y apoyo, el sitial que nuestro país amerita en el contexto de las demás naciones. Atentamente, general de división An­drés Rodríguez".

A eso de las 23.00 horas se presentó en la Primera Divi­sión de infantería el comandante del Regimiento, coronel Li­sandro Caballero. Bernal lo hizo arrestar inmediatamente, por medida de seguridad.

Las actuaciones de la Primera División de Infantería se realizaron de manera ordenada y precisa, y el resultado con­tribuyó de manera efectiva para evitar que se diesen confron­taciones armadas innecesarias, que podrían haber implicado la pérdida de más vidas humanas.


CAPITULO IX

LA ENTREGA DE LA AERONÁUTICA

 

 

Los complotados esperaban que el nuevo comandante de la Aeronáutica, el general Alcibíades Soto Valleau, se iría a mantener leal al presidente Alfredo Stroessner, y manejaban la información cierta de que el hijo del presidente, el coronel Gustavo Stroessner, tenía muy buenos amigos en la fuerza, sobre todo entre los coroneles, quienes eran sus camaradas de remesa. Esto llevó a que se preparara un programa especial para el caso, en el que intervinieron varios agentes: el coronel Aníbal Rejis Romero, hombre de la Caballería que tenía la misión de asumir el control de la unidad durante las operacio­nes; el coronel Dionisio Cabello, quien venía preparando un grupo de su confianza para cooperar con los completados; el coronel Hugo Escobar, a quien el día 2 de febrero Rodríguez le ordenó que "se encargue de la Aeronáutica"; y el capitán Víctor Insfrán, comandante del Grupo de Helicópteros y uno de los pilotos de Rodríguez.

El hecho de que la Fuerza Aérea haya tenido el tratamien­to de fuerza enemiga, y la cantidad de protagonistas aislados que participaron del proceso de ocupación de la unidad hace que el relato del caso sea más complejo.

En la mañana del día 2 de febrero de 1989, el Comando de la Fuerza Aérea y todas las unidades subordinadas desarro­llaron sus actividades diarias con normalidad. Todas las órde­nes que se impartían eran propias de las correspondientes a las vísperas de feriados.

A eso de las 09.00 horas, un oficial de la fuerza comunica al capitán Víctor Insfrán, comandante del grupo de helicópte­ros y piloto del general Andrés Rodríguez, que el comandan­te de la Primera División de Caballería deseaba hacer un vue­lo en helicóptero al día siguiente. Nada pareció anormal a nadie, pues era común que el comandante de la Caballería realice periódicamente vuelos de reconocimiento.

En realidad, lo que se pedía desde la Caballería era el tras­lado a la unidad de un helicóptero artillado. El coronel Dioni­sio Cabello y el mayor Hugo Martínez, jefe de Relaciones Públicas, insistieron en preguntar a Insfrán si había recibido la orden de la Caballería. Lo que querían saber, en última instancia, es si el helicóptero había sido llevado, pero Insfrán evadía las respuestas, pues no sabía que los mencionados ofi­ciales eran parte de los complotados.

A las 12.15 horas, el capitán Insfrán se trasladó al Primer Cuerpo de Ejército, donde el mayor Rogelio Sanabria lo puso al tanto de la situación. La propuesta de Rodríguez era que Insfrán trasladase al Tercer Regimiento de Caballería, RC3, o en sus inmediaciones, un helicóptero artillado. Debía dejarlo ahí y presentarse a las 20.00 horas para recibir las últimas instrucciones.

Insfrán preguntó quiénes estaban con los complotados, a lo que Sanabria respondió que algunas fuerzas importantes. - En el caso de la Aeronáutica, concretamente -añadió- esta­mos trabajando con un grupo de oficiales.

A las 14.00 horas, de regreso a la Aeronáutica, el coman­dante del grupo de helicópteros reunió al personal, como era costumbre en vísperas de feriados, y recibió las informacio­nes correspondientes sobre cada aeronave, el combustible, los armamentos y el personal. Eso facilitó el trabajo de elegir la nave a ser robada. Inmediatamente, Insfrán ordenó que los helicópteros sean reabastecidos por completo y que dos de ellos sean equipados con armamentos de poderoso poder de destrucción. El UH 50 fue artillado con la configuración "Alfa", o sea, al máximo de su capacidad.

Insfrán convocó después al capitán Herlich Cabral. Ins­frán le dijo: -Tengo que llevar un helicóptero a la Caballería, así que quiero que le lleves a la gente, que les des permiso... - . Acordó con Cabral que a las 20.00 horas se encontrarían en la Caballería. Después salió con la aeronave, volando inicial­mente hacia San Bernardino, para después depositar el heli­cóptero frente al puesto comando del general Rodríguez. La operación de robar el helicóptero había llevado 12 minutos.

De vuelta a la Aeronáutica, a eso de las 15.30 horas, el capitán Insfrán dispuso que el personal practicase deportes. Tomó la precaución, mientras tanto, de guardar consigo las llaves de los aparatos y de los tanques de abastecimiento.

Aún en el período de la tarde, el capitán Hernán Benítez le comunicó a Insfrán que el comandante de la unidad, el gene­ral Alcibíades Soto, quería entrevistarse con él. Entró al des­pacho preocupado, pensando que podían haberse percatado de la falta de un helicóptero. Pero no fue así. Soto le comuni­có que tenía intenciones de removerlo del puesto de coman­dante del grupo, pues consideraba que había oficiales de ma­yor graduación que podían hacerlo.

Al salir del despacho de Soto, el coronel Cabello le pre­guntó sobre qué habían conversado. - Cuestiones relaciona­das al servicio -, le respondió Insfrán, pero como la noticia había llegado rápidamente a Rodríguez, un oficial de la Ca­ballería le convocó al capitán para un encuentro cerca de la unidad. - ¿Qué le dijo el general, Soto? -, inquirió el oficial de Caballería. "Me dijo que me iba a cambiar", le respondió Insfrán. - ¿Y por qué usted habló con él?-, insistió, a lo que el oficial de la Aeronáutica respondió "porque me hizo llamar". Conforme, el encuentro terminó.

Un poco después de las 18.00 horas, el coronel Alberto Chiola, camarada de Gustavo Stroessner y responsable del Tercer Departamento, ordenó a todas las unidades que estén alertas para la operación "Ñemboty" (Cerrar), que consistía en bloquear todos los accesos a la capital. Al escuchar la or­den, Insfrán se dirige a su unidad, pero encuentra que ya to­dos los helicópteros habían sido artillados, por orden del co­ronel Larrosa, otro camarada de Gustavo Stroessner.

(Para comprender bien lo que pasó en ese momento basta recordar que Gustavo Stroessner ya a la tarde tenía la infor­mación de que esa noche habría el golpe).

Insfrán le recuerda a todo el personal que el comandante de la unidad era él, y que por tanto de él o del comandante de la fuerza únicamente podía darse una orden de ese tipo. En­tregó, entonces, las llaves de los aparatos y del depósito, de modo que se pueda proceder a artillar los helicópteros.

A las 19.45, cuando Insfrán salió de la Aeronáutica para dirigirse a la Caballería, tal como le habían instruido, todo parecía normal, pero al llegar a la calle Última pudo constatar la presencia ostensiva de vehículos del Departamento de In­vestigaciones, que realizaban sus tareas de control.

El capitán se dirigió a la oficina del coronel Aníbal Rejis Romero, donde se encontró con varios oficiales de la Fuerza Aérea: coronel Hugo Escobar, coronel Carlos Giménez, co­ronel Dionisio Cabello, mayor Rogelio Sanabria, mayor Hugo

Martínez, mayor Porfirio Figari, mayor Ramón Astigarraga capitán Herlich Cabral. Estaba, también, el empresario Eligio Viveros Cartes. Habían estado, pero ya se habían reunido, el teniente Carlos Woroniecki, el capitán Eladio Paredes teniente Hugo Villalba y el teniente del Grupo Aerotáctica de nombre Lino Oviedo, sobrino del comandante del RC3.

A cada cual, antes de que Romero diera las últimas instrucciones, el general Rodríguez asignó tareas concretas,: Coronel Cabello y mayor Astigarraga, vayan a la Fuerza aérea y cumplan la misión; coronel Giménez, vaya con el mayor Figari al Grupo Aerotáctico; mayores Martínez y Sanabria vayan al aeropuerto; Insfrán, usted quede conmigo -. Al lado del general Rodríguez estaba el coronel Hugo Escobar.

Aún a esa hora, había fundadas dudas sobre el comportamiento 1 que asumiría el Regimiento de Paracaidistas Silvio Pettirosi por lo que los coroneles Aníbal Rejis Romero y Víctor Segovia, Ríos fueron a entrevistarse con el coronel Eduardo Sosa, comandante del Regimiento. Más tarde, todos salieron a ocupar su puestos. En ese momento, pudieron escuchar los disparos que se . estaban produciendo en la casa de "Ñata" Legal.

Fracasado el operativo en lo de "Ñata" Legal, Rodríguez. conversó con el coronel Oviedo, y después se dirigió a Ins­frán: - Vaya a buscarle a William Wilka -, le dijo. "¿Y ,dónde está, mi general?", preguntó el mayor. - En la Escuela de Educación Física; agarre su helicóptero y búsquelo -. La búsqueda a Wilka fue rápida; subió al helicóptero, portando varios armamentos, volaron cerca del Escolta y con un solo disparo destruyó el transformador de la Ande de la unidad. Inmediatamente, se dirigieron después a la Caballería.

 

 

A las 21.00 horas, Víctor Insfrán y Herlich Cabral fueron a la Aeronáutica, con la expresa misión de llevar a la Caballería más helicópteros, pero la operación fue detenida por el coronel Cabello, quien les dijo: - Todavía no, aún tiene quepasar algo aquí -.

En esos momentos, el teléfono de la Comandancia de la Fuerza Aérea sonaba insistentemente, y se trataba de llamadas del general Gerardo Johannsen y del coronel Gustavo Stroessner, quienes ordenaban que se defendiera la unidad como sea, así como que se atacaran, con helicópteros o avio­nes, los tanques que se estaban dirigiendo hacia el Regimien­to Escolta. Los que recibían las llamadas y trataron de cum­plir las órdenes fueron los coroneles Enrique Yebrán, Miguel Angel Segovia y Alberto Chiola.

Insfrán, que estaba involucrado con los golpistas, recibió la orden de hacer despegar dos helicópteros para ir a defender el Escolta. Fueron, pero cuando estaban por salir, el coronel Larrosa, acompañado de 10 soldados armados, dio una con­traorden. - De aquí nadie sale si no hay expresas instruccio­nes del general Johannsen -. Insfrán y Cabral, quienes real­mente irían a llevar los helicópteros a la Caballería, bajaron de los aparatos y se dispusieron a marcharse. Al salir, los sol­dados recibieron órdenes de disparar sobre ellos, pero los fu­siles no tenían percutores, pues habían sido sacados por el mayor Pedro Silva, otro de los complotados.

En ese momento se daban simultáneamente dos situacio­nes relevantes: por una parte, las tropas de la Caballería al mando de Aníbal Rejis Romero ya se estaban aproximando a la Fuerza Aérea, y por otra, el coronel Cabello comenzó a impartir algunas órdenes más fuertes. Concretamente, al mayor Astigarraga le ordenó dirigirse al sector de los hangares para detener al coronel Larrosa. Este trató de resistir, al prin­cipio, pero después se entregó.

Después de esto, lnsfrán y Cabral recibieron órdenes del coronel Cabello de dirigirse a la Caballería. Los oficiales mencionados retornaron a la unidad apenas después de la medianoche, ocasión en que pudieron constatar que la fuerza ya había sido ocupada por la Caballería. Ellos fueron con la misión de trasladar a la Caballería dos helicópteros más, lo que se hizo.

El 10 de enero de 1989, el coronel Aníbal Rejis Romero había recibido una llamada muy sugestiva. Se trataba de un empresario, Aníbal Viveros Cartes. - ¿No te llamó Rodríguez? -, preguntó, a lo que Romero respondió "no, ¿y para qué tenía que llamarme?". - Porque te tiene que hablar. Si no te llama hoy te va a llamar mañana -, dijo Viveros Cartes, y pasaron a conversar ambos de varios otros temas.

Al día siguiente, el 11, a eso de las 08.00 horas sonó el teléfono del despacho del coronel Rejis Romero, comandan­te de las tropas del Cuartel Divisionario. El que llamaba era el coronel Antonio Martínez: - El señor comandante del Pri­mer Cuerpo lo necesita, mi coronel -, le dice Martínez. Rejis Romero se dirigió inmediatamente a la Comandancia, e in­gresó a hablar con Rodríguez sin mucho protocolo.

- Siéntese, coronel -, le dijo el jefe del Primer Cuerpo de Ejército. Rodríguez tenía una característica muy particular, de acuerdo a sus subalternos: cuando le trataba bien a alguien era porque algo grave estaba aconteciendo, pues lo normal era que tratase a sus subordinados con cierta dosis de autoritarismo.

Él le dijo a Rejis Romero, de manera ordenada, que la si­tuación política estaba muy mal..., que la situación económica del país era caótica..., y que la salud del presidente Stroes­sner era muy delicada, de acuerdo con los médicos de cabe­cera del mismo. - Hay que tomar inmediatamente algunas previsiones, de manera a evitar que en el caso del que el pre­sidente fallezca, su entorno político y militar se apropie de las arcas del Estado. Para impedir que eso venga a ocurrir, he pensado que tenemos que organizar a las diversas unidades militares, para ocupar los puntos eventualmente críticos, de modo que nadie pueda salir de la capital".

Rodríguez le encomendó a Rejis Romero la seguridad de su familia. El coronel pidió hablar, sugiriéndole que lo mis­mo que le había comentado lo hiciera a otros oficiales de su confianza. "Le agradezco por la fe que me tiene -dijo-, pero hay que tener en cuenta que una golondrina no hace primave­ra". - Correcto -, replicó Rodríguez, y convocó a un nuevo encuentro para las 16.00 horas, en la Sala de Guerra.

Cuando Rejis Romero llegó a la cita, encontró en el local al general Víctor Aguilera Torres, al coronel Oscar Díaz Del­más y al coronel Ocampos. Desde un primer momento, la idea de Rodríguez era que los Regimientos de Caballería 2 y 3 se hicieran responsables del ataque al Regimiento Escolta. Se trataba de regimientos motorizados, con elevado poder de fuego. En ese encuentro, como en todos los que se realizaron, Rodríguez insistió sobre la necesidad de evitar derramamien­tos de sangre.

El 20 de enero fueron convocados todos los comandantes de Regimientos y el titular de la 1 División de Caballería, ocasión en que Rodríguez, por primera vez, socializó algunas informaciones fundamentales: - Bernal se va a encargar de toda la la zona sur, mientras que el vicealmirante González Pe­ta se ocupará de la Policía y del Palacio de Gobierno -. La información tranquilizó a todos y dio mayor confianza en el exitoso desarrollo de la operación. Lo concreto es que la Ca­ballería no actuaría aisladamente.

La misión que se le encomendó a Rejis Romero tenía sus  complicaciones, pues la Aeronáutica ocupaba un espacio fí­sico muy grande, 240 hectáreas, y las tropas del Cuartel Divisionario tenían una dotación relativamente reducida: unos 240 hombres.

Rejis Romero tomó contacto con el coronel de Ingeniería Víctor Segovia Ríos, compañero de remesa, que mantenía relaciones muy estrechas con el coronel Eduardo Sosa, co­mandante del Regimiento de Paracaidistas Silvio Pettirossi. Se hizo un primer encuentro en la casa de Segovia Ríos, pero el resultado no fue satisfactorio, pues el coronel Sosa no esta­ba enteramente convencido de la viabilidad del proyecto.

Un segundo encuentro se realizó el 15 de enero, fecha en que se retomó el contacto con Sosa. De nuevo, el local de la reunión fue la casa de Segovia Ríos. Rejis Romero le garanti­zó al coronel Sosa que tanto la integridad física de los oficia­les y subalternos se respetarían, así como las instalaciones de la unidad militar.

Ese mismo día, después del encuentro, Rejis Romero se encontró en la Caballería con el coronel Dionisio Cabello que desde el 11 de enero venía trabajando con el jefe de las tropas del Cuartel Divisionario, de modo a captar adherentes, en la Fuerza Aérea, para facilitar el desarrollo del operativo.

Cabello había formado un grupo de leales, al que estaban vinculados, entre otros, cl coronel Carlos Giménez, el mayor Rogelio Sanabria y el capitán Víctor Insfrán, jefe del Grupo de Helicópteros.

En la noche del día 2, sin embargo, apareció junto con el general Eurnelio Bernal, el coronel Hugo Escobar, a quien Rodríguez ordenó que se "encargue de la Fuerza Aérea".

La columna del coronel Aníbal Rejis Romero salió a las 21.30 horas de la Caballería y se dirigió, a pie, con destino a la Aeronáutica. Caminaron 4 kilómetros, por lo que llegaron a la Fuerza Aérea a eso de las 23.00 horas.

Ingresaron a la unidad produciendo algunos disparos de ametralladoras contra los edificios, lo que provocó una dura reacción del coronel Hugo Escobar, quien reclamó que se dejase de disparar, pues la Aeronáutica no iría a reaccionar. No obstante, la llegada del coronel en ese marco coincidió con la llegada del general Soto a la unidad, lo que facilitó la rendición del mismo.

El general Alcibíades Soto había concurrido a la fiesta de clausura de los ejercicios de los cimeforistas, en Capiatá, desde donde tuvo que trasladarse a la Fuerza Aérea, sorteando obstáculos. Para llegar a la unidad fue guiado por radio por el coronel Yebrán. Ingresó por la parte trasera, y al entrar el mayor Luis Ocampos Amarilla, comandante de guardia, le informó que la Caballería había ocupado la unidad. Soto le entregó su pistola ametralladora. De ahí se dirigió al quincho, donde después de conversar con algunos oficiales leales a Gustavo Stroessner se persuadió de que lo mejor era rendirse.

La Fuerza Aérea ya había sido ocupada por los oficiales y tropas al mando del coronel Rejis Romero.

Durante la tarde del 2 de febrero, el coronel Hugo Escobar fue citado por el general Eumelio Bernal en su quinta particu­lar. Ahí le explicó rápidamente sobre los preparativos del gol­pe, y le pidió que le acompañara hasta el Primer Cuerpo de Ejército, para mantener una reunión con el general Andrés Rodríguez.

Al salir de la quinta comenzaron a ser seguidos por agen­tes del Ministerio del Interior, que se trasladaban en un esca­rabajo, por lo que prepararon sus armas. Unas cuantas ma­niobras, sin embargo, fueron suficientes para despistar a los agentes, por lo que después se dirigieron directamente a la Caballería.

Rodríguez le saludó muy efusivamente al coronel de la Aviación: "Escobarcito, yo lo hice llamar porque la situación está muy delicada: estos políticos están manoseando a las Fuerzas Armadas y hay necesidad de poner en orden al Parti­do Colorado. Vamos a tener una misión. - ¿Y cuál es la mi­sión? -, preguntó Escobar, a lo que el comandante del I Cuer­po de Ejército respondió que había problemas en el caso es­pecífico de la Aeronáutica: -No tenemos asegurado el control sobre la Fuerza Aérea, y mi propuesta es que usted se encar­gue de ella -. Le comentó que así como otros oficiales ya pasaron a retiro, él -Hugo Escobar- no tardaría en ver trunca­da su carrera militar.

"¡Marchemos adelante!" fue la respuesta definitiva del coronel Hugo Escobar. En ese preciso instante, aparece en la sala el coronel Eduardo Allende, a quien Rodríguez se dirige y le dice: - Usted ya sabe qué hacer -. "Sí, mi general", res­pondió Allende y se marchó.

Terminado el encuentro, el coronel Hugo Escobar fue a buscar su automóvil de la quinta de Bernal, y desde ahí se dirigió a su casa. Corroboró si su familia tenía suficientes provisiones para la eventualidad de una jornada prolongada, y se dispuso a marchar a la Aeronáutica.

Al llegar a la Aviación se dirigió directamente al Regimien­to de Paracaidistas Silvio Pettirossi, donde mantuvo una breve conversación con el comandante, el coronel Sosa. "Venga rá­pido -le dice Escobar-, ¿cuál es su posición?". - Yo sólo quiero una salida digna, mi coronel -, le respondió Sosa. El coronel comprometido con el complot le pidió que mantuviera inmovi­lizada a la tropa, y que no se diera la menor señal de resistencia en el momento en que llegaran los de la Caballería.

Dispuso, también, que dejaran los portones abiertos, de modo que el coronel Aníbal Rejis Romero y sus hombres pudieran ingresar sin dificultad.

Después el coronel Hugo Escobar se dirigió a la Coman­dancia de la Fuerza, donde reunió a los oficiales y les explicó lo que iría a suceder en horas más. Los oficiales consintieron en cooperar. Se dispuso, entonces, que todos se acostaran y que no se tocaran las armas en ningún caso.

A cada minuto el coronel Escobar recibía partes sobre la aproximación de Rejis Romero, e invariablemente respon­día: - Cuando lleguen, déjenles entrar -. A esa altura, el coro­nel Carlos Giménez ya había tomado el Grupo Aerotáctico, el Transporte Aéreo Militar y las Líneas Aéreas Paraguayas, pro­cediendo a detener al coronel Marcial Vargas. Las fuerzas lea­les a Rodríguez ya tenían un control total sobre la Aeronáutica.

Pero un poco antes de la llegada del coronel Rejis Rome­ro, llegaron cuatro tanques que habían sido enviados por el general Víctor Aguilera Torres, comandante de la 1 División de Caballería. Uno de ellos rozó con la caseta de la guardia y la derribó, pues era una construcción débil.

Otro de los tanques se introdujo en el empastado y cayó dentro de un pozo ciego. Asustado, el teniente que comanda­ba el tanque ordenó que se soltase un disparo, el que dio en la parte alta de la Comandancia y provocó un gran susto. Esco­bar llamó inmediatamente al general Aguilera Torres, para pedirle que ordene el cese de los disparos, pues la unidad se había plegado al golpe. Un oficial corrió hacia el tanque y conversó con el oficial que estaba al mando. Le pidió que saliera. Se trataba del teniente Aguilera, hijo del comandante de la Primera División de Caballería, quien al caer en el pozo ciego quedó sin antena y no pudo captar las repetidas órdenes de cesar el fuego.

A dos tanques, que en un comienzo habían quedado empan­tanados, se les pidió que cubriesen la zona sur de la unidad. Un poco después de la llegada del coronel Rejis Romero, se acercó a la Aeronáutica el general Alcibíades Soto, coman­dante de la fuerza. Eran aproximadamente las 00.15 horas.

El general Soto ensayó una resistencia, y como aún estaba investido del cargo de comandante de la unidad, pidió que se dispusiese todo para levantar los aviones.

La conversación entre Soto y otros oficiales fue interrumpida por la abrupta irrupción del coronel Rejis Romero, que ya estaba en la unidad, al frente de unos 150 hombres. Un oficial fue enviado a la Comandancia y llevó el mensaje de Romero, quien pedía que el general Soto se presentase. El general Alcibíades Solo fue convencido por el coronel Luis Chamorro Diana para ir a hablar con Rejis Romero.

Cuando llegaron se produjo un incidente, pues un soldado de la Caballería le ordenó al general que levantara las manos. Escobar llamó a un costado a Rejis Romero y le interrogó: - ¿Por qué entraron disparando a la unidad, si ya nos habíamos plegado al movimiento? -. Romero respondió que no sabía del trato hecho entre el coronel de la Aeronáutica y Rodríguez.

En ese momento, levantaron vuelo los Xavante que irían a sobrevolar el Escolta. - ¿Quién ordenó la salida de las aero­naves? -, preguntó Soto, a lo que le respondieron "el general Rodríguez".

Soto quiso ir hasta su despacho a buscar algunas cosas, a lo que Rejis Romero se opuso. Hicieron traer el vehículo del comandante y un bus, en el que se trasladaron todos a la Caballería.

Antes de dirigirse a la Caballería, el general Soto pidió que le permitiesen llevar algo de su oficina, ante lo que Ro­mero dijo: - Si usted quiere hacerse el duro, las cosas no van a funcionar bien -. Se hizo traer el automóvil del comandante. y acompañado de Escobar y de Romero, el general Soto fue conducido a la Caballería.

La Aeronáutica no fue ocupada, en rigor, sino que se plegó, por la confluencia de la intervención de varios agen­tes. En el momento en que los hombres de la Caballería llegaron a la unidad, estaban en ella alrededor de 120 sol­dados y varios oficiales, deliberadamente desarmados y acostados en sus camas.

Durante las horas que precedieron a la llegada de las fuer­zas de la Caballería, algunos oficiales leales a Stroessner re­corrieron las casas de varios oficiales en la Villa Militar, invi­tándoles a sumarse a la resistencia. Muy pocos respondieron a la convocatoria.

Después de los sucesos en la casa de "Ñata" Legal, a eso de las 20.30 horas, y más frecuentemente después de que la familia Stroessner se instalara en la sede del Comando en Jefe, Gustavo Stroessner realizó varias llamadas telefónicas a la unidad, contactando con sus camaradas y amigos, para soli­citar que la unidad se apreste a intervenir a favor del gobier­no. La gestión del coronel Gustavo Stroessner dio resultados al principio, pero la oportuna intervención de los complota­dos consiguió revertir la situación.

De los tanques enviados a la Aeronáutica, que fueron cua­tro en total, dos quedaron provisoriamente empantanados, uno cayó en una cuneta y otro en un pozo ciego. Después de con­seguir mover dos tanques, se cubrió la zona sur del extenso terreno que ocupaba la unidad.

Controlada totalmente la situación, un Xavante fue envia­do al Regimiento Escolta Presidencial, realizando vuelos ra­santes sobre el Comando en Jefe. El avión no fue dotado de armamentos para atacar. Jugó un papel limitadamente per­suasivo, y el resultado fue categórico.

Ante la negativa de Stroessner de rendirse, en un momen­to el general Andrés Rodríguez dio la orden de "pulverizar el Regimiento Escolta", pero la misión fue abortada, pues un poco después el presidente decidió entregarse a las fuerzas rebeldes.

Al día siguiente, a la Fuerza Aérea fueron enviados los jerarcas stronistas detenidos en Ciudad Stroessner: Mario Abdo Benítez, Justo Almada y Juan Eudes Pereira, con otros ocho dirigentes de base. Al llegar a la unidad militar varios fueron golpeados. A Mario Abdo Benítez le rompieron la ca­beza con la culata de una pistola. Los abusos hubiesen conti­nuado si un oficial de Caballería no hubiese intervenido para manifestar que resultaba cobarde castigar a un prisionero maniatado.

Un episodio importante vivieron oficiales de la Aeronáuti­ca en la Isla Yacyretá. En ese lugar, el comandante de la Base Aérea era el mayor Gerardo González, quien durante la siesta fuera convocado por el coronel Francisco Talavera, coman­dante del Batallón de Frontera. Este le dijo: - Yo estoy con el comandante del Primer Cuerpo de Ejército, ¿y usted? -. "Yo también", le respondió el oficial de aviación.

En la zona existía un batallón del Regimiento Escolta Pre­sidencial, la Base Aérea, una dotación de la Armada y el Ba­tallón de Frontera. El mayor Gerardo González se sumó al golpe sin manejar más detalles de que el líder era el general Andrés Rodríguez. Se encargó de la dotación naval y de los hombres del Regimiento Escolta, que fueron llevados al Ba­tallón de Frontera. No hubo resistencia.

En conocimiento de que dos importantes dirigentes de la "militancia" se encontraban en el lugar, se formaron grupos militares que fueron a buscarlos. A Ramón Aquino consiguie­ron detenerlo: protegerlo, en rigor, pues los trabajadores de la hidroeléctrica querían lincharlo. Alejandro Cáceres Almada consiguió escapar.

Para manejar la Aeronáutica, Rodríguez pidió que se lla­mara a "Cara Cortada", el coronel Aníbal Gómez de la Fuen­te. Pero informado sobre que el mismo se encontraba en Dakar, se decidió nombrar comandante de la unidad al coronel Hugo Escobar, quien fue substituido, a su vez, el 7 de febrero, por el coronel Dionisio Cabello.


CAPITULO X

FALSA ALARMA SOBRE LA ARTILLERÍA

 

 

Inmediatamente después del pronunciamiento del general Andrés Rodríguez, se produjeron otros, algunos de los cuales fueron de comandantes de unidades importantes, como el caso del general Humberto Garcete, jefe de la Cuarta División de Infantería, con asiento en Concepción, quien divulgó un co­municado en los siguientes términos:

"El comandante de la Cuarta División de Infantería y las autoridades legalmente constituidas dentro del Departamen­to de Concepción, tiene el deber de expresar a toda la ciuda­danía cuanto sigue: atento a los acontecimientos sucedidos en la ciudad capital y luego de haber escuchado la patriótica proclama del señor comandante del Primer Cuerpo de Ejérci­to, general Andrés Rodríguez, instando a la unidad de la fa­milia paraguaya, al respeto de los derechos humanos, a de­fender la institucionalidad de las gloriosas Fuerzas Armadas, a la unificación real del Partido Colorado en el poder, asegu­rando su continuidad para el bienestar del glorioso y sufrido pueblo paraguayo, hace saber a toda la ciudadanía y a todos los camaradas, su incondicional apoyo a las acciones toma­das por el señor comandante del Primer Cuerpo de Ejército, general de división don Andrés Rodríguez. Asimismo, pido a los camaradas de las Fuerzas Armadas adherirse a este movi­miento que traerá paz y bienestar a todo el pueblo paraguayo. “Me despido de mis queridos camaradas".

El general Humberto Garcete emitió dicho comunicado poco tiempo después del lanzamiento de la primera pro­clama de Rodríguez. A este pronunciamiento se siguieron otros, ya sea de comandantes de otras unidades del inte­rior, ya sea de oficiales de alta graduación de la Aeronáuti­ca, Escobar y Cabello, concretamente, con lo que se pre­tendió crear una percepción de total aislamiento del presi­dente Alfredo Stroessner.

En comunicado emitido por el comandante de la Tercera Di­visión de Infantería, con asiento en San Juan Bautista, Misiones, general Juan de Dios Garbett, se adhirió al movimiento.

Por una emisora radial, el general Ismael Otazú, coman­dante de la Octava División de Infantería, con sede en Pablo Lagerenza, Chaco, expresó su total apoyo al levantamiento, que caracterizó como "un ajuste necesario".

También el general Ramón Bogado Silva, comandante de la Segunda División de Infantería, con asiento en Villarrica, se plegó a la revuelta militar, comunicando que había pasado a interinar la comandancia del Segundo Cuerpo de Ejército, con sede en la misma localidad, en substitución del general Luis Rolando Tomassone.

Desde el punto de vista militar, aunque no hayan interve­nido en la confrontación directa dichas fuerzas, el impacto favorable para los complotados fue decisivo, pues Stroessner y los generales que estaban con él en el Regimiento Escolta Presidencial tuvieron la impresión de que estaban solos, y que no valía la pena resistir.

Durante las operaciones del golpe de Estado, las comuni­caciones de los Carlos y los Víctor fueron interceptadas por funcionarios del Servicio de Inteligencia Militar del presi­dente Stroessner, cuyo jefe, el general Benito Guanes Serra­no, ordenó que se hiciese una "guerra de contra-información", de modo a confundir al adversario.

Así, de pronto se escuchaban mensajes que advertían sobre que la Artillería de Paraguarí estaba desplazando tropas con dirección a la capital para defender al gobierno.

En medio de la generalizada confusión, la campaña de la Inteligencia Militar tuvo sus efectos, pues dejó preocupados a los complotados, que al principio no tenían condiciones de chequear la veracidad de las versiones.

La confusa situación se extendió hasta el día siguiente, ocasión en que sí se advirtió concretamente sobre moviliza­ciones de soldados en Paraguarí, que intentarían revertir la

adversa situación del general Alfredo Stroessner, ya prisione­ro en la Caballería.

En la tarde del 3, concretamente, se recibió la información sobre el tema, y la reacción de los recientemente triunfantes complotados fue una mezcla de susto y desorden.

Lino César Oviedo, que tenía un camarada en Paraguarí, realizó una llamada telefónica a la unidad, para averiguar so­bre la situación que allí se vivía: - Aquí no pasa nada -, le

dijeron, con lo cual retornó provisoriamente la tranquilidad. Nuevos rumores, sin embargo, volvieron a alterar la pasa­jera calma, por lo que se tomaron medidas para controlar el eventual alzamiento de la Artillería.

Rodríguez ordenó que se entrara en comunicación con el coronel Pedro Concepción Ocampos, del Segundo Regimiento de Caballería, en Cerrito. - Queremos que envíe una columna de tanques a Campo Grande; parece que hay una reacción de la Artillería-, le dijo el general Víctor Aguilera Torres a Ocam­pos, a lo que éste respondió que se había licenciado a los hom­bres esa tarde.

El susto fue grande, y Ocampos tuvo que hacer buscar a algunos oficiales y suboficiales más fáciles de localizar, para preparar la columna de tanques y enviarla a la Primera Divi­sión de Caballería.

A esa altura ya se tenían tres helicópteros artillados en la Caballería. Al capitán Víctor Insfrán le ordenaron que prepa­rase uno de ellos para despegar. La idea era hacer un vuelo de reconocimiento, para constatar si se había movido o no la Artillería de Paraguarí.

Cuando ya estaba por salir, apareció el general Víctor Agui­lera Torres, quien ordenó que se apague el motor del aparato y que baje la tripulación. - Es mentira, ya tenemos informa­ciones ciertas sobre que nada hay en la Artillería -, dijo.

Dueños de la aviación, se ordenó que dos aviones Tucano fuesen preparados para un eventual combate, y enviados a la zona de Paraguarí. Los aviones dieron un recorrido y se pudo constatar que los rumores eran infundados.

No obstante, todas las fuerzas leales al nuevo presidente Andrés Rodríguez permanecieron en alerta, hasta que el día 5 de febrero la plana mayor de la Artillería de Paraguarí se tras­ladó hasta el Primer Cuerpo de Ejército para desmentir for­malmente que en momento alguno la Artillería se propuso levantarse para contrarrestar la acción de los complotado ­contra Stroessner.

En momentos los rumores fueron fuertes e insistentes, lo que produjo una suerte de vaciamiento de los alrededores de la Caballería. El sábado 3 de febrero y el domingo, varias fiestas se interrumpieron abruptamente, las personas corrían y muchos vecinos trataron de huir de la zona con sus colcho­nes y valijas. De la Caballería salieron oficiales y civiles para calmar a los pobladores, pero el pánico parecía incontrolable. La delegación proveniente de la Artillería de Paraguarí se compuso por el coronel Tomás Aquino, comandante de la unidad, y los coroneles Teófilo Bento Ferreira, Carlos Larán, Núñez, Alvarez, Bogado y Ortiz Groppy.

El coronel Tomás Aquino habló en nombre de los artille­ros, expresando su más entera lealtad al gobierno reciente­mente constituido. Aclaró que en la unidad de Paraguarí, to­dos los jefes, oficiales y tropas se mantendrían leales al go­bierno.

Rodríguez les agradeció el gesto, y juntos convocaron a una conferencia de prensa, en la que pidieron a los periodis­tas que llevaran la tranquilidad a los hogares paraguayos, ca­racterizando como falsas las informaciones que llegaron a divulgarse acerca de un presunto levantamiento del cuerpo a favor del general Alfredo Stroessner.

Tanto el general Andrés Rodríguez como el coronel To­más Aquino atribuyeron los rumores sobre la supuesta resis­tencia de la unidad, a "personajes con malos propósitos, que sólo llevaron intranquilidad y zozobra a miles de hogares pa­raguayos".

Después del encuentro directo entre los oficiales de la Arti­llería y del Primer Cuerpo de Ejército, no se volvió a hablar con seriedad de la resistencia de la Artillería.

A nivel político también la reacción fue rápida, sobre todo entre los colorados. Aun en la madrugada del día 3 de febrero, algunos organismos colorados de importantes regiones del país, como Alto Paraná, se manifestaron tempranamente a favor de la iniciativa del comandante del Primer Cuerpo de Ejército.

Así, en proclama de los colorados de Alto Paraná, firmada por José T. Ovelar y Guillermo Campuzano, se convocó a todos los colorados del departamento y al pueblo en general para prestar su apoyo al comandante del Primer Cuerpo de Ejército, general Andrés Rodríguez, "y dentro del ámbito re­gional a prestar colaboración con el comandante de las fuer­zas del Este, el capitán de navío Amado Rodríguez". Comu­nicados similares fueron emitidos desde distintos puntos de la República, en apoyo al golpe de Estado.

La reacción internacional fue decididamente favorable, en cuanto a las informaciones vehiculizadas a través de los me­dios de comunicación masiva, pero los representantes de los diversos gobiernos extranjeros -sobre todo los de las poten­cias hegemónicas- se manifestaron con cierta discreción y prudencia, si bien invariablemente resaltaban la importancia de garantizar las libertades públicas y promover el respeto a los derechos humanos.

 

 

 

CAPITULO XI

EL EXILIO DE STROESSNER

 

 

En la sede de la Caballería, Alfredo Stroessner y su familia se alojaron en la residencia del comandante del Primer Cuerpo de Ejército, general Andrés Rodríguez. A varios oficiales

 se les encomendó la tarea de cuidar al presidente de puesto. Uno de los primeros fue el teniente coronel Enrique Montiel Garcete, a quien Stroessner dijo: - Ustedes deben estar muy cansados, porque no reposan; nosotros no estamos en  condiciones de ir a ningún lugar -. El joven oficial le respondió que si nada anormal hacían todo iría bien, pero que si intentaban algo serían ametrallados.

Otro oficial que se encargó de cuidar que Stroessner esté en buenas condiciones dentro de la unidad fue el coman­dante de la Primera División de Caballería, el general Victor­

Aguilera Torres. En una ocasión, Stroessner mantuvo con el una conversación relativamente prolongada. "¿Por qué hicieron esto", preguntó el ex presidente, a lo que Aguilera Torres respondió que había un descontento generalizado. "Pero a mí el pueblo me quería", dijo Stroessner, ante lo que el oficial dijo que estaba cercado por un grupo suma­mente pernicioso, que lo engañaba en sus informes. "Gene­ral -concluyó Aguilera Torres-, usted dejó de tener contacto con la realidad".

El presidente y su familia tuvieron un trato privilegiado en la unidad militar, pudiendo inclusive hablar por teléfo­no con sus amigos, pues la línea de la casa del general Rodríguez estaba funcionando. Cuando se percataron de ello, algunos civiles y militares vinculados a los golpistas, como el ingeniero Enrique Díaz Benza y el coronel La­guardia Roa. comunicaron a Rodríguez sobre la cuestión, advirtiéndole sobre que eso podría resultar peligroso, pues el presidente de puesto tendría condiciones de articular al­gún tipo de reacción.

"No tiene nada de malo -les respondió Rodríguez-, dejen que hable". No muy convencidos de que nada de malo había en que Stroessner se comunicara con el exterior de la unidad, se procedió a intervenir la línea, de modo que pudiesen ser grabadas las conversaciones.

Sobre nada muy relevante pudo hablar el presidente con sus amigos, pues existía una suerte de pánico entre quienes habían sido sus allegados, que temían represalias de cualquier tipo. Cuando habló con Yaryes, por ejemplo, éste se disculpó de no poder concurrir a verlo, argumentando que no tenía condiciones para ello. Otra conversación telefónica mantuvo Alfredo Stroessner con Julio Pompa, quien trató de persuadir al ex presidente a lo largo de la conversación sobre que las cosas habían cambiado; que había una nueva situación, con nuevas reglas, a las que debían ajustarse.

En síntesis, como pensaba Rodríguez, "nada de malo" te­nía que el ex presidente hablara con sus amigos por teléfono. Ni siquiera consiguió que fuesen a verlo; menos aún se em­peñó por articular una respuesta al golpe.

El general Andrés Rodríguez nunca más volvió a hablar con su consuegro, pese a que éste le pedía conversar. En una ocasión, sin embargo, el general Alejandro Fretes Dávalos estuvo a punto de convencerlo para sacar la entrevista. Desde la casa, una noche, Fretes Dávalos pudo ver que Rodríguez estaba caminando. Salió y fue a conversar con él. - Mire Ro­dríguez, ¿por qué usted no habla con Stroessner?, así le explica qué fue lo que pasó. Rodríguez estuvo a punto de aceptar la Propuesta, pero finalmente se negó.

Stroessner, por su parte, insistió reiteradas veces en hablar con el comandante del Primer Cuerpo de Ejército, pero sus pedidos chocaron con un muro infranqueable; definitivamente, el nuevo hombre fuerte del Paraguayy no lo iba a recibir, pese a los vínculos familiares que tenían.

En un momento del día 3, Rodríguez se dirigió a Fretes Dávalos y le dijo: "Dígale a Stroessner que prepare sus cosas para viajar a los Estados Unidos o a Europa".

"¿Que voy a hacer yo en Estados Unidos o en Europa, si yo apenas hablo el español; dígale a Rodríguez que me deje en algún país vecino", respondió Stroessner. Fretes Dávalos hizo de intermediario entre ambos jefes militares. - ¿¿Qué podemos hacer, Fretes? ¡Pero esto es el colmo, el que manda soy yo, nada tengo que consultarle a nadie, así que díga­le a Stroessner que se prepare para viajar! -, respondió Rodrí­guez, al principio tranquilo, después irritado.

Cuando Alejandro Fretes Dávalos le comunicó a Stroess­ner lo que le había dicho Rodríguez, el ex presidente dijo: - Bueno, si es así qué vamos a hacer-. Resignado, el hasta hace poco todopoderoso mandatario del Paraguay se disponía a ajustarse a las nuevas reglas del juego.

El general Alejandro Fretes Dávalos hizo unas cuatro veces el viaje desde la casa de Rodríguez , donde estaba Stroessner, hasta el puesto comando, donde estaba el jefe del Primer Cuerpo de Ejército. En todas las ocasiones lo acompañaba el coronel José Miguel Giménez Cáceres, pero que siempre que hablaban los generales, quedaba a unos metros de distancia para no oír.

Después de controlada enteramente la situación, el gene­ral Rodríguez se retiró a la sede del Primer Cuerpo de Ejérci­to, desde donde a las 06.00 horas del 3, llamó a Giménez Cáceres. Este se presentó inmediatamente. - ¿Usted tiene ropa de civil? -, le preguntó Rodríguez, a lo que el coronel respon­dió afirmativamente. - Perfecto, venga aquí; deje a cargo del coronel Segovia la atención a la familia Stroessner, le voy a pedir una misión -.

En la Comandancia, Rodríguez le dijo a Giménez Cáceres: - Usted va ir al Ministerio de Relaciones Exteriores y va a ges­tionar pasaportes para los integrantes de la familia Stroessner, y también para todos aquellos policías o militares que él decida que lo acompañen al exterior. Va a venir un fotógrafo; pida usted los datos personales de cada uno y ejecute la gestión -.

El coronel Giménez Cáceres fue hasta la residencia donde se encontraba la familia Stroessner, y en conversación con Gustavo Stroessner dijo: "Tengo órdenes de tomar todos los datos de ustedes para la preparación de sus respectivos pasa­portes". Gustavo Stroessner respondió que no había proble­mas. En el momento en que estaba tomando los datos de la familia Stroessner aparecieron en la casa Dionisio González Torres y un jurista, Martínez Miltos. Desde lejos, observaba el desarrollo de los hechos el coronel José Segovia Boltes.

Se trataba de la renuncia del presidente, redactada en un cuarto de hoja. "¿Esto es todo lo que tengo que firmar para renunciar?", preguntó Stroessner, un tanto sorprendido por la brevedad del texto. "Sí, general", le respondió González To­rres. "¿Y la lapicera?", preguntó el presidente depuesto, ante lo que González Torres le arrimó una. Stroessner trató de hacer un trazo y dijo: `'esta no sirve". Como el coronel Giménez Cáceres estaba cerca, le acercó la suya, y con esta lapicera firmó Alfredo Stroessner el breve texto en qué consistía su renuncia.

(La idea original del general Andrés Rodríguez era entre­gar la Presidencia a Luis María Argaña, hecho que fue fuerte­mente resistido por algunos oficiales. Inmediatamente después del golpe se especuló seriamente sobre la posibilidad de instalar una Junta Militar, que gobierne provisoriamente y convoque a elecciones generales, pero un jurista advirtió a Rodríguez sobre que se trataría de un gobierno de facto, pues la Constitución no contemplaba esa figura. Le señalaron que la mejor salida era obtener la renuncia formal de Stroessner y que él asuma la Presidencia).

Terminado el acopio de los datos personales de la familia Stroessner y de quienes lo acompañarían, Giménez Cáceres se dirigió a su domicilio para buscar un número telefónico de un funcionario del Ministerio de Relaciones Exteriores que pudiera ayudarlo.

Lo llamó y marcó un encuentro con él en la mencionada repartición gubernamental. Para llegar al Ministerio, el coro­nel tuvo que sortear varios obstáculos, pues las calles del centro de Asunción habían sido literalmente copadas por la pobla­ción, que enardecida festejaba la caída de Stroessner.

El trámite de los pasaportes se hizo sin mayores inconve­nientes. Terminado el trabajo, el coronel Giménez Cáceres se dirigió a la embajada de los Estados Unidos, donde llegó a comunicarse con una secretaria. De cualquier manera, la in­tención de Rodríguez de enviar a Stroessner a los Estados Unidos no prosperó, por lo que después se vio forzado a bus­car otra salida.

A las 17.00 horas del día 3 juró como presidente provisio­nal el general Andrés Rodríguez, mientras una multitudinaria manifestación expresaba su apoyo al golpe frente al Palacio de Gobierno. Pero hasta esa hora, el destino de Stroessner aún era incierto.

El 4 de febrero continuaron las gestiones, para cuya con­creción ya se habían sumado otros personajes, hasta hace poco colaboradores de Stroessner, como el caso de Conrado "Teru­co" Pappalardo. Por la presencia de él en la unidad se produ­jo, precisamente, un incidente, cuando el comandante de la Cuarta División de Infantería, el general Humberto Garcete, había llegado a la Caballería. Al verlo, Garcete preguntó: - ¿Y ese qué hace aquí? No está detenido con ellos -. Rodrí­guez reaccionó inmediatamente, tomó del brazo al general Garcete, lo alejó del lugar y le dijo: - Quédese tranquilo, ge­neral, ese señor nos va a ayudar a sacarlo a Stroessner del país.

Se barajaron varias alternativas, entre las cuales Sudáfrica y Chile, pero no hubo suficiente receptividad de dichos go­biernos para tenerlo al presidente depuesto. Esa noche, sin embargo, se abrieron las posibilidades de solución del pro­blema. El embajador brasileño fue hasta el Primer Cuerpo de Ejército, donde mantuvo una entrevista relativamente larga con Rodríguez. Lo concreto y definitivo es que se decidió que Stroessner iría al Brasil.

Entre los efectivos de la Aeronáutica que estaban traba­jando para las Líneas Aéreas Paraguayas se armó otro conflicto, pues algunos oficiales de alta graduación se opusieron para que piloto paraguayo alguno dirija el avión que llevaría al ex presidente al Brasil. Finalmente la cuestión se arregló y se marcó la hora de salida para las 17.00 horas del día 5 de febrero.

Cuando iba a salir de la Caballería, Alejandro Fretes Dávalos se aproximó a Stroessner y le dijo que lo acompañaría. - No, general -le respondió el ex presidente-, vaya usted a su casa, nadie sabe lo que puede llegar a hacer esta gente -. Stroes­sner con su comitiva se dirigió al Aeropuerto Internacional, escoltado por fuerzas de la Caballería.

Una multitud de opositores se juntó en las terrazas del Aeropuerto, desde donde gritaron palabras despectivas con­tra el hasta hace poco presidente. Sin mirar en esa dirección, Stroessner subió las escaleras del avión de las Líneas Aéreas Paraguayas. A las 17.15 horas, el avión despegó, llevando consigo una pieza fundamental de la historia del país en los últimos 35 años.

Cerca del Aeropuerto, desde la empresa de su amigo Eli­gio Viveros Cartes, Rodríguez fue a presenciar los últimos minutos de Stroessner en el Paraguay. Al salir, coincidió con el retorno a la capital de los manifestantes. Estos le hicieron vivas y hurras.


CAPITULO XII

CONCLUSIONES

 

 

Desde la perspectiva militar: el total de fuerzas movilizadas para el del derrocamiento de Stroessner no superó los dos mil (2.000 hombres), sobre unas Fuerzas Armadas de un total de veinte mil (20.000) efectivos. Un plan general muy bien organizado, la sorpresa y la violencia de los ataques fueron de­cisivos para derrotar a las fuerzas leales, que en principio podían haber sido superiores en hombres, pero que no tenían esquemas de defensa eficientes ni buena articulación para resistir el golpe. La operación arrojo alrededor de 170 bajas.

Confiado en que podía controlar el alzamiento, Stroessner se refugió en el Comando en Jefe, al lado del Regimiento Escolta Presidencial, considerada hasta entonces la unidad con mayor poder de combate en tierra. Pensaba que podía contar con la Fuerza Aérea, que disponía de un imponente poder de destrucción, y que la Policía, con cerca de 10.000 efectivos, contribuiría a controlar a los alzados.

Los objetivos militares principales fijados por los com­plotados fueron el Regimiento Escolta, la policía de la Capi­tal y la Aeronáutica. Los dos primeros fueron desarticulados por medio de violentos ataques de Sorpresa, que les impidie­ron reaccionar, mientras que la Fuerza Aérea fue ocupada por medio de una acción combinada que involucró a conspirado­res de adentro y a fuerzas intervinientes de afuera.

La neutralización de las unidades de la zona sur imposibi­litó que los sectores atacados sean auxiliados, lo que fue cla­ve, y las adhesiones de diversas unidades del interior del país resultaron psicológicamente devastadoras, pues crearon en Stroessner y sus allegados una sensación de aislamiento to­tal, desde el punto de vista militar.

Conscientes de que había un complot en movimiento. los stronistas trataron de desbaratarlo, introduciendo cambios que desarticularon a los involucrados, dejándolos sin coordina­ción suficiente para dar el golpe, pero las medidas tomadas entre mediados de enero y comienzos de febrero resultaron tardías, contribuyendo, sí, a precipitar el desenlace. Los con­troles de los agentes de Inteligencia y de Investigaciones, por otra parte, no surtieron el efecto intimidatorio esperado, y los complotados apenas se vieron forzados a afinar sus medidas de seguridad. Y el batallón paramilitar de Ramón Aquino no pudo constituirse a tiempo, pese a que los armamentos ya habían llegado al país.

Rodríguez manejó la conspiración con un fuerte carácter personalista, lo que para los fines alcanzados resultó ser posi­tivo: hasta que no resultó indispensable, parte significativa de la información sobre el desarrollo de la conspiración la administró solo, o con muy pocos y seguros allegados.

Identificó claramente los bolsones adversarios, a los que destrozó; focalizó a las fuerzas cuya intervención podría com­plicar las cosas, a las que inmovilizó; estructuró un programa de guerra psicológica que se mostró devastador. Y condujo la operación, en definitiva con profesionalismo.

El carácter personalista del manejo del golpe, sin embar­go, imposibilitó la conformación de un grupo cohesionado, capar, de conducir el proceso de transición, por lo que se in­viabilizó la posibilidad de enfrentar con eficacia los desafíos vertebrales que presentaba la sociedad paraguaya.

Desde la perspectiva política, la articulación temprana del movimiento conspiraticio con la corriente interna colorada conocida como "tradicionalista", permitió crear un ambiente, favorable a eventuales cambios en el seno de gran parte de la población.

La reacción favorable al golpe se debió, de hecho, a la articulación implícita de los esfuerzos de los colorados cues­tionadores del régimen con los de los opositores, por lo que el levantamiento tuvo una sólida base social y política de sus­tentación.

La actitud internacional favorable fue la consecuencia in­evitable de la política de los centros internacionales de poder que estimularon una salida como la que se dio.

 

 

 

 

ENLACE INTERNO RECOMENDADO:

 

 

 

 

LOS CARLOS – HISTORIA DEL DERROCAMIENTOS DE ALFREDO STROESSNER

por ROBERTO PAREDES y LIZ VARELA

TERCERA EDICIÓN

Editorial Servilibro, Asunción-Paraguay, enero 2005

(Primera Edición, enero 1999; Segunda, agosto, 1999)

Prefacio: Eduardo González Petit, Vicealmirante S.R.

Editorial Servilibro,

Asunción - Paraguay, Enero 2005 (224 páginas)

 






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