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ALFREDO BOCCIA ROMAÑACH

  LA PLATERÍA. ¿DÓNDE ESTÁ EL TESORO DE LOS JESUÍTAS? - Por ALFREDO BOCCIA ROMAÑACH - Año 2005


LA PLATERÍA. ¿DÓNDE ESTÁ EL TESORO DE LOS JESUÍTAS? - Por ALFREDO BOCCIA ROMAÑACH - Año 2005

LA PLATERÍA. ¿DÓNDE ESTÁ EL TESORO DE LOS JESUÍTAS?

 

Por ALFREDO BOCCIA ROMAÑACH

 

Los primeros plateros llegaron al Paraguay con los conquistadores. El platero era un artesano importante de quien no se podía prescindir en los viajes al Nuevo Mundo dada la cantidad de plata que se pensaba recoger. La orfebrería americana surgió como una necesidad para resolver el manejo inicial de la plata, fue un elemento de valor fundamental en las operaciones comerciales. Es de suponer que esta eventualidad haya impulsado también a los Colegios religiosos a incorporar entre sus miembros a artesanos que poseían el arte de trabajar el metal y, naturalmente, la capacidad de formar técnicos y artistas entre los indígenas ya evangelizados.

Los más antiguos talleres de orfebres se crearon en las misiones franciscanas. A partir del siglo XVII también se instalaron los pueblos jesuíticos, bajo la dirección de consumados maestros y artesanos de la Orden. De este modo surgieron en las misiones y en pocos años habilísimos plateros nativos, quienes bajo tutela y dirección de los religiosos, elaboraron las muestras más exquisitas de la platería artística misionera. Se ha perdido gran parte de la colección de obras de arte de las Iglesias del Paraguay; se la conoce, por las crónicas de la época que dan cuenta de la abundancia de cálices, copones, vinajeras, cruces, custodias, hostiarios, incensarios, coronas y jarros, elaborados por orfebres nativos, que son de una belleza artesanal y artística notable.

“De plata y oro eran los vasos sagrados de la nueva religión, los altares, las patas de las mesas, ...los adornos para la cabeza, las manos y el cuello. Las coronas y las aureolas de los santos, los candelabros y losa copones,... los estribos, los cuchillos, el chifle de cuerno, los arreos. Existían talleres de plateros en las Misionen Franciscanas y en las ciudades de Asunción, Curuguaty, Villarrica y Concepción. Pero se puede considerar la orfebrería como la más desarrollada de las artes producidas en las Misiones Jesuíticas del Paraguay.

De los collares, aros, anillos que adornaban profusamente a las Vírgenes e imágenes de santos fabricados en esos lugares, surgen todas las formas y símbolos para las joyas de uso femenino entre los españoles, criollos y mestizos del Paraguay”141.

La artista plástica y docente Olga BLINDER, según COLOMBINO, añade su reconocida opinión: “Se nota claramente la diferencia entre las decoraciones de los objetos realizados bajo la influencia franciscana - con superficies lisas, diseños sobrios y poca decoración -y los de influencia jesuítica - con mucha ornamentación de hojas y flores, casi barroca”.

En todos los pueblos Jesuíticos, funcionaban escuelas de aprendizaje de oficios y entre ellos, el de la platería. Antonio SEPP afirma: .. que a los indios les basta ver una obra de Europa, para hacer otra semejante, imitándola con tanta perfección que no es fácil conocer cuál de las dos ha sido hecha en el Paraguay”.

Un informe del gobernador de los Treinta Pueblos de las Misiones Jesuíticas Don Bruno Mauricio de ZABALA señalaba por esas fechas la excelencia y perfección de los plateros 142.

De haber oído crónicas de terceros, probablemente sobre la riqueza de los templos como el de Santa Rosa de Lima, el viajero científico francés Alcides D’Orbigny (1836), quien nunca llegó al Paraguay, decía: “Era tal el brillo de su templo que robado distintas veces por algunos gobernadores del Paraguay, y por algunos administradores suyos, luego despojado más recientemente por el Dictador (Francia) del oro y la plata... no deja por esto de merecer un rango tan distinguido entre los más hermosos y ricos del país”143.

Paralelamente, con la habilitación de maestros, oficiales y aprendices de orfebres y la conocida afición de la gente por los objetos del reluciente metal, se desarrolló una vigorosa elite de artífices en platería de carácter puramente ornamental, doméstica y religiosa.

El Padre General González escribía al 20 de noviembre de 1687 (ACS) señalando que había recibido la siguiente información: “El P. Simón de León, R.or del Colegio de B.os Aires, y su Proc.or el P. Greg.o Cabral permitieron q. Don Franc.o de Retana Capitan de navíos que fueron de Europa, en un aposento del Col.o... fundiese toda la plata labrada y piñas de Contravando, q. de sus mercadurías auian procedido, como lo hizieron un platero y quatro marineros por espacio de tres meses, reduciendo cantidad de más de 800 L.s a bollos de a cien pesos q. pudiesen en Cádiz sacarles con disimulación en las faltriqueras”. El colegio es un verdadero depósito de plata y mercaderías pertenecientes a terceros” 144

La plata fue realmente fundida en el Colegio en 1686, según está probado por una carta del 26 de junio de 1691 del jesuita L Núñez al provincial Orozco...

MOENER reproduce otras noticias publicadas por Pastels (P. 207, t. IV 17-18):

La Real Cédula del 17 de julio de 1684 declaró a “todos los colegios y casa de la Compañía exentos de las imposiciones”; las autoridades locales debían permitir, “en la forma acostumbrada", el paso de todos los productos que “por juramento del procurador de la Compañía constare pertenecer al sustento y gasto necesario de dichos colegios y casas”.

Las Reducciones de los Jesuitas se basaban en el principio de que la mejor forma de transformar a los indios en seres civilizados consistía en reunirlos en poblados alejados de la influencia nefasta de los españoles. Aunque la disciplina era dura y todas las actividades estaban rodeadas de liturgia, cánticos y ceremonias, las reducciones alcanzaron en el siglo XVII un alto nivel de desarrollo, de progreso agrícola y técnico, de autoabastecimiento y de gobierno propio, bajo el severo control de los religiosos.

Durante la década de 1680, se supone que la venta de mulas de las provincias (jesuíticas) del Río de la Plata al Perú, vía Salta, haya llegado a 30.000 o 40.000 cabezas. Además de las mulas, el Colegio de Buenos Aires exportaba 20.000 cabezas de ganado al Perú cada dos años. Estas operaciones explican sobradamente la fuente de importantes caudales de plata potosina en los Colegial de la Orden.

El pensamiento moderno e ilustrado de la época reconocía al sistema teocrático jesuítico como ultrapasado y anacrónico y a los pueblos de neófitos, como centros de oscurantismo y de perpetua sumisión del indígena evangelizado. En el libro de Ordenaciones de la Provincia del Paraguay del año 1623, el P. Provincial Nicolás Durán determina en forma sutil que:

"... en ninguna reducción se ponga cepo, sin orden expresa del P. Provincial, y cuando la aia, no esté en nombre de los padres, sino en nombre de los Capitanes y Alcaldes, para que si fuere posible se diga que ellos castigan y no los Padres, que nunca han de castigar de su mano”145.

La prosperidad de las reducciones despertó la envidia de los blancos: españoles y portugueses. Estos sostenían que semejante bienestar sólo podía conseguirse con mucho oro.

Se sumaba a las críticas, la ojeriza generada por el poder político y económico de la Orden y la especulación fantasiosa de parte de la población civil, en torno a la explotación de supuestas minas de metales finos y piedras preciosas. La leyenda era sustentada por el habitual hermetismo jesuítico en el manejo de los pueblos que escapaban al control de los obispos, de los cabildos y de los oficiales reales 146.

Después del desalojo de los jesuitas de las Reducciones en el año 1767 se intensificó la búsqueda del “tesoro jesuita” pero solamente se hallaron pueblos cada vez más reducidos a la miseria, templos en abandono y centenas de indios dispersos y desorientados, fáciles víctimas de los ávidos criollos españoles.

La fortuna de los Jesuítas (dejando de lado por un instante el imaginario acopio de plata y oro) fue fruto de las intensas operaciones comerciales llevadas a cabo, entre 1650 hasta la expulsión de la Orden en 1767. Sus negocios de exportación de yerba mate, en condiciones harto privilegiadas, les produjo un enorme beneficio que llegó a despertar la codicia de gobernadores y oficiales reales, dando lugar, por otra parte, a repetidas reclamaciones de los encomenderos y de los pequeños productores particulares, sobre quienes pesaban alcabalas, sisas y otras cargas similares. Momer considera que la yerba, vendida en cantidades considerables, fue la mercadería más importante. La compra de ganado pagado con yerba producida en la zona de los Tapes, permitió introducir vacas, caballos y mulas para establecer las primeras estancias en Córdoba, Salta, Santa Fe y el Paraguay.

La yerba de las misiones se constituyó en producto básico y compitió seriamente con la producida en la Provincia del Paraguay

El 4 de diciembre de 1770 en una nota fechada en Asunción y dirigida por Salvador Cabañas de Ampuero a Don Francisco de Paula Bucarelli y Arzúa -regio comisionado para hacer cumplir el decreto de expulsión de los jesuitas de estas regiones- contestando una carta del mismo del 13 de noviembre del año anterior que le prevenía que “acalorase con mayor actividad el descubrimiento de las minas de oro que demostraban los terrenos de las haciendas de Paraguarí que fueron de los regulares (según el aviso que le había enviado secretamente con anterioridad), que “en observancia de las precauciones y eficacia que V.S. me manda practicar en este asunto como tan importante al real servicio” (le decía) había llegado a comprender lo que antes dudaba, pues con la ayuda de un portugués muy inteligente, hizo algunos cáteos en el terreno que está como a tres cuartos de legua de la entrada principal y se encontraron en él poderosas minas de hierro en tres lugares cuyas muestras le incluye, habiéndolas hallado a una vara de profundidad sin disponer de mayores elementos, quedando admirado del hallazgo del portugués y “yo absorto (agrega) conociendo que en esta mi pobre patria hubiese el Sor. custodiado tal grandeza”147.

En mayo de 1772, el Virrey Vértiz ofició al gobernador Agustín Fernando de Pinedo informándole que las muestras del mineral enviadas a Madrid para su examen en manos de entendidos arrojaban el siguiente resultado: “...dichas muestras eran un compuesto de cobre y zimbo [zinc], sin mezcla alguna de oro, pero creía conveniente que se procediera a efectuar nuevos saques y ensayos para acreditar su calidad”.

Veinte años después de ser expulsados los ignacianos y hallándose destruidos muchos de sus pueblos, la Corona de España no podía aún comprender cómo se había escurrido de sus manos la “fantástica fortuna” de los jesuitas. De modo que no dejaba de encarecer la búsqueda del tesoro para recuperarlo en beneficio de las arcas del reino. Los encomenderos decepcionados no hallaron rastros del “acopio de oro y plata” de las Reducciones, al mismo tiempo que veían derrumbarse poco a poco, su propio sistema económico instalado en los comienzos de la colonización.

El Papado sufrió igual decepción, pues el tan ansiado oro jesuita no llegó jamás a ingresar a las arcas del Vaticano.

Luis Verón (1995) proporciona una información extraída del diario ABC de Madrid y referida al norteamericano Mel Fischer, uno de los buscadores de barcos escondidos más famosos de la actualidad. Es también uno de los aventureros que está detrás del tesoro de los jesuitas. Para avalar su empresa, Fischer se basa en documentos como la “Partida Nº 256” del contramaestre da “La Gamela de Borda”, uno de los barcos naufragados después de 1770. La principal prueba de su valioso contenido es la citada partida que dice textualmente:

“Del Excelentísimo Señor Gobernador Francisco de Bucarelli y vuestra señoría el Gobernador y Capitán General de esta ciudad y Provincia, y de su orden por mano de los señores Don Martin Joseph de Altoaguirre/ y Don Juan de Arce, Tesorero y Contador de las Temporalidades ocupadas por los regulares de la Compañía, y por cuenta y riesgo de ellas, tres mil seiscientos setenta y cinco marcos y cuatro onzas, catorce adarmes de plata labrada, y tres marcos cuatro onzas, catorce adarmes de oro... todo ello de/ dos con la marca del margen y una armazón de madera en forma, de nicho con sus correspondientes molduras o pilares con algunas labores de plata... en piezas sueltas para entregar todo ello a la disposición del Excelentísimo Señor Conde de Arana” (Aranda?).

VERÓN opina que muchas de las riquezas llevadas de América del Sur no iban necesariamente a engrosar las arcas de la corona, sino a las de aprovechados funcionarios.

Había ganado notoriedad pública la legendaria versión de la existencia de un gran “tesoro” de los jesuitas. Se decía que en la imposibilidad de transportarlo a Europa o por el riesgo de perderlo en manos de los gobiernos del absolutismo ilustrado, fuertemente liberales y adversos a la Orden, los padres habían optado por enterrarlo en algún remoto confín de sus pueblos de indios. Este mito dio lugar a que la afiebrada mente del intelecto del siglo XVIII se explayara en conjeturas fantasiosas, sirviendo como fundamento y tema principal de novelas de gran tirada. El mito de tesoro jesuita suscita aún en los tiempos actuales un atractivo singular. (“La Carta Esférica” del novelista Pérez Reverte toma como base la existencia de un fabuloso rescate de esmeraldas y oro, perdidos en el naufragio de una nave que transportaba el caudal de los jesuitas con destino a Florencia).

En realidad no existen noticias claras sobre el destino y la magnitud de los despojos obtenidos de las reducciones jesuíticas abandonadas, por las autoridades portuguesas y españolas.

Hay informaciones cruzadas y no confirmadas sobre la substracción de determinados caudales pertenecientes a los ignacianos: ¿Fueron oportunamente salvados de la depredación por los propios jesuitas? ¿Qué hay de cierto en que cierta cantidad de alhajas y ornamentos de plata fueron llevados al Brasil luego de la ocupación de los siete pueblos de las Misiones a consecuencias del Tratado de Madrid de 1750? Se habla de caudales rescatados por los oficiales reales de España o rapiñados por particulares, pero ninguna de las afirmaciones históricas conduce al esclarecimiento del destino final de los bienes en metálico de la extinta, por esos años, Compañía de Jesús. Una información curiosa, que aporta mayor confusión es el aviso publicado en el Telégrafo Mercantil, Rural, Político-económico, e Historiógrafo del Río de la Plata del domingo 31 de enero de 1802: 148

“Corrientes, 3 de Enero de 1802

El 10 del pasado llegaron a esta Ciudad las alhajas y ornamentos de las Iglesias de 27 Pueblos de Misiones, conducidas desde Itapuá, hasta el Salto, en Embarcaciones menores, y desde allí en un Barco al cargo del Capitán de Milicias D. Francisco Castilla, quien por orden de aquel Gobierno las entregó a esta Real Tesorería, donde se recibieron con anuencia de 2 individuos Capitulares, y del Comandante de Armas. Según cálculo prudencial que dicen haberse hecho en Misiones, se regula su valor en más de un millón de pesos”.

Al no hallarse el tesoro de los jesuitas se fueron esfumando los postreros ensueños de hallar minas en el Paraguay. La cantidad acumulada en poder de comerciantes y religiosos tenía su futuro marcado: los amargos y trágicos acontecimientos que el infortunio imprimió a este país, dio lugar a que dichas fortunas, oro y alhajas, laboriosamente atesorados con el esfuerzo de sus habitantes, se fueran gradualmente perdiendo a través de los años. La población fue entendiendo, que los tesoros que el suelo paraguayo es capaz de producir sólo pueden ser fruto del trabajo, la industria y el ingenio de sus habitantes y pueden presentarse con cualquier color, pero nunca con el tan afanosamente apetecido amarillo del oro.

 

NOTAS

141. Carlos Colombino, 1999.

142. Ibíd.

143.  Magnus Morner. Actividades políticas y económicas de los Jesuítas en el

Rio de la Plata, p. 216

143. Citado por Rafael Domínguez Molinos. Op. cit. p. 104.

144. “Con la mediación del Colegio, todo lo necesario para la provincia jesuítica era comprado en los navíos de permiso; no es sorprendente en consecuencia, que los jesuitas de Buenos Aires se vieran obligados a conceder ciertos favores a los habitualmente inescrupulosos capitanes para obtener artículos esenciales. Resulta evidente, además, que, probablemente obligados por los vendedores, compraban artículos que, a su vez, debían ofrecer en venta. En 1686, uno de los capitanes, Retana, fue autorizado a fundir lingotes de plata peruana, en el edificio del Colegio, para convertirlos en piezas más manuables y burlar así el control de la Casa de Contratación” (Morner, p. 99).

145. F. Pérez Acosta.Minas de oro en Obrero Máximo, p. 56-57

147.  N° 5. tom. III. fol. 56.

148.  La nominación del Real perduró en las colonias españolas de América. En el Paraguay, hasta él primer cuarto del siglo XX aún era frecuente el uso de la moneda mal llamada de cinco reales, para identificar a la mitad del peso, o sea cincuenta centavos, de ínfimo valor adquisitivo. A comienzos del mismo siglo, la población contaba con monedas de cobre de bajo valor, en una de cuyas caras lucía la imagen del león del escudo nacional, por lo que eran conocidas como “Niquel León” (N. del A.).

 

 

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SUEÑO Y REALIDAD DEL ORO EN EL NUEVO MUNDO.

LOS TESOROS OCULTOS DEL PARAGUAY

Por ALFREDO BOCCIA ROMAÑACH.

Editorial Servilibro,

Asunción-Paraguay 2005 (300 páginas)

 

 

 

 

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