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LIZ VARELA

  LOS CARLOS – HISTORIA DEL DERROCAMIENTOS DE ALFREDO STROESSNER - Por ROBERTO PAREDES y LIZ VARELA


LOS CARLOS – HISTORIA DEL DERROCAMIENTOS DE ALFREDO STROESSNER - Por ROBERTO PAREDES y LIZ VARELA

LOS CARLOS – HISTORIA DEL DERROCAMIENTOS DE ALFREDO STROESSNER

por ROBERTO PAREDES y LIZ VARELA

 

TERCERA EDICIÓN

Editorial Servilibro,

Asunción-Paraguay, enero 2005

(Primera Edición, enero 1999; Segunda, agosto, 1999)

Prefacio: Eduardo González Petit, Vicealmirante S.R.

Editorial Servilibro,

Asunción - Paraguay, Enero 2005 (224 páginas)

 

 

 

“Este libro es un importante aporte para el mejor conocimiento

de todas las circunstancias de este golpe militar muy original en nuestra historia,

que derrocó a una dictadura y trajo la democracia al Paraguay,

y que inició un nuevo sistema de gobierno,

con una nueva Constitución y una distribución equitativa del poder,

que está permitiendo perfeccionar las instituciones existentes

y crear otras para mejorar todos los aspectos de la vida nacional,

disminuir la corrupción y contribuir para el desarrollo

y el bienestar de nuestro pueblo”.

Eduardo González Petit, Vicealmirante S.R.

 

 

 

ÍNDICE:

PARTE I: LOS CARLOS;

  • CAPÍTULO I: LA CONSPIRACIÓN;
  • CAPÍTULO II: “SIEMPRE HABRÁ UN 13 DE ENERO”;
  • CAPÍTULO III: LA REACCIÓN DEL GOBIERNO;
  • CAPÍTULO IV: LOS PREPARATIVOS DEFINITIVOS;
  • CAPÍTULO V: SE ADELANTA LA OPERACIÓN;
  • CAPÍTULO VI: EL ATAQUE AL REGIMIENTO ESCOLTA;
  • CAPÍTULO VII: EL PAPEL DE LA ARMADA;
  • CAPÍTULO VIII: LOS OBJETIVOS DE LA INFANTERÍA;
  • CAPÍTULO IX: LA ENTREGA DE LA AERONÁUTICA;
  • CAPÍTULO X: FALSA ALARMA SOBRE LA ARTILLERÍA;
  • CAPÍTULO XI: EL EXILIO DE STROESSNER;
  • CAPÍTULO XII: CONCLUSIONES;

PARTE II: LA CRÍSIS TERMINAL DEL STRONISMO;

PARTE III: LA NOVELA DE RODRÍGUEZ.-

 

 

 

 

PREFACIO

 

Diez años han transcurrido desde el acontecimiento que significó un importante cambio de rumbo en la historia de nuestra patria: la salida de un largo período político autocrático, para iniciarnos, con pasos vacilantes, en una difícil y desconocida etapa democrática. Este lapso es aún corto para evaluar con precisión la solidez con que el sistema se arraigó en la preferencia de nuestro pueblo, pero es suficiente para describir los hechos con precisión histórica y sin las distorsiones producidas por sentimientos influenciados por acontecimientos muy recientes que impactaron profundamente en nuestras vidas.

El libro que hoy presentan los periodistas Liz Varela y Roberto Paredes, es, hasta donde llega mi conocimiento, un exhaustivo y meritorio trabajo de investigación, elaborado con la tenacidad y precisión que caracteriza a la gente de prensa. Fueron entrevistados decenas de protagonistas, revisados centenares de documentos y relatados los hechos con sencillez e imparcialidad, condiciones que dan a este libro un gran valor histórico.

El relato enfoca muy detalladamente la acción militar, pero describe también con mucha precisión la situación política imperante: el deterioro de las instituciones, la corrupción de los altos dirigentes, la complicidad, el encubrimiento y principalmente la impunidad, que motivaron una irresistible presión en todas las esferas sociales, que llegó hasta nuestros familiares y en los cuarteles a nuestros comandados.

Fueron muy decisivas las acciones de rebeldía de numerosos políticos, periodistas, clérigos, intelectuales, artistas, docentes, campesinos, sindicalistas, etc., que si bien no participaron directamente en las acciones, crearon el clima propicio para darnos la certeza de que llegado el momento del golpe, tendríamos un gran apoyo popular.

A diferencia de otros acontecimientos similares en nuestra historia, este golpe se caracterizó por la sensatez y la moderación en todas las acciones. No hubo un solo caso de juzgamiento sumario, fusilamiento, creación de tribunales especiales, revanchismo, venganza personal, robo, saqueo o menoscabo de la dignidad de los que fueron derrotados. El único exiliado fue el ex dictador, lo que en cierto modo fue una medida oportuna y humanitaria, que tal vez haya salvado su vida. Los demás altos jerarcas de la dictadura fueron liberados, excepto los que tenían que responder por delitos comunes, que fueron enjuiciados, cumpliéndose con todos los procedimientos legales. Siempre tengo en mi mente el pensamiento, o la duda, de cuál sería el comportamiento de los adeptos al régimen anterior en el caso de que el resultado les fuese favorable.

Considero que esto se debe principalmente al liderazgo indiscutible del general Andrés Rodríguez, quien en varias ocasiones expresó con mucha vehemencia que nuestros adversarios serían nuestros camaradas que ocasionalmente se encontraban en el bando contrario, pero que terminado el conflicto, volverían a nuestras filas e inclusive continuarían su carrera militar.

Estas proféticas palabras se cumplieron. Muchos militares que estuvieron enfrentándonos llegaron a las más altas jerarquías, como también muchos políticos, antes muy allegados al dictador, hoy siguen brindando su inteligencia y habilidad política en varios campos del quehacer nacional. Inclusive hay quienes se incorporaron decididamente a las corrientes democráticas, y luego volvieron a acercarse al pequeño círculo de admiradores del ex dictador. Estas son las aparentes incongruencias de la democracia, pero que sirven para consolidar las libertades fundamentales de todo ciudadano.

Este libro es un importante aporte para el mejor conocimiento de todas las circunstancias de este golpe militar muy original en nuestra historia, que derrocó a una dictadura y trajo la democracia al Paraguay, y que inició un nuevo sistema de gobierno, con una nueva Constitución y una distribución equitativa del poder, que está permitiendo perfeccionar las instituciones existentes y crear otras para mejorar todos los aspectos de la vida nacional, disminuir la corrupción y contribuir para el desarrollo y el bienestar de nuestro pueblo.

¿Se justificó el golpe? ¿Se cumplieron las aspiraciones que temerosamente palpitábamos durante la dictadura? No creo que podamos contestar categóricamente a ninguna de estas preguntas. Todo indica que vamos por buen camino. Esperemos diez años más.

Eduardo González Petit

Vicealmirante S.R.

 

 

 

PARTE I

LOS CARLOS 

 

CAPITULO I

LA CONSPIRACIÓN

 

 

La convención colorada del 1° de agosto de 1987 señaló el comienzo del fin del stronismo. En esa ocasión, la corriente denominada "militante combatiente y stronista hasta las últimas consecuencias", encabezada por Sabino Augusto Montanaro, Mario Abdo Benítez, J. Eugenio Jacquet y Adán Godoy Jiménez - el "cuatrinomio de oro"-, se tornó no simplemente hegemónica en la conducción del Partido Colorado, sino excluyente, pues las demás tendencias internas de peso: "tradicionalistas" y "éticos", quedaron fuera de la administración partidaria.

La convención nombró como miembros de la Junta de Gobierno del partido exclusivamente a dirigentes de la "militancia", con lo que se selló la ruptura definitiva. Internamente, ya no habría espacio para un arreglo pacífico; cualquier cambio futuro sólo se podría definir por la fuerza.

Los generales Andrés Rodríguez, jefe del Primer Cuerpo de Ejército, y Eumelio Bernal, jefe de la Primera División de Infantería, participaron como espectadores del evento. "Hay que darle una salida a esto", coincidieron en señalar, al constatar que los líderes del ala dura del Partido Colorado se tornaron amos absolutos de la situación. Militares y civiles allegados a Rodríguez tenían pleno conocimiento de la adversidad del jefe militar con relación al grupo denominado "cuatrinomio de oro", cabeza de la "militancia stronista".

No se puede decir, en rigor, que la conspiración para derrocar a Stroessner comenzó ahí, pero la convicción acerca de que el desplazamiento del dictador se constituía en una necesidad ineludible, ganó fuerza. El internismo colorado rebotaba vigorosamente en el seno de las Fuerzas Armadas, cuyos integrantes, en su totalidad y obligatoriamente, estaban afiliados al partido. Y era obvio que las diversas corrientes internas debían tener simpatizantes entre los jefes y oficiales militares.

A caballo de la dinamización de las actividades económicas, que caracterizó el período inmediatamente posterior a la firma del Tratado de Itaipú (26 de abril de 1973) se había conformado una camada de nuevos colorados -muchos de ellos profesionales, y muchos venidos de la oposición-, cuyo rápido ascenso en el control del aparato partidario generó resistencia, al principio, y combate abierto, después, desde inicios de los años 80.

Los despectivamente llamados "neo-colorados" a comienzos de la década del 80 constituyeron, precisamente, el grueso de la dirigencia de la "militancia stronista", cuyo agresivo activismo puso fin a la "monolítica unidad del partido" de la que tanto se jactaban hasta entonces, desde el presidente Alfredo Stroessner hasta el más periférico dirigente de una seccional colorada.

La pugna fue cobrando cuerpo y los apellidos tradicionalmente fuertes en el coloradismo comenzaron a perder espacios de poder, ganando terreno los "advenedizos". Durante la segunda mitad de los años 80, el internismo colorado ya estaba plenamente instalado, siendo las corrientes que con mayor fuerza se disputaban la hegemonía los de la "Militancia stronista" y los del Movimiento Tradicionalista Colorado. Pero, además, se sumaron a los contestatarios el Movimiento Ético, liderado por Ángel Roberto Seifart y Carlos Romero Pereira, y el Movimiento de Integración Colorada, cuyo jefe era el otrora poderoso y temido ex ministro del Interior de Alfredo Stroessner, Edgar L. Ynsfrán.

Por esos años, la edad de Alfredo Stroessner y su inestable estado de salud, instaló en el centro de la discusión el tema de la sucesión presidencial. La postura de la "militancia stronista" era clara: tenía que ser llevado a la presidencia el hijo mayor del dictador, Gustavo Stroessner, quien estaba haciendo carrera en la Fuerza Aérea. Para viabilizar el proyecto de los "militantes" se había procedido a promover aceleradamente a Gustavo, lo que en concreto significaba el pase a retiro de numerosos oficiales más antiguos.

La intención de los "militantes" no satisfacía las expectativas de muchos dirigentes colorados, ni tampoco se ajustaba a las exigencias de los centros internacionales de poder; chocaba con las aspiraciones políticas de emergentes segmentos empresariales, y encontraba fuerte resistencia en la oficialmente denominada "oposición irregular", los más expresivos sectores políticos democráticos, aglutinados en el frente "Acuerdo Nacional".

La incompatibilidad del proyecto de instalación de la dinastía Stroessner en el poder con las aspiraciones de importantes sectores colorados, fue otro elemento que estuvo en el origen de la conspiración para derrocar al gobierno. Y no es que no se haya sugerido una salida alternativa: en una oportunidad, poco tiempo después de la polémica convención colorada de agosto de 1987, los comandantes militares decidieron plantear al presidente Alfredo Stroessner su disconformidad por la manera en que estaba siendo administrado el Partido Colorado. Todos los comandantes estaban presentes, y fue

porta voz del grupo el general de división Andrés Rodríguez, como oficial más antiguo de las Fuerzas Armadas, Stroessner prácticamente no le dejó hablar y casi los sacó a empujones a los comandantes de su despacho.

Pero la disconformidad con la perspectiva que ofrecía la "militancia stronista" no se restringía a organizaciones políticas opositoras y tendencias internas del Partido Colorado. En 1988, en visita del jefe del Comando Sur, general Frederick R Woerner, se habló con la cúpula stronista -militar y civil- sobre un tema que preocupaba al gobierno de los Estados Unidos: ¿Quién gobierna después de Alfredo Stroessner? La respuesta unánime, debido a la hegemonía de la "militancia", fue: Gustavo.

Tres hechos vinculados a la visita de Woerner resultaron: 1) la entrevista que mantuvo con el general Andrés Rodríguez, 2) los encuentros que mantuvo con líderes políticos del oficialismo y la oposición, y 3) el hecho de tratarse de uno de los oficiales estadounidenses que más contribuyó para el desarrollo de la tesis de los Conflictos de Baja Intensidad, doctrina que substituyó a la de Seguridad Nacional.

El gobierno de los Estados Unidos no se mostró satisfecho con la perspectiva que ofrecían los stronistas, pues desde finales de los años 70 venían impulsando una política de redemocratización en la región, conocida a partir del gobierno de Jimmy Carter como "política de los Derechos Humanos".

Y la disconformidad de la potencia mundial de mayor influencia en el país, se hizo sentir a través de gestiones abiertas que favorecían a los sectores de oposición democrática, y encubiertamente por medio de contactos que terminaron en lo que se dio en los sucesos del 2 y 3 de febrero.

En un momento se convocó a los jefes de Estado Mayor de las Fuerzas Armadas para una discusión sobre la defensa continental. En realidad, por Paraguay debía ir el general Andrés Rodríguez, que pese a ser solamente comandante del Primer Cuerpo de Ejército, era la persona elegida por los norteamericanos como interlocutor para expresar sus puntos de vista sobre el futuro paraguayo.

Maniobras de todo tipo se hicieron para posibilitar que Rodríguez, y no el general Alejandro Fretes Dávalos, viajase a los Estados Unidos. Y se logró el objetivo. Como sobre Rodríguez pesaban imputaciones severas y fundadas sobre involucramiento con ilícitos, la negociación se dio en los siguientes términos. Los norteamericanos, mundialmente famosos por su pragmatismo, le plantean: "nosotros te blanqueamos, pero a cambio vos tenés que hacer esto, pese a que Stroessner sea tu consuegro".

El blanqueamiento del general Rodríguez fue pleno, pues con posterioridad al golpe de Estado, el ya presidente del Paraguay obtuvo el público respaldo del representante de los Estados Unidos en el país, Timothy Towell, quien repetidas veces enfatizó que el gobierno de su país no tenía la menor objeción con relación a las actuaciones pasadas y presentes del general Andrés Rodríguez. Es más, el embajador americano después vendrá a sumarse al grupo de tenis de Rodríguez, y éstos irán después a la sede de la embajada para jugar.

El hecho de que el presidente se mostrase reacio a escuchar críticas a su entorno, sin embargo, no impidió que se continuase hablando sobre el tema, si bien los interesados iban tomando conciencia de que por una vía pacífica las cosas irían a ser difíciles. Así, hacia mediados de 1988, de un encuentro amistoso entre empresarios y militares, surgió el propósito de reencauzar el proceso, convenciéndolo al propio Alfredo Stroessner.

Había un grupo de civiles y militares que con cierta regularidad semanal se reunía a jugar al tenis, a las cartas o a los dados. El punto de encuentro variaba, y en esta ocasión la reunión se había realizado en la casa de Vicente González Rolón, quien era muy amigo del general Andrés Rodríguez. De la jornada participaron, entre otros, el ingeniero Díaz Benza, César Prieto, Carlos Cacavello y el general Humberto Garcete, jefe, por entonces, de la Cuarta División de Infantería, en el Chaco.

Rodríguez no estaba al principio, pues el encuentro se había realizado un miércoles, y él acostumbraba a sumarse al grupo cuando se reunían los sábados o domingos.

En un momento del juego, Enrique Díaz Benza se dirigió al general Humberto Garcete y le dijo: - Mirá Humberto, la situación del país está muy crítica, lo que le preocupa a mucha gente, entre los cuales se encuentra el general Andrés Rodríguez. ¿Por qué no hablás un poco con él sobre el tema? El tiene pocas personas con quien conversar, y en vos tiene mucha confianza.

Los presentes intercambiaron opiniones sobre la situación política, económica y social. Desde el punto de vista político, la división interna del Partido Colorado era el asunto central, sobre todo después de la controvertida convención del 1° de agosto de 1987, en que los "militantes" se adueñaron de las estructuras formales del partido; pero preocupaba también el creciente descontento social, que se expresaba en manifestaciones de protesta cada vez más masivas, así como los desequilibrios que se insinuaban en el terreno económico.

La preocupación era compartida por Garcete, así como por todos los que integraban el informal grupo de juegos. El jefe de la Cuarta División de Infantería había llegado ese día a la capital, desde Mariscal Estigarribia, Chaco, pues al día siguiente, jueves, tenía que participar de la reunión del Comando en Jefe, convocada normalmente por el general Alfredo Stroessner para los días jueves.

Por ironía del destino, sin embargo, ese miércoles apareció Rodríguez, pese a no haber sido convocado: - Cobardes, traidores, no fueron capaces de invitarme -, dijo el general Andrés Rodríguez, dirigiéndose a los otros, en broma, desde una ventanilla de la sala.

El jefe del Primer Cuerpo de Ejército preguntó quién estaba sin pareja, pues se estaba jugando a la generala y el número de jugadores era impar. "El general Garcete no tiene pareja", le dijo González, y Rodríguez hizo par con él. Los participantes se centraron en el juego, comentando informalmente sobre cuestiones que en nada se relacionaban con la situación del país.

En un intervalo, no obstante, el general Humberto Garcete le solicitó una audiencia al general Andrés Rodríguez. - ¿Qué le parece el final de semana -dijo Rodríguez-, pues mañana hay reunión de Comando en Jefe-. Garcete, le respondió que el sábado tenía que retornar a su unidad, por lo que pidió que fuera el viernes. - ¿Por qué no se queda el sábado y domingo y regresa el lunes al Chaco?-, le insistió Rodríguez, pero finalmente concordó con recibirlo el viernes. La audiencia se fijó para las 06.30 de la mañana.

Como era rutinario, el jueves ambos se presentaron a la reunión del Comando en Jefe, la que se desarrolló sin novedades relevantes.

Rodríguez era famoso por su puntualidad, por lo que a las 06.15 horas del viernes se presentó al Primer Cuerpo de Ejército el general Humberto Garcete, siendo recibido por los ayudantes del comandante, los coroneles Lino César Oviedo y Wilfrido Delgado, quienes estaban tomando mate.

Rodríguez llegó a las 06.30, le hizo pasar a Garcete a su oficina, pidió dos tacitas de cocido y le dijo a Oviedo: - A no ser que llame el presidente o mi señora, no quiero que nos molesten. Tenemos que conversar con este señor sobre un tema muy especial-.

A pesar de que Rodríguez era padrino de casamiento de Humberto Garcete, éste se sintió bastante incómodo frente a la situación de tener que conversar con el jefe militar más importante del país, después de Stroessner, sobre cuestiones de extrema delicadeza. Ya estaba en el campo, sin embargo, y tenía que jugar.

"El tema del que le quiero hablar -dijo Garcete- usted lo conoce mejor que yo, que estoy aislado allá en el Chaco. Le quiero plantear en pocas palabras, pues si vamos a entraren detalles podemos llevar días”. Rodríguez le respondió que podía hablar sin protocolos y sin censura, con entera confianza.

Garcete comenzó diciendo que la preocupación no era personal, pues estaba haciendo de vocero informal de empresarios, políticos, eclesiásticos y militares, que estaban muy preocupados con los desórdenes que se estaban dando en la realidad política del país.

Entre otras cosas, le dijo que "todo lo que se había conseguido construir en décadas de trabajo, lo está destruyendo el entorno del presidente Stroessner". - Yo sé muy bien que tanto usted como yo -prosiguió Garcete- le debemos mucho al general Stroessner, pues conseguimos avanzar profesionalmente, así como mejorar económicamente, gracias al apoyo que él nos brindó. Estoy plenamente consciente de ello, pero, sin embargo, no puede dejar de preocuparme, así como a mucha gente, el hecho de que el presidente esté en la última fase de su vida, y se deje embromar por un grupo que lo rodea y le hace respaldar decisiones poco felices.

El general Andrés Rodríguez le escuchó atentamente, sin concordar con él, ni interrumpirlo, pero alentándolo para que prosiga.

Lo que en dicho encuentro le propuso el general Humberto Garcete a Rodríguez, en concreto, fue que se constituya en el portavoz del descontento creciente en diversas esferas de la sociedad, para introducir medidas correctivas en la administración del país.

Después de concluir, Rodríguez le dijo a Garcete que lo que le había dicho era "grave, muy grave, ni a la que duerme con usted tiene que referirle lo conversado en esta ocasión". El jefe del Primer Cuerpo de Ejército estaba plenamente consciente de la gravedad del pedido. Preguntó al general Garcete cuándo volvía del Chaco, a lo que éste respondió que lo haría un mes después. Entonces le dijo: - Lo que usted me pide para hacer es muy grave. Necesito un tiempo para reflexionar sobre la cuestión; cuando usted regrese, dentro de un mes, tendrá mi respuesta. Mire que lo que se ha hablado aquí no puede salir de nuestras bocas, pues inmediatamente seríamos colgados-.

Garcete le insistió a Rodríguez que la tarea no le podría resultar muy difícil, considerando que se trataba de su consuegro, con el que almorzaba una vez por semana. - Usted no tiene la menor idea de cómo es el general Stroessner -le respondió Rodríguez-. Cuando se almuerza con él, si él se sienta con gorra en la mesa, todos nos sentamos con gorra; si él desprende un botón, todos nos desprendemos, y sobre qué hablar él decide, no es que uno es libre de escoger un tema.

Transcurrió el mes, y en junio se volvieron a encontrar, en ocasión de la reunión del Comando en Jefe, con Stroessner. Con el presidente entraban a hablar todos los jefes militares, desde las 05.30 horas de la mañana, respetándose en el orden de ingreso la antigüedad del oficial. Rodríguez, junto con el general Alejandro Fretes Dávalos, jefe de Estado Mayor Conjunto, y el general Germán Martínez, ministro de Defensa Nacional, fueron los primeros en ingresar al despacho de Stroessner.

El jefe del Primer Cuerpo de Ejército no le saludó al general Humberto Garcete, pero al salir se dirigió a él y le dijo: - Lo espero mañana a la misma hora -. Garcete se tranquilizó; ingresó al despacho del Comandante en Jefe. Sin novedades.

Al día siguiente, en el despacho del titular del Primer Cuerpo de Ejército se volvieron a reunir los generales Rodríguez y Garcete. "Analicé todos los temas que usted me planteó –dijo Rodríguez- y le cuento que sí le llego a plantear a Stroessner que cambie tal o cual ministro, o que haga tales cambios en la Junta de Gobierno del Partido Colorado, lo más probable es que ordene que me cuelguen".

El general Andrés Rodríguez, una de cuyas hijas estaba casada con un hijo de Stroessner, conocía muy bien al presidente en cuanto a las tomas de decisiones, por lo que descartaba totalmente la posibilidad de incidir sobre sus puntos de vista. Desde esa perspectiva, no veía salida: para él, todo lo que se relacionaba con la administración del Gobierno, así como todo lo que se decidía sobre la gestión del Partido Colorado, el presidente lo tomaba sin consultar a nadie, escuchando, tal vez, apenas las tímidas sugerencias que le podían hacer los integrantes del grupo de adulones que constituía su entorno.

Ese rasgo del régimen era conocido por todos, propios y extraños, y quienes estaban más próximos a él, se ajustaban a las reglas del juego en sus actuaciones.

"En ese caso, mi general - le dijo Garcete, entonces -, tenemos que ver qué solución le damos a los problemas. El país no está en condiciones de seguir soportando las condiciones actuales, y tal vez tengamos que disponernos a llevar a cabo un golpe de Estado, siendo usted la única persona que puede liderar el movimiento, considerando el respeto y la admiración que se ha ganado en las Fuerzas Armadas".

Sin entrar a profundizar mucho sobre la cuestión, ambos se pusieron a analizar sobre la viabilidad de un golpe de Estado. Rodríguez habló de quiénes le parecía que podían acompañar la iniciativa. Nombró al general Eumelio Bernal, jefe de la Primera División de Infantería, y al general Orlando Machuca Vargas, jefe del Segundo Cuerpo de Ejército. Daba como un hecho el apoyo total de la Caballería. Sobre la Armada, se coincidió en que hablando con el comandante de la Armada, vicealmirante Eduardo González Petit, se obtendría su respaldo al proyecto.

El primer contacto directo con el jefe militar de la Armada, Eduardo González Petit, se realizó a través de Humberto Garcete, en setiembre de 1988, quien en una ocasión en que vino del Chaco llamó al comandante de la Armada para pedirle una conversación. González Petit le invitó a jugar tenis, y entre juego y cerveza, Garcete le dijo que pretendía hablar sobre un tema concreto con él. "Yo ya me imagino, Garcete, para qué está viniendo -le dijo el marino-, y quiero que le digas al general Andrés Rodríguez que él es mi Comandante en Jefe. Yo estoy dispuesto a cumplir sus órdenes". Algunos otros oficiales de la Armada, allegados a González Petit, se encontraban cerca, por lo que escucharon todo. "No se preocupe por eso -dijo el marino-, son oficiales de mi entera confianza".

Anteriormente, ya se tenían referencias sobre la decisión de González Petit de respaldar a Rodríguez. Primero, porque en el transcurso del año, en una reunión social, el comandante de la Armada había dicho que "se necesita arreglar las cosas en el país, y la Marina va a jugar un papel importante para ello; cuando llegue el momento de hacer eso, yo tomaré contacto con el general Andrés Rodríguez". Eso había llegado a oídos del comandante del Primer Cuerpo de Ejército, pero no le resultaba suficiente. Puso en acción, entonces, al arquitecto Juan Cristaldo, quien trabajaba para las Fuerzas Armadas, y hacía de intermediario de Rodríguez, en general, para la obtención de informaciones y la realización de contactos.

Cristaldo tenía muy buena entrada entre los católicos y entre las Organizaciones No Gubernamentales, por lo que el general Rodríguez siempre recurría a él para obtener informaciones sobre qué pensaban y qué esperaban. Durante el segundo semestre de 1988, Juan Cristaldo realizó un trabajo en el yate del presidente, en los astilleros de la Armada, y aprovechó la ocasión para tomar contacto con el capitán Carlos Cubas, a quien vinculó a la conspiración.

Cubas, a su vez, estaba próximo a González Petit, por lo que la Armada ya estaba consciente de los planes, en general. No obstante, Rodríguez pretendía un contacto más directo con el comandante de la Armada. Así, en una ocasión preguntó en el grupo de tenis sobre el general Humberto Garcete. "¿Qué será que habrá pasado con Garcete?; hace tiempo que no muestra la cara por aquí, comentó. Eso fue en setiembre, y Enrique Díaz Benza entendió perfectamente el mensaje. Al día siguiente se puso en contacto con el comandante de la Cuarta División de Infantería: - Humberto, te extrañamos por aquí; vení pues vamos a jugar una partida de tenis con el jefe". Garcete entendió correctamente el mensaje y se trasladó del Chaco a Asunción lo antes que pudo.

Se hizo una reunión en la casa de César Prieto. En un determinado momento, Rodríguez tomó del brazo a Garcete, y lo llevó al baño. Quedaron hablando. Después salieron y se reincorporaron al grupo. Luego de que casi todos se hayan retirado, Garcete comentó que el general se sentía un poco aislado, y que le pidió que hablara con González Petit. Así lo hizo, al día siguiente, tal como fue relatado más atrás.

El general Garcete tuvo escasa participación en los preparativos militares que se siguieron a los encuentros mencionados, pues de la Cuarta División de Infantería, en el Chaco, fue trasladado a comienzos de enero a la Sexta División de Infantería, con sede en Concepción.

Cuando se produjo el traslado, el general Gerardo Johannsen le dijo a Garcete: - Mire, usted está siendo promovido exclusivamente gracias al general Stroessner; no hubo pedido alguno ni padrino alguno detrás de esta decisión. Se debe a sus méritos-.

Como el general Humberto Garcete era considerado en el seno de las Fuerzas Armadas como "rodriguista", lo que Johanssen le quiso decir es que no fue a pedido de Rodríguez que se decidió el traslado. No deja de ser llamativa, sin embargo, la decisión, pues a Garcete se le entregó la Sexta División de Infantería, una unidad con mayor poder de combate que la Cuarta División del Chaco.

En el último contacto que Garcete mantuvo con Rodríguez, éste le pidió que cuando se traslade a Concepción permanezca atento al desarrollo de los acontecimientos. No le dijo que hiciera o dejara de hacer cosas; lejos del espacio que vendría a ser escenario principal de los hechos acontecidos entre el 2 y 3 de febrero de 1989, no había razón para ser tenido en cuenta. Apenas el día "D" se volvería a tomar contacto con él, y sería su proclama de adhesión una de las primeras a ser divulgadas públicamente en la madrugada del 3 de febrero.

Otro de los militares que se vincularon tempranamente a la conspiración fue el comandante de la Primera División de Infantería, general Eumelio Bernal, quien desde aquella convención colorada de agosto de 1987, venía conversando con Rodríguez sobre la "necesidad de buscar una solución al problema de la hegemonía del cuatrinomio".

Pero es en 1988 que Bernal tuvo la oportunidad de cooperar más fuertemente con Rodríguez para el desarrollo del complot. Ese año, el general Bernal fue designado director de maniobras, lo que lo colocaba como representante del Comandante en Jefe.

Rodríguez, en su condición de comandante del Primer Cuerpo de Ejército, era el jefe inmediato de Bernal, pero hasta entonces había mantenido poco o ningún contacto con los oficiales de la División de Infantería.

Para la realización de las maniobras, Rodríguez cooperó firmemente con Bernal, por lo que el desarrollo fue excelente. Durante los preparativos, Rodríguez tuvo la oportunidad de concurrir reiteradas veces a la Primera División de Infantería, y en una de esas visitas, Bernal le posibilitó una reunión con alrededor de los 50 oficiales que constituían el Estado Mayor de la unidad.

Pese a que todos los oficiales sabían que Rodríguez era el jefe del Primer Cuerpo, nunca habían entrado en contacto con él, por lo que para el cierre de la maniobra, Bernal utilizó todo tipo de artimañas, de modo que el general Rodríguez pudiese dirigirse a los oficiales de la Infantería. Al jefe de Estado Mayor Conjunto, general Alejandro Fretes Dávalos, le llegó a plantear que era deseo de Stroessner que Rodríguez hable en el cierre de la práctica. El acto se realizó en el estadio 4 de Mayo, en la sede de la Primera División de Caballería, lugar apropiado por su amplitud para albergar a una gran cantidad de oficiales. Rodríguez, gracias a las gestiones de Bernal, pudo así dirigirse a alrededor de 320 oficiales en ocasión de la clausura.

Desde octubre de 1988, el general Bernal siguió participando activamente de los planes conspiraticios, pero su contacto directo pasó a ser el comandante de la Primera División de Caballería, el general Víctor Aguilera Torres, quien se vinculó abiertamente al proceso un poco antes. Bernal mantenía vínculos permanentes con Aguilera, pues Rodríguez consideraba más prudente que no se diesen contactos repetidos entre ellos.

Por su parte, y pese a que Rodríguez no estaba muy seguro del vínculo, el general Eumelio Bernal tomó contacto con el comandante de la Flotilla de Guerra de la Armada, el capitán Andrés Ramón Legal Basualdo. Bernal también, ya sobre la hora del desencadenamiento de la operación, vinculó al coronel de Aeronáutica Hugo Escobar a la conspiración, de cara a la confusa situación que se presentaba para la toma de la Fuerza Aérea.

En el seno de la División de la que provenía Rodríguez, el primer oficial que se ligó al complot fue el general Víctor Aguilera Torres, sobre quien recayó la difícil responsabilidad de mantener gran parte de los contactos militares y civiles, en un momento en que Rodríguez consideró que por discreción él debería mantener cierta distancia.

Aguilera, a su vez, fue el que comenzó a preparar psicológicamente a sus subordinados inmediatos -los coroneles que eran jefes de los diversos regimientos de la división-, quienes hacia octubre del 88 comenzaron a ser conversados.

En cuanto a la articulación con los civiles, por su parte, existía un círculo de amigos conocido como el "grupo de tenis", al que estaban vinculados, entre otros, Guillermo Serrati, Enrique Díaz Benza, Desiderio Enciso, Francisco Appleyard, José Bogarín, César Prieto, y los generales Humberto Garcete -quien participaba esporádicamente- y Andrés Rodríguez. El grupo se había constituido hacia el año 1986, y desde entonces se organizaban encuentros con cierta regularidad.

En diversas reuniones entre los integrantes de dicho círculo se comentaba sobre la situación política del país y, obviamente, se conversaba sobre el golpe de Estado. En ocasiones se hablaba informalmente sobre la cuestión, y en otras oportunidades, muy seriamente.

Más adelante, aún en el segundo semestre de 1986, se incorporó al círculo Luis María Argaña, líder de los colorados "tradicionalistas". Hay dos anécdotas que ilustran sobradamente sobre el tratamiento que se daba al tema del golpe en dicho círculo, y ambas involucraban a Rodríguez y a Argaña. En una ocasión, más informalmente Argaña le preguntó a Rodríguez: - ¿Cuándo le vas a dar el golpe?-, a lo que Rodríguez respondió que "no deben decir macanas". En otra, más seriamente, Argaña le propuso al jefe del I Cuerpo de Ejército: - Mirá Rodríguez, hacete cargo vos del gobierno que yo me hago cargo del Partido Colorado. Manejar el país no va a ser tan difícil como manejar el partido. Esto ocurrió el 16 de diciembre de 1988, y el hecho de que Argaña había asumido el compromiso de trabajar para el control del proceso partidario tranquilizó a Rodríguez, pues por su escasa experiencia en política tenía muchas dudas sobre cómo debería manejarse la cuestión interna colorada después del golpe de Estado.

Hay varios nombres de civiles vinculados al golpe de Estado de febrero de 1989, pero entre los que jugaron un papel más destacado, sin lugar a dudas, se encuentran los de los dirigentes del "tradicionalismo" colorado: Juan Ramón Chaves, y sobre todo Luis María Argaña. También tenían conocimiento otros políticos colorados y algunos prominentes empresarios, como ser Blas N. Riquelme, Edgar L. Ynsfrán, Enrique Díaz Benza, Antonio Zuccolillo, Eligio Viveros Cartes y algunos de los más conocidos integrantes del grupo de empresarios conocidos como "barones de Itaipú".

Consta, de hecho, que algunos civiles contribuyeron para la concreta realización del golpe de Estado con algunos equipos de radio que fueron utilizados en las comunicaciones menores durante las operaciones, pero la participación civil - a excepción de los políticos- no debe ser sobreestimada, pues el compromiso de los mismos se había limitado a aspectos muy concretos, para eventualidades tipo operativos de huida ante un posible fracaso de la operación.

Los dirigentes colorados, sobre todo los "tradicionalistas", sin embargo, jugaron un papel sumamente importante, tanto en el período inmediatamente anterior al golpe, como en los días que se siguieron al 2 y 3 de febrero.

Así, por ejemplo, en diciembre de 1988; Luis María Argaña, quien se había retirado de la Corte Suprema de Justicia, ya asumía el liderazgo del movimiento "tradicionalista", anunciando públicamente que "siempre habrá un 13 de enero", con lo que hacía alusión al 13 de enero de 1947, fecha en que se selló la articulación militar-colorada, hecho que posibilitó el retorno al poder del partido.

Aun en diciembre del 88, se realizaron encuentros políticos entre el Movimiento de Integración Colorada (MIC), liderado por Edgar L. Ynsfrán, y el Movimiento Tradicionalista Colorado (MTC), encabezado formalmente por Juan Ramón Chaves, pero cuya figura más activa era Argaña. El "tradicionalismo" realizó durante el mes de diciembre masivos encuentros de colorados en varios puntos del país; reuniones que sirvieron de escenario para que Argaña denunciase que eran "víctimas de un coloradismo mequetrefe", refiriéndose a los "militantes".

Invariablemente, en sus intervenciones públicas y en declaraciones a la prensa, Argaña advertía sobre que "siempre existirá un 13 de enero, que tendrá como protagonista al py nandí colorado". De hecho, se estaban preparando las condiciones políticas entre los colorados para la aceptación y el respaldo a quienes irían a derrocar al general Alfredo Stroessner.

Esto quedará más que confirmado, cuando en plena mañana del 3 de febrero, apenas concluidas las operaciones militares, los "tradicionalistas" y los miembros del Movimiento de Integración Colorada se encargan de conducir el "proceso de normalización de la situación partidaria", que implicará nada más ni nada menos que en la reinserción de todas las tendencias, con exclusión de la "militancia stronista".

Otro elemento que confirma la articulación de Rodríguez con los "tradicionalistas" es aportado por el hecho de la participación de numerosos dirigentes políticos de dicha corriente en actos de la Caballería, como ser la inauguración de nuevas instalaciones. Así, el 23 de abril de 1988, cuando se habilitaron varias obras en la Caballería, estuvieron presentes, entre otros, Juan Ramón Chaves y Blas N. Riquelme.

El general Andrés Rodríguez manejó la conspiración de manera muy personalista, por lo que pormenores de los contactos civiles y militares los guardaba y guardó con extremo cuidado hasta el fin de su vida.

Conocedor de cómo se maneja una conspiración lo hizo en compartimientos estancos, por lo que, por ejemplo, Bernal no sabía que González Petit ya estaba vinculado al proyecto, y viceversa. Igual cosa pasó entre los civiles. Así, por ejemplo, Díaz Benza no sabía que Juan Cristaldo ya estaba ligado al complot, y viceversa.

Estas medidas se mostraron efectivamente útiles, pues además de preservar la seguridad de la gente involucrada, quedó montado un esquema de protección general al complot. Rodríguez resultó ser un gran articulador, lo que quedó irrefutablemente confirmado por el desenlace de los sucesos del 2 y 3 de febrero, cuando con relativamente pocas bajas y en un corto espacio de tiempo, puso fin al régimen político que por más tiempo en la historia del país había copado el poder en el Paraguay.

De todas maneras, y concluyendo, jugaron un papel particularmente relevante en el proceso conspiraticio los generales Eumelio Bernal, Humberto Garcete y Víctor Aguilera Torres, y el almirante Eduardo González Petit, entre los militares; y el dirigente colorado Luis María Argaña y algunos empresarios amigos de Rodríguez, como el caso de Eligio Viveros Cartes, entre los civiles.

 

 

 

PARTE II 

LA CRISIS TERMINAL DEL STRONISMO

 

El stronismo como mecanismo de dominación política fue, en última instancia, el producto de una situación histórica particular, y su instauración y prolongado mantenimiento se explican esencialmente por la reproducción de las condiciones básicas que le sirvieron para surgir:

-           aparato productivo obsoleto,

-           estancamiento económico prolongado, acentuada debilidad del empresariado nacional, expresadas en la falta de un proyecto de país y en su incapacidad para impulsar el desarrollo capitalista, debilidad organizacional de la sociedad, y

-           la ausencia de situaciones críticas en el sector rural, en lo interno, y

-           apoyo incondicional a los regímenes dictatoriales por parte de los factores internacionales de poder, en el contexto de la "guerra fría", en el orden externo.

La firma del Tratado de Itaipú marca el inicio de una nueva etapa en el desarrollo histórico del país.

A principios de la década del 70 se inaugura un proceso de dinamización de las actividades económicas, que consiste, básicamente, en:

-           la construcción de las hidroeléctricas de Itaipú y Yacyretá, hecho que a su vez otorga un fuerte impulso a los sectores ligados a la construcción y a los servicios, y

-           la penetración masiva de capital extranjero en el campo, con la instalación de empresas agro- exportadoras.

En ese marco se configura una nueva situación, que se traduce en condiciones económicas, sociales y políticas diferentes de las que dieron origen al sistema, para las que la misma no tenía respuestas adecuadas.

Los mecanismos típicamente stronistas de administración y de control de las nuevas condiciones creadas comenzaron a mostrarse ineficientes, cuando no inservibles, desde finales de los años 70, y sobre todo desde inicios de los años 80.

Este momento histórico-concreto esquematizado más arriba fue lo que dio en llamarse "crisis del stronismo", que se manifestó fundamentalmente en el creciente cuestionamiento al mecanismo de dominación por parte de los sectores políticos y sociales dominantes, externos e internos.

La dinamización de las actividades económicas en la década del 70 introdujo significativos cambios en la estructura social paraguaya.

Por una parte, se constituyó una nueva clase empresarial, pues si bien es cierto que la expansión del período descansó esencialmente en el ingreso de capitales externos, es también cierto que esto creó una coyuntura favorable para que emergentes empresarios, civiles y militares, invirtiesen o "blanqueasen" sus capitales en sectores productivos y de servicios. Estos llegaron a conformar grupos relativamente importantes, que asociados (y subordinados) al capital extranjero, pasaron a controlar importantes sectores de la economía.

La "cuestión obrera" se constituyó en un problema, pues la expansión de las relaciones capitalistas de explotación tuvo como directa consecuencia el crecimiento cuantitativo del sector, con la irremediable instalación de situaciones conflictivas, las que fueron estimuladas por el proceso de acentuado empeoramiento de las condiciones de vida y de trabajo de los obreros (bajos salarios, arbitrariedad patronal, incumplimiento de las disposiciones que rigen las relaciones laborales). Se crearon las bases para una reacción más articulada de los asalariados, lo que se expresó en el crecimiento cuantitativo de conflictos, así como en un lento pero sostenido proceso de reorganización sindical.

La instalación de empresas agrícolas -y la penetración masiva de colonos brasileños en la región fronteriza- provocó la expulsión en masa de campesinos de sus tierras, y sus inevitables consecuencias: proletarización forzada y creación de contingentes de campesinos "sin tierra".

Los pequeños y medianos productores rurales fueron sometidos a una explotación despiadada por las empresas agro-exportadoras, que se produjo en el marco de un violento proceso de concentración de las compras, lo que a su vez hizo que las empresas impusiesen precios excesivamente bajos a los productos primarios.

Otro elemento clave que contribuyó sensiblemente al empeoramiento del problema campesino derivó del cierre de la "válvula de escape" argentina, hacia donde antes emigraba masivamente la mano de obra excedente en el país. Entre 1950 y 1970, se estima que alrededor de un millón de paraguayos salieron del país en busca de mejores condiciones de trabajo y de vida; pero cuando en 1976 se produjo el golpe de Estado militar que puso fin a la frágil democracia argentina, el proceso se frenó, primero, y se invirtió después. Miles de paraguayos fueron literalmente expulsados de la Argentina, con lo que se sumaron contingentes de desocupados y de sin tierra, con lo que se agravó la cuestión social paraguaya.

La clase media urbana también fue afectada negativamente, pues como necesaria derivación del crecimiento de la demanda de mano de obra asalariada, muchos fueron a engrosar la clase obrera. Algunas empresas familiares, que en las condiciones precedentes funcionaban de manera relativamente razonable se cerraron, pasando sus integrantes a engrosar el ejército de los asalariados. Esto fue particularmente fuerte en el sector de la construcción, donde la demanda de mano de obra era alta, pues se habían formado grandes empresas.

Esta nueva realidad social exigía respuestas que el stronismo no tenía condiciones de ofrecer. De ahí que su continuidad comenzó a ser crecientemente cuestionada por sectores cada vez más amplios. La crisis del Partido Colorado, la reorganización de las Fuerzas Armadas, los cuestionamientos de la nueva clase empresarial y la radicalización de la oposición democrática, no fueron sino expresiones superestructurales de la crisis de fondo: incompatibilidad del sistema con la nueva realidad.

El Partido Colorado jugó un papel fundamental para el mantenimiento de la dictadura:

-           organizó la base social de apoyo, básicamente la clase media urbana y rural, y el lumpenaje de las áreas urbanas, -        organizó los mecanismos de control social, del movimiento obrero y de los gremios estudiantiles,

-           concibió los mecanismos ideológicos de legitimación (anticomunismo, nacionalismo,...)

-           convirtió sus bases estructuradas (seccionales) en organismos auxiliares de la represión, montando un inmenso aparato de delación, cuando no promoviendo la participación directa de milicianos en operativos represivos.

Todo esto, que durante décadas funcionó, entró en colisión después con las nuevas exigencias.

Ante la complicidad del gobierno con el despojo y el arruinamiento progresivo de los campesinos, la base social de sustentación se desmoronó.

El mecanismo policíaco para controlar al movimiento obrero se tornó inadecuado y contraproducente.

"Paz" y represión violenta; "progreso" y miseria creciente; "nacionalismo" y entrega. Los mecanismos de legitimación ideológica se convirtieron en trastos viejos. Y el "póra" del anticomunismo se mostró insuficiente para el mantenimiento de la cohesión interna.

Desde 1978 comenzaron a instalarse en el seno del Partido Colorado contradicciones y divergencias agudas, no solamente con relación al manejo presente, sino también sobre las perspectivas. "Auténticos" contra "arribistas", "tradicionalistas" contra "neo-colorados" empezaron a enfrentarse por el control de las seccionales y de los gremios estudiantiles.

En el movimiento obrero, "aperturistas" y "duros" se dividieron y enfrentaron alrededor de la Confederación Paraguaya de Trabajadores - Independiente, CPT I y de la Confederación Paraguaya de Trabajadores, CPT.

A principios de los años 80, algunos sectores reivindicaban el retorno de los colorados exiliados, "mopoquistas" y "mendezfleitistas", hablaban de la necesidad de una apertura hacia la oposición, levantaban voces de protesta contra la política agraria, la corrupción, los métodos autoritarios y antidemocráticos. Todo eso no resultó sino el prólogo de cuestionamientos futuros, más abiertos y globales.

Las Fuerzas Armadas, consideradas coincidentemente como el factor hegemónico de la dominación, experimentaron un proceso de reacomodación de fuerzas (reestructuración), a comienzos de los años 80, en un intento por adecuarse a las nuevas exigencias del desarrollo.

Muchos militares, por entonces, ya no eran simples custodios de la propiedad capitalista sino verdaderos propietarios capitalistas. Estos, que durante el prolongado período de dominación stronista habían amasado importantes fortunas, generalmente por medios ilícitos (contrabando de todo tipo, coimas, negociados...), pasaron a "blanquear" sus capitales, aprovechando la coyuntura favorable de los años 70, convirtiéndose en poderosos y "respetables" empresarios. Uno de los casos más conocidos de la época, precisamente, fue el de Andrés Rodríguez.

Como las Fuerzas Armadas constituían un estamento cerrado a la sociedad, resultaba muy difícil tener informaciones suficientes sobre lo que poseían y sobre lo que pensaban. De todos modos, quedaba muy claro que existían, como reflejo de la división entre los colorados, partidarios de la línea "dura" y de la línea "blanda". Rodríguez, por ejemplo, era ubicado ya a comienzos de los 80 como el jefe militar más representativo de la necesidad de la "adecuación del sistema político a la realidad", como pregonaba el diario ABC color por esa época.

Ahora, el nuevo empresariado propiamente dicho estaba constituido básicamente por dos vertientes: los que ya tenían empresas discretas, que se expandieron gracias a la dinamización de las actividades económicas, por una parte, y los que emergieron con fuerza tras el inicio de la construcción de la represa de Itaipú, por otra, quienes rápidamente aplicaron sus ahorros acumulados en otros sectores de la economía: propiedades rurales, servicios, comercios e industrias. Desde finales de los años 70, y más abiertamente desde inicios de los años 80, los exponentes de este sector empresarial emergente comenzaron a cuestionar diversos aspectos de la política stronista.

En cuanto a la cuestión agraria, específicamente, se manifestaban favorables a la realización de una reforma general, como única manera efectiva para erradicar toda posibilidad de rebelión campesina. Después del alzamiento de los campesinos de Acaray-mi (Caso Caaguazú), sectores vinculados a la Iglesia mandaron preparar un informe sobre la situación campesina, llegando a la conclusión de que era necesario asistir a los agricultores, para evitar reacciones explosivas.

En materia de control de los sindicatos, se mostraban partidarios de métodos más encubiertos y sutiles, en substitución del esquema policíaco. Así, el funcionamiento de sindicatos representativos de los asalariados no era visto como negativo por algunos sectores empresariales, que apostaban a seducir a los dirigentes obreros con algunas concesiones y prebendas, asegurando un esquema de control menos conflictivo.

En cuanto a las libertades públicas, expresaban sus intenciones de promover un sistema pluripartidario real, con mayores espacios para la vehiculización de posturas críticas. Durante la segunda mitad de los años 80 se dio un amplio debate entre "participacionistas" y "no-participacionistas", llegando inclusive a proponer un sector empresarial la reinserción de los partidos que estaban en la política abstencionista la revisión de su postura. El "Plan Z", presentado por Aldo Zuccolillo, resumía perfectamente esa propuesta.

Con relación a la política energética, un sector expresivo comenzó a presionar por renegociar mejores condiciones en el caso de la Itaipú, así como por la nacionalización del refinamiento del petróleo. En el caso de Itaipú, la mayor parte de los actores no oficiales consideraban que el Tratado contemplaba acuerdos lesivos para los intereses paraguayos. En el caso del refinamiento del petróleo, se desarrolló una agresiva campaña por su estatización, para salvar al país de la verdadera expoliación a la que lo sometía la empresa privada REPSA.

Con respecto a la política orientada a captar inversiones extranjeras, reclamaban la aplicación de una política más flexible, con mejores oportunidades y menores riesgos. Grupos empresariales norteamericanos y europeos habían presentado propuestas serias para radicar inversiones en el país, pero a los pocos beneficios que comprendía la ley de inversiones, se sumaron prácticas corruptas -pedido de coimas-, que hicieron desistir a los interesados.

Era impresionante, ciertamente, la claridad con que ese sector colocaba en evidencia la caducidad del stronismo como mecanismo de dominación política y de administración. La propuesta "modernizante" consistía esencialmente en un programa de tres puntos, muy claramente expresados: 1) mecanismos más flexibles de control social; 2) recomposición de la base social de sustentación por la vía del pluripartidismo; y 3) estrechamiento de la articulación con el capital extranjero, para desarrollar el país.

En la esfera estrictamente política, el proceso más importante fue, sin lugar a dudas, el que se abrió en el Partido Colorado, cuya "unidad monolítica" cedió espacio para el faccionalismo. Se crearon dos grandes corrientes: la "Militancia combatiente y stronista", que representaba a la línea dura del régimen, y el "Movimiento Tradicionalista Colorado", que expresaba a los blandos y aperturistas. En rigor, las divergencias se daban entre quienes pretendían conservar intactas las estructuras y los esquemas propios del stronismo, y los que promovían una fuerte metamorfosis; adecuación del régimen político a las nuevas exigencias internas y externas. En rigor, los "tradicionalistas" no eran anti-stronistas, sino que constituían el ala modernizante del régimen, mientras que los "militantes" eran vertebralmente conservadores.

El ámbito complejizado y conflictivo que se configuró sentó las bases para la emergencia de otras corrientes coloradas, algunas con posturas más radicales, y otras con posiciones más acomodaticias. Así, por ejemplo, el ex ministro del Interior de Stroessner, Edgar L. Ynsfrán, quien fuera condenado al silencio por casi dos décadas, salió a luz con un "Movimiento de Integración Colorada", que si bien levantaba reclamos similares a los de los "tradicionalistas", era partidario de la salida de Stroessner. Los del "Movimiento Ético y Doctrinario", por su parte, asumían discursos radicales por el fin de la dictadura, mientras que el pequeño núcleo llamado "Movimiento Nacional Patriótico" estaba dispuesto a negociar una buena inserción con la corriente hegemónica, como de hecho ocurrió en el marco de la polémica convención del 1° de agosto de 1987, cuando los "militantes combatientes y stronistas" se tornaron dominantes.

La pugna colorada fundamental se dio entre "tradicionalistas" y "militantes", y sólo cuando estos últimos se hicieron dueños de las estructuras partidarias es que los "tradicionalistas" comienzan a desarrollar la idea de un gobierno colorado sin Stroessner.

En cuanto a los sectores no oficialistas, tras la capitulación general de la oposición democrática, que simbólicamente podemos ubicar en 1967 -cuando todos los partidos prestan su consentimiento para la elaboración de una nueva Constitución Nacional- ésta entra a jugar un importante papel en la prorrogación del régimen stronista. Con su participación, primero en la Constituyente y después en el Parlamento, la oposición entró a legitimar el sistema. Por una cuestión de rigor es preciso aclarar que no todos se prestaron al juego conscientemente; algunos llegaron a creer ingenuamente, que desde dentro se podían mejorar las cosas.

En 1976 -envalentonada por la "política de derechos humanos" que se impulsaba desde los centros internacionales de poder y que insinuaba una oleada redemocratizadora en el Cono Sur- una fracción del Partido Liberal Radical, PLR, liderada por Domingo Laíno, planteó:

-           la formación de un "Partido Liberal Unificado", como primer paso para la posterior constitución de un frente antidictatorial, y

-           la aplicación de una política de aislamiento al gobierno, para favorecer el desplazamiento del stronismo.

La Constituyente de 1976, convocada para limpiar el camino del obstáculo legal que imposibilitaba la reelección de Alfredo Stroessner, resultó ser unipartidaria, pues sólo los colorados concurrieron a las elecciones. Se dio luz verde para la reelección ilimitada del general Alfredo Stroessner.

No obstante, el "Acuerdo Patriótico" levi-lainista no duró mucho tiempo, terminando en la formación de cinco partidos liberales: el Partido Liberal, PL, y el Partido Liberal Radical, PLR, que se dispusieron a participar de las elecciones de 1978 y se beneficiaron con las ventajas inmediatas que el régimen ofrecía a cambio de la legitimación; el Partido Liberal Teeté, PLT, y el Partido Liberal Unificado, PLU, que resultaron castigados por el stronismo, por su participación en el intento unitario para aislarlo; y el Partido Liberal Radical Auténtico, que se reafirmó en su política de enfrentamiento al gobierno, promoviendo una aproximación a otras fuerzas de oposición.

Así, en 1978 cuatro agrupaciones. El Partido Liberal Radical Auténtico, el Partido Febrerista, el Movimiento Popular Colorado y el Partido Demócrata Cristiano, crearon el frente "Acuerdo Nacional", para la implementación de una política de más claro enfrentamiento con el gobierno.

Cada una de las organizaciones del "Acuerdo Nacional", sin embargo, apostaban al frente persiguiendo objetivos particulares. El Movimiento Popular Colorado, por ejemplo, buscaba reintegrarse al Partido Colorado, y coqueteaba con la oposición democrática para obtener ventajas en el momento de la reinserción.

El Partido Liberal Radical Auténtico apostaba a convertirse en un partido de masas, con base esencialmente campesina, y a ganarse la confianza de los factores internacionales de poder, así como de los gobiernos de los países vecinos; pretendía ser el depositario del gobierno después de Stroessner.

El Partido Febrerista apostó firmemente en sellar acuerdos con sectores empresariales importantes y en coquetear con militares disconformes; organización de escaso arrastre, apostaba en los acuerdos de cúpulas y en las eventuales conspiraciones. Un sector promovía un compromiso con los stronistas.

El Partido Demócrata Cristiano, mayoritariamente, buscaba hacerse de bases obreras, apoyándose en la Iglesia, mientras una pequeña fracción intentaba un acuerdo con Stroessner. Adhiriendo al social-cristianismo, y pese a actuar en un país con una población mayoritariamente cristiana, no consiguió penetración suficiente como para constituirse en una fuerza política expresiva.

Los círculos y pequeñas organizaciones de izquierda, aún no repuestos de los duros golpes recibidos durante los años 70, trataban confusamente de reformular sus análisis y propuestas, manejándose en la periferia del accionar político nacional.

Pese a las crecientes divergencias que se daban en el seno del Partido Colorado, sin embargo, tanto para los factores internos como externos de poder seguía siendo el depositario de la confianza para gobernar.

Un episodio anecdótico que se dio en 1979 ilustra acabadamente sobre el porqué. El responsable de la Inteligencia de los Estados Unidos, CIA, para el Cono Sur, había mantenido en la sede de la embajada norteamericana una entrevista con los principales representantes del Acuerdo Nacional. Concurrieron, entre otros, Domingo Laíno, Carmen Casco de Lara Castro y Miguel Ángel Martínez Yaryes, por el Partido Liberal Radical Auténtico; Alarico Quiñónez y Euclides Acevedo, por el Partido Febrerista, Luis Alfonso Resck por el Partido Demócrata Cristiano...

El alto funcionario americano hizo algunas preguntas a los representantes de la oposición democrática, acerca de la situación general del país: ¿Cuál es el nivel de inflación?, ¿Qué piensan que se puede hacer para radicar inversiones en el país?, ¿Cómo se están desempeñando las exportaciones?... La cúpula de la oposición democrática paraguaya no demostró apenas que poco o nada sabía de concreto sobre la realidad del país y sobre qué hacer para salir adelante, sino que puso enteramente al descubierto su total incapacidad para administrar el Estado. En realidad, a los Estados Unidos, por lo menos, no le restaba sino seguir apostando en los colorados.

Desde la perspectiva internacional, la potencia hegemónica mundial venía absorbiendo duros reveses que se dieron en la década anterior: la derrota militar y política en Vietnam del Norte, en 1975; la incapacidad de frenar los movimientos de descolonización en el África, en los años 70; la imposibilidad de controlar una solución maximalista en Irán, en 1979; la derrota de una de sus dictaduras predilectas en América Central, el caso de Nicaragua, en 1979; y el avance de la lucha guerrillera en otros países centroamericanos.

La Doctrina de Seguridad Nacional, concebida e impuesta en el marco de la Guerra Fría, que consistía esencialmente en apostar a dictaduras militares para frenar el "avance rojo", estaba cediendo paso a un nuevo esquema de control político y social; concepción conocida como Guerra de Baja Intensidad.

Desde mediados de los años 70, ya bajo la administración de Jimmy Carter, la nueva doctrina tomó la forma concreta de "política de los Derechos Humanos", en cuyo contexto se promovió la redemocratización en América Latina. Algunos países se sumaron rápidamente, como el caso del Brasil, donde se inauguró un proceso de democratización tutelada desde finales del gobierno Geisel, hacia 1978; la argentina, donde los militares fueron derrotados políticamente y obligados a retornar a sus cuarteles desde finales de 1983; en el Uruguay, donde cediendo a fuertes presiones populares se llega a un diálogo político-militar amplio en enero de 1984, donde se dio el golpe definitivo para el repliegue político de las Fuerzas Armadas.

En el Paraguay, concretamente, Stroessner tuvo que soportar la fuerte presión de los Estados Unidos a finales de los años 70. Caracterizando como "coyuntural" la "política de los Derechos Humanos", el gobierno concordó en hacer algunas concesiones, como ser la clausura del campo de concentración de Emboscada en 1978, acompañada de la liberación masiva de los prisioneros políticos.

La incompatibilidad del sistema con las nuevas exigencias locales y externas, sin embargo, siguieron manifestándose con fuerza, por lo que a medida que la crítica crecía, el régimen se endurecía. Y es como producto de esa dinámica, precisamente, que debe entenderse por qué Stroessner ordenó la clausura de dos importantes medios de comunicación de masas: la radio Ñandutí y el diario ABC color.

El resultado de las medidas mencionadas no fue el esperado para el régimen, sino lo contrario, pues llevó a más sectores y a más gente a pensar que esta situación no podía prolongarse.

Los representantes diplomáticos de los Estados Unidos que estuvieron en el Paraguay en ese entonces, no dejaron de expresar reiteradas veces que el gobierno de su país era favorable a un desarrollo democrático en el país, lo que les valió permanentes críticas del oficialismo.

 

EL AÑO 88

 

Un panorama global de lo que aconteció en el transcurso de 1988 ilustra acabadamente sobre el curso que iba tomando el país. Los principales hechos confirmaban plenamente las tendencias predominantes en la dinámica del proceso.

En el ámbito político, la "Militancia combatiente y stronista" consolidó su hegemonía al interior del Partido Colorado, promoviendo el proyecto de implantación de la dinastía Stroessner, con la propuesta de que Gustavo Stroessner sea el sucesor del padre. Ese año Alfredo Stroessner fue reelecto, pero propios y extraños veían su salud debilitada, por lo que se instaló en el centro del debate el tema de la sucesión.

Los "militantes" aplicaron una política excluyente, apostando a convertir al Partido Colorado en un Partido Stronista, y a las Fuerzas Armadas coloradas en Fuerzas Armadas stronistas. La depuración se puso en marcha, tanto en el partido como en las Fuerzas Armadas. En la administración pública, funcionarios importantes que estaban vinculados a los "tradicionalistas" fueron substituidos por adherentes a la "militancia", mientras que a lo largo del año, los jefes de las diversas unidades militares enfatizaban su lealtad al presidente Alfredo Stroessner.

La jugada de los "militantes" era simple: desalojar de todas las instancias de decisión administrativa y política a sus adversarios de adentro, para viabilizar la continuidad del régimen sin alteraciones de peso.

Los excluidos no tuvieron otra alternativa que lanzarse a hacer oposición abierta, llegando algunas corrientes internas a aproximarse a los partidos de oposición, con la finalidad de articular esfuerzos.

La corriente "tradicionalista", sin embargo, con penetración muy fuerte en las Fuerzas Armadas, ya estaba embarcada en un proyecto golpista, pues no veía otra manera de sacarse de encima a Stroessner y a los que ocasionalmente controlaban las estructuras del partido.

Esto quedó muy claro sobre todo en el mes de diciembre de 1988, cuando desarrolló una agresiva campaña propagandística, anunciando que siempre "existirá un 13 de enero", con lo que hacían alusión a la articulación entre colorados y militares en 1947, que posibilitó el retorno del partido al gobierno. El activismo "tradicionalista" -que presentaba a los "militantes" como usurpadores- puso en la defensiva a los "combatientes y stronistas".

La ruptura en el seno del Partido Colorado era un hecho, y se descartaba la posibilidad de un arreglo negociado.

La oposición siguió prisionera de sus poco desarrolladas propuestas. El Partido Liberal Radical Auténtico emergía como incuestionable fuerza hegemónica de la oposición democrática, aunque también enfrentaba un internismo, pues la tesis de Laíno, de "resistencia pacífica activa", no era compartida por otros líderes del sector, como el caso concreto de Miguel Abdón Saguier.

La discusión sobre si se participaba o no de las elecciones que se irían a realizar ese año, llegó en determinado momento a crear tensiones entre quienes sostenían posturas encontradas, prevaleciendo finalmente la adhesión al abstencionismo.

No obstante, ni como frente ni como organizaciones aisladas, la oposición daba muestras de vigor, por lo que no representaban peligro alguno para el oficialismo.

Un hecho político relevante fue aportado por la emergencia de un movimiento político independiente de tendencia progresista, el Movimiento Democrático Popular, que conducido por activistas de izquierda tenía un fuerte protagonismo en las movilizaciones, pequeñas o grandes.

De todas maneras, la debilidad de la oposición política era tal que un sector no político, la Iglesia, se vio llevada a cumplir un rol protagónico de primer nivel. En sus homilías, los sacerdotes se hacían eco de las inquietudes y preocupaciones de la población, así como de los problemas que afectaban sobre todo a los campesinos.

La "Militancia combatiente y stronista", muy sensible a cualquier crítica, reaccionó con virulencia ante los cuestionamientos de los religiosos, pero éstos tuvieron un fuerte respaldo en el marco de la visita del Papa al país, con lo que el conflicto estuvo relativamente controlado. Las colisiones entre el gobierno y la Iglesia, no obstante, se colocaron en una posición central, dándose momentos de alta tensión. Uno de ellos se dio hacia fines de 1988, en noviembre, cuando la Policía y efectivos de las Fuerzas Armadas sitiaron la ciudad de Concepción, para evitar que se hiciera un acto de desagravio a favor del monseñor Aníbal Maricevich, a quien un dirigente "militante combatiente y stronista" había acusado de "borracho".

Este hecho fue muy significativo, pues el militar interviniente fue el general Juan de Dios Garbett, conocido por entonces por su inclinación "tradicionalista". O sea: tuvo que cumplir, contra su voluntad, lo que le habían ordenado desde Asunción.

Otro momento de fuerte colisión se dio en diciembre del 88, en ocasión de prepararse la "Marcha por la vida", acto con el que se pretendía conmemorar el 40° aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Desde varios días antes de realizarse la marcha, la Policía procedió a detener a varios de sus organizadores. La marcha había sido convocada por 30 organizaciones políticas, sindicales, estudiantiles, sociales y culturales. Para cuando se realizó el acto ya había 35 personas detenidas. La marcha fue imponente, pues la prensa estimó en 20.000 el número de manifestantes, cifra alta considerando la feroz campaña intimidatoria que precedió a la manifestación. Hubo represión y alrededor de 100 detenciones; la Iglesia y el gobierno se seguían distanciando.

Desde el punto de vista social, el país atravesaba por una compleja situación, siendo relevante en ella el incremento incesante de los conflictos campesinos, que ya se venía arrastrando desde años atrás, pero que cobró fuerza ese año. Para tener una idea: en 1988 se dieron 19 conflictos de tierra, la mayor parte sin resolver, que involucraban a miles de personas. El problema campesino más grave era la falta de tierra para muchos, pero no se limitaba a eso.

Paralelamente, las organizaciones campesinas nacionales seguían ganando adherentes y capacidad de movilización. Dos eran los gremios campesinos nacionales más activos, el MCP, Movimiento Campesino Paraguayo, y la ONAC, Organización Nacional Campesina. Juntos con la también dinámica Asociación de Agricultores del Alto Paraná, ASAGRAPA, venían discutiendo la posibilidad de conformar una organización única: la Federación Nacional Campesina, con lo que las acciones podrían ser mejor articuladas y más fuertes.

Entre los asalariados, después del sonado conflicto de la fábrica Coca Cola, de principios de los años 80, se había constituido una instancia coordinadora de los sindicatos independientes: el Movimiento Intersindical de Trabajadores, MIT, cuyo dinamismo creciente, pese a sus escasos afiliados, le daba una creciente presencia en los conflictos laborales que se daban en diversos puntos de la República.

Los maestros, por su parte, habían creado una Organización de los Trabajadores de la Educación, OTEP, que prometía extenderse con rapidez, sobre la base de las pésimas condiciones en que trabajaban los docentes.

En el Hospital de Clínicas, desde 1986, se mantenía activa una sólida articulación entre médicos, funcionarios, enfermeras y estudiantes, que les posibilitaba realizar masivas movilizaciones.

Desde la perspectiva militar, la estrategia de la "militancia" apuntaba a depurar las Fuerzas Armadas de personas que no adhiriesen incondicionalmente al presidente Stroessner. Una cabeza molestosa para ellos era Rodríguez, el militar número 2 en el país. Tenían dificultades para sacarlo, sin embargo, pues era consuegro de Stroessner y no había dado muestras de deslealtad a lo largo de los 34 años de gobierno.

Rodríguez, por su parte, tenía ya sus planes esbozados en general, lo que se puso en evidencia en abril de 1988, cuando introdujo cambios en las jefaturas de los Regimientos de Caballería 2 y 3, donde designó a Pedro Concepción Ocampos y a Lino César Oviedo, respectivamente, que menos de un año después vendrían a jugar un papel clave en el golpe de Estado.

Desde el punto de vista interno, en síntesis, la "Militancia combatiente y stronista" se había adueñado del Partido Colorado, pero como contrapartida, la disconformidad política se había incrementado sensiblemente. En cuanto a lo social, los esquemas tradicionales de control comenzaron a ser rebasados por el surgimiento de nuevos actores, cuyo dinamismo les daba creciente presencia y fuerza. La lucha con la Iglesia resultó contraproducente para el oficialismo a los ojos de la opinión pública, y en las Fuerzas Armadas la depuración iría a ser más lenta, pues los adversarios eran fuertes. En pocas palabras, 1988 mostró claramente lo que se apuntó al principio: la sociedad se había tornado más compleja y el esquema de dominación social y política se mostraba inadecuado.

En cuanto al relacionamiento internacional, dos factores se consolidaban desfavorablemente para la continuidad del stronismo. Por una parte, en los países de la región avanzaba el proceso de redemocratización, por lo que inclusive el Paraguay era excluido de algunas negociaciones.

Por otra parte, el representante de los Estados Unidos en el Paraguay, Clyde Taylor, quien desde que se instaló en el país había privilegiado las relaciones con los grupos adversos al gobierno, se había ganado el cuestionamiento del oficialismo. No obstante, el diplomático insistía en afirmar que su país vería con buenos ojos un desarrollo democrático en el Paraguay.

La tensión llegó a tal nivel, que en un determinado momento los representantes paraguayos asumieron -para asombro de muchos- posturas que colisionaban con las de los Estados Unidos. Así, por ejemplo, el representante nacional se dirigió ante las Naciones Unidas, apoyando la incorporación de Corea del Norte ante la instancia multilateral, postura no compartida por los Estados Unidos.

Pero lo más revelador de las tensiones existentes entre ambos países fue que el responsable de las Relaciones Exteriores del Paraguay insistía en sus exposiciones sobre la necesidad de superar el "intervencionismo en los asuntos internos de cada país", con lo que abiertamente rechazaba la injerencia norteamericana en el proceso paraguayo.

 

 

¿POR QUÉ CAYÓ STROESSNER?

 

El general Alfredo Stroessner no fue derrocado porque cerró unas casas de cambio ni porque pasó a retiro o quiso pasar a retiro al general Andrés Rodríguez. Cayó porque el esquema de dominación social y política que encabezaba no respondía a las nuevas exigencias internas y externas.

El stronismo emergió como esquema de dominación política y social en un momento en que la realidad económica y social paraguaya presentaba rasgos aldeanos, con una economía atrasada, una clase empresarial débil y un sistema político vulnerable.

El esquema funcionó mientras la realidad no se alteraba, pero los cambios que comenzaron a darse en la década del 70 modificaron totalmente el país, en todas sus esferas, ante lo cual el stronismo se mostró obsoleto e incapaz de dar respuestas.

Una nueva realidad económica, dinamizada y crecida, dio lugar a la emergencia de nuevos actores sociales, que presionaron por compatibilizar su poder económico con el político. Esa nueva realidad, también, generó nuevas situaciones conflictivas, que debían ser administradas con mecanismos diferentes de los propios del régimen.

Por otra parte, en la arena internacional se configuró una nueva situación, que hizo que se abandonaran recetas tipo Doctrina de Seguridad Nacional, las que fueron substituidas por fórmulas de dominación más flexibles, que apostaban a la absorción antes que a la represión.

Tampoco es cierto que el golpe fue "preventivo", en el sentido de frenar un posible estallido social. Las movilizaciones presionaban por una mayor apertura y no más, por lo que debe descartarse que tanto en los centros de poder externos como internos se temiese a un proceso de transformaciones radicales, incontrolables.

Ni por cuestiones anecdóticas ni por cuestiones fantasiosas. El golpe se dio porque el sistema no se adaptaba a las nuevas exigencias y punto. Basta acompañar detenidamente los hechos que se sucedieron desde fines de los años 70 para constatar que fue así.

¿Por qué no se gobernó después del golpe con todos los partidos, con una suerte de "gobierno de unidad nacional"? Por dos motivos: uno, porque los componentes de las Fuerzas Armadas, desde 1949 y no desde 1954, eran obligatoriamente colorados, y se corría el serio riesgo de fracturas internas fuertes ante esa eventualidad; y dos, porque los sectores de la oposición no demostraban capacidad suficiente para participar de la administración del país, tal vez por los duros golpes que los fueron debilitando en cuadros durante décadas de represión.

Con el golpe de febrero de 1989 se abrió un proceso de apertura política, pero no se realizaron los cambios necesarios para viabilizar el país, cuyos desafíos de fondo eran y siguen siendo tres:

-           democratización política,

-           industrialización, y

-           cambio del sistema agrario.

Ocurre que para que una sociedad realice cambios de fondo es necesario que se dé una ruptura radical con lo anterior, y lo que se dio en el Paraguay fue otra cosa: se abrió un proceso de transición hacia la democracia, que conservó en lo esencial rasgos fuertes del régimen anterior.

Y esto se explica por una razón muy simple de comprender: los actores que intervinieron para desencadenar el cambio de gobierno, tanto internos como externos, no tenían la menor intención en impulsar transformaciones de fondo. Ni estaban llamados a hacerlo, por su propia extracción política y social.

 

 

PARTE III

LA NOVELA DE RODRÍGUEZ

 

 

1. ADIÓS A LA INDIFERENCIA

 

El 9 enero de 1982, antes de que el mayor de Aeronáutica Carlos Giménez viaje a Panamá para un curso de entrenamiento, el entonces teniente coronel Lino César Oviedo, ayudante del comandante del Primer Cuerpo de Ejército, general Andrés Rodríguez, va a visitarlo. - Giménez, el general Rodríguez quiere mantener una entrevista con usted -, le dice Oviedo.

Giménez aceptó la invitación y fue hasta la Caballería para conversar con Rodríguez. Era una tarde calurosa, y lo único que deseaba era que la entrevista fuese breve, pues era el cumpleaños de su madre y no quería faltar al festejo.

Rodríguez lo atendió rápidamente, y la conversación dejó intrigado al joven oficial de la Fuerza Aérea, pues el jefe militar le habló de la necesidad de ir pensando seriamente en promover cambios en el país, pues -según decía- la situación se estaba tornando insostenible, ya que el entorno del presidente Alfredo Stroessner tenía una sed ilimitada de poder.

Giménez no entendió por qué el general Andrés Rodríguez lo eligió a él para decirle eso, pero prometió guardar silencio sobre la cuestión, sobre todo después de que Lino Oviedo le haya advertido varias veces sobre la necesidad de mantener en secreto que se hizo el encuentro, "y más aún lo que se conversó".

Meses después retornó Giménez de Panamá, y ahí se incorporó a un grupo cercano a Rodríguez, donde la figura principal era el empresario y piloto Eligio Viveros Cartes, en cuya oficina solía participar de reuniones, en las que «no siempre, pero muchas veces, se hablaba sobre la situación general del país y se coincidía sobre que había cosas que habría que cambiar.

En rigor, el general Andrés Rodríguez venía pensando sobre la necesidad de realizar cambios de hombres en el gobierno desde hacía poco tiempo. Lo que más le molestaba era el surgimiento del llamado grupo "militante combatiente y stronista", cuyo peso en la administración del país y en la gestión del Partido Colorado crecía sin cesar.

Rodríguez había hecho buenos negocios bajo el gobierno de Stroessner, y para entonces ya era considerado uno de los hombres económicamente más poderosos. Por lógica no tenía por qué preocuparse de lo que acontecía en el Partido Colorado ni en el gobierno, pero le asustaba la posibilidad de perder todo lo que había conseguido acumular a lo largo de esos años.

Por otra parte, su círculo de amigos más próximos, que no eran ni nunca fueron los "militantes", siempre le insistían sobre que él era el único que podía poner en orden la casa, lo que implicaba lisa y llanamente, frenar a los "militantes".

Pero el general tenía un conflicto de fondo: los "militantes" eran el entorno del presidente Alfredo Stroessner, y éste era su consuegro. Además, no dejaba de reconocer que el presidente siempre había cooperado con él.

Pasaron semanas, meses y años, sin embargo, y antes que mejorar las cosas, empeoraban. Los "militantes" se volvieron más soberbios y prepotentes; más ambiciosos y excluyentes. No podía dejar de admitir que no le gustaba eso, pero tampoco estaba dispuesto a patear el tablero. Tenía la esperanza de que todo se iba a reencauzar en determinado momento.

Allá por junio de 1986, en ocasión de asistir a un casamiento, se encontró accidentalmente con el dirigente demócrata-cristiano José Burró. Este estaba un poco alegre, pues se había bebido algunas copas, pero tenía plena conciencia de lo que decía. Se acercó a Rodríguez, y le dijo: - General, usted es la única esperanza para este país, ¿qué es lo que esté esperando? -.

Rodríguez no le dio importancia en el momento, pero se puso a reflexionar sobre el tema al acostarse. "Tuve una buena carrera militar -se dijo a sí mismo-, no tengo aprietos económicos, pero tampoco tengo ambiciones políticas. ¡Vamos! ". Esa noche durmió tranquilamente.

No pasaron muchos meses, sin embargo, hasta que en otro evento social se encontró con el dirigente febrerista Euclides Acevedo, una persona que pese a que no le era próxima, le resultaba simpática, tal vez por sus giros muy peculiares al hablar. Acevedo le pidió conversar un momento en privado, a lo que el general accedió. - Mi general -le dijo-, yo le quiero decir que el día en que usted se disponga a arreglar todo este despelote, me tendrá a su lado. Por muchos viajes que hice en estos años tengo muy buenos contactos en el exterior, con autoridades, empresarios y personalidades. Quiero que no se olvide de esto -.

Rodríguez tampoco le dio importancia al episodio, pues se habían dado otros similares anteriormente, pero le llamó la atención el hecho de que se dirigiesen a él como si fuera el que pudiera solucionar todo. Se consideraba apenas un jefe militar más. Pero no era así: además de ser el segundo hombre fuerte del país, era visto por muchos como el menos vinculado al entorno de Stroessner.

Hacia 1986, junto con algunos amigos civiles y militares, entre los que se encontraban Francisco Appleyard, Enrique Díaz Benza, Humberto Garcete, César Prieto y otros, Rodríguez formó un grupo de entretenimiento muy agradable. Jugaban a veces al tenis, sobre todo en primavera y verano, y a los naipes o a los dados en los días de frío. El círculo era conocido como el "grupo de tenis", y los días de encuentro eran generalmente finales de semana, si bien también los miércoles se solían reunir.

Las conversaciones que se dieron en ese grupo fueron las que fueron cambiando gradualmente la actitud indiferente que Rodríguez tenía con respecto a la política. Para aclarar: siempre se consideró colorado, pero nunca tuvo ganas de meterse de lleno en las actividades partidarias, pues entendía que había cosas más interesantes y placenteras que hacer.

Como del grupo participaban personas que desarrollaban actividades en distintos ámbitos, se hablaba de todo: desde deportes hasta negocios, pasando por política.

Cuando a mediados de 1987 se tornaba imposible detener el avance de la "Militancia combatiente y stronista" en el Partido Colorado, Rodríguez sintió la necesidad de prestar mayor atención al tema. Desde muy tempranamente odiaba a los "militantes", a los que consideraban irrespetuosos e insaciables; perversos y perniciosos.

En uno de esos encuentros del "grupo de tenis", el avance de la "Militancia" se convirtió en el centro de la discusión. Al principio fue en broma; se tomaron de las permanentes metidas de pata de Mario Abdo Benítez, socializando los últimos chistes que sobre él circulaban. Recordaron, también, entre risas y tragos, que cuando J. Eugenio Jacquet asumió el Ministerio de Justicia y Trabajo, resaltó en su currículum que había hecho un curso de detective privado por correspondencia. Después se comenzó a hablar más en serio.

Sabino Augusto Montanaro, ministro del Interior de Stroessner, era un personaje polémico, pues tenía la lengua muy suelta, por lo que reaccionaba a la critica con réplicas sarcásticas y corrosivas, lo que en nada contribuía, a criterio de los miembros del "grupo de tenis". Así, por ejemplo, recordaron que cuando los Estados Unidos presionaban al gobierno de Stroessner por una mayor apertura, Montanaro había amenazado con lanzar sobre la capital norteamericana las bombas coloradas.

Los nombres de otros personajes de la "Militancia" saltaron a la mesa, sobre los cuales se contaron diversas anécdotas: Pastor Coronel y sus "macheteros de Santaní", Ramón Aquino y su persuasivo equipo "moderador", "Popol" Perrier y el caso del "criadero"...

Ya era un poco tarde, y Rodríguez planteó informalmente conversar sobre la cuestión de manera más seria: "Díganme, ¿a ustedes les parece que habría que dejar que esto se siga prolongando?". Todos quedaron mudos, pues no entendieron bien el alcance de la pregunta; ¿que se siga prolongando qué?

Díaz Benza rompió el silencio, diciendo en tono mesurado que había cosas que realmente no deberían reproducirse, como los ataques sistemáticos a los religiosos y la represión muy fuerte contra la oposición y la prensa.

Otros se sumaron con otras observaciones: "la Justicia es una verdadera parodia", dijo uno. "La política económica más bien ahuyenta a los inversionistas", observó otro. "Hay una suerte de ensañamiento con los opositores", sentenció otro. Se habló de todo, pero de nada en particular, pese a que todo lo que se dijo tenía una fuerte inclinación cuestionadora sobre lo que estaba sucediendo en el país. La noche terminó como una más, a excepción de para Rodríguez.

De vuelta a su casa, el comandante del Primer Cuerpo de Ejército se puso a reflexionar sobre algunas cosas que se habían comentado, y le pareció, en principio, que la situación general no estaba bien.

De ahí en adelante, las charlas en el seno del "grupo de tenis" se volvieron más politizadas. Aún no se hablaba de salidas posibles, pero se coincidía en que la cuestión no podía seguir así.

Cuando Luis María Argaña, por entonces presidente de la Corte Suprema de Justicia, se sumó al grupo encontró un terreno favorable para expresar sus inquietudes y puntos de vista. En ningún momento se sistematizó la discusión, pero el intercambio de opiniones sobre la realidad política fue ganando espacio. Categórico en sus apreciaciones, y sin ocultar su inclinación por la corriente colorada "tradicionalista", el cultivado jurista aseguraba que el país no iría adelante si los "militantes" no fueran derrotados, primero, y minimizados, después, al interior del Partido Colorado.

"El problema no es Stroessner, sino el entorno que lo rodea y le hace hacer disparates", decía Rodríguez. De hecho, la figura del presidente era preservada de las críticas, pero se creía que ya estaba con una edad muy avanzada y una salud delicada, lo que le imposibilitaba ver con claridad que quienes lo rodeaban en realidad lo estaban hundiendo.

El proyecto político de la "Militancia combatiente y stronista" llegó a tener rasgos claramente demenciales: conscientes de que Stroessner no sería eterno, esbozaron un plan para instalar la dinastía Stroessner, alimentando la idea de llevar a Gustavo Stroessner como sucesor del padre.

Para ellos la ventaja era clara, pues de todos los hijos de Alfredo Stroessner, Gustavo era el más manipulable. Si bien nunca había tomado con seriedad la carrera militar, Gustavo era oficial de la Aeronáutica, y ostentaba el rango de teniente coronel. Más afecto a los negocios y a la diversión, ni solía concurrir a la sede de la Fuerza Aérea, pero cuando se le calentó la cabeza con el tema de la sucesión, comenzó a participar más activamente de algunos eventos castrenses. En la Aeronáutica, concretamente, un círculo de adulones de su misma promoción constituía su entorno militar.

El proyecto de los "militantes" colisionaba frontalmente con las intenciones de las otras fracciones coloradas, y estaba en contramano con el curso de los acontecimientos internacionales. El "cuatrinomio de oro", sin embargo, no veía otra alternativa para perpetuarse en el poder.

Esto era conocido por todos, y obviamente también preocupaba a Rodríguez y a sus allegados.

Cuando en 1987 la "Militancia" se insinuó como fuerza hegemónica al interior del Partido Colorado, la preocupación se multiplicó, y se empezó a pensar que la solución efectiva del problema pasaba por una cirugía mayor. Los hechos posteriores confirmaron el diagnóstico, sobre todo el resultado de la convención colorada del 1° de agosto de 1987, que instaló definitivamente a los "militantes" como fuerza dominante, abriéndose un agresivo proceso de exclusión de los representantes y adherentes de las demás corrientes internas. De hecho, para viabilizar el proyecto de implantación de la dinastía era imprescindible depurar tanto el partido como su principal aliado, las Fuerzas Armadas.

Cuando los "militantes" comenzaron a avanzar en el programa de stronización del partido y de las Fuerzas Armadas, se creó un conflicto que ellos no tenían condiciones de medir. Los colorados querían seguir en el poder, pero no necesariamente con Stroessner, y los militares querían seguir teniendo un peso decisivo en las decisiones y en la administración, pero no subordinándose al sector más retrógrado del partido.

Esto lo vio y sintió Rodríguez así, por lo que empezó a expresar posiciones que estaban más próximas de las de los "tradicionalistas" que de las de las otras corrientes. Por otra parte, lo que los "tradicionalistas" sobre todo habían preservado era la fuerte tradición de golpear las puertas de los cuarteles cuando las cosas se ponían complicadas y adversas, y fue así que comenzaron a acercarse a Rodríguez no solamente para compartir inquietudes comunes, sino para estudiar la viabilidad de una intervención militar que revirtiese el cuadro desventajoso.

La idea de que sólo un golpe de Estado podría restituir la articulación militar-colorada sobre bases razonables maduró entre setiembre de 1987 y comienzos de 1988.

En teoría, todo resultaría fácil: Rodríguez sería el jefe militar del movimiento, y Argaña el jefe político. Había un problema, sin embargo, que no resultó simple de resolver. Se tenía que contar con la anuencia de los Estados Unidos, cuya influencia era muy grande en el país.

De hecho, desde mediados de los años 70, los norteamericanos enviaron al Paraguay representantes que cuestionaban abiertamente al stronismo. Fue el caso de Robert White, primero, y de Clyde Taylor, después. Con nada encubierta aversión al sistema vigente, los diplomáticos estadounidenses no reservaban críticas al gobierno, y no dejaban de poner de manifiesto su simpatía hacia los sectores de oposición.

La presión fue significativa y no se limitó a los embajadores. Otras autoridades y parlamentarios de los Estados Unidos que venían al país, se manifestaban favorables a un desarrollo democrático, cuestionando la dureza del régimen muchas veces sin guardar la compostura.

Pero en los Estados Unidos, el general Andrés Rodríguez no era bien visto, pues se lo vinculaba con actividades delictivas que afectaban directamente a la potencia del Norte. Ese era un problema real, que tornaba más compleja la solución del problema paraguayo.

Confiados en los buenos vínculos que los "tradicionalistas" tenían en el Norte, se esbozó un plan para tornar aceptable al cuestionado general. No fue fácil, pues al principio los norteamericanos se pusieron duros. ¿Por qué no buscan otro referente militar?, decían, a lo que se les respondía que no había.

Para los Estados Unidos, en realidad, la solución del problema paraguayo tenía pocas salidas: la oposición sería incapaz de desplazar a Stroessner, ni por medio de los votos ni por medio de las armas; tampoco tenía un plantel preparado para administrar el país, hecho que pudieron constatar en varios contactos. O sea, para los pragmáticos del Norte, la salida no era esa.

Restaba apenas trabajar con el Partido Colorado, o más concretamente, con las fracciones más representativas del partido, que se mostraban favorables al desplazamiento de Stroessner. Entre estas fracciones, obviamente, la corriente "tradicionalista" era la de mayor peso y confiabilidad.

Se sentaron bases para un entendimiento: Rodríguez sacaría a Stroessner, primer favor, y abandonaría las actividades molestosas para los norteamericanos, segundo favor; a cambio de su total "blanqueamiento", por una parte, y de un apoyo explícito al proceso que iría a inaugurar, por otra. El acuerdo se cerró así.

Sin buscar, Rodríguez se había colocado en la posición de pieza clave para el futuro paraguayo, en un corto período de tiempo.

A comienzos de 1988 todas las cartas fundamentales ya estaban jugadas; era cuestión de preparar el desenlace. Conspirar contra Stroessner implicaba cavar la propia fosa a 10 metros bajo tierra; muchos sabían de eso, y Rodríguez también. Se puso a esbozar, entonces, un fino tejido, que debía ser trabajado con suma delicadeza durante un tiempo relativamente prolongado, pues ni entre los civiles ni entre los militares había mucha gente confiable, por una parte, y Stroessner tenía una sólida red de sustentación, por otra.

A nivel político escogió a Luis María Argaña como interlocutor. A Juan Ramón Chaves ya lo veía muy desgastado para eso. En la esfera militar, hizo un estudio que apostó a identificar claramente a posibles aliados y posibles adversarios.

Sus planes no fueron revelados tempranamente, pues eso podía filtrarse y terminar en una gran frustración, en el mejor de los casos.

Lo que sí ya estaba definido a esa altura era la decisión de derrocar a Stroessner.

 

 

2. HÁBIL CONSPIRADOR

 

Andrés Rodríguez veía claramente que la situación que se propuso revertir presentaba más dificultades de las que a primera vista podrían verse. Su aliado político principal era fuerte, pero no había sido capaz de derrotar al "cuatrinomio". En las Fuerzas Armadas, la cuestión se presentaba aún más compleja, pues los eternos generales leales a Stroessner controlaban el grueso de las fuerzas.

Le seducía, sin embargo, la idea de convertirse en una suerte de prócer, pues se trataría nada menos que de desalojar del Palacio de López al que en el siglo presente lo ocupó por más tiempo. Tenía buenas noches, a veces, en que soñaba que su imagen se erigía a la estatura de un Francisco Solano López, y malas noches, otras veces, en que terribles pesadillas lo despertaban, constatando después que en realidad sus intenciones no habían sido descubiertas.

La primera medida práctica que tomó fue rodearse internamente de militares leales, para lo cual eligió a hombres ambiciosos de poder. En ese entonces, su ayudante era el teniente coronel Lino César Oviedo, con quien Rodríguez siempre había compartido inquietudes, pero con quien nunca antes había hablado de posibilidades concretas.

Como había estado muchos años cerca y como sabía que el oficial aspiraba a ser poderoso en el futuro, Rodríguez lo eligió como interlocutor. Al principio le habló de manera general: - Mire Oviedo, le he comentado muchas veces sobre mis cuestionamientos al manejo del país. Yo pienso que debemos ir preparándonos para cosas más concretas. Usted sabe que Stroessner está muy desgastado y enfermo, y no sería el caso de que llegado un momento tengamos que aceptar las locuras que piensan los Mario Abdo, Montanaro, Esquivel y los otros -.

"Sí, mi general -le respondió Oviedo-, y usted debe saber que yo estaré con usted en lo que decida hacer; ahora o más adelante". Los ojos de Oviedo se iluminaron como luces cuando escuchó a Rodríguez. Estaba seguro de que el futuro le depararía un papel importante.

Para Rodríguez el primer paso en el proceso conspiraticio consistía en asegurar un buen frente interno, incluso para resistir en el caso de una adversidad. En abril de 1988 introdujo cambios en la Caballería, promoviendo a oficiales de quienes esperaba que estén a su lado en el momento oportuno. Lorenzo Carrillo Melo fue al Primer Regimiento, en el Chaco, Pedro Concepción Ocampos fue designado jefe del Segundo Regimiento, en Cerrito, Lino César Oviedo fue al Tercer Regimiento, la unidad motorizada, y Oscar Díaz Delmás, al Cuarto Regimiento.

La designación de Oviedo sobre todo provocó mucho ruido, pues se comentó públicamente que razones poderosas debieron existir para que el comandante del Primer Cuerpo de Ejército se desprendiese de uno de sus hombres de mayor confianza.

Al efectivizarse los cambios, Rodríguez se sintió más seguro, pues con Víctor Aguilera Torres como comandante de la Primera División de Caballería y los nuevos nombramientos en los Regimientos, confiaba en que podría contar con el pleno respaldo de la Caballería.

Recordaba con frecuencia una célebre frase del coronel Rafael Franco: "El que tiene el poder en Campo Grande, tiene el poder en el país", y eso le hacía sentir confiado. La realidad militar paraguaya, sin embargo, había cambiado en las últimas décadas, y existían fuerzas cuyo poder de combate era muy fuerte, como los casos concretos de la Fuerza Aérea, con aviones de alto poder destructivo, y el Regimiento Escolta Presidencial, con una dotación de alrededor de 1.500 hombres, bien entrenados y bien armados.

 

Conversó con Humberto Garcete sobre el tema militar, pues era el oficial de mayor graduación en quien más confiaba. El mapeo fue simple: la Aviación, la Policía, la Artillería y el Regimiento Escolta Presidencial constituirían las fuerzas enemigas a las que habría que derrotar o controlar, pues era seguro que se mantendrían leales a Stroessner.

Las otras fuerzas debían ser trabajadas, con discreción y cuidado, sobre la base de un terreno firme. El caso de la Primera División de Infantería, comandada por el general Eumelio Bernal, era el que más fácilmente se plegaría a la conspiración, pues a Rodríguez le constaba que Bernal compartía sus mismas preocupaciones. Era cuestión de hablar con él en el momento adecuado.

En el caso de la Armada, comandada por el vicealmirante Eduardo González Petit, la cuestión era un poco más compleja, pues se desconocía lo que el jefe de la Marina pensaba. Se montó, entonces, un esquema para saber con certeza qué opinaba el jefe naval. Un dato auspicioso había: era el hijo de Dionisio González Torres, político que simpatizaba con el "tradicionalismo". De todos modos, habría que saber lo que el comandante pensaba.

Se dice que cuando algo va a salir todo encaja, y eso fue lo que ocurrió en el caso de la Marina. En el marco de un encuentro social, González Petit dijo: - La Armada está llamada a jugar un papel importante en la definición del futuro del país; y cuando llegue ese momento yo me voy a aproximar al general Andrés Rodríguez -. En un país en que todo se sabe, obviamente que el mensaje llegó rápidamente a oídos del comandante del Primer Cuerpo de Ejército. Este se puso contento; era una señal positiva, pero insistió en tener una respuesta más directa a su inquietud. Pidió a Humberto Garcete que hablase con él, y el resultado fue más que alentador. Sin escuchar a Garcete, González Petit se adelantó y le dijo: - Dígale a Rodríguez que él es mi Comandante en Jefe -.

Para mediados de 1988 Rodríguez ya tenía resuelto en lo esencial el tema militar: tendría en pleno a la Caballería, y contaría con el apoyo de la Primera División de Infantería y de la Armada.

En cuanto al tema de la Aeronáutica, un amigo empresario, de entera confianza, le garantizaba que se podría neutralizarla. Eligio Viveros Cartes, amigo de muchos pilotos, tenía contactos privilegiados con muchos oficiales de la Fuerza Aérea.

Resuelto el tema desde el punto de vista militar, se planteaba a Rodríguez qué hacer en la arena política. Su apuesta fue definida, y no titubeó en hacerlo: trabajaría con Luis María Argaña, jurista y político prestigioso que estaba próximo al "tradicionalismo". Tenía, además, un grupo de amigos empresarios, que cooperarían en diversas esferas en el momento adecuado.

"Usted tiene que salir del Poder Judicial y tirarse a liderar el "tradicionalismo ", de modo que se pueda avanzar en el proyecto de derrocar a Stroessner Y no se olvide que usted es mi candidato a presidente ", le dijo Rodríguez a Argaña, ya a principios de octubre de 1988, cuando la conspiración ingresó en su trecho final.

Ocurría que desde el punto de vista militar habría condiciones de llevar a cabo un golpe exitoso, pero la cuestión política no estaba muy bien definida. Los "tradicionalistas" se mostraban críticos, pero eran tímidos en sus acciones, por lo que no había garantías sobre que pudieran manejar el problema colorado.

En diciembre, Argaña, cuyas ganas de llegar al Palacio de López estaban a la vista, tomó la determinación de abandonar el Poder Judicial y se lanzó de lleno a la arena política, asumiendo el liderazgo del "tradicionalismo".

Complotado con Rodríguez, durante todo el mes de diciembre desarrolló una agresiva política orientada a preparar a la masa colorada para el cambio. Su estrategia fue simple: caracterizaba a los "militantes" de usurpadores, y amenazaba con un nuevo 13 de enero, o sea, con la articulación de militares y colorados para controlar el gobierno. Imprimió un gran dinamismo al movimiento cuestionador.

Rodríguez tenía otros factores favorables a su favor: el agudo conflicto de la Iglesia con el gobierno, y el creciente descontento social, urbano y rural, social y político.

Pensó que era el momento propicio, y comenzó a desarrollar planes concretos. Primero se propuso detener a los jerarcas stronistas, pero el plan fue abandonado por la complejidad que presentaba, después ya apostó directamente en la acción militar.

Tomó contactos directos con sus eventuales aliados. Marcó una reunión con González Petit y le dijo: - Vicealmirante, lo único que le pido es que sus fuerzas se mantengan neutrales; la Caballería va a tomar cuenta de la situación -.

González Petit le respondió que sus fuerzas entrarían en combate para asegurar el triunfo del movimiento golpista, y se ofreció a tomar la Policía de la Capital y el Palacio de Gobierno, así como a cooperar para controlar a las eventuales milicias de Ramón Aquino.

Como los agentes de la Inteligencia stronista estaban encima de los mismos, como consecuencia de los rumores, Rodríguez le planteó un sistema de comunicación que no los involucrase directamente. - En adelante, el coronel Lino César Oviedo, o el coronel Martínez serán mis mensajeros -, le dijo Rodríguez. González Petit, a su vez, decidió que el portavoz de la Armada sería el capitán Carlos Machuca.

Con el general Eumelio Bernal, jefe de la Primera División de Infantería, Rodríguez había acordado que la neutralización de algunas unidades menores quedaría a cargo de la Infantería.

Las condiciones políticas y sociales eran favorables; el tema militar estaba resuelto. Faltaba apenas fijar día y hora. La conspiración había sido un éxito.

 

 

3. LA NOCHE DE LA CANDELARIA

 

El día "D" fue marcado para el 3; la hora "H" para las 03.00. Todos estaban preparados para la jornada de la madrugada, cuando un incidente vino a precipitar los hechos.

Rodríguez mantenía un sofisticado control sobre la casa de "Ñata" Legal, mujer de Stroessner, pues desde el terreno de Zuccolillo grababa las conversaciones telefónicas y los diálogos, por medio de aparatos ultrasensibles.

Su idea era simple: preso el presidente, los demás quedarían sin condiciones de reaccionar, y se evitaría enfrentamientos. Cuando Stroessner llegó a la casa de "Manito" Duarte para jugar a los naipes, llamó a "Ñata" y le dijo: -Voy a pasar por ahí a eso de las ocho y media de la noche -. Eran apenas las 17.00 de la tarde; y a Rodríguez se le ocurrió que podía solucionar el pleito sin pelea.

"¿Quién se atreve a tomarlo prisionero?", preguntó a los oficiales que estaban en ese momento con él, y rápidamente el coronel Eduardo Allende dijo "Yo". El operativo, irreflexivamente decidido por Rodríguez, fue preparado aceleradamente. Se trajeron camiones del Servicio Agropecuario para trasladar a las tropas, y se distribuyeron las responsabilidades. La improvisada maniobra terminó en un ruidoso fracaso, que le costó 11 muertos a la Caballería.

"Estos son los resultados que traen los que se ofrecen ", dijo enojado Rodríguez, al enterarse del fracaso. Al disgusto le siguió la depresión. Eligio Viveros Cartes, que lo conocía muy bien, se percató de ello y trató de reanimarlo. - No te preocupes, Rodríguez, vamos a hablar con Oviedo y que comience el ataque al Escolta -. Primero Rodríguez trató de comunicarse por radio con Oviedo, y al no conseguirlo casi golpeó al responsable de las comunicaciones. - ¡Esto no funciona, carajo!, dijo y subió con Viveros Cartes al automóvil de su esposa, para dirigirse al Tercer Regimiento de Caballería.

Nervioso y apurado, ordenó al chofer que atropellase la barrera de acceso al Regimiento, lo que casi tuvo una derivación fatal, sorteada por Viveros Cartes, quien gritó el santo y seña: - Puente Remanso -, lo que hizo desistir al guardia de disparar. Habló brevemente con Oviedo y en seguida se embarcaron las tropas. Los tanques fueron saliendo apresuradamente, y de uno de ellos se soltó una ráfaga de ametralladora que casi terminó con la vida del jefe del golpe. "No hay problemas, es parte del calentamiento", dijo Rodríguez, aparentemente sin preocuparse.

Inmediatamente a la salida de Oviedo, se ordenó a todos los demás comandantes de las fuerzas que intervendrían en el golpe, que se lanzaran sobre sus respectivos objetivos. Entre las 21.15 y las 22.05 se vivió en el puesto comando del Tercer Regimiento de Caballería un momento cargado de tensión. Rodríguez estaba acompañado apenas del coronel Laguardia, los capitanes Herlich Cabral y Víctor Insfrán, sus pilotos, y Eligio Viveros Cartes. El silencio era total.

Cerca del Regimiento estaba estacionado el helicóptero que lo sacaría a la estancia Concordia, de Saccarello, en el Chaco, desde donde huiría del país en el caso de un revés militar. No era el final que deseaba, pero el interminable silencio le mostraba que tal vez ese sería su destino.

La tensa calma se rompió cuando un vehículo con luces encendidas apareció en la unidad. Rodríguez se descontroló y recibió al coronel que no había respetado la orden de moverse a oscuras con una bofetada que lo hizo trastabillar hasta casi caer al suelo. Sus acompañantes lo llamaron a la calma.

De pronto sonó la radio, y el vicealmirante González Petit anunció que la Policía ya había sido sitiada. Bernal también se hizo escuchar, dando informaciones sobre sus movimientos. Rodríguez levantó las manos, anunciando un triunfo.

Desde que habían llegado al Comando en Jefe para refugiarse, Gerardo Johannsen y Gustavo Stroessner no dejaban de usar el teléfono. Llamaban a todos sus posibles aliados para pedir auxilio. Gustavo habló con varios oficiales de la Aeronáutica:. - Mire Yebrán, hable con Chiola y Maldonado para preparar el operativo "Ñemboty ". Quiero que se armen a full todos los helicópteros y aviones y que salgan a volar para destruir todos los tanques de la Caballería. Llámele a Soto, para que retorne a la Aeronáutica y prepare la fuerza para combatir -. El coronel Yebrán asintió, y por momentos parecían ser dueños de la situación en la unidad. No pasaría una hora, sin embargo, para que todos los leales a Stroessner fuesen capturados por los oficiales de aviación que estaban vinculados al complot.

Fretes Dávalos llamó a la Policía de la Capital a eso de las 22.30, y la respuesta del general Alcibíades Brítez, jefe del cuerpo, fue desalentadora: - Estamos resistiendo con pocos hombres y pocas armas los violentos ataques de la Marina. Realmente no tenemos condiciones de auxiliarlos -. Fretes Dávalos entonces preguntó de Galo Escobar, jefe de las Fuerzas de Operaciones Especiales. "A Escobar lo tragó la tierra ", respondió Brítez.

El tableteo de las ametralladoras, los morterazos y los cañonazos mostraban al Escolta que la cuestión iba en serio. Hacia las 00.00 horas el tema ya estaba definido. La Aeronáutica estaba bajo control rebelde; a Brítez y a Pastor Coronel ya los habían llevado a la Caballería. Más de impotencia que de miedo, Gustavo comenzó a llorar. El presidente se irritó y le dio una fuerte bofetada. - Cálmese -, le ordenó. Inmediatamente se dispuso a hablar con Rodríguez. Desgastado, el presidente no se engañó en cuanto a lo que había sucedido. Se lo había derrotado.

Después de varias negociaciones telefónicas, Stroessner se preparó para salir de su refugio. El fuego paró. - Buenas noches, presidente, el general Rodríguez me ha ordenado que lo lleve a la Caballería -, le dijo Lino Oviedo, saludando al depuesto mandatario. Stroessner planteó primero ir a dormir en su casa, pero Rodríguez insistió en que se lo llevase a la Caballería.

El país acompañó por radio el desarrollo de los acontecimientos, y hubo una suerte de locura colectiva. A pocos les resultaba fácil creer que el que tan fieramente había controlado el Paraguay por casi 35 años, se encontraba prisionero en la Caballería. A la mañana, la gente ganó la calle, tratando de constatar con sus propios ojos que no se había tratado de un sueño.

En la Caballería la madrugada se tornó más larga. Rodríguez pensó satisfecho que ya había cumplido con su misión, pero como al mediodía del 2 le había hecho una promesa a Oviedo, no tenía claro qué hacer. El día antes, a eso de las 11.30, el coronel Lino Oviedo se le había presentado, planteándole un conflicto. "Permiso, mi general -le había dicho el dinámico coronel-, ¿es cierto que usted piensa entregarle el gobierno al doctor Argaña?". Rodríguez le confirmó que así era. "En ese caso -replicó Oviedo- quiero que se me considere fuera de la operación". Oviedo sería clave para el golpe, por lo que Rodríguez le prometió revisar la idea. - Le prometo que voy a pensar en otra salida -. La respuesta tranquilizó al coronel.

Durante la madrugada del 3, precisamente, Rodríguez y un grupo de allegados civiles y militares barajaron las diversas alternativas. - Se puede instalar una Junta Militar -, sugirió Bernal, con lo que todos los militares concordaron. - ¿Y quién va a entrar por la Aeronáutica? -, preguntó González Petit. - Llámenlo a "Cara Cortada" -, definió Rodríguez.

Entre los civiles, el jurista Martínez Miltos advirtió sobre un problema: - En ese caso, usted estará al frente de un gobierno de facto, pues la Constitución no contempla la figura de la Junta Militar. La cuestión está en que usted sea presidente, y después convoque a elecciones -. El argumento parecía irrefutable, y se decidió hacer lo sugerido por el jurista. Se consiguió la renuncia de Stroessner y en la tarde del 3 juraría Rodríguez como presidente.      

Argaña se sintió frustrado. Esa noche soñó en un 13 de enero diferente: con el apoyo de los militares, llegaba al Palacio de López. Al despertar, pensó que ya tendría otra oportunidad. (Ni siquiera se imaginaba que la misma persona que frustrara sus posibilidades de 1989, lo volvería a hacer por medios fraudulentos en 1993, y por medios legítimos en 1998)

 

4. EL EXILIO FORZOSO

 

En la mañana del 3 llegó apresurado el coronel Medina a la Caballería, acompañado de un joven, que aseguraba que podía ayudar a obtener el rápido reconocimiento del gobierno de los Estados Unidos al nuevo gobierno del Paraguay.

"Yo soy amigo del hijo de George Bush -decía Martín Burt y me gustaría llamarle para pedirle que hable con su padre para que el gobierno de los Estados Unidos reconozca a Rodríguez como presidente del Paraguay". Había mucha confusión en ese momento, pero se aceptó el ofrecimiento del flemático joven, que aparentaba ser confiable. Desde el mismo Primer Cuerpo de Ejército Burt realizó las primeras llamadas a los Estados Unidos.

Pese a las gestiones de Burt, sin embargo, los organismos de decisión del poderoso coloso del Norte ordenaron a sus representantes en el país para que acompañasen el proceso abierto, con discreción y sin precipitaciones. La decisión de reconocer ya se había tomado; restaba apenas esperar el momento oportuno.

En rigor, las gestiones de Burt con el hijo de Bush en poco o nada ayudaron, pues los servicios norteamericanos ya habían previsto seis posibles comportamientos ante seis posibles escenarios. Esperaron apenas que se manifestasen las tendencias dominantes para actuar.

Un problema muy sensible era qué hacer con Stroessner. Alojado en la residencia de Andrés Rodríguez en la Caballería, el depuesto presidente se mantenía calmo, esperando que se decidiese sobre su suerte. Estaba seguro de que su consuegro le haría otra mala jugada.

Rodríguez había ordenado que se preparasen los pasaportes de Stroessner y todos sus posibles acompañantes, y sólo esperaba que algún país aceptase recibirlo para preparar el viaje. De todas maneras, Rodríguez ya había tomado las decisiones fundamentales: no quedaría preso, pero no quedaría en el país.

En la noche del 4 hubo un encuentro en el despacho del hasta un día antes titular del Primer Cuerpo de Ejército. - Nosotros pensamos que Stroessner tiene muy buenos amigos en el Brasil, y que lo ideal sería que fuese ahí -, decía Rodríguez al representante diplomático brasileño. Este se limitaba a escuchar, pese a que su gobierno ya había decidido recibirlo. La entrevista fue larga, pero tuvo un final aceptable para Rodríguez. El diplomático dio el "tudo bem" definitivo, fijando los límites del compromiso de su país.

Al día siguiente, el 5, Stroessner fue llevado al Aeropuerto Internacional para ser enviado al Brasil. Pese a sus reiterados pedidos para hablar con Rodríguez, éste no lo había aceptado. Se sentía avergonzado, pues le perseguía con insistencia el pensamiento de que casi todo lo que había logrado, en el terreno militar y económico, se lo debía al que había derrocado, que además era su consuegro.

No fue a despedirlo directamente, pero desde la oficina de Eligio Viveros Cartes, pudo ver el momento en que pesadamente Stroessner subía la escalerilla del avión. No pudo resistir; algunas lágrimas corrieron por sus mejillas.

 

 

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