EL PAÍS DE LAS MUJERES

Claudia Casarino, "Trastornos del sueño", camisones de tul, 2011

A poco de conmemorar el Día de la Mujer Paraguaya, cabe recordar las circunstancias que dieron origen a esta celebración. No fueron otras que una traumática situación de guerra. El 24 de febrero de 1867, reunidas en asamblea en la plaza mayor, mujeres de la capital y del interior del país ofrecieron sus joyas para contribuir a la causa nacional. Es decir, para colaborar con sus pocas o muchas pertenencias a equipar el ejército de Solano López que se debatía contra la Triple Alianza. Este acto, al que se sumaron duras pruebas de resistencia y heroísmo en los años que siguieron, sirvió para asumir el desprendimiento y la abnegación como marcas identitarias de “la mujer paraguaya”. Pero esto fue solo el principio. Luego ellas labrarían la tierra para alimentar al ejército, atenderían a los heridos, lavarían y cocinarían. Es decir, garantizarían todos los cuidados para que la vida siga su curso en medio de tanta desolación y muerte. Las mujeres paraguayas, tanto las “residentas” como las “destinadas”, conocieron los traslados forzosos, el hambre, la enfermedad, además de soportar innúmeras vejaciones por parte las fuerzas de ocupación.

El “Libro de Oro” (Archivo Nacional de Asunción) que registra las donaciones hechas por las mujeres paraguayas en 1867

Sobre el papel de las mujeres en la sociedad paraguaya se ha consolidado un cliché que solo sirve para reforzar estereotipos. La “más gloriosa” de las mujeres, en palabras del papa Francisco, no ha conseguido aún un régimen de equidad pleno que le permita desarrollar al máximo sus capacidades. Si bien hay excepciones notables, la posición generalizada de las mujeres es subalterna; asimismo, sus roles cotidianos las obligan a multiplicar fuerzas para atender todo el universo que de ellas depende. A esta situación se suma la violencia de género, que las asedia cada día sin discriminar estratos sociales, si bien son siempre las mujeres de escasos recursos las más vulnerables.

Paralelamente a las narrativas históricas y a la construcción del mito de la “mujer paraguaya”, el arte ha hecho sus reflexiones. Un texto escrito por Lia Colombino [1] como introducción a una muestra de la artista Claudia Casarino señala el conocido estudio de Barbara Potthast-Jutkeit (“¿Paraíso de Mahoma” o “país de las mujeres?”, 1996) como punto de partida para problematizar con acierto la condición de las mujeres. Tras recorrer sumariamente el trayecto histórico que ellas cumplieron desde la Colonia hasta nuestros días, concluye con una lista de interrogantes para situar la obra de Casarino, quien trabaja sobre su propio cuerpo “hasta convertirlo en cuerpo social”. Una meditación sobre lo identitario, sobre los cuidados, sobre lo considerado tradicionalmente “femenino”, el espacio íntimo y el doméstico, la vulnerabilidad, la subalternidad, así como sobre el fenómeno de la migración que afecta a cientos de miles de mujeres desde hace décadas.

Claudia Casarino, Puente Kyha, instalación, 2013

Para concluir, es oportuno citar el texto poético de Colombino que alude a esta última cuestión, cerrando el análisis de la obra de Casarino: paraguaya cruza puente/ puente cuelga sobre río parecido a mar/ paraguaya cruza río parecido a mar/ ella es el puente/ paraguaya cruza río/ mar/ es el puente/ puente cruza río/ cruza la paraguaya sin mar/ cruza el río/ cruza el río/ río cruza/ sin mar [2]

Notas
[1] Colombino, Lia (2018). Las narrativas de Claudia Casarino, en Claudia Casarino. Iluminando la ausencia, Centro Atlántico de Arte Moderno, CAAM, Las Palmas de Gran Canaria, pp.  66-77.
[2] Íbid, p. 94.

Fuente: www.lanacional.com.py

Sección CULTURA

Domingo, 21 de Febrero de 2021

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