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MARY MONTE DE LÓPEZ MOREIRA

  JUANA MARÍA DE LARA - PRÓCER PARAGUAYA - Investigación histórica: MARY MONTE DE LÓPEZ MOREIRA - Año 2012


JUANA MARÍA DE LARA - PRÓCER PARAGUAYA - Investigación histórica: MARY MONTE DE LÓPEZ MOREIRA - Año 2012

JUANA MARÍA DE LARA - PRÓCER PARAGUAYA

Proyectista de la Ley 4082/2011: Dip. EMILIA ALFARO DE FRANCO

 

Introducción y argumentación conceptual: LOURDES ESPÍNOLA WIEZELL

 

Investigación histórica: MARY MONTE DE LÓPEZ MOREIRA

Texto de contratapa: GLORIA RUBIN

 

Editorial SERVILIBRO

Dirección editorial: VIDALIA SÁNCHEZ

Foto de tapa: DOÑA JUANA MARÍA DE LARA

Óleo sobre lienzo de JAIME BESTARD

Colección JUSTO PASTOR BENÍTEZ COLNAGO

Foto: LUIS VERA

Asunción – Paraguay

Octubre de 2012 (140 páginas)

 

 

 

LA MUJER PRÓCER DE LA INDEPENDENCIA PATRIA

EL CASO DE JUANA MARÍA DE LARA

Emilia Alfaro de Franco presenta el Proyecto de Ley,

el 13 de Mayo del 2010

 

Poder Legislativo - Ley Nº 4.082 - Asunción, 30 de Agosto de 2010.

 

 

 

 

LA MUJER PRÓCER DE LA INDEPENDENCIA PATRIA

EL CASO DE JUANA MARÍA DE LARA

ARGUMENTACIÓN CONCEPTUAL

         El Bicentenario no fue solo una ocasión de celebración de la gesta de la Independencia, sino una posibilidad para la reflexión sobre nuestra identidad como paraguayos y una oportunidad de restauración de aquellas injusticias históricas por acción u omisión.

         La justicia debe ser compensatoria no solo enunciando o desenmascarando dicha inequidad, sino tratando de repararla.

         La no discriminación es un valor reconocido por la sociedad y el Estado paraguayo, sabemos que la Constitución de 1992 en su artículo 46 lo expresa, pero históricamente o en la práctica esta discriminación se produce hacia la mujer por un mecanismo de invisibilización, el cual es un complejo mecanismo de ocultamiento, de ninguneo o también una actitud de restricción o menoscabo en la práctica social.

         Existen normativas compensatorias en la legislación de Paraguay respecto a la mujer, con las tres medidas de acción afirmativa: una, en la legislación electoral, con la integración de un porcentaje femenino en los partidos políticos; la segunda, en el caso de las maestras que reconoce el año ficto de servicios por hijo nacido en año de docencia hasta los cinco años; y, tercero, la preferencia a favor de la mujer cabeza de familia en la adjudicación de tierras bajo la reforma agraria. Paraguay, además, ratifica en 1986 la Convención de Naciones Unidas sobre la eliminación de todas formas de discriminación contra la mujer, aunque en el orden de lo cotidiano observemos muchas veces una perspectiva distinta.

         Es por esta razón reparadora que hemos tomado la oportunidad que nos dio el Bicentenario, con el sentido de justicia social restaurativa en el marco de esta celebración de la Independencia del Paraguay, y fue nuestra propuesta: que Doña Juana María de Lara sea también reconocida como Prócer de nuestra Independencia.

         Al decir del historiador Luis Verón: "Innegablemente, la figura singular de la revolución emancipadora de Mayo de 1811 fue la de doña Juana María de Lara y Villanueva de Díaz de Bedoya, ella es, definitivamente, la mujer de la Revolución". Verón adjudica a Doña Juana el ser: "La representante de la presencia femenina en aquellas augurales jornadas de nuestra República".

         En este caso, además de la información histórica, debemos ampliar el enfoque teniendo en cuenta la representación simbólica detrás de la mujer que es parte de la gesta, de quien la memoria colectiva narra que hace sonar la campana libertaria y reúne un ramo de flores con los colores patrios, empezando a recibir el lenguaje de los símbolos, ya instalados en la tradición narrativa escolar.

         Generaciones de niños y sobre todo niñas, han aprendido en los textos de las escuelas la presencia de Juana de Lara en la Gesta libertaria de 1811, pero siempre descripta como una madrina, como semi prócer y no como protagonista a la altura de los próceres masculinos. La manera como se ha repetido históricamente esa transmisión es reiterar, por acción u omisión, ese mecanismo invisibilizador y finalmente ingratamente desigual hacia el valor de las mujeres como parte esencial de la historia paraguaya desde sus inicios como nación.

         Si la experiencia nos dicta que la invisibilidad es una forma muy clara de exclusión que ha sufrido la mujer, el darle visibilidad a quien formó parte de la gesta de Mayo de 1811, en el Panteón de los Héroes, Casa de Independencia, museos, libros de textos escolares oficiales y otros espacios, da una señal clara de cambio en la dignificación del rol de la mujer en el contexto histórico y social de Paraguay y es por esta dignificación que hemos luchado las mujeres paraguayas.

        

 

 

 

CRONOLOGÍA DE ACCIONES PARA LA

LEY JUANA DE LARA

Por LOURDES ESPÍNOLA WIEZELL

         Antes de promulgarse la Ley 3495 del año 2008 de formación de la Comisión Nacional Bicentenario ya tenía el concepto de que debía reivindicarse como prócer a Doña Juana María de Lara, esto nació cuando realizaba visitas a la Casa de la Independencia acompañada de mis alumnos universitarios paraguayos o extranjeros; me entristecía la ingratitud de que no hubiera merecido recordatorio.

         La propuesta específica que Doña Juana María de Lara sea declarada Prócer de la Independencia fue una acción inicialmente en solitario, aunque sabía que para impulsarla debía estar formalizada por Ley.

         Con esta meta madurada por años me entrevisté con la diputada Emilia Alfaro de Franco, quien era miembro de la Comisión de Equidad y Género de la Cámara de Diputados, considerando que ella podía entender la importancia de este proyecto por su dedicación a la causa de la equidad de género, expresando que esto sería un modo de honrar así a la mujer paraguaya en la persona de Doña Juana de Lara, como primera Mujer Prócer de Paraguay, buscando una reparación histórica con quien fue partícipe de la gesta libertaria.

         La diputada Emilia Alfaro de Franco acogió con entusiasmo el proyecto, expresó su importancia histórica y pidió tiempo para trabajar el formato legislativo del mismo.

         El 25 de noviembre (Día de la no violencia contra la mujer) del año 2009, la diputada Alfaro de Franco presenta el Anteproyecto de Ley al pleno de Diputados, al tiempo que expuso las argumentaciones frente a sus pares. Consta en el Acta de Sesiones de la Cámara de Diputados que oficialmente en esa sesión la proyectista me otorgó la valía de ser la impulsora inicial, realizando menciones de mi biografía con nobleza y honestidad intelectual de su parte, gesto que me compromete en un deber de gratitud.

         Pasó el proyecto a estudio a la Comisión de Educación y Cultura, obteniéndose finalmente dictamen favorable de dicha comisión y de la Comisión de Equidad y Género de la Cámara de Diputados. El proyecto de Ley fue sometido a votación el 12 de mayo, cerca de la fecha de fallecimiento de Juana de Lara, siendo aprobado por unanimidad por la Honorable Cámara de Diputados.

         Fue remitida posteriormente a la Honorable Cámara de Senadores donde pasó a estudio a la Comisión de Educación y Cultura y posteriormente con aprobación de la Comisión, pasó a la Agenda de Sesión en Senadores.

         Durante este proceso varias acciones desde la Secretaría de la Mujer apoyaron esta propuesta de ley, como ser: conferencias, charlas y debates a iniciativa de la Ministra Gloria Rubín.

         Mucho tiempo y esfuerzo empleó la diputada Emilia Alfaro de Franco para que esta Ley se concrete; en múltiples ocasiones se reunió con sus pares parlamentarios explicando el concepto de que Doña Juana sería un crisol simbólico donde honrar a la mujer paraguaya en el contexto del Bicentenario.

         La Ley fue aprobada por la Honorable Cámara de Senadores el día 16 de agosto y luego firmada por el Ejecutivo el 30 de agosto de 2010.

         La Ley, por la cual se declara Prócer de la Independencia paraguaya de 1811 a Doña Juana María de Lara se difunde en la Gaceta Oficial de la Presidencia de la República, con el número 4.082 del año 2010. Dicha Ley recomienda que se disponga la inclusión de la Prócer en los libros de texto oficiales y no oficiales, programas educativos, museos, escritos, conferencias y declaraciones oficiales.

         El Ministerio de Educación y Cultura reglamentó por Resolución 21.393 del año 2010, que todas las promociones de colegios y escuelas de la capital del país, debían llevar por denominación única el nombre de Juana María de Lara en el año del Bicentenario, a modo de honrar en ella a la mujer paraguaya.

         A las mujeres del Paraguay nos queda el legado y la satisfacción de que la Ley 4.082 fue aprobada. Como sucede muchas veces en la lucha por la equidad de género, hubo que generar las acciones reparadoras, presentadas e impulsadas por la diputada proyectista, ya que las sociedades tradicionalmente patriarcales invisibilizan o minimizan la importancia protagónica de la mujer.

 

 

 

 

JUANA MARÍA DE LARA

Por MARY MONTE DE LÓPEZ MOREIRA

 

INTRODUCCIÓN

         Complejos y variados fueron los factores que promovieron los orígenes de los movimientos emancipadores en Hispanoamérica. El deterioro del régimen colonial español, el malestar experimentado en la población criolla por las reformas implantadas desde los inicios del Siglo XVIII por los monarcas Borbones; los excesivos impuestos tributados por los colonos, la difusión de los principios liberales, propuestos por los filósofos ilustrados de esa centuria que eclosionaron en la Revolución Francesa; la prohibición de ocupar cargos públicos a los criollos; la vacancia real en España, ocasionada por la abdicación del Rey Carlos IV; el apresamiento del heredero al trono de Fernando VII en Francia y la invasión del Emperador Napoleón Bonaparte a la Península Ibérica, fueron algunos de los componentes que se conjugaron para iniciar en casi todo el continente americano, las insurrecciones libertarias a partir de 1809 hasta finales de la década de 1820.

         En esta etapa de insurgencias, se produjo también una evolución en el rol desempeñado por la mujer en la sociedad. Durante todo el periodo colonial, su estado de hija, esposa y madre se hallaba vinculado siempre al hombre y reducida al ámbito privado, sin importar el status socioeconómico al que pertenecía; es decir, la señora ama de casa, la esclava negra o la sirvienta indígena, sin mediar diferencias, todas compartían un factor común: la subordinación al hombre, la carencia de personalidad civil o política y la exclusión del espacio público, pues la generalidad entendía que las mujeres carecían de capacidad para ejercer derechos como ciudadanas y debían solamente dedicarse a las tareas que por naturaleza imponía a su género.

         Al destino de las mujeres de la Colonia solo le correspondían dos opciones: la unión con el hombre vía matrimonio o vía amancebamiento1 y la reclusión en conventos, consagradas al servicio religioso2. La mujer soltera -que pasaba los veinte años- representaba una imagen negativa, objeto de compasión y lástima; por consiguiente, si no estaba comprometida, debía dedicarse a la vida religiosa y a las obras pías, al igual que las viudas, fuesen estas pobres o de buena posición social.

         La mujer licenciosa o la que públicamente ofrecía sus favores sexuales a cambio de dinero o la mendiga, debía ser amonestada para cambiar su estado impúdico o bien se recomendaba su aislamiento o reclusión con la intención de preservar las buenas costumbres y la moral entre los miembros de la comunidad.

         Cuando se iniciaron los movimientos independentistas, en algunas regiones del continente, la situación de la mujer fue cambiando paulatinamente, de tal manera que los sucesos revolucionarios jugaron un rol especial aún no reconocido por la Historia Social Americana. Estas mujeres no fueron espectadoras pasivas. Su participación en actividades y compromisos políticos se manifestó de múltiples y diversas formas. Las pertenecientes a las clases sociales más encumbradas coadyuvaron tenazmente en actividades conspirativas organizando en sus residencias reuniones y tertulias donde se discutían las nuevas ideas políticas y se planeaban las acciones emancipadoras. Actuaron como espías valiéndose de su supuesta "debilidad" e "ignorancia en temas políticos"; organizaron redes de información en las que se conducían como emisarias, proporcionando informaciones valiosas a los ejércitos patriotas. Además, prestaron su colaboración en la redacción de idearios y manifiestos y en la donación de dinero y joyas para la causa independentista.

         En tanto, las mujeres de clase media o de estratos más bajos, refugiaban en sus hogares a los insurgentes; trabajaron en el transporte de alimentos, ropas y material bélico; en la reparación de armas; en el sustento familiar, con su presencia en los campamentos, acompañando a las tropas, preparando los víveres, cocinando, atendiendo a los heridos, enterrando a los muertos, portando las armas; en la lucha como miembros de las guerrillas patriotas o como soldados en los campos de batalla, algunas vestidas de hombre para ser aceptadas en el combate, otras ejerciendo su condición de mujeres guerreras, en ocasiones desempeñando rangos militares y actuando como estrategas.

         Como consecuencia, muchas de ellas sufrieron las situaciones más adversas: pobreza, destierro, persecución, desprecio, escarnio público, reclusión en hogares especiales, cárcel o conventos, confiscación de bienes, propiedades y objetos personales, muerte por ajusticiamiento o condenadas al olvido y la miseria.

         A pesar de ello, la historiografía las ignora en la mayoría de los casos y cuando se la alude en alguna intervención en los movimientos revolucionarios, se las minimiza, reconociéndoles solo una labor complementaria, nunca protagonista.

 

MUJERES PROTAGONISTAS

DE LAS REVOLUCIONES INDEPENDENTISTAS

         Antes de las proclamas de emancipadoras, algunas mujeres fueron protagonistas de acciones poco usuales en el periodo colonial. Vale mencionar a doña Micaela Cañete Sánchez de Vera y Aragón, quien durante el primer proceso de la Revolución Comunera en el Paraguay se convirtió en la compañera de don José de Antequera y Castro3, nombrado juez pesquisidor por la Audiencia de Charcas para investigar sobre la administración de Diego de Reyes Balmaceda, denunciado por los miembros del Cabildo, de ejercer un mal gobierno.

         En 1721, Antequera arribó a la Asunción e inmediatamente abrazó la causa de los comuneros y del Cabildo. Permaneció en la provincia por espacio de casi cuatro años, lapso que bastó para que su nombre ocupe hoy un lugar prominente en nuestra historia. Era, además, una persona culta y distinguida. Muy pronto se ganó la amistad de cuantos lo conocieron y muy especialmente de su único hijo, aunque sin declarar su paternidad5. Este era el regidor perpetuo del Cabildo, llamado José como su padre y Cañete por el silencio6. A principios del Siglo XIX, los herederos de los ideales libertarios de doña Micaela y de Antequera estuvieron emparentados con los autores de la Independencia como los Martínez Viana, de la Mora, Larios Galván, entre otros.

         La otra mujer que por esa época también compartió los amores con el líder comunero y que probablemente haya sufrido los mismos vejámenes que la citada anteriormente, fue doña Josefa María de Vargas, perteneciente a una familia de reconocida prosapia y quien fuera madre de las dos hijas de Antequera: Ramona y Clara María Vargas de Castro. Del mismo modo que el hijo de Micaela Cañete, ambas fueron reconocidas posteriormente por el monarca Carlos III7.

         Una mujer que amerita estar en la galería de precursoras de la Independencia y contemporánea de la Revolución Comunera fue doña Lorenza de Mena de las Llanas. Fervorosa amiga del común, estuvo emparentada con los más ilustres líderes revolucionarios comuneros. Fue hija de don Juan de Mena, el leal compañero de causa de Antequera, quien lo acompañó hasta el cadalso, y esposa de otro connotado cabecilla comunero, don Ramón de las Llanas, español de origen que apostó su valentía al servicio de la causa paraguaya. Doña Lorenza llevaba luto por su esposo, fallecido en 1730, cuando un año más tarde se supo la noticia en Asunción de los ajusticiamientos de Antequera y de su padre8. En un gesto digno y heroico de figurar en las páginas gloriosas de la historia, esta mujer se despojó de su negra vestidura y expresó lo siguiente:

         "Yo llevaba luto por mi esposo, Ramón de las Llanas. Vosotros sabéis cómo luchó bravamente por la causa comunera. Hoy nos llega la noticia del suplicio de nuestro ilustre Jefe el Dr. José de Antequera y Castro, y del suplicio de mi padre, Juan de Mena, su fiel camarada. Los tres fueron héroes, los tres fueron mártires de una noble causa. Yo acabo de arrojar mis negras vestiduras y me presento ante vosotros de blanco, porque no es bien llorar vidas con tanta gloria tributada a la Patria"9.

        

         Con esta noble actitud, se infiere que la aflicción se había perdido en el regocijo que le causaba una víctima tan gloriosa a la patria. Esto nos demuestra que la mujer paraguaya, en la agitada vida colonial, ya tenía definida su personalidad, identificada con la causa de sus mayores y consustanciada con su pueblo, supo vivir en las horas de gloria y de infortunio10.

         Otras mujeres del continente también se opusieron al régimen sociopolítico y económico instaurado en las colonias hispanas y manifestaron sus protestas. Tal caso de Manuela Beltrán, natural de Socorro, en el virreinato de Nueva Granada, quien el 16 de marzo de 1781, arrancó de la plaza pública el edicto que decretaba nuevas tasas mercantiles establecidas por el visitador regente Juan Francisco Gutiérrez de Peñeres, en ausencia del virrey, dando inicio con este hecho a la revolución de los comuneros, que se extendió por gran parte del virreinato neogranadino.

         Las arbitrariedades y abusos cometidos por los funcionarios españoles en el virreinato del Perú, motivaron también las sublevaciones de los naturales en varias regiones andinas. Una de ellas y de mayor trascendencia fue liderada por el indígena José Gabriel de Condoncarqui, más conocido como Tupac Amarú II, y su compañera Micaela Bástidas, símbolo de la lucha contra la opresión colonial, pero ignorada en las páginas de la Historia. Codirigió el movimiento contra la nueva política tributaria impuesta a los indígenas y mestizos. Tras varias batallas victoriosas, en donde Micaela actuó de guerrera y estratega, finalmente el movimiento rebelde fue reducido y desintegrado por las fuerzas españolas. Micaela fue ahorcada en Cuzco en 1781, en compañía de su marido y de la menos conocida Tomasa Condemayta, capitana de un heroico batallón de mujeres.

         Otra indígena que también luchó contra las injusticias cometidas a su pueblo fue Bartolina Sisa, guerrera aymará que lideró junto a su esposo, Túpac Katari, un levantamiento contra las autoridades coloniales, en el que logró movilizar a unos 40.000 indígenas en el Alto Perú (Bolivia), a finales del Siglo XVIII. Intervino como estratega del asedio de la Paz y poco después fue capturada, torturada y ejecutada en 178211.

         Posteriormente, ya en el Siglo XIX, tras de la invasión napoleónica a la Península Ibérica, se constituyó en España una Junta Suprema en Sevilla para gobernar a los españoles y sus colonias en representación del monarca prisionero en el castillo francés de Fontainebleau. En consecuencia, los colonos americanos decidieron imitar a la metrópoli, instaurando asambleas provinciales propias, constituidas por los criollos que gobernarían en nombre del Rey Fernando. Así lo intentaron en 1809, en Chuquisaca, La Paz y Quito. De hecho, estos primeros movimientos no tuvieron propósitos emancipadores, solo de gobernarse autónomamente, pero fieles al Rey cautivo. Sin embargo, en breve tiempo, estos iníciales conatos fueron reprimidos y sus líderes ajusticiados por los realistas, es decir, por las autoridades españolas legítimamente constituidas durante el reinado de Carlos IV.

         Un año más tarde, los patriotas, fortalecidos políticamente en los cabildos y apoyados por sacerdotes de las comunidades religiosas, se enfrentaron a los realistas, porque noticiados de la disolución de la Junta Suprema de Sevilla resolvieron crear sus propias juntas locales. Esto ocurrió en Caracas, Santa Fe de Bogotá, Santiago de Chile, Buenos Aires y México y en 1811, en el Paraguay.

         El 19 de abril de 1810, un Cabildo abierto, hábilmente manejado por los patriotas de Caracas, logró destituir al capitán general e instaurar una Junta, cuya autoridad se extendió por todo el territorio. En Bogotá, los criollos Camilo Torres y José Acevedo consiguieron reunir una Junta, pero se le otorgó la presidencia al virrey; sin embargo, en poco tiempo, éste fue destituido por los patriotas. En Santiago de Chile ocurrió un suceso similar, solo que los integrantes de la Junta eran los criollos más aristocráticos de la Colonia. En Buenos Aires, ya existía un ambiente propicio para la emancipación, pues la población porteña, auxiliada por tropas provinciales, había defendido el territorio de los ingleses entre 1806 y 1807. Es así que, el 25 de mayo de 1810, un Cabildo abierto destituyó al último virrey del Río de la Plata. En tanto, en México un ejército netamente popular, integrado por miles de indios y mestizos, sin participación criolla, dirigido por el cura Miguel de Hidalgo, proclamó el 16 de setiembre de ese año, la independencia. Meses después, en la noche del 14 y en la madrugada del 15 de mayo de 1811, la provincia del Paraguay también logró su autonomía de España.

         La reacción no se hizo esperar. Los realistas se reorganizaron y combatieron a los patriotas y, en poco tiempo, los españoles retomaron el poder, coincidentemente con el retorno de Fernando VII al trono12. Cabe anotar que, en esta etapa, los criollos desaprovecharon el momento propicio y la oportunidad de consolidar la independencia de sus naciones y para 1814, todas las colonias que lanzaron su grito libertario, en el bienio de 1810/11, volvieron a caer bajo la dominación española, con excepción de Buenos Aires y del Paraguay.

         Después de la expulsión del último virrey del Río de la Plata, el novel gobierno porteño, creyéndose acreedor de los derechos de libertar a las demás colonias integrantes del ex virreinato que aun se hallaban en poder de España, y con el propósito de realizar un gran Congreso General para decidir el futuro de las provincias, organizó tres expediciones. Una, al Alto Perú (Bolivia) con 1.500 soldados, que fueron derrotados en la batalla de Huaqui. La otra, a principios de 1811, al Paraguay, donde los criollos dirigidos primero por el gobernador español, Bernardo de Velasco y luego por comandantes paraguayos, vencieron a las tropas porteñas. La tercera invasión fue impulsada a Montevideo, un activo centro realista; jornada en donde tampoco los invasores obtuvieron los resultados esperados.

         Entre 1812 y 1814 se realizaron acciones bélicas de importancia en casi todas las provincias rioplatenses del Norte. Se libraron sendas batallas en Salta, Jujuy, Tucumán y en las cercanías de Rosario, específicamente en el sitio de San Lorenzo, donde en 1813, José de San Martín, logró una decisiva victoria sobre una escuadrilla española que remontaba el río Paraná, con rumbo nórdico, cuyas consecuencias fueron favorables al Paraguay, pues nunca más los realistas intentaron hostilizar el territorio13.

         Una vez restituido en el gobierno en 1814, el Rey Fernando VII envió a la zona del Altiplano al general Pablo Morillo con un contingente de 15.000 efectivos, para restablecer el orden en sus colonias y reprimir cualquier pretensión subversiva. Ante esta amenaza, los patriotas debieron armar sus propios ejércitos para enfrentarse a las fuerzas realistas.

         Después de varias disputas internas entre los patriotas porteños y los de las provincias norteñas y de diversos cambios en el gobierno de Buenos Aires, recién en el Congreso celebrado en Tucumán, los diputados representantes de Catamarca, Charcas, Córdoba, La Rioja, Mendoza, Misque, San Juan, San Luis, Tucumán y Buenos Aires, en la sesión del 9 de julio de 1816, "declararon solemnemente su independencia de España". A partir de allí, el país se organizó en República, presidida por un directorio14.

         Entre 1817 y 1825, las demás colonias sudamericanas, con excepción del Uruguay, obtuvieron sus independencias, gracias a la intervención de dos grandes libertadores: José de San Martín y Simón Bolívar, quienes en ese lapso liberaron del poder español a Chile, Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia, y fue precisamente en el transcurso de esas campañas revolucionarias en donde mujeres procedentes de distintas localidades y diversos orígenes tuvieron un rol protagónico de gran valía en la defensa de la autonomía en sus países. Entre las más notables se citan a: Policarpa Salavarrieta, más conocida como la Pola. Muy joven quedó huérfana y trabajó como costurera. Colaboró activamente en la defensa de Bogotá, actuando como espía y enlace de los revolucionarios. Fue detenida y fusilada el 14 de noviembre de 1817. Su imagen aparece en la moneda de 5 pesos colombianos de 1987 y desde 1967 se ha instituido el Día de la Mujer Colombiana en honor al aniversario de su muerte.

         Entre las mujeres que pelearon como soldados en las cruzadas libertadoras se citan a Nicolaza Jurado, Gertrudis Espalza e Inés Jiménez, que para poder combatir en la batalla de Carabobo del 21 de agosto de 1821 y en la de Pichincha del 24 de mayo de 1822, tomaron los seudónimos de Manuel Jurado, Manuel Espalza y Manuel Jiménez, respectivamente. Su participación fue reconocida por el Libertador, tanto que las dos últimas citadas fueron condecoradas. En uno sus discursos, Simón Bolívar expresó que:

         "hasta el bello sexo, las delicias del género humano, nuestras amazonas han combatido contra los tiranos de San Carlos con un valor divino. Los monstruos y tigres de España han colmado la medida de la cobardía de su nación, ha dirigido las infames armas contra los cándidos y femeninos pechos de nuestras beldades; han derramado su sangre; han hecho expirar a muchas de ellas, y las han cargado de cadenas, porque concibieron el sublime designio de libertar a su adorada patria"15.

         Lastimosamente, solo quedaron estas palabras de reconocimiento por tanta proeza conferida a la patria, pues, en poco tiempo, sus nombres fueron olvidados de los anales épicos de su país.

         Otra de las heroínas fue Juana Azurduy, natural de Toroca, Bolivia, considerada como la Teniente Coronela. Su matrimonio con el general altoperuano Manuel Asencio Padilla la llevó a participar tenazmente en las guerras de independencia de su patria. Entre las informantes de los movimientos realistas de las guerrillas serranas se encuentra la peruana María Andrea Parado de Bellido, quien al ser propietaria de una fonda en la que se hospedaban los soldados realistas podía enterarse de sus planes y comunicar a los soldados bolivarianos, entre ellos su marido y uno de sus hijos. Fue capturada, torturada en el interrogatorio y fusilada el 27 de marzo de 1822.

         La lista de mujeres célebres de la Independencia sigue con Manuela Sáenz Aizpuro. De origen quiteño, empezó con su rol de mujer independentista en el año 1819. Antes de conocer a Bolívar, ella colaboraba con los patriotas de Perú, en donde fue condecorada por José de San Martín con la medalla de "Al patriotismo de las más sensibles".

         La razón que la Sáenz sea una de las mujeres más recordadas en la historia de América, no radica precisamente en su relación amorosa con Bolívar, sino en el hecho del temple y la calidad de liderazgo que tuvo esta mujer durante los años de lucha, y después en el periodo ya independiente, al mantener constante correspondencia con el primer presidente del Ecuador, mientras se encontraba exiliada en el Perú. Pero, además, por haber salvado en dos ocasiones la vida del Libertador Bolívar, quien la llamó La Libertadora del Libertador. Tras la muerte de este en 1830, las autoridades de Bogotá la expulsaron de Colombia. Partió hacia el exilio, primero en la isla de Jamaica y más tarde al Norte del Perú, donde vivió durante 21 años en condiciones precarias, hasta su muerte el 23 de noviembre de 1856, víctima de una epidemia de difteria que azotó la región. Su cuerpo fue sepultado en una fosa común y todas sus posesiones fueron incineradas. Sobre su apasionante vida se han escrito varios libros, películas y hasta óperas.

         En las guerrillas libertarias venezolanas trabajó arduamente Juana Ramírez, hija de esclavos africanos, más conocida como la Avanzadora porque se adelantaba e interceptaba al ejército realista a punta de machete. Protagonizó la extraordinaria defensa de la ciudad de Maturín en la batalla del Alto de los Godos, en 1813, al frente del batallón denominado Batería de las Mujeres. Al independizarse Venezuela se retiró a Guacharacas, donde vivió con sus cinco hijas. Murió en 1856, a los 66 años. Otra venezolana fue Josefa Camejo, luchó como soldado en varias batallas. Se unió a las fuerzas del general Rafael Urdaneta en su éxodo hacia Nueva Granada y se dedicó a curar a los heridos. Permaneció allí 4 años, tras los cuales regresó a Venezuela y en 1821, disfrazada de hombre, al frente de 300 esclavos, provocó una rebelión contra las fuerzas realistas en la provincia de Coro, que culminó con la liberación de dicha provincia del asedio realista.

         En Chile sobresalió Paula Jaraquemada, de actuación relevante en la etapa independentista por su apoyo incondicional a la causa revolucionaria por varios hechos decisivos como el apoyo al general San Martín tras la derrota en la batalla de Cancha Rayada, el 18 de marzo de 1818, poniendo a su servicio caballos, alimentos y otros pertrechos; transformó su hacienda en hospital para los soldados heridos y en sede del cuartel general de San Martín; se enfrentó a los soldados realistas al negarles la entrega de las llaves de sus bodegas, con el fin de salvaguardar a un grupo de patriotas refugiados en dicho sitio.

         En la Argentina, merecen citarse a Mariquita Sánchez de Thompson y a María Remedios del Valle. La primera de ellas presidió numerosas reuniones clandestinas de criollos partidarios de la Independencia y junto con otras compañeras persuadió a los líderes insurgentes para que se decidiesen abiertamente por la causa independentista. En su casa se cantó por primera vez el himno nacional argentino. La segunda luchó valientemente en el ejército provincial, siendo reconocida con el grado de capitana por el general Manuel Belgrano y con el título de "madre de la Patria " por la soldadesca, pero su condición de negra, mujer y pobre, la condenó al olvido y a la mendicidad en las calles de Buenos Aires hasta su muerte en la más completa miseria.

         La ecuatoriana Rosa Campusano Cornejo, conocida como la Protectora, era hija natural de un funcionario rico, productor de cacao y de una mulata. Llegó a Lima en 1817, a los 21 años, como amante de un español acaudalado y pronto se relacionó con la sociedad limeña. Su tertulia era frecuentada por gente prominente. Aprovechó su posición para obtener información militar que suministraba a los revolucionarios y para ocultar en su casa a oficiales desertores del ejército real a quienes ayudaba a unirse al ejército patriota. Cuando llegó San Martín al Perú, se convirtió en su fiel compañera y siguió trabajando a favor de la causa independentista16.

         Fueron muchas más las mujeres hispanoamericanas que desafiaron los modelos tradicionales de comportamiento femenino determinado y contribuyeron corno agentes decisivos de los movimientos revolucionarios independentistas. Su participación fue valiosa y a pesar de las hazañas realizadas no fueron cabalmente reconocidas y sus nombres no pasaron a la Historia como sucedió con los hombres, próceres y libertadores de cada región.

         Vale señalar en este apartado que, en el proceso independentista paraguayo no se precisó de ejércitos foráneos para enfrentar a las fuerzas realistas, ni se desataron sangrientas batallas para lograr su emancipación. Si bien se realizaron trabajos subversivos previos, porque el escenario y el ambiente de la provincia en ese entonces eran propicios para la proliferación de actividades de esta índole, fundamentalmente después de los acontecimientos porteños de 1810; pero los complotados no pasaron de meras averiguaciones y de breves prisiones en fortines militares. La intimación al gobernador español, don Bernardo de Velasco, se realizó de manera sencilla y nomológica y, éste entregó el mando de la provincia a los patriotas, sin que se disparase un solo balazo. Por ese motivo la participación de mujeres en este procedimiento pasó casi inadvertida, aunque algunas de ellas, pertenecientes a la sociedad asuncena recibieron en sus tertulias a conocidos criollos que conspiraban para derrocar el régimen hispano, pero casi todas fueron sometidas a la invisibilidad en los textos históricos. El plan revolucionario, previsto para fines de mayo de 1811, debió adelantarse por circunstancias que se mencionarán más adelante y fue precisamente en esos momentos en que una mujer, doña Juana María de Lara, prestó su colaboración por la causa patriótica.

 

LA SOCIEDAD PARAGUAYA EN VÍSPERAS DE LA INDEPENDENCIA

 

         A fines del Siglo XVIII, la sociedad paraguaya, constituida por pobladores y vecinos de vida encilla y a veces sobria, no estaba sometida a capas sociales bien distintas, a diferencia de otras colonias hispanas en donde la estructuración social se hallaba muy marcada por la presencia de castas bien definidas por su origen y color de piel17. Si bien en el Paraguay coexistían casi por igual todos los grupos sociales, vale la pena señalarlos. El primero se hallaba constituido por el gobernador y su familia, por los funcionarios políticos y militares en servicio activo. En esa misma esfera, se movía la burguesía personificada por los miembros de las antiguas y tradicionales familias criollas paraguayas, los doctores en Leyes y en Teología, los comerciantes -casi todos españoles y algunos extranjeros- recientemente afincados en la provincia, quienes en corto tiempo adquirieron relevancia política y socioeconómica. El mismo grupo integraban los representantes del clero secular y regular, constituidos por los clérigos de la Catedral, por los sacerdotes diseminados en las parroquias rurales y por los frailes de los conventos. A continuación se hallaban los campesinos, descendientes de los primeros mestizos y criollos, habitantes de las zonas rurales o los poseedores de chacras ubicadas en los alrededores de las villas.

         Luego estaban los indígenas y los pardos libres dedicados al servicio doméstico en las estancias o al desempeño de tareas en los puertos, o eran peones asalariados de los mercaderes y de los hacendados. Por último, un considerable número de esclavos servía a los primeros grupos. Como mencionáramos anteriormente, aunque estas clases puedan ser definidas como separadas unas de otras, en la realidad no existían diferencias muy acentuadas entre el pueblo y los señores, entre naturales y españoles y entre el "obispo y su más humilde clérigo"18.

         La burguesía criolla presentaba un marcado contraste a la élite porteña o a su similar peruana y estaba integrada por los terratenientes, descendientes de los conquistadores y encomenderos asentados en la provincia del Paraguay desde los Siglos XVI y XVII. Estos señores eran dueños de estancias de ganado, chacras azucareras y de esclavos. Tanto ellos, como sus esposas o hijas siempre resultaban agraciados con los títulos de "Don " y de "Doñas " en los documentos y se constituyeron en los personajes dominantes en el mundo rural, a pesar de que la mayoría residía en la capital. Una treintena de apellidos fue sucediéndose de generación en generación -por citar solo algunos-, como los Yegros, Cavallero de Añazco, Franco de Torres, Villanueva y Otazú, Uriarte, Ledesma Valderrama, Vera y Aragón, Zavala, Montiel, Vargas, Bogarín, Grance, Valiente de Ramoa, entre otros.

         Los hijos varones pertenecientes a estas familias, si no abrazaban la carrera militar, una vez egresados del Colegio de San Carlos, proseguían sus estudios fuera del país. Numerosos jóvenes, quienes a fines del coloniaje fueron licenciados o doctorados en universidades extranjeras tuvieron una notable actuación durante el período emancipador19.

         La coyuntura económica iniciada con la apertura del puerto de Buenos Aires en 1776, ocasionó un extraordinario auge en la inmigración hispana y extranjera. Por lo general, los recién llegados eran oriundos del norte de España, de Navarra, de Galicia, de Castilla, de Cataluña, de Cádiz y otros, en menor número, provenían de naciones no hispanas20. La mayoría de inmigrados se estableció en Asunción, constituyéndose muy pronto una burguesía mercantil. Este nuevo grupo difería abismalmente de los primeros soldados peninsulares de los siglos de conquista y, aunque no hablaba el guaraní, se adaptó muy rápidamente a la vida y costumbres del Paraguay. Los de origen español se introdujeron paulatinamente a la antigua sociedad provinciana y se convirtieron en miembros de la élite social, política y económica del país. La mayor parte de los criollos paraguayos no pudieron o no quisieron competir en el terreno económico con estos inmigrantes y se replegaron al campo. No obstante, algunas familias tradicionales se adecuaron a las nuevas condiciones económicas, y se asociaron en el comercio de importación y exportación en un mismo pie de igualdad con los nuevos vecinos hispanos, aunque esto por lo regular no era común21.

         Fundamentalmente, esta nueva élite obtuvo una preponderancia política, primero por su procedencia hispana y luego por el favoritismo oficial que coadyuvó en la posesión de cargos gubernamentales. Muchos de estos recién afincados en la provincia tomaron el control del Cabildo asunceno, favorecidos por la extinción de los empleos vitalicios y por el desplazamiento de los antiguos encomenderos hacia el campo. A partir de la segunda mitad de 1790 hasta la revolución de la Independencia, año tras año se sucedían en los diversos cargos concejiles, casi los mismos apellidos pertenecientes a la burguesía mercantil22. La institución fue convertida en su principal reducto y, por ende, sus cabildantes respondían a los propósitos de la Corona. Esta postura fue comprobada en los días del período emancipador cuando debían decidirse por los destinos del incipiente Estado paraguayo.

         La nueva clase, igualmente logró un poderío socioeconómico, gracias a las vinculaciones matrimoniales con mujeres descendientes de las antiguas familias criollas, por la íntima relación con los comerciantes establecidos en Buenos Aires y por el extraordinario conocimiento de toda la mecánica del nuevo comercio fluvial. La gran mayoría se convirtió muy pronto en madereros, capitanes de río, dueños de embarcaciones, tiendas y pulperías y, por lo tanto, poseedores de dinero circulante.

         Tener conexiones comerciales con españoles asentados en Buenos Aires era tan importante como conocer las condiciones del comercio. Los lazos de amistad, parentesco u origen peninsular en común ligaban a muchos de los comerciantes del Paraguay con los de la capital virreinal. Los comerciantes porteños daban créditos a los negociantes de Asunción a un acomodado porcentaje sobre las mercaderías enviadas río arriba23. De ahí la razón de un acelerado incremento económico de los comerciantes del Paraguay, quienes gracias a los créditos, consignaciones, venta de mercadería y libranzas de sus pares porteños, en pocos años surgieron como integrantes de la clase dirigente del país, desplazando paulatinamente a la élite criolla. En esta etapa, ya se había desarrollado en gran manera una rica burguesía mercantil24, constituida por prestigiosas familias. Por citar algunas, se encuentran: don Fernando Larios Galván, natural de Sevilla, contrajo nupcias con Teresa de Iriarte y Arsurza; Nicolás Sánchez, originario de León, formó su hogar con doña María Josefa Corbalán y Valiente de Ramoa; Fernando de Argaña, de Castilla, casado con doña Bernarda de Uriarte; Juan Antonio Martínez Varela, natural de Galicia, casado con doña Isidora López Freire; Antonio Martínez Sáenz, nacido en Castilla la Vieja, contrajo matrimonio con María Petrona Cavallero Bazán; don Carlos José de Lara, natural de Cádiz, se casó con doña Luisa de Villanueva y Otazú; José Díaz de Bedoya, originario de Burgos, casado en primeras nupcias con doña Margarita Valiente y Otazú y luego con doña Juana María de Lara Villanueva. Todos eran prósperos comerciantes y Alcaldes o Regidores del Cabildo asunceno25.

         En este proceso de formación e integración de nuevas identidades también se sumaron los extranjeros -los no españoles- que atraídos por los beneficios de la tierra y el comercio, se establecieron en el Paraguay. Así se registran los nombres de José Cohene y Antonio Martínez Viana. Ambos poseedores de tierras, haciendas y esclavos en el interior y en la capital de la provincia. Tanto Cohene como Martínez Viana lograron integrarse a la élite tradicional de la sociedad paraguaya, a través de sus vinculaciones comerciales y matrimoniales, cuyas descendencias se entroncaron con prominentes actores de la Independencia patria.

         Martínez Viana llegó a ser abuelo político de Pedro Juan Cavallero y sus nietos se emparentaron con la familia de la Mora. En tanto que Cohene, casado con Ana de la Peña y Cavallero de Añazco, dama perteneciente a una familia tradicional paraguaya, fue padre del capitán Manuel Antonio Cohene. Este último fue comandante militar de las milicias de Costa Arriba, participó en la defensa de Buenos Aires contra los ingleses en 1806 y fue diputado en el Congreso Nacional del 17 de junio de 1811. Manuel Antonio Cohene contrajo nupcias con Tomasa Aguayo Espínola, sobrina del coronel José de Espínola y Peña. De este matrimonio nació Josefa Antonia, quien fuera más tarde esposa de Fernando de la Mora26. Otro extranjero fue el técnico portugués contratado por la Real Factoría de Tabacos, José Engracia García Rodríguez Francia, natural de Oporto, quien vino al Paraguay para mejorar la calidad del tabaco. Se estableció en la provincia y se convirtió en capitán de Artillería. También se dedicó al comercio y en 1787 se le encargó la administración del pueblo de Yaguarón. Ingresó a través del matrimonio a la élite tradicional de la provincia gracias a su casamiento con María Josefa de Velasco y Yegros, descendiente del antiguo gobernador del Paraguay, don Fulgencio de Yegros y Ledesma. El matrimonio formado por Engracia García Rodríguez de Francia y Josefa de Velasco tuvo cinco hijos, el tercero fue el doctor José Gaspar Rodríguez de Francia, quien se ocuparía de los destinos político-administrativos del país por casi tres décadas27.

         De hecho, en este período pre-independiente, la sociedad paraguaya era endogámica, donde los antiguos apellidos se fusionaron con los nuevos y en el transcurso de los años se repitieron en casi todas las familias, tanto de la élite como en las otras clases que habitaban en Asunción o en los poblados del interior.

         Las transformaciones sociales operadas en la provincia del Paraguay en vísperas de la Independencia fueron sorprendentes, especialmente la demográfica, teniendo en cuenta que a principios de 1700 la población era solo de unos 40.000 habitantes aproximadamente, pero a finales del mismo siglo aumentó a más de 100.000, y Asunción llegó a albergar a unas 10.000 personas28, entre las que se contaban familias prominentes del gobierno, de la burguesía comercial, los artesanos, los peones y los esclavos e indígenas, cuyas viviendas se extendían a lo largo de la bahía en forma de anfiteatro y en los valles aledaños, donde se hallaban ubicadas las chacras.

         Por ese tiempo, la capital de la provincia presentaba una imagen muy peculiar con edificios dispersos entre huertas y arboledas, situados en un radio comprendido entre las actuales calles Colón, Herrera, México y el Río Paraguay. Las vías de acceso y salida de la ciudad no estaban delineadas y existían solo dos calles largueras y arenosas29. A la Plaza Mayor le rodeaban los edificios de la Catedral, del Cabildo, del Cuartel de la Rivera, del Cuartel de la Infantería y Caballería, la Real Factoría de Tabacos y la Casa de Gobierno y el ex Convento de los jesuitas. Un poco más atrás, semi espaciados, se erigían los otros conventos y capillas. En semejante dispersión irrumpida por la abundante floresta se distinguían las residencias particulares de la familia Martínez Sáenz, vecinos de los Recalde; muy cerca, hacia el norte, estaba la casa de los Díaz de Bedoya Lara y de los Acosta. Hacia el este, no lejos de las anteriores, vivían el asesor letrado del Gobierno, don Pedro Somellera, y don Bernardo

Jovellanos, administrador de las carreras de postas, del comerciante Miguel Guanes, y frente a la Catedral, don Luis Cavallero y Bazán. Hacia el oeste, se erigía una residencia notable para la época por su construcción de dos pisos, perteneciente a la familia Machain30. Sin duda, estos registros ilustran el microcosmos de lo que era la sociedad paraguaya poco antes de la Independencia.

 

 

 

 

 

 

LOS LARA EN EL PARAGUAY

         A partir de 1617, año en que el Rey Felipe III dispuso la división de la gran provincia del Paraguay, escindiendo a Buenos Aires y a otras tres localidades del sur que se constituyeron en un gobierno aparte; se produjo un cese en la inmigración española al territorio paraguayo. El XVII fue un siglo de aislamiento, de crecimiento vegetativo, de mono producción yerbatera y de encomiendas de indios31; no obstante, se constata la presencia de unos pocos españoles que, a poco de llegar, se instalaron en la comarca asuncena. Uno de ellos fue don Diego de Lara que tuvo su hacienda en las cercanías del río Jejuí32. Es probable que haya tenido descendencia, cuyos miembros se entroncaron con los sucesores de los antiguos pobladores. Sin embargo, desde la primera etapa colonial, el apellido Lara aparece en diversos registros como gente hidalga, de regidores del Cabildo y terratenientes. Hacia mediados del siglo XVIII, otro Lara, don Carlos José, arribó a la provincia del Paraguay y obtuvo tierras por mercedes reales en la Costa Abajo33, es decir al sur de Asunción y fue nombrado administrador del ramo de Guerra34.

         Por ese tiempo, don Carlos José de Lara contrajo nupcias con una criolla, doña Luisa de Villanueva y Otazú, de reconocida familia descendiente de conquistadores y emparentada con los Yegros (Ver Anexo), de cuya unión nacieron María Ana, María Josefa; Juana María, José María, Bernarda y Francisco Antonio35.

         Doña Luisa era hermana de doña María de Villanueva y Otazú, quien había fundado una capellanía en unas casas que poseía en la plazuela de San Francisco. En su testamento, la nombró a ella y a su esposo, don Carlos de Lara, patrones de dicha entidad y si estos falleciesen, sus sobrinos varones o en su defecto sus sobrinas deberían hacerse cargo de la misma36, por lo que se infiere que la familia Villanueva Otazú gozaba de buenas rentas.

         La mayor de las hijas del matrimonio Lara Villanueva, María Ana, se casó con el comerciante español, Francisco Antonio Falcón. El matrimonio tuvo once hijos, de gran notoriedad y reputación37 durante los gobiernos de los López y en el período de la posguerra. María Josefa contrajo nupcias con Antonio Silva, un conocido comerciante correntino establecido en Asunción. Su hijo Clemente38 fue el tronco principal de los Silva de Lara en el país. Fueron hacendados y poseedores de barcas.

         Juana María, nacida en 1760, contrajo matrimonio el 23 de junio de 1787, previas las dispensas correspondientes concedidas para el enlace por el obispo fray Luis de Velasco, con el comerciante don José Díaz de Bedoya, viudo en primeras nupcias de su tía doña Margarita Valiente y Otazú. El novio, padre de cuatro hijos, era 33 años mayor que la novia39. La ceremonia tuvo lugar en la Iglesia Nuestra Señora de los Ángeles del Convento de San Francisco, según lo certifica fray Fernando de Cavallero de Añazco, religioso de dicha orden y tío de la desposada40. Fueron testigos de los contrayentes, don Carlos José de Lara y doña Josefa Lara de Silva41.

         Doña Juana se dedicó a la crianza y educación de Ventura, José Joaquín, Francisco y Manuela, los hijos de su esposo. Antes de morir, don José Díaz de Bedoya, al otorgar testamento, recomendó a sus hijos "que permanezcan en compañía de doña Juana María, por el mucho amor que les tiene y haberles servido de madre"42.

         En mayo de 1806, doña Juana María quedó viuda y luego de haber practicado el reparto amigable de los bienes entre sus hijastros43 (Ver Anexo), consagró su tiempo y bienes para trabajar en obras de caridad. Fue mayordoma perpetua de la Cofradía del Santísimo Sacramento, una de las más antiguas y prestigiosas de la ciudad, con asiento en la Iglesia de la Catedral, y fue precisamente en los años de su dirección que la entidad obtuvo mayor esplendor. Fue además depositaria de las alhajas y ornamentos de los altares dispuestos en la plaza de la Catedral y en las celebraciones de Corpus Christi.

         Su devoción a San Francisco la indujo a profesar en su tercera orden de penitencia, y ella misma se encargaba de los servicios y todo lo relacionado con el cuidado de los altares y de los oficios relativos al santo44. En 1815, solicitó al gobierno de la Dictadura Temporal la exoneración del pago de impuestos del 8% de una partida de cera importada y depositada en la Aduana, para alumbrar al Santísimo, y expresaba, probablemente molesta, por el cobro indebido "que dicho artículo no entró en esta República con destino a la venta lucrativa, ni para uso particular", y concluía diciendo: "Suplico a la justificación de Vuestra Excelencia se digne hacer al Señor la posible equidad en consideración también que la hermandad se halla pobre, por cuanto no tiene otro ingreso, que el de las limosnas, las cuales han minorado mucho. Es gracia que imploro de la grandeza de V.E."

         En respuesta, el 15 de junio de ese mismo año, el Dictador providenció la exoneración de la partida de cera y decretó que el ministro de Hacienda devolviese a doña Juana "la suma de 39 pesos, real y medio, plata fuerte...", impuesto concerniente al mencionado rubro importado45.

         Cuando el doctor Francia, en su carácter de Dictador Perpetuo, ordenó la secularización de los conventos en 1824, por la estrecha amistad entre la comunidad franciscana y la familia de doña Juana, tanto la imagen de San Francisco como los demás ornamentos de oro, plata, brocato, madera y bronce, le fueron entregados para su custodia, elementos que los mantuvo hasta su fallecimiento, el 10 de mayo de 1825. Su cuerpo fue sepultado en el tercer lance de la Iglesia Catedral, "junto a los próceres a los cuales alentó en la gesta emancipadora"46. Posteriormente, el 31 de mayo de ese mismo año, pasaron al cuidado de su hermano menor y albacea, don Francisco Antonio de Lara47 (Ver Anexo).

         El mayor de los hijos varones del matrimonio Lara Villanueva, José María o José Mariano, nació en Asunción en 1767. Realizó sus primeras letras en Asunción y luego se trasladó a Charcas a proseguir sus estudios; ocupó posteriormente funciones fiscales importantes en la región y participó activamente en los movimientos revolucionarios altoperuanos. Una vez lograda la Independencia de Bolivia, fue nombrado ministro de Hacienda durante el gobierno del general Santa Cruz. Su desempeño en estos altos oficios le valió una enorme reputación y prestigio, especialmente en la organización de las oficinas hacendísticas y acrecentando los rendimientos fiscales48. Sus actividades políticas y económicas le impidieron retornar a su patria; sin embargo, se constata su presencia en Asunción hacia 1799, cuando vino a solucionar los encargos de los bienes de la Capellanía heredados de su tía María de Villanueva, que por ser el primer sobrino varón le correspondían. Los beneficios y las mandas dejadas por la finada pariente fueron encomendados a la sobrina mayor, doña María Ana de Lara de Falcón49. Concluidos los trámites regresó a Bolivia y siguió trabajando como abogado. Su preclara honradez y conducta intachable fue conocida y apreciada públicamente. Murió en Santa Cruz en abril de 183650.

         Los otros hijos de la familia Lara Villanueva fueron María Bernarda, casada con don José Pablo Insaurralde de Báez, rico hacendado poseedor de tierras en La Frontera y en la Villa Real de Concepción. El último de la progenie fue don Francisco Antonio, quien heredó la mayor parte de las posesiones paternas y las de su hermana, doña Juana María, cuando ésta falleció, en su carácter de albacea (Ver Anexo).

         En su testamento, firmado en 1829, don Francisco Antonio de Lara donó todos los bienes de su hermana Juana María, incluyendo los muebles y ornamentos eclesiales que estaban bajo su custodia, a la Iglesia de la Catedral51. De ahí que no quedasen vestigios de su patrimonio, ni siquiera de su residencia52, como sucedió con la mayoría de las heredades criollas que se perdieron, no solo por el paso del tiempo, sino también por la vorágine devastadora del enemigo aliado en la Guerra contra la Triple Alianza, que no escatimó en despojar al Paraguay de todo su acervo y de su riqueza material53.

 

 

JUANA MARÍA DE LARA

EN LA REVOLUCIÓN DE LA INDEPENDENCIA

         Después de la Independencia de la provincia de Buenos Aires, como ya se ha señalado, la Junta porteña pretendió formar una gran nación con las intendencias y gobernaciones integrantes del ex virreinato y con ese propósito envió delegados a todas las provincias. Fue comisionado al Paraguay, el coronel José de Espínola y Peña, un criollo paraguayo, quien se había desempeñado anteriormente como comandante de las Milicias en Concepción. El gobernador Velasco no le permitió su entrada, en consecuencia, su misión fracasó y huyó a Buenos Aires.

         Una vez en la capital porteña, Espínola y Peña informó a la Junta bonaerense que el ambiente era favorable, pero que era necesaria una fuerza militar para vencer al gobernador y a los demás españoles. Tal afirmación era completamente falsa, pues existían en la provincia grupos partidarios de la unión con Buenos Aires, especialmente por razones económicas.

         Eran éstos los comerciantes, quienes perderían sus negocios en el caso de un rompimiento definitivo con la novel provincia independiente.

         Consiguientemente, el Paraguay, aun bajo el dominio español, se preparó para la defensa ante las pretensiones porteñas. Velasco reunió a un grupo de españoles y criollos en un Congreso, celebrado el 24 de julio de 1810, que entre otras cosas resolvió: reconocer la autoridad del Consejo de Regencia de España, en representación del Rey Fernando VII, entonces prisionero de los franceses y jurarle fidelidad; guardar amistad y buena vecindad con la Junta de Buenos Aires, pero sin reconocer su autoridad, y crear una Junta de Guerra para la defensa de la provincia.

         Era esta una etapa de determinaciones, pues eran varias las disyuntivas que se presentaban en la región. Los criollos de las provincias del interior del Río de la Plata debían tomar decisiones concretas con relación a plegarse a la Junta de Buenos Aires o ser partidarios del Consejo de Regencia o aceptar las propuestas de la princesa Carlota Joaquina,54 que pretendía restablecer todos los derechos coloniales bajo su dominio o sencillamente, ser definitivamente independientes. Así lo demostraron los patriotas paraguayos, quienes en diversas ocasiones intentaron derrocar el poder español. En ese sentido, entre octubre y noviembre de 1810, hubo conatos subversivos en Asunción y en la Villa Real de Concepción. Posteriormente, se realizó otro en el mes de diciembre, en Yaguarón; en enero de 1811, en Itá y en abril, en Asunción. Todos estos intentos no tuvieron éxito, recién se lograría en mayo de ese año.

         Prosiguiendo con el curso de los acontecimientos, la Junta de Buenos Aires resolvió enviar una expedición militar al mando del general Manuel Belgrano. Las milicias porteñas avanzaron hasta Paraguarí, donde se enfrentaron el 9 de enero de 1811 con las tropas paraguayas, al mando del propio gobernador don Bernardo de Velasco. En esta batalla conocida también como la de Cerro Porteño, sin ninguna explicación valedera, el viejo y experimentado militar que no temía a las guerras, que había conseguido sus galones de honor en varias batallas, huyó abandonando a sus tropas. Los jefes paraguayos, Manuel Atanasio Cavañas, Juan Manuel Gamarra y Fulgencio Yegros, tuvieron que reorganizar las fuerzas y posteriormente derrotaron a los invasores. El ejército porteño, en su retirada hacia el sur, llegó hasta las márgenes del río Tacuarí, en donde fueron alcanzadas, el 9 de marzo, por las milicias paraguayas comandadas por Cavañas y Gamarra. Trágica ocasión en que el veterano comandante Luis Cavallero55, que se distinguiera en la reparación del antiguo puente sobre el Tacuarí para facilitar el paso de las tropas, falleció posiblemente por el esfuerzo físico realizado.

         Luego de un breve pero intenso combate, el general Belgrano decidió capitular, explicando al mismo tiempo que no venía a conquistar, sino a auxiliar al Paraguay para obtener su emancipación de España, advirtiendo que ese hecho solo se lograría con la unión de todas las provincias señalando a Buenos Aires como capital. En respuesta, el sacerdote José Agustín Molas, capellán del ejército nacional, le contestó que Buenos Aires no ejercía ninguna autoridad sobre las demás colonias y que éstas tenían el todo el derecho de proclamarse en Estados soberanos, sí así lo querían.

         Finalizada la campaña contra el teniente coronel Fulgencio Yegros fue nombrado como comandante en Itapúa y Cavañas se dirigió a su estancia situada en las Cordilleras. En la capital quedaban los oficiales, varios civiles y religiosos que se reunían secretamente preparando el plan revolucionario. El doctor José Gaspar de Francia no participó personalmente de estas reuniones, pues su nombre no aparece en las actas de los mencionados encuentros; sin embargo, es muy probable que desde su quinta de Ybyray, ubicada en el partido de Trinidad, se comunicaba con los conspiradores.

         La revolución debía iniciarse en el interior de Corrientes. El comandante Blas José de Roxas apresaría a los españoles y controlaría la zona sur. En Itapúa, Fulgencio Yegros cumpliría idéntica misión y luego marcharía hacia las Cordilleras para reunir sus tropas con las de Manuel Cavañas, quien lo aguardaba en aquella localidad. Consiguientemente, todas las milicias reunidas debían de dirigirse hacia Asunción56.

         El 9 de mayo había llegado al Paraguay un agente portugués, el teniente José de Abreu, emisario de Carlota Joaquina. Abreu se entrevistó con el gobernador Velasco y éste aceptó sus propuestas, la de conducir una tropa de 500 efectivos al Paraguay con el propósito de defender la provincia ante cualquier insurrección de carácter independentista.

         Entretanto, los patriotas conocedores de las intenciones portuguesas proseguían en sus conferencias secretas. En la sesión del Cabildo del 13 de mayo, se mencionó la existencia de una conspiración y de las medidas que tomaría el Gobierno contra los complotados. Estos hechos compelieron a los patriotas a acelerar los planes subversivos. Las reuniones se llevaban a cabo en los domicilios de Juan Francisco Recalde y en la de los hermanos Pedro Pablo y Sebastián Antonio Martínez Sáenz. La esposa del primero, doña María del Carmen Esperati, realizaba casi diariamente tertulias en su solariega residencia, donde acudían los conspiradores. Allí, también residía su hermana, Josefa Facunda Esperati, novia de Fulgencio Yegros, en ese entonces. Eran asiduos a las reuniones los militares Pedro Juan Cavallero, primo de los Martínez Sáenz, Vicente Ignacio y Manuel Iturbe, alojados casi enfrente, en casa de su tía, doña Juana María de Lara; Antonio Tomás y Agustín Yegros, Juan Bautista Rivarola, los hermanos Montiel, Carlos Arguello, Juan Bautista Acosta, Mauricio José Troche y varios civiles, entre quienes se contaban a Juan Francisco Recalde, Fernando de la Mora, Mariano Antonio Molas. Igualmente, los sacerdotes como Francisco Javier Bogarín, Fernando Cavallero y José Agustín Molas.

         El capitán Pedro Juan Cavallero fue reconocido como jefe revolucionario en ausencia de Fulgencio Yegros. De acuerdo al proyecto trazado, a las 10 de la noche del día martes 14 de mayo, los patriotas salieron de la casa de los hermanos Martínez Sáenz y se dirigieron al Cuartel de la Plaza, cuya guardia se entregaba a esa hora. Una nota de gran importancia fue la intervención de una valerosa mujer, doña Juana María de Lara.

         De acuerdo a las investigaciones de José Colnago Valdovinos, la proximidad de su vivienda con las casas de los Martínez Sáenz permitió que doña Juana estuviese al tanto de las conspiraciones libertarias. Su función de mayordoma de San Francisco y sus idas y venidas a la Cofradía, la convirtieron en agente para trasmitir instrucciones, sin que ninguna sospecha pudiera recaer sobre ella, y más aún porque era la viuda de un afamado regidor español del Cabildo asunceno57. Según Carlos R. Centurión, a ella se le adeuda el contacto de los conjurados con los oficiales de guardia del Cuartel de Rivera y de la Maestranza de Artillería, para el cumplimiento del plan de acción y la fijación de la hora en que aquel sería puesto en práctica58. A su vez, Efraím Cardozo afirma que fue ella la encargada de informar a los conspiradores del santo y seña59.

         Por su parte, Ramón I. Cardozo expresa que doña Juana María, obedeciendo las instrucciones de los jefes del movimiento, fue como de costumbre a la Iglesia de la Catedral y se colocó arrodillada cerca de la pila de agua bendita, para avisar a los patriotas de los procedimientos a seguir. Como en ese tiempo era habitual la asistencia diaria de hombres a la misa, a medida que iban llegando los conjurados, ella les comunicaba el plan y el santo y seña: Independencia o muerte. "La misión de la patriota -continúa Cardozo- no terminó allí, sino que también recorrió las casas de los patriotas para trasmitirles las impresiones y noticias del momento. De este modo, ella fue en aquel día y en aquella fecha, el medio de acción espiritual ante los patriotas"60.

         Posiblemente, el ilustre maestro Cardozo, al reseñar el desempeño de doña Juana, se basó en un escrito de Sosa Escalada, publicado en 1892, que con motivo de honrar a los próceres de la Independencia, aportó lo siguiente:

         "A pocos pasos del cuartel tenía su casa habitación la matrona paraguaya Doña Juana María de Lara, viuda de Bedoya, y que prestó con varonil entereza señalados servicios a la causa de la revolución. Era esta señora la mensajera de los caudillos.

         La mañana siguiente, es decir, el 14, de antes de aclarar, Doña Juana María se encontraba acompañada de una negra sirvienta suya en las puertas de la Merced, aguardó la primera misa. Allí conferenció con algunos patricios, a quienes comunicó la orden recibida del mismo Caballero después de terminada la reunión.

         La heroica dama, después de oír la misa con ese fervor de las almas cristianas rogando a Dios por el triunfo de la libertad, comunicó la novedad del día a su confesor el Rev. P. Fray Fernando Caballero, tío del mismo capitán del mismo apellido y entusiasta propagandista de la revolución. Del templo se trasladó a lo de Somellera; éste saboreaba con delicia un amargo cuando recibió la visita de la insigne mensajera, la que a su vez se sirvió de dos a tres mates ínterin conferenciaba con el dueño de casa.

         El doctor Francia, que vivía en su quinta de la Trinidad, fue así mismo avisado por un chasque que se le envió de la capital. Más tarde a eso de las 10 de la mañana, doña Juana María de Lara, daba cuenta al capitán Caballero de la misión que se le había encomendado, la cual había cumplido como siempre con verdadera abnegación"61.

         Sosa Escalada se refiere a "que alguien que participó de aquella gloriosa epopeya, había dejado a su muerte trozos manuscritos y descoloridos, en parte indescifrables que reunidos a los anteriormente citados, nos haya dado impulso para presentar en su más mínimo detalle, los acontecimientos del 14 de mayo de 1811"62. Ese alguien era su abuelo, el insigne maestro porteño, Juan Pedro Escalada que, desde 1807, impartía clases particulares a los niños y jóvenes en su residencia de Asunción y que, sin lugar a duda, fue un testigo ocular de los acontecimientos.

         El artículo de Sosa Escalada, apoyado en los añosos escritos de su abuelo, por la escasez de otras evidencias históricas semejantes o porque hasta el momento no se hallaron instrumentos puntuales que registren el accionar de doña Juana María de Lara en la gesta emancipadora, no deja de ser significativo, precisamente por ser la primera alusión referente a su persona en los citados sucesos y porque ilustres historiadores de reconocida solvencia intelectual e investigativa de la talla de los Cardozo, padre e hijo, de Carlos R. Centurión, de José Colnago Valdovinos y de otros no menos importantes, quienes la mencionan como la trasmisora de las instrucciones de Cavallero; si se basaron en los manuscritos legados por el célebre maestro Pedro Escalada, no dudaron de su veracidad o bien recurrieron a la memoria histórica, trasmitida a través de las generaciones.

         Es comprensible la inexistencia de fuentes documentales que atestigüen sobre la participación de doña Juana María de Lara en cuestiones políticas que eran propias solo de hombres. Primero, porque era mujer y como se ha señalado con anterioridad, la mayoría de las participantes en las revoluciones libertarias o en otros memorables acontecimientos posteriores, fueron sometidas a la invisibilidad en la documentación histórica y también, como expone Julio César Chaves en su enjundiosa obra sobre la revolución de mayo, que: "Poco o nada ha quedado escrito sobre aquel suceso trascendental. De todos los que actuaron solo Molas y Somellera dejaron unas cortas líneas. Fue providencial que el teniente José de Abreu estuviera esa noche en Asunción; su extenso informe, publicado por primera vez por Cecilio Báez, es el único testimonio con que contamos para reconstruir el golpe del 14 y 15"63.

         Al analizar lo manifestado por el ilustre historiador Chaves que "poco o nada ha quedado escrito sobre aquel suceso trascendental"; se infiere que si los más importantes gestores de la Revolución tampoco dejaron documentado todo el proceso libertario en donde los protagonistas eran los principales varones pertenecientes a la clase criolla, por lógica la ayuda prestada por doña Juana durante la noche del 14 y la mañana del 15 de mayo, es decir, su colaboración en este relevante acontecimiento en que el Paraguay consiguió su Independencia, haya pasado totalmente inadvertida y que el detalle de las noticias sobre el citado evento solo se conocieron gracias al informe del portugués José de Abreu, quien además no tuvo en cuenta la intervención de una mujer, porque su pretensión era dejar registrada con exactitud la actuación de los conspiradores y sobre la intimación al gobernador Velasco incluyendo los pormenores de la emancipación del Paraguay, para luego comunicar al comandante Sousa, jefe de las fuerza miliares de Río Grande do Sul, su inmediato superior, y a la princesa Carlota Joaquina

         Razonable es que, también durante las administraciones del doctor Francia y de los López e inclusive de los primeros gobernantes de la posguerra, tampoco hayan mencionado a doña Juana. Recién en 1892 se hizo público su desempeño, juntamente con la heroicidad de los demás patriotas, en ocasión de erigir un monumento oficial a los próceres de mayo. La idea fue auspiciada por la profesora Rosa Peña, que en el deseo de conmemorar de manera justiciera las gestas patrias, desde hacia tiempo atrás venía trabajando en un movimiento cultural que aglutinaba a diversos grupos de la sociedad asuncena.

         El 11 de mayo de 1894, el presidente Juan Gualberto González, esposo de la citada maestra, decretó la puesta en marcha de la Ley promulgada el 29 de setiembre del año anterior sobre la erección de dicho monumento que perpetuaría la memoria de los "Patricios Pedro Juan Caballero, Fulgencio Yegros y General Manuel A. Cabañas"64. Un gran número de asistentes presenció la colocación de una piedra fundamental en la Plaza Uruguaya, que iría a dar inicio al proyectado monumento que consistiría en esfinges esculpidas en piedra de los principales gestores del movimiento emancipador. De hecho, no se concretó la obra, por circunstancias adversas que desencadenaron la defenestración de González del gobierno y de las buenas gestiones de su esposa, quien en esa oportunidad, tampoco aludió al servicio realizado por doña Juana de Lara.

         Para concluir y volviendo a aquella memorable noche del 14 de mayo de 1811, el capitán Cavallero envió al alférez Vicente Ignacio Iturbe a la Casa de Gobierno con el propósito de intimar la rendición del gobernador Velasco. La nota exhortatoria exigía: la entrega de todos los cuarteles, armas y municiones; de todas las llaves de las oficinas públicas. Asimismo, se impedía la salida de toda embarcación de cualquiera de los puertos provinciales; la absoluta libertad de transitar por los caminos que comunicasen la capital con las villas del interior. Señalaba, además, que el cuartel designaría dos diputados para acompañar al gobernador en un Gobierno provisorio. Ante la citada notificación, Velasco pretendió aconsejar a los revolucionarios sobre las implicancias de esta decisión, pero Iturbe le advirtió que si no entregaba el mando, la artillería iría a bombardear su residencia; en consecuencia, el último regente español aceptó las estipulaciones requeridas, contestando lo siguiente: "Estoy dispuesto a todo, pues no quiero que corra una gota de sangre" y entregó el mando. Era la madrugada del 15 de mayo, una salva de 21 cañonazos saludó el nacimiento de un Estado libre y soberano".        Con este suceso se rompió el yugo con el cual España había oprimido al Paraguay durante casi tres siglos. Fue el primer país sudamericano en obtener su Independencia, constituida dos años más tarde en República, también la primera en América del Sur.

         La tradición histórica reseña que, en la mañana del 15 de mayo, doña Juana María de Lara se presentó en el Cuartel para festejar con sus sobrinos y vecinos el triunfo de la revolución, llevando una ofrenda floral que obsequió a Pedro Juan Cavallero. De acuerdo a las interpretaciones varias de los que se ocuparon del tema, algunos arguyen que las flores simbolizaban los futuros colores de la bandera patria, al inferir que se trataban de azucenas azules, jazmines y rosas rojas. En cambio, como las azucenas azules florecen en primavera, otros aducen que eran claveles rojos, rosas blancas y azucenas moradas66, que sí estas tienen su floración en mayo. Sin embargo, otras opiniones manifiestan que no fueron azucenas, sino violetas y tampoco jazmines, sino azahares. De todos modos, como la cuestión es meramente anecdótica; en esta reseña no tiene trascendencia qué tipo de flores eran y si las entregó o no al jefe revolucionario, sino más bien importa la reivindicación de mujeres que participaron directa o indirectamente en esta etapa tan significativa de la historia patria.

         A ese efecto, vale mencionar en este apartado también, a doña Petrona Cavallero y Bazán de Martínez Sáenz, tía de Pedro Juan Cavallero, que por medio de sus tertulias hogareñas, alentaba las ideas emancipadoras; a las hermanas María del Carmen, Josefa Facunda y Micaela Esperati, que residían en la casa en donde se reunían los conjurados. La primera de ellas, más conocida como doña Carmelita, como ya se anotó, era la esposa de Pedro Pablo Martínez Sáenz, y su hermana, doña Josefa Facunda, casada unos meses después de la Independencia con Fulgencio Yegros y, que un año más tarde, escribió a Cavallero manifestando su adhesión y un donativo en metálico para ayudar a los soldados del fuerte Borbón que había sido invadido por los portugueses67.

         Otras mujeres que indirectamente participaron de la gesta revolucionaria fueron Nicolasa Marín, esposa de Sebastián Antonio Martínez Sáenz; Rosa Catalina Acosta, esposa de Juan Francisco Recalde, que igualmente acogía en su casa a los revolucionarios. La lista prosigue con Josefa Antonia Cohene, hija de un ilustre oficial, Manuel Antonio Cohene, quien combatió contra los ingleses en 1806 e inspiró en su adolescente hija los propósitos libertarios. A la edad de 15 años contrajo nupcias con don Fernando de la Mora. Doña Francisca Benítez, la fiel compañera de Mauricio José Troche; doña Beatriz Fernández Montiel, casada con Mariano Antonio Molas; doña Luisa Bernarda de Echague, esposa de José Ignacio Iturbe y doña Juana Mayor, esposa de Pedro Juan Cavallero, quienes de alguna u otra manera estuvieron presentes en la revolución emancipadora y que la ingrata memoria histórica las condenó al olvido.

 

 

 

CONCLUSIÓN

         A lo largo de toda la Historia Universal y en particular de cada una de las naciones americanas, fueron muchas las mujeres que intervinieron activamente tanto, en la vida pública como en la privada en los diversos periodos históricos y que con sus acciones han transformado el devenir de numerosos acontecimientos y, a quienes no se les ha otorgado el merecido valor que le correspondía. En la conformación de las nuevas repúblicas fueron simplemente ignoradas como lo han sido en las historias escritas solo por hombres.

         La participación de las mujeres en el proceso de independencia de la corona española entre los años de 1809 a 1830 fue altamente valiosa y a pesar de sus relevantes hazañas en pro de la liberación de sus naciones, sus nombres no fueron registrados, ni siquiera tenidos en cuenta para la construcción de cada Estado en particular, como sucedió con el de Bolívar, San Martín o de otros patriotas locales, y en especial de los paraguayos, Yegros, Cavallero, Cavañas, Iturbe, Molas, Troche, Bogarín, Rodríguez de Francia y otros libertadores. Las mujeres, a diferencia de los hombres, emplearon distintas formas de contribuir con la causa independentista, lucharon a su manera, con medios netamente femeninos.

         Las mujeres de clase social alta en los inicios del siglo XIX, no solo eran aleccionadas para realizar las labores domésticas, si no que gran parte de ellas, eran alfabetas y educadas, situación que las ayudaba para realizar diversos roles en los movimientos independentistas, como el actuar de espías, recibir en sus tertulias a los conspiradores o ser mensajeras de instrucciones o informantes del bando patriota.

         Si bien en el Paraguay, por las circunstancias coyunturales de los sucesos tan asequibles que conllevaron a la emancipación patria, la injerencia de mujeres en las tramas conspiratorias; no fue tan manifiesta como sucedió en otras regiones en donde los acontecimientos revolucionarios requerían que madres, hijas, esposas o amantes acompañasen a los soldados en las batallas y que muchas de ellas debieron empuñar las armas o padecer torturas y fusilamientos, pero que de igual manera, amerita que sus nombres sean reconocidos por la ciudadanía y por las futuras generaciones.

         En este contexto, la Diputada Emilia Alfaro de Franco, en un gesto reivindicatorio presentó un anteproyecto de Ley en la Sesión de Diputados del 8 de noviembre del 2009, mediante el cual se reconocería como prócer nacional a doña Juana María de Lara, resaltando que su persona marcó la presencia femenina en las gloriosas gestas de mayo, que hasta ese tiempo era casi anónima en la historia del país. "Es el momento de hacer figurar a Juana María de Lara en los textos, en las instituciones públicas y en todo ámbito educativo-cultural y político de ahora en más para que todos conozcan la importante misión que tuvo esta mujer como protagonista de la independencia de nuestro país", expresaba en su alegato la citada parlamentaria.

         Luego del estudio de la Comisión de Educación y Cultura de la Cámara de Diputados, dicho proyecto, se aprobó el 12 de mayo de 2010. Una vez pasado el dictamen a Senadores, el 16 de agosto de 2010, se promulgó la Ley 4082 declarándose Prócer de la Independencia Nacional de 1811 a Doña Juana María de Lara.

         Igualmente, en ese mismo año de 2010, el Ministerio de Educación y Cultura, mediante la resolución N° 21.393, oficializó la propuesta elevada por los Consejos Departamentales, consistente en que "la promoción de estudiantes de todos los niveles y modalidades de instituciones dependientes del MEC llevarán denominaciones por cada departamento". Para todas las instituciones de la capital del país, se adoptó la nominación de Juana María de Lara.

         También la Comisión Nacional de Bicentenario otorgó una medalla recordatoria con la efigie de doña Juana María de Lara y de los otros próceres a todas las personas que coadyuvaron de alguna manera en los eventos realizados por los 200 años de vida independiente.

         Finalmente, vale reiterar que, desde la más humilde hasta la más encumbrada de las mujeres que lucharon por sus ideales y sufrieron puniciones por haber sido insurrectas o simplemente colaboradoras en las empresas libertarias, a todas ellas que han permanecido invisibles, que han sido excluidas en el proceso de construcción de sus naciones surgidas de las revoluciones emancipadoras, les debemos un merecido tributo y una comprometida gratitud.

 

 

 

NOTAS

1A fines del coloniaje, las jóvenes de la sociedad paraguaya, generalmente, contraían nupcias con los criollos, hijos de terratenientes o con los españoles que en las postrimerías del Siglo XVIII llegaron al Paraguay en calidad de comerciantes. La mayoría de las mujeres pertenecientes a estratos socioeconómicos más bajos, por lo general optaban por las uniones libres.

2En el Paraguay, en esta etapa no existían, como en otras provincias hispanoamericanas, conventos de religiosas; por lo tanto, se dedicaban a la vida piadosa en los templos y a la caridad pública.

3José de Antequera y Castro, de padres españoles, había nacido en Panamá. Era abogado y fue condecorado con la Orden de Caballero de Alcántara.

5ANA Sección Testamentos. Vol. 527. Fo. 6. Año 1767.

6Quevedo, Roberto. 2011. Antequera. Historia de un silencio, 2da. Ed. Asunción, p. 70.

7Flores de Zarza, Idalia. 1987. La mujer paraguaya, protagonista de la Historia. Tomo I. Asunción. El Lector. pp. 91/92.

8Velázquez, Rafael Eladio. 1970. Breve historia de la cultura en el Paraguay. Asunción. 3ra. Ed. Ediciones Novelty, pp. 105/106.

9Flores de Zarza, idalia. 1987. La mujer paraguaya... op. cit., pp. 90/91.

10Monte de López Moreira, Mary. 2011. Héroes y heroínas anónimos de la Independencia. Homenaje al Bicentenario de la Independencia Nacional. Tomo II. Asunción. Academia Paraguaya de la Historia, pp.163/164.

11Arbelaez, Lizette. 2010. "Mujeres en la Independencia. Dirigentes y revolucionarias". www. http://ecos-de-hispanoamerica.blogspot.com

12Concluida victoriosamente la guerra contra Francia, Napoleón devolvía a Fernando VII el trono español, mediante el Tratado de Valecay, suscrito el 11 de setiembre de 1813.

13Bustinza, Juan Antonio - Greco y Bavío, Alicia. 1993. Los tiempos modernos y contemporáneos hasta 1830. Buenos Aires, 4ta. Ed. Editorial Azeta, pp. 246/248.

14Ibídem, p. 279

15Discurso de Simón Bolívar en Arbelaez, Lizette. Mujeres en la Independencia... op. cit.

16Arbelaez, Lizette. Mujeres en la Independencia... op. cit.

17Fisher, John. 1992. La sociedad estamental. Historia de Iberoamérica colonial. Madrid. Cátedra 1, pp. 619/635.

18Cabanellas, Guillermo. 1946. El Dictador del Paraguay, Doctor Francia. Buenos Aires. Editorial Claridad, pp. 40/41.

19Chaves, Julio Cesar. Los últimos días coloniales. Diario ABC Color. 29-IV-1973. Año 6. N° 2089, p. 1

20ANA SH Vol. 193. Fo. 10. 5-XI-1804.

21Cooney, Jerry W. Economía y sociedad en la Independencia del Paraguay. Asunción. Centro Paraguayo de Estudios Sociológicos, pp. 22/23.

22Velázquez, Rafael E. 1966. La sociedad paraguaya en la época de la Independencia. IV Congreso Internacional de Historia de América. Buenos Aires, pp. 11/12

23Cooney, Jerry W. Economía y sociedad... op. cit. p. 24.

24ANA C. R.B. Cat. 30.12-VI-1811.

25 ANA Colnago Valdovinos, José W. Cuaderno de Apuntes Números 2 y 3

26Colnago Valdovinos, José W. 1963. Patricias paraguayas en la documentación histórica. Asunción. Revista del Ateneo Paraguayo. Diciembre, p. 7.

27Romero de Viola, Blanca. 1984. El padre del Dictador Dr. José Gaspar Rodríguez de Francia. Anuario del Instituto de Investigaciones Históricas Dr. José G. R. de Francia. Año VI. N° VI. Asunción, pp. 80/2.

28Azara, Félix de. 1847. Descripción e historia del Paraguay y del Río de la Plata. Madrid. Imprenta de Sánchez, p. 330.

29Las actuales calles Palma y el Paraguayo Independiente.

30Zubizarreta, Carlos. 1964. Historia de mi ciudad. Asunción. Emasa, p. 260.

31Velázquez, Rafael E. 1985. Una periodización de la historia paraguaya. Asunción, p.17.

32ANA S.N.E. Vol. 447. Fo.4, 1726.

33ANA S.P. Vol. 271. N° 9, 4-IX-1781.

34ANA C.R.B. N° 13, 1871.

35ANA, Colnago Valdovinos, José W Libro de Apuntes N° 2, p. 84.

36ANA S.B. y T. Vol. 183. N° 10, 19-IX-1776.

37Descendientes del matrimonio Lara Falcón fueron los Carrillo, los Gill, los Acosta y los Haedo.

38ANA S.B. y T. Vol. 143. N° 10.

39Don José Díaz de Bedoya, natural de Burgos, nació en 1727. Hijo legítimo de Francisco Díaz de Bedoya y de Manuela Rávago. Llegó al Paraguay en 1765 y se dedicó a las actividades comerciales. Fue además regidor y alcalde del Cabildo asunceno. En 1773, contrajo matrimonio con doña Margarita Valiente y Otazú, hija legítima de don Pedro Valiente de Ramoa y de doña Ana de Otazú y Domínguez de Ovelar.

40Colnago Valdovinos, José W. 1963. Patricias paraguayas... op. cit. p. 6.

41Libro de Matrimonios de la Catedral. N° 11, p.25.

42Colnago Valdovinos, José W. 1963. Patricias paraguayas... op. cit. p. 6.

43ANA S. P. Vol. 1200. N° 2. Año 1806. f. 3. Convenio celebrado sobre bienes.

44Colnago Valdovinos, José W. 1963. Patricias paraguayas... op. cit. p. 6.

45ANA S.N.E. Vol. 2909. 21-VI-1815.

46Colnago Valdovinos, José W. 1963. Patricias paraguayas... op. cit. p. 7.

47ANA S.N.E. Vol. 3108 Foja 152 y 153. Año 1825

48Díaz Pérez, Viriato. 1940. José María de Lara. Apuntes sobre un paraguayo olvidado. Asunción. La Colmena, pp.17/19.

49ANA S. B. y T. Vol. 188. 2-I-1799.

50Díaz Pérez; Viriato. 1940. José María de Lara... op. cit., p. 19

51ANA S.B. y T. Vol. 890, N° 2. 1829.

52La residencia de doña Juana María de Lara, más conocida como el puerto Bedoya, pues hasta allí llegaban las pequeñas zumacas trasportando las mercaderías, fue demolida en setiembre de 1962.

53El 5 de enero de 1869, el ejército aliado entró a la capital paraguaya, la que fue sometida al más cruento saqueo por parte de las tropas imperiales y argentinas. Ni las legaciones extranjeras, ni las casas particulares, ni las iglesias, ni los sepulcros fueron respetados; la tarea destructora prosiguió por varios días. La ciudad de Asunción, vacía, estuvo a merced de los invasores. Muebles, artículos de valor, documentos y otros objetos fueron transportados sistemáticamente a los buques, que posteriormente eran conducidos con tan valioso botín a Buenos Aires y a Río de Janeiro.

54Carlota Joaquina, esposa de Juan VI de Portugal y hermana de Fernando VII, se encontraba en sus posesiones de Brasil, luego de la invasión napoleónica a la Península Ibérica. Envió emisarios a las colonias españolas con el propósito de que estas pasasen a sus dominios.

55El comandante Luis Cavallero era padre el prócer Pedro Juan Cavallero.

56Monte de López Moreira, Mary - Heyn Schupp, Carlos. 2011. Hijos de la Independencia. Homenaje al Bicentenario de la Independencia. Asunción. Academia Paraguaya de la Historia, pp. 369/380.

57Colnago Valdovinos, José W. 1963. Patricias paraguayas... op. cit. p. 7.

58Centurión, Carlos R. 1962. Precursores y actores de la Independencia del Paraguay. Asunción, p. 40.

59Cita de Idalia Flores de Zarza, en La mujer paraguaya, protagonista de la Historia. 1987. Asunción. El Lector, p. 102.

60Cardozo, Ramón Indalecio. 1928. La mujer de la Independencia. Doña Juana de Lara. Asunción. Revista Paraguay Social. Año I. N° 12. Diciembre de 1945.

61Sosa Escalada, Juan Manuel. 1892.14 de mayo de 1811. Asunción. El Independiente, Mayo 12 y 13 de 1892, p. 3.

62Ibídem.

63Chaves, Julio César. 1961. La revolución paraguaya de la Independencia. Asunción. Editorial Asunción, cita N° 19, p. 35.

64Registro Oficial. Decreto Ley del 11 de mayo de 1894. Los apellidos Caballero y Cabañas aparecen escritos con "b" y no con "v", como se escribían originalmente.

65Chaves, Julio César. 1961. La revolución paraguaya... op. cit., pp. 35/42.

66Según el doctor Carlos Villagra Marsal, la brunfelsia uniflora (nombre científico de la azucena morada), en guaraní manaka, florece dos veces al año, en mayo y en septiembre.

67La carta se encuentra en ANA Vol. 3407. N.E. Fo. 62 y 67. 16-VII-1812. La misma fue publicada por primera vez por el historiador Hipólito Sánchez Quell, en su obra La diplomacia paraguaya de Mayo a Cerro Corá. 1960. Buenos Aires. Editorial Guillermo Kraft, pp. 27/28.

 

 

ABREVIATURAS

ANA: Archivo Nacional de Asunción.

S.T.: Sección Testamentos

C.R.B.: Colección Río Branco

S.N.E.: Sección Nueva Encuadernación

S.P.: Sección Propiedades

S.B. y T.: Sección Bienes y Testamentos

 

 

BIBLIOGRAFÍA

Documentos

ANA S.T. Vol. 527. Fo. 6. Año 1767.

ANA S.H. Vol. 193. Fo. 10. 5-XI-1804

ANA C.R.B. Cat. 30.12-VI-1811.

ANA Colnago Valdovinos, José W. Cuaderno de Apuntes Números 2 y 3

ANA S.N.E. Vol. 447. Fo.4 año 1726.

ANA S.P. Vol. 271. N° 9. 4-IX-1781.

ANA C.R.B. N° 13. 1871.

ANA S.B. y T. Vol. 183. N° 10, 19-1X-1776.

ANA S.B. y T. Vol. 143. N° 10.

ANA S. P. Vol. 1200. N° 2. Año 1806. f. 3. Convenio celebrado sobre bienes.

ANA S.N.E. Vol. 2909. 21-VI-1815.

ANA S.N.E. Vol. 3108 Foja 152 y 153. Año 1825

ANA S. B. y T. Vol. 188. 2-I-1799.

ANA S.B. y T. Vol. 890, N° 2. 1829.

Libro de Matrimonios de la Catedral. N° II, p. 25.

Registro Oficial. Decreto Ley del 11 de mayo de 1894.

 

 

Libros, Periódicos y Revistas

Arbelaez, Lizette. 2010. Mujeres en la Independencia. Dirigentes y revolucionarias. www. http://ecos-dehispanoamerica. blogspot.com

Azara, Félix de. 1847. Descripción e historia del Paraguay y del Río de la Plata. Madrid. Imprenta de Sánchez.

Bustinza, Juan Antonio - Greco y Bavío, Alicia. 1993. Los tiempos modernos y contemporáneos hasta 1830. Buenos Aires, 4ta. Ed. Editorial Azeta

Cabanellas, Guillermo. El Dictador del Paraguay, Doctor Francia. Editorial Claridad, Buenos Aires, 1946.

Cardozo, Ramón Indalecio. 1928. La mujer de la Independencia. Doña Juana de Lara. Asunción. Revista Paraguay Social. Año I. N° 12. Diciembre de 1945.

Centurión, Carlos R. 1962. Precursores y actores de la Independencia del Paraguay. Asunción.

Colnago Valdovinos, José W.1963. Patricias paraguayas en la documentación histórica. Asunción. Revista del Ateneo Paraguayo. Diciembre.

Cooney, Jerry W. Economía y sociedad en la Independencia del Paraguay. Asunción. Centro Paraguayo de Estudios Sociológicos.

Chaves, Julio César. Los últimos días coloniales. Diario ABC Color. 29-IV 1973. Año 6. N° 2089.

Chaves, Julio César. 1961. La revolución paraguaya de la Independencia. Asunción. Editorial Asunción.

Díaz Pérez, Viriato. 1940. José María de Lara. Apuntes sobre un paraguayo olvidado. Asunción. La Colmena.

Fisher, John. 1992. La sociedad estamental. Historia de Iberoamérica colonial. Madrid. Cátedra 1.

Flores de Zarza, Idalia. 1987. La mujer paraguaya, protagonista de la Historia. Tomo I. Asunción. El Lector.

Lozano, Pedro. 1905. Historia de las revoluciones de la Provincia del Paraguay. Tomo I. Buenos Aires.

Monte de López Moreira, Mary. 2011. Héroes y heroínas anónimos de la Independencia. Homenaje al Bicentenario de la Independencia Nacional. Tomo II. Asunción. Academia Paraguaya de la Historia.

Monte de López Moreira, Mary - Heyn Schupp, Carlos. 2011. Hitos de la Independencia. Homenaje al Bicentenario de la Independencia. Asunción. Academia Paraguaya de la Historia.

Quevedo, Roberto. 2011. Antequera. Historia de un silencio. 2da. Ed. Asunción, p. 70.

Romero de Viola, Blanca. 1984. El padre del Dictador Dr. José Gaspar Rodríguez de Francia. Anuario del Instituto de Investigaciones Históricas Dr. José G. R. de Francia. Año VI. N° VI. Asunción.

Sánchez Quell, Hipólito. 1960. La diplomacia paraguaya de Mayo a Cerro Corá. Buenos Aires. Editorial Guillermo Kraft.

Sosa Escalada, Juan Manuel. 1892. 14 de mayo de 1811. Asunción. El Independiente, Mayo 12 y 13 de 1892.

Velázquez, Rafael Eladio. 1970. Breve historia de la cultura en el Paraguay. Asunción. 3ra. Ed. Ediciones Novelty.

Velázquez, Rafael E. 1966. La sociedad paraguaya en la época de la Independencia. IV Congreso Internacional de Historia de América. Buenos Aires.

Velázquez, Rafael E. 1985. Una periodización de la historia paraguaya. Asunción.

Zubizarreta, Carlos. 1964. Historia de mi ciudad. Asunción. Emasa.

 

 

 

INDICE

JUANA MARÍA DE LARA, PRÓCER PARAGUAYA

Emilia Alfaro de Franco        

SEPARATA DIARIO DE SESIONES

 

LA MUJER PRÓCER DE LA INDEPENDENCIA PATRIA

EL CASO DE JUANA MARÍA DE LARA

Lourdes Espínola Wiezell

Argumentación conceptual

 

CRONOLOGÍA DE ACCIONES PARA LA LEY JUANA DE LARA

Lourdes Espínola Wiezell

 

 

JUANA MARÍA DE LARA       

Mary Monte de López Moreira

INTRODUCCIÓN

MUJERES PROTAGONISTAS DE LAS REVOLUCIONES INDEPENDENTISTAS

LA SOCIEDAD PARAGUAYA EN VÍSPERAS DE LA INDEPENDENCIA

LOS  LARA EN EL PARAGUAY

JUANA MARÍA DE LARA EN LA REVOLUCIÓN DE LA INDEPENDENCIA

CONCLUSIÓN

BIBLIOGRAFÍA

 

ANEXOS

Árbol genealógico

Testamento de Juana María de Lara

Existencias de los enseres que constan de inventario

Notas de las fallas de los enseres que constan de inventario

Lara, Juana María de, y los herederos de José Díaz de Bedoya

POEMA A JUANA MARÍA DE LARA

 

 

POEMA A JUANA MARTA DE LARA

Dintel de una vida... Umbral de una patria...

¡Mayo flotando de gloria!

Hora es la hora de un ángel

que en órbita nueva irrumpe su sueño.

Fúlgida fecha en el aire.

 

La virgen mañana,

danza de luz propagando,

despierta los valles, los cerros, los lindes.

¡Tierra, más tierra y más almas!

Al soplo de Mayo -reventón de aurora-

se ensanchan los arcos que cubren las eras.

 

 Arco de fe a un destino.

El ámbito abierto sin fin sobre el ansia

escucha los pasos, los ínclitos pasos

de Juana de Lara.

 

Su fina arrogancia -mujer y poesía-

enjoya la escala del himno naciente.

 Llega y entrega en un ramo

su amor de matrona, de grana y lucero.

Latidos de gesta, las flores reunidas.

Tan bellos colores, gracia y lozanía

 del iris nativo,

renacen en brazos de Juana de Lara.

 

Sangre y candor de una madre

que entrega su pecho con garbo de prócer.

Grácil e intacta presencia

al pie de la enseña que el hombre levanta.

Sus franjas restallan en signos sagrados.

 

Son copias al viento de aromas radiantes

del ramo de esencias de Juana de Lara.

Libre en su anchura de oriente,

la fausta bandera despliega una vida,

vida de patria que ensaya

su propio sendero de luna infinita.

 

Rosas, jazmines, violetas

recargan su vuelo de fértil presagio.

 

Clarín y aureola

Espada y ternura...

Amplio vergel que brotara

al aura materna de besos y entrañas.

 

Y en versos de marcha el símbolo lleva

fragancias del ramo

de Juana de Lara: Eva paraguaya

que ofrece su nombre por todas sus hijas.

 

Miguel Ángel Guillén Roa

Diario El Día. 14 de mayo de 1964.

Suplemento Especial.

 

 

 

 

 

 

 

 

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