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ESTEBAN CABAÑAS

  POESÍA REUNIDA DE ESTEBAN CABAÑAS, 2012 - Edición al cuidado de RICARDO DE LA VEGA


POESÍA REUNIDA DE ESTEBAN CABAÑAS, 2012 - Edición al cuidado de RICARDO DE LA VEGA

POESÍA REUNIDA DE ESTEBAN CABAÑAS

Edición al cuidado de RICARDO DE LA VEGA

Editorial ARANDURÃ

Diseño de tapa: OSVALDO SALERNO

Asunción – Paraguay

Octubre 2012 (387 páginas)

 

 

 

 

 

ÍNDICE

 

LOS MONSTRUOS VANOS, 1964

POEMAS, 1964/1965

EL TIEMPO, ESE CÍRCULO, 1979

LOS CUATRO LINDES, 1980/1981

DESENTIERRO, 1982

PREMONICIONES, 1986

FOSO DE PALABRAS, 1992

EL NÁUFRAGO INSUMISO, 1998

LATIDO QUE NO CESA, 2010

LA POSTA OSCURA, 2011 (Inédito)

POEMA DEL EXTRAÑO Y LA CIUDAD, 1965 (Publicado en Revista Alcor)

 

 

 

LOS MONSTRUOS VANOS

1964

 

 

         LA ESFINGE

 

         a Josefna Plá

 

QUIÉN pensaría en ese rostro ambiguo

en que dejé mi suerte detenida

grabada en su serenidad y en su violencia

vuelve su risa y su dolor a un tiempo

a ser palabras de su boca antigua

a nacer y morir

en esa misma soledad que le destruye

y le crea sin cesar

entre las horadaciones de su piel

como una piedra que detiene lágrimas

borrando en su memoria arenas lluvias

quieto deshacerse de la prisa

para instalarse definitivamente en su sitio

en esa espera imperturbable

en esa mirada de vidrio sobre la línea

del desierto.

 

 

 

 

 

ENIGMAS de toro enarbolado

sobre el ataúd perdido de mi cuerpo

anclado en su palabra de fuego devastado

por sinnúmeras lenguas enigmáticas

mi boca ha recobrado su sabor sin memoria

su fruición que se viste de otras bocas

de otras lenguas de fuego milenario

salivas que consumen su frescura de aceite

en medio de las llamas.

 

Enceguecido busco

caído sobre cuerpos sin nombres repetidos

el combustible ardido el corazón quemante

navegación de cuerpos en perpetuo naufragio

consumidos.

 

 

 

UNO lleva sus pétalos sangrando

sobre los estambres púdicos que emergen

de grandes cópulas bermejas

 

El aire preconiza una vuelta hacia el orden

odiando la armonía

naciendo como un sol fiero y demente

o un ser caníbal

todo lleno de larvas despeñado

sin tregua a su banquete.

 

Los pequeños resabios ensucian los diagramas

que huelen como el tiempo

asumen los preámbulos sagrados

los intersticios cavados del deseo

Estos son su madero brújulas inquietas

alargadas a nortes monstruosos ojos mórbidos

de animales que crecen sin moverse

flores antiguas enormes navegando

en ese lugar que llega como un golpe

a completar el goce sin hallarnos.

 

 

 

DESHABITADO el viento, yo busqué la paloma.

Deshabitado el pez, hallé los ríos.

Deshabitado el hombre, su soledad tenía

la vestidura de sus huesos.

 

Deshabitado el tiempo, su angustia se ladea

como viejo caballo sin querencia.

Deshabitado el lento deshacer de sus horas

en su cristal de fuego innumerable

la soledad de Dios muestra su espalda vacía.

 

 

 

SÓLO era mía la brevedad del goce

y una fiera creciendo a mi costado

con el nombre completo

atardeceres vanos cuerpos tibios

pequeños bosques hieráticos recordadas verjas

escrúpulos

sueño y tiempo

relatándose viajes cuentos

caminatas

voces que anclaron ciegas

junto al naufragio solo

desenredados brazos de ahogado perdido

en un desierto frío de sal

con deseos de hincarse en otros cuerpos

probar su brevedad unirse a otro

buscar la soledad del otro como un puerto.

 

 

 

 

AMAR es una cosa que se licua

sobre animales fieles de ojos muertos

quiere ser una niña viva y sola

creciendo en longitud bajo la sombra

 

Atestigua un furor de luna asida

por manos criminales flores pájaros

que se buscan en mares de saliva

con los grandes pétalos del hambre

 

Crecen en su honor enormes plumas

que parecen palomas deshojadas hojas quietas

de un antiguo otoño petrificado

llenan los ojos de su calle extraña

 

 

 

POEMAS

1964/1965

 

 

         1

 

De viento en sangre

por espacios subiendo

como un árbol.

Clave de hojas

dibujada sobre el pliego

cubierto de miradas,

manos quietas que suben

buscando la caricia,

enarbolada pieza de metal

en la calle

por la que busca el tranvía

su despacioso tramo

y una lenta agonía

instalada en sus vidrios

en iluminadas ventanas

y voces transeúntes.

Sube el aire, muy viejo

con el goce final

donde se vierte

el horizonte pálido,

la rosa,

agrandándose

en animales ciegos

de mirada inútil

que buscan.

 

 

 

         2

 

Era el hambre

uñas pálidas

de restregar

el hambre

voces largas de arañar

el hambre

su tierra grave de soportar

el hambre

sangre o borbotones

el hambre

policías que inventan

el hambre,

señores en enormes casas

el hambre

viejas mujeres con grasa y zapatos

el hambre

niños perfumados

el hambre,

guardada ventana para mirar

el hambre

con sus feroces rostros agrandados

el hambre

con sus menudos pies

con su corta edad

su vieja y larga edad

su desolada edad

el hambre.

 

 

 

         3

La fuente de lo inútil

es una enorme piedra

con ojos en la orilla

donde oscurece el tiempo

su piel aletargada.

 

Veo que se estira

el gran pliego del ansia

sobre pedazos tibios

de carnes apagadas

y una tranquila mano

recorre su esperanza

con la pezuña antigua

de un animal de piedra.

 

Atrás la mesa muerta,

y el mar que sube y baja.

 

 

 

         4

El que alimentó

sus muchas ausencias

inventa entregarse

pero no lo aceptan,

Diseca esqueletos

para hacer palomas

en la enorme hoja

de alumno sin dedos.

 

Por el aire sube

su animal despierto

no sabe la letra

y olvidó sus huesos.

 

 

         5

Su cara de enemigo

se refleja en mi rostro,

quiere poblar el aire

mientras me dure el ansia

y por detrás, corriendo

con sus sombras de alambre

cubriendo el cuerpo oscuro

del tiempo.

Hay un pequeño encuadre

donde se fija el sueño

por sobre mi palabra

mi orgullo

mi abrumada presencia

mis residuos.

 

 

 

 

EL TIEMPO, ESE CÍRCULO

1979

 

         CÍRCULOS

 

         1

 

La razón del círculo es imitar su cola sin principio

el posible regazo de la nada

su ojo anticipado a medianoche

como un sol

su redonda potencia

su complicada lumbre única

su soledad partiendo desde el centro

donde no llega el fin

ni donde gira el cordón cerrado del infinito

 

         2

 

Qué soy yo

sino una piedra vuelta

cuyo rostro ha caído

 

Qué soy yo

sino el revés de un traje

al final de un ovillo

 

El círculo no soy yo

ni la evidencia

sólo un fin

Que no se identifica

 

         3

 

La soledad tiene la voz de la piedra

la soledad que muerde su despacioso aumento

como un furioso tren desenredado

 

La soledad que muestra su rostro resguardado

por horizontes quietos y brújulas sedientas

 

la soledad del viento cabellera de aire

cubre un campo viejo de cegados árboles

que desgarra su propia cola enhiesta

sin obstáculos

 

la soledad de la raíz sin tronco

la soledad del libro sin mirada

de un dedo solo de mano mutilada

la soledad sin respuesta

la soledad del grito desovando

sobre espejos caídos sin imagen

la soledad parada como un pito

de cópula siniestra

la soledad vestida de relojes

sin memoria posible

 

 

         4

 

Suplir la piedra y encontrar el aire

donde el sueño se incuba su vigilia

y el silencio en ruidos permanece

 

En el principio los círculos cerrados

donde el pie la cabeza

 

Todo tiende hacia nada

y lo eterno descubre

el tiempo de morir

 

 

         5

 

Dar la vuelta

es realizar el recuento

la insistencia del día que no cesa

No es un aire ni un pájaro entendible

Es un poema negro

como un signo vacío

Yo soy aquí con esta voz

con estos ojos

el más ciego y el más silencioso

porque no tengo nada sino esto

Porque este sueño vano de ser otro

es como ser libre

 

 

         6

 

En el eje que no domino

el caminar ladea su sombra

y es el suelo que estira su solidez

fuera de sus límites

 

Quién está marcado

quién amarra el aire

de qué seca semilla nace el silencio

pero es el sueño un zapato sin pie

una envoltura

un olvidado aire

un sol un río un ave

un volverse lentamente hueco enorme

un pozo de metal inútil

en que el eco golpea su repetido eco

 

La cáscara que enarbolo en el eje

no es mi rostro

 

 

 

 

LOS CUATRO LINDES

1980/1981

 

         UNO

 

         I

 

La tarde no tiene casa

ni la más remota casa

aparece en el tiempo como su casa.

El viento no tiene casa

como los altos fierros que defienden la noche; la noche

sin casa.

 

No tienen casas los azules ni las sombras

ruedan sin casa las piedras

sin casa las calles

la ventana sin casa y esta puerta

no tiene donde ponerse.

 

No tiene casa esta mano,

el ojo en ese espejo sin nada

siente alargarse la angustia,

los cuatro lindes, las enredaderas,

la pierna de su madre

el corazón y el patio.

 

La sangre se derrama

más allá de su casa

que crece en sí misma

como un vacío

inabordable,

su casa no tiene casa

ni tiene casa en sí misma.

 

 

         II

 

Aquí no estoy.

(Perdido en la mitad de un pañuelo

caído sobre los recuerdos).

 

Aquí no estás:

dilatado en el fondo de la noche

apenas cabe el rostro que ya no usas

la inquieta melancolía que sobrellevas

la pereza del viento

y esa luz amarilla que se arrastra a tu lado.

 

Aquí están las tormentas

el temor en la pisada

del animal errabundo

del objeto sin nombre,

la piel sin ternura y el beso roto.

Aquí está el silencio.

 

 

         III

 

         LAS LLAVES

 

Primero,

la que apagó los ojos de las palomas

en el principio del amor

y las sustituyó por piedras.

 

Después,

la que encendió la sonrisa

en medio de la vieja oscuridad

donde vigila el sueño

convertido en ángeles de cansancio y misterio.

 

La que abre la dulzura

sobre el despilfarrado

viento de la tristeza

que al retirarse deja la soledad varada

en medio del espacio.

 

La que cierra el pedestal

y cubre de hojarasca

las lápidas inmensas

donde inscriben

los retazos del tiempo.

 

La que guarda, en fin,

la pequeña alegría

que se instala

en los rostros de mis hijos

creciendo como vientos de amor

en la tormenta.

 

 

         IV

 

El mar se envuelve

en su caracol transparente

y en el fondo, al final del ovillo

sueña el tiempo

donde no será más

o nunca o ha sido o tarde

y la petrificada sombra se desvanece

sin poseer jamás el presagio

donde todo ya es

y es nada

 

 

         V

 

Cuando salgo a la calle y entiendo que estoy solo

y ya el relato arde en el fondo del cajón

hay un sonido espeso que alarga su palabra

para enhebrar el viento, para estrujar el aire,

iniciar el remate de las cosas usadas,

clavar las mariposas en una caja azul.

 

 

Cuadrada habitación, inmenso espacio

adentro, muy adentro, guardo la calle abierta,

desde aquella ventana

donde tu mano estaba y ya no está.

 

En la memoria cabe el dulce escarabajo

que apaga la caricia,

y la tristeza enciende la vieja soledad.

 

         Sao Paulo, 12 de noviembre de 1980

 

 

 

 

DESENTIERRO

1982

 

         a Dionisia Cabañas

 

"Aunque el discurso de largos años suele causar las más de las veces en la memoria de los hombres mudanza y olvido..."

dedico este libro a tía Dionisia, que no tuvo hijos,

ni hombre, ni perro que le ladre, y sin embargo era alegre y delirante,

contaba historias familiares y pensábamos que la pobre estaba loca de remate.

Tanto la quería mi madre que me dijo: dale una flor en su muerte, ese día.

(Estaba tan gris, que se orinaba en el cajón de risa).

Esta es la flor

después de mucha vida.

 

 

         LOS PENSAMIENTOS DEBIDOS

 

Yo, Moquiracé, haré velar

los antiguos árboles

de donde sacamos la fuerza del venado,

la sangre de las víboras,

los penachos que la garza enarbola,

el agua petrificada

y el sol de la tierra

que al apagar sus fuegos

hace acontecer la oscuridad.

 

Yo, Moquiracé, hablé a mis hijas:

En el tiempo que fue,

cuando llegamos aquí

en grandes luchas con los payaguá;

comer al vencido

era buscar la fuerza

que su corazón guardaba.

Ahora llegan los extraños

con el palo de trueno y el poder,

con sus pieles tejidas al cuerpo,

con sus rostros crecidos

y desangradas manos.

 

Yo, Moquiracé, dije a mis hijas:

Es de ustedes este trabajo.

Apaguen los fuegos

de este sol que nos trae

un alba quizás enemiga.

Mis hijas: Coman de su carne.

Los hijos de ustedes

heredarán la fuerza del extraño

y seremos

-en la tierra sin mal-

una mañana.

 

Yo, Moquiracé,

no fui el vencido.

 

 

 

         CON LOS CINCO CACIQUES DESCUARTIZADOS

         POR ORDEN DE IRALA, HABLA EL ENGAÑO

 

La víbora calló

y el enorme fuego que agitara la selva

se nos puso aquí dentro

y allí se enterró.

Vino la tormenta y trató de apagarlo

con sus terribles aguas,

vino el sueño con una pesadilla que le prestó su voz,

vinieron los ojos que el verano incendió

y fuimos el barro calcinado

que arrastraba las piedras

sin levantar la vista de las manos:

Nos habían preparado la trampa

con nuestra propia sangre.

En un sueño de los caciques,

Domingo retrocede para verse

 

 

         POR EL AIRE SE NUTREN

 

las bocas del alba,

anuncian silencios

los lejanos diagramas,

luces por el río,

en el frío, fogatas.

Las cenizas suben por los jazmines.

Hay un árbol que construye su sombra

bañado por la plata de los charcos.

El espejo delata los cuerpos

suspendidos en el inútil sueño.

Domingo camina por una frágil rama,

el sol se ha detenido en medio de su cara,

parece que sus ojos taladran.

La selva, tras un fondo insomne,

guarda el cuerpo de Leonor, preciso.

La piel es muy morena,

un reflejo que avisa

el deseo y la ira.

Pero ella sonríe con una risa vieja,

sólo el cuerpo lo entiende

y corre hacia sus piernas

la temblorosa araña de su sexo.

Afuera,

Domingo recibe a los caciques.

Su mirada es de vidrio.

El lagarto los desprecia con la lengua afiebrada

que seduce la siesta

en el látigo tenso

de un ojo congelado.

Malinche sueña al viento

(¿no es la misma?)

traspuesta la frente de Salazar dormido.

-Aquí están los caciques,

don Domingo-.

Los soldados levantan los maderos,

la soga va a la espera

sosteniendo en el aire

su círculo vacío.

En otro espejo los caciques

despegan a Martínez de Irala

de una mujer cansada y desteñida.

Lo llevan a la plaza.

(Sueña el viento

un aire periférico).

Domingo Martínez de Irala

cuelga de un árbol

con la soga al cuello.

¿Qué son esos dulces caballos,

uno por cada punto cardinal

y hacia cada rumbo?

Con el puñal, el indio los ciega

y al partir cada uno se lleva

un trozo de su suerte.

Don Domingo regresa a componer sus partes:

el espejo está roto.

 

 

         PIENSA LEONOR

 

Era simplemente un hombre

con un corazón lleno de ojos

para sentir la noche.

 

 

         LOS CONQUISTADORES SUEÑAN

         UN SUEÑO ROTO EN ASUNCIÓN, 1560

 

"Tierra para siempre desencantada",

aplastada de azul,

las pequeñas hebras de la sangre

evocan el sudor

de sostener la piedra del cansancio,

la mañana sin pausa,

la noche sin remedio.

Un lucero levanta su misterio

sobre la piel del alba.

Ya no existe la luz:

el oro se ha licuado en el agosto

y este rostro se apaga en los espejos

donde un ojo de plata se extravía.

 

 

 

         LA ENCOMIENDA LOS EMPUJA HACIA EL MONTE

 

Por montes y pantanos cargados con el sol

y la humedad como un junco perdido en la nostalgia,

comemos arañas, gusanos y culebras

-de paga, dos varas de lienzo-

y un árbol creciendo en medio de la cara.

Todo por haber cernido las esperas que el tiempo

hace llover en nuestras manos.

 

 

 

 

PREMONICIONES

1986

 

         1

 

Viento que traes la espera

no detengas tu azotado sonido

no extiendas tu paso leve

ni tu voz que aquieta el sueño

nombre las cuatro lindes

ni en la cuenca de los ojos

reavive un nuevo brillo

Acércate al laberinto

que el ser aventa y sojuzga

Ya en los umbrales del miedo

pasa la tarde escondiendo

un anhelo traficante

de un dolor sin mariposas

de un dedo señalador

de quien migaja recuerdos.

 

No estoy en este misterio

el primero

No intento mirar tu rostro

donde la muerte ha cegado

sus dos monedas de polvo

Ni aquí ni allá

todavía

Ni en este cuenco sin fondo

donde un río remontado

despeña su espejo

acaso

Allí ya nadie se mira

tu rostro se ha vuelto cera

y el muerto crece en lo oscuro

hecho de carne huera.

 

 

         2

 

¿Por qué antiguo ritual

se vuelve máscara tu rostro?

De tus innumerables rostros:

uno que cambia y nutre

aquella línea azul

donde tu boca se traga

todas las palabras.

 

Este segundo misterio se aproxima

cuenta un aire de cosas impresas

y huellas de una mano que no se identifica

Una mano congelada en un papel

en una carta

En el picaporte

y el ámbito incierto de la angustia

Al sacarse la máscara

no queda nada.

 

 

         3

 

El tercer misterio es el de tu boca

que ha olvidado su amargura

en esa risa fácil que esconde

la tercera máscara

Porque la piel no es la piel

cubriendo el gesto exacto

de un estudiado atuendo

ni la palidez de una sonrisa

desvaneciéndose en el agua

El ojo un agujero por donde se mira el cielo.

 

 

         4

 

El cuarto misterio no delata su presencia

está lleno de huecos

dejados en un juego de azar

huellas de un desesperado tiroteo

en una calle vaciada de pronto

de sus motores

de sus caballos rugientes

y el rostro caído en la vereda

apenas una máscara que no tuvo tiempo de huir

Me acerco hasta ese rostro ya callado

y le digo

que duele estar solo en esa calle

y que el río tarda

y las noches

me acercan otras máscaras otras voces

otros rostros que también se parecen

pero que están muertos de su muerte.

 

 

          5

 

Máscara

no te conozco

no eres mía

ni lo que persigo:

el anhelo suave de una voz y el ansia.

 

De dónde vienes

tu piel no exhala aromas

ni rastro

ni rumores.

 

Alguien responde:

es la que no se hizo para usar

la máscara final

la que no tiene tiempo.

 

 

 

FOSO DE PALABRAS

1992

 

         I

 

Tu caricia

se despliega en mí como un ave dulce que va a morir

Mi caricia es cuchillo abriendo tu tristeza.

Tu caricia deshoja la alegría de sus dedos

Mi caricia es una obscura mano

Tu caricia es un día claro

Mi caricia es herida

Tu caricia es una palabra simple

Mi caricia es sorda

Cava un pozo

De antiguas cegueras

De lejanas muertes.

 

 

         II

 

Llueve hasta enredarse

en aromas de líquenes y tierra

lodazales

donde busca el hendido fulgor de nuestras fiebres

licuado corazón casi cenizas

casi barro

Una mano ausculta tu caricia

perdida en el cajón de la alacena

hojas postales

y un dedal dormido

Cubiertos usados desteñidos un hueco y un cedazo

Pero esa lluvia cae sin remedio

sobre un montón de olvidos

y silencios

Sobre tus ojos

sin mirada abiertos

Sobre tu boca sin palabras.

 

 

         III

 

Por esta puerta crece

donde la puerta inventa

la puerta puerta

de esperar como abrirse o cerrarse

que es lo mismo

sin que nadie llame

sin que nadie arriesgue algún sonido

una ciega palabra

una palabra apenas

un susurro.

El automóvil crece por la puerta

con el ojo cortado

La voz y el grito pasan

donde todo se pierde y nos abarca

o nos abre a la muerte o nos defeca.

 

 

         IV

 

El amarillo

y un pedazo de agosto

un pedazo de pétalo

un pedazo de orín

un pedazo de azufre

un pedazo de mancha

el amarillo

un rasgo del pedazo

como abrir un zapallo a mediodía

desagotar el sol

el amarillo

el oro que mantiene en el engarce

una ínfima luz

que se derrite

el dolor que se abre

en girasol ardiente

el amarillo.

 

 

         V

 

La forma más mórbida, que aún espera nacer

las pre-formas

la deformación que acontece al atardecer

las que se van

el secreto de las formas que se esconden

el misterio que surge de lo informal

de lo no conocido

de lo que se ignora

y sin embargo se ve

la visión de lo recóndito

de lo presentido en el fondo de un sueño

la esfera de las oquedades

o mejor el revés de un traje

que no se usa nunca

el interior mismo

la íntima imprecación del ansia

la poderosa inercia que fluye en el espasmo

hasta la boca cierta

de la que han huido los dientes

y sin embargo balbucea la palabra

un pequeño eco

hipo y grito

estertor

movimiento final

último presagio

unción de señales

automóviles que duermen en la noche

bajo árboles negros

superados por la oscuridad

repletos de silencios

enloquecidos de quietud y sombras

esas que hunden sus raíces en una desalentadora calle

y sin embargo qué penumbras

qué desasosiegos qué dudas

por qué se estriba al andén más perdulario

por qué no intentar traducir estas señas

su tiempo que aún conserva que aún no alcanza

que aún incita a preservar la espuma en la lejana orilla

Por qué no se guarda en esa forma

la voz del mar cuenco de nácar cáscara de lunas sosegadas

Por qué la luna no desarrolla su historia

y nos repite qué fue

qué oscura penetración gozó en el entreacto

se metió por el foro

hizo mutis

desenganchó la inútil insuficiencia

se irguió como un fanal que desenchufa el paisaje próximo

Por qué no puedo no haber sido

y dormir en el hueco de tu mano.

 

 

 

 

EL NAÚFRAGO INSUMISO

1998

 

         I

 

En el principio

todas las cosas carecían de sueño

allí nació el párpado

y crecieron dos manos para volar.

En el principio había un velo

que urgía su extrañeza

como si todos los recuerdos se ocultaran

para morir.

En el principio era la palabra

y al final

donde decía amor hoy queda el viento

y la nada.

 

 

         II

 

Era la música

que inventaba un silencio

más allá de lo audible.

Era el instrumento

que a su contacto exultaba

los misteriosos marasmos.

Era la propia tristeza

navegando en un mar de vaguedades.

Era la estatua de sal

y la mirada atrás.

El lugar ausente.

El no ser.

 

 

         III

 

Imposible

definir el territorio

del pasado cercado

por la nomenclatura inicial

la puerta vedada

el vendaval petrificado.

Si hay un soplo

es porque el derrumbe no acaba de suceder:

es lo único que mantiene

en este sitio

su estatuto de existencia.

 

 

         IV

 

Uso las carnes laceradas

las pinzas lúbricas,

las pestañas de cera.

Uso un bloque de palabras

que están como haciéndose.

Uso las piernas del despacho

las medias,

el zapato.

Uso la calle que huye a cada paso.

Aún así, el ardido brazo

no me deja partir

me aferra al viento.

Uso para salir

un sombrero.

Pero estoy aquí, sin moverme

las cosas pasan a mi lado.

 

 

         V

 

Cuando estabas aquí

me habías perdido.

Ahora que estás lejos

te he recuperado para siempre.

 

 

         VI

 

Por fin he podido llorarte

un mar tragándose sus lágrimas

dos gotas arrasadas por el orgullo.

Estás sentado aquí

ocupas el borde norte de la cama

y sonríes.

 

 

         VII

 

No sabíamos que todo

se reduce a unas horas

a un poco de pan,

a la luz que ensucia el amanecer

al secreto silencio que envuelve

las escasas razones

los pequeños inviernos

tu voz que ya me falta

sólo dijo: Buen día.

Ya es tarde. ¿Qué has traído?

Y yo: ¿dónde guardo

aquella voz

que jamás me ha pertenecido?

 

 

 

 

LATIDO QUE NO CESA

2010

 

         UNO

 

Si el ojo se abre

la flor deja escapar un aliento

de mirada

con párpados sinuosos

con luces asombradas

sin sombras

fluye en el aire

y al ver su muerte

se detiene

se aquieta

cierra los pétalos

No sea que la oscuridad

penetre

Que la tormenta

se instale en las pupilas

que se obligue a ignorar

el paradero

la vía del tren traspasando

la garganta

con la sangre

vociferando a tientas

por callejones de esparto

de rostros denegados

sin ventanas

de garras emergiendo

de lenguas rígidas

con escupitazos

y cerco de púas

y espinas camufladas

donde se entierre la carne

Donde te nombre.

 

 

 

         DOS

 

Un estiércol húmedo

nutre la semilla del ansia

su palidez

rellena el palio

bajo el que pasa un animal

transparente

erizado de alfileres

y piel expuesta

En el palimpsesto

una antigua huella

se borra.

 

 

 

         TRES

 

No tener

ni un diminuto parapeto

Tener que huir a la trastienda

de las palabras

migrar al cero

comerse la pasión

librarse de la coma

reclamar el silencio

la presencia

la inútil forma

de esa vibración

iluminada.

 

 

 

         CUATRO

 

La tierra se yergue

para comer a sus hijos

Y los devora aturdida

La tierra se esconde

Bajo las espuelas

al trote

el caballo

resopla

¿Detrás de esa puerta estás?

Hay quizás una ranura

¿Qué mirás?

No se ha cumplido

la hora y ya reclamás el sitio

Es tarde ya lo sé

No tengas piedad.

 

 

 

         CINCO

 

Cae la calle en el patio

Cae la lluvia

desde el libro que arriba

se deshoja

repleto de palabras

De cada hoja cae una

de cada palabra otra

y se apagan en la arena

Algunas no dicen nada

otras nos miran

mientras el rostro

se hunde en la arena.

 

 

 

 

LA POSTA OSCURA

Diciembre, 2011

(Inedito)

 

 

         EN LAS DURAS VEGETACIONES

 

Bronco viento se yergue

en las duras vegetaciones

en el musgo taciturno

en la ceniza que intenta

contagiar todas las cosas.

Aquí las sombras

se diluyen.

Aquí la oscuridad te cierra,

te saca desde adentro

manos transparentes.

Corazones de piedra.

Pedazos de palabras

apresando lo incierto

desollando la niebla.

 

 

 

         LA PIEL DE LA CASA ADVIERTE

 

Los secretos me arden

con una comezón

profunda.

La lluvia recorre

la piel de esta casa

y me advierte:

hay que huir

tenés que huir.

Huir es la consigna:

borrarte, desaparecer.

Conectarte al silencio

por un trazo infinito.

Huir al dorso

internarte en el agua.

Sumergirte.

 

 

 

         DUDAS EN EL FRAGOR DEL VIENTO

 

La música traspasa

el cerebro.

No sé si está presente

en el andar del sonido.

No sé si se impregna

el aire

el fragor de la madre

el ámbito del miedo.

No sé si tengo

que agrandar el

viento

que avente las sombras.

O que invente la tolerancia

y la subvierta.

 

 

 

         COMO PÁJAROS SECOS

 

Busco un recipiente

para acarrear

todas las lágrimas

todos los aromas.

Tomo el hacha

para dejar la marca.

La música se expande

por el corredor del ansia.

Del árbol caen los frutos

como pájaros secos.

Inclino la cabeza

al volverme zumo

con el olor a siempre.

El rostro de mi padre sonríe

tenemos algo en común:

la soledad.

 

 

         EL FANTASMA Y EL HUMO

 

El color huye por el peto

sube la armadura

mas el humo

sin embargo

baja

quiere permanecer acostado

besando el suelo.

Un fantasma de niebla

va apagando

el tiempo.

 

 

 

         SÚPLICAS DE LA BURBUJA

 

Sobre este edredón

sobre la almohada

el sueño, el cuerpo

que se desparrama

bajo las cobijas.

Advierte una burbuja

al desprenderse un hálito

apenas una pluma

o quizás una piedra

o quizás un ave:

vengo a suplicarte

no sea que me borres

que no me abras la

puerta

que esté frente

a la muerte y me desandes.

 

 

 

POEMA DEL EXTRAÑO Y LA CIUDAD

1965

(Publicado en Revista Alcor)

 

 

         I

 

Cotidianamente

las sombras me separan naranjos

caídos en la muerte,

las pequeñas ranuras de veredas

donde gotea, cuadriculada y sola,

el alma.

Sustituida piedra de la gracia,

amarillo es el orden,

la milicia en el pasto

de amarillo,

los grises policiales

sobre los arcos de los ojos viejos

que pulen la estupenda caricia

de la llaga.

 

 

 

         II

 

Ya fue la flor.

Ya escupe el golpe que desborda.

Ya dijo, reprimiéndose,

pequeñas cosas del decir diario.

Se juntó a los poetas que remedan

las viejas prostitutas del soborno.

Ya se cansó.

 

 

 

         III

 

Porque aquí todo huele

hasta el aire,

ya se mezclan sonidos especiales,

ya las víboras corean los ruidos

que sacuden el sueño,

y hay enormes zanjones

que se tragan residuos, camiones,

esqueletos,

pozos donde la noche mira

el agua envenenada.

Y sube por el hilo

la envidia con sus patas,

con su cuerpo geométrico,

con sus pelos de infinito,

arrastrando los chismes que lastiman

a tientas, como ciegos.

Y ya me desconoce la pisada,

me desestima el viejo rumor del viento,

y las esquinas gritan a mi lado

su puntiaguda soledad de espanto.

 

 

 

         IV

 

Pero aún así,

uno busca volver,

encontrarse de nuevo en la ciudad

oír la luna subiendo en el tejado,

enhebrarse en la gente conocida

como culebra falsa, rutinaria.

Destapar la sonrisa a cada paso

para tirar saludos.

Ir al cine los sábados de tarde,

los domingos a misa,

trabajar cinco días,

como un buen hombre,

un jardín en la parte delantera,

un corral, un excusado atrás,

un por si acaso, basurero y todo.

Así, de noche, cenamos

nos acostamos y morimos.

 

 

 

         V

 

Alguien habló ya del raudal

que pone a la ciudad

su verdadero rostro;

sus tentáculos fuertes esparcen

los residuos blandos de humedad

erótica;

el despoblado queda

cubierto de zapatos quietos,

cascotes lustrosos,

oscuros objetos que nadie conoce,

desinflados pudores en un mapa

de creación fluvial

que deja

el morir del agua.

 

 

 

         VI

 

Nace el desastre por el aire.

Caminan ahora a mis costados

enormes casas, mujeres y perros,

ventanas pintadas,

hombres que saludan a coches inmensos.

Pero está el silencio.

Por detrás de los árboles podados

en primavera,

por esta procesión que nos lleva

a un cementerio oculto

está el silencio,

está una larga y sutil espera. 

 

 

 

 

 

 

 

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