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TERESA MÉNDEZ-FAITH

  NARRATIVA PARAGUAYA DE 1811 A 1999 - Ensayo de TERESA MÉNDEZ-FAITH


NARRATIVA PARAGUAYA DE 1811 A 1999 - Ensayo de TERESA MÉNDEZ-FAITH

NARRATIVA PARAGUAYA DE AYER Y DE HOY

por TERESA MÉNDEZ-FAITH



I - SIGLO XIX: DE LA INDEPENDENCIA (1811) A 1900


Con respecto a la literatura Paraguaya anterior a 1900 circulan, en general, dos generalizaciones extremas pero igualmente falsas:

a) la que simplemente niega su existencia, concluyendo que el Paraguay no tiene literatura hasta el siglo XX, y

b) la que, sin negarla, sugiere no obstante que los propulsores y cultores de dicha literatura -escritores en general y narradores en particular- son, casi todos, extranjeros.

Aunque ambas posiciones son esencialmente falsas, hay sin embargo algo de verdad en lo referente a la poca productividad anterior a 1900. En efecto, no se puede desmentir la realidad de la escasez literaria paraguaya hasta principios de este siglo. Pero son los historiadores de literatura quienes deben investigar el porqué de dicha escasez e identificar, al mismo tiempo, la producción literaria que sí tuvo lugar durante esa época.

Los Jinetes del Apocalipsis han visitado frecuentemente el Paraguay y desastres que parecerían increíbles e hiperbólicos en otros países, son allí parte integral, y hasta recurrente, de su historia. Entre 1864 y 1870 Paraguay peleó y perdió la Guerra de la Triple Alianza, donde se enfrentó, quijotescamente, contra las fuerzas aliadas de Brasil, Argentina y Uruguay, sufriendo en el proceso la pérdida de ¡más del 75 % de su población! De 1.300.000 paraguayos vivos a principios de la guerra, sólo quedaron 300.000 al final, en su mayoría mujeres y niños. Sólo esto basta para explicar el escaso número de escritores en las últimas décadas del siglo pasado. La hecatombe del 70 simplemente eliminó del mapa literario paraguayo a muchos literatos y narradores potencia-les. Se debe agregar, sin embargo, que el país nunca contó con un núcleo numeroso de escritores, incluso antes de la guerra, debido en gran parte a la mordaza impuesta por la dictadura. Durante el régimen del Dr. José Gaspar Rodríguez de Francia (1814-1840) se prohibió todo tipo de expresión literaria, aún en épocas de prosperidad económica. Paraguay no tuvo, por lo tanto, como otros países, una "clase de literatos" durante las críticas primeras décadas de su independencia política.

Tanto don Carlos Antonio López como su hijo el Mariscal Francisco Solano López, sucesores de Francia, trataron de invertir dicha situación, pero al final sus esfuerzos se vieron anulados por la guerra. Don Carlos Antonio López promovió la creación de institutos culturales que incluyeron la Academia Literaria y el Aula de Filosofía. También bajo su gobierno (1844-1862) fueron enviados a Europa los primeros estudiantes becarios, empezó el interés en el romanticismo europeo y se fundaron periódicos como el "Semanario" y revistas literarias como La Aurora, publicaciones donde aparecieron las obras de los representantes del "romanticismo" paraguayo. El Mariscal López, continuador de los esfuerzos de su padre en pro de la cultura, ha sido considerado por su vida, actuación y obra, como el iniciador del romanticismo paraguayo que reconoce, según el profesor Raúl Amaral, tres etapas concretamente definidas: a) la denominada "precursora", que se extiende de 1840 a 1860 y en la que actúan, entre otros, los jóvenes alumnos de la Academia Literaria que practican además el ejercicio de las letras en el periódico "Semanario"; b) la representada por el romanticismo propiamente dicho (cuyo adalid era el Mariscal López) y que cubre un segmento temporal de diez años: 1860-1870. Forman parte de ella los becarios que regresan de Europa (y que se nutren de la efusión romántica europea) y los estudiantes del Aula de Filosofía, nucleados en la revista La Aurora, que a partir de su creación (1860) agrupa hechos y personas relacionados con la circunstancia de la Guerra de la Triple Alianza que es, desde el sector paraguayo, una guerra "romántica"; c) la tercera etapa recoge la experiencia bélica y se extiende hasta comienzos del 900 (i.e., primeros años de este siglo) en la forma de un posromanticismo que se anuda, a un mismo nivel, con sus iguales de Argentina y Uruguay. Su impulso llega hasta 1910, pero ya con evidentes incrustaciones de modernistas. El agrupamiento inicial está representado, aparte del Mariscal López, por Natalicio Talavera -poeta-testigo de la Guerra del 70, cuyo mérito principal radica en el hecho de que sus obras han sido concebidas y escritas en el mismo campo de batalla- y por el poeta y pensador boliviano residente Tristán Roca; el segundo por José Segundo y Diógenes Decoud, Victorino Abente y Lago, Enrique D. Parodi y Adriano M. Aguiar; y el tercero por Ercilia López de Blomberg, Delfín Chamorro y los comienzos poéticos de Ignacio A. Pane y Juan E. O'Leary.

Además de la relativa escasez literaria durante las últimas décadas del siglo pasado, la literatura paraguaya anterior (y posterior) a 1900 se caracteriza por estar siempre a la zaga de los "ismos" europeos del momento y por reflejar, sólo muy tardíamente, la influencia de dichas corrientes literarias. Si bien es verdad que en general el romanticismo europeo llegó tarde a Latinoamérica, también hay que notar que llegó aún más tarde al Paraguay. Sin embargo, el retraso de este movimiento en particular se debe, por lo menos en parte, a la situación y a las circunstancias específicas creadas por el contexto de la Guerra del 70 que vivió el país antes, durante y después de dicha guerra, cuyas consecuencias se extendieron hasta mucho más allá del final de la contienda.

 

II - SIGLO XX: DE PRINCIPIOS DE SIGLO A LOS AÑOS VEINTE

 

Dos movimientos literarios importantes que surgen durante los primeros años de este siglo son el "novecentismo" (o "generación del 900") y el "modernismo". El primero, cuya denominación más generalizada - "generación del 900"- fue acuñada en 1950 por Juan E. O'Leary, uno de los integrantes de dicha generación, irrumpe justamente alrededor de 1900. La mayoría de sus miembros nacen inmediatamente después de la Guerra de la Triple Alianza, entre 1870 y 1880, "década de escombros", según denominación del Dr. Gualberto Cardús Huerta (en Raúl Amaral, El novecentismo paraguayo. Línea biográfica y doctrinal de una generación). Indica el profesor Amaral en su libro que este movimiento guarda ciertas analogías con otros época del continente y asimismo con "e180' argentino y "el 98" español. Pero lo que debe interpretarse por "novecentismo paraguayo", agrega el conocido escritor y crítico, es no sólo un agrupamiento de jóvenes que en el momento de su actuación pública -en la cultura o en las letras- tenían entre 18 y 25 años de edad, sino una posición de mayor validez. Debe recordarse que ellos ocuparon la mayoría de los espacios entre los comienzos del 900 y las vísperas de la Guerra del Chaco, de la que participaron en la defensa intelectual de la patria.

Se presenta, además, esta generación asociada a la española del 98 -si bien no en todos sus aspectos- al incluir a precursores inmediatos como Valle Inclán y Unamuno (1864 y 1866) en el caso español y a López Decoud y Domínguez (1867 y 1868), respectivamente, en el caso particular paraguayo. Luego vienen los del 70 al 80 ya citados por Cardús Huerta, y hasta el 85, ciñéndose a términos más amplios. Pero en la realidad ese "novecentismo" domina por más de tres décadas la vida cultural paraguaya (1899-1930) y de modo especial el proceso literario. Se advierten influencias francesas, inglesas y, en menor medida, españolas. La prosa produce el esteticismo de López Decoud y el tono poemático de Domínguez, en tanto que la poesía continuará con la herencia postromántica hasta las proximidades de 1910, sin desconocer el indudable impacto modernista. Dos acontecimientos de importancia deben sumársele: la inauguración de la crítica por medio del ensayo de Manuel Gondra: "Entorno a Rubén Darío" (1898-1899) y los inicios de la novelística naturalista representados por el libro Ignacia de José Rodríguez Alcalá (1905). Otro hecho de trascendencia lo constituyó la quiebra generacional producida a partir del 17 de octubre de 1902 con la polémica histórica entre Cecilio Báez y Juan E. O’Leary.

Con respecto al movimiento modernista paraguayo, hasta hace unos años se solía ubicar sus inicios alrededor de 1913. En efecto, algunos autores nacionales y extranjeros -éstos siguiendo a aquéllos- hasta hace más de diez años, dieron en fijar con rara unanimidad como fecha inicial de la aparición del "modernismo" en nuestro país la de los orígenes de la revista Crónica (abril de 1913). Con esto quedaba establecido el irremediable atraso de dicho movimiento en su llegada y auge posterior.

Sin embargo, investigaciones realizadas durante más de dos décadas por el ensayista y crítico ya mencionado, Raúl Amaral, permitieron descubrir que en verdad se reconoce el cumplimiento de etapas producidas con bastante antelación: una primera o "precursora" que va del ensayo crítico de Gondra sobre la poética rubendariana ("En torno a Rubén Darío") expresada en Prosas Profanas y los poemas publicados por Francisco L. Bareiro bajo el signo de Azul, entre 1896 y 1898, hasta la presencia del escritor argentino Martín de Goycoechea Menéndez (1901), aunque ya en 1903 Ricardo Brugada (hijo) había calificado de "modernista" a López Decoud. Pero es a partir de 1905, año en que Darío edita sus Cantos de vida y esperanza y Leopoldo Lugones sus Crepúsculos del jardín, que se producen las mayores evidencias a través de un postromántico convertido como Alejandro Guanes y de un innovador como Hérib Campos Cervera (padre). En dicha segunda remesa actúan: Roberto A. Velázquez, Ricardo Marrero Marengo, Fortunato Toranzos Bardel y desde fuera: Eloy Fariña Núñez, debiendo agregarse también a Gomes Freire Esteves. Dos ejemplos bastan para confirmar el acierto: la traducción de Jean-Paul Casabianca del "Nocturno" de José Asunción Silva al francés (1901) y la versión de Ignacio A. Pane de la "Ode au Paraguay" de Casabianca (1903).

El tercer sector abarca desde 1910 hasta 1916 y lo componen los poetas Guillermo Molinas Rolón y Pablo Max Ynsfrán, y los prosistas -narradores- Leopoldo Centurión y Roque Capece Faraone. Con posterioridad surgirán: Natalicio González, Leopoldo Ramos Giménez y Manuel Ortiz Guerrero. Cierra el ciclo el núcleo de la revista Juventud (1923-1926), del que son representativos: José Concepción Ortiz, Vicente Lamas, Heriberto Fernández y Pedro Herrero Céspedes, entre otros. Las publicaciones más significativas de entonces fueron: Revista del Centro Estudiantil (1908-1927), Crónica (1913-1915), Letras (1915-1916), Guaranía, 1ª época (1920-1921) y la ya citada Juventud.


III - SIGLO XX: DE LA GUERRA DEL CHACO AL PRESENTE

 

En términos generales, la narrativa ha sido el género menos prolífico de la literatura paraguaya y el más afectado por el contexto histórico-político nacional. Hasta mediados de siglo predomina el ensayo histórico y en la escasa producción narrativa del período tienden a prevalecer, como en el ensayo, las corrientes romántico-nacionalistas de exaltación del pasado y de afirmación de los valores espirituales del pueblo paraguayo, heroico sobreviviente de la catástrofe de la Guerra Grande (o Guerra de la Triple Alianza: 1864-1870). Dentro de esa línea tradicionalista, iniciada por el argentino Martín de Goycoechea Menéndez -glorificador de la Guerra Grande y mitificador de la literatura nacional-, habría que mencionar las obras histórico-costumbristas de Natalicio González, Teresa Lamas de Rodríguez Alcalá, Concepción Leyes de Chaves y Carlos Zubizarreta.

Entre 1932 y 1935 el Paraguay sufre otra guerra internacional (Guerra del Chaco, contra Bolivia) que tiene, no obstante, consecuencias positivas en el plano literario al promover una toma de conciencia de la realidad nacional y la incorporación de temas significativos (la guerra, los problemas del agro y de los yerbales, la persecución política, el exilio, etc.) en la narrativa posterior. Ejemplifican dicha renovación temática: Cruces de quebracho (1934) de Arnaldo Valdovinos, Ocho hombres (1934) de José Santiago Villarejo, ambas inspiradas en la Guerra del Chaco, y especialmente El guajhú (1938) de Gabriel Casaccia, colección de cuentos donde su autor da el golpe definitivo a la visión literaria idealizada y romántica, totalmente falsa del campesino paraguayo.

Sin embargo, la narrativa paraguaya recién empieza a adquirir distinción y atención internacional en la década del 50, con la aparición en Buenos Aires de tres obras -La Babosa (novela, 1952) de Gabriel Casaccia, Follaje en los ojos (novela, 1952) de José María Rivarola Matto y El trueno entre las hojas (1953), la primera colección de cuentos de Augusto Roa Bastos- que rompen con las tendencias narcisistas y mitificadoras prevalecientes y reincorporan a la ficción el realismo crítico inaugurado por Rafael Barrett a principios de siglo pero prácticamente ausente en la narrativa publicada hasta entonces dentro del país.

Las coordenadas histórico-políticas del último medio siglo, dificultan y también explican, la producción narrativa paraguaya. En ese lapso el país ha pasado por una sangrienta guerra civil (Revolución de 1947) y ha soportado una de las dictaduras más largas de la historia americana (la del general Stroessner, 1955-1989). No debe sorprender, entonces, que las obras actualmente más conocidas hayan sido concebidas y publicadas en el exilio. En efecto, lejos de la represión y censura vigentes en su país, los escritores exiliados pueden expresarse libremente y desarrollar sin trabas una narrativa artísticamente elaborada, a tono con el momento histórico presente y de contenido socio-político significativo. De ahí que sea en las obras de esos expatriados -Rubén Bareiro Saguier, Gabriel Casaccia, Rodrigo Díaz-Pérez, Augusto Roa Bastos, Lincoln Silva, etc.- donde se van a encontrar, inicialmente, tanto el planteamiento más directo como el reflejo más fiel de la problemática nacional de esas tres décadas y media (1955-1989).

Gabriel Casaccia, iniciador de la narrativa paraguaya contemporánea, recupera de manera crítica varias décadas de descomposición moral y corrupción política en tres novelas: La Babosa (1952), La llaga (1963) y Los herederos (1975), y dedica Los exiliados (1966) a tocar el tema del exilio político, prácticamente inexplorado en la narrativa intrafronteras. Augusto Roa Bastos, Premio Cervantes 1989 y uno de los escritores hispanoamericanos más destacados, examina el presente y el pasado nacionales a lo largo de coordenadas histórico-políticas en Hijo de hombre (1960) -novela del dolor paraguayo y uno de los textos más importantes de la narrativa hispanoamericana contemporánea- y en Yo el Supremo (1974), su segunda y más famosa novela, narrada desde la ubicua perspectiva del doctor José Gaspar Rodríguez de Francia, primer dictador paraguayo y una de las figuras más controversiales de la historia nacional. La dictadura, tema de difícil incorporación en la narrativa interna, está implícita o explícita en el miedo que atormenta a tantos personajes de las obras del exilio. Y se hace directa en su realidad de cárceles, torturas y persecuciones en varios cuentos de Rubén Bareiro Saguier -incluidos en Ojo por diente (1973) y en El séptimo pétalo del viejito (1984)- y de Rodrigo Díaz-Pérez -contenidos en Entrevista (1978), en Hace tiempo... mañana (1989) y en Los días amazónicos (1995)- como también en las dos novelas de Lincoln Silva: Rebelión después (1970) y General General (1975). Productos del destierro son también dos obras inspiradas en la problemática nacional: El collar sobre el río (cuentos) de Carlos Garcete y El invierno de Gunter (novela) de Juan Manuel Marcos, ambas publicadas en 1987.

En cuanto a la producción narrativa interna posterior a 1960, es importante señalar la gravitación negativa de la represión dictatorial y de las censuras y autocensuras vigentes hasta fines de la década del ochenta que explican, en gran parte, la escasez numérica de obras publicadas dentro del país hasta el presente. Como bien lo indica Guido Rodríguez Alcalá, dadas las circunstancias del contexto político-cultural paraguayo, «lo sorprendente no es que no se produzca mucho en el país, sino que se produzca» (en «La poesía y la novela en el Paraguay en los últimos años [1960-1980]», ensayo incluido en Viriato de Díaz-Pérez, Literatura del Paraguay, Vol. II, 1980). Aunque la actividad narrativa durante este período (i.e., 1960-1980) es relativamente escasa y las obras publicadas no han adquirido el reconocimiento internacional de la producción del exilio, el corpus narrativo interno cuenta, no obstante, con varios títulos y autores de mérito que han recibido distinciones y premios nacionales importantes. Entre 1960 y principios de la década del ochenta aparecen relatos que van de la crónica costumbrista a la crítica explícita de diversos aspectos del contexto histórico-político y socio-cultural recreado en la ficción de esos años. Entre las obras representativas de este período se deben destacar: Imágenes sin tierra (1965) de José-Luis Appleyard; El laberinto (1972) de Augusto Casola; Crónicas de una familia (1966) y Andresa Escobar (1975) de Ana Iris Chaves de Ferreiro; La quema de Judas (1965) de Mario Halley Mora; La mano en la tierra (1963) y El espejo y el canasto (1981) de Josefina Plá; El pecho y la espalda (1962) y La tierra ardía (1974) de Jorge Ritter; Las musarañas (1973) y El contador de cuentos (1980) de Jesús Ruiz Nestosa; Mancuello y la perdiz (1965) de Carlos Villagra Marsal y Los grillos de la duda (1966) de Carlos Zubizarreta.

Durante los últimos quince años han aparecido algunas obras que exploran en profundidad ciertas llagas dolorosas de la realidad paraguaya y en donde la crítica a menudo se vuelve denuncia condenatoria del régimen dictatorial represivo y asfixiante de más de tres décadas. Entre éstas hay que mencionar en particular: Medio siglo de agonía (1994) de Santiago Dimas Aranda; Celda 12 (1991) de Moncho Azuaga; Stroessner roto (1989) de Jorge Canese; La Seca y otros cuentos (1986), Los nudos del silencio (1988), Por el ojo de la cerradura (cuentos, 1993), Desde el encendido corazón del monte (cuentos ecológicos, 1994) y Vagos sin tierra (1999) de Renée Ferrer; El caballo del comisario (1996) de Carlos Garcete; Diagonal de sangre (1986) y La isla sin mar (1987) de Juan Bautista Rivarola Matto; El rector (1991) de Guido Rodríguez Alcalá; Diálogos prohibidos y circulares (1995) de Jesús Ruiz Nestosa; Sin testigos (1987) de Roberto Thompson Molinas; y En busca del hueso perdido: Tratado de paraguayología (1990) y Angola y otros cuentos (1984 y 1994, 2a. ed. aumentada) de Helio Vera, prácticamente todas premiadas o finalistas en concursos nacionales de narrativa.

Un aspecto interesante y significativo de la producción narrativa (y también poética) de las últimas dos décadas es la aparición de un alto porcentaje de voces femeninas en el panorama literario actual. Más que en ningún período anterior, dichas voces se manifiestan con gran fuerza y continuidad, y sus obras reflejan, temática y estructuralmente, preocupaciones y estilos diversos, a tono con la narrativa latinoamericana del último cuarto de siglo. Además de las obras de Renée Ferrer, ya antes mencionadas, hay que incluir en este grupo varias otras más, entre ellas: Golpe de luz (novela, 1983) y Ola pro nobis (cuentos, 1993) de Neida Bonnet de Mendonça; La niña que perdí en el circo (novela, 1987), La vera historia de Purificación (novela, 1989), Esta zanja está ocupada (novela, 1994) y La posta del placer (novela, 1999) de Raquel Saguier, La oscuridad de afuera (cuentos, 1987) de Sara Karlik, y Tierra mansa y otros cuentos (1987) de Lucy Mendonça de Spinci. La lista continúa y a los nombres ya dados habría que agregar, además, los de Milia Gayoso, Chiquita Barreto, Margot Ayala de Michelagnoli, como así también los de varias cuentistas pertenecientes al Taller Cuento Breve (dirigido por Hugo Rodríguez Alcalá) que se dieron a conocer en años recientes con la aparición de sus respectivas obras. Tres de ellas publicaron sus primeros libros en 1992: Maybell Lebrón, que dio a luz Memoria sin tiempo, Luisa Moreno de Gabaglio, autora de Ecos de monte y de arena (cuentos ecológicos), y Diana Pardo Carugati, que publicó La víspera y el día. Las tres tienen títulos posteriores, como se puede ver en la «Cronología de autores y obras narrativas paraguayas» de José Vicente Peiró que sigue a esta breve introducción. Otras del grupo Taller Cuento Breve que también sacaron a luz sus colecciones de cuentos más recientemente son María Luisa Bosio (Imágenes, 1993 y Lo que deja la vida, 1999), Yula Riquelme de Molinas (Bazar de cuentos, 1995 y De barro somos, 1998), Susana Riquelme de Bisso (Entre la cumbre y el abismo, 1995), Lita Pérez Cáceres (María Magdalena María, 1997), Margarita Prieto Yegros (En tiempo de chiva(os, 1998) y Lucy Mendonça de Spinzi (Cuentos que no se cuentan, 1998). Demás está decir que algunas de estas escritoras también han producido novelas, como se puede deducir, una vez más, de un vistazo rápido a la «Cronología...» antes mencionada.

Para concluir esta rápida visita a la narrativa paraguaya de ayer y de hoy, llama la atención la gran productividad narrativa -en novelas y cuentos- de la última década. Son muchos los nombres, escritoras y escritores, que se han dado a conocer -como narradores- en estos años, entre ellos: Hugo López Martínez, Lucía Scoscería de Cañellas, Francisco Gallerini Sienra, Michael Brunotte, Andrés Colmán Gutiérrez, Juan Carlos Herken, Luis Hernáez, Borja Loma, Esteban Cabañas (Carlos Colombino), Gino Canese, María Irma Betzel, Susana Gertopan, Marta Meyer de Landó, Nila López, César González, Bertha Medina, las hermanas Pedrozo (Amanda y Mabel), y probablemente varios más cuyas obras todavía no han llegado a mi atención. De todas maneras, celebro que a fin de siglo nuestro país dé muestras de tanta energía y productividad «extraordinarias» ya que esto es augurio de un sólido «corpus» literario -y narrativo en particular- para el próximo milenio.

Teresa Méndez-Faith

12 de junio de 1999


Fuente: NARATIVA PARAGUAYA DE AYER Y DE HOY 

TOMO I (A-L)/ Autora: TERESA MÉNDEZ-FAITH

Intercontinental Editora, Asunción-Paraguay 1999. 433 páginas)

 

 

 

 

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