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SARO VERA (+)

  EL PARAGUAYO - UN HOMBRE FUERA DE SU MUNDO - Por SARO VERA - Año 1996


EL PARAGUAYO - UN HOMBRE FUERA DE SU MUNDO - Por SARO VERA - Año 1996

EL PARAGUAYO - UN HOMBRE FUERA DE SU MUNDO

SARO VERA

Prólogo de MIGUELINA CADOGAN

Editorial EL LECTOR

Tel.: 595 21 498384

www.ellector.com.py

Tapa: LUIS ALBERTO BOH

Asunción – Paraguay

(212 páginas)

Año: 1996

 

 

PRÓLOGO

 

            A los 14 años de edad partía de su comunidad rural, Saro Vera, rumbo al Seminario Metropolitano de Buenos Aires.

            Sometido a la ardua disciplina de los estudios clásicos, de la filosofía aristotélica y escolástica, estuvo 12 años bajo la firme y consistente dirección de los Padres Jesuitas.

            Internalizó con ellos:

            - la mística del estudio,

            - la piedad,

            - la mística de la misión, del servicio, de la pastoral.

            Al término de sus estudios, se convertía en uno de los miembros mejor preparados de la Diócesis del Guairá.

            Pasó 10 meses fugaces en Villarrica, otro poco en Caazapá, y de ahí se lo destinó como Cura Párroco de Buena Vista, Parroquia que fue creada expresamente entonces para el ejercicio de su ministerio presbiteral.

            Ahí permaneció 18 años.

            El brillante párroco luchó denodadamente en su nueva parroquia con todas las flamantes armas de sus 13 años de formación en el Seminario.

            Transculturado él mismo, intenta trasplantar sus actualizadas formas valóricas en su trabajo pastoral.

            Sin embargo, inútil todo... Los campesinos seguían en las mismas...

            Con ello vino la profunda sensación de la derrota, del "fracaso". Surgió entonces su necesidad de conocimiento y comprensión estructural del sistema de comportamiento del paraguayo.

            Y es en ese aparente fracaso que cambia de estrategia.

            Se convierte en observador. En observador profundo, sagaz, fecundo de una CULTURA.

            Fruto de esas observaciones, estudio, reflexión, es este libro "El paraguayo, un hombre fuera de su mundo", que hoy sale a luz.

            La preocupación dominante del escrito será la de dar explicación y sentido a tantos comportamientos del paraguayo, hasta aparentemente ridículos algunas veces, pero que existen, se dan.

            Y entonces Saro Vera incursiona en el mundo de la CULTURA, HACE CULTURA y todo lo que pudiese ayudarle a comprender a su pueblo para poder SERVIRLO.

            No lo hace como "hobby" o "teco-reí", como algunos piensan. Lo hace por una profunda VOCACIÓN DE SERVICIO.

            El problema cultural no es sencillo.

            Si se quiere conocer al paraguayo, dirá, se debe considerar los factores o elementos que están en el trasfondo de su comportamiento. El paraguayo puede estar en New York, afirma, pero las pautas operativas culturales no se borran de repente. Porque lo difícil es cambiar la mente de los hombres, es decir, al hombre "por dentro".

            Los núcleos o ejes temáticos para entender al paraguayo, los condensa de la siguiente manera:

            - Su cultura Comunitaria o Tribal.

            - La lengua guaraní que marca todo el modo de pensar del paraguayo.

            - Su cultura oral.

            - La naturaleza o medio ambiente ecológico.

            - El cristianismo, como nuevo factor en su esquema de valoración y formación de juicios.

            No pretende ser una obra científica, sino como él mismo afirma, es un "cúmulo de observaciones fenomenológicas", generado en la realidad experiencial, individual, cotidiana, base de la ciencia.

            Es una obra ante la cual no se puede permanecer indiferente.

            Interpeladora, cuestionadora... y como somos paraguayos, se nos mete el bisturí por dentro...

            Obra para suscitar el diálogo, la discusión, el debate, incluso la DISENSIÓN.

            Muchas veces es de carácter AUTOINTUITIVO, por el propio trasfondo cultural que él mismo lleva dentro. Entonces es cuando estalla lo subjetivo, lo personal...

            Es un observador formidable.

            Logra captar la vida, el alma, el espíritu del pueblo paraguayo.

            Que no se exija una SECUENCIA o rigor formal en su trabajo. Su organización y ordenamiento sigue libremente el curso de sus propias observaciones fenomenológicas.

            Su lenguaje y forma de comunicación, son muy particulares. Reinculturado él mismo en su sociedad de origen, "piensa en guaraní y lo traduce literalmente al castellano, siendo ambos sistemas de pensamiento y comunicación, estructuralmente diferentes.

            A 500 años de la evangelización de América en el campo religioso y con aires de renovación y cambio en todos los sectores: educativo, político, social, etc., surge necesariamente la pregunta:

            ¿Es posible seguir evangelizando, educando, gobernando, elaborando planes de acción, programando a espaldas de nuestra cultura..

            De Grecia a Roma, de Roma a Europa, de Europa a América, se ha estado operando sobre supuestos ajenos a nuestra cultura de pertenencia, a nuestra cultura histórica, a nuestra cultura de origen.

            Trascendiendo ya los condicionamientos históricos del pasado, es hora de mirarnos por dentro como única forma de afirmar nuestro ser, nuestra esencia, la propia identidad, la autoestima, la autovaloración y evitar diluirnos como nación.

            Tantos años de aprendizaje nos hicieron creer que lo normal de nuestra cultura era lo "patológico de nuestro comportamiento y que el hombre paraguayo se siga mirando con desprecio, con profundo complejo de inferioridad. El "mestizo" que no es nadie, nada, como expresa el autor, de "tavy", de "koyguá" considerado...

            No se puede avasallar a un pueblo a contrapelo, dirá, por vías, métodos, procedimientos inadecuados, sin considerar los elementos variables y permanentes de su cultura.

            "Es en la cultura donde nos movemos, vivimos y somos", sintetizaremos, parafraseando a Paulo de Tarso.

            Paraguay ha sido muchas veces como un país enigmático y exótico. Europeos, misioneros, catequistas, evangelizadores, extranjeros, educadores, políticos, etc., han sentido, al aproximarse, el "misterio" de esta cultura.

            Gracias a un "Cura Rural" como suele autodenominarse Saro Vera, a su trasplante a una rigurosa formación clásica, aristotélica, escolástica, como opuesto a todo lo "bárbaro", a su reinculturación posterior a un pueblecito campesino, a su "fracaso", así entre comillas, como Pastor, al profundo sentido de su misión, a su espíritu de servicio, hoy se pone a luz este trabajo.

            Se necesita urgentemente de investigaciones en este campo. Y pensamos que el presente trabajo puede servir de motivación para nuevos avances.

            En tanto pienso que no pueden seguir indemnes:

            - La Iglesia y su marco conceptual y práctico de evangelización,

            - La educación y su marco de referencia,

            - La sociedad y sus procesos de socialización. Algo tiene que cambiar.

            Y ese algo que tiene que cambiares que procuremos los paraguayos SER NOSOTROS MISMOS.

 

            MIGUELINA CADOGAN

 

 

 

PRESENTACIÓN DE LA 3ª. EDICIÓN

 

            Ha sido una alegría y un honor para mí ser invitado a redactar esta presentación de la tercera edición del texto de Mons. Saro Vera.

            La lectura que hice el año pasado al salir en su primera edición me sorprendió enormemente. Yo soy italiano, pero vivo en Paraguay desde casi 17 años. La lectura del libro fue para mí como si se corriera una cortina que me impedía ver con claridad lo que estaba viviendo cotidianamente. Fue como si un velo se hubiera rasgado y pudiera ver con nitidez lo que antes sabía sin saber, es decir, sabía inconscientemente.

            A medida que corría las páginas me hacían claras tantas cosas que había experimentado y también sufrido sin conocer.

            No es fácil para un extranjero que llega al Paraguay con una cierta edad y empapado de otra cultura; no es fácil comprender y adaptarse a la forma de ser, de pensar y actuar del paraguayo.

            Las famosas tres leyes: mbareté, ñembotavy y vai vai, con otras más que se podrían añadir (como una cierta indolencia y desinterés por el trabajo bien terminado), no son cuentos sino forma de ser y actuar de casi todos. Pretender, por ejemplo, la puntualidad en las reuniones o esperar que se despierte un constante interés para superarse, para aprovechar el tiempo y trabajar "no para vivir" sino para progresar, todo esto es una utopía en la mayoría de los casos.

            Lo que más me impacto es la poca importancia que aquí se les da a las leyes o normas sociales en cuanto impuestas por la autoridad gubernamental. La primera cosa que surge en la mente cuando se oye hablar de una imposición o una prohibición es... cómo evitar someterse a esta carga que "será destinada para los que no tienen amigo, protectores o no tienen plata para pagar coima", etc.

            No quiero subrayar lo negativo de esta cultura (el texto de Saro Vera no usa eufemismos y es muy realista y casi pesimista a veces). Quiero en cambio subrayarlo positivo del paraguayo. Viniendo y todavía viviendo según un tipo de relaciones que en antropología y sociología llamamos primarias (relaciones de parentesco y de amistad, de pequeños grupos, de cara a cara) el paraguayo es el tipo que privilegia las relaciones personales, afectivas, amigables. No les afecta para nada "la ley" con su carácter impersonal y frío.

            Si se pudiera corregir esta radicalización sin perder este tipo de relaciones sociales, podría considerarse esta cultura la forma ideal de vivir para no caer en el anonimato.

            Un extranjero que haya apreciado este clima amistoso extrañará siempre esta forma de vivir; que en antropología llamamos "relaciones interpersonales" que solamente pueden permitir a la persona crecer en la línea del reconocimiento del otro y del amor.

            Auspicio que los extranjeros que vienen aquí de otra cultura y quieren comprender y aceptar al paraguayo y amarlo como es; reediten cuidadosamente este libro. Les evitará tantos errores y tantas falsas expectativas y dolores de cabeza.

            Sobre todo los misioneros (sacerdotes y religiosos/as) que vienen con el propósito de evangelizar, encontrarán en este libro una cantera de observaciones y reflexiones que no habrían podido descubrir a lo largo de toda la vida. Mons. Saro Vera, observador formidable, nos guía como con la mano a inculturarnos en este país.

            Espero que el idioma guaraní tan utilizado en este libro encuentre una suficiente traducción (posiblemente literal) para la perfecta comprensión del contenido.

            Y termino recordando que si evangelizar significa inculturar el Evangelio, este libro no es sólo útil sino indispensable para este fin.

            No puedo dejar de recordar también otro libro, el de Helio Vera.

            Sin hacer odiosas comparaciones, creo que los dos se complementan perfectamente; aunque para la pastoral el libro de Saro Vera es indudablemente único e insustituible.

            Augurando a los extranjeros esta lectura, me despido del autor, Mons. Saro Vera, a quien no conozco personalmente, pero que aprecio enormemente desde sus páginas admirables.

 

            Prof. PEDRO CHINAGLIA

            Sacerdote Salesiano

 

 

 

INTRODUCCIÓN

 

            Este trabajo pretende establecer la clave para la interpretación del paraguayo en un porcentaje muy alto de sus comportamientos y de su modo de pensar. Cabe señalar que no existen dos paraguayos, el citadino y el campesino. Ambos llevan el trasfondo de una misma cultura fundamental. Quizás, a veces, con ligereza hablamos del paraguayo de ciudad como si fuera un hombre más cercano al neoyorkino que a los hermanos en el mismo origen y cultura.

            Es verdad que el paraguayo ha sido considerado un enigma. Todo esfuerzo por conocerlo reflexiva y coherentemente siempre termina chocando contra las antinomias, aparentes ambivalencias e indefiniciones, que imposibilitan toda explicación racional. Sin embargo, para los pragmáticos nunca el paraguayo fue un enigma. Han sabido utilizar los resortes para moverlos a su antojo. Es que el paraguayo conoce al paraguayo dado que la participación de un mismo sentimiento, de los mismos valores e intereses produce simpatía y mutua comprensión.

            Se puede llenar un voluminoso cuaderno de observaciones ocasionales sobre el comportamiento del paraguayo. Lo que nos falta es una explicación racional del por qué obra de ésta u otra manera.

            El cúmulo de observaciones fenomenológicas constituye el material que nos permitirá abordar el estudio de la personalidad del paraguayo. Estudio significa dar razones. Hay que descubrir las razones encubiertas o las motivaciones profundas, inmersas en la lejanía del tiempo, en la subconsciencia y en la inconsciencia. Todo comportamiento responde a determinado motivo. Comprenderlo será sinónimo de sacar a luz ese motivo que se encuentra soterrado, a veces, no a demasiada profundidad.

            La incomprensión de la personalidad cultural del paraguayo, por prejuicio o por lo que sea, no nos ha permitido encarar adecuadamente su enriquecimiento. En su educación hemos arado en el agua. Quizá peor. Con un denodado esfuerzo, digno de mejor causa, hemos procurado alienarlo sometiéndolo a una doble personalidad.

            Los de mentalidad española han procurado convertirlo en español; los de mentalidad francesa, en francés; los de mentalidad italiana, en italiano...

            Cuando aún nos encontrábamos más cerca de nuestro origen, nos resultaba fácil contrarrestar la alienación gracias a la fuerza de una cultura incontaminada, casi pura. Pero, a medida que nos alejamos de nuestro origen, la alienación, cada día que pasa, será más incontrastable.

            Hay varios factores que intervienen notoriamente en la génesis de los comportamientos del paraguayo y su modo de pensar. Saltan a la vista cinco factores: a saber: 1) los dos tipos de cultura dentro de las cuales el paraguayo nace, crece y muere; 2) el idioma guaraní; 3) el entorno ecológico y sociológico; 4) su carácter predominante y 5) el cristianismo católico. Estos generan en gran manera la conducta global del paraguayo.

            Sin duda alguna, estos cinco factores no operan independientemente el uno del otro. Sin embargo, al observar los comportamientos del paraguayo, algunos aparecen generados más preponderantemente por uno que por otro.

            De ahí que la estructura de este trabajo consista en agrupar las actitudes y acciones alrededor del factor que, a nuestro juicio, las ha generado.

            Intencionalmente dejamos de lado el factor de los acontecimientos históricos porque exigiría mucha investigación. Habría que enfrascarse en las crónicas de la época colonial. Aún más. Se necesitarán datos pre coloniales. Alguien que no sea yo tendrá que dedicarse a dilucidar las incidencias de este factor.

            Evitamos también investigar la causa por la cual el paraguayo guaraní parlante piensa al revés del europeo. Para ilustrar esta afirmación recurriremos a ejemplos. Para el europeo equivocarse será "meter la pata"; pero el paraguayo es meter la mano o "apo'e". "Dar coces contra el aguijón" para el guaraní parlante será golpear la mano contra la piedra "oinupá ipó itáre". "Che po pe'a", dice el paraguayo cuando algo no le permite atender otros menesteres. Anotemos que todo dicho en que se utilice pie siempre será de dudosa procedencia guaraní.

            ¿Por qué el predominio de las manos sobre los pies? ¿Será que para los hombres de bosque los pies sirven sólo para caminar y correr?

            Estas son preguntas simples, sin mayores intenciones.

            Se nos han ocurrido y las consignamos. Quizás alguien con una vista más penetrante y mejor equipado científicamente saque a luz las causas de este modo de pensar.

            Mientras tanto, nosotros ofreceremos o procuraremos ofrecer una cierta gama de comportamientos del paraguayo, basada en los cinco factores propuestos. Estoy convencido de que dicha gama no será completa. Cada paraguayo está en condiciones de completarla. Si el lector lo hace, tendrá la visión más acabada del paraguayo.

            Así que lejos de nosotros la idea de que estas líneas contienen la última palabra sobre el paraguayo. Quizás sea apenas la segunda o la tercera.

            Quisiera anotar además que la pretensión del trabajo es muy ambiciosa, más aún considerando que el escritor es apenas un Cura rural, de cuna ultra campesina y cuya actividad pastoral ha sido desenvuelta en medios rurales durante cuarenta años de los cuarenta y tres de Sacerdocio.

            Para terminar desearía advertir que algunas ideas se repiten porque originariamente los capítulos del libro fueron concebidos para publicaciones independientes, y, de hecho, dos fueron ya publicados en el Diario Noticias en 1988. (El paraguayo y el otro y las antinomias del paraguayo).

 

 

 

CAPITULO I

 

EL PARAGUAYO ES PARAGUAYO

 

            El paraguayo pocas veces invoca su condición de tal. Todo lo contrario del argentino, quien cansa con su: nosotros los argentinos; el pecho argentino, etc. Parece que quisieran convencerse de que son lo que son. Nosotros, sin embargo, ni nos acordamos siquiera de que somos paraguayos. Es que no hay necesidad. Lo somos y basta.

            Ha de ser muy difícil consubstanciarse con un territorio inmenso con varias naciones dentro. El argentino necesitará reafirmarse permanentemente. Los provincianos están arraigados en sus respectivas provincias, pero su provincia no se identifica con la Argentina.

            No es tan descabellado aquello que se endilga al correntino: "si la Argentina entra en guerra, nosotros podríamos ayudarle". Mientras tanto, las gentes sin arraigo aún, como los porteños, se identifican con la Argentina.

            El paraguayo, sin embargo, se ha consubstanciado con su tierra; ha mantenido una costumbre específica aún dentro de la alimentación y ha mantenido una lengua específica, propia de la Nación Guaraní. En el Paraguay nada cambió por siglos enteros. En el orden internacional no se lo llevó en cuenta ni como centro de inmigración; lo que, para nuestro cometido, poco importaría. Lo que importa es que el paraguayo permaneció en su tierra con un mínimo de mezcla. Los mestizos se cruzaron entre sí, por lo menos, por tres siglos hasta conformar un tipo especial de hombre aun en lo somático; ante todo, una etnia cultural.

            El momento fuerte de una inyección de sangre extraña habrá sido la época de la postguerra del setenta, durante la ocupación del Brasil y la Argentina.

            No quedaron muchos brasileños; tampoco argentinos. Estos ocuparon las tierras de pastoreo del sur del país. Constituían una pequeña cantidad de familias. Los hijos de los brasileños y de los argentinos fueron absorbidos por la cultura paraguaya con mucha facilidad, debido a que las madres llevaban en sí mismas una fuerte cultura nacional. Los soldados se marcharon y sus hijos quedaron como hijos del país. Mamaron una lengua y unos comportamientos sociales y personales. Estos mestizos biológicos eran paraguayos culturalmente.

            Una etnia cultural difícilmente se identifica con una etnia biológica o raza porque no existe pueblo sin mezcla en mayor o menor escala. Zorrilla de San Martín dijo que el Paraguay no desaparecerá mientras una mujer paraguaya engendre un hijo de un varón paraguayo. Lo dijo cuando entregó los Trofeos de la guerra del 70. Nosotros afirmaríamos más aún: que el Paraguay no desaparecerá mientras las mujeres paraguayas engendren hijos en su propia tierra.

            El paraguayo siente la necesidad de manifestarse paraguayo en tierras extrañas o lejos de su tierra. El más encumbrado copetudo en el Paraguay, en el extranjero habla y desea hablar el guaraní; no se avergüenza por ello; come con fruición alimentos típicos nuestros; escucha y aun canta la música paraguaya; se muestra amigable y familiar con cualquier paraguayo que encuentra en el camino. Los que considerarían rebajarse hablar el guaraní dentro del país, lo hacen con gusto y felicidad fuera. Muchos aprendieron a expresarse en guaraní en el extranjero y en el extranjero descubrieron que no era desdoro integrarse a un grupo de paraguayos con su optimismo y buen humor.

            También al paraguayo se le escapa el paraguayo en los momentos cruciales de la nación. En las grandes encrucijadas de la historia no utiliza otra lengua, no cambia sus signos y da expansión a sus sentimientos en su propia música. Aún más, acordará de Dios dentro del marco de sus expresiones religiosas populares como encender velas, hacer rogativas y promesas. Por ejemplo. Una revolución o una guerra el paraguayo la lleva a cabo al compás de la polka y no al compás de las marchas militares a la usanza de otras naciones. Los éxitos, aunque sea en las justas deportivas, terminarán en una peregrinación de acción de gracias a Caacupé.

            El paraguayo se formó en unos trescientos años y algo más, lapso de tiempo en que se encontró aislado de todo contacto suficientemente fuerte con otra cultura. El mestizaje original se produjo únicamente del varón español con la mujer guaraní. Lo que explicaría la predominancia de la cultura guaraní en el paraguayo o cultura del paraguayo.

            La mujer siempre es el elemento conservador de la comunidad y el elemento inoculador más poderoso de los valores y antivalores de una cultura a causa del mayor contacto afectivo con el niño en su edad plástica, en especial, en una sociedad tribal y agro ganadera. La incidencia de la madre y de las abuelas sobre los niños en la misma sociedad moderna necesariamente deberá ser muy considerable. Los niños son muy sensibles al afecto al igual que los animales.

            Es equivocado decir que el paraguayo es mestizo. Lo correcto sería decir que el paraguayo fue mestizo con la característica ya anotada. A esta altura de los tiempos ya constituye una etnia con una identidad cultural y una cierta conformación somática. Por muchas generaciones se cruzaron y se fusionaron los mismos genes con sus mismas bondades y defectos. Antes que nada, se formó y se conservó un mismo modo de pensar y de procedimiento.

            Se produjo lo que llamaríamos una etnia cultural. Que tengamos algo de español y algo de guaraní no significa hibridez sino la conformación de una tercera etnia cultural con los valores y antivalores de ambas etnias originales.

            El modo de ser paraguayo es fuerte y posesivo, de tal suerte que los hijos de extranjeros, en contacto con el paraguayo, inmediatamente lo asumen. Sus gestos, sus movimientos y modo de hablar se vuelven típicos de la tierra.

            Ciertamente los inmigrantes en grupo cerrado requieren, por lo menos, dos generaciones para integrarse a los habitantes autóctonos. Por lo general los europeos llevan en si la conciencia de superioridad racial, y esa conciencia se mantiene con fuerza dentro de un grupo. Para disculpar a los europeos, diríamos que todos los pueblos están enfermos de racismo. Cuando más antiguas son las raíces de los pueblos, su racismo es más profundo, como sucede a los japoneses y chinos. El paraguayo también es racista. Desprecia a los negros y a los indígenas. "Kamba", y el "Te'yi" son palabras despectivas.

            Nos hace mucho mal hablar de que somos mestizos. A más de ser falso, nos resulta pernicioso. Al ser mestizos, somos semi-europeos con la consecuencia grave de crear en nosotros la conciencia de inferioridad frente al europeo y de ser una presa fácil para el imperialismo cultural aun en lo religioso.

            A partir de esta equivocación en el concepto del paraguayo, resultaría explicable la poca confianza en nosotros mismos, la preferencia por lo extranjero y la tendencia a copiar cualquier modelo que no condice ni lejanamente con la idiosincrasia de nuestro pueblo. Lo mismo sucede cuando pensamos en política como en educación. Nunca se nos ocurrirá pensar en un modelo nacional.

            El mestizo debe importar todo porque sus raíces consideradas valederas se encuentran fuera de él. Sus padres paradigmáticos viven en tierras lejanas. Las raíces autóctonas son oscuras, inferiores y consecuentemente despreciables.

            Una vez que colocamos al paraguayo dentro de una etnia cultural, el paraguayo será un hombre comprensible. No será un híbrido. Consecuentemente tendría un carácter predominante, y su cultura posibilitaría la comprensión de sus manifestaciones y comportamientos sociales y personales.

            El marco fundamental caracterológico del paraguayo estaría formado por tres elementos: 1) la actividad, 2) el sentimiento profundo y 3) la fuerte resonancia anímica. De cien paraguayos cincuenta son apasionadas, fusión de sentimientos profundos y fuerte resonancia anímica. El segundo grupo formado por los flemáticos, alcanza el treinta y cinco por ciento de la población total, cuyo sentimiento se encuentra por debajo del cincuenta por ciento en la escala de cien; pero subsiste en él la resonancia anímica.

            Demos por descontado que un buen número de los flemáticos difícilmente se diferenciará de los apasionados. ¿Quién puede marcar la diferencia en la vida real entre el apasionado del cincuenta por ciento de sentimiento y el flemático del cuarenta y ocho por ciento de fuerza sentimental? La diferencia es posible registrarla solamente en los papeles.

            El primario ocupa un lugar ínfimo; su porcentaje es mínimo. El resto del paraguayo lo desprecia por razón de que habla de su interioridad. La prudencia es una de las virtudes muy apreciadas por el paraguayo. La persona respetable necesariamente "iñe'e rakate'y" (de pocas palabras).

            Resulta que el paraguayo no perdonará a nadie que propale su secreto. Su interioridad es sagrada. Nadie la debe manosear. Solamente cuando su peso anímico ya lo anonada, comunica su problema. Aunque su necesidad de comunicarlo sea agobiante, no lo hace sin dolor y a cualquiera que se le presente. El interlocutor debe ofrecerle garantía casi absoluta de no revelar su confidencia a otro. Por eso recurre al sacerdote, quien, además de ofrecerle seguridad y comprensión, le demuestra normalmente afecto de padre.

            La secundariedad convierte al paraguayo en un contemplativo. Ve y admira las cosas, los hechos y las personas. No razona sobre ellos. Simplemente los mira, los ve o escucha y exclama: "ayépa iporá" (qué hermoso) o "ayépa ivai" (qué feo); "ayépa ñande rayhú" (cómo nos ama), "ayépa itríste" (qué triste)... Pronuncia estas frases en ritmo lento y tono meditativo. En realidad el ritmo psicológico del contemplativo es lento. "Oyapurava'ekué omanombáma Boquerónpe" (los apurados murieron todos en Boquerón).

            Para aumentar esta lentitud, el paraguayo es un hombre integrado a la naturaleza, al medio ambiente ecológico que tiene sus ciclos determinados. Los pasos de la naturaleza no pueden ser apurados o detenidos. Son inexorables. ¿Qué actitud cabe frente a ellos? La paciencia; esperar. No existe otra alternativa.

            El paraguayo es amigo del silencio. Vive perfectamente bien acompañado de su imaginación sumida en los hechos, cosas y personas que lo rodean. No se siente nunca en la soledad. No, requiere bullicios para sentir la vida. Le basta su interioridad.

            El carácter contemplativo se observa con nitidez en la música paraguaya de ritmo lento y de melodía nostálgica. También lo denota la lentitud de sus reacciones. Veremos luego las condiciones bajo las cuales la reacción del paraguayo es rápida y fulminante.

            El mal que acarrea la integración al medio ambiente ecológico y sociológico es la excesiva identificación del paraguayo con el grupo, donde pierde su conciencia personal. Se diluye dentro de lo comunitario a pesar de su personalismo, interioridad sagrada y su orgullo.

            Actúa mucho en razón del todo encabezado. Decimos "encabezado" porque para el paraguayo el todo comunitario sin cabeza o "tendotá" nunca será una comunidad.

            Esta integración, sin embargo, le otorga la ventaja de una gran capacidad de adaptación a cualquier medio ambiente sociológico y ecológico.

            Uno de los defectos del carácter del paraguayo es la timidez. El paraguayo es tímido; lo que hará que rehúse siempre ocupar el primer asiento en una reunión, o haga la pregunta "chéiko", cuándo se le pregunte algo. Por otras razones culturales, el ungido autoridad no sólo irá a ocupar el primer lugar sino que lo exigirá aunque sea un alcalde de allá de los rincones. Esta actitud es propia de toda autoridad en el Paraguay, sea civil, militar o eclesiástica. Un Obispo que asiste a una reunión y no se le dé un lugar eminente, no volverá a poner los pies en otra reunión similar. Justificará su actitud por la desconsideración no a su persona, sino a lo que representa. Se olvidará aquello de Jesucristo de que el primero sea el último.

            La timidez, por su parte, produce el miedo al ridículo. No hay nada en la vida al que el paraguayo teme tanto. Se cuidará, en todas las ocasiones, de hablar primero. Por más que sabe lo que debe responder, cerrará la boca; podría equivocarse o pronunciar mal, y ocasionar de esta manera la risa de los demás.

            El temor al ridículo es excesivo y siempre hace que lo predisponga en contra del que hace papelón y es objeto de ridiculización. Es insensible ante él; más aún, le causa hilaridad. La inmisericordia con el que yerra se observa palmariamente entre los niños, los sujetos incontaminados de una cultura. Los mayores quizás disimulen sus ganas de reírse en honor a un comportamiento social adquirido. Tampoco se esforzará mucho por disimularlo.

            A los ojos del paraguayo el fracaso es el peor estigma. Nunca se borrará de su memoria la amargura del momento del fracaso, del ridículo sufrido, y las causas y las personas que lo provocaron.

            El fracasado ha perdido hasta la credibilidad. Lleva siempre la de perder. Por el contrario, la mejor recomendación para una persona será el éxito. El paraguayo estará dispuesto a acompañarla.

            Junto a la timidez, lleva en sí un gran orgullo. Dicen que el caparazón del orgullo es la timidez. El paraguayo es orgulloso y personalista. Se lo tiene que considerar importante a él, a su pensamiento y sentimiento... Exige para sí una máxima atención y, por momentos, exclusiva. Si, en un momento dado, percibe en alguien un cierto miníprecio, inmediatamente se apartará de él aunque sea su mejor amigo. Volverá a acercársele, pero con la aviesa intención de jugarle una mala pasada. "Deskíte ha yu'ái ndopáiva". Habrá siempre un momento para resarcirse de la humillación. Por lo general, el desquite constituye uno de los placeres más apetecibles del paraguayo. Lo puede llevar a cabo por medio de la mentira, cosa que le cuesta muy poco porque para él mentir no es nada malo. Miente para guardar su interioridad como mecanismo de defensa; miente por deporte; miente para fastidiar y miente para causar hilaridad. Le ayuda el eufemismo: "he'i reí" (decir por decir) para evitar cargo de conciencia. También "ambotavy" (lo confundo).

            Increíblemente, a pesar de que el paraguayo es orgulloso y personalista, es un hombre inseguro. Su secundariedad, su orgullo y su timidez lo hacen indeciso. No decide; deja pasar el tiempo bajo cualquier pretexto. Es seguro solamente cuando opera bajo la influencia o imperio de su inteligencia intuitiva.

            En este caso decide en una décima de segundo, pero sin tener la conciencia por lo cual hace lo que hace, a pesar de que lo hace con una precisión admirable como si lo hubiera pensado hasta los últimos detalles. Nunca podrá explicarlo. No le pida explicación. El paraguayo es superlativamente inteligente con su inteligencia intuitiva; con lo cual no afirmamos que sea torpe para el razonamiento basado en premisas y consecuencias.       

            Difícilmente se le quita "lo que ha metido en el corazón" al decir del guaraní parlante. No es su orgullo lo que le domina en este caso sino su secundariedad. Lo que se graba en el alma forma parte de su alma. Frente al letrado, él lo resguarda con el "ñembotavy", intentará convencerlo de que no lo entiende, pero, si no llega a conseguirlo, inmediatamente demostrará que lo comprende y que además lo aprueba. Para colmo, le cantará una apología. Sin embargo, en su interior seguirá con su idea y su convencimiento. Por último, cuando ha representado su comedia, dirá del interlocutor que es un estúpido y tarado "ivyro ha hovatavy", a pesar de que él no ha dejado un resquicio para entrever su interioridad. Otro paraguayo lo entrevería porque él también experimenta la misma reacción.

            El secreto de su interioridad lo conduce a respetar la interioridad del otro. Le merece un desprecio muy grande el que haya perdido su propia personalidad, apeándose de su convencimiento, en especial, del grupo. El "kué" es despreciable. "Karaikué"... "gauchokué"... "Pá'ikué"... "ermanakué"... "liberalkué"... "coloradokué". El "Kué" es un fracasado.

            El paraguayo difícilmente abordará al otro al respecto de sus ideas, incitándole a que las abandone o que las cambie. A veces hará todo lo contrario. Más bien le ayudará a que se afirme en ellas. Puede suceder que no le agraden las ideas y emprendimientos del otro; aún más, los juzgue equivocados. Sin embargo, los aplaudirá. ¿Por qué? "Marãpíko rembovaita chuguí, ko chupé ogustaitereíva" (¿Para qué decepcionarlo ya que se encuentra tan feliz con ellas?) Esto no es cinismo. Simplemente no desea contrariar al otro y quitarle su felicidad. Viene el fracaso y dirá: "ha'évaekue voi che": su juicio era contrario. Bien hubiera pronosticado el fracaso, pero se abstuvo (ya lo había dicho yo).

            El paraguayo normalmente ejerce un incomparable autodominio. Es parco en la manifestación de los sentimientos, aunque la procesión vaya por dentro, como suele decirse. Llega un momento en que no puede contener la fuerza interior, entonces, pierde el control sobre sí mismo y se transforma en un verdadero loco. Matará de veinte puñaladas, y, una vez calmado, se admirará de lo que hizo. No podrá explicarlo.

            Es probable que, para defenderse de este fenómeno, haya adquirido un gran sentido del humor, humor que, a veces, parece hasta macabro, al ridiculizar los momentos trágicos de la vida. Sabe reírse de todo el mundo y de todas las cosas. No existe tragedia que no convierta en risa. Un grupo de paraguayos se distingue por la risa.

            ¿Estará relacionado con esto su optimismo? El paraguayo es optimista, no porque piensa que el hombre es bueno. Es optimista porque acepta la vida con sus dos caras: la del bien y la del mal. No hay razón para pasar la vida lamentándose, porque predominan siempre los tiempos buenos sobre los malos, y el mañana puede ser mejor que hoy y, ante todo, con la vida en la mano vale la pena estar contento.

            Le enferman los plagueos y el llorón.

            Su carácter activo le proporciona la capacidad de no ver lo imposible. Todo es posible para el paraguayo. Nunca le dirá: no puedo hacerlo. Cuando se pregunta si sería capaz de hacer tal o cual cosa, "yahecháta aga", responderá; y ciertamente intentará llevarlo a cabo.

            Al paraguayo lanzado a un determinado trabajo o labor nunca hay que decirle que es algo imposible o que sobrepasa sus fuerzas. ¿Para qué trabajar en ese caso? No vale la pena intentar lo imposible. Por otra parte, si se le facilita todo, se pondrá mano sobre mano. ¿Para qué trabajar si todo está hecho? Toda labor se le tiene que presentar con cariz de un desafío a su capacidad de creación.

            Hemos presentado al paraguayo con unas cuantas pinceladas afín de interiorizarnos de que nos encontramos frente a un hombre bien concreto, con características especiales, digno de que se lo mire con mayor detenimiento, a la luz de los cinco factores a que nos referirnos en la introducción.

 

 

 

CAPITULO II

 

LA CULTURA ORAL DEL PARAGUAYO

 

            Los dos grandes tipos de cultura en que se ha desarrollado la personalidad del paraguayo son la cultura oral y la tribal.

            La cultura escrita es relativamente reciente y no ha llegado ni a la etnia ni a todos los rincones. La escritura ni siquiera ha sido de uso popular sino de una élite así como sucediera en los grandes imperios de la antigüedad, sin excluir el romano y ni siquiera Grecia.

            Ahora mismo, en muchas naciones, no sólo en el Paraguay, la escritura no pertenece al medio común de la comunicación popular. La cultura oral se caracteriza por su comunicación interpersonal y social por medio de la palabra viva o palabra hablada. Los hombres se comunican directamente. Transmiten sus ideas, sentimientos y noticias de persona a persona, y de persona a la comunidad reunida en determinados acontecimientos. El jefe no lee para imponer reglas para determinados procedimientos. Directamente les dicta a las personas, y éstas toman la precaución de retenerlas en la memoria.

            El desarrollo de la memoria es de capital valor en una cultura oral. Es el único receptáculo de las palabras y noticias, por una parte, y por otra parte, es necesario transmitir con la mayor fidelidad posible los hechos y los acontecimientos, especialmente referentes a la vida de la etnia cultural, con los que ésta irá conformando su depósito de sabiduría.

            La fidelidad absoluta en la transmisión verbal será siempre imposible porque los hechos son impactantes. Una peste, una guerra, un año de bonanza y de estrecheces son hechos que horadan el alma del grupo y de los individuos, cuyo relato formará la historia de un pueblo.

            Más tarde quizá se vierta en un relato épico, donde cada uno y las generaciones venideras se sentirán protagonistas en mayor o menor grado. Los vates, que son miembros de la etnia cultural; rebozan de los sentimientos que embargan a la comunidad. Los trovadores son poetas de profundo sentimiento comunitario, capaces de aglutinar toda una etnia cultural mediante la formación de su conciencia histórica.

            Los acontecimientos y hechos que forman parte del alma de un pueblo difícilmente son objeto de objetividad. Se los siente. Cada uno los recibe conforme a sus sentimientos -más o menos exaltados, conforme a los prejuicios, preconceptos y predisposiciones. Conforme a éstos, los procesan interiormente. Así que los acontecimientos sufrirán pequeños grandes cambios, reflejados en los detalles significativos. Lo fundamental no cambiará aunque se ornamente con nuevos pormenores que responden a la apreciación de los individuos y de la misma comunidad que, a veces, se halla frente a situaciones analógicas. Los detalles añadidos no responden a una intencionalidad premeditada, pero denotan una intencionalidad de adaptación espontánea.

            Solamente dentro de la cultura oral serán comprensibles muchos de los comportamientos del paraguayo; en especial, su modo de comunicación. Este tipo de cultura impone el sistema de comunicación compuesto de variadas formas. ¿Por qué los periodistas que, se supone, pertenecen fanáticamente a la cultura escrita insertan en los periódicos columnas denominadas "radio so'o", "ñe'e mbegué'? Por lo general, estas columnas son las primeras en ser leídas y merecen además una incondicional credibilidad. Responden a la mentalidad de cultura oral.

            Allí se recurre al rumoreo, modo específico de comunicación de los acontecimientos en un pueblo de cultura oral. Si un periódico se mantuviera dentro del estilo del "ñe'eguyguy", constituiría una fuerza comunicativa muy notable. Los paraguayos somos propensos al rumoreo, no importa que adquiera el tinte de un chismorreo. Con mayor facilidad creemos a lo que se nos transmite por medio informal de información. Asunción misma hierve en rumoreos. No es aún un mundo aparte en el Paraguay, aunque circulen los periódicos de diferentes gustos.

            El paraguayo se resiste a creer en las informaciones formales. Porque «ha'ekuéra he'i vaerä vointe péicha", dado sus intereses, amores y odios, simpatías y animadversiones, ideas y prejuicios. Todos informan según su conveniencia. (Están obligados a decir lo que dicen).

            Nosotros espontáneamente relacionamos la cultura escrita con las sociedades más complejas. Todos los grandes estados han utilizado la escritura para su manejo y desenvolvimiento. Sin ella nos resulta imposible comprender como un estado con sus decretos, resoluciones y leyes podría desenvolverse. Sin embargo es posible. Un gran imperio, como el incaico, se manejaba sin escritura.

            Por lo visto la sociedad política organizada en estado es compatible con la cultura oral, por más que resulte difícil de concebir dicha compatibilidad. El estado supone una relación secundaria mientras la cultura oral presupone relaciones primarias.

            Para el paraguayo la palabra hablada se reviste de una fuerza tal que produce lo que significa. La palabra es eficaz. Hace recordar aquello de la Biblia "mi palabra no vuelve a mi vacía".

            La cultura oral potencia la palabra. De ahí resulta comprensible que el paraguayo tema a la maldición. La llamaban originariamente "ñe'engá’i", (palabra quemante). En la misma medida del miedo a la maldición, cree en la eficacia y la bendición. La pide al sacerdote... a los padres... tíos. Junta las manos, "otupanoi" o "Tupä renoi". También la oración es eficaz no tanto por la fe ni la buena disposición del orante, cuanto por la eficacia de la palabra.

            La oración es la palabra o conjunto de palabras que ha sido puesta en forma escrita. Aunque no se la pronuncie tiene eficacia. Basta con que se la tenga en el bolsillo, para que uno se resguarde con su poder. Si uno la pronuncia, no es necesario entender su significado. La palabra habla por sí. La palabra escrita sigue gozando de eficacia de la palabra hablada. Consecuentemente, el paraguayo creerá a ojos cerrados la curación con palabra. El "médico con palabra" seguirá con su éxito mientras la cultura oral sienta sus reales en estas tierras. Para la "curación con palabra" no se necesita indefectiblemente que se recite una oración, bastan unas cuantas palabras que expresan la intención de curar. Esto quizá a algunos les parezca estrafalario y sin sentido, pero es así.

            El paraguayo es un gran conversador. La cultura oral promueve la capacidad de conversación. La mujer es más conversadora aún. Las mujeres conversan por horas enteras, a veces sobre un solo tema y, a veces, sobre un conjunto de temas, que abarcará infaliblemente la vida y milagro de medio mundo. Muchas veces son procaces. No paran mientes en relucir a la luz del sol sus propias intimidades, al contrario del varón que es más recatado.

            Este difícilmente hablará de sus intimidades. Si lo hace, lo hará casi con delicadeza. No hablamos de jovenzuelos, especialmente citadinos. La conversación del varón gira alrededor de los acontecimientos y trabajo. A veces, versa sobre el tiempo cuando éste sale de sus cauces normales y constituye causa de preocupación. Por ej. la excesiva lluvia... la sequía... Pero si se mantiene normal, no tiene por qué recordarlo. El tema que apasiona al paraguayo hasta lo indecible es la política partidaria. Para él es el tema de los temas. También la mujer es el gran tema.

            El complejo sistema de comunicación, originado en la cultura oral en Paraguay se compone de varias especificaciones a saber: el "ñe'eguyguy", el "ñe'eeguatá" en cuyo contexto se lleva a cabo el "ñembohekovekué" o calumnia, basada en presunciones o señales reveladoras. Si es una comunicación a distancia, se llamará el "radio so'o". El medio de persuasión será el "ñe'embegué" y, por último el "ñe'enga", ánfora de la sabiduría popular.

            Sin necesidad de recurrir a ideologías anti dictatoriales, que nos obligan a ver toda la vida social y los comportamientos individuales en relación permanente al dictador, diremos que el "ñe'eguyguy" es una manifestación natural y espontánea de la cultura oral, y existe no porque el dictador no nos permite hablar en voz alta. El "ñe'eguyguy", no consiste en una comunicación subrepticia sino en una abierta comunicación de persona a persona, basada en presunciones y con una fe ciega a las personas -fuente de la información.

            Nunca el "he'eguyguy" ofrecerá una seguridad objetiva al observador desinteresado. Lo que le ofrece credibilidad son la honestidad y autoridad de una persona. Lo notable es que el paraguayo, gracias al "ñe'eguyguy" se interioriza aun de la vida más herméticamente resguardada,

            Él conversará y tendrá por indiscutido lo que el Presidente de la República, por ej. dijo a su señora sobre tal o cual tema. Ni la más lejana duda sobre la veracidad del hecho. Nace de la boca de una persona presuntamente allegada al Presidente como sería el chofer o la muchacha. Esta persona lo escuchó y basta. Con mucha más razón, lo que se rumorea de la persona más accesible tendrá que ser absolutamente cierto.

            Lo que otorga la fuerza de persuasión al "ñe'eguyguy" es que se lo transmite en forma de narración de hechos concretos. Los hechos son irrefutables. La narración, que enmarca las ideas dentro de un acontecimiento en que las personas son reales y concretas, con expresiones usuales y con actitudes consideradas normales, las convierte en reales y consecuentemente verosímiles. El "ñe'eguyguy", pues, adquiere la fuerza de convencimiento gracias a la narración. El alma del "ñe'eguyguy" es el arte narrativo del paraguayo, capaz de utilizar los pormenores de tal suerte que el acontecimiento adquiera tal o cual sentido.

            Por más inverosímil que podría ser el hecho, resulta creíble, gracias a su presentación. Tan contagioso es el "ñe'eguyguy" que el más pintado objetivista se ve atrapado por él.

            Ahora, el "radio'soó" es el mismo "ñe'eguyguy", con que se transmiten las buenas y malas noticias a distancia de una manera casi inexplicable. Normalmente el "radio so’ó" transmite noticias de hechos que no llegan a concitar la atención de los medios masivos de comunicación social, pero interesan a la pequeña comunidad, constituyéndose en el gran medio de mantener en comunión con la comunidad de origen al lejano miembro.

            Hay que ver la rapidez con que llega a Buenos Aires la noticia de un nacimiento, muerte, incidente o de cualquier acontecimiento, trascendente solamente para las pequeñas comunidades. Ese paraguayo del gran Buenos Aires sigue unido a su familia y vecindario, a su pueblo, gracias a esas noticias. Al recibirlas se siente inconscientemente ubicado en su lejano medioambiente social. El "radio so'ó" presta un servicio humano invalorable.

            El "ñe'embegué" o hablar al oído, constituye un método de persuasión. "Eheyánte chéve", "aga aikéta chupe ñe'embeguépe" dice la señora refiriéndose a su esposo testarudo. "Déjame por mi cuenta; conversaré yo con él". El "ñe'embegué" supone la virtud de la perseverancia. El agente del "ñe'embegué" no descansará de repetir ahora y a deshora la misma cantinela hasta conseguir su objetivo. No quepa la menor duda de que, tarde o temprano, el del "ñe'embegué" se alzará con la victoria de haber convencido.

            Por último; habría que recordar al "ñe'engá" o al dicho sentencioso en que se ha acuñado la sabiduría de la vida y se la transmite. Para comprenderlo en su presentación hay que llevar en cuenta al idioma guaraní, lenguaje concreto, carente de la abstracción y de ideas. Así que no se debe esperar del guaraní una sentencia propiamente dicha que se expresa en ideas como las que se encuentran en los libros sapienciales del oriente o de occidente. Las ideas de un valor o de unas pautas de comportamiento se las presentará en forma de anécdotas, de hechos y de comparaciones. Por ej. "Una vénte mbarakaya opo'evatatápe". "Yvy pléito ha kuré cosé, manóme opavaerá" (Sólo una vez el gato mete la pata en el fuego) (Pleito de tierra y de cerdos dañinos siempre termina en muerte).

            La experiencia ha constatado este comportamiento determinado y lo acuña a fin de que sirva para dirigir la conducta de los individuos dentro de la comunidad.

            Hay otro tipo de "ñe'enga" que se usa en forma de muletilla y exclamación. Los antiguos padres de familia no permitían que sus hijos usaran cualquier "ñe'enga" dado que las palabras poseen la fuerza interna de producir lo que expresa. Cuentan que el Pai Pérez Acosta, de legendaria memoria, casi en los últimos tiempos de la guerra del Chaco, recomendó a los soldados que en vez de cualquier "ñe'engá" usaran "opáta la guerra". A raíz de esa recomendación Emiliano R. Fernández escribió aquella hermosa poesía que comienza "Pa'íma he'i opáta la guerra". Los "ñe'engá" actuales del tipo muletilla serían por ej. "nákore"... "nde rasóre"... etc... etc.

            Hay un tercer tipo de "ñe'enga", que se caracteriza por el "he'i" (dice).

            Pone ficticiamente en boca de alguien o de animal un determinado dicho que respondería a un valor o una circunstancia especial de la vida, a veces, de una manera ridícula, por ej. "Imba'énte ñame'e chupé, he'i ho'ukavaekue kesú vakápe". La expresión "imba'énte ñame'e chupé", se suele usar para reconocer el valor de una persona. "Imba'ente ñame'e chupe, imba'eporá ko karai". En vez de "mba'epora" cualquier otro atributo tiene cabida.

            "Ibaí la kuádro, he'i kururú omañarõespéjope", La expresión "ibai la kuádro" se usa para decir que la vida económica o de salud se vuelve pesada.

            Este tipo de "ñe'enga" se puede multiplicar al infinito.

            Mientras persista el ingenio ridículizador seguirá brotando con el transcurso del tiempo. De hecho, a diario se escucha uno nuevo.

 

 

 

CAPITULO III

 

SU CULTURA TRIBAL.

 

            Si no miramos al paraguayo dentro del marco de la cultura tribal, nos quedaríamos sin comprender muchos de sus comportamientos y actitudes, aunque él se consideraría disminuido al ser considerado un hombre tribal, porque él relaciona tribu con "te'yi"y "mbyá", tenidos ante sus ojos en muy baja estima. Los que despreciamos al "te'yi" asociamos la palabra tribu con hordas salvajes. Tribu, sin embargo, no es sinónimo de salvajismo, sino de una sociedad sencilla que respondería más bien, al concepto de comunidad, en nuestra actual nomenclatura social, que al de la sociedad propiamente dicha. Tampoco es un grupo humano desordenado, sin estructura, sin territorio y sin autoridad. Quizá nos resulte difícil comprenderla en razón de que la causa de su ordenamiento es diferente a la que estamos acostumbrados.

            El Estado debe indefectiblemente contar con un cúmulo considerable de leyes que establezcan los deberes y derechos de los individuos a fin de regular su mutua relación. No sólo regulara la relación de los individuos entre sí, sino también de las entidades y los individuos, y de las entidades entre sí. Las tribus se rigen por la costumbre más respetada por ellas que las leyes en el estado. La diferencia no radica en la vigencia o no del derecho sino en las diferentes unidades básicas de la sociedad. En el Estado es el individuo y en la tribu es el parentesco.

            La sociedad, organizada en Estado, ejerce un cierto poder absoluto sobre el individuo y se erige en la interpósita persona para el relacionamiento entre los individuos. La relación de persona a persona se vuelve infuncional. Aún los servicios se llevarán, en una sociedad estadual, a través de diferentes canales y mecanismos institucionales.

            El individuo se ve avasallado por las estructuras. Se tuvo que recurrir a nuevas leyes para defender cierta autonomía del individuo ante el Estado.

            La unidad básica diferente crea una concepción social diferente. La jerarquía de valores también diferente. En la tribu el valor supremo la persona, mientras en el Estado, por lo menos, en la práctica, lo son las leyes y las estructuras sociales.

            La unidad básica conforma modo de pensar, actitudes y comportamientos específicos.

            La diferencia entre el Estado y la tribu es tan grande que un anti valor fatal para la sociedad tribal puede resultar un simple incidente en la sociedad civilizada. Por ej. un crimen para el Estado es un acontecimiento sin mayor importancia. En la sociedad tribal, sin embargo, todo crimen es fatal porque lesiona el parentesco y socaba la base misma de la comunidad. Al destruir las relaciones entre persona y persona, y de familia y familia, se destruye el cimiento social. La tribu justificaría plenamente la pena capital. El Estada nunca.

            La cultura tribal se caracteriza por el gran sentido de pertenencia a la comunidad de parte de los miembros y la libertad personal, por un lado, y, por el otro lado, la lealtad y devoción al jefe.

            El hombre de tribu goza de gran libertad. La costumbre no le constriñe por los cuatro costados como lo hacen las leyes. Marca solamente líneas maestras de comportamiento y el cacique cuida de la vigencia de esas íneas maestras, reconocidas válidas para la supervivencia de la tribu a través del tiempo.

            Desde  que la unidad básica de la tribu sea el parentesco, la característica fundamental de su cultura tendrá que ser la comunidad.

            Todo se hace y se resuelve a nivel de personas y de comunidad. Hasta su economía será comunitaria. Se produce en común y se consume también en común. Quizás el gran sueño de Carlos Marx haya sido la economía comunitaria, pero obsesionado por la concepción del Estado de corte capitalista, no atinó a concebir sino la economía colectivizada, una economía tan inhumana como la capitalista. Su sueño, no sé si hubiera sido más realizable; eso sí, con seguridad, hubiera sido más humano en el caso de que lo hubiera planteado en calidad de economía comunitaria. Su hipótesis era la economía primigenia y, sin duda alguna, la economía primigenia es la comunitaria.

            En la sociedad tribal la educación es de la comunidad para la comunidad. Los netos beben los valores de la etnia cultural en una comunidad impregnada de una fuerte y vital tradición. Se les transmiten a través de la familia y de los actos conmemorativos de la tribu. No son extraños, aún en cuanto a la responsabilidad. Serán objeto de esmerada atención, pero no se les permitirá ser zánganos. Se les educa en la corresponsabilidad, Apenas pueden, deben prestar algún servicio acorde a sus posibilidades físicas y mentales. Desde muy pequeños aprenden de sus mayores su futuro rol; el niño de su padre, y la niña, de su madre. Los niños crecen identificados con sus padres. De ahí que en la tribu se desconoce la lucha generacional. El joven ha aprendido que la vida no es ningún juego de niño, y soportarla en su complejidad requiere fortaleza y tesón.

            Gracias a su humanidad la cultura tribal es una cultura simpática y atrayente. Si no crea la fraternidad con toda la profundidad que hoy ha adquirido esa palabra, por lo menos establece un ambiente de familiaridad, en que los hombres se conocen; se tratan como personas, se consideran alguien y tienen por alguien a los demás.

            Cualquiera, en la tribu, no así en una sociedad civilizada en la que se requiere mucho más que el simple vivir para ser considerado alguien.

            No es raro que los turistas de los países altamente desarrollados coincidan en declarar que la mayor riqueza del Paraguay son los paraguayos. No se cansan de alabar nuestra hospitalidad. Lo que en realidad les impacto y les tonifica es el ambiente familiar nuestro. Vienen del inhumano mundo del anonimato y, de repente, entre nosotros se encuentran en familia. Por lo visto el hombre se siente a sus anchas y feliz en un medio ambiente de relaciones primarias.

            El paraguayo ha mantenido una cultura homogénea, sencilla y fuerte en toda la nación gracias a tres males: el territorio de dimensión reducida, la mediterraneidad y la pobreza del subsuelo. Los países territorialmente grandes, por la común, albergan varias etnias culturales; los ricos sufren frecuentes invasiones de depredación, y los de la costa marítima reciben permanentemente a diferentes tipos de gentes.

            El Paraguay ha sufrido más que una invasión, un exterminio. Los exterminadores lo dejaron sumido en una pobreza extrema que le eximía del interés de los depredadores y neo colonizadores. Recién, a mediados de este siglo, comenzamos a enfrentarnos con la despersonalización cultural.

            Hemos echado un vistazo a la cultura tribal y la encontramos atrayente por su valor humano. Pero no nos tiene que enceguecer de tal manera que olvidemos que hoy vivimos en otro contexto social en nada parecido al de la tribu, y en el que con facilidad nos vamos a desubicar. Podemos observar varias desventajas del hombre tribal para insertarse en la sociedad estadual.

            La primera desventaja de la cultura tribal para el tiempo presente que imposibilita comprensión del ente moral. El Estado para el hombre de tribu será siempre una superestructura totalmente innecesaria. Será fuente de muchos males, su sometimiento a un modo de pensar diferente y sin sentido de la vida. Será el medio de su explotación, de su limitación y de los sinsabores de la injusticia. Para él el estado de derecho no es lugar de sus derechos. Nunca comprenderá que el hombre no sea nadie. En un Estado civilizado el hombre teóricamente es alguien pero no se lo considera alguien, a no ser que tenga en sus manos las riendas del poder. Para el Estado el hombre nunca pasará a ser un número, especialmente el hombre común.

            La segunda desventaja para el hombre tribal es que él no puede vivir sin jefe que le indique las pautas de procedimientos, hasta cómo debe hacer. La autoridad en la tribu reside en la personalidad, no en la estructura.

            La estructura se impone aunque no se ve ni se escucha. Para el hombre tribal siempre, se exigirá la autoridad-persona y cuando alguien sea constituido en autoridad, se erigirá en ley.

            La tercera desventaja proviene de que la vida tribal es sumamente sencilla, frugal y sin otras pretensiones fuera de la de vivir en paz y con cierta holgura. Todo lo que rompe este esquema de identidad vida produce necesariamente el desquiciamiento y la pérdida de identidad en las personas. Cierta holgura como la del "mboriahu ryvatä" no rompe aún ese esquema porque el hombre se considera dueño de las cosas; no se ha sometido aún a las exigencias del tener más.

            La cuarta desventaja es la casi imposibilidad del diálogo y del trabajo en equipo. Es que todos son iguales. El único con cierto tinte de desigualdad, dentro del marco de la igualdad, es el "mburuvichá". Nadie tiene derecho a imponerse a nadie. Todos son dueños de sus propios actos. Cuando alguien pretende inmiscuirse en el procedimiento del otro, éste le dirá: "péa ningo che probléma. Eyehecha ndé ne probléma revé ha ché, che probléma revé". (Este es mi problema. Yo con el mío y tú con el tuyo). Seremos muy amigos, pero sin derecho a la intromisión en la intimidad del otro. Libres e independientes. Ni siquiera el cacique se inmiscuirá en la intimidad de nadie; sólo dictará e impondrá pautas de procedimiento en relación de la vida comunitaria.

            El rol del "mburuvichá" es muy semejante al de un padre. Desde ya, la expresión "mburuvichá" incluye en si el concepto de "ru" o padre. La etimología más o menos sería "oñembo-ru-vaicha" o "ñembo-ru-tuvichá", hacerse como el padre o ser padre grande. La diferencia se observa en que el dirigente es más dirigente que padre aunque sus atribuciones sean muy análogas. El padre trabaja, pero el "mburuvicha" no trabaja con los demás. Él dirige.

            Se cuenta una anécdota del finado Dr. Virgilio Ramón Legal, al que, siendo Delegado de Gobierno del Guairá y Caazapá, se presentó en su despacho un grupo de indígenas de la parcialidad "mbyá» con problema de no sé qué. Lo cierto es que necesitaban realizar un trabajo en conjunto para resolverlo. Entonces, él, para motivarlos, los constituyó a todos en autoridad con graduación militar. Esta parcialidad es afecta a la vestímenta y graduación militar. El de menor rango salió con la graduación de sargento.

            Después de un tiempo, el Delegado los convoca para cerciorarse de la marcha del proyecto trazado con ellos. Y cuál fue su sorpresa al enterarse de que no se había hecho absolutamente nada.

            - ¿Cómo es que no se hizo nada?- recriminó al "mburuvicha".

            - "Ndaipori chostáro" (soldado) -respondió éste.

            El trabajo, pues, no fue posible. No había soldado o gente para trabajar. El jefe no trabaja.

            El lector debe saber que la parcialidad "mbyá" hasta el presente no ha incluido en su fonética la de la L como la de la J. La S la pronuncia Ch porque seguramente el fonema de la S española es casi igual al de la Ch guaraní. Es una herencia.

            La desventaja más grave de la tribu con relación al Estado civilizado estriba en que en aquella las posibilidades para un desarrollo más avanzado del potencial humano son muy limitadas. Ciertamente en la tribu se acepta la persona sin limitaciones, pero carece de los medios y ambiente para que sus miembros alcancen un desarrollo pleno de todas sus facultades y una respuesta cabal a sus profundas aspiraciones.

            Cuando un número alto de personas se pone de acuerdo a vivir en una cooperación estructural, es mucho más eficaz en cubrir las necesidades primarias del hombre y a las exigencias del ser más. En este contexto social necesariamente se multiplican los servicios, y se perfeccionan más cada día los oficios, y se produce el permanente avance de los conocimientos y en otros campos de la vida. Consecuentemente el hombre tiene posibilidades reales de promoción, y de una continuada promoción, a condición de que el Estado cumpla con su cometido de que el bien común revierta a todos sus componentes con una equitativa repartición de la riqueza y de los servicios.

            La tribu responde mal que mal a las necesidades primarias y de una manera casi rudimentaria. Así el ideal de cualquier grupo humano, aunque metido en las espesuras del bosque amazónico o diseminado sobre alguna inconmensurable duna, será siempre el estado civilizado aunque lo empobrezca humanamente. En el estado lo que importa es vivir en una determinada estructura social y promoverse.

            En el régimen de estado se impone, por su propio peso, el pluralismo de pensamiento, de religión, de lengua y cultura; lo que es absolutamente imposible de concebirse en la tribu. Con el pluralismo se destruiría el parentesco. El Estado exige solamente un tipo de individuos que se someta a la estructura social, se mueva en ella normalmente y se sienta contento. En él no tienen cabida ni los menos ni los más. Por ej. los minusválidos no pueden integrar la sociedad política; tampoco los genios o superdotados. Los minusválidos no alcanzan la medida de cierta medianía requerida para animar la estructura mientras los genios rompen los esquemas normales de la personalidad. Entonces no existe otra alternativa para el Estado, ya suficientemente poderoso, que crearles a ambos grupos su propio mundo. Al minusválido su grupo, sus deportes, sus distracciones... para los genios los gabinetes de investigación donde encerrarlos para que investiguen a fin de utilizar sus ideas y sus descubrimientos según la oportunidad, la buena voluntad y capacidad de los gobernantes para el bien de la sociedad política.

            Sin embargo, en la tribu, ambos tipos de personas ocupan su propio lugar. El minusválido es objeto de cariño familiar; es un miembro efectivo de la comunidad que no debe arrinconarse a su propio mundo.

 

 

 

 

CAPITULO IV

 

EL CAUDILLO Y EL PARAGUAYO

 

            El caudillo es uno de los personajes folklóricos más denigrados, sin el cual el paraguayo no vive. Forma parte de su vida comunitaria.

            La animadversión de algunos, por lo general, nace de un deseo inconfesado de erigirse en caudillo. Lo detectamos en los más encumbrados predicadores del diálogo o enemigos de la autocracia. El paraguayo quiere ser caudillo. El que no lo es, es porque no se lo permiten. El que puede lo será apenas se presente una mínima ocasión.

            Al paraguayo le agrada ser el "tendotá", ser Presidente. No en balde el pueblo paraguayo se ha puesto a llamar "Presidente" aunque sea al de un Club, por supuesto, con mucha complacencia de los afectados por tal trato. En algunos lugares se ha puesto a llamar "profesor" o "licenciado" a cualquiera sin que nadie se ofenda por la aparente burla. Es que el paraguayo lleva adentro el deseo de ser presidente. En la constitución de una comisión cualquiera, será inevitable la disputa abierta o solapada por tal cargo. Una vez constituida, la renuncia a la colaboración de parte de algunos se deberá a que la presidencia no ha recaído sobre él o sobre el candidato con quien congenia.

            Por desgraciase ha estudiado poco o nada al caudillo, este personaje de aristas sumamente interesantes, y que, ante todo, es una figura especial en una sociedad de mentalidad tribal. En la tribu no existe caudillo.

            No es fácil ser caudillo. Se requieren cualidades especiales, entre las cuales sobresale la de pertenecer en cuerpo y alma al pueblo. Pensar como él, hablar en su lenguaje y convivir sintiéndose afectado en alguna medida por sus problemas. El caudillo se encuentra dentro del pueblo y es el reflejo en escala superior del paraguayo común. El pueblo tiene que sentirlo miembro legítimo suyo al mismo tiempo que superior entre sus pares. Lo que no significa que asuma una actitud que ni lejanamente se debe interpretar como un miniprecio a los demás. Por asumir una actitud despectiva perderá su ascendencia.

            Por ser superior demostrará en un mayor grado las virtudes consideradas relevantes por el paraguayo. "Ikuimba'é va'erã"; "ikaria'y ha ypy'aguasu" (generoso, magnífico y de gran coraje). Estas virtudes son necesarias para cumplir a cabalidad el rol del padre. Nunca debe renunciar a la superioridad en su comportamiento y en su modo de hablar. En las circunstancias adversas mantenerse tranquilo y en ningún momento echará mano de fanfarronería. El caudillo nunca se rebaja a fin de congraciarse con el pueblo. Él sabe que al paraguayo no se le engaña con una demagogia barata porque es un gran conocedor del hombre, de sus roles y figuras. Para él, cada uno debe demostrar lo que es y no fingir con intenciones de engañar. El ficticio es molesto. En la primera oportunidad lo desenmascararán, el caudillo tiene que ser auténtico. No avergonzarse de lo que es; mucho menos, avergonzarse de su condición de hijo del pueblo.

            El caudillo nace; no se lo hace. También se hereda en tanto cuanto el hijo detenta en cierta medida, por lo menos, las cualidades de su padre, mediante las cuales ondea sobre él la sombra del padre, que consiste en una ascendencia sobre los demás.

            El caudillo es un hombre de fuerza psíquica poco común, de dominio sobre el ánimo ajeno. Si no recurrimos a esta cualidad innata de la ascendencia psíquica, nos resultará imposible explicar la figura del caudillo, el respeto y acatamiento que genera. No existe otro camino. Los títulos académicos, por ej. nunca fueron causas para ungir a un caudillo. Servirán para muchas otras cosas, ciertamente, pero nunca para erigir un conductor popular porque la sabiduría de los yuyales es diferente de la sabiduría de las universidades.

            Hablamos del caudillo verdadero. Resulta que, a veces no falta quien pretenda coronarse de caudillo con prebendas y dádivas; caudillo de papel. Cuando se le terminan sus dádivas, se desplomará de su pedestal de barro. Su ascendencia no es psíquica; se debe al interés económico. El día que cierre las manos, habrá perdido su aura de caudillo. Tras su muerte no quedará un nostálgico recuerdo como lo deja el caudillo.

            El caudillo ayuda siempre y todo cuanto pueda, pero su ascendencia no se debe a la ayuda. Todo lo contrario, debe ayudar porque es un caudillo, un paraguayo paradigmático. Se le sigue al caudillo por ser caudillo; no esperanzado en las ventajas. Pero, si aparece por ahí alguien repartiendo dádivas, sería tonto desaprovecharlo. No todos los días cae maná del cielo. Este tipo de caudillo corrompe al paraguayo convirtiéndolo en servil y mendicante, más aún pensando que detrás de manos munificentes hay otras destinadas a manipularlo.

            Ciertamente la fuerza de caudillo estriba en el alma. No radica en  nada exterior. Posee un conocimiento instintivo de su pueblo y gracias a este conocimiento, una capacidad extraordinaria de comunicación. Se identifica con su pueblo. Se trata de una compenetración mutua. Dice la palabra exacta y en el tono exacto en base a los gustos y disgustos; preferencias y aversiones; aspiraciones y repulsiones de su pueblo. Su           palabra resuena en el alma del paraguayo siempre familiar y comprensible. Sabe de antemano la medida aceptable para su compueblano. Así que es explicable que le resulte fácil llevarlo a donde quiera.

            Se puede detectar tres tipos de caudillo. El primero es el que hace todo y no permite que otro haga nada. Lo común a todos los caudillos es que debe figurar siempre a la cabeza de todos los emprendimientos aunque permita participar a otros.

            El caudillo "hácelo todo" normalmente hace muy poco porque le abruma la multiplicidad de los quehaceres. No hace y no deja hacer. Sin embargo, hay un tipo de paraguayo con una capacidad increíble de realizaciones múltiples pero en número muy reducido.

            El segundo tipo es aquel de las órdenes tajantes, con gran propensión a ser un mandón; y el tercero es el que mueve calladamente a todo el mundo. Casi no se le escucha hablar.

            El primero corre el riesgo de dos errores frente al paraguayo.

            El primer error es anular toda participación, que para el paraguayo significa falta de confianza. Aquí pedir un servicio es signo de confianza. El paraguayo se cuida mucho de ofrecer su servicio porque "ñekuãha yati'i noseporaiva". Se pide servicio al que se tiene confianza porque no humillará con su negativa. Por otra parte, el que niega su servicio solicitado es hombre despreciable, motejado con el nombre de "kura'yi", un bichito casi microscópico que produce una de las sarnas más molestas y contagiosas.

            El segundo error es asemejarse demasiado al paraguayo común quien no acepta que el conductor se iguale a él. El dirigente se abaja pero no se rebaja. Requiere mantener su dignidad y la figura del paraguayo paradigmático. Nunca debe renunciar a su ascendencia anímica sin que ésta lo separe del pueblo. Un equilibrio difícil.

            El segundo tipo, el de las órdenes tajantes, llena una condición muy apreciada por el paraguayo, que es la seguridad. El paraguayo cambia cualquier cosa por la seguridad. El hombre seguro constituye una garantía en la vida. Este tipo de caudillo puede llegar a sentirse dueño del pueblo en vez de considerarse expresión de él. Pierde su identificación con él; se considera superior y el pueblo comienza a considerarlo extraño.

            El tercer tipo es el típico caudillo de poco hablar, sencillo; lleva la conducción "ñe'embeguépe". Es el que más claramente demuestra la ascendencia psíquica mientras se mantiene unido al pueblo en cuanto es uno de sus miembros. Rara vez se advertirá que imparte órdenes, Comprende y disimula los errores. Las correcciones las lleva a cabo sin ostentación y aspavientos. No requiere de demostraciones porque él se siente seguro con su autoridad.

            Ha sido notable en épocas anteriores que el Cura haya sido un caudillo o un conductor de tipo caudillesco. Lo más notable es que el mismo pueblo se lo exigía. El "Pa'íma he'i" es su exigencia. Al sacerdote se le exige que sea taxativo. Él es el dueño de la seguridad desde el momento que tiene en sus manos el instrumento de la máxima seguridad. Por medio de la Religión maneja pautas eternas, inconmovibles, emanadas de valores divinos. ¿Quién será seguro si el sacerdote no lo es? ¿A quién otro se le puede exigir taxatividad? Además es el Presbítero, el más anciano.

            Esta cuestión la trae consigo el paraguayo desde su origen guaraní y también el europeo de la Edad Media. Para el pueblo guaraní, el "avaré" gozaba de una autoridad superior a la del cacique. Aquel era el hombre de oración y consecuentemente el sabio dado que Dios infunde la sabiduría mediante la oración. En la Edad Media los Obispos y con ellos, los Curas, eran las máximas autoridades en lo espiritual y en lo temporal. Así que, por ambas líneas culturales, el paraguayo ha recibido el concepto de que el Cura era la mayor autoridad dentro de la comunidad, y exige el ejercicio de esa autoridad conforme a su idiosincrasia y conforme a la nueva fisonomía de las autoridades máximas impuestas por el nuevo entorno sociológico donde debe actuar.

            La primacía de la autoridad del "avaré" había sido sustituida por la del político en una sociedad organizada en Estado. Si el Cura, pues, no demuestra su autoridad de alguna manera, perderá terreno infaliblemente frente al caudillo, por supuesto, poco a poco, en la práctica.

            Más aún lo perderá con la estrategia pastoral de rebajarse hasta el pueblo perdiendo su condición de persona-meta, la persona ideal que el paraguayo considera la concreción de sus aspiraciones inconscientes. No hay la menor duda de que para él, por su mentalidad concreta e integracionista, le resulta imprescindible el paradigmático en quien no solamente ve un ejemplo práctico sino con el que se identifica en calidad de una persona corporativa. Todos los de pronunciada autoridad constituyen personas corporativas para el paraguayo. Con ellas y en ellas se siente participante de la superioridad a la que aspira. Así que desprenderse del caudillo es como desprenderse de sí mismo.

            Normalmente el caudillo es de poco hablar y de mucha efectividad, de mucha sencillez y de pronunciada preeminencia. Es un hombre compuesto de dos aspectos casi antagónicos: hombre de pueblo y con fuerte sensación de superioridad espontánea. Es el típico paraguayo, poco amigo de la charlatanería y de la petulancia. Pero se impone por su propio peso.

            Este líder paraguayo es inseguro en la vida ordinaria como todo buen paraguayo y carece de un criterio que lo obligue a un comportamiento coherente ante las problemáticas a las cuales deberá afrontar. Es un hombre de un tipo de cultura ubicado en otro contexto social. Deberá dirigirse por la costumbre, pero la costumbre ha dejado de ser elemento válido frente a la ley. Por otra parte, desconoce la ley. Por lo menos, no es para él algo constitutivo de su psiquis y con fuerza impositiva de pautas operativas.

            Resuelve los problemas caprichosamente. El caudillo aparece, a primera vista un dirigente caprichoso y antojadizo. El mismo problema lo resuelve de diferentes maneras para diferentes personas. Carece de un criterio único y firme para una conducción social racional. Desgraciadamente el paraguayo lo acepta. Su ascendencia lo convierte en ley. Dispondrá libremente de los demás sin ningún escrúpulo.

            El caudillo tiene la cualidad de ofrecer seguridad a pesar de que él interiormente no sea una persona segura. No piensa dos veces para resolver problemas o para decidir. Para el paraguayo esta cualidad es vital porque es inseguro. La inseguridad y la indecisión lo tiene en vilo; le desespera cuando le resulta imposible evadirse de ellas.

            La cualidad de infundir confianza, orlada por el aura de preeminencia espontánea, hechiza al paraguayo. El más acerbo enemigo reconoce en él la superioridad. Después de muerto lo recuerda diciendo: fulano sí que era un hombre en serio. Siente una especie de nostalgia de él. Es que falta una pieza capital en la vida social del paraguayo, con la que él se siente seguro y, aún más, a la que se integra. Hasta el enemigo participa de la seguridad del caudillo, hombre de decisiones dogmáticas.

            El caudillo nunca razona porque el paraguayo, a medida que calcula, pierde seguridad. No le resulta razonable que una persona pueda vivir en búsqueda. El que anda en búsqueda no vale. No sabe lo que quiere. Para él búsqueda es sinónimo de inseguridad, la gran enfermedad de la que procura huir a cualquier precio.

            A veces, con mucha ligereza, decimos de un caudillo que es un cacique. Si los hubiéramos analizado antes, descubriríamos más diferencias que coincidencias entre estos dos tipos de personajes.

            A ambos los consagra la ascendencia sobre la comunidad, pero la razón de la ascendencia es diferente. Aún la ascendencia misma difiere la una de otra en su modalidad.

            El cacique adquiere ascendencia en razón de un prestigio personal debido a las hazañas relevantes que lo hacen digno de asumir la autoridad máxima de la tribu. El caudillo, sin embargo, no requiere ninguna hazaña para imponerse. Se impone por sí mismo. Su ascendencia es psíquica. En primer término su ascendencia se hace sentir sobre los individuos mientras que la ascendencia del cacique recae sobre la comunidad. Ciertamente el caudillo, a través de los individuos, se impone sobre la comunidad de una manera indiscutible y absoluta. El cacique al revés. Por su autoridad comunitaria domina a los individuos.

            La razón de la diferencia consiste en que el caudillo y el cacique viven en diferentes contextos sociales. El primero, en un mundo de anónimos legales mientras el cacique vive en un mundo de parentesco dentro del cual cada uno es absolutamente libre en relación al otro, a pesar de que se halla fuertemente unido por la sangre, la proximidad, por la costumbre y la necesidad de supervivencia. El caudillo generalmente vive dentro de una comunidad de relaciones primarias cuya razón de relacionamiento no son esas relaciones sino las leyes e instituciones y consecuentemente la comunidad no es comunidad sino un conglomerado de individuos que circunstancialmente se conocen.

            El caudillo entonces se convierte en el punto de convergencia de individuos sin que a estos individuos los mueva un sentido de comunidad. El caudillo no forma comunidad, ni le interesa.

            No rara vez la ascendencia del caudillo trasciende las fronteras o limites del pequeño grupo y extiende su dominio sobre una gran cantidad de personas. La autoridad del caudillo no es territorial sino personal, y se constituye en el centro de un grupo humano. A veces concita la voluntad de todos, pero a veces algunos o varios, a pesar del respeto, retacean su adhesión o entrega a él. El caudillo no dudará un segundo para aplastarlos socialmente, haciéndoles sentir todo el peso de su autoridad. Contemporizará sólo donde no se juega su autoridad.

            El caudillo, conforme a nuestro parámetro de respetabilidad, no es una persona respetable. Por lo general, digamos, no se mueve con códigos morales y, como ya lo dijimos, no es hombre de comunidad. No es un hombre probo ni tiene conciencia de la probidad. Es un hombre totalmente pragmático y siempre incoherente. Su actitud y procedimiento responderán a la circunstancia del momento conforme a su juicio formado por lo que a él le parece lo mejor. ¿Y la razón de lo mejor? Sus gustos y disgustos; su amor y su odio; y en última instancia, sus caprichos. Así nosotros lo vemos desde afuera. El cacique es una persona regida por un código de procedimientos contenido en la costumbre de la etnia cultural.

            Allá por la década del 60 en "tapykué", jurisdicción de San Juan Nepomuceno, se produjo una rebelión contra el gran cacique de la parcialidad mbyá que residía en las cercanías o en la propiedad de Naville, cerca de Mbocayaty. Los revoltosos acudieron al Párroco, el P. Carlos W. Heine, para que apoyara la sedición. La causa de la revuelta era que uno de los allegados al gran cacique había violado a una muchacha de la tribu de Tapykué y no permitía que se lo sancionara. Los de Tapykué aducían que un cacique, al dejar de lado las costumbres ancestrales, perdía su condición de cacique porque demostraba infidelidad a la tribu socavando la garantía de su supervivencia, "Oré ndaha'ei karaícha" (Nosotros no somos como los señores), decían permanentemente. Una sociedad política sobrevive a pesar de la corrupción de sus autoridades. La tribu, no.

            El servicio del cacique es, ante todo, a la comunidad, a la etnia. De ahí que los individuos lo distinguen y lo consideran un gran servidor aunque no le haya pasado nunca la mano a nadie. Cumple un rol eminente. El servido debe ser él. Nadie reclamará las atenciones prestadas al cacique. Se reconoce el relevante servicio que presta.

            En el caso del caudillo es diferente. Él está obligado a servir a los individuos. De hecho es gran servidor, pero carece del servicio a la comunidad. Él es un personaje creado dentro del individualismo de la sociedad política. Es la ley y la institución de servicio en una sociedad política de mentalidad tribal de sus miembros.

            El caudillo es un cacique desubicado y corrompido por un estado de derecho, en el que se carece de un sentido comunitario, y donde nadie apreciará el servicio sino en cuanto ayuda personal. Entonces el caudillo derrama servicio a diestra y siniestra a los individuos sin que le inquiete en lo más mínimo el bien general de la comunidad. Si existe algo del bien común, el caudillo lo entregará a cualquiera, por supuesto, con la mayor tranquilidad de conciencia. Él desconoce la comunidad.

            ¿El servicio del caudillo se debe a un interés de ganar la voluntad? No, en absoluto. Él ya la tiene en la mano. La tiene ganada antes del servicio. Lo que nos confunde hoy con respecto al caudillo es que muchos en el mundo político criollo se han granjeado la simpatía a base de dádivas y prebendas, y a éstos se los llama equivocadamente caudillos. No sé qué nombre se les puede dar, lo que sé perfectamente es que no se los puede denominar caudillos. Su ascendencia no es anímica sino de interés. Al caudillo no se lo sigue por interés sino por ser caudillo.

            La tendencia de hoy es exterminar al caudillo, pero no el manipuleo de las gentes. En cierta manera el caudillo manipula a las gentes aunque la palabra no es exacta. El caudillo no tiene, no lleva la idea preconcebida de utilizar a nadie para un fin determinado como sería el caso de los políticos. No lleva en cuenta sino su propia ascendencia. Él se considera o se siente realizado con palpar ese fenómeno personal. Con todo, el caudillo se ha insertado en la política, espacio en el que puede manifestar su ascendencia. La política es un campo suficientemente amplio para la manifestación de su personalidad, y también, a veces, de ser manipulado. Solamente encontramos caudillos en el mundo de la política partidaria. En otras actividades colectivas hallamos líderes. Líderes en el deporte... en la educación... en el campo laboral...

            ¿Y qué es el líder con relación al caudillo? Coinciden en la ascendencia sobre los demás y en cuanto a la conducción de un grupo humano determinado.

            Los separa apenas un hilo muy tenue. Quizá el líder sea un caudillo disfrazado. Sólo sus métodos de afirmar su ascendencia son diferentes. En efecto, el líder nunca se despoja de sus convencimientos y sus objetivos. El líder trabaja en vista de un objetivo, del que el caudillo carecerá. El líder es un caudillo de guantes blancos y mucho más perspicaz. Se presenta como el hombre del diálogo, pero dialoga solamente a partir de sus premisas y supuestos; por lo cual siempre saldrá con la suya. Tampoco discutirá lo substancial de su objetivo; permitirá cuestionamientos sobre asuntos periféricos. Se arma de mucha paciencia, y aparentemente decide con los cuestionadores. Si alguna vez cede es para dar dos pasos adelante en otra oportunidad. El caudillo, sin embargo, no pierde tiempo en semejantes lindezas. Decide por sí y ante sí con la mayor presteza posible, sin ningún miramiento.

            Este personaje siempre gustará a los inseguros, los indecisos y apurados. Creo que pasarán años o décadas antes de que desaparezca.

 

 

 

CAPITULO X

 

EL PARAGUAYO Y EL TRABAJO

 

            ¿Cuándo terminará la discusión de que el paraguayo es haragán o no? En este asunto hay detractores irracionales que no se han puesto a pensar, ni quieren saber nada de razones que defienden al paraguayo. Para ellos las pruebas están a la vista y punto. A veces son gentes de la mejor buena voluntad, pero también se encuentran gentes que desearían ver defectos a toda costa en el paraguayo. Lleva en sí cierto dejo amargo de complejo de inferioridad, inconfesable ó complejo de sangre azul.

            Las razones que esgrimen son las siguientes; no trabajan como deben hacerlo. Pierden horas tomando tereré. Nunca se esfuerza a lo máximo. Cuando se le otorga crédito para que rinda más su trabajo liberándolo de preocupación adicional de la alimentación o por la necesidad de ayuda especial en los casos de urgencia, el paraguayo inmediatamente se convierte en patrón. Trabaja menos aún. El dinero lo invierte en montón de cosas superfluas y no lo invierte en mejorar o ampliar su área de cultivo, por ejemplo.

            A los detractores se les enfrentan unos defensores a veces románticos o apologistas, que llevan puestos sobre los ojos unos cristales optimizantes. Nada malo ven en el paraguayo. No trabaja más porque está subalimentado, porque sufre de parasitosis y mil otras causas justificativas.

            Ambos contendientes no se percatan de que el paraguayo es un obrero sumamente apreciado en cualquier campo de trabajo fuera del Paraguay y no sólo se lo aprecia sino que, muchos, en los lugares muy competitivos como Buenos Aires, siendo a veces semi analfabetos se convierten en obreros muy calificados. En el ramo de la construcción pronto son técnicos cementistas; otros son capaces de leer los planos. Y, ante todo, trabajan de sol a sol y son capaces aún de hacer horas nocturnas.

            Los románticos replican que allá en Buenos Aires, por ejemplo, se alimentan bien y reciben remuneración. No quieren reconocer que el paraguayo en nuestro ambiente a medida que come bien consume más tereré, y con el tereré desperdicia mucho tiempo.

            Lo notable es que al paraguayo en el extranjero se le da por invertir su dinero comprando terreno, y se pertrechan de todos los elementos de la comodidad para vivir como gente. Sin embargo, aquí, la mayor parte nunca va a pagar por el terreno que se le otorga; lo traspasará a otro con la mayor facilidad para rebuscarse una nueva ocupación precaria de terreno, en otra parte.

            El dinero lo usa en compra, aquí, casi de chucherías. Antes que nada, en cosas de realce exterior.

            Ciertamente el paraguayo en el extranjero sigue con sus exigencias siempre moderadas. Se contenta con poco. Le basta pasar holgadamente la vida. Sigue con la costumbre del "a buen tiempo» y la munificencia. Tiene dinero pero no se enceguece con el dinero; al contrario de los que al adquirir un poco de capital aquí, se vuelven avaros y desconsiderados. En realidad el obrero no se considera un capitalista sino un hombre que vive casi al día. Esta situación se conforma a la mentalidad del paraguayo. No lo desubica.

            Lo que uno observa es que existe una ambivalencia en el paraguayo. Es llamativo que en su hábitat, se comporta de una manera y en otro hábitat, al que se adapta, se comporta de otra manera.

            Ambos comportamientos son notoriamente diferentes.

            Este fenómeno debe tener alguna explicación. No es posible que debamos contentarnos con aceptar al paraguayo con una conducta aquí y otra conducta allá. Sería un enigma con el que poco o nada se podría hacer.           

            El mundo de la fábrica o el mundo industrial es un mundo extraño al paraguayo. Automáticamente le obliga a cambio de conducta en cuanto a la utilización del tiempo y al deseo de un bienestar mejor. La experiencia con que hoy contamos es que, el paraguayo sigue con la pretensión de adueñarse, en el Paraguay, del tiempo aun en el mundo de la industria y del servicio. Uno se percata de que su medio ambiente propio incide muchísimo sobre su conducta. También le sería posible vivir del "a buen tiempo» por tiempo indeterminado en Buenos Aires cuando Buenos Aires era Buenos Aires, tierra que manaba leche y miel. Sin embargo, nadie se ha echado a vivir allí de esa manera. Lo hubiera considerado mendicidad. El paraguayo rechaza ser mendigo. El Paraguay es un país de pocos mendigos. Nos morimos de hambre y nos avergonzamos de pedir limosna. Hasta nos avergonzamos de hacer trabajos que consideramos poco dignos.

            Así que la explicación de la conducta del paraguayo no camina ni por la vía de la detracción ni por la vía de la apología romántica. Es fácilmente perceptible la incidencia del hábitat sobre su comportamiento. ¿En qué consiste? Si reconocemos esta realidad habremos dado un gran paso hacia la explicación del enigma paraguayo con relación al trabajo y otros fenómenos como la falta de interés de contar con un pedazo propio de tierra, adquirido con el sudor de su frente.

            Sabido es que el paraguayo ocupa precariamente la tierra. Siempre está dispuesto a emigrar, a afincarse en un nuevo pedazo de tierra y dedicarse a un rubro de cultivo preferentemente de venta, en los últimos tiempos. Le aliena la codicia del dinero, promocionada tanto por el gobierno como por las empresas y medios de comunicación social.

            La tierra para el paraguayo, antes que nada, sigue siendo un lugar de recolección complementable con un poco de esfuerzo agrícola. La tierra debe ofrecer el sustento, y el trabajo agrícola ofrecerá lo suntuoso. El dinero no está relacionado con el sustento sino con lo accesorio, por lo cual nos parece a nosotros que el paraguayo lo utiliza mal o no lo sabe utilizar; lo gasta en superfluidades.

            Cuando el paraguayo tiene dinero a mano y lo quiere invertir, no encuentra otra cosa mejor que el boliche. El boliche es la actividad más parecida a la recolección: cosechar sin cultivar. Eso sí, el boliche cambia al paraguayo, lo desnaturaliza. El bolichero ya no conoce prójimo, "ndoikuaavéima aicheyáranga». Aduce en su defensa que las mercaderías son compradas. Con razón los antiguos instructores de los terciarios franciscanos prohibían que ningún franciscano se dedicara al comercio pequeño o grande. El boliche desata en él la "angurria", esa angurria que observamos en comerciantes, hasta en industriales, quienes en la primera oportunidad desollarán vivos a los consumidores. Aficionado al boliche; ganar sin trabajar.

            El ideal para el paraguayo es ganar sin trabajar con el menor esfuerzo. Así que todas las veces que pueda, llevará a cabo el trabajo remunerado "vai vai suerte rãicha". Parece que escapa a su comprensión la remuneración. Y su experiencia con relación a ella es la injusticia. Sin embargo, el trabajo para el amigo, sin remuneración, siempre lo hace a conciencia; no "vai vaí».

            Debemos recordar que el paraguayo pertenece a una cultura tribal y psicológicamente está ubicado en la tribu o la familia. La vida en la tribu es sencilla, sin mayores pretensiones. Además, uno se siente protegido dentro de ella. El trabajo es de corto alcance; nunca responde a un deseo de enriquecimiento. La riqueza no es un punto de vista de nadie en particular, ni siquiera de la comunidad.

            La tribu cuenta con una estructura social que le permitiría acumular bienes en nombre de la tribu. En ella los hombres se encuentran muy cercanos los unos a los otros. Los individuos, por más que se encuentran unidos por relaciones de parentesco y las mismas familias componentes de la tribu, mantendrán su individualidad con respecto a la tribu aunque se considerarán dependientes del cacique.

            El asentamiento de la tribu es normalmente precario y momentáneo. Depende de la prodigalidad de la madre tierra o el lugar que ofrece ventajas, y mientras ofrezca esa ventaja. Esto sucede tanto en las culturas de recolección como en las de una agricultura complementaria. Una agricultura precaria nunca pasa de ser el complemento de la recolección. Suple las necesidades cuando la naturaleza ofrece poco medio de sustento. Pero el hombre se comporta con las cosechas y durante las cosechas como si se tratara de una recolección. Consumirán en colectividad la producción de cada uno y no descansarán de comer mientras no acabe con una cosecha. No almacenará nada porque la naturaleza mañana se encargará de proporcionarles el sustento diario. Quizá tarde unos días más pero infaliblemente lo proporcionará. No es mayormente nada esperar hasta que se recolecte algo y en abundancia, ya sea se trate de la caza o de frutos del bosque.

            El hombre no tiene por qué esforzarse mucho. Además con alcanzar lo suficiente ya es suficiente. Lo que se requiere es lo absolutamente indispensable. Entonces ¿para qué tanta preocupación por lo sobreañadido ni para qué tanto esfuerzo innecesario?

            Esta realidad tribal condiciona a sus miembros psicológicamente. No sólo la tribu condiciona sino cualquier otra sociedad. En realidad que la tribu condiciona mucho más por su característica de relaciones primarias y por su patrimonio cultural guardado en familia. La tribu o la familia crea una unidad espiritual muy fuerte y las pautas operativas entroncadas a la inconsciencia poseen una fuerza coercitiva poderosa.

            El hombre difícilmente explica ciertos comportamientos, y le resulta difícil explicar y descubrir la raíz de esos comportamientos. Es mejor no pensar en ella. Pero es muy provechoso conocer los condicionamientos para trazar una línea realista en la educación de un pueblo y precisar las metas que tendrán que ser alcanzadas en un proceso de educación y adaptación a otro tipo de sociedad. Los cambios sociales son irreversibles y la adaptación a ellos es ineludible.

            Al final volvemos a nuestra pregunta primera, causa de la discusión: ¿El paraguayo es haragán o no? Hemos visto que el paraguayo es trabajador en otro medio ambiente. Es capaz de deslomarse en el trabajo. No lleva en cuenta ni la hora ni el sacrificio cuando hay necesidad. Pero la necesidad no la tomamos aquí como algo inevitable sino algo que surge del compromiso.

            El paraguayo trabaja en las peores condiciones sin protestar. Nunca ha llevado una vida fácil y cómoda. No es por miedo ni rehuyendo sacrificio que no trabaja en su medio ambiente sino porque la vida aquí le resulta fácil en el sentido de que no está obligado a hacerlo. El hombre de tribu no tiene la obligación de trabajar hasta reventarse; ni siquiera más allá de un esfuerzo relativamente mediano. El sustento lo tiene a mano en la comunidad; aunque ya no exista tal sustento como en la tribu, se cuenta con él. Ha cambiado el medio ambiente pero psicológicamente él no ha cambiado aún. Seguimos viviendo de la tribu y en la tribu.

            Así que el problema del paraguayo no es su negativa a trabajar sino una rémora cultural. Mientras no se lo ubique o él no se ubique psicológicamente en otro medio ambiente tendremos que aguantar esta aparente ambivalencia del paraguayo o una actitud doble frente al trabajo, como frente a muchos otros desafíos de la vida.

 

 

 

INDICE

 

Prólogo

Presentación de la 3º Edición

Introducción

Capítulo I

El paraguayo es paraguayo

Capítulo II

La cultura oral del paraguayo

Capítulo III

Su cultura tribal

Capítulo IV

El caudillo y el paraguayo

Capítulo V

Kuimba'e nahaseiva (El varón no llora)

Capítulo VI

El paraguayo y el bien común

Capítulo VII

El paraguayo y la libertad

Capítulo VIII

El paraguayo y el poder

Capítulo IX

El paraguayo y la riqueza

Capítulo X

El paraguayo y el trabajo

Capítulo XI

El paraguayo y el amor

Capítulo XII

El paraguayo y el cambio

Capitulo XIII

El paraguayo y el coraje

Capítulo XIV

El idioma guaraní es una lengua descriptiva

Capítulo XV

El guaraní y el concepto del tiempo

Capítulo XVI

El guaraní y la distancia

Capítulo XVII

El guaraní y el estilo paraguayo

Capítulo XVIII

El guaraní y el humor paraguayo

Capítulo XIX

El guaraní y la grosería

Capítulo XX

El guaraní y su concepción de hombre

Capítulo XXI

La cosmovisión del paraguayo

Capítulo XXII

La venganza y el paraguayo

Capítulo XXIII

El paraguayo y el fanatismo

Capítulo XXIV

Lu música del paraguayo

Capítulo XXV

La poesía

Capítulo XXVI

El paraguayo y las artes plásticas

Capítulo XXVII

La escultura   

Capítulo XXVIII

El criterio de salud del paraguayo

Capítulo XXIX

El problema de la cultura religiosa del paraguayo

Capítulo XXX

La fenomenología del "católico paraguayo"

Capítulo XXXI

El paraguayo y el otro

Capítulo XXXII

Algunas antinomias del paraguayo.

 





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