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BENJAMÍN FERNÁNDEZ BOGADO

  LA RADIO ENTRE LOS HABITANTES Y LOS CIUDADANOS - Por BENJAMÍN FERNÁNDEZ BOGADO - Domingo, 25 de Febrero de 2012


LA RADIO ENTRE LOS HABITANTES Y LOS CIUDADANOS - Por BENJAMÍN FERNÁNDEZ BOGADO - Domingo, 25 de Febrero de 2012

LA RADIO ENTRE LOS HABITANTES Y LOS CIUDADANOS

 

 Por BENJAMIN FERNANDEZ BOGADO

 

Es evidente que vivimos tiempos turbulentos y que el lenguaje no escapa de sus efectos. Escuchamos menos, hablamos de manera más precaria, hemos reducido la capacidad de verbalizar lo que nos pasa y en muchos casos el ser humano se ha refugiado en la imagen o en la virtualidad del “chat” telefónico o de las computadoras para parecer que está comunicado. La radio, a pesar de todo, sigue siendo un medio de comunicación vital, generoso, cercano y comprometido con aquellos que desean construir comunidades tolerantes, respetuosas y desarrolladas. En general, su programación hablada intenta cohesionar y vincular temas y personajes con los que el ciudadano interactúa y construye comunidad. El filósofo norteamericano John Dewey lo resumía en una fórmula: comunidad comunicación: democracia. Habría que ver si el resultado de este sistema político que entusiasma poco como lo dice el informe del PNUD (2004) no es más una consecuencia de la notable fragmentación de las comunidades por efecto de la migración, inmigración, urbanización, pobreza, educación no adecuada y poca cobertura sanitaria o si por el contrario ello ocurre porque esos mismos fenómenos sociales, económicos y políticos se han trasladado al plano de la comunicación con sus notables efectos de precarización del lenguaje y ausencia de información adecuada que permite hacer de los habitantes: ciudadanos.

 

 

En esos dos mundos vive la radio latinoamericana hoy en día. Buscando afanosamente capturar la atención de unas audiencias errantes, infieles y desatentas que muchas veces se identifican muy poco con lo que escuchan o lo que se dice en los medios. Pareciera como si estuviéramos hablando en un idioma distinto y confuso que lleva a retratarnos todos los días en la bíblica “Babel”, que dio nombre a un maravilloso filme del mismo nombre del cineasta mexicano González Inárritu en el que describe cómo en distintas sociedades al mismo tiempo y con las mismas tecnologías el ser humano está más solo a pesar de vivir en apariencia más comunicado. El error es creer que la tecnología sintetiza ese fenómeno complejo y rico que denominamos comunicación. Hemos vulgarizado y endiosado a los soportes de los medios pero no los hemos enriquecido con un lenguaje provocador, estimulante o sugerente que diera nuevos matices al desarrollo de ideas renovadas que nos permitan entender el tiempo que vivimos. Hay una especie de “fetichización” de lo tecnológico y un escaso análisis sobre la notable pérdida de capacidad para expresarnos como “animales racionales”. Hoy un joven latinoamericano usa menos de 300 palabras del español para comunicarse, esto lo dice el exrector de la Universidad de Buenos Aires Guillermo Jaim Etcheverry en su libro La tragedia educativa y que tiene ribetes aún más trágicos en un país y en una ciudad donde había una larga tradición de debate, polémica y argumentación. Es probable que la pérdida del poder político como factor generador de adhesiones basadas en ideas, programas o propuestas sea más consecuencia que origen de esta pobreza democrática que hoy parece invadir grandes espacios de la vida cotidiana en nuestra Latinoamérica común. Se ha colocado la imagen rápida, sucesiva mezclada con los sonidos más agudos o estridentes para capturar adhesiones que son tan ligeras como evanescentes. Las democracias de sordomudos se han mezclado con los discursos largos, monótonos y efectistas con que algunos líderes emergentes de esta gran confusión intentan captar la atención de unos prosélitos más interesados en las consecuencias de sus adherencias antes que en el valor de las ideas, si es que existen, que se sugieren. Ese liderazgo político que usa y abusa de los medios con discursos largos llenos de citas efectistas como las de Chávez en Venezuela resumen en gran medida la enfermedad de nuestro tiempo: la ausencia de un verbo movilizador.



RECUPERAR EL LENGUAJE  

La radio se encuentra hoy inmersa en la necesidad de reflejar estas angustias por un lado y, por el otro, someterse al rating bajando los niveles de calidad de sus programas o en el mejor de los casos comprometerse con la reivindicación de la palabra que construye comunidad y que lógicamente hace que la democracia sea un sistema político que entusiasme y haga partícipe a la sociedad de la búsqueda de su propio bienestar. No es tarea fácil en medio de unas demandas comerciales donde muchas veces lo burdo, lo banal o lo intrascendente domina gran parte de la programación diaria. Pero en medio de esta situación complicada —por utilizar un término cortés— hay emisoras que siguen buscando la información oportuna y buscan contarlas de manera que el ciudadano se haga poder y que con ello produzca mejores condiciones de vida a través de una participación más seria, informada y responsable. Son aquellas emisoras donde el debate es manejado por comunicadores respetuosos de las ideas e intolerantes con el agravio, aquellos que no quieren ser legisladores sino intérpretes de su tiempo, los que ambicionan que una sociedad mejor informada produzca sistemas políticos más tolerantes y menos violentos generando en consecuencia mayores esperanzas en tiempos en que el miedo parece inmovilizar las mejores ideas y forzando huir a los más brillantes talentos de nuestro subcontinente.

El verdadero poder de los medios es la recuperación del lenguaje para la sociedad y que ella haga suya de nuevo el verbo que construye imaginarios colectivos donde el desarrollo (ser más, no tener más) tenga un verdadero sentido revolucionario, de cambio y de compromisos hacia el futuro. Es el tiempo de reclamar a los comunicadores radiales no solo una mejor utilización del lenguaje, sino el renacer de formatos periodísticos que permitan comprender cuestiones complejas y dinámicas como las que vivimos de manera sencilla y amplia como reclaman nuestras audiencias tan distintas y variadas.   

América Latina vive tiempos difíciles donde aplicar viajes soluciones solo hará que los problemas sigan sin resolverse. Vivimos una triple crisis: la de destino, la de valores y la identidad. La radio puede ayudar en mucho a resolverlas con una programación balanceada y orientada hacia la recuperación de la autoestima sin caer en el nacionalismo perturbante, la valorización de nuestras costumbres que nos han permitido sortear en otros tiempos difíciles navegaciones procelosas, reclamar con inteligencia la participación de los sectores mejor preparados para que los desheredados y pobres tengan oportunidades que es al final lo único que defina a una democracia verdadera de otra falsa o de fachada. Ser simple caja de resonancia de nuestras angustias no resuelve los problemas, creer que la identidad es la exclusión del otro es una muestra de intolerancia decadente que solo presagia la continuidad de los conflictos y medrar sobre la confusión terminará por acabar con el mismo medio y sus avisantes que creen erróneamente que ella es también una oportunidad de negocio. Los medios que creyeron en eso durante la recesión norteamericana del siglo pasado hoy son parte de la historia trágica de las quiebras y bancarrotas económicas. La crisis es también una oportunidad siempre que la entendamos como tal. Es el fin de un modelo y la necesidad de pensar en otro que permita mejorar las condiciones de vida de millones de pobres que hoy hacen parte lamentable del asiento contable en cifras rojas de nuestras democracias. La pobreza material es también consecuencia de la pobreza del lenguaje y viceversa, de la confusión, de la degradación por el rating, de la innecesaria tarea de agitar los bajos instintos como fórmula que permita capturar la angustia, la soledad y el miedo en el que viven millones de latinoamericanos. Muchos no quieren ver los problemas y buscan la evasión como fórmula desconociendo que cada vez que no resolvamos nuestra triple crisis (identidad, valores y destino) ella retornará con nuevos rostros donde la violencia que ha colocado al miedo como un perturbador elemento cotidiano puede concluir posicionando de nuevo a los gobiernos autoritarios sobre cuya experiencia tenemos mucho que contar en el subcontinente.   

¿Cómo lograr que la esperanza sepulte al miedo como fuerza transformadora? Es una pregunta que perturba pero también desafía la imaginación de los radialistas del siglo XXI. Es ahí donde debemos apalancar nuestra capacidad creativa que encuentre en la crónica bien contada, el comentario atinado, el reportaje oportuno, la entrevista esclarecedora o el editorial justo formas que nos permitan volver a recrearnos, en el sentido más amplio del concepto, sobre la inacabada capacidad del ser humano de maravillarse con su propia creación. En esta Babel moderna pareciera que en los medios solo triunfa el pícaro, el descarado, el incoherente, el cínico y aquel que cree que con sus mentiras, bajezas y picardías nos ha sometido a todos a la condición de vasallos. No cuentan sin embargo con capacidad de maravillarse que tiene el ser humano con el elemento creador de la palabra que debe encontrar en la radio una manera de prolongarse y de reconstruir aquello que como comunidad hoy parece fragmentada o dividida.   



UN DIÁLOGO MÁS CERCANO CON LA GENTE  

La cercanía de la radio y de otros medios de comunicación al poder político le ha sacado legitimidad en muchos casos y la ha vuelto sospechosa ante los oyentes. Hoy pareciera que los medios le hablan al poder más que al ciudadano. Encuentran en sus personajes de ocasión una manera cotidiana de generar polémica y atención, y estos se retroalimentan mutuamente generando ante el oyente un nivel de confusión que no se compadece con la tarea de hacer del ciudadano el poder a través de un servicio de comunicación que le permita saber para participar mejor. Hay que recuperar en ese sentido la perspectiva del medio con referencia a su mandante principal y colocar el eje del debate sobre la calidad de sociedad que pretendemos. Si ella es participativa y lúcida, la democracia gana en densidad y proporcionalmente la pierde poniendo en riesgo a su paso el propio sistema político que lo sostiene. El poder de la comunicación es por lo tanto el de construir ciudadanos participativos, vigilantes y que enriquecidos por medios a su servicio generan democracias más prosperas y capaces de enfrentar los retos que los tiempos actuales sugieren.   

Establecer límites más claros entre el poder, sea este económico o político, ayudará en la recuperación de la fuerza de la palabra y ahuyentará a su paso a los cínicos que generalmente encuentran justificación ante la pasividad y el silencio de los verdaderos comunicadores arrinconados ante el avance de un modo de interpretar la realidad de manera similar a sus peores miedos. La comunicación, la auténtica, la que se nutre de comunidades sólidas, debe ser la meta y no la simple instrumentación tecnológica que parece acercarnos más cuando en realidad vivimos cada vez más solos y lejanos. La tremenda capacidad de la radio para ser escuchada con facilidad en cualquier sitio debe ser una ventaja que requiere hoy de programas atractivos y con comunicadores cultos e inteligentes; y una oportunidad para rescatar el fuego del lenguaje que agrupa y que permite entender lo que nos pasa y fundamentalmente: por qué nos pasa.   

En esta tarea que demanda esfuerzo, inteligencia y compromiso la radio volverá de nuevo a legitimarse con audiencias participativas que reclamen una mejor calidad de sus gobernantes. Aquella frase popularmente repetida de manera casi punitiva que: “cada pueblo tiene el gobierno que se merece” en realidad debe ser cambiada por aquella de “cada pueblo tiene el gobierno que se le parece”, y en eso los medios ayudan a perfilar tanto al ciudadano y su consecuencia jurídica que es el gobierno, el administrador de sus mandatos y compromisos. La radio tiene en medio de esta angustia informativa donde mucha información no necesariamente significa mejor comunicación, la tarea de reencauzar un debate que permita devolver una mirada esperanzadora hacia nuestras comunidades fragmentadas uniéndolas en un lenguaje identitario que permita visualizar con mayor claridad el destino de nuestras democracias en estos tiempos procelosos y angus
tiantes.   

Recuperar el lenguaje creador, motivador y fortalecedor de vínculos es la primera tarea que debe abocarse con pasión y urgencia la radio en los tiempos actuales. Revalorizar los formatos es el siguiente paso y devolver con ello la capacidad de expresar lo que nos pasa, lo que nos duele o lo que nos angustia de una manera que huya del insulto soez de ocasión con el que reflejamos más nuestros temores que nuestras certezas. Devolver el objeto del diálogo en el oyente, que parece hoy alejado de entender un sistema político que dice que se hace en su nombre pero que en realidad solo cuenta en forma de números cuando se suman los votos de manera cíclica en cada elección. Incluirlos en una perspectiva más activa, escuchando sus voces e inquietudes para transformarlos en programas creativos es una formula necesaria y urgente. La radio tiene hoy la necesidad de enriquecer el lenguaje e incluir a su paso a nuevas generaciones que hoy la tienen solo como parte de su divertimento o evasión de turno. Debemos aumentar con la palabra nuestros nichos de audiencia y hacerlo sobre formatos atractivos que al mismo tiempo que informen construyan un lenguaje enriquecedor e identitario. Si lo podemos hacer desde una perspectiva creativa habremos aportado mucho a estos tiempos en los que lo único cierto parece ser la incertidumbre y  la reacción más común es la evasión, el juego o el entretenimiento, pero nunca la comprensión de los hechos y las alternativas que tenemos para superar la pobreza, la crisis financiera, la migración y la inmigración que han tornado el horizonte de nuestros pueblos bastante pesimistas en su conjunto. Si la palabra vuelve a ser el basamento que reconstruya las comunidades y que los medios comprendan su rol rectificador de manera urgente es lógico presuponer dentro de la fórmula de John Dewey que nuestras democracias volverán a ser entusiasmantes y ricas en participación y calidad de debate.   

Los medios de comunicación y la radio en particular le deben a las democracias latinoamericanas un compromiso mayor que la simple justificación de que los tiempos actuales son tan complejos que la gente huye de las palabras y de los compromisos y que solo consume lo banal, grotesco o intrascendente. Muy por el contrario, lo que requerimos es lo opuesto que permitirá que millones de habitantes se conviertan en ciudadanos activos y que las condiciones sociales, políticas y económicas de nuestras democracias formales adquieran un rol rectificador y entusiasmante para beneficio colectivo y, de la radio en particular.   

Los grandes momentos de la historia, y este es uno de ellos, siempre dieron paso a reconversiones creativas entre los seres humanos entre otras cosas recuperar la fuerza del lenguaje, incorporarlo como factor creativo, unificador y provocador en sociedades que requieren superar la fragmentación puede ser paso fundamental que reditúe en democracia más sólidas y más participativas.  

Benjamín Fernández Bogado es doctor en derecho, periodista y profesor universitario. Ha hecho estudios de posgrado  en las Universidades de Navarra (España), Minnesota, Syracuse y Harvard en los Estados Unidos. De esta última ha sido Visiting Scholar en el 2008.

Es autor de más de 15 libros sobre comunicación, derecho a la información, gobernabilidad, transparencia y política.

Es conferencista internacional sobre estos temas y director de Radio Libre en Paraguay y el periódico 5 Días.   

www.benjaminfernandezbogado.wordpress.com

25 de Febrero de 2012

Publicado en el diario ABC COLOR

Fuente digital: www.abc.com.py

 

 

 

 

 

 

 

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