PortalGuarani.com
Inicio El Portal El Paraguay Contáctos Seguinos: Facebook - PortalGuarani Twitter - PortalGuarani Twitter - PortalGuarani
BENJAMÍN FERNÁNDEZ BOGADO

  LA UNIVERSIDAD QUE QUEREMOS - Por BENJAMÍN FERNÁNDEZ BOGADO - Domingo, 8 de abril de 2012


LA UNIVERSIDAD QUE QUEREMOS - Por BENJAMÍN FERNÁNDEZ BOGADO - Domingo, 8 de abril de 2012

LA UNIVERSIDAD QUE QUEREMOS

 

Por BENJAMIN FERNANDEZ BOGADO*

 

Para un país como el nuestro, que fue uno de los últimos en tener universidad en América Latina y en el que pareciera que la simple enunciación sustantiva fuera suficiente para generar conocimiento, es imperioso evitar su degradación basada en la ausencia de un rol protagónico de su clase dirigente y en la renuncia que como sociedad pareciera hemos hecho de su rol trascendente: reproducir conocimiento, pero, por sobre todo, generarlo.

 

 

No es menos cierto en el análisis de su realidad echar una mirada a la educación primaria y secundaria, donde vemos claramente los rezagos que con posterioridad tienen un alto impacto en la educación superior. El simple hecho de comprobar que no es posible ingresar a la universidad sin un cursillo previo constituye claramente una prueba de la distancia que separa la calidad de la enseñanza media con las demandas de conocimientos básicos que encontramos en los exámenes de ingreso. Es conocida la expresión de que las pruebas no miden todo el saber de un alumno, pero a falta de otro mecanismo es la única manera que tenemos de evaluar capacidades básicas o elementales que nos permitirán conocer finalmente el potencial de un alumno que ingresa a la universidad.

Los números no son muy optimistas. Hay 54 universidades habilitadas en el país con más de 150 mil alumnos, de los que egresan anualmente unos 16 mil. Esto constituye un porcentaje muy inferior a los que ingresaron a la escuela primaria pero fueron desertando en el camino. Uruguay, un país más pequeño en territorio que el nuestro pero con una enorme tradición educativa por detrás, tiene cuatro veces más alumnos en la universidad y cinco veces más graduados de secundaria. La universidad paraguaya, con estos números, carece de referencia a los fines que persigue. No hay relación entre lo que demanda el tiempo que nos toca vivir y lo que estamos haciendo para que los graduados encuentren más que empleo: una forma de comprender el privilegiado rol que les toca desempeñar desde cualquier profesión, sea pública o privada. La pauperización de ella terminará referenciando la democracia a la peor forma de gobierno y alentando a su paso el retorno autoritario.

 

Una riqueza sin explotar

Dos tercios de la riqueza del mundo constituyen hoy el conocimiento. Eso significa que lo que pasa por la cabeza de alguien y se proyecta en un programa de computadora tiene más importancia que las tierras del Ñacunday, la represa hidroeléctrica de Itaipú o la cuenca cementera de Vallemí. Somos lo que podemos producir a partir de lo que sabemos. Las grandes universidades no viven de la matrícula como la hacen muchas de las nuestras; son financiadas por fondos de investigación estimuladas desde el Estado y con el aporte de sus exalumnos, cuyas donaciones son deducibles de impuestos o vendiendo servicios y patentes. Con eso tienen profesores y alumnos de tiempo completo. Con ellos se hace en realidad universidad. El tiempo que requiere aprender una especialidad demanda dedicación y no es posible lograrlo con nuestros profesores y estudiantes “taxis” o trabajadores que destinan un tiempo de cansancio a lo que debiera ser uno de atención, cuestionamiento y crítica.

Requerimos cambiar el rumbo de la financiación de nuestras universidades. No se puede hacer altos estudios con USD 100 mil anuales destinados a la investigación desde el Estado central. No se puede enseñar con los salarios bajos y la escasa promoción de los profesores universitarios. En México, la UNAM tiene un presupuesto de USD 3000 millones anuales para 450 mil alumnos y casi 50 mil profesores; la segunda universidad: la de Guadalajara, está por encima de los USD 1300 millones y la de Puebla, que acaba de inaugurar un centro cultural de USD 90 millones con dos teatros con capacidad integrada de 5000 asistentes, solo ella tiene un presupuesto de USD 800 millones, que es superior a todo el dinero que destina el Estado paraguayo a la educación. Los docentes mexicanos con todo se quejan de sus salarios y el Estado los compensa haciendo que no paguen el 18 % de IVA en sus transacciones comerciales. Con eso compensan algo, pero, por sobre todo, le dan un estímulo diferente a la trascendencia de su labor.

Sin financiación adecuada no hay investigación, no hay publicación, no hay docencia, no hay ciencia, no hay universidad. El actual ministro de Hacienda, Dionisio Borda, conoce muy bien de todo esto, estudió en EE. UU. gracias a becas generosamente concedidas por una nación que, a pesar de su crisis, mantiene a sus centros de altos estudios entre las mejores del mundo. Hay que leer el Art. 83 de la Constitución Nacional y darle una reglamentación clara que permita orientar desde el Estado cuál es la trascendencia que le demos a la universidad y a la educación en general como recurso estratégico del país. Somos lo que aprendemos y enseñamos. Y cuando negamos dinero estamos enviando el peor de los mensajes hacia el futuro: estamos clausurando las oportunidades de empleo y educación a millones de paraguayos. No seamos avaros con lo único que genera en realidad equidad, desarrollo y oportunidades. Si no invertimos más y mejor, la calidad de país se volverá cada día más miserable y el nivel de los liderazgos similares. No en balde aquella frase que dice: “Educa a tus político o padécelos” pareciera que lo que venimos teniendo desde hace un buen tiempo no fuera suficiente como ejemplo.

 

Universidad activa y comprometida

La vanguardia del pensamiento tiene que estar en la universidad. No más centros académicos mudos, ciegos y sordos. Requerimos una voz rectora en todos los campos del saber. Desde la lucha contra el dengue hasta el pavimento de cemento, desde el uso masivo de la electricidad hasta las potencialidades mineras del país pasando por las potencialidades médicas de nuestras hierbas naturales hasta la capacidad de control del Estado, la universidad tiene que decirnos la racionalidad de estas cosas para poder entender lo que nos pasa y saber cuáles son las opciones para salir de la crítica situación de pobreza y marginamiento que padece casi la mitad del país. La universidad no puede ser el saldo miserable de un país que decidió marginar el conocimiento en la aprehensión de su realidad. Por eso estamos llenos de chamanes, diletantes, embusteros y culebreros, porque los que saben, los que conocen han decidido emular a los “tres monos sabios” y ser universitario no dice o no explica el rigor, la severidad y la responsabilidad de quien sabiendo más se impone sobre el que grita más, sobre el que restriega y se vanagloria de su vulgaridad, zafiedad o insolencia. La universidad callada no le sirve a nadie ni a sí misma.

Debemos repensar el rol de nuestra universidad. ¿La queremos en realidad como un centro de altos estudios o solo la pensamos como un negocio? ¿Deseamos en verdad desde el Estado ponernos a la altura de lo que esta sociedad pobre requiere de ella o, por el contrario, solo formamos a los futuros “privilegiados mediocres” que mantendrán las cosas como están? Si el país tiene más del 90 % de su población con problemas dentales, ¿cómo es posible que la Facultad de Odontología de la UNA por años solo haya admitido anualmente a 25 alumnos? Esta tamaña irresponsabilidad raya la inconsciencia y nos lleva a pensar que desde la universidad no se ha querido enfrentar las verdaderas demandas de una sociedad llena de carencias y requerimientos. ¿Cómo es posible que luego de construir Itaipú o Yacyretá no tengamos las mejores facultades de Ingeniería de América Latina especializadas en electricidad o hidráulica? Aquí deberíamos tener estudiantes de todo el mundo que vinieran a aprender cómo se construyen represas de ese porte al tiempo que economistas y abogados enseñen cómo administrarlas o negociarlas. Cómo es posible que todavía nos cueste convencernos que es un mal negocio pavimentar con asfalto, derivado del petróleo que no tenemos, y no usemos el cemento del que poseemos una de las cuencas más grandes del continente. No hemos hecho bien la tarea. Probablemente ni la hemos iniciado, que es todavía peor. Pero podemos rectificar rumbos antes que sea demasiado tarde.

Requerimos una universidad atrevida en innovaciones que no le tema fracasar en uno o más intentos. Finalmente, ella está para dicho propósito; en sus centros de investigación con apoyo del sector privado es donde se prueba si algo puede funcionar o no. Requerimos una Facultad de Arquitectura que tenga ideas sobre planificación urbana, que sea innovadora, que nos reconcilie con el río y la naturaleza. Una de Arte que recree permanente nuestra fuerza expresiva en literatura, música o danza. Una de Derecho que luche por la justicia.

Muchas de las cosas que nos lamentamos son consecuencias de no haber construido la universidad que deseamos todos, que un grupo de bullangueros hayan tomado por asalto varios centros académicos y se atrevieran desde ahí a torpedear toda idea de cambio. No podemos seguir más como estamos. Requerimos dedicación completa a esta tarea. Debemos mejorar nuestros niveles de salarios, pero también requerimos pensar en serio dejando a un lado los tópicos como la autonomía o la intervención gubernamental, y concentrarnos en los lugares comunes donde la excelencia, el rigor y la calificación sean parte de su desarrollo como instrumento del país. No vamos a conseguir más adherentes que los que tenemos si seguimos como hasta ahora. La universidad y su relación con la sociedad requieren una actitud distinta. Hay que acercar visiones que la hagan digna merecedora de su larga tradición occidental.

 

Universidad exegética

Es verdad que los conocimientos hoy duran poco; tres años dicen en Harvard que habría que prepararse para enseñar y aprender toda la vida. Necesitamos sabernos merecedores del tiempo que nos toca vivir en donde los paradigmas conocidos están todos en entredicho y en donde por eso mismo la universidad tienen un reto particular y aún más demandante. Ella debe convertirse así en un centro exegético que nos dé las claves de conceptos como ciudadanía, Estado, ética, organización o planificación. Ella ha sido concebida para ese propósito; tiene que ser además capaz de comunicar lo que sabe. No es posible que un joven universitario tenga un reducido vocabulario de 200 palabras porque, como decía Wittgenstein, “el límite de tu mundo es el límite de tu lenguaje”. Qué mundo más reducido tienen muchos al no poder describir su realidad más allá de esa acotada barrera del idioma. No nos quejemos después porque nadie parlamenta en el Parlamento o porque quien sabe hablar solamente puede permanecer mucho tiempo sentado en un curul del Senado. Requerimos dotar de capacidad argumentativa y retórica a nuestros graduados, que tendrán que lidiar en un mundo laboral donde persuadir y comunicar serán fundamentales para que sean empleables y confiables.

La primera facultad en Oxford fue retórica; deberíamos volver a incluirla en la currícula universitaria, porque hoy determina lo que uno sabe, tanto para un médico como para un abogado.

 

Invertir en maestros y referentes

La crisis de la universidad es también y fundamentalmente la carencia de buenos profesores. Nuestras universidades carecen de los grandes maestros que establecían relaciones de valores con los aprendices estudiantes más allá del mejor trasiego de ocasión. Itaipú ha solicitado hace un tiempo que se lo ayude a gastar USD 600 millones. Para la cantidad de universidades que tenemos, requerimos por lo menos unos 10 mil docentes. Todos deberían tener una maestría como mínimo para enseñar, pero poniéndose como meta que en 10 años todos deberían ser doctores. La formación de un máster en el extranjero podría costar como término medio unos USD 25.000 anuales y es posible conseguir el título en un año, año y medio o dos como máximo. El de doctor llevaría entre tres o cinco años dependiendo del país y el idioma. Además, podríamos formarlos también a nivel local con un nivel de inversión menor. Todo eso en 10 años alcanzaría unos USD 300 millones, muy por debajo de los USD 31.000 millones que los chilenos se apuestan como meta para los próximos años para similares propósitos. El costo de la reconstrucción de ese país luego del terremoto es de 25.000 millones y en medio de esas demandas y las manifestaciones callejeras no solo que no han reducido sus metas, sino que han incrementado sus niveles de inversión. Los herederos del venezolano Andrés Bello saben que sin educación no hay futuro, no hay competitividad y no hay República. La soberanía de un país pasa hoy por la cabeza de la gente y es ahí donde debemos invertir bien y sostenidamente.

Debemos hacer un gran pacto educativo nacional que establezca nuestros anhelos y ambiciones. En el presupuesto con incrementos progresivos, en estímulos fiscales, en compromisos ciertos del sector privado no de boquilla y en actitudes que demuestren que los pocos ricos del Paraguay tienen que saber que no estarán a salvo en medio de una gran población hambrienta, necesitada y con bronca. El sector privado debe abandonar con urgencia su zona de confort; lo deben hacer no por solidaridad, sino por codicia, para mantener al menos lo que tienen.

Cuando veamos que bibliotecas, teatros, centros de investigación o facultades son donados y sostenidos por nuestros más acaudalados ciudadanos, en ese momento veremos un punto de inflexión entre la avaricia y la solidaridad, entre la codicia y la generosidad. Cuando las escuelas de Periodismo no se balanceen hacia el despeñadero de Itapytapunta o vivan en las catacumbas cercanas de la Catedral y, por el contrario, ostenten orgullosas el apellido de algún editor de fuste que obsequie la construcción completa como lo hicieron Pulitzer en Missouri o Newhouse en Syracuse —por citar solo dos casos en EE. UU.—, en ese momento se habrá abierto un nuevo cauce que nos permita entender la universidad, sus estudiantes, sus profesores y sus investigaciones como un todo que nos beneficia colectivamente y no la referencia marginal, mercantil y secundaria como la tenemos en la actualidad.

 

Invertir más y mejor

Una universidad es, por lo tanto, fruto del trabajo colectivo que destaca su importancia comprometiendo a toda la sociedad en su sustentación y elevación. No es posible que muchas universidades sean consideradas “caras” por los mismos padres que pagaron tres veces más por sus hijos en el kindergarten, escuela o colegio. Eso es más que elocuente para observar el escaso valor que aún otorgamos a la formación terciaria a nivel privado.

Requerimos una mirada holística al tema universitario. Observarla como un valor intangible de notable importancia, financiarla adecuadamente, establecer mecanismos de integración con el sector privado y público escuchando sus requerimientos y demandas, estimular el compromiso del capital privado en la construcción de una infraestructura acorde a las demandas de la formación y lograr estímulos fiscales que sirvan para suplir las carencias de financiación del sector público.

Debemos superar el diagnóstico y pasar a la acción. Esperemos que este gobierno comience por hacer algo hacia el final de su mandato convocando al pacto nacional sobre la educación, que los legisladores establezcan un presupuesto que incremente anualmente la inversión en materia educativa, y repetir una y otra vez que la universidad que queremos debe ser abierta, lúcida, crítica, innovadora, creativa, generadora de patentes y, por sobre todo, comprometida con el país y, por sobre todo, con la salvaguarda de su soberanía y su integridad.

Si lo logramos, esta generación de jóvenes y el futuro del país nos agradecerán de por vida; si seguimos igual, cargaremos sobre nuestras espaldas el fracaso de un país que le temió a la educación y a la excelencia.

 

*Benjamín Fernández Bogado. Doctor en Derecho. Profesor universitario en centros académicos de Paraguay, Colombia, Costa Rica, México, España y Estados Unidos. Exrector universitario y autor de más de 15 libros sobre educación, democracia y acceso a la información. Fundador y director de Radio Libre y el periódico 5días.

 

Fuente: SUPLEMENTO CULTURAL

del diario ABC COLOR

Publicado el domingo, 8 de abril de 2012

Fuente digital: www.abc.com.py

 

 

 

 

 

GALERÍA DE MITOS Y LEYENDAS DEL PARAGUAY

(Hacer click sobre la imagen)

 

 

 

 

ENLACE INTERNO A ESPACIO DE VISITA RECOMENDADA

EL IDIOMA GUARANÍ, BIBLIOTECA VIRTUAL en PORTALGUARANI.COM

(Hacer click sobre la imagen)

 

 

 

 

ENLACE INTERNO A ESPACIO DE VISITA RECOMENDADA

(Hacer click sobre la imagen)






Leyenda:
Solo en exposición en museos y galerías
Solo en exposición en la web
Colección privada o del Artista
Catalogado en artes visuales o exposiciones realizadas
Venta directa
Obra Robada




Buscador PortalGuarani.com de Artistas y Autores Paraguayos

 

 

Portal Guarani © 2024
Todos los derechos reservados, Asunción - Paraguay
CEO Eduardo Pratt, Desarollador Ing. Gustavo Lezcano, Contenidos Lic.Rosanna López Vera

Logros y Reconocimientos del Portal
- Declarado de Interés Cultural Nacional
- Declarado de Interés Cultural Municipal
- Doble Ganador del WSA