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BENJAMÍN FERNÁNDEZ BOGADO

  APUNTES PARA JESSICA - Por BENJAMÍN FERNÁNDEZ BOGADO - Año 2001


APUNTES PARA JESSICA - Por BENJAMÍN FERNÁNDEZ BOGADO - Año 2001

APUNTES PARA JESSICA, 2001

 

Por BENJAMÍN FERNÁNDEZ BOGADO

 

Centro Interdisciplinario de Derecho Social y Economía Política

CIDSEP (Universidad Católica)

Diseño de Tapa: JOSÉ FANEGO

Armado e Impresión: Ediciones y Arte S.R.L.

Diciembre 2001 (119 páginas)




INDICE


A manera de Prólogo

Introducción

¿Porqué soy así?

Tengo pocos sueños y muchas pesadillas

¿Por qué hay tanto ruido en la calle?

Cuidar el ser y las apariencias también

La escuela me aburre

¿Qué pasará después del dos mil?

No me gusta que me griten

Puedo ver más televisión

Esto es mío... no tuyo

Hacer los deberes a tiempo

No quiero caminar sola

¿Por qué es importante hablar?

Quiero ser turista o periodista

Político y periodista empiezan con "P"

¿Qué es un país integrado?

¿Por qué te pone nervioso el periodismo?

¿Y después en la universidad qué?

¿Cantidad o calidad informativa?

Nuevas opciones

¿Por qué ser prolijo?    



A MANERA DE PRÓLOGO


         La Democracia, como toda obra humana, es una tarea inacabada, imperfecta, incompleta. Para los hombres sedientos de libertad, paz, justicia, bienestar -lo que es lo mismo que decir, prácticamente todos los hombres de la Tierra- se ha convertido en la utopía de la modernidad, que en cuanto contenido axiológico trasciende también nítidamente a la posmodernidad.

         En el imaginario popular -y en particular latinoamericano- la Democracia ha ido ganando tantos apellidos cuanto necesidades aparecen: Democracia Política, Democracia Económica, Democracia Social, Democracia Representativa, Democracia Participativa...

         Las demandas a la Democracia también han ido creciendo en la misma medida en que se agudizan las carencias. Por eso la identificación expresada en los binomios Democracia-Educación, Democracia-Salud, Democracia-Seguridad, Democracia-Trabajo, Democracia-Equidad, Democracia-Desarrollo...

         Vemos, pues, una Democracia continente y una Democracia contenido. O, lo que es lo mismo, una Democracia formal y una Democracia esencial. Paraguay, con casi nula vivencia institucional democrática en toda su historia independiente, ha iniciado su proceso de aprendizaje en Febrero de 1989. Por eso no debiera sorprendernos demasiado que cometamos tantos errores. Es que estamos construyendo nuestra propia experiencia, y la experiencia, como es sabido, se nutre fundamentalmente de los errores. Sin olvidar, claro, que la condición es que se aprenda de ellos.

         En la suma, puede afirmarse que hemos dado, ciertamente, varios pasos en lo formal... pero todavía bien pocos en lo esencial. Avances y retrocesos, osadía y temor, muchas palabras y pocos hechos. El fenómeno no es único ni, mucho menos, desconocido. Van acá incluidos el miedo a la libertad, los fantasmas de la incertidumbre y la nostalgia de los tiempos pasados que supuestamente habrían sido mejores. Hay historias comunes con otros muchos pueblos del orbe, caminos compartidos con otras naciones, huellas que otros pies ya han seguido antes y que, probablemente, otros más seguirán a su tiempo, aunque cada uno con los matices ricos y variados de su propia idiosincrasia.

         Estos "Apuntes..." tienen la virtud de la espontaneidad, la sinceridad y la prolongación en el tiempo, porque acompañan, comentan y plantean aquellas cosas que "nos pasan", día a día, en este camino que estamos recorriendo. Es una especie de bitácora de la transición, surgida de la pluma de uno de nuestros mejores periodistas, pero, sobre todo, de un paraguayo que, ciertamente, quiere a su país y se duele con sus dolores; pero que también asume con responsabilidad y coherencia el compromiso de honrar su parte para hacer de él un lugar mejor, más justo y más solidario para Jessica, para su generación y para todas las que habrán de seguirnos.

         Cuanto más pronto más paraguayos asumamos un compromiso tal, más cerca estaremos de la realización de nuestra utopía democrática.

         Y un último pensamiento: Jessica, niña-símbolo, tú no puedes desconocer este mensaje. El contiene tu historia, ahí están tus raíces, esta es tu vida...


         Gustavo Becker M.

         10 de Diciembre de 2001




INTRODUCCIÓN


         Nunca pensé en la edad de mi hija y su relación con la democracia hasta que escuché tantas críticas al sistema político que se afincó en el '89 pero no se aquerenció aún en el Paraguay. Escuché por ejemplo que la democracia es insegura, mal hablada, desprolija, llena de incertidumbres y coartadas que pensé en mi hija Jessica María Aramí, que nació semanas después del golpe de Estado contra el tirano Stroessner. Ahí me puse a pensar cómo era posible que una niña tan pequeña fuera culpable de males tan grandes. Y comencé a cuestionar a aquellos que critican a la democracia añorando la dictadura y aquellos que sin darse cuenta reproducen la nostalgia de los tiempos del miedo atizando a su paso el deseo del retorno del antiguo régimen.

         Anoté una serie de preguntas de mi hija y me puse a contestarlas no de manera directa sino en el sentido figurado de las mismas. Escribí pensando en ella en distintos sitios y ante diversas presiones de tiempo y espacio. Empecé en el '96 y lo terminé a comienzos del nuevo siglo en Cambridge. Este libro de apuntes sólo contempla una parte de las docenas de preguntas que una niña hace un padre a lo largo de su etapa de crecimiento. Y como ahora me lo hace en inglés y termina el sexto grado - en algún tiempo el fin de la primaria -, no quería dejar pasar la ocasión para entregárselas a ella estas reflexiones que ojalá también nos sirva a los padres de esta primera generación de paraguayos nacidos fuera del cautiverio como un testimonio de sueños, frustraciones y deseos inconclusos.

         Ni están todas las preguntas ni tampoco las respuestas. Pero si estos apuntes producen la motivación de repensar nuestro compromiso ciudadano, la responsabilidad como padres y el regalo de los hijos para una patria mejor habrán cumplido su propósito y estos ensayos no se hubieran quedado sin publicar en la memoria de una computadora.

         Quiero, por último, instar a comprometernos entre todos en la titánica labor de refundar la república, esa tarea nos hará dignos de la patria que decidimos construir y en la que nacieron nuestros hijos para creer en el futuro. De lo contrario, habremos sido cómplices de un nuevo fracaso y una nueva postergación en nuestras vidas.


         Benjamín Fernández Bogado

         Fernando de la Mora

         Primavera 2001




¿POR QUÉ SOY ASÍ?


         La democracia que vivimos en estos tiempos germinales tiene mucho de la fragilidad de los niños, la agitación de los adolescentes y la demanda angustiante de los años de la madurez. Vivimos en una democracia repetida en la palabra pero sin ningún parámetro histórico que nos permita entenderla y, menos aun, sacar partido de sus innumerables oportunidades. Queremos a veces de la libertad lo mismo que de la opresión en términos de la falsa tranquilidad y seguridad pero sin sacrificios, sin compromisos y sin responsabilidades. Nos angustia que tengamos sólo 11 años y que no hayamos podido crecer más rápido. Sin embargo, somos poco rigurosos en mirarnos introspectivamente para descubrir nuestra construcción sin planos y nuestros arrebatos de inocencia y de mezquindad.

         La exótica democracia paraguaya carece de referencias. Se hace sobre la marcha y reciclando a su paso los escombros de una sociedad envilecida a la que de tanto repetirse corrupta ha perdido a veces el sentido y el valor de la virtud. Se confunden con frecuencia conceptos como el derecho y la realidad como excusas, como si esta última pudiera ser una creación artificiosa de lo primero y que el sentido de la democracia se agotara en la ley. Falta comprender la relación que existe entre lo escrito y lo practicable y algo todavía más complejo, saber distinguir sus diferencias. Varias palabras dispares han corrompido la descripción de una democracia imperfecta y a su paso agitado los espíritus involucionistas que todavía encuentran fácil explicar un país sobre conceptos dictatoriales y sobre pueblos obedientes.

         Para los muchos de los incondicionales de la democracia la frustración de la espera de días mejores se transformó en una pesada carga que parece no querer ser compartida por todos. Se delegan con frecuencia responsabilidades personales en hombres e instituciones frágiles. Se cree que son ellos y no nosotros los responsables de apurar la aurora de la prosperidad y del desarrollo. Se habla demasiado de los efectos, pero poco de las causas del subdesarrollo. Se apunta a explicar con lujo de detalles las miserias de un pueblo, pero no se quiere emprender la gran reforma de su verdadera causa.

         La educación es, muchas veces, una simple referencia en el discurso político y no el compromiso familiar e individual de revertirla para provecho de una sociedad que aspira a cooperar en el perfeccionamiento de la democracia. Mientras tanto, no son pocos aquellos que se quejan porque teniendo capacidad y preparación son desplazados por otros que accedieron a los puestos por mecanismos distorsionados y ruines. Cuesta mucho a la democracia ser administrada por gente de poca cultura. La falta de criterios para emprender las reformas, frenos éticos a conductas exageradas, conformación de mecanismos de control y otros no son más que consecuencias de líderes poco acordes a los tiempos del cambio. Debemos emprender muchas veces la reforma con los mismos albañiles que consolidaron el edificio conservador y reaccionario al cambio. En el medio de todo esto, tenemos una juventud que demanda cosas sin sacrificios y una niñez distante que nos reclama tiempo para entender su inocencia y valor para transformar su futuro. Queremos un Paraguay diferente, pero nos duele la falta de experiencia y conocimiento para lograrlo. No aprovechamos la tecnología ni los conocimientos de otros pueblos. A veces nos cerramos en un nacionalismo maniqueo y perverso que se recrea en los tópicos comunes de un patriotismo sin compromiso ni razón.

         Somos así porque somos demasiado jóvenes, inexpertos y poco dados al sacrificio de la educación. Alabamos nuestras gestas guerreras pero las sepultamos cuando la paz debe fructificar en esperanza y en desarrollo. Fueron demasiados años de oscuridad que la retina se redujo tanto que a muchos agrede la claridad. Nos tomó el cambio político en coincidencia con los grandes cambios en el mundo. La bipolaridad del mundo dio paso al triunfo de un concepto como la libertad, que hasta ese instante, y por varias décadas, se procuró posponerla para "mejores tiempos". La competencia se la cubrió de privilegios y a su paso florecieron aquellos cuya riqueza deslumbraba por el oportunismo y el zarpazo de ocasión. La solidaridad del discurso sólo fue relleno en un tiempo de angustia y de apuros por el paraíso. En todo este marco se degradaron el hombre y su entorno. Vivimos la angustia de construir un futuro sin la ilusión de alguien a quien derrotar. Buscamos enemigos con la misma pasión con que nos angustiamos por no saber hacer de nuestro hábitat un espacio habitable, en armonía con la naturaleza. Es curioso que en este siglo que se va donde la violencia del hombre alcanzara sus formas más crudas y violentas, cueste tanto sacar partido dula paz y proyectarse a partir de ella. Nos cuesta, y mucho, ver en la diferencia de matices una posibilidad de crecimiento en diversidad; pareciera más fácil refugiarnos en grupos o fetos que sólo ambicionan la lucha en ciudadelas obscuras, de calles estrechas... como en la edad media, de cuyo tiempo tenemos tantas muestras en nuestra sociedad y muy especialmente en nuestra economía.

         Sin embargo, y a pesar de todo eso somos un pueblo con inmensas posibilidades si llegáramos a trabajar por reducir nuestras desventajas comparativas con el mundo. Somos pocos en un territorio inmenso... pero carecemos de líderes que conduzcan junto con un pueblo educado las ansias contenidas y reprimidas de apurar el amanecer de un nuevo tiempo. Vivimos en un país de un verde lujurioso, de una juventud amplia en números, pero tímida en participación. Tenemos tantas riquezas en tan vasto territorio que la desperdiciamos y la despreciamos con nuestro comportamiento. Con todo, creo que el Paraguay sigue mereciéndose un porvenir acorde a su sacrificio, su comprensión y su larga noche de angustia y de miedo. Somos un poco así mi hija, pero lo más importante es que tenemos una inmensa fe en gente como vos, que podría sacar mayor partido de nuestras ventajas y con ello reducir las desigualdades y las incompetencias que nos han vuelto tan ruines, pero no quiero cansarte y es hora de dormir...





CUIDAR EL SER Y LAS APARIENCIAS TAMBIÉN


         La apariencia democrática del país tropieza a cada rato con el descontento ciudadano que espera que ella solucione por sí misma los graves problemas de una sociedad como la paraguaya. Queremos que lo que se "ve" de democrático se proyecte al campo de lo práctico. No queremos sólo que los políticos digan que la democracia nos vuelve a todos transparentes, queremos ser parte de dicha transparencia pero no tenemos instrumentos ni referencias que nos ayuden a proyectar nuestros deseos. Hace no mucho tiempo alguien me comentó una frase escrita en un templo protestante de Inglaterra que resume mucho de este concepto. Decía: "el trabajo sin creatividad es rutina. La creatividad sin trabajo es deseo. Trabajo con creatividad es el éxito". Me parece una frase que sintetiza de qué forma aquello que queremos como sinónimo de limpio, transparente y claro pueda concretarse. También introduce el esfuerzo y la imaginación como factores para sacar al país de la condición de mendicante de la democracia y trasformamos en actores del cambio que tanto preconizamos en los discursos pero que no aparece nada claro en los hechos justamente porque nos falta combinar trabajo con esfuerzo. Hay muchos que dicen que todos los días hacen su tarea pero lo hacen casi como un castigo, no como una bendición donde se proyecta su propia personalidad. El trabajo cotidiano sin creatividad termina siendo absorbido por una modorra que sólo sirve para incubar los mayores resentimientos hacia la propia sociedad y hacia la propia tarea que realizan. Cuántas veces escuchamos decir sobre esto, que lo que la gente pide muchas veces es un salario no un empleo; demuestra qué lejos se encuentra el esfuerzo convertido en tarea cotidiana, en transformarse en un hecho generador de cambios y de realidades. También es común escuchar aquello que en el Paraguay no se puede porque no se tiene. Nadie podrá administrar abundancia sin antes haber administrado pobreza. Lo que sí se requiere es comprender la situación y tener la voluntad de cambiarla. Las apariencias de un Estado pobre viven muchos políticos a quienes gusta mantener la situación como siempre antes que cambiarla. No saben los costos que ello implica para un país hacia el futuro. Como a muchos tampoco les importa guardar las apariencias, nuestra democracia a veces anda sin dientes o con picaduras que les impiden aprovechar las ventajas de un tiempo que convoca a todos pero que a no muchos entusiasmo, porque hay que ponerle trabajo, imaginación, responsabilidad y esfuerzo. No es por lo tanto por apariencia; solamente que hay mostrarse limpio, eso proyecta en definitiva la capacidad del individuo para construir una nación rica en recursos a la que muchos se empeñan en mostrarla pobre y, todavía algo peor, mantenerla pobre. La limpieza trabajada, convencida y asumida sirve para sacar ventajas provechosas para todos en el futuro.




LA ESCUELA ME ABURRE


         Ninguna palabra como la educación ha sido más repetida en estos periodos democráticos. Los discursos están llenos de referencias sobre el tema, las promesas electorales hablan de elevarla, los teóricos comentan sobre la reforma, pero todavía la sociedad en general no se ha dado cuenta lo suficiente que si no elevamos las condiciones actuales de educación simplemente no habrá ni democracia ni libertad. ¿Quiénes son los que pueden aprovechar las oportunidades de la democracia que no sean aquellos que tienen educación para animarse, instrucción para cambiar, fundamentos sobre los cuales consolidar una sociedad que no reduzca lo democrático a lo electoralistas? Ser educado es la única manera de ser democrático. Es una vergüenza que nuestro país tenga un 56% de analfabetos reales y funcionales y que un ministro diga que si no invertimos lo suficiente en el 2020 tendríamos un 66% de analfabetos en todo el país. Con estas cifras la democracia está amenazada de muerte. Los políticos conocen estas cifras, los maestros también lo saben y los padres, aunque lo miren desde lejos, saben que un mundo cada vez más competitividad demanda cualificación, entonces la pregunta es ¿por qué no hacemos de la educación nuestra prioridad? Simplemente porque vemos en los hechos prácticos que una mejor educación TODAVIA no redunda en mejores condiciones de salario y por ende, de vida. La democracia sigue sitiada por analfabetos que fungen de políticos y por atrevidos que se han hecho con la palabra para a gritos acallar y arrinconar a los que saben. Los educados son todavía minoría en el país. Pero la sociedad en que vivimos y el ritmo de competencia que impone el mundo nos demuestran que el sistema de la mediocridad sólo significa hambre y marginamiento para el mañana. Nos cuesta admitir que la inversión en educación es riqueza hacia el futuro. Aquella afirmación popular que decía: "si crees que invertir en educación escara, pues prueba con la ignorancia" refleja que al final los costos para el país serán mayores que si hubiéramos hecho de la capacidad y de la instrucción nuestros grandes estimuladores.

         No hay visión hacia el futuro sin educación. La poca cantidad de horas de clases, las huelgas permanentes, la infraestructura de la educación pública, los arrebatos de abrir escuelas de parte del sector privado nos muestran de forma descarnada que la educación nunca pudo haber llegado tan bajo como ahora. La culpa no es sólo achacable a la dictadura que privilegió el servilismo por sobre la crítica, y la advección antes que las posturas éticas y con conocimiento, la culpa también las tenemos todos en este país que no nos parece importante cuando nuestros hijos no van a la escuela, cuando los maestros realizan reuniones en horas destinadas a clases, cuando no hay tareas que se hagan en la casa... en fin, en todas las oportunidades en que hemos puesto a la educación en la retaguardia de nuestros intereses. Todo lo que significa esfuerzo para aprender es secundario en nuestras prioridades. Cambiar implica coraje y hay muy pocos que se animan con la educación.

         Presupuestos lamentables son otorgados por un Congreso que no advierte que con los niveles que tenemos la democracia se expone a los riesgos de involución de manera notable. No hay espacio para mantener la libertad con seguridad y la democracia con progreso económico sin educación. Olvidemos que lograremos las grandes metas o acaso proyectar una visión del país mientras la ineficiencia, producto del desconocimiento y de la ignorancia, siga siendo la moneda común en nuestra relación cotidiana. Con los niveles actuales de educación y con la importancia que asignamos a ella en nuestra vida práctica no habrá nunca democracia real y menos habremos de disfrutar las posibilidades de creación y de multiplicación que da la libertad. Con los niveles actuales, seguirán los marginales, abundarán los crímenes, la corrupción será norma y nuestro modelo educativo esperará como la Cenicienta que algunos patriotas de verdad se animen a emprender el cambio que la nación anhela con urgencia.

         Tenemos la obligación de ir todos a clase y más aquellos de la generación de la libertad que cuando puedan votar y administrar el país verán cuán necesaria es la educación para escoger mejor, para encontrar soluciones y para tener al menos pudor cuando se trate de administrar la cosa pública. La democracia precisa ir a más horas de clases. Es lamentable que sigamos ubicados en los últimos niveles mundiales de asistencia a horas de clases. Nos debería dar vergüenza pertenecer a ese grupo de naciones que ha puesto a la educación como furgón de cola sin importarle que nadie invierte en un país con mano de obra pobremente cualificada y que, para colmo, no parece importarle a sus gobernantes. Cuántas veces escuchamos que las voces agoreras dicen que la democracia no es para este país. Que el Paraguay no podrá entender la democracia, ni menos aun, la libertad. Esos que opinan de esa forma no han hecho nada ni antes ni lo harán mañana para profundizar el sentido del respeto, la responsabilidad y el trabajo que sólo con educación es posible precisarlos, hacerlos vivencia cotidiana y sentirla. Cuanto más grande es la ignorancia, mayor es la posibilidad para los autoritarios. Más espacio para la humillación y para la vejación. El Paraguay necesita ir a clases para entender las múltiples oportunidades de un sistema que cree en el hombre, pero con capacidad. ¿De qué forma es posible hacerle comprender al analfabeto o al ignorante que él es el poder, que hace parte de la administración de la cosa pública y que él nadie más que él, es el responsable de lo que se haga o se deje de hacer en provecho de la sociedad?

         Tenemos que ir a clase porque no hay otra manera en que los pueblos se desarrollen. No hubiera sido posible "el milagro" alemán, japonés, norteamericano o coreano sin haber puesto a la educación por delante. Estos pueblos, a pesar de sus guerras y de sus postraciones, se levantaron con programas que pusieron a la enseñanza y a la capacitación por delante de cualquier otra prioridad. Aquí vemos con pena que la democracia se solaza en los privilegios de los administradores del erario público mientras nuestras escuelas siguen sin techo, nuestros niños sin alimentación para sostener dos horas de clases y nuestra educación postrada ante un árbol donde algún chico procurará descubrir la fuerza del saber mientras los ejemplos en las oficinas públicas demuestran en sus salarios y privilegios en el desprecio a la inversión en fondos educativos. Los que dicen que no es posible la integración, los que afirman que antes vivíamos mejor, los que repiten que el Paraguay necesita sólo un líder fuerte, los que hablan de volver a la educación una obsesión nacional... todos terminan en la práctica conjugando el verbo involucionar. La educación en democracia no puede continuar siendo un juguete sindical, un discurso oportunista y menos aún una concesión de los padres. La educación debe articularse entre todos los factores de producción del país. La escuela pública, sino puede hacer educación seria, debe ser co-administrada por los municipios, por los grupos de vecinos, por las empresas de la zona. Una persona con educación es un capital, un bien de producción valioso y trascendente para todos. De qué nos sirve decir que la educación es pública y gratuita hasta la escuela primaria si eso no alcanza ni para abrir las puertas de una oficina. De qué nos sirve ver que el ingreso a la secundaria aumenta uno o dos puntos al año si el egresado no puede continuar la universidad o porque lo que aprendió no lo habilita para el mercado laboral, y de qué sirve haber estudiado la escuela primaria y la secundaria si la universidad aún no se dio cuenta que llegó la democracia. La cadena de errores, la falta de valentía para emprender el cambio y la escasa vocación hacia el esfuerzo nos condenan a vivir de la filantropía de un ogro llamado Estado que al decir de Octavio Paz sólo es generoso cuando le conviene y con quien le conviene.

         Hay que ir a clase, porque sin aprendizaje no hay sociedad que pueda articularse. No habrá seguridad para la inversión y nadie vivirá tranquilo si a su alrededor un ejército de marginados aumenta sin ninguna posibilidad a corto plazo para emprender un futuro mejor para él y su familia. A la anterior educación autoritaria hay que hacerle entre todos un golpe de Estado, la situación no aguanta más. La mayor pobreza de este país es la falta de conocimiento, justo cuando el mundo ingresa en una época donde el bien más preciado y caro en el mercado es justamente el conocimiento. La frase popular que en guaraní tiene toda la gracia y el color de transformar lo trágico en algo humorístico afirma: "tavy na ñande jukai pero ñande reko asy" (la ignorancia no mata pero cómo nos maltrata). Es hora de ir a clases... la democracia y por sobre todo: nosotros.




¿QUÉ PASARÁ DESPUÉS DEL 2000?


         Vivimos angustiados en un mundo que cada vez es más pequeño y por cierto más complejo de entenderlo. Parece una contradicción, sin embargo encierra dentro de sí el mal de estos tiempos: cómo entender que con tanta información no tengamos mejor control de las cosas. Vivimos en una sociedad ansiosa a la que mucha información no le significa más capacidad para comprender su tiempo y buscar encontrar mucho menos las claves de su realización dentro de ella. La comunidad fraccionada por las dudas ha creado una comunicación igual a la que se le culpa, incluso de los mismos males de ansiedad de la que es más víctima que victimaria. Cómo enfrentar el reto que sugiere Ignacio Ramonet cuando afirma que este período de tiempo sólo es comparable a otros dos anteriores: el renacimiento y la revolución industrial por el impacto y sus consecuencias sociales. Vivir en un edificio que se sacude todos los días y que uno no entiende por qué y, menos aún dónde se encuentra la salida de emergencia genera con razón más preguntas que respuestas. Acometer la tarea de explicar la comunicación que se nos viene sin ver de qué forma la comunidad se encuentra preparada para entenderla es hablar de las bondades del transporte sin haber explicado antes las ventajas del movimiento. Si a esto le sumamos las tribulaciones de los cambios políticos en naciones sin tradición democráticas encontramos que los desafíos en la "administración del caos" son mucho más graves para los que adquieren el conocimiento y más aún de los que se encargan de difundirlos.

         La comunidad vive sumergida en dos tiempos. Una, la real que se encarga de mostrarle las difíciles condiciones de sobrevivir a los cambios y la otra, la virtual, que nos muestra cuán rápido es posible comprar, vender, mercadear o comunicarse en medio del silencio de los ordenadores donde las charlas son frases cortas puestas sin rostros ni emociones. Vivimos transmitiendo órdenes, citas y referencias sin poder "comunicarnos" como nos habían enseñado y menos aún sin saber la reacción que provoca a nuestro interlocutor. El tiempo de la realidad virtual es tan corto que no tiene tiempo de mirar ni de reojo de qué forma la otra sociedad mira desconcertada cuando le hablan de Internet, computadoras o correo electrónico. Hay comunidades enteras en el Paraguay que nunca han visto un cartero en un tiempo en que cartas se escriben, reciben y contestan en un ordenador. La manera como enfrentamos esta dicotomía y su resultado será fundamental para ver las ventajas que sugiere una y otra forma de cultura que hoy se encuentra sin el puente que la universidad debiera construirla diariamente. El conocimiento sin miedo, la modernidad sin angustia o el cambio sin ansiedad no son fáciles de conseguir pero son sí periodos traumáticos y difíciles cuando no tenemos articulado el pensamiento y menos no la sabemos transmitir. Universidad y comunicación tienen una deuda moral y científica con la comunidad. Deben ser los nexos entre estos dos mundos que a veces chocan y como consecuencia terminan dejando descontentos a centenares que son canalizados por políticos mesiánicos o comunicadores que han hecho del resentimiento un éxito comercial. Estas dos consecuencias no son más que hechos de una lucha desprovista de sentido y de contexto. No sabemos a dónde nos conduce la realidad virtual que sugiere la modernidad o la llamada sociedad post-industrial y entendemos menos cuál debe ser el rol que nuestra comunidad a veces pre-feudal, otras pastoril y en ciertos aspectos impregnado a la modernidad juega dentro de un mundo definido como global para todo. Las ventajas para sociedades cerradas como la paraguaya son grandes, pero los riesgos son de iguales proporciones. Es probable que por temor una parte de la sociedad aspire a lo conocido con anterioridad por una simple cuestión de estar a resguardo antes que animarse a cruzar el dintel del cambio para el que no está preparado pero que es donde se encuentra su mejor forma de realización.

         La comunicación, que es volver común las cosas abstractas o complejas, es por este camino un desafío mayor para los profesionales. No se entiende hoy un mensaje sin un medio. Clara alusión al canadiense Mac Luhan, que desde su "aldea real" no era más que un Julio Verne adelantado quién nos contaba el mundo que se venía y que muchos no sabían si aquello era ciencia ficción o realidad. Casi igual a los tiempos actuales, donde es posible comunicar más rápido un hecho pero que a veces no significa comprenderlo mejor y darle uso correcto. El comunicador de hoy tiene la obligación de ser un exégeta y no simplemente un profeta del miedo y menos un manipulador del caos. La administración de los hechos hace que el "poner en forma o in formare" se convierta en la tarea más urgente y necesaria del comunicador. No somos simples relatores de hechos, somos intérpretes y orientadores de su impacto. No somos simples testigos desapasionados y distantes; debemos ser constructores en un tiempo de destrucción y de caos. No es tarea simple la que tenemos en frente los periodistas. Dejar la comodidad de reflejar los hechos para convertirnos en hurgadores de significados es un compromiso que demanda cultura, capacidad y excelencia. Acaso las mismas virtudes que demandamos de nuestra democracia y que por no poder articularse en esa dirección terminan produciendo tantas decepciones y frustraciones.

         La tarea de volver común hechos y personajes nos lleva al rigor que debe ser la norma más común de un tiempo de cambios y de tribulaciones. La comunicación del tercer milenio significará oportunidades en la medida exacta de cuánto hemos hecho para entender las transformaciones de nuestra comunidad y de qué forma hemos acompañado esos cambios. Si la miramos desde lejos y no nos comprometemos podemos ser alcanzados por los cascotes de un edificio social en el que vivimos tanto tiempo - y que se desploma- y de forma tan común que la terminamos de llamar casa pero que hoy se parece tan poco en su funcionalidad y objetivos que no nos queda más que aprender a construir nuevos espacios con los mismos elementos de seguridad y de confort para todos. La tarea de la construcción implica asumir la realidad que vivimos en términos de responsabilidad individual y colectiva. Asimilar el mundo y su movimiento sin perder los valores construidos por nuestra comunidad. No alcanza con señalar en otros la responsabilidad de uno. No sirve de muchos aislarnos del mundo como si nosotros no fuéramos parte de él. No valorar este tiempo con su oferta tan atractiva de cambio pero tan rápido y evanescente nos puede terminar trayendo más frustraciones que conquistas. El peligro de no ser parte del cambio de la construcción del mismo es terminar sepultados en la inacción, el odio, la frustración y el resentimiento... que inmovilizan tanto como la ausencia de libertad en el hombre. Valorar este momento implica más que declamar la ventaja de la computadora: nos debe llevar a instrumentarla en beneficio de todos.

         Los conceptos asociativos de la tarea de producir un bien hoy son parte de la historia de antiguos manuales. Nuevos gurúes disfrazados de re-ingenieros nos articulan el tinglado y la estructura de una nueva relación entre productor, producto y mercado. Cada vez más solo, cada vez obra mayor de una tarea en solitario a la que sólo le importa lo individual. Las redacciones comienzan a ser espacios administrados vía ordenadores y producir en radio es casi una tarea de alguien con una computadora en frente. Hay programas de computadoras que brindan la ventaja de prescindir de personal o de utilizarlo en su mínima cantidad. ¿Qué hacer con tanta mano de obra desprovista de la tareas que le enseñaron desempeñar? ¿Cuál es el riesgo que corren nuestras escuelas de comunicación produciendo en masa un producto que el mercado no absorbe ni quiere? ¿Cómo enfrentar el reto de la transformación de un mundo sin darnos cuenta que también nosotros debemos cambiar la manera o la forma en que miramos nuestra realización personal y profesional? Son estas preguntas que sugieren respuestas cada vez más urgentes. No nos alcanza con demonizar la globalización o colgarle el calificativo neoliberal a lo que nos es extraño, no conocemos o no somos capaces de convivir. Es más sensato interpretar lo que ellos sugieren en ese rótulo y asumir funciones, tareas y enseñanzas que se adecuen a un tiempo que nos demanda el doble de esfuerzo para el que nos prepararon en los claustros.

         La comunicación está cambiando a un ritmo que muchas carreras universitarias intentan sólo frenar su velocidad pero sin comprender su dirección y el impacto que ella dejará a su paso. Es cierto que tampoco implica asumir como únicos y válidos dichos parámetros, pero no es menos cierto tampoco que refugiarnos en los tiempos en que nos explicaban que el mundo tenía una dirección y una velocidad determinadas es la mejor forma de evitar asumir que la comunidad está cambiando, quizás no tan rápido como la comunicación, pero de forma no menos dramática. El compromiso del comunicador del tercer milenio es ser un intérprete de la velocidad de esos vientos de cambio. Detectar su fuerza, ver sus orígenes, orientar y controlarlo. Lo que algunos denominan controlar el daño o controlar el caos no es una tarea de timoratos, es sí un labor para la que los profesionales están llamados a desempeñar un rol protagónico. Pero para que ello ocurra nuestras escuelas deben ser objeto de reformas. Ver la universidad con el prisma de la nostalgia nos puede llevar a perder un tiempo valioso en un momento que ese es el capital más importante con el que se juega y se participa en el mundo. Conocer implica esfuerzo, cambiar necesita de coraje y construir requiere de visión. Sin esfuerzo, coraje ni capacidad para otear el horizonte no vemos cómo construir probables escenarios más fáciles de interpretar y menos aún observamos una sociedad que pueda administrar en mejor forma el trauma que supone cambiar sin manual ni herramientas.

         Los cambios que se producen todos los días, la velocidad de estas reformas se convierten en una profunda frustración con los liderazgos sociales y políticos. Vemos cómo la contradicción, la incoherencia, el doble discurso no surgen sólo por la calidad o ética del orientador o por una supuesta habilidad de ubicarse donde mejor les convenga; muchas veces los liderazgos admiten este tipo de comportamiento por no entender mínimamente el tiempo que les toca vivir y el compromiso grave que implica cabalgar sobre una realidad desbocada a la que sólo se la entiende desde el agravio o la desazón y no desde la racionalidad y el contexto. No es casual por lo tanto el intento de involución latente en nuestras jóvenes sociedades democráticas y el buscar refugio en lo conocido que, aunque resulte peor, es mucho más seguro que lo que viene. No haber sabido entusiasmar sobre el cambio a muchos y menos entender la dirección de las reformas nos está llevando a preferir a los líderes políticos reelectos o las referencias nostálgicas de los tiempos aquellos en que la inmovilidad disfrazada de miedo era mucho mejor que estos tiempos de tribulaciones, agitación y ansiedad.

         No estamos los comunicadores preparando la sociedad del cambio y los costos a nuestras libertades y la pérdida del favor ciudadano nos pueden llevar en el siguiente milenio a un profundo acto de contrición. No estamos haciendo lo que debemos y en consecuencia sólo reflejamos el caos sin encauzarlo y menos aún sin explicarlo. Somos voceros de la angustia ciudadana y no los intérpretes de unos vientos que soplan en direcciones opuestas que terminan sumiéndonos a todos en la desazón y el desconcierto.

Acaso esa confusión nos puede convertir en los enemigos de una sociedad que cambia, pero que no sabe muy bien hacia dónde, o sociedades donde a cada cambio se le sugiere una reacción en contrario porque simplemente no puede entender democracia sin oportunidades ni libertad sin responsabilidades. Como efecto de esa confusión algunos concluyen que el sistema político que se nos instaló en el Paraguay en 1989 no alcanza para decirnos que podemos vivir mejor. La encuesta publicada por el diario económico "The Wall Street Journal" en la primera semana de mayo del '98 decía que sólo el 46% de los paraguayos sostienen que la democracia es el mejor sistema político conocido. El resto lo mira con desconfianza y están muchos de aquellos que ven en la dictadura la única forma de gobernar esta nación de un poco más cinco millones de habitantes que vive once años de un periodo político absolutamente extraño y apasionante en su larga historia de oscuridad, miedo y dictaduras. Entusiasmo significa "tener a Dios " que algunos podrían interpretarlo como fe en algo superior. Volver a rescatar el entusiasmo, la fe en la democracia implicará un compromiso mayor de nuestra sociedad. Desmontar el antiguo sistema establecido para entender el mundo de manera vertical o lineal por uno más horizontal y de incluso direcciones contrapuestas es un desafío lo suficientemente grande para que el entusiasmo de la universidad recobre sus antiguos bríos. Es curioso, pero un segmento bastante distante de la movilidad de los cambios ocurridos en el Paraguay se encuentra, lamentablemente, en la universidad. No adecuar el pensamiento a esas reformas puede llevar a costosas decepciones en los liderazgos y descreimiento en el propio sistema constitucional que se establece en un estado de derecho. Las últimas elecciones (1998) muestran de qué forma el descontento social se canaliza en el voto anti sistema y de qué forma los resultados terminan siendo más clara muestra de la involución, el descreimiento y la ansiedad. Combatirlos con una prensa más rigurosa. Con unos periodistas más lúcidos y comprometidos en entender la gravedad del tiempo que nos toca vivir no son más que muestras de la tarea notable que nos toca acometer.

         No son tampoco tareas únicas de los paraguayos. Nunca América Latina fue tan democrática como ahora, pero tampoco nunca fue tan pobre. Claro que la pobreza es consecuencia y resultado de años de malas administraciones pero tampoco deja de ser cierta la urgencia del llamado ciudadano para que la corrupción no encuentre refugio en la impunidad y que como consecuencia de la inacción uno termine temiendo al cambio y huyendo de la ley. No es posible seguir creyendo en una democracia que acaba en el ritual electoral y no es propicio que todavía sigamos sosteniendo la participación de unos ciudadanos que votan sólo porque se les acerca al lugar del sufragio o se les paga para cumplir con la obligación cada determinado periodo de tiempo. Estas democracias no sirven para entusiasmar a nadie. Como tampoco un sistema político ciego y sordo a las denuncias de corrupción de la prensa alcanzan para acabar con la impunidad que tanto daño le hace a la democracia. Por este camino estamos con el riesgo de glamourizar la corrupción, y tenemos el temor que se pueda concluirse que se puede gerencias un país con corrupción toda vez que "algo nos alcance". El problema de las sociedades que cambian son también cuestiones éticas y morales. No son simples razones de funcionalidad, tampoco ellas pueden articularse en la construcción de un nuevo edificio social cuando se es inmune a la denuncia o cuando ella siempre encuentra un juez o un policía cómplice de la delincuencia. El riesgo también está del lado de la prensa, que termina convertida en el ejercicio pérfido del poder de sus dueños o de algunos de sus periodistas que la usan como mecanismo de chantaje o de extorsión y no como herramienta que sirva al estado de derecho para hacer cumplir la ley y dar con ello un voto de confianza a la democracia.

         Tenemos como consecuencia de la crisis del sistema una prensa-poder antes que una prensa-servicio. Y los peligros de caer en el descreimiento o en el sectarismo o en la defensa a ultranza de los intereses de los dueños de medios son claramente posibles en circunstancias como éstas. Se tocan o se dejan de tocar temas en relación directa a los intereses económicos que mueven a los propietarios de estos medios cuyas ventas no suben y que sólo dejan espacio para que la prensa escandalosa reflote diariamente un escándalo sepultado por otro al DIA siguiente para poder mantener sus ventas.

         La comunicación del tercer milenio seguirá siendo tan cercana y directa como la que conocimos, pero nos llevará a parcelar intereses y administrar los cambios de fin de siglo con una mayor demanda de capacidad. La universidad necesita despertarse ante lo que algunos denominan el caos, otros "la crisis del fin del milenio" y algunos "la maldición". Tampoco habría que ver condiciones apocalípticas, deberíamos tener tiempo para mirar las oportunidades que estos cambios sugieren. Por ejemplo, nunca antes la ciencia había abaratado tanto la creación de canales de comunicación. Hacer un diario de calidad con la tecnología actual es tarea relativamente fácil, lo mismo con los otros medios de comunicación. Deberíamos sí ser sensibles a los cambios que implica su utilización y la manera cómo podríamos insertar nuestras ideas y pensamientos para ensanchar las oportunidades para muchos, de lo contrario podemos presagiar una sociedad más excluyente, con el poder más importante - la comunicación- en manos de una minoría y la administración del mismo ante la pauperización del resto.

         La comunicación del próximo siglo tiene que generar más oportunidades pero también debe cambiar con la comunidad, para lo cual es imperioso interpretar la dirección de los vientos reformistas sacando las mejores oportunidades a su paso. No es una cuestión apocalíptica; sí es un compromiso mayor que los tiempos han colocado sobre nuestras espaldas y al que no podemos rehuir sin terminar en la confusión, la ansiedad y el miedo, que demasiada información pueden producir en un ciudadano no preparado para administrarla.




ESTO ES MÍO. NO TUYO


         No hay nada tan valioso como trascendente para el ciudadano como aquella información que le permita expresar su compromiso cívico y su participación en la democracia. Contrario sensu, nada perjudica tanto como el hecho distorsionado, amañado u ocultado. La búsqueda de la información o la colocación en forma de hechos o partes sueltas de un suceso constituye la razón que mueve tanto a periodistas como a ciudadanos a graficar cuánto interés pone uno en las cosas de todos, en lo que se denomina en términos genéricos "el interés público".

         Nada es más demostrativo de la ciudadanía como el hecho de participar informadamente del debate nacional. No en balde el interés siempre manifiesto del Estado, o la nación jurídicamente organizada de impedir o dificultar el conocimiento de hechos y circunstancias que podrían ser relevantes para un mejor proceder. La guerra de la desinformación - con tantos ejemplos en la actualidad paraguaya-, muestran dónde se ganan o se pierden espacios para la democracia.

         Nada vuelve más temeroso, distante y solo al ciudadano que la información suelta, irresponsable, anónima o vedada. Nuestra Constitución del '92 expresa de manera reiterada y repetida la importancia de estos derechos. Aclara la importancia de la publicidad de los hechos y busca en varios artículos garantizar el acceso a las llamadas fuentes públicas en el interés de que el conocimiento de los hechos lo ayude a proceder de forma correcta. La intención de los gobiernos de facto ha sido siempre primero confundir y luego suprimir la información de forma que el ciudadano quede aterido, indefenso y discapacitado para entender lo que le ocurre. Necesita en esos casos que alguien decodifique los mensajes por él y lo entregue masticado y digerido sin posibilidad de crítica o de reacción en contrario. El derecho a la información en ese contexto es un derecho humano fundamental y básico para la democracia. Un presupuesto ineludible, no un privilegio de una casta especial llamada como algunos nos presentan. Busca primero que el ciudadano ejerza su poder de reclamar el conocimiento de un hecho, con lo que le reconoce un rol activo, articula después, la manera en que deba saber cómo conseguirlo cuando se lo niega, con lo que le concede un instrumento de rango constitucional para reclamarlo y concluye afirmando en su artículo 28 de manera clara que las "fuentes públicas de información son libres para todos" con lo que establece de manera terminante que la información no es un privilegio de los periodistas o de quienes por su profesión tendrían que conocer acerca de su existencia: es un derecho accesible y en libertad para todos.

         Ortega y Gasset decía que "la cortesía del filósofo es la claridad" y con ello no quería demostrar otra cosa que cuando las palabras no se entienden con facilidad ellas terminan quizás significando una cosa distinta a la que se quería expresar. Nuestro Código Penal, próximamente en vigencia, cae en esas lagunas que en un estado de derecho incipiente, con instituciones frágiles y con jueces poco confiables pueden terminar constituyendo una amenaza a la información y no una garantía, como establece de manera clara la ley madre, que es la Constitución. Alain Minc en su libro "La Borrachera democrática" habla del peligro de la dictadura de los jueces o de aquellos que valiéndose del instrumento judicial por excelencia: la ley, se convierten en verdaderos verdugos contra él, ciudadano favoreciendo a su paso a intereses bastardos que lo tienen a su servicio o disposición. Acaso un ejemplo de esa posibilidad lo vemos en el Art. 143 de la "lesión de la intimidad de la persona" donde castiga con pena de multa al que expusiera la intimidad de otro, entendiéndose como tal la esfera personal íntima de su vida y especialmente su vida familiar o sexual o su estado de salud . En el inciso 2° del mismo artículo afirma que cuando su forma o contenido de la declaración no exceda los límites de una crítica racional, ella quedará exenta de pena. ¿Quién define la racionalidad de una crítica o una puntualización sobre una persona pública que por el ejercicio de su cargo tenga una enfermedad que deba ser conocida por la ciudadanía que sufraga con sus impuestos su salario mensual? ¿Es racional por ejemplo informar de un cáncer en el cuerpo de un senador, o ello podría ser considerado una lesión a su intimidad y por lo tanto castigarle con multa? El inciso 3 del mismo artículo deja a criterio del magistrado sopesar los intereses involucrados y la persecución o no de legítimos intereses públicos o privados para exceptuar de pena al demandado. Pero es muy laxo y muy peligroso abandonar el interés legítimo de publicar algo sobre una persona pública al servicio de la sociedad a la interpretación de un juez en las condiciones e hipótesis descritas más arriba. Los casos de ex-magistrados en funciones del nuevo gobierno es una muestra de la conexión peligrosa que puede existir entre una acción judicial, su resolución y el premio posterior al que lo facilitó. Muchas veces estos artículos o sus interpretaciones pueden ser instrumento de persecuciones de funcionarios públicos con conexiones judiciales en contra de periodistas que informan acerca de la vida íntima de una persona pública cuya naturaleza pueda ser considerada importante a la hora de evaluar la gestión o actitud de un determinado funcionario o el cargo que ostenta. Además, en los casos de publicación de hechos que puedan ser considerados distorsionados o ambiguos cabe la rectificación como la afirma el mismo artículo 28 de la Constitución del ‘92. Larry Speakes en sus memorias de ex-vocero del Presidente Reagan cuenta cómo la descripción gráfica y animada del recto del político ante las cámaras de televisión fue un hecho alarmante para la familia del presidente de los EEUU en su primera interpretación pero notablemente importante a la hora de tranquilizar a la bolsa de Wall Street. Speakes comenta que incluso esa parte impúdica o violatoria de la intimidad del mandatario y el cáncer de colon del que padecía Reagan, aunque fueran muy personales, eran de vital interés que sean conocidos por todos. Era una información valiosa y la intimidad de la persona pública quedaba en un segundo plano.

         Lo que para algunos puede ser un exceso de quisquillosidad es sin embargo, y antes de que el nuevo Código Penal entre en vigencia, una realidad en nuestros tribunales. Algunos abogados, en complicidad con intereses políticos, llevan a los tribunales a periodistas por afirmaciones claramente enmarcadas en procedimientos legales con el simple propósito de amedrentarlo, primero, y buscar en su comparecencia el menoscabo de su credibilidad. La idea de algunos abogados es someter a la mayor cantidad de querellas posibles a un comunicador, de forma tal que sin ameritar quién promueve las mismas, su presentación en tribunales termine por deshonrarlo o simplemente disuadirlo de su actitud de buscar la verdad. Tenemos varios casos en tribunales paraguayos de periodistas que han sido querellados por calumnia, injuria, difamación... que cuando uno lee el expediente termina de concluir que lo que se busca no es la reparación de alguna honra perdida, si todavía queda alguna, sino utilizar la justicia, su lentitud, su falta de reflejos y a veces su complicidad para castigar a quien se atreve a publicar hechos cuya importancia es capital para comprender la acción de tal o cual abogado. Estos y otros casos demuestran que la democracia paraguaya se jugará más en los tribunales en el futuro que en las urnas. De ahí lo que parezca quisquilloso a priori no es sino la comprobación práctica y a veces personal de hechos y sucesos que se presentan diariamente en nuestras vidas de comunicadores.

         Uno de los peligros para el derecho a la información, y por qué no decirlo, de nuestra democracia, puede estar más en los tribunales y en leyes nada claras antes que en el debate de las ideas y los argumentos, que pueden pasar a ser cuestiones secundarias olvidadas en la polvareda de una querella explotada para justamente condenar la verdad o su búsqueda a una cuestión secundaria.

         El artículo 315 del Código Penal habla de la revelación de secretos de servicio donde castiga al funcionario que lo revelara al castigo de una pena de cinco años de prisión inclusive. Dice el artículo que otra ley definirá qué es aquello que no puede comunicarse a terceros. Ante la ausencia de dicha ley podemos presumir que este artículo penal puede ser usado en contra de funcionarios públicos que faciliten información clave para entender decisiones trascendentes que importan a todos. El artículo dice que cuando afecte intereses públicos... y uno tiene argumento para preguntarse ¿cuál es el interés público más trascendente que aquel que hace que el individuo tome decisiones con conocimiento? El interés público más trascendente en democracia es el de participar informadamente de la vida pública. Ese el criterio que la propia Constitución establece cuando afirma que "las fuentes públicas de información son libres para todos". Es cierto también que tiene rango constitucional para el periodista el no revelar las fuentes de su información, pero el establecimiento de un artículo como el que comentamos puede inducir el suficiente temor al funcionario público como para no contar algo que la sociedad tiene el derecho de conocerlo por el temor de la pena o la interpretación que haga sobre el mismo un magistrado servil. El castigo de hasta cinco años de prisión demuestra la gravedad que el Código Penal otorga a este tipo de acciones.

         El derecho a la información, aunque consagrado en la carta de los derechos humanos hace 50 años, no tiene más de nueve en el Paraguay y los temores que la exposición de hechos de corrupción que provengan del Estado y que sean conocidos a través de la prensa ha llevado muchas veces que artículos como los contemplados en el nuevo Código Penal aunque quizás argumentables en su inocencia no resultan del todo claros cuando de construir un espacio de lo público mayor se trata. Tenemos temor al conocer. Desde un sector poderoso de la sociedad se insiste en esconder la verdad, en presentarla de forma distorsionada, en utilizar todos los recursos posibles para que no se sepa aquello que hará que el ciudadano participe en la construcción de su democracia con información y no con mitos y con temores. El derecho a la información es una necesidad y una obligación en nuestras democracias. Se culparán de excesos. Ninguna sociedad que se iniciaba en la afirmación de sus libertades ha dejado de pecar de los mismos. Un presidente de la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos decía en un fallo: "...es un compromiso nacional al principio del debate sobre temas públicos que el mismo sea lo más abierto posible y que algunas veces podría incluir ataques vehementes, ácidos y desagradables sobre el gobierno y sus funcionarios". Y por tanto toda afirmación en ese sentido no debería entenderse de otra forma que no sea la de fortalecer al sistema democrático.

         No existe mayor peligro en nuestra democracia paraguaya actual como la de perder nuestras libertades. Pero no por el resultado de que la gente conozca más, sino porque nuestras instituciones no han sabido responder de manera ágil y pronta a los cientos de reclamos de correcciones que han sido publicados en la prensa. ¿Por qué nos quejamos de actitudes y comportamientos autoritarios de algunos líderes políticos que no han hecho otra cosa que demostrar la incapacidad del sistema en responder en tiempo y forma a lo que parecía más claro que el agua? Esta pérdida de confianza en la gestión democrática nos puede llevar a todos a lamentar que por incompetencia, ineptitud y complicidad hayamos perdido la libertad. La información, aunque caótica y anárquica a veces, nos sirvió para mostrar el país real que heredamos y con el que tenemos que lidiar no el maquillado de los informes oficiales teñidos de parcialismo y de mentiras. Pero una cosa notable ocurre en nuestra sociedad: lo que parecía daría más fuerza a la democracia para sostenerse resulta que la debilita ante la irrupción de una actitud que simplemente lucra a partir de lo informado. Lo que se conoce no sirve institucionalmente para responder con eficiencia y en tiempo a los reclamos individuales y colectivos sino, por el contrario, demuestra en su manipulación que lo legal no significa lo recto ni la justicia implica dar a cada tino lo suyo, como afirmaba aquella máxima romana. Mientras el Contralor General de la República generaliza que se robó en el país más en nueve años que en 35 de dictadura, uno se pregunta dónde está la ley, donde está el juez, dónde está el contralor... Hemos informado lo suficiente y lo que pudimos, no hemos tenido la respuesta institucional que queríamos, que debemos ahora conformarnos con la ausencia de pruebas ante hechos consumados y de público conocimiento o la lentitud y chicanería de unos tribunales donde de tanto manipuleo, compra de jueces e interpretaciones aviesas del derecho lo único que se consiguió es proyectar ante la sociedad una imagen de descrédito en nuestras capacidades democráticas. La conclusión de muchos es que si así es la democracia, ella no funciona y por lo tanto aunque en dictadura no tenía información y le importaba poco lo que le pasaba al vecino, al menos tenía seguridad con miedo y migajas con complicidad. Nuestro comportamiento como periodistas ante esta sociedad de la duda, de la incertidumbre y del descrédito es construir ciudadanía. Hacer que el auténtico demócrata paraguayo elija, no simplemente vote, remueva con valor a quienes no cumplen con su función, castigue con dureza, aquellos que le esquilmaron, primero su dinero y luego su ilusión, pero que sin embargo retornan con igual desparpajo y caradurez que antes.

         Es cierto que esta niña llamada democracia no tiene más de once años y que algunos creen, con razón o sin ella, que hay mucha información que no la puede procesar aún por falta de madurez o de capacidad. Pero no es menos cierto tampoco que quienes deberían haberla guiado desde las instituciones no han hecho mucho para terminar con sus miedos y dudas de niña extraviada. Por falta de coraje, de leyes claras, de jueces expeditivos y de voluntad... a esa niña llamada democracia la vamos convirtiendo en una niña de la calle... con todos los riesgos que ello supone.

         El derecho a la información debe ser respaldado sin temores por jueces capaces que ensanchen en el sentido y el valor de dicho concepto. Siempre tendríamos que hacer que el individuo sepa más, debemos desconfiar con razón de ese "ogro filantrópico" llamado Estado para que no confunda sus intereses bastardos con los intereses públicos y que en consecuencia cancelen libertades, persigan investigadores o sancionen a funcionarios honestos que han decidido contarlo todo. Tenemos que hacer que alguna vez el Estado se parezca a los sueños de cada ciudadano, no a sus necesidades básicas de sobrevivir. Vivimos tiempos de prueba en el campo de las libertades, sólo esperamos que el Código Penal no sea un garrote legal que se esgrima contra el ciudadano y sus libertades sino que el mismo mandante sepa que tanto la Constitución como la ley lo respaldan en su legítimo interés de conocer la mayor verdad posible, para que al menos recuperemos entre todos a esa niña llamada democracia tan confundida como abandonada en miles de vericuetos legales de las que en vez de salir fortalecida se ha conseguido turbarla, de tal modo que muchos hoy desearían proscribirla sin que nadie se interponga para garantizar su libertad.




HACER LOS DEBERES A TIEMPO


         El título de este comentario, mi hija, refleja quizás para muchos la repetida afirmación de nuestros antiguos maestros escolares preocupados tanto por la calidad de nuestras tareas asignadas dentro y fuera de clase así como la entrega a tiempo de las mismas. Hacer los deberes de la mejor forma posible indicaba que el alumno podría merecer un premio u otra distinción en el propio cuaderno donde se asignaba la calificación, el sello o la firma del maestro. Esto que puede sonar muy elemental sin embargo es lo que le falta al país para frenar el interés de muchos de volver a los tiempos de la palmeta, la injusticia y el matonismo. En una palabra, si todos hiciéramos la tarea democrática a tiempo y con la mejor letra no deberíamos tener miedo a quienes hoy nos amenazan con retornar a los tiempos de la inquisición.

         Una de las primeras cuestiones serias a debatir es si la democracia que tenemos es la que quisimos o es la que nos "trajeron" como suele ingenuamente repetir un ex-jefe militar hoy caído en desgracia. En este sector hay muchos que creen que la libertad que tenemos nos la regalaron, olvidándose en el camino a aquellos que sufrieron cárceles, destierros, persecuciones y muertes en su nombre. La lucha por construir un espacio donde cupiera la decencia fue trabajosa y dolorosa para muchos. No hemos sabido destacar esa lucha ni tampoco premiarla. Por el contrario, muchas veces entronizamos la conducta violenta de quien quizás movido por otros intereses bastardos nada cercanos a la libertad decidieron un 3 de febrero de 1989 derrocar al mismo tirano que habían sostenido de manera directa y cómplice por mucho tiempo. Desafortunadamente para nosotros, la libertad en el Paraguay fue concebida con pecado original. Nació con los mismos vicios que quienes la proscribieron y de los mismos padres que la humillaron.

         Una parte importante del pueblo aún no se dio cuenta, desde hace casi 10 años, que lo que tiene es suyo por una condición natural y absolutamente propio desde su misma concepción como ser humano. Nos cuesta entender que tanto la libertad como la democracia son obras cotidianas, directas y esforzadas de cada uno. De ahí la distorsión de quienes articularon el cambio de régimen. Ellos creen que la libertad es un obsequio de ellos a nosotros. Y muchos, desafortunadamente, lo creen así. Hacer entender al pueblo paraguayo, por años humillado bajo las botas opresoras de gobiernos autoritarios, que la libertad es una condición natural de su condición humana y que la democracia es un sistema político que hay que ganarse cada día con excelencia, en consenso y con dignidad no es tarea fácil y menos es una cuestión de dejar en manos de quienes tienen una visión muy pobre de la proyección y el valor de la condición humana.

         Reducir la democracia al grito, establecer la disidencia sobre el insulto, relacionarse sobre la amenaza, afirmar la disciplina al toque de una corneta y comparar la patria con un cuartel es un reduccionismo peligroso que cada paraguayo debe entender sus consecuencias negativas para oponerse de manera rápida y urgente. Y para ello cada demócrata debe ser un maestro. Se debe ejercer la docencia de la libertad responsable en cada espacio que nos toca vivir. Esto no es ingenuidad, ni mucho menos. Esto es lo que no hicimos de forma correcta y por eso hoy tenemos que padecer los fantasmas de la involución. No supimos anteponer el diálogo al insulto, ni el respeto a la honra ni la dignidad al rumor artero y malevolente. Hemos querido reproducir en nuestros círculos sociales y políticos la estructura vertical de los cuarteles a la relación decente y respetuosa de la idea del otro. Desgastamos nuestro capital democrático de forma irresponsable y ahora pagamos sus consecuencias. Dilapidamos el escaso capital de libertad acumulado en una incompetencia e irresponsabilidad que hizo a muchos desear con nostalgia el retorno de los tiempos de la uniformidad y del "a su orden". Construir el imaginario de la libertad con responsabilidad es la tarea pendiente y urgente de nuestra sociedad.

         El caso paraguayo no es aislado, ni mucho menos. En 1981 veía asombrado por televisión en mi apartamento en Pamplona cómo un desquiciado teniente coronel Tejero tomaba por asalto las Cortes y secuestraba a todo el gobierno de España. Los disparos al aire, empujones al propio jefe de gobierno de la época, Adolfo Suárez, y a su ministro de defensa, Gutiérrez Mellado, eran para mí al menos signos de unos tiempos tumultuosos que sólo vivían en el recuerdo de mis padres. ¡Un golpe de Estado por televisión y una nación secuestrada! El fin de esta historia del 20 de febrero concluyó con el Rey Juan Carlos, quien a la medianoche y por televisión, ordenaba sumisión al gobierno y rendición de los alzados. España cambió en esa fecha. Se acabó la libertad reducida al destape de revistas pornográficas o de programas radiales y televisivos donde el que decía más "tacos" (exabruptos) era el más libre y democrático. España sintió aquel febrero de 1981 que la democracia y la libertad necesitaban algo más que buenas intenciones y unos cuantos alaridos. Requería un profesionalismo al que muchos sólo miraban con desdén y desprecio. Si España aprendió que se debía acabar con el recreo y comenzar con las clases entregando los deberes a tiempo, nosotros deberíamos haber sentido lo mismo aquel 22-A de 1981.

         Desafortunadamente para nosotros, seguimos como secuestrados por la misma incompetencia que produjo estos temores involucionistas. Incluso luego de la intentona golpista de Oviedo de abril del '96 y el marzo paraguayo del '99 nuestras instituciones, entiéndase Ejecutivo, Congreso y Poder Judicial fueron, en diferentes grados y escalas, cómplices de lo que aconteció y no vallas contra futuros intentos. El mismo hecho que todavía se hable de involución en el país es una muestra del fracaso de nuestras instituciones en construir muros sólidos desde el punto de vista legal contra intentonas y aventuras de este tipo. España castigó a quienes se levantaron contra el gobierno y quienes desearon seguir sus huellas sabían a qué se exponían. Nosotros, sin embargo, no fuimos capaces ni en la interpelación en el Congreso y menos aun en los tribunales, demostrar que el compromiso con la democracia requiere capacidad, inteligencia y por sobre todo, compromiso con la república. De nuevo, pareciera que la democracia no la asumimos como nuestra y, hasta cabría preguntarse si algunos hasta tuvieron temor en juzgar a quien según sus propias palabras "había traído la democracia al país". La bandera de la democracia que simboliza trabajo, esfuerzo, excelencia no fue arrebatada ni por hombres ni por instituciones civiles eficientes. En una palabra, creímos que la democracia era sinónimo de recreo y no de clases ni deberes que presentar y rendir cada cierto tiempo.

         Es también correcto afirmar que los docentes de esta "democracia" no fueron los mejores. La promoción de liderazgos auténticos nacidos con un compromiso de patria sigue sin aparecer. La sociedad en general dejó que la democracia fuera gerenciada por los mismos políticos de la dictadura y ese ha sido su error más grande. Abundan en el país los que piensan en la siguiente elección y faltan aquellos que sueñen con la siguiente generación. Se contentarán con el ritual de la democracia, que significa votar cada cierto tiempo y ser elegido para un cargo público cada vez más costoso y lejano de la gente. Los compromisos se fueron alejando del pueblo para acercarse a un reducido grupo de poder que digitaba los cargos en función de complicidades y alianzas crematísticas.

         No entendimos a tiempo ni parece que hagamos mucho para revertir el deseo de delegar en otros la gestión de nuestro bienestar y de nuestra felicidad. Seguimos esperando que llegue del cielo y ni atinamos a veces a extender los brazos.

         No espantaremos los fantasmas de la involución con los niveles educativos que tenemos. Así como cuando llega la luz a una población campesina en algún recóndito paraje del país se esfuman los poras, los pomberos y otros mitos que abundan en la nocturnidad del campesino, así también cuando abramos más escuelas y levantemos la pesada carga de ser una nación que no enseña, que no estudia y tampoco aprende... ahí, en ese momento, estos fantasmas autoritarios le darán paso al empuje creador de quienes se saben sometidos a su inteligencia y a su capacidad. Pero eso implica sacrificios. De los docentes, de los administradores públicos y de la misma sociedad. Debemos preguntarnos a veces con mayor frecuencia si nos interesa la democracia y si estamos dispuestos a asumir su construcción. Si no lo estamos, no nos quejemos de la falta de libertades y del sometimiento.

         El mismo día, 10 de mayo de 1998, en que el 80% del pueblo paraguayo votaba en elecciones generales un diario capitalino traía el informe de una encuesta ordenada por "The Wall Street Journal" que decía que sólo el 46% de los paraguayos creíamos que la democracia era el mejor sistema político conocido. ¿Falla de los políticos? ¿Incapacidad de transmitir el mensaje de compromiso con los valores que el sistema político promueve? Cualquiera sea la conclusión, la ironía es que ese día votaron más paraguayos que nunca para elegir autoridades. ¿Cómo lo hicieron? Quienes lo motivaron y cómo? Cada uno sabe la respuesta. Pero lo único cierto es que muchos connacionales no sintieron que optaban con su voto. No alcanzaron a dimensionar el valor del sufragio. No pudieron darle valor a ese gesto repetido cada cinco años de elegir a alguien para representarlo en el Congreso o en el Ejecutivo. La gran ironía se presentaba en el mismo día de la votación: a pesar de que muchos no creen en el sistema democrático, sin embargo votan. Casi igual que la fe católica de este pueblo al que sus pastores dicen que son católicos simplemente de fachada, no evangelizados. El Nuncio actual había dicho incluso que el pueblo paraguayo es creyente pero no catequizado. Casi igual que nuestra política. Vivimos en democracia, cumplimos con el ritual pero no sabemos la implicancia del gesto, del hecho, del acto... nuestro "sacramento político" se convierte así en un hecho meramente mecánico.

         Hasta ahora estamos a salvo de la involución no por voluntad propia. Estamos a resguardo porque las condiciones externas no favorecen al tipo de autoritarismo que se plantea. Pero es innegable que debemos hacer mucho más para que no sólo la involución no sea posible, sino algo más valioso que eso: hacer que la democracia la sintamos como algo nuestro. Tenemos todos los que creemos que en medio de sus imperfecciones es ella, como lo decía Churchill, "el menos malo de los sistemas políticos conocidos". Volver a las clases con un vigor mayor y una constancia que reivindique los valores de la excelencia. Nada aleja más la esclavitud que el conocimiento y la competencia. Ser capaz de entusiasmar a otros con la democracia no es una tarea de pusilánimes ni advenedizos. En el caso de Paraguay, es una obra de titanes. Nos ufanamos con frecuencia de nuestras gestas heroicas en los campos de batalla o en los del fútbol, pero nos cuesta reproducir esas mismas virtudes en una oficina, en una asociación o en un partido político. Nuestra fascinación con Cerro Corá nos hace perder la perspectiva de Curupayty o la irracionalidad de Uruguayana. Necesitamos trincheras diseñadas con inteligencia y no sitios donde tengamos que inmolarnos.

         La carencia de una elite gobernante nos saca posibilidades de entender la misión que nos toca a cada uno. Vamos a gatas y a tanteos en un tiempo en que se requiere visionarios y estadistas. Algunos creen que el Paraguas puede aún ser gerenciado como los años sesenta y no se dan cuenta que entramos a un siglo que amenaza con llevarse todo a su paso.

         Los remedos de representación social temerosos y pusilánimes, una universidad vieja y anquilosada, un debate sin rigor y personalista y una pérdida de dimensión mundial amenazan con tirar nuestra frágil democracia más lejos que un barrilete al paso de un huracán. Debemos anteponer como alternativa modelos que estimulen los valores opuestos al éxito fácil, de lo contrario nuestros políticos de buenas intenciones llegan incluso a caer más fácil en las tentaciones del mismo poder que aborrecieron en sus tiempos de oposición que en fortalecer las virtudes opuestas.

         Esta sociedad del resentimiento y del rencor está ganando hasta ahora la batalla contra la dignidad. Porque si algo distingue a la democracia es la valoración del ser humano y de su entorno. Esta decadencia y el caos que trae consigo prohíjan estos engendros. Los que odian, insultan y dividen tienen estos espacios y aquellos que desde veredas distintas lo cuestionan no tienen tampoco la carrocería moral suficiente para oponerse y lo único que consiguen es legitimarlos. La prensa complaciente y no crítica, la oportunista y servil no la patriótica y visionaria. Alentó con su ingenuidad y seducción exitista el fortalecimiento de estos grupos que se legitiman a través del insulto y los gritos que salen de lugares similares a los suyos. Hay que sacar al Paraguay de las catacumbas y de los lupanares, de lo contrario no terminaremos con la humedad autoritaria y los gérmenes que crecen a su amparo. La alternativa también es conducir a la opinión pública a la valoración de sus referentes más lúcidos, a sus programas más ciertos y reales y a las propuestas incluyentes y respetuosas. Lo contrario sólo aumenta el volumen del caos y fortalece a quienes medran con él a su paso.

         Debemos recobrar la racionalidad del constructor. La obra que hicimos es imperfecta como, toda tarea humana, pero ésta es notablemente peligrosa. Se nos puede caer el techo encima porque el cimiento es malo. Debemos reiniciar la tarea con estas experiencias y aliados. Solos y atomizados somos presa fácil de cualquier proyecto fascista y autoritario. Ellos crecen de manera proporcional a nuestra división y falta de rigor. Ellos se saben mediocres y lo asumen de manera desfachatada. No lo disimulan. Se rodean de la borra que dejaron los gobiernos autoritarios y se ufanan de ellos. Les dan poder y megáfonos. Algunos ingenuos creen que serán ave de paso y que harán buenos negocios con ellos. Están equivocados. La misma historia que moldeó las dictaduras de este país no los recordará precisamente por haber sido sostenes de la libertad sino que los calificará con los términos justos de su actitud cobarde y pusilánime. De esta no salimos sino entre todos.

         Debemos recobrarla racionalidad del discurso, unir las piezas sueltas de nuestra sociedad, atrevernos a construir una democracia responsable y sólida a nivel institucional. Debemos enseñar con el ejemplo y, por sobre todo, debemos acabar con este recreo ingenuo y torpe que perfiló una democracia igual y ahora en peligro. Lo que se viene no son tiempos fáciles ni la tarea es para cualquiera. Conquistar definitivamente la libertad y construir la democracia no es cuestión de abrir un "obsequio", es por sobre todo merecerlo y para eso hay que ir a clases y hacer las tareas a tiempo y con la mejor letra posible.




POLÍTICO Y PERIODISTA EMPIEZAN CON "P"


         Suele con frecuencia condenarse la acción de los periodistas que toman partido por una determinada concepción ideológica y la sostienen a pesar de verdades en contrario. Ciertamente, la labor del comunicador es contar la verdad, ser ecuánime y asumir con responsabilidad lo que dice o escribe y sus consecuencias. No se puede dar licencia para mentir por la simple cuestión de fidelidad a un determinado partido o un líder de ocasión. El compromiso del periodista es con el público primero y siempre que lo lee, escucha o lo ve por televisión. Nadie más que él se merece el respeto de que le cuenten los hechos tal como son y no como querría que fueran en función de la pertenencia a un partido político.

         La historia de América Latina está llena de políticos que fueron periodistas primero o que usaron las páginas de los periódicos para insuflar ánimos revolucionarios o de cambios. Y la razón es muy simple, los partidos políticos o no ven los cambios a la velocidad que perciben los periodistas o son manipulados con intereses bastardos por los políticos. En ambas circunstancias se distorsionan valores y funciones que en democracia deberían ser claramente determinados para evitar justamente la confusión que los origina. Una de las cuestiones que más explican por qué algunos periodistas se convirtieron en políticos es que con razón o ingenuidad veían que los cambios podían lograrse de manera más rápida por la vía de la acción partidaria antes que por la difusión o el debate de las ideas. Muchos intentaron volver decepcionados al periodismo y sufrieron a su paso el descreimiento de muchos que terminaron en convertirlos en sospechosos de no decir la verdad o de intentarla, sin el color de un partido. Muchas veces la ilusión del cambio no se produce porque los códigos que manejan los partidos no son los mismos que el periodista conoció en su labor cotidiana. Vemos también con sorpresa que muchos que leen los diarios o reclaman de los periodistas labores que deberían ser desempeñados por los políticos terminan empujando a los primeros a colocar su nombre en una papeleta partidaria que por lo general, cuando electos, terminan por abjurar de sus buenos ideales.

         La relación entre periodistas y políticos no debe ser de complicidad. Debe ser de duda mutua y de respeto. El primero debe conocer que su mandante, el público lector, oyente o televidente, le exige que le cuenten las cosas como son. No quiere que lo tomen por tonto y menos aun, que le tiñan su visión por un color determinado. El segundo, debe saber que el periodista puede ser un aliado convencido de una causa determinada pero debe también conocer que nunca terminará de serlo de sí mismo o de su partido y que las dudas serán permanentes del periodista hacia el político. Es cierto que la relación entre ambos es necesaria. No es casual que más del 80% de la agenda informativa de los periódicos norteamericanos esté establecida por políticos o por filtraciones políticas. Y que a veces la relación entre ambos de desconfianza y de complicidad alcanza ribetes dramáticos como el caso del Watergate, que concluyó con la dimisión de Nixon. Pero de nuevo, es el público en su necesidad de conocer la verdad el que determina cuando una información facilitada por un político debe ser o no publicada. Y es el periodista cotejando la información el que debe determinar si no lo están usando para provecho personal del político y no en beneficio del público, el único soberano en estos casos.

         Mucho de la politización de nuestros medios informativos y de los periodistas viene de una situación distorsionada en nuestras jóvenes democracias, donde las instituciones o son frágiles o cuasi inexistentes. De ahí que las denuncias que deberían canalizarse al departamento de quejas de un ente público terminan en la radio o en los diarios por la frustración que supone al contribuyente el no lograr la reparación deseada o tan siquiera que lo escuchen. La prensa realiza muchas funciones que debieran ser parte de la labor de los entes porque estos no son conscientes de la relación que deben mantener con el contribuyente. Y muchas veces esta relación se da por la manera en que fueron electos, por factores culturales, problemas de formación cívica y por la distancia en que están los partidos de sus votantes. Sólo se acercan en tiempos electorales y los métodos que utilizan para ser electos por lo general terminan determinando la relación que mantendrán en el futuro con sus mandantes. Surge así la prensa como factor correctivo y a veces ella asume la función de los partidos, la del departamento de quejas de un ministerio o la de simple correa de transmisión entre el reclamo del ciudadano y la acción reparadora. A veces los políticos, por complicidad con la misma prensa, terminan escuchando el reclamo o algo peor: termina a veces pagando los espacios de quejas de problemas ciudadanos con lo que se plantea una esquizofrénica relación entre el ente ineficiente que solventa el espacio, y el medio que lo propala.

         No es bueno que la labor de la prensa se reduzca en suplir lo que otros entes deberían realizar. Por este camino se termina aumentando el descreimiento ciudadano hacia las instituciones democráticas y se busca alternar la representación por métodos supletorios, alternativos pero no democráticos. Algunos dirán que cuando uno compra un diario o escucha un diario o ve televisión también toma una decisión democrática porque opta entre varias opciones, pero si entendemos la institución y sus métodos llegaremos a la conclusión que la distorsión que representa al sistema es grande y dañino. Debemos enseñar que las instituciones públicas están para ese fin y que la labor de la prensa, aunque la supla, debe servir para forzar que aquellas instituciones establecidas para escuchar al consumir responden a sus reclamos porque pagan sus impuestos y esas instituciones son parte y proyección de su activismo cívico.

         Hay que reconocer primero que el activismo político de la prensa puede empezar como elemento supletorio de algo que no funciona bien en la sociedad y que la misma no puede articular los mecanismos de corrección, o que la misma prensa no tiene la capacidad de decirle al ciudadano que busque soluciones más directas, profundas y democracia participativa. La frustración del contribuyente vuelve muchas veces político al periodista o éste es tomado como referente de reivindicación por el oyente o el lector y convertido en factor electoral. Se tiende muchas veces a requerir una solución al periodista y éste por lo general ve que eso le da una proyección política que desea luego utilizarla.

         Convengamos también que los medios de comunicación se han convertido en las nuevas tribunas políticas de finales de siglo. Ahí se discute, se llevan ideas, se polemiza... que no es raro ver cómo algunos políticos o legisladores que nunca están en contacto con su elector pero que sin embargo tienen notable capacidad de comunicación terminan siendo electos o reelectos para cargos de representación sin mucho mayor esfuerzo que haber sabido debatir temas a través de los medios. Muchos periodistas caen en la tentación facilista de creer que hacer política o buscar el bienestar del pueblo es una cuestión de hablar o de verbalizar problemas y soluciones. Algunos terminan haciendo de sus programas espacios desde donde se flagelan a los políticos, cuyos ataques se han vuelto muy populares por su notable ineficiencia, corrupción en algunos casos o incompetencia para solucionar los problemas de la gente.

         Lo más cercano y rápido al reclamo democrático del elector es la radio o la televisión. La velocidad con que la democracia discurre entre el hecho denunciado y la solución requerida no puede ser respondida por la burocracia que tenemos. Ella o es torpe o es insensible. Por eso los medios y los periodistas encuentran que es muy sencillo ser político a través de la radio o de la televisión como lo era antes con los medios escritos. La gran mayoría de los presidentes latinoamericanos de comienzos de siglo hicieron política a través de los diarios. Por eso no es nada nuevo lo que vivimos ni tampoco demasiado original. Lo que sí es necesario reflexionar es sobre quién es el mandante de la prensa. A quién nos debemos. Y por qué algunos políticos desean utilizarnos. Estas tres preguntas responderían las cuestiones básicas sobre la politización de periodistas y de medios que muchas veces ha hecho perder a talentos periodísticas y los ha convertido en mediocres políticos. Nunca viceversa. No ha habido mediocres políticos que han sido buenos comunicadores.

         Debemos participar del debate político mostrando las aristas en discusión. No tomar partido de los mismos sino entresacar los aspectos que responden al interés colectivo independiente del color partidario debería ser la norma. Informar deviene del latín que significa "poner en forma" (informare). El comunicador toma distintas piezas sueltas y las va armando según su capacidad, conocimiento, cultura, ética y valores morales. El es único responsable con el público de lo que dice o de lo que escribe. Nadie más que con su circunstancia, como diría Ortega y Gasset, el que determina en un momento determinado de poner en el aire la opinión de alguien, de cuestionarlos de cribar, de pasar por el cedazo y de presentar ante el público los hechos tal cual son, no como los políticos quisieran que fuera. Muchos medios periodísticos, por falta de apoyo publicitario o por presiones políticas desde el poder, terminan sirviendo a quienes deberían auscultar, cuestionar o criticar. Ahí la prensa termina su relación con su mandante: el público, y pasa a ser el sirviente del poder con lo que se hace un instrumento de propaganda y no el contrapoder que ambicionamos que fuera.

         Debemos enriquecer el debate político con la ventaja que supone el ver los hechos desde el privilegiado sector que ocuparnos en la tribuna. Pero debemos hacerlo con conocimiento. No alcanza con "colocar unas cuantas bombas" para provecho de unos y condena de otros, no sirve a la función de informar el presentar una parte de los hechos de forma que produzca en el público una adhesión desprovista de los elementos que le permitan evaluar la verdad de los sucesos. La prensa y los periodistas se deben al público y esto que parece una perogrullada es importante repetirla a los dueños y a los periodistas siempre. Hoy la prensa es una institución democrática en sí misma. La ciudadanía le asigna un rol y le pide en consecuencia que sea fiel a ese mandato. No puede ser el brazo articulador del poder o de los que desean alcanzarlo. Debe ser la razón que establezca una perspectiva real de los hechos en provecho del ciudadano para que éste escoja mejor a sus representantes y fortalezca su convicción democrática. Ni la prensa que sustituye partidos ni instituciones es lo deseable como tampoco aquella que sirve a los intereses de un partido presentándose ante el lector como independiente o libre. Confundir es descreer. Debemos aclarar los roles para aumentar la fe democrática, pero no aquella que no ve para creer como la definen los teólogos, sino aquella que cuando observa, contrasta y saca conclusiones se fortalece en la acción.

         Los debates políticos o la política en general deben darnos a los periodistas las motivaciones para proyectar en el público que nos sigue su fidelidad y su convicción en la prensa como institución democrática al servicio de la verdad y cuando intentamos sustituir a la justicia, al Poder Legislativo o al poder administrador tener la suficiente humildad de reconocerlo para que el poder se rectifique a través de una ciudadanía informada. Ni sustituir es bueno ni disfrazarse tampoco. La prensa aclara en los debates el rol del ciudadano y aboga por sus intereses y los periodistas somos sólo cronistas privilegiados de un tiempo en fuga que no es posible detenerlo ni con la mentira, el engaño o el travestismo profesional con que algunos creen que es posible engañar a la audiencia.

         Partamos del servicio y no del poder, pasemos por un énfasis en nuestros mandantes y terminemos en consecuencia en el fortalecimiento de la democracia, que es el fin político de convivencia deseado. Cuando lo logremos habremos terminado de confirmar nuestra responsabilidad y en su camino rectificar los torcidos rumbos de nuestros políticos cuya irresponsabilidad muchas veces sólo ha producido descontentos canalizados en peores opciones políticas. Seamos prensa y periodistas al servicio del público y aunque ello suene modesto es demasiado grande y ambicioso como responsabilidad profesional y como compromiso democrático.




¿POR QUÉ TE PONE NERVIOSO EL PERIODISMO?


         Mirá mi hija, los grandes titulares sobre hechos de corrupción en el continente denunciados por la prensa tienen ya sus mártires, despedidos pero por sobre todo una gran decepción de quienes relatando hechos distorsionados y perversos no han podido encontrar en la sociedad un mecanismo de asombro, rechazo y cambio. Incluso en el Paraguay de tanto repetir la palabra corrupción la sociedad ha terminado con glamourizar su significado que sin ningún rubor se autocalificó en el informe de Transparency International (1998) como el segundo país más corrupto del planeta y en el '99 no salimos de entre los diez. Este autorreconocimiento no llevó sin embargo a un cambio de actitud sino que demostró que de tanto repetir, denunciar, protestar y declamar la lucha contra la corrupción la prensa no ha logrado mostrar de qué forma el cáncer de la democracia no haya podido forzar la reacción ciudadana para extirparla donde corresponda o aislarlo si es posible. La prensa y los periodistas han tenido en este camino sólo como respuestas una frustración mayor que la propia corrupción que se denuncia.

         En este tiempo de cambios, tribulaciones y desacomodos corno lo refleja Ignacio Ramonet en sus escritos sobre el tiempo que nos toca vivir, vemos que ser periodista es hoy una tarea que implica más que la representación de los hechos en forma gráfica, es muchas veces un modo gestual de comunicar a los autistas de una sociedad asumidamente corrupta que se niega sin embargo a emprender la tarea de cambio. ¿Qué gestos requiere la sociedad de ese comunicador metido entre el pesimismo y la frustración y, aun más grave, en el medio de un mundo que cambia sin poder nosotros muchas veces encauzar su rumbo o descubrir sus nuevos paradigmas? La tarea de construir un imaginario cierto y confiable, a veces más por desencanto que por razón, una parte de la sociedad delega la tarea en el periodista, que no entiende dónde termina su oficio y dónde comienza el político.

         La mejor forma de medir las frustraciones contra el sistema democrático que se desploma por incapacidad, ineficiencia, corrupción y desencanto es cuando vemos que tanto la Iglesia como los periodistas comenzamos a ocupar espacios de confiabilidad ciudadanas que deberían ser cubiertos por los gestores de la sociedad, que cada vez se encuentran sin embargo más lejos de sus aspiraciones y deseos. ¿Cómo enfrentar la tarea del cambio desde una comunicación que describa el mundo que nos circunda sin caer en la tentación de ser parte de las soluciones políticas que se sugieren?. Y no es una tarea fácil ser Velásquez en Las Meninas todo el tiempo. Describir el mundo de la corrupción o el caos no es tampoco una cuestión cómoda en países donde la democracia, es un sistema político débil e incipiente. En naciones donde la democracia más que un sistema de valores compartidos y asumidos, es sin embargo el atajo o el mecanismo económico que ha hecho surgir riquezas escandalosas e impúdicas ante una pobreza cada vez más creciente y generalizada. Poner las cosas en orden como sugiere el término latino informare tiene que ser la tarea de un orfebre dedicado a moldear el mensaje justo que produzca los cambios que ambiciona la sociedad y del trabajador anónimo e incansable que se aparte de ser el protagonista de un sistema que todos los días muestra signos de decadencia y deterioro. El periodismo que describe el caos o aquel que busca apuntalar las estructuras que crujen y se derrumban son dos aspectos de una misma urgencia por desentrañar los interrogantes de un mundo en cambio.

         Reflejar de forma cotidiana esa angustia nos ha llevado muchas veces a la insensibilidad hacia los mismos hechos que en condiciones normales nos hubieran escandalizado. Robos a las arcas públicas, mentiras demostradas, falsos datos, manipulación descarada y por sobre todo ausencia de sociedades partidarias capaces de entender la gravedad del momento que ha hecho que muchos pregoneros modernos pagaran con sus vidas la osadía de enfrentar una realidad que se desploma. Ser objetivos quizás sea sinónimo de asepsia y de distancia y, por el contrario, tomar una posición de sujeto activo del drama y la angustia que describe puede llevarnos a ser cómplices de las razones de su deterioro antes que partes de la solución que se ambiciona. Muchos de los paradigmas de la comunicación están también en entredicho; por eso no es inusual escuchar cómo el comunicador entrenado para el buen decir pervierte el verbo en la intención de hacerse escuchar en medio de unos silencios sonoros que no se inmutan ante el caos que padece. Los referentes de esa sociedad confusa, estresada y cambiante sin saber hacia dónde va ha potenciado a los que declaman en el insulto más soez una forma de canalizar la angustia que padece un país que no sabe lo que sufre y menos aún la solución que necesita.

         Esa incapacidad del comunicador de entender el tiempo que le toca vivir ha convertido espacios radiales, televisivos y ciertas páginas de diarios en referencias insultantes a la inteligencia y en mecanismos de atracción de una audiencia cada vez menos asustada de la propia corrupción o el caos que padecen. Lo peor es que este modelo de comunicación es considerado exitoso por los propios auspiciantes que pagan por difundir la marca de sus productos que se contraponen al estilo del conductor, al contenido del programa y al perfil del medio pero que no parece inmutarse para nada por esas contradicciones ya que su pautaje es una forma desconocida para él de apuntalar el caos aunque ello termine con su empresa y con su marca.

         Ser periodista en medio de la angustia presupone una gran dosis de coraje, una sabiduría reposada y un sentimiento de fascinación del tiempo que nos toca vivir para reflejar y transformar en la descripción un modelo que se derrumba por otro que no termina de nacer. La perversión del verbo por ese camino es directamente proporcional a la inestabilidad del sujeto y a la ausencia de un predicado cierto y confiable. Esta construcción gramatical básica distorsionada y en cierta forma anárquica, que permite que sepamos y que en consecuencia actuemos mejor, es uno de los sostenes del caos y la angustia. La ansiedad informativa de la que hablan algunos autores, que hace que a pesar de tener más información cada vez sabemos menos cómo acertar, es una constante en las masas atribuladas y confusas. La sociedad sufre sin embargo en estos tiempos de las mutaciones sociales que no han encontrado en los comunicadores la suficiente capacidad para interpretar la fuerza y la dirección de los cambios sino que han sido cómplices de esa destrucción de los paradigmas para empobrecer aún más nuestra democracia.

         Los factores económicos qué se describen como capitales en esta tarea de zapa contra las estructuras son una parte del problema que se describe pero también han sido acompañados por una prensa chata y carente de ideales que ha desplazado en muchos países a la actitud valiente, inteligente y decidida de unos cuantos comunicadores. La angustia y el caos de los tiempos que nos tocan vivir hoy son imperceptibles en la relación cotidiana de la palabra que ella o se ha empobrecido notablemente o simplemente se la ha acallado de forma directa o solapada.

         Enfrentar estos dilemas no es una cuestión sencilla ni corta para los tiempos que corren. Dependerá de las reformas de nuestras universidades y centro de formación de futuros comunicadores que parecieran no entender la gravedad del momento refugiándose en antiguas y decadentes lecturas que no ayudan a visualizar con optimismo el tiempo que se viene. Necesitamos algo más que escuelas de comunicación de fachadas que enseñen los rudimentos de un lenguaje cada vez más lejano de la gente. Necesitamos reconstruir un modelo de comunicación en entredicho por el insulto, el pesimismo y la agresión. Las reformas no se pueden hacer recreando experiencias y actitudes perimidas, sólo podremos lograr entender los cambios cuando seamos capaces de admitir la tremenda crisis y la deuda social que tienen nuestras universidades envueltas en la pobreza intelectual y en la chatura de sus argumentos. Debemos refundar en varios países los centros de altos estudios que se compadezcan con la angustia de la sociedad pobre que las sostienen. No podremos visualizar el horizonte sin líderes, sin periodistas y sin analistas. Es como volar sin instrumento en medio de una noche tormentosa que no parece acabarse más que en angustia de las sacudidas que se suceden. La universidad requiere hoy de un compromiso mayor en el campo de las pautas y los modelos de comunicación. Las universidades deben ser los centros que desentrañen estas angustias, desarmen la belicosidad del verbo y sostengan al sujeto con los elementos que le permitan quebrar su angustia y recuperar la fe en sí misma, que tanto caos y anarquía hacia el futuro le han supuesto.

         No hay sociedades democráticas posibles sin comunicadores capaces de entender estos retos. El sistema político seguirá deteriorándose y la incapacidad de crear comunicación será sólo una muestra de dicha decadencia antes que el modo de evitar la rapidez de su caída. Necesitamos hacer que la gente vuelva a pensar, a asombrarse, a rechazar, a participar, a ser sujeto activo de un cambio posible y real. De tanto destruir, muchas veces la tarea de levantar y construir ha sido tomada por muchos en el campo de la comunicación como una tarea utópica, difícil e imposible.

         Derrotar el pesimismo y la angustia que genera el caos, la depresión que corrompe el verbo primero para borrar al sujeto después tiene que llevarnos como consecuencia a predicar nuevos modelos de comunicación cercanos a la gente que lo potencien como ciudadanos y lo fortalezcan como sujetos activos del cambio social que tanto se preconiza en nuestras élites pero que tan poco forma de visualización tiene en el ejercicio práctico y masivo de su acción popular. Ficcionar la posibilidad de dar poder al ciudadano puede ser en muchos casos sólo una labor literaria y no periodística. Entusiasmar a gente analfabeta en el valor del verbo y el sentido activo del sujeto vuelve en lugares como el Paraguay con un 56% de analfabetos reales y funcionales una tarea doblemente audaz, difícil y a veces ingrata. Pero, por todo, ello aún más rica en compromisos que permitan que el caos no lleve a muchos a preferir el suicidio político de escoger líderes mesiánicos como Oviedo o descreer en la democracia como sistema político capaz de construir oportunidades para todos.

         Lejos de la ficción pero muy cerca de la realidad nos queda sí el compromiso de entender que el periodismo ni es el relato frío y desapasionado de los hechos ni el participativo y cómplice con los políticos; es, por sobre todo hoy más que nunca, la posibilidad de contarle a la gente el tiempo que le toca vivir, las posibilidades que se abren, los peligros que le acechan y las posibilidades de supervivencia que se abren. No parece poco en medio del caos y la angustia que nos toca describir, acompañar y acaso padecer todos los días.




NUEVAS OPCIONES


         El periodista Paul Malamud habla de algunas alternativas y se refiere al periodismo cívico diciendo que es "un nuevo movimiento que invade las salas de redacción estadounidenses. Se les pide a los periodistas que dediquen más tiempo a escuchar los problemas de la gente común y corriente y que traten de comprender las fuerzas fundamentales que sustentan el cambio social en lugar de emplear su tiempo en informar solamente sobre las declaraciones políticas del día de bandos rivales". La gente común está harta de las querellas personales entre líderes políticos que utilizan a la prensa para mantener su vigencia, gente que hace campaña permanente desde la prensa excitándola con insultos o rumores que son publicados de manera generosa por los medios, que encuentran que eso resulta atractivo para mantener los ratings de audiencias pero para reducir la calidad de nuestra democracia hasta el límite de ponerlas en peligro de supervivencia. Quizás estemos descubriendo la economía de publicar ideas en las llamadas prensa de provincias, las gratuitas y las páginas en Internet. Tal vez sean nuevas formas de comunicación que desafían a las tradicionales, más interesadas en mantener sus vínculos con el cuestionado poder político al que muchas veces sirven y con quienes terminan abrazados en desmedro del común de la gente que espera de la prensa un verdadero contrapoder o un mecanismo de servicio antes que un cuarto poder que compite con los demás para mantenerse en relación y alianza con ellos pero en detrimento de su mandante principal: el lector, oyente o televidente. Es tal vez la tecnología una apuesta de alternativa a lo que tenemos. Corporización, transnacionalización, distancia y baja calidad de contenido. Así como Gutemberg desafió con su invento el conocimiento reducido a unos cuantos notables y monjes copistas aislados y celosos, como lo refleja tan magníficamente la obra de Umberto Ecco "El nombre de la rosa", la tecnología bien usada puede ser un poderoso antídoto a esta apatía con que la sociedad mira a su prensa y a esa distancia que tiene la universidad con los hechos que ocurren en la sociedad y en los espacios donde el conocimiento debe tener su significado y razón.

         Participar pero informadamente es el desafío de la prensa en democracia. Ella reducida a las elecciones termina siendo víctima de las formas o demasiada información desprovista de contexto, análisis y contraste tampoco implica tomar decisiones correctas que signifiquen aún aumento de la calidad de la democracia y de su prensa. Estamos votando desde hace un tiempo en América Latina pero nos falta elegir. Falta que la prensa se mezcle más con el ciudadano y entienda sus ansias y deseos y menos comparta la alcoba con el poder político desacreditado en sus viejas fórmulas de administrar el poder y de sostenerlo. Más ciudadanía es la clave para que la democracia tenga sentido más allá del recuento de votos. Ese es el desafío de la prensa en los tiempos actuales. Ese es el llamado de una ética que profundice la calidad del discurso y la información y ese también es, por qué no, la verdadera razón de la universidad nacida para entender el conocimiento en su acepción universal pero con valor local. Y en esto Pulitzer tenía razón cuando pensó que las escuelas de comunicación se consolidarían como centros de formación tan iguales como las de medicina o derecho y es interesante resaltar lo que decía en torno a sí el periodista nacía o se hacía. El periodista norteamericano decía a eso: "¿es que algún crítico puede dar el nombre de algún director que haya nacido ya con alas en los pies como Mercurio, el mensajero de los dioses? No conozco ninguno. La única posición -decía Pulitzer-, que puede alcanzar un hombre en nuestra república por el sólo hecho de nacer, es la de idiota". Educar por lo tanto requiere un rasgo de modestia para admitir nuestras limitaciones y aceptar nuestras responsabilidades. Implica en sí mismo la tarea de comprender la fugacidad del tiempo que nos toca vivir y requiere mucha imaginación para desafiar el pesimismo de muchos y la angustia del resto. Hace muy poco tiempo un grupo de científicos descubrió la fórmula para capturar la luz, la información pasó casi desapercibida pero los efectos del mismo serán notables a largo plazo. Vivimos un proceso de globalización lleno de interrogantes y descalabros que sólo la podemos hacer comprender desde las manifestaciones de protesta y los análisis de los bancos internacionales. Nos falta preparar a la sociedad a la que servimos con los insumos básicos para entender estos fenómenos y para no perecer en su dinámica.

         Hay que profundizar lo inmediato. El periodismo de coyuntura tiene que tener obligatoriamente elementos de análisis que nos ayuden a comprender por qué fracasan nuestras democracias, porqué seguimos votando a los que nos engañaron o trajeron la muerte consigo; debemos, más que reflejar los hechos que nos ocurren, diseccionarlos para que la amnesia no termine por derrotar las ansias del continente de vivir en una democracia que funcione y en un espacio de libertad con oportunidades. El reflejo de los hechos no es suficiente. La retórica de los políticos no contenta a los ciudadanos y eso se siente en que cada vez se lee menos y se cree igual en los medios audiovisuales y sus noticias. Hay una evasión de ciudadano que  quiere escapar no de la realidad que le mostramos desde los medios sino de ese vacío que implica escuchar o leer cosas que no sirven para explicar realidad cotidiana y por sobre todo tener elementos que le permitan alterarlas.

         Tenemos sí la obligación de enfrentar con imaginación el tiempo que nos toca vivir y en eso hay una ética constante que es la búsqueda de la calidad informativa y al mismo tiempo el servicio y no el ejercicio del poder al ciudadano que nos lee, escucha u observa. Decía muy bien Soria que la "integración de la ética con la información supone la superación de un elitismo que resulta particularmente grato a la mentalidad tecnócrata. Significa también afianzar en el corazón de la información el compromiso con la calidad. La ética redime a la información de convertirlo en el oficio de tragar sapos". En ese sentido, la universidad tiene la obligación de repensar sus planes de estudio y actualizarlos a los tiempos que nos tocan vivir. Dejar de subyugarnos por la tecnología y hacerla más fácil y accesible al ciudadano es una forma de ayudar a entender el tiempo que vivimos. Debemos hacer de la prensa un puente que nos permita ingresar a este nuevo milenio sin la carga de frustración que significan la violencia, la marginalidad, la ausencia de solidaridad, la amnesia colectiva y el deseo de castigar a los políticos en democracia escogiendo a quien puede terminar con la democracia habiendo llegado al poder por métodos auténticamente democráticos. Repensar qué responsabilidad tenemos en esa angustia informativa, en esa apatía ciudadana y en esta democracia de baja intensidad que cada día gana más adeptos en forma de violencia, subversión o marginalidad. Esa ética de la calidad tiene que ser sostenida por la universidad adecuada a las demandas de la misma sociedad a la que sirven sus egresados, y nosotros los periodistas debemos admitir con una mayor modestia que también somos no sólo parte de las soluciones sino también engranajes del problema que necesitamos resolver. Sólo así será posible entender el valor del conocimiento en este tiempo de hechos y circunstancias tan cambiantes, sólo con imaginación, la misma que tenía Da Vinci para otear el futuro y para ver en él oportunidades y no de decadencia, peligro o muerte.

         El desafío no es pequeño ni para la universidad ni mucho menos para los que abrazamos este oficio de contar historias y de hacerlas cercanas a la imaginación y la realidad de la gente. El paso es grande pero también hoy los mismos factores que nos impiden ver las oportunidades curiosamente se podrían constituir en aliados para acercar al ciudadano a una prensa responsable y cualificada que no tenga otra alianza más que con el lector preocupado e inquieto que ahora deambula confundido en medio de una avalancha de hechos que no terminan de ser puestos en forma, o sea, informados para que la democracia sea un espacio político febril de participación y la libertad un territorio para la imaginación con opciones para todos.




¿POR QUÉ SER PROLIJOS?


         Sé que tus apuntes no son los mejores, tampoco te echo toda la culpa. No hemos podido tener más tiempo para ti por los rigores del trabajo que esta sociedad del consumo nos impuso. Hay que volver a tener tiempo para los hijos, sé que es fácil decirlo pero no tanto practicarlo. Pero lo que la maestra te observa es que un trabajo bien hecho reconforta, que es bueno sentir al interior de uno que aquello que realizó no sólo lo hizo de forma correcta sino que también de manera limpia. Cuantos exitosos vemos todos los días en nuestro país que levantan la envidia del vecindario pero que en realidad el origen de su fortuna no pasa de ser el resultado de algún robo descarado a las arcas pobres de esta nación de pobres. O aquella que surgió siendo "modelo" pero que acabó siendo lo opuesto. No es fácil representar el éxito conseguido con esfuerzo, inteligencia y prolijidad. Ello cuesta y mucho en un país donde hemos asociado el triunfo fácil y descarado como el paradigma del deber ser. Recuperar el sentido de la confianza en los valores que vuelven la riqueza material una extensión de la riqueza interior no es nada fácil y debemos trabajar todos en ese camino.

         ¿Te imaginás el impacto que tendría en la sociedad que espantáramos con chiflidos al corrupto que ingresa a los lugares públicos o que invada nuestros recintos sin que tuviera un solo costo para ellos? Si sólo pudiéramos hacer eso, sería un gran comienzo. Ser prolijo en lo que hacemos no es ser más listo o pillo que los demás, es, por sobre todo, entender el valor de aquello que cambia la manera como nos vemos en la sociedad. Porque si toleramos y valoramos esa medida del éxito fácil como tal y no nos revelamos con él no veremos a corto plazo que las cosas cambien en el país. Requerirá de mucho esfuerzo lo sé, pero es el mismo que dejamos transcurrir en nuestras vidas de manera tolerante mientras veíamos crecer la hiedra de la corrupción. Hemos tenido mucha paciencia para lo otro ¿por qué no la misma para limpiar la borra que nos hunde como país y nos desmoraliza como ciudadanos?

         Vale la pena el esfuerzo de cambiar. No quiero llenarte de consejos sin demostrarte en la vida práctica que al menos algunos de esos ejemplos lo puedas ver a tu alrededor. Quiero que tu generación no le tenga miedo a chiflar al corrupto descarado que pasea su fortuna mal habida frente a nuestras narices y no respondemos más que con la reverencia de ver a alguien exitoso. Condenémoslo, hagamos que los corruptos sientan que ellos son diferentes a nosotros y nosotros de ellos. Debemos hacer crecer el sentido de solidaridad que transforma los grupos humanos de islas a continentes y que los hace fuertes en el intento. Vale la pena buscar un horizonte mejor que el que tenemos. Hemos visto en más de una década de democracia que siendo tolerantes y piadosos sólo aumentamos la frustración, la pobreza y la marginalidad y al mismo tiempo estimulamos las soluciones mesiánicas tan nefastas como el mal que quisimos erradicar. Debemos encontrar en nuestra conducta particular la fuerza que haga que incluso aquel que desea tomar decisiones por nosotros sepa que habrá quienes lo reclamen y con fuerza el cambio que sugieren. Hagamos en fin de nuestra conducta un fermento de cambio que se proyecta en cada cosa que hagamos en la vida.

         Una tarea prolija y bien hecha como la de matemáticas que nos enseña a ser justos, la de ciencias sociales que nos permite ver al mundo en su magnitud, la de comunicación que nos acerca, el arte que nos enriquece o el deporte que nos da bienestar deben ser hechos con rigor y prolijidad. Porque sólo así espantaremos a nuestros fantasmas y los ejemplos decadentes que nos muestran el grado de enfermedad por la que atraviesa esta sociedad a la que de tanto descaro le han llenado de pesimismo y desconcierto. Vale la pena cambiar y si hiciéramos un pequeño gesto en esa dirección, valdría la pena. Requiere algo de coraje pero, por sobre todo, de convencimiento de que en realidad vale la pena hacerlo. Cuántas veces escuchamos que nuestros políticos lo harán y cuántas veces nos frustramos de ésa incapacidad y falta de voluntad que exponen para alterar aquello que está podrido o viciado. De tantas frustraciones le hemos perdido fe a la democracia y eso es lo malo. Tu generación no puede concebir la idea de que por algunos sea mejor optar por la dictadura y su falso orden y prolijidad. No quiero que lo olvides: lo que somos es el resultado de años de oscuridad y marginamiento. No hay casos de países democráticos donde el consenso ciudadano no le haya dado legitimidad al sistema. Por eso es importante participar y por eso es de vital importancia que tu generación no tuerza el brazo diciendo que porque la tarea es larga y difícil es mejor concederle a alguien que lo sabe hacer para que lo haga por nosotros. Esa no es la solución ni muchos menos. Esos ya sabemos cómo dejan los países cuando se van. Más pobres y marginados y lo peor con una herencia nefasta donde los valores que construyen o son declarados decadentes o son calificados de obsoletos. Levantar el país significar algo más que buenos propósitos. Implica, por sobre todo, el deseo de vernos libres de nuestros miedos atávicos a la unión, a la solidaridad, a la voluntad de alterar las cosas y al compromiso que debemos asumir en pequeño en cada lugar que nos toque vivir para hacer las cuestiones distintas. De lo contrario, veremos cómo siempre un país donde no vale la pena vivir y en donde cuando volvemos, como lo hicimos nosotros, cada cierto tiempo muchos nos preguntan por qué lo hicimos si en el Paraguay no vale la pena vivir. Eso no quiero para ti y para tu generación.

         Ambiciono si el deseo abierto que el mundo sea tuyo, que no te lamentes de haber nacido en el Paraguay y que vuelvas a él cuando termines de haber aprendido algo más. Quiero que entiendas que la tarea más grande y desafiante que te toca es hacer de tu país tu deber y encargarte de él como cuando descifras alguna prueba en matemática o descubres alguna isla en el Pacífico; quiero que lo hagas también con prolijidad, que no le temas al qué dirán, que te valgas por ti misma y que cuando te digan de dónde sos ni tengas vergüenza y menos lo digas con apresuramiento. El país es una lección para todos, lo es más para nosotros como padres de la primera generación de paraguayos nacidos fuera del cautiverio. Vos perteneces a esa generación y tenés la obligación de hacer mejor las cosas que nosotros. Pero también debemos darte el ejemplo de los valores que esperamos de ti. Hay demasiados padres que quieren para sus hijos lo mejor pero sin incapaces de proyectar en su vida cotidiana los valores que esperan de ellos. Por eso estos apuntes dedicados para ti sobre algunas preguntas que me hiciste a lo largo de estos 11 años tuyos. Naciste un 12 de marzo, semanas después del golpe militar, estuviste en el vientre de tu madre cuando ella intentaba saber si aún estaba vivo o muerto en Investigaciones, cuando no sabíamos si volver a Paraguay era recomendable o sano como me lo dijo el enviado de Naciones Unidas para refugiados en el aeropuerto de Miami cuando volvía de Guatemala y quería ir a Asunción. Quiero para ti un país mejor que el que recibí y porque tus abuelos también soñaron que sea mejor que el anterior de ellos. Quiero que tengas el valor de tus bisabuelos que después de la guerra del Chaco creyeron que era posible mover las más grandes montañas porque tenían fe y mística en su país, fueron agricultores y campesinos que soñaban con una nación libre, quiero que seas como tus bisabuelas, que hicieron que durante la misma guerra el Paraguay tuviera un crecimiento nunca antes logrado en el siglo pasado. Esas mujeres guapas que no le tenían miedo al futuro y que con cada hijo redoblaban sus ganas y compromisos en el país. Quiero que los recuerdes altivas y con la frente limpia caminando hacia el futuro. Quiero que seas vos una paraguaya que crezca sin temor y con valor para caminar hacia un mejor destino.

         Aquí, en esta universidad de Harvard, donde hoy te escribo, se forjó una legión de grandes pensadores que hicieron de este país la nación que es hoy. Aquí Emerson, Longfellow y otros quisieron que su sociedad sea mejor. Aquí pensaron y sonaron. Aquí construyeron los sueños de una generación que transformó las cadenas del imperio inglés en la fuerza transformadora de un país que creció sin complejos y traumas y que tuvo la fuerza de levantarse de sus derrotas y miserias cuando fueron necesarias. Es invierno en Cambridge y verano en nuestro querido Paraguay, las noticias que llegan no son las más optimistas, tus hermanos jóvenes no comparten lo que pasó después de marzo, cuando creíamos que una nación distinta nacía. Me alegro de haber acompañado esos esfuerzos pero no dejo de sentir la misma frustración de tus hermanos jóvenes cuando vemos que no nació el país que queríamos. Tampoco esa es una labor a corto plazo, hay que seguir intentándolo. Como lo hicieron quienes convencieron a medio país que era bueno para ellos la dictadura. Predicar los valores de la democracia requiere por lo tanto la misma constancia y fortaleza.

         Te dejo estos apuntes no como guía sino apenas como un cuaderno de bitácora donde se refleja la difícil y complicada navegación hacia la democracia en un mar turbulento y a veces pestilente. Quise contestar algunas de tus preguntas vitales e importantes para tu edad que quizás cuando lo mires en retrospectiva serán tan infantiles y sin sentido pero que habrán servido para que crezcas y creas en ti. Y a mí como pretexto para responderme en tus preguntas a muchos de los interrogantes que también me hago todos los días.

         Estaré siempre a tu lado en la navegación hacia mejores horizontes y seré paciente como el faro en la oscuridad para reflejar los mejores sitios donde atracar en la espera de un país que se haga digno con nuestra dignidad y, por sobre todo, con el futuro de tu privilegiada generación.

 

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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