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JUAN EDUARDO DE URRAZA

  ENTREVISTA CON EL KURUPÍ - Cuento de JUAN DE URRAZA


ENTREVISTA CON EL KURUPÍ - Cuento de JUAN DE URRAZA

ENTREVISTA CON EL KURUPÍ

Cuento de JUAN DE URRAZA

 


A modo de introducción:

El Kurupí es un ser de la mitología guaraní represen­tante de la fertilidad y virilidad, normalmente descrito como un hombre bajo, con rasgos indígenas, moreno, del­gado, y que tiene el órgano reproductor de un tamaño so­bredimensionado, enrollándoselo alrededor del cuerpo en siete vueltas para poder caminar y realizar sus actividades con soltura. En épocas precolombinas, e inclusive actual­mente en el campo paraguayo, todavía se responsabiliza al Kurupí de los embarazos de las jóvenes solteras. El Kurupí es hijo maldito del espíritu del mal Guaraní (Tau) y de Kerana, hija de un cacique. Tiene otros seis hermanos, de los cuales sólo uno tiene apariencia semejante a la huma­na: el Jasy Jatere, y los demás son simples bestias monstruo­sas y terriblemente peligrosas: Luisón, Moñai, Mboi Tui, Ao-Ao y Teju Jagua.

La mano del entrevistador temblaba de forma in­usual. Presionó el botón de grabación de su antigua y fiel compañera grabadora, y esperó unos segundos antes de hablar. A pesar de haber reporteado a grandes figuras del espectáculo, la política y el deporte, la personalidad actual lo ponía tan nervioso como si esta fuese su pri­mera vez. Y es que tenía ante sí a una de las primicias más grandes del mundo, una que por fin demostraría su calidad de periodista y de investigador.

—Siendo las diez horas de un doce de enero del año 2002, en la ciudad de Asunción, se inicia una entrevista que quedará registrada en esta cinta, realizada por Ger­vasio Fuentes... Bueno, comencemos... Dígame señor su nombre, edad, dirección, lugar de trabajo...

Un hombre de treinta años se encontraba del otro lado del escritorio, los cabellos medianamente largos y pajizos, ojos grandes y negros, una sonrisa torcida, pe­tiso, no alcanzaba el metro sesenta, y con una pancita que denotaba años y años de cerveza sin control. De to­dos modos, irradiaba un carisma irresistible, atrapante, hipnótico.

—Me llamo Kurupí, vivo desde que existe nuestra cultura, por ahora resido en el edificio Curupayty, oc­tavo piso, y de profesión... Podríamos decir que soy jor­nalero.

—¿Jornalero? —inquirió el periodista.

—Sí —aseveró el otro—. Por decirlo de alguna ma­nera. Hago lo que sea necesario para subsistir... Antes, en épocas precolombinas, simplemente me tiraba bajo un árbol y comía de su fruta, durmiendo con las estre­llas como techo. Pero ahora, desde que vine a la ciudad, tengo un confort, un estilo de vida que mantener, y eso se paga con metálico, no hay otra forma. Por lo tanto tengo que trabajar.

—¿Y qué tipo de trabajos realiza?

—De todo... Por lo general, debido a mis dotes privi­legiadas, trabajo de gigoló, y me va muy bien, pero aho­ra, con la crisis, ni las “señoras bien” casi pueden pagar mis servicios. Es por eso que estudié en la universidad, y me recibí de administrador de empresas, abogado, ana­lista de sistemas y bioquímico.

—¿Todo eso?

—He tenido mucho tiempo para estudiar, y además ese es un buen lugar para conocer jovencitas... Ahora estoy viendo la posibilidad de hacer un máster en la Universidad Nacional, lo que me abriría puertas en el extranjero, quién sabe...

—Acaba de mencionar existir desde siempre, y haber tenido mucho tiempo para estudiar... —Fue guiando la conversación el interlocutor—. ¿Es usted humano?

—Sí, y no. Sí porque si me ves, te darás cuenta de que no me falta nada para ser humano, ni en mi aspecto ni en mi forma de vivir. Mi madre, al fin y al cabo, era humana. Y no, porque tengo una chispa divina que me hace especial, e inmortal.

—¿Por qué viniste a la ciudad? ¿Tus límites no esta­ban delimitados a la campaña? —preguntó el reportero en un tono más coloquial.

—Antes, en épocas de los indios guaraníes, nóma­das por naturaleza, yo paseaba por el mundo buscando tribus con quienes entretenerme. Pero al crearse las ciu­dades, se hizo todo más fácil, puesto que mucha gente se amontona aquí y no hay que caminar kilómetros y kilómetros en busca de algún ser humano. Además, me aburrí de las chicas del campo, tan inocentes, que uno tiene que enseñarles todo, y encima al terminar se que­dan enamoradas de vos... Las muchachas de la ciudad ya están en otra onda, todo es sin compromiso ni culpas...

—Así que ahora centra sus actividades en la ciudad capital, y no va más por el campo.

—No compañero, no sea así de extremista. Hago viajes periódicos al interior, para cumplir con mis obli­gaciones en todos los rincones del país. Pero como cada vez más gente se acumula aquí, no tengo tanto trabajo afuera.

—Saliendo un poco del tema... y sin ánimo de ofen­der, yo siempre imaginé que un ser mitológico como usted, sería bruto, ignorante, que probablemente habla­ría sólo guaraní, de hecho, yo había venido preparado para hacer la entrevista en guaraní, pero como usted me recibió en un castellano tan correcto...

—Ah —lo interrumpió el interpelado—. Sí. Como te dije, los tiempos cambian, y hay que adecuarse a ellos.

He estudiado mucho, hice la primaria y la secundaria en colegios para adultos, y aprendí rápido el español, inglés, italiano, francés, y hasta latín. Si te hablara mi guaraní, el puro, el de los indígenas precolombinos, no entenderías nada, puesto que tiene poco en común con el jopará al que estás acostumbrado.

—¿Y de qué le sirve tanta cultura, tantos idiomas? —le preguntó el periodista.

—Variedad, chera’a, variedad. Como te mencioné, aquí en la ciudad hay de todo. Desde empleaditas del campo hasta jóvenes de intercambio suecas que vienen por AFS... Y yo le cumplo a cada una de ellas. Así el diálogo es más fácil. Y ni qué decir cuando me tomo vacaciones, y echo unos polvitos en tierras lejanas.

—¿Vacaciones?

—¿Y qué? ¿No tengo derecho a tener vacaciones? —Se molestó el hombre—. Lo vengo haciendo desde 1880 más o menos. Un viajecito cada tres o cuatro años. He recorrido muchas partes del mundo.

—Y dígame señor... —Gervasio esperó unos mo­mentos para lanzar su pregunta, pensando la mejor fra­se posible—. ¿Es cierto todo lo que se dice de usted, el mito del Kurupí?

—Muchas cosas sí, otras no tanto. Soy un ser viril, insaciable, sin duda. Pero la mayoría de los hombres pa­raguayos son así, por lo que tanto no me distingo de ellos, y las mujeres lo mismo, de otro modo no necesita­rían de mis servicios...

—¿Y el tema del tamaño, eso de que la lleva enrollada en la cintura?

—¡Ah! Esos sí que son inventos —rió el interpela­do con ganas, mostrando el hueco de un molar en la mandíbula—. Es cierto que estoy bien dotado, supongo que el clima ayudó en eso, pero no es para tanto. Con esta ropa de ahora es bien difícil disimularlo, ya que todos los pantalones y jeans son bastante ajustados, y los shorts muy cortos. He tenido que inventar métodos como el de la faja, que me ata el miembro a una pierna...

Si hay algo que extraño es andar con todo colgando nomás... Ahora sólo puedo hacerlo en el campo, y ni siquiera allí, porque las ciudades del interior también se han civilizado mucho.

—Ahora le haré una pregunta que todo hombre que lea el artículo querrá saber: ¿Cuál es su secreto con las mujeres? ¿Cómo hace para conseguir lo que quiere?

—Ufff... Ese sí que es todo un tema. En un principio, yo les silbaba por las siestas en las ventanas a las chicas, y cuando ellas se asomaban y veían la mercadería libre al sol, era suficiente.

—¿Les silbaba por la siesta? —inquirió sorprendido el reportero—. Yo siempre creí que el que hacía eso era el Jasy Jatere.

—Ese es un invento de las madres que no querían que sus hijos molesten a la hora de la siesta. El Jasy Jate­ré no existe. En realidad el Pombero es mi séptimo her­mano, lo que hubo es una confusión histórica nomás.

—¿Y sus demás hermanos?

—Los otros sí existen. Acá tengo justamente al Pom­bero quedándose unos días conmigo, mientras consigue una casa hacia Lambaré donde mudarse. Estaba vivien­do cerca de la terminal de ómnibus, pero la cosa está muy peligrosa por ahí, y después del último asalto, don­de lo hirieron con cuchillo, decidió mudarse a otra par­te. Pero el pobre es muy bruto, no le da para estudiar, por lo que trabaja de albañil, sereno y ese tipo de cosas, y gana muy poco. Estuvo un tiempo en Argentina, pero con la crisis y todo eso decidió volverse.

—Me gustaría conocer a su hermano, si se puede — pidió Gervasio.

—Ahora no, tal vez un poco más tarde. Si lo desper­tamos en este momento estará de mal humor, y esa no es una buena idea.

—¿Y los otros?

—Los veo de vez en cuando, pero debido a que ellos no pueden pasearse por la ciudad de la manera que yo lo hago, sólo podemos reunirnos en el campo, en la casa de alguno. Normalmente aprovechamos la Semana Santa y la época de Año Nuevo para hacerlo. Hay historias que cuentan que ellos murieron, pero son falsas, están vivos y sueltos por el mundo, sólo que se han alejado o prefieren estar escondidos y lejos de la civilización.

—Entiendo... Pero prosigamos con la entrevista en­tonces. Me estabas contando las técnicas que utilizás para conseguir lo que muchos hombres quieren y no pueden.

—Bueno, como te decía, antes era simple. Iba, to­maba desprevenida a la chica, pum, y listo. En la época de la colonia todavía preferí el campo, pero luego, al ir creciendo las ciudades, y aglomerándose gente un tanto más preparada, tuve que ir cambiando de estrategias. Leí Cyrano de Bergerac, Romeo y Julieta, poemas de diversos autores, y tuve que empezar con el tema de las cartas románticas y encuentros furtivos bajo la luz de la luna. Esa época no me gustó tanto. Los prostíbulos nunca fueron solución, puesto que por mi honor he ju­rado nunca pagar por el placer, tal vez cobrar en todo caso... Bueno, a inicios del siglo veinte viajé a Brasil, y me radiqué en el norte, donde había un liberalismo ma­yor en el sentido que nos importa, y volví acá recién en la época de Stroessner. Por suerte ya abrieron algunos pubs y discotecas, y el levante se facilitó bastante, ya que las fiestas patronales, mi lugar preferido, se empe­zaron a llenar de chiquilines y se convirtieron en una kermés prácticamente. Pero ahora descubrí un método mucho más sencillo: Internet.

—¿Internet? —repitió el periodista.

—Sí, con Internet todo se hizo más fácil. Hay fo­ros o chats sólo de sexo, donde uno pone un tópico del tipo “Tengo 60 centímetros para compartir”, con su dirección de e-mail, y te llueven propuestas. Es cierto el dicho que dice “todo el que chatea es feo hasta que demuestre lo contrario”, pero me he encontrado con feas habilidosas y con bombonazos muy tímidos que, gracias al anonimato, se despertaban a noches enteras de pasión descontrolada. Prácticamente mis últimos levantes fueron todos por Internet. Puse ahora una co­nexión wireless, para no pagar tanto teléfono, porque me venía una cuenta monstruosa, y aprovecho para ba­jar MP3 o warez mientras preparo la actividad de cada noche. También tengo mi propio sitio web: www.Kuru­piOnLine.com.py.

—¿Sí? ¿Y qué ponés ahí?

—Chistes, fotos eróticas, algunos mitos y leyendas paraguayos, y tengo una zona secreta con fotos y videos obtenidos durante mis actividades. Además le agregué un foro de discusión sobre temas “hot” y estoy viendo la posibilidad de poner un chat también. Tengo muchas vi­sitas al día, y banners con propagandas de los principales moteles de Asunción, e inclusive algunos del extranjero.

—Voy a echarle un vistazo entonces, ya que nunca había escuchado de él. Pero decime, con estos cambios ¿Pasaste de tener tus actividades por las siestas a tenerlas por la noche?

—Lo que pasa es que normalmente la gente traba­ja todo el día y no tiene mucho tiempo hasta la tarde, salvo algunas colegialas... —El hombrecito sonrió—. Y algunas mujeres empresarias que se escapan al medio­día, y en vez de almorzar están conmigo, corneando al marido. Pero las chiquilinas son un caso serio, algunas me manejan mejor que las grandes señoras de antes, con años de experiencia... Estas chiquillas que ni terminan el colegio me enseñan cosas y me piden posiciones del Kamasutra que ni siquiera conozco. El año pasado una salió con que quería probar la “posición del cangrejo”, y, avergonzado tuve que decirle que no sabía como era...

—¿Y siendo esa tu especialidad no leíste el Kamasutra?

—En ese momento no, pero ahora sí, porque no quiero pasar semejante papelón de nuevo. Lo que pasa es que todavía estoy un poco en el viejazo, donde las cosas se hacían pero no se hablaba de ellas. Uno iba, se subía encima y listo. En cambio ahora está de moda eso de hablar del sexo y discutir lo que uno quiere, le gusta o le disgusta, y no es mi costumbre hacerlo. Pero estoy aprendiendo.

—¿Cuántas veces al día realizás tu “trabajo”? —pre­guntó Gervasio con picardía, continuando el tema ca­liente.

—Si es por capacidad, todas las necesarias. Pero en la realidad de tres a cinco. El tema es que con el calor que hace últimamente, no da ganas salir del aire acondicio­nado para saciar a una tipa durante el día. Si en cambio organizo mi agenda y hago un combo tipo tour, donde recorro varias casas y moteles de una vez, entonces sí salgo.

—¿Y no te aburre, o te cansa, tanta actividad sexual?

—Yo fui creado con una misión, y por lo tanto estoy preparado física y psicológicamente para llevarla a cabo. Me siento pleno cuando lo hago. Debido a eso no me aburre ni me cansa... Bueno, de todos modos, me tomo el primer lunes de cada mes de asueto, por lo general voy a un spa en busca de atención y masajes, y en ese día no tengo actividad erótica.

—¿Tenés una idea de cuantos hijos has procreado?

—Uyyy... Esa pregunta es espinosa. Lo que te puedo asegurar y jurar es que son muchos menos de los que se me atribuyen. Eso de que “vino el Kurupí y me emba­razó” es normalmente mentira. Las adolescentes acele­radas salían con esa estupidez siempre que hacían sus cosas con el novio sin pensar en las consecuencias. Yo, por mi parte, tengo la habilidad de saber por el olor de la mujer si está en un momento de peligro o no, y procedo únicamente si estoy completamente seguro que no va a haber resultados del hecho a los nueve meses. Es cierto que a veces me equivoco, pero eso es muy poco común.

—¿Y no te preocupa el tema del SIDA? ¿Te cuidás de alguna manera? —inquirió el cronista.

—Me preocupa un poco, pero qué puedo hacer. No hay preservativos para mi talla, por lo que debo practi­car un sexo “seguro” basado únicamente en mi instinto. Como en el caso anterior, también puedo darme cuenta de si una persona está sana o aquejada de algún mal de esos, sobre todo del kypé. Con ese me curé de espantos una vez, y no quiero ni pensar en ello... De todos modos al no ser realmente humano, la mayoría de las afeccio­nes no me hacen efecto o se curan enseguida.

—Esta pregunta es de índole personal. Si querés con­testarla hacelo, y si no, dejala pasar —dijo el periodis­ta—. ¿Sos heterosexual a rajatabla o no?

El ser pensó por un momento en la respuesta:

—Sí —afirmó—. Soy heterosexual. No puedo ne­gar que a lo largo de mi vida, que ha sido por demás prolongada, me crucé con jóvenes muy lindos, de ten­dencias que te imaginarás, con los que ocurrieron algu­nas cosas. Y ahora están cada vez más churros y metro­sexuales, como si se hubiera puesto de moda estar en la otra vereda. Pero no es lo normal, ha ocurrido muy de vez en cuando, y nunca hice de pasivo, vale la pena aclarar... —El Kurupí sonrió socarronamente—. Varias veces estuve viendo cómo son las cosas en el bar ese, acá a dos cuadras... El de acá cerca... Bueno, no me acuer­do el nombre, pero he visto a los muchachos en busca de otros muchachos, más por curiosidad que por otra cosa. Ah, y cuando recién aparecieron los travestis en la ciudad, en la década del ochenta, caí como un idiota con algunos de ellos, que me engañaron desagradable­mente. De repente pasaba por la esquina, y veía a una prostituta alta, linda, agradable, de buen cuerpo, y que me decía “con vos gratis la primera vez”, y yo no ponde­raba, puesto que era un milagro increíble... Encima me calentaban todo mal, ya que saben hacer bien el trabajo previo. Y al final, cuando me daba cuenta de la realidad, ya era tarde, porque no me iba a quedar con las ganas... Pero como te dije, no es lo normal, y no me considero bisexual de ninguna manera.

—Me has dejado sorprendido —afirmó Gervasio—. A ver... —dijo leyendo su libreta con anotaciones, casi completamente tachada—. ¡Ah! ¿Alguna artista famo­ sa, personaje de la farándula o histórico que haya caído en tus manos, o mejor dicho, en tu entrepierna?

—¡Muchísimos! —exclamó el petiso—. Pero prefie­ro mantener sus nombres en el anonimato, por respeto a quienes ya no están, y para evitar problemas con las que todavía viven. Tú sabes el dicho: “Caballero no tiene memoria”... y “El que come callado, come dos veces”... Sí te puedo asegurar que la mayoría de las “modelos” las he probado, inclusive las más caras, y en el fondo no son la gran cosa. También damas de muchos políticos y empresarios conocidos, y cantantes o artistas de cine del extranjero, puesto que he realizado viajes exclusi­vamente para conocer a algunas. También a la famosa Madama, pero dejémoslo ahí.

—Bueno, y ya que no podés dar nombres de quienes han caído... ¿Te animás a dar el nombre de alguna que se te haya negado?

El Kurupí se puso tenso, trayendo recuerdos remo­tos, frunciendo las cejas— Hubo algunas pocas... — dijo—. Sobre todo santas, vírgenes y castas. Alguna que otra monja, pero pocas... Hace un tiempo conocí a un par de lesbianas, de esas que no quieren siquiera probar a un hombre, y me rechazaron sin miramientos... Pero ya me he recuperado. Prefiero no hablar del tema. Ah, y si te preocupan tu madre y tu hermana... Pues tampoco han caído en mis redes aún.

—¿Y te has enamorado alguna vez de una mujer? — Cambió de tema Gervasio nerviosamente.

—He llegado a tener parejas estables algún tiempo, tipo novias. Pero como no soy humano, no tenemos fu­turo. Por lo tanto todo se reduce a varios encuentros a lo largo de un año o dos, a pasear o viajar juntos, ir al cine y todo eso, en muchos casos sin actividad sexual en todo ese tiempo, puesto que es lo que me sobra con las demás... Pero al final tengo que dejarlas nomás, antes que descubran lo que soy en realidad o que se encariñen demasiado conmigo.

—¿Y nunca has pensado ir al psicólogo para tratar tu obsesión?

—¿Psicólogo? ¿Obsesión? Yo no tengo ningún desor­den mental. Yo no soy humano, soy un ser creado para el sexo, nada más. Ya te lo dije, existo porque se me necesita. Cuando ya nadie precise mis servicios, dejaré de existir, puesto que ya no tendré razón de ser.

—Bueno... Para ir cerrando entonces la entrevista. Físicamente no sos un privilegiado, si bien intelectual­mente veo que estás muy bien preparado, pero, como vos mismo dijiste te has ido cultivando en los últimos años, por lo que en la época de la colonia, o antes, su­pongo que estarías al mismo nivel del Pombero...

—Así es.

—¿Entonces, podés explicarme porqué sos tan irre­sistible para el sexo opuesto? Es como la música esa “Que tendrá el petiso”...

—Ah, eso se llama carisma, tacto, saber hacer las cosas. Saber qué decir y qué mostrar en el momento adecuado, cuándo ser furtivo y audaz y cuándo con­servador. Son virtudes que me acompañan desde el nacimiento... Cada una quiere ser tratada de diferente manera, o le seduce algo distinto. Y, lo más importan­te, ellas no me ven así... Puedo trasfigurarme, parecer alto, rudo, o delicado, mestizo o nórdico... Recuerda que en realidad soy un ser mítico, y mi forma no es real. Ellas ven en mí su hombre ideal, yo reflejo sus expecta­tivas más profundas y escondidas, y así me recordarán siempre. Lo que yo sea verdaderamente, en el fondo, no importa. Tú mismo estás reflejando en mí tus deseos, recuerdos y preconceptos, y por eso me ves tal cual es­toy frente a ti. Pero tampoco soy esa visión que tus ojos perciben ni tengo la voz que oyes.

—Entiendo —susurró Gervasio, concentrándose e intentando verlo diferente, utilizando su imaginación, pero sin lograrlo. Probablemente sus preconceptos es­taban demasiado arraigados como para cambiarlos de forma racional—. Entonces no hay una receta para que nosotros, los feos, seamos más deseables.

—Siempre la hay. Podés comprarte una moto gran­de, sobre todo si sos gordito y pelado, o un descapota­ble, tener mucha plata, ser fashion, o usar Internet. Mu­chas parejas serias o sólo de una noche sin compromisos se han formado allí, y por lo que veo funciona bien.

—Ya veo, voy a probar eso entonces, porque lo otro no creo que pueda... —Gervasio sonrió—. Y bueno, una última pregunta, ya fuera del artículo que escribiré y de esta entrevista —dijo el hombre, apagando la gra­badora—. ¿Por qué me estás contando todo esto? ¿Por qué me llamaste para que te haga una entrevista?

—Porque estaba cansado de que se mienta sobre mí, de que se tergiversen los hechos, de que se crea que soy un mito extinto, porque mi nombre se pronuncia cada vez menos. En el campo, algunas chicas no me reco­nocen cuando aparezco... Nos invaden todo el tiempo con mitos extranjeros, como el Yeti, el monstruo del lago Ness, Pie Grande, el Nahuelito, el Chupacabras, los ovnis, el Área 51, los dinosaurios de Jurassic Park, y todo eso; pero se olvidan de nosotros, los verdaderos, los que existimos dentro de nuestras fronteras. Y quiero una reivindicación ahora.

—Pero no querés que te saque fotos.

—No. Difícilmente una película capte mi esencia verdadera, la cual es invisible, y la verdad es que no espero que publiques esto en un periódico serio, sobre todo porque harás el ridículo, y cuando me busques ya no estaré más aquí, y no tendrás prueba alguna más que tu grabación. Lo que quiero es que guardes esta conversación un tiempo, la mastiques, y la publiques en algún lugar donde puedan tal vez creerte, y quienes no lo crean, lo lean como un cuento, y les afecte por lo menos inconscientemente, cambiándole sus conceptos sobre mí. Te recomiendo alguna revista de ciencia fic­ción, un libro de relatos o una antología de narrativa.

—Está bien, pensaré en eso. Desde ya agradezco la invitación que me has hecho, y lo sincero que has sido conmigo.

—Por favor, fue todo un placer —le respondió el hombre de cabello hirsuto, pasándole la mano y acom­pañándolo al ascensor.

Al salir de la habitación y cerrarse la puerta detrás suyo, Gervasio dudó por un momento de los instantes recién vividos, pensando si no fue todo una alucinación o un sueño. De todos modos no tuvo el coraje necesario para volver a abrir la puerta, pensando que tal vez en­contraría una habitación vacía.

El hombre volvió a su trabajo, a su vida normal, y una vez interiorizada esa verdad, sabiendo que pasaría por loco si la publicaba, transcribió la entrevista y me la dio, para publicarla junto con mis cuentos que sabía pronto divulgaría. Yo simplemente le agregué algunos matices y la hice más entretenida y agradable al lector convencional o de ficción. Y ahora esta historia ha lle­gado hasta ti, querido compañero. Tal vez sea verdad, tal vez fantasía, pero sólo se puede afirmar que la fe va mas allá del razonamiento, y que la verdad... está allá afuera... (Y en este caso, actuando en nuestro entorno).

 

 

 

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SEP DIGITAL - NÚMERO 2 - AÑO 1 - ABRIL 2014

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