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ALEJANDRO HERNÁNDEZ Y VON ECKSTEIN

  JUNTOS POR SIEMPRE - Cuento de ALEJANDRO HERNÁNDEZ Y VON ECKSTEIN


JUNTOS POR SIEMPRE - Cuento de ALEJANDRO HERNÁNDEZ Y VON ECKSTEIN

JUNTOS POR SIEMPRE

Cuento de ALEJANDRO HERNÁNDEZ Y VON ECKSTEIN

 

—Verónica, se está tomando muy a pecho la situación de este paciente cuyo estado sólo un milagro puede revertir —dijo, suponiendo mi inconciencia, el médico a la enfermera que con esmero me había atendido los últimos cuarenta días—. Vaya a descansar. Por si no se percató su turno ha terminado hace un par de horas.

—No se preocupe por mí, doctor. En cuanto a los milagros…

La conversación fue interrumpida y el sonido persistente del monitor y el de otros equipos a los que estaba conectado pasó a segundo plano, ante el alboroto de sirenas y correr de médicos por el pasillo contiguo a la habitación.

—Doctor, ha ingresado a Urgencias una paciente con muerte cerebral —dijo una enfermera que ingresó bruscamente a la habitación.

—¡La sigo de inmediato! —respondió el médico dejando mi historial sobre la cama—. Verónica… quédese aquí. Ya sabe qué hacer.

El doctor salió presuroso de la habitación mientras Verónica, siguiendo el protocolo para estos casos, me preparaba para el eventual transplante.

Minutos después el teléfono de la habitación sonó y mis ojos se cerraron.

—¡Ey! ¡Cabezón! Siempre supe que te gustaba vaguear… pero cuarenta días en cama… ¿No te parece mucho?

—¿Paty? ¿Qué haces acá? —pregunté sorprendido al ver a mi amiga sentada en la cama donde me encontraba.

Paty era una de las pocas personas a las que podía llamar amiga con mayúsculas.

Nuestra amistad surgió una fría y luminosa mañana de junio luego de sentarme junto a ella, en uno de los pupitres delanteros del 4º grado “D” de la escuela de mi nuevo barrio.

Ingeniosa, inteligente y cómplice, Paty siempre fue esa clase de hermana del corazón para quien los secretos no existían. Todo compartíamos. Hasta el sarampión tuvimos al mismo tiempo.

—¿Por qué no me dijiste que estabas internado, la semana pasada cuando me llamaste por mi exposición?

¿Creías que no me enteraría? —me regañó, aunque sonriendo angelicalmente.

—Es que te escuché tan feliz por el éxito de tu exposición pictórica en Paris y la posible gira por Alemania que no me atreví a contártelo… ¿Pero quién te avisó?

—Entre nosotros no puede haber secretos que duren… y más cuando presentimos que el otro está en problemas. ¿Acaso yo te conté cuando perdí casi todo en aquel incendio de mi departamento en Buenos Aires? O ¿la vez que casi muero en la avalancha de nieve mientras esquiaba en Innsbruck? Sin embargo tú estuviste junto a mí como por arte de magia.

—Tienes razón, es como si estuviéramos conectados por un hilo invisible… Imagínate si nos hubiéramos casado como te empecinabas en decir cuando teníamos 11 años — dije riendo como no lo había hecho en mucho tiempo.

—Y mira que si hubiese pasado de seguro me hubiese ahorrado unos cuantos golpes de la vida… pero la culpa no fue mía. Tú siempre fuiste un pícaro con las mujeres —dijo golpeando levemente mi brazo con su puño.

—Sí, Greta… vuelves a tener razón —dije con disgusto.

—Disculpa, no fue mi intención hacerte recordar. Yo me refería a Verónica, tu enfermera.

—No te preocupes. Si todo sigue como hasta ahora, pronto no importará su desagradable recuerdo ya que no tendré a este tonto corazón que se acongoje… Disculpa, ¿dijiste Verónica? ¿Qué tiene que ver la enfermera en esta conversación? ¿La conoces?... ¡Sabía que alguien tenía que avisarte!

—En verdad, no la conozco en persona. Pero sí hable con ella al día siguiente a nuestra conversación. Después de colgar el teléfono tuve la intuición que algo ocultabas. Así que después de pasar la noche en vela, decidí llamar al número del que me habías llamado y ella atendió. Tú estabas dormido y Verónica al notar mi pesar me contó todo lo que acontecía, incluyendo lo preocupada que estaba porque tu situación era muy delicada y esa mañana se habían enfrentado a la negativa de los familiares de un posible donante compatible. Gracias a esa conversación tomé conciencia de lo importante que es la donación de órganos y lo egoísta que puede ser el ser humano en esos casos. Así que hice lo que debía al respecto, cancelé la gira, guardé mis cuadros en mi departamento de París y compré el pasaje para el primer avión que venía para esta ciudad.

—Exponer en Berlín fue tu sueño desde que pintábamos con temperas en la clase de dibujo. No debiste…

—¿Sigues con la costumbre de interrumpir a tus mayores? Recuerda que soy cuatro meses mayor —dijo sonriente volviendo a fingir un regaño.

—Está bien, maestra ciruela. ¿Qué quiere enseñarme ahora?

—Nada, simplemente quiero entregarte un regalo — dijo, dándome una caja azul un poco más grande que mi puño cerrado.

Impaciente abrí el paquete.

—¿Qué es esto? No… ¡No puedo aceptarlo!

—Ya no lo necesitaré y tú reemplazaste el tuyo por uno de granito luego que Greta destrozó tus ilusiones dejándote en pampa y la vía. Es hora que te des una nueva oportunidad. Acaso ¿no eres tú el que siempre dices que siempre me salgo con la mía? … Si bien los sueños de esa chiquilla de 11 años no se cumplieron, ¿qué mejor manera de estar juntos por siempre?

Con una extraña y cálida sensación que desde mi pecho irradiaba a todo mi cuerpo, aturdido y con la voz pastosa desperté. El persistente y monótono sonido del monitor volvió a hacerse presente e inundaba toda la estancia, aunque esta vez se escuchaba más acompasado y rítmico.

Verónica, que dormitaba sentada en una silla junto a la cabecera de mi cama, despertó abruptamente y al notar que estaba despierto su rostro se iluminó.

—Lo conseguimos —susurró mientras acomodaba mi almohada y sábanas—. Unos minutos más y se nos muere. En el momento justo encontramos un donante compatible… Una mujer… que fue atropellada al bajar de un taxi aquí frente al hospital.

—¿Quién… era?... ¿Cómo… se llamaba?... —pregunté balbuceando.

Verónica palideció y fingió no escuchar mis palabras mientras hacía que revisaba los equipos que seguían conectados a mí.

—¿La donante era… Paty? ¿Patricia Sandoval? — Volví a preguntar sin obtener respuesta, salvo un par de lágrimas que rodaron sobre las mejillas de la sorprendida joven.

—¡Ay amigo! ¡Amigo! no preguntes lo que ya sabes y que no te responderá alguien que en demasía se preocupa por ti y te ama… Creo que será más difícil de lo que pensé enseñarte a usar mi corazón —dijo Paty con su enorme y angelical sonrisa rebosante de felicidad antes de transformarse en un estallido de luz.

 

 

 

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Documento Fuente: SEP DIGITAL - NÚMERO 9 - AÑO 2 - SETIEMBRE 2015

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SEP DIGITAL - NÚMERO 9 - AÑO 2 - SETIEMBRE 2015

SOCIEDAD DE ESCRITORES DEL PARAGUAY/ PORTALGUARANI.COM

Asunción - Paraguay

 

 

 

 

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