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CÉSAR GONZÁLEZ PÁEZ (+)

  JARABE DE CUENTOS, 2005 - Cuentos de CÉSAR GONZÁLEZ PÁEZ


JARABE DE CUENTOS, 2005 - Cuentos de CÉSAR GONZÁLEZ PÁEZ

JARABE DE CUENTOS 

Cuentos de CÉSAR GONZÁLEZ PÁEZ

Editorial Servilibro,

Asunción-Paraguay 2005


Son 17 cuentos cuya narración se desliza sin ruido ni alharacas, la acción transcurre sentimientos adentro y así los lectores muy sensibles pueden penetrar en el meollo de estas escenas cotidianas, contadas de manera sencilla y accesible.

 

 


LA OBRA DE CÉSAR GONZÁLEZ PÁEZ 

César González Páez es un poeta; en su prosa se refleja el largo ejercicio en el difícil género y ya sabemos todos que quien eludió nadar en el río de la poesía tendrá una prosa pedestre, sin matices, sin que se alumbre con la magia de lo misterioso. Parafraseando a Whitman, habrá que decir que "quien toca a este libro...toca a un poeta".
 
Su lectura es por eso grata y reconfortante, haciéndonos sentir permanentemente el aire de lo irreal, lo que está por detrás de las cosas, haciéndonos un guiño para que entremos, sin miedo, a la habitación del asombro.
 
César González Páez, oriundo de Córdoba, Argentina, pero que vive entre nosotros desde hace años, encerró una llamarada de magia en las apretadas páginas de "CONCIERTO DE CUENTOS", un deslumbrante glosario de situaciones. Es un texto para lectores zahoríes, que sepan ver lo que ocurre detrás de las apariencias, como si todos sus materiales se extrajeran de la irrealidad o del sueño, que es la puerta por donde pasa el asombro.
 
Todo parece ser una autoconfesión delirante. No tiene personajes a quien alentar, un ser vivo cuyo nombre se recuerde. Eso crea la irrealidad que nos envuelve al leerlo. ** Todo lector espera descifrar un acertijo, desenredar una intriga. En este caso más que develar incógnitas, se trata de llegar a los finales sorpresivos, tal como sucede por ejemplo en "DOBLE PROTECCIÓN", una de sus narraciones más sorprendentes. Un humor suave, leve, como la sonrisa de la Gioconda, eleva las virtudes de esta obra como en "UNO EN GEOGRAFÍA".
 
El autor maneja ese humor con destreza y sabiduría, sin excesos inútiles, como debe ser en el difícil arte de contar.
 
Recomendamos fervientemente este libro a nuestros lectores, este "CONCIERTO DE CUENTOS" que estimulará su asombro y su fantasía, cualidades que no son exactamente las más comunes en nuestro medio.
 
 
(Comentario aparecido en Ultima Hora el lunes 26 de octubre de 1998)
 
 
(Poeta paraguayo. Premio Nacional de Literatura Paraguay 1991)
 
 

 
 
 

 
POSTALES AÑEJAS
 
 
Hay anécdotas que nos suceden en la vida y nunca las contamos. A veces nos animamos en rueda de amigos, pero les entra por un oído y les sale por el otro. Cuando nos reunimos los viernes en el bar, todo parece ser un campeonato para ver quién cuenta la mentira más grande, quién es el que conquistó a la más linda y cosas por el estilo. Es que competimos y el resultado es evidente: nadie escucha al prójimo.
 
Como el campo de las letras permite este remanso, este agradable rincón donde las palabras se deslizan en curso legal, es que me tomo la libertad de entretenerlos un poco con mi historia.
 
Dejo constancia de estos hechos porque ya estoy viejo y, ya saben, las palabras no garabateadas o dichas se van con nosotros.
Esto que voy a contar me ocurrió realmente y tiene que ver con mis días como redactor de La Tribuna. Por aquel entonces, ni soñábamos con el ordenador, trabajábamos con la invalorable Olivetti y las Remington... si supieran de qué manera esas marcas me hacen recordar a armas de grueso calibre. Por entonces, apuntábamos una opinión y caía certeramente nuestra presa. Teníamos “ética”, un término que siempre está pidiendo permiso para instalarse en la sociedad, por aquellos días también.
 
Mi trabajo era completamente rutinario, pero muy entretenido: manejaba una sección que se ocupaba de asuntos sociales de antaño. Buscaba eventos de fechas antiguas pero que coincidían con las actuales y comentaba lo que ocurría hace exactamente cincuenta años atrás. Cronicaba tal o cual espectáculo de aquellos días en Asunción, que me imaginaba románticos.
 
Leyendo viejas crónicas, me encontré con una nota muy tierna que hablaba de dos niñas que se presentaban en el Teatro Municipal, centenario templo cultural que hoy está tristemente clausurado.
 
Como les decía, la nota hablaba de dos pequeñas que darían un recital de danza, Vera y Emilce, que bailarían danzas españolas. Una foto aparecía mostrando a las dos precoces artistas.
 
Pensé cómo se verían en estos días, seguramente ya serían mujeres adultas o probablemente habrían muerto o... qué se yo. Se me ocurrieron miles de posibilidades.
 
La nota señalaba que la función era a beneficio de la Asociación del Perpetuo Socorro. Hoy en extinción, ya que nada es perenne y menos una dádiva.
 
Escribí la nota y alguien me llamó para entregarme un recado urgente. No me acuerdo bien si era para anunciar un baile o una kermesse. Ya no se usa más esa palabra, pero entonces era muy común que en cualquier lugar abierto se hicieran ese tipo de actividades.
 
Cuando volví a mi escritorio, el artículo que había redactado no estaba en mi máquina, el jefe de Redacción la había levantado para publicarla... ¡como si el evento fuera a ocurrir al día siguiente! No se dio cuenta de que era para mi columna “Postales añejas”.
 
No pude parar la equivocación y al otro día apareció la noticia y, para colmo, en un lugar destacado. Pensé en un despido, era lo más justo. No podíamos cambiar la noticia, de modo que me armé de valor y me concentré. Debía estar a la hora señalada en el Municipal para explicarles a los probables asistentes que había sido un lamentable error. Inventé miles de excusas y al final comprendí que lo mejor era decirles la verdad.
 
Cuando llegué al teatro me encontré con una fila enorme de gente que esperaba para adquirir su entrada. Me puse más pálido que un fantasma atrapado en un castillo y sin nadie a quien asustar, pero luego me sobresaltó más el hecho de que ¡se estaban vendiendo las entradas!
 
Me puse en la fila, compré un boleto y entré muy avergonzado al recinto. ¿Qué pasaría cuando la gente se diera cuenta de que todo era producto de una equivocación. Señores, anoten esto, se hizo un silencio respetuoso y... ¡comenzó la función!
 
Las hermanitas “Vera y Emilce” dieron su espectáculo matizado con esas equivocaciones que quedan tan encantadoras cuando los niños se suben a un escenario.
Estaba a punto de recordar el número telefónico de un siquiatra amigo, porque estos hechos no encajaban en mi sentido de la realidad. Pero de pronto aparecieron en el escenario dos simpáticas abuelas. “Hoy estamos aquí gracias a una hermosa equivocación. Cuando leímos en el diario que actuábamos esta noche, no lo pensamos dos veces. Llamamos a nuestras nietas, les pusimos nuestros trajes de entonces y, gracias a ellas, recuperamos un sueño infantil”, dijo una de ellas.
 
—Cómo me gustaría felicitar al periodista de “Postales añejas” por esta ocurrencia tan estupenda —dijo la otra mujer—. Nos ha regalado un día de nuestra infancia. ¿Se encuentra en la sala?
 
 
 
VASTO SILENCIO.
 
 
Ni loco me iba a presentar luego del estrés que junté durante todo el día. Luego, el espectáculo continuó con las verdaderas protagonistas de hace cincuenta años, que no eran tan buenas bailarinas como animadoras. Nos hicieron reír con sus ocurrencias. Nos regalaron fragantes retazos de entusiasmo y vitalidad. La velada fue todo un éxito, las abuelas juntaron varias canastas de aplausos de un público ávido por ver cosas diferentes y todos quedaron satisfechos.
 
Bueno, pensé, no me fue del todo mal, un error no significa equivocar el camino. Pero cuando salí del teatro sentí que tenía que comenzar a preocuparme. Me esperaba un carruaje tirado por cuatro caballos. Su conductor me sonrió mientras sostenía un farol. Las calles eran de tierra y la noche oscura, como una emboscada. Inevitablemente, hasta en lo absurdo hay un orden.
 
 
 
 
CUESTIÓN DE HORARIO
 
 
La inocente pregunta quedó en el aire: ¿Qué hora es? Esta consulta habitual que, supongo, en el mundo se repite un millón de veces entre desconocidos fue la piedra filosofal de un desencuentro.
 
¿Qué necesidad tiene usted, señor dueño y propietario de un reloj, de estar rigurosamente a horario y qué obligación tiene de dar la hora exacta a cualquier transeúnte que se la pida? ¡Rebélese! Usted no es la clonación de un Big Ben, por sus venas no corre sangre de cucú. De modo que relájese y deje que las horas le canten una serenata.
 
Si tiene un momento de distensión en su vida, no se preocupe, las horas se encargarán de que se le pase rápido ese instante de diversión. Cuando ella no acuda a la cita, las horas le parecerán pesadas cadenas que lo atan a la desilusión. Esta historia tal vez le lave el cerebro en lo relativo a las horas y su uso práctico.
 
Un hombre esperaba un taxi que lo conduciría al aeropuerto para tomar un vuelo de avión, que, como todos sabemos, no espera a nadie. Otro señor que acertaba a pasar por el lugar fue requerido en la trivial pregunta de comprobar la hora para calibrar la demora en llegar a la estación aérea.
 
El fulano consultado al azar se puso a observar su reloj mientras miraba las agujas y comprobó fascinado que el tiempo estuviese allí como enjaulado.
 
—Es una perplejidad delicada que merece ser meditada, no sabría cómo contestar a su pregunta de un modo coherente y puntual. Da la casualidad que en mi brazo llevo un reloj infinitesimal. Mide el tiempo de los recuerdos. Tenga en cuenta que las horas se miden por la intensidad de nuestra felicidad o nuestra desdicha.
 
Lo miró sonriente, como si hubiera dicho algo muy original y continuó.
 
—Los minutos liman las horas, las horas liman los días y los días roen los años, como decía el querido poeta español Quevedo. Mejor sería estarnos un poco quietos y dejar que el tiempo pase; en una de esas, no nos ve y nos ahorramos un par de desavenencias que trae la vejez. Convendría quedarnos con el refrán español que dice “Tiempo al pez, ya picará alguna vez”. No sé si me entiende. O recuerde lo que dijo Marco Aurelio: “El tiempo es como un río que arrastra rápidamente todo lo que nace”.
 
—Yo solamente quiero saber la hora para cumplir un compromiso, nada más.
 
—Tiene razón... pero ¿qué aspecto quiere de la hora? Le pido que me lo aclare, porque hay gente que no sabe qué partícula del espacio temporal está buscando, aunque personalmente considero que el tiempo es solo un insobornable presente.
 
El hombre perdió los estribos ante el estrafalario dueño del reloj infinitesimal.
 
—Vamos, no se haga el gracioso y dígame la hora puntual. ¿O es que ya no existe la cortesía en este país?
 
El hombre volvió a mirar la redondez de su cronómetro y dijo:
 
—Una pregunta clara merece una respuesta honesta: estamos en un punto del tiempo que admite miles de divisiones, pero en este momento usted es un extraño a los sucesos de la vida simplemente por su terquedad de saber la hora exacta. Detalle que debería carecer de importancia para hombres sabios. ¿O es que acaso usted no sabe los miles de accidentes que crea la venerada velocidad?
 
El otro lo miró como si quisiera fulminarlo e intimidó al petulante, que se sintió compelido a contestar rápidamente:
 
—Son las diez de la mañana, señor, pero no se haga ilusiones, no durará mucho. No sabe usted lo inestable que está el tiempo esta mañana.
 
 
 

Para compra del libro debe contactar:

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NARRACIONES DEL ESPACIO WEB DE CÉSAR GONZÁLEZ PÁEZ

 

 

PERFUME NÚMERO CINCO


CÉSAR GONZÁLEZ PÁEZ



No es esa mirada de deseo, ni el suave sonido de una seda deslizándose por un cuerpo perfecto; es la pátina del tiempo que no se descorre como un obsesivo rimel adherido a un rostro bello. Hay un recuerdo siempre presente que tenía un nombre -como lo tiene ahora- Marilyn. y ya no hace falta hurgar en sus aniversarios para tenerla presente cuando se trata de invocar a la sensualidad. Su mirada presente, su facciones pintadas hasta por Andy Warhol, su garbo de mujer fatal, su lejano perfume Chanel número cinco. Parece el extracto de una extraña pócima que atrae adeptos que jamás la concibieron viva, ni oyeron su voz susurrante que era secreto de Estado.

Existió y embiste todavía una presencia transparente y sola, como ella lo pudo comprobar: el teléfono jamás sonaba ¿cómo invitar a alguien que seguramente tiene tantos compromisos? El teléfono no sonaba a tiempo y la soledad fue tejiéndose con su apacible pero mortífera red.  La fama le pasaba la factura a pagar con altas dosis de soledad. No existe su cuerpo pero sin embargo todavía hace una sombra que nos abruma y seduce. Fue una mujer criticada, envidiada, deseada, odiada, adulada, más era imposible ignorarla.

Se paseaba por todos los sentimientos humanos de su época y abrevaba de la incomprensión y tal vez de la falta del afecto verdadero. No tuvo hijos pero dejó descendencia de admiradores y de mujeres que copiaron su estilo pero jamás llegaron a ese nivel tan decididamente suyo que seducía sin proponérselo que generaba emociones de todo tipo. Transparente sigue sonriendo en sus películas, su voz se desliza aún provocativa en un álbum miles de veces reeditado.

Es aún una mujer vestida de perfume y brindis de champagne, es el producto más acabado de Hollywood que todavía se vende sin asistentes. Es ella, la que marcó un antes y un después en el concepto mujer.  Cada cita con ella en sus películas es revivir el número de la magia perfecta que nos engañe de nuevo, y sonría como si no se hubiera ido nunca.

 

 

ME SOBRA AMOR

Por CÉSAR GONZÁLEZ PÁEZ



Haciendo un balance y sin ser un contador matemático especializado descubro que tengo un excedente optimista de afectos Los analistas financieros dirán que tengo saldo a mi favor, que todavía puedo elevar mi cuota de créditos, términos contables que sólo quieren poner un precio a mi alma. Puedo gastar la cantidad de amor que quiera, pues tengo saldo a favor.

Y al pensar en todo lo que he gastado en cariño más se ha incrementado mi patrimonio sentimental y desbordan las cuentas de certezas afectivas.

Pero viene un analista también y me dice que demasiada cuenta de amor en el banco de mis afectos, es un lavado de amor, ahorro innecesario de caricias, besos desperdiciados que me van acumulando intereses y que, si sigo en esta tendencia, terminaré siendo tapa de Forbes, cuando el amor se cotice en la bolsa de comercio.

¿Qué hago con tanto amor? Me pregunto cómo se preguntan los empresarios cuando sostienen su política que hay que invertir más, porque mis besos están ociosos, mi amor se apila como un avaro que junta lo que tiene para disfrutar con lo que posee y no comparte.

Pongo un aviso en mi corazón, digo que soy un potentado que va en coche de lujo de sueños, que puedo desperdiciar en una noche miles de besos porque me sobran. La gente me mirará envidiosa porque dirán, pobre tipo qué rico que es y derrocha su amor.

Me esmero en gastar y la cuenta a mi favor va subiendo, hasta podría decir que quiero hasta un plumero porque el viento hace mover sus plumas.

Es que soy un infeliz rico en amor, en mi mansión sólo se acercan a beber la abreviatura de un deseo y después se van. Yo quiero darles todo porque los dioses me han dado la virtud de amar y quiero, me sale te quiero, por todos los poros del alma.

Qué ridículo millonario en besos dirán algunos, otros pensarán: éste seguro que termina mal porque la riqueza de afectos conduce a la bancarrota.

Quisiera ser un pobre sentimental como era antes, que en el rostro de una mujer cifraba mis sueños, y vigilia de ilusiones mientras no veía la gran catarata de talento que desperdiciaba mi corazón. Algunos dirán no sea egoísta díganos la fórmula para ser un millonario en amor y yo les contesto, curiosamente el amor no se ahorra, cuando uno más lo gasta más tiene, al contrario que el dinero que es tirano en desaparecer de nuestro bolsillos. El amor se invierte en más amor y es por eso que hoy vengo a tu puerta, porque he firmado un cheque sin fondo que tiene tu nombre. Para que te lleves todo el amor que tengo y lo gastes como quieras, porque yo me gasto con el, y sin embargo sin saberlo me hace más potentado. Inmensamente rico con sentimientos que no caben en las bóvedas de los bancos oficiales. No insistan, soy un buen inversor, tengo la vida a plazo fijo y el amor a cuenta abierta. Tengo ilusiones que son billetes que llevan tu rostro, dinero amor en efectivo, monedas de un centavo de ilusión que me han dado miles de versos y estas palabras que te escribo y que apenas gasto. Lo que más rabia me da es que se diga que soy un avaro cuando en realidad cuanto más doy más tengo. No importa que se poco o mucho pero es todo lo que soy capaz de dar.

 

Fuente (Enlace Externo - OnLine Diciembre 2013):
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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