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JORGE RUBIANI

  MEA CULPA - Por JORGE RUBIANI - Jueves, 21 de Setiembre de 2017


MEA CULPA - Por JORGE RUBIANI - Jueves, 21 de Setiembre de 2017

MEA CULPA

 

Por  JORGE RUBIANI

 

jorgerubiani@gmail.com

“Aquellos tiempos felices, cuando éramos tan desdichados” - Víctor Hugo.

En algún momento, llega el tiempo de las verificaciones. Sobrevivientes de varias expediciones sociales “es ahora la hora” de enfrentarnos a sus resultados. Los que debemos reconocer, son más malos que buenos. El hecho es que, desde los tiempos de la secundaria, nos unimos con ideas altruistas que compartir, a quienes –creíamos– albergaban sueños como los nuestros. Y nos lanzamos al combate contra las injusticias; a bregar por los desvalidos; por tener mejores autoridades, una mejor sociedad. Convertirnos en ciudadanos útiles. Confrontamos nuestras propuestas con aquellos que aún con diferentes ideas sobre los problemas o de sus soluciones, estaban motivados por inquietudes semejantes. Pero también nos vimos la cara con la incomprensión y la hostilidad. Algunos compañeros nos abandonaron en el camino y lloramos a otros que ya no están. Aquellos arrebatos juveniles nos ayudaron a madurar, a crecer, a comprender. 

Tuvimos logros y alguna vez pudimos llegar a la meta. Era el ansiado momento de hacer lo que nos habíamos propuesto. Lo que otros no pudieron o lo habían hecho mal. Pero en ese instante crucial, nos dimos cuenta de que la unión en la lucha no era real. Que la solidaridad en “el abajo”, se convierte en una dispersión de ambiciones cuando llega la victoria. Nos percatamos que, para tomar decisiones, dirigir o –si se quiere– gobernar, disentimos en los métodos, en las prioridades o en la intensidad que cada uno debe aportar al trabajo; que nuestro sentido de la responsabilidad, de la generosidad, del sacrificio y hasta de la MORAL, eran completamente distintos. Y que todas estas diferencias, si no resueltas, llevaban el germen de la discordia y de la anarquía. La eterna confrontación entre fines y medios. Los primeros nos unen, los otros, nos dividen. 

Y comenzamos a equivocarnos. Los que asumieron de líderes o a quienes elegimos o aceptamos como tales, empezaron a consentir a los malos; a aplicar mal o a destiempo excusas repetidas o recetas obsoletas. A desdeñar toda crítica conducente a las correcciones imprescindibles. 

Nos enfrentábamos a la disyuntiva de decidir “qué puentes cruzar y qué puentes quemar”; y fue cuando tomamos los caminos que nos llevaron a los mismos callejones sin salida que quisimos evitar. 

Con los fracasos minando el ya escaso tiempo disponible y con pocas alternativas para revertir lo mal hecho, empezamos a parecernos a quienes habíamos combatido. El fiasco tiene características demasiado conocidas como para ignorar que son idénticos a tantos otros de nuestra sufrida historia. Pudimos prever todo eso o analizar diferentes posibilidades escudriñando en la experiencia ajena. La que, en este caso, tampoco hubiera servido de mucho, porque se ha verificado reiteradamente que los seres humanos no aprendemos del dolor ni con el escarmiento. 

Es por eso el momento oportuno para hacer un acto de contrición. La “Oración en el Huerto”; la de nuestra noche antes, al decir de Arturo Bray. Aunque tal vez tardío el gesto, nos lo debemos. La sociedad lo requiere, aunque fuera para el intento de aprender desde el fracaso y pretendiendo que nuestros errores –si inducen a no repetirlos– tengan más utilidad que nuestros fallidos intentos de virtud. 

Esta puede ser la historia de tantas personas, hombres y mujeres del Paraguay que soñaron con un país mejor. Que alguna vez se ilusionaron con una idea o con un Proyecto. Con alguien que los encarnara para decirse confiados: “…este no me va a fallar” y que cuando falló, creyeron en cualquier excusa que lo eximiera de culpas. O se inventaron ellos mismos un nuevo motivo para seguir a ese, o al siguiente candidato. Pero los dolores se acumulan y el físico nos recuerda que el tiempo pasa, aunque los achaques sean nuestros y, con suerte, de nadie más. Pero la mente envenenada por tantas ilusiones rotas, por tanta inquietud defraudada, va convirtiendo al ser humano en una figura negativa para la sociedad. En un remedo de sí mismo, indiferente. Sin ganas de soñar en lo que varias veces se convirtió en pesadillas. Que sólo ve, en los tiempos de exposición electoral, la posibilidad de una ventaja. Cualquiera que le permita seguir “tirando”. 

Y es que, minado por los achaques de la mente, sus esperanzas se fueron destiñendo como la colorida imagen que quedó pegada en algún muro de su barrio. En el mismo lugar donde el último en estafar sus ilusiones le abrazó y le hizo promesas a cambio de su voto, antes de convertirse en Gobernador, o cualquier cosa que se parezca a lo que solemos llamar un “Mandatario”.

Fuente: ABC Color

www.abc.com.py

Sección OPINIÓN

Jueves, 21 de Setiembre de 2017

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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