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NELSON AGUILERA

  MADAME LYNCH - UNA REINA SIN CORONA, 2009 - Novela de NELSON AGUILERA


MADAME LYNCH - UNA REINA SIN CORONA, 2009 - Novela de NELSON AGUILERA

MADAME LYNCH

UNA REINA SIN CORONA

Novela de NELSON AGUILERA

 

 

 

© Nelson Aguilera, Poetas Paraguayos y Matías Ferreira Díaz

e-mail: nelsonaguilera@yahoo.com

Loma Pytâ-Las Colinas-Paraguay 2009

Elaboración de tapa: Elisabeth Aguilera

 


 

MADAME LYNCH

UNA REINA SIN CORONA

 

 

Histórica es esta novela de Nelson Aguilera, pero sus mismos personajes elaboran una obra testimonial. El autor está presente en la reflexión, en el vuelo espiritual y en su compasión. Es así como posiciona su perspectiva en núcleos autobiográficos de las distintas voces que conformaron el entorno de la epopeya del Paraguay.

A los actores los recorta de sus retratos, de sus nombres en la historia, y los presenta vivos. Cada uno de ellos es el mismo ser humano de todo tiempo, de todo lugar, con sus alturas y sus profundidades, con sus miserias y debilidades, y también con su grandeza.

En entrecruzamiento de discursos fluctúan sus voces portadoras de emoción y pasión, que en sístole y diástole se polarizan en Elisa Lynch, un ser bello y atormentado, de presencia inmarcesible en la historia paraguaya.

ESTHER GONZÁLEZ PALACIOS

 

 

 

CONTENIDO

 

Capítulo 1: Infancia en Cork

Capítulo 2: Isidoro Díaz

Capítulo 3: Navidad

Capítulo 4: Estación de París

Capítulo 5: La partida de John Lynch

Capítulo 6: Inocencia López de Barrios

Capítulo 7: Marsella y el mar

Capítulo 8: Hambre en Irlanda

Capítulo 9: Rafaela López de Bedoya

Capítulo 10: De Marsella a Nápoles

Capítulo 11: Benigno López Carrillo

Capítulo 12: Juanita Pessoa

Capítulo 13: En la Medina de Orán

Capítulo 14: Venancio López Carrillo

Capítulo 15: Doña Juana Pabla Carrillo de López

Capítulo 16: Nápoles

Capítulo 17: Henry

Capítulo 18: Juliana Insfrán

Capítulo 19: Don Carlos Antonio López

Capítulo 20: Resentimientos argentinos

Capítulo 21: Pancha Garmendia

Capítulo 22: Fiestas y más fiestas

Capítulo 23: El niño testigo

Capítulo 24: Los primeros días en el Paraguay

Capítulo 25: Padre Fidel Maíz

Capítulo 26: General Díaz

Capítulo 27: Llegada a Medina

Capítulo 28: Recuerdos de Acosta Ñu

Capítulo 29: Voces extranjeras

Capitulo 30: Tormenta en el Egeo

Capítulo 31: Juan Crisóstomo Centurión

Capítulo 32: Ayuda de la enemiga

Capítulo 33: Rumbo a Lárnaca

Capítulo 34: Coronel Silvestre Aveiro

Capítulo 35: Llegada a Jafa

Capítulo 36: Panchito López

Capítulo 37: El monasterio de los Padres Franciscanos

Capítulo 38: El Mariscal Francisco Solano López

Capítulo 39: De Ramla a Jerusalén

Capitulo 40: Arrepentimiento y retorno

Capítulo 41: Reencuentro y partida

 

 

 

CAPÍTULO I

INFANCIA EN YORK

 

El frío de diciembre azotaba las ínsulas irlandesas con ímpetu. El viento arreciaba y se metía por todas las rendijas de las casas. Los estibadores del puerto de Cork se apresuraban a terminar de cargar en el vapor para Londres, mantequillas y las pocas reses que quedaban. Sus rústicas casas quedaban alrededor del puerto de donde se podía divisar el ancho mar: gris y desafiante. Sus deseos se reducían en calentarse ante el fuego y comer algún resto de cordero o un trozo de arenque ahumado acompañado con una buena cerveza negra o una taza de té bien caliente.

El intenso frío y el duro trabajo les hicieron ignorar las fragatas y corbetas inglesas apostadas en el puerto, así como los clippers que comenzaban a llegar desde Boston con pasajeros alimentados con papas durante el viaje. También se veían barcos cargueros que traían guanos del Perú para fertilizar la tierra irlandesa. No era nada nuevo ver a los mercantes militares cada día llegar o zarpar con una muchedumbre que sacudía pañuelos blancos en la distancia al son de marchas patrióticas. Tampoco era novedad ver a mujeres llorar a sus hombres que partían hacia un destino incierto, tan incierto como la misma guerra. Los niños se prendían del cuello de sus padres con el gran deseo de retenerlos o de dejar en sus oídos el último quejido de un llanto cortado por las pitadas de los barcos que anunciaban la partida. Quizás ese sería el último recuerdo que quedaría grabado en la mente de esas familias, de esos niños.

La Navidad estaba cerca. Las campanas de la catedral de San Finbarr dieron las cinco de la tarde. Ya todo estaba oscuro y los faroles a gas ya comenzaban a iluminar las empedradas calles del pequeño pueblo portuario. El doctor John Lynch, después de leer su convocatoria para incorporarse al ejército británico, se frotó las manos, se levantó el cuello del abrigo, se colocó el sombrero de lana e introdujo sus dedos en los guantes, pensativamente. Luego tomó su maletín y partió para su casa. ¿Cómo le digo esto a Adelaida? ¿Y qué pasará con Elisa, Corina y John? Bueno, no puedo ser tan pesimista. Voy a servir como médico y no como soldado. La posibilidad de que vuelva es mayor que la de uno que va al frente. Es una orden de su majestad y hay que cumplirla. ¿Quién puede decir no a Victoria? Ella es la reina de Inglaterra y de Irlanda, y no resta más que obedecerla.

Al llegar a casa, vio que sus hijas estaban jugando junto a la chimenea y escuchó a su mujer decir: Daddy is here. Eso fue suficiente para que las niñas le abrieran la puerta y le saltaran al cuello para llenarlo de besos. Oh, hello my little princesses. I am not a princess. I am a queen, le contestó la pequeña Elisa encendiendo sus azules miradas en los ojos de su padre. John Lynch no hizo más que soltar una carcajada mientras bajaba también a Corina de sus brazos y se dirigía á sacudir la cabeza de su benjamín: John. Hello my champion! Are you a king or a prince? No, Dad, I am just a sailor. Y todos rieron yéndose a la mesa donde les esperaban unas papas asadas con estofado irlandés.

Después de la cena los niòos continuaron jugando en la sala a la luz de la hoguera. Sobre la mesa brillaban cinco velas decoradas con hojas de acebo. Adelaida sirvió una taza de té a su marido y se lo pasó lentamente como buscando respuestas a su silencio. John Lynch bebió un gran sorbo de su té caliente y satisfizo la curiosidad de su esposa: ¡Pensar que por esta bebida tenemos que dejar nuestras familias! Adelaida mostró cierta sorpresa y le preguntó: ¿Qué pasa John? Él le tendió la carta que sacó del bolsillo del pantalón. Fui llamado. Su Majestad requiere mi servicio en China. No es mi culpa que millones de chinos estén dopados con el opio, pero tengo que ir a prestar mi servicio a la corona británica para que podamos seguir tomando té en estas islas. ¿Sabías que los soldados ingleses intercambian opio por un gajo de la planta de ese bendito arbusto? Robert Fortune fue el de la idea del intercambio, para así quebrar la orden del emperador. ¿Cuándo te irás? Los primeros días de enero. Ten fe, John. Servir como médico no es lo mismo que estar en el frente. Es lo que me estoy repitiendo desde el mediodía. Por favor, no comentes nada con los niños hasta después de Navidad. Ok, I will not do it.

Esa noche fue especial para los Lynch. En el aire se sentía más unidad y más amor. Era como si en cada expresión de cariño quisiesen aprisionar el tiempo que no se detenía ni un segundo, sino que se movía inexorablemente hacia un oscuro futuro.

 

 

 

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