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PRINCESA AQUINO AUGSTEN

  CUENTOS PERVERSOS, DE SUICIDAS Y SEXO, 2004 - Por AQUINO AUGSTEN


CUENTOS PERVERSOS, DE SUICIDAS Y SEXO, 2004 - Por AQUINO AUGSTEN

CUENTOS PERVERSOS, DE SUICIDAS Y SEXO

Por AQUINO AUGSTEN

Ilustración: Acrílico de RODRIGO HAMUY A.

Ilustraciones de WILLIAM RIQUELME

Arandurã Editorial

Diciembre 2004 (85 páginas)

 

 

 

 

EL POETA

 

“No nos unió el amor sino el espanto,

será por eso que la quiero tanto ".

J. L. Borges

 

A Miguel Ángel C.F.

 

Las manos le temblaban con ese temblor que solo puede ser producto del fruto de la vid. Ojos brillantes y perdidos en el infinito de un túnel de recuerdos, negro y oscuro como los de una mina que en su vientre acoge tesoros convertidos en memoria.

Tras cada sorbo escribía con pasión lacerantes poemas a la Patria, a la amada y a esta vida que lo desterraba en su último exilio.

-A las veinte horas en el San Roque -me dijo-, voy a leer algunos poemas de mi nuevo libro.

La invitación me puso feliz. Luego de que la apatía se apoderara de mi alma, "el preso" -así lo apodaban- llegaba a sacudirla. El San Roque es el bar de los literatos. Suelen concurrir también pintores, escultores, gente de teatro, bohemios apasionados por algo perdido en sus vidas. Como parte de la tertulia se beben algunas copas de vino acompañadas de chipitas (ese plato típico, especie de panecillo hecho de almidón).

Al llegar noté que José Luis -el preso- ya se había bebido las suyas en casa y éstas eran otras más que por añadidura aceptaría compartir.

Mientras recitó sus poemas, no quedó un recodo para un pensamiento alegre. Los versos eran tan lúgubres, tan dolorosos, tan patéticos que la angustia nos estranguló enteros. Pero lo peor de todo era que cada una de sus frases, cada herida, cada grito, cada espeluznante muerto con ojos desmesurados por los tormentos que se había propuesto evocar, eran reales.

A1 terminar la última estrofa de su poema encendió un fósforo. Me asombró porque no entendía su finalidad. Y solo cuando él acercó el fuego a su cuerpo, vi el líquido que lo empapaba, reconocí el olor que había sentido desde el inicio, sin cuestionarme. Y entendí. Había decidido inmolarse justo allí en el bar de los poetas, él y todos sus recuerdos.

Grité y corrí mezclada en la confusión general, tratando de salvarlo, pero todo fue inútil. Y ya no pude contener mis lágrimas y lloré, lloré, lloré. Lloré por mis muertos, por sus muertos, lloré por mi poeta inspirado en su tragedia. Entendí por fin el por qué del triste idilio y repetí ese poema que decía:

Te encontré de nuevo

tras el muro oscuro

en abrazos continuos

con tu amante antiguo,

Dios inmortal y eterno,

seductor y siempre complaciente

al cual es imposible abandonar

y a quién amar no es una suerte.

 

Quiméricos ensueños te propone,

a otros mundos insólitos te lleva,

el viaje se cobra indoblegable

absorbiendo la luz de tus ideas.

 

¡A qué negarlo amigo mío,

no vale el costo tal destino!

Y vuelves de la nada a tu utopía.

El firmamento entero te contempla,

las estrellas, la luna, el sol,

los astros ¡rezan!

implorando el final del triste idilio

más difícil contener el indómito martirio

de ofrecerte a ti mismo en el banquete

 

Mártir al fin pereces por tu causa,

tus creencias y tus desilusiones.

Dionisio o Baco, griego, romano

indolente se suma a la tortura

de servirte a ti mismo en sacrificio

humano, necio y siempre mal mirado

cual Poquelín convertido en Molière, escandalizas

mas los espectros te dirán que ¡todo es vano!

 

 

 

LA RABIA

 

         "Amo a los que sueñan con imposibles".

         Goethe

 

         A Jorge Hamay Campos Cervera s/ Hérib Campos Cervera

 

 

         Absurdo, patético, inverosímil, no pude evitar el disgusto por aquella noticia que aparecía en la primera plana de todos los periódicos locales:

        

         "Asunción, 28 de noviembre de 2000 - HOMBRE DE 30 AÑOS MUERE A CONSECUENCIA DE LA MORDEDURA DE UN PERRO RABIOSO".

 

         No lo quería creer. Un mal que desde hace tiempo tiene cura, cuya vacuna cuesta menos que un plato de comida, pero era así. Esta noticia era real y tras la ira, sobrevino la impotencia, la cual me sumió en el letargo de los recuerdos.

         En la arena de la playa de Villajoyosa juntábamos caracoles, ella tenía debilidad por todo lo que significase creación, ya fuese arte, artesanía o colección de piedras, hojas, caracoles, etc. Armaba espejos, marcos y hasta recubría mesas con ellas, en el tiempo que le quedaba luego de la entrega de la nota diaria para el periódico local.

         Era madre soltera, porque así lo quiso:

         - Yo no soy de las que se hacen mantener por un hombre - solía decir.

         Su hijo, más bien callado y tímido, debía ser el vivo retrato de su padre, un conocido artista plástico de Barcelona.

         Ella tenía unos enormes ojos azules iguales a los del poeta -de quien Barrett en su libro decía que estuvo a punto de perder la vista-. Algunos comentaban que el poeta llevaba un ojo de vidrio. ¿Quién sabe si era verdad?

         Los de Alejandra eran hermosos y terriblemente turbadores.

         Nos conocimos por aquellas circunstancias de la vida, en que uno por medio de parientes comunes quiere acercarse a todos los que en su mente idealizó, ya no podría conocer al admirado poeta de mis padres, pero sí a sus hijos y así a través de ellos conocer más de él.

         Así fue que llegué a ella, por fortuna congeniamos, teníamos objetivos en común, nos gustaban las historias familiares y el relato a la usanza de los nativos, cuyas creencias y valores se transmitían de generación en generación de modo oral. Yo no desaproveché la ocasión y tomé cuantas notas pude sobre sus recuerdos, incluso grabé lo más valioso de sus relatos en una cinta. No quería que se perdieran como tanta riqueza aborigen guardada en la memoria de sus muertos.

         - ¿Te fue difícil adaptarte a Europa?

         - No, en cuanto llegué lo conocí a Miguel, y ya sabes, cuando estás junto a la persona que amas, el resto del mundo sobra.

         - ¿No te gustaría regresar a vivir a alguno de nuestros países? Nosotras éramos de esas personas cuya raíz está en dos países, como los hijos de matrimonios mixtos de dos culturas, de dos lenguas.

         - ¿Regresar? Eso fue precisamente lo que hice. Regresó al lugar de donde partieron mis bisabuelos y hasta es cómico, aquí tengo más parientes que allá. De tanto en tanto me visitan en el diario, personas que resultan ser mis primos, tíos, gente que jamás hubiera conocido. Miles de anécdotas familiares me son relatadas por ellos, aún sobre mis padres. Saben más de papá que yo misma, llevan cuenta de todos los bienes familiares ya que muchos de ellos partieron junto a los bisabuelos y regresaron al poco tiempo, pero siguieron manteniendo contacto a través de correspondencias y fotos.

         Te cuento, un día alrededor de las once de la mañana, se presentó una señora muy bajita en la redacción, se llamaba Mimbí, preguntaba por mí, por lo que le indicaron mi escritorio; me explicó que ella era mi tía y que venía a invitarme a su casa.

         Esta pequeña mujer, de no más de metro y medio de estatura, acumulaba en su memoria tantos datos de nuestra historia familiar que si todos ellos se hubieran volcado en los libros, los tomos serían más numerosos que los de la Enciclopedia de Diderot.

         Cuando fui a su casa, tenía cerámicas de nuestro tío, un ejemplar del libro de papá, fotos de toda la familia desde 1892, retratos pintados anteriores a la época de la fotografía. Historias, miles de historias y relatos familiares.

         Del árbol genealógico familiar llevaba datos exactos, incluidos los descendientes americanos de nuestra familia. Ella me regaló una foto de cuando Isabel y papá eran jóvenes.

         - ¿Isabel?

         - Sí, es mi madre, la quiero muchísimo, pero me acostumbré a llamarla así -dijo con absoluta naturalidad, y continuó su relato- y otra foto en la que está él solo.

         También me contó su versión de lo que ocurrió con el patrimonio familiar cuando los bisabuelos murieron.

         Por lo que sé, en nuestra familia como en las demás hubo de todo; bon vivants, mujeriegos, trabajadores abnegados, avaros, mujeres de vida alegre y monjas. Herederos desposeídos por sus propios hermanos, abogados ladrones y de los otros. Usureros y mendigos. Hasta un médico pediatra que atendía al infante, hijo del Rey, este era el marido de Mimbí. Por lo que no podían faltar un pintor que fue el tío y un poeta que fue papá.

         - ¡Cuántos recuerdos y por tu manera, de ser, debes estar poblada de objetos que fueron suyos! -le dije.

         Sus ojos se llenaron de lágrimas cuando me respondió.

         - Sabes que no. Por desgracia Isabel dejó todos los manuscritos de papá, todas las fotos, todos sus poemas junto con los muebles en un depósito de muebles en Buenos Aires, cuando nos mudamos a Asunción. Y cuando yo pude volver para recuperarlos ya no había nada. Nadie supo explicarme ni siquiera a quién se los habían vendido. Así que siguen allí extraviados, quizás con un dueño que no sabe siquiera el tesoro que adquirió. Solo nos quedaron aquel par de historias, que junto con su único libro de poemas editado estaban en el fondo del maletín y que hoy publicamos bajo el título de "Antología".

         Sé de muchos que se basaron en obras suyas. Algunos son realmente famosos. Papá solía leer sus escritos en reuniones de amigos, y hubo quien capitalizó su genio. Isabel pensó en hacerle juicio por plagio, pero nunca hizo nada, salvo alguna que otra declaración a la prensa. Mi padre la estimulaba y consentía exageradamente, muchos pintores y escritores que pasaban por casa se desvivían en elogios hacia su belleza.

         Yo tenía unos seis años cuando recibimos la noticia. Nos informó el Doctor Mankelman, que lo atendió.

         Según me relataron, papá volvía del trabajo y vio a un gato atrapado bajo unas vigas en una construcción abandonada. El siempre fue muy sensible. No lo pensó dos veces, levantó la viga para que el animal pudiera salir y se encontró de frente con la muerte. El gato saltó y lo mordió en el brazo. De allí fue llevado al hospital y tras algunos análisis le confirmaron que el animal tenía rabia.

         No sé si la extrema debilidad, la melancolía por su patria y su depresión aceleraron el desenlace, ni siquiera estoy segura de si murió de rabia. Murió sin más.

         Quizás fue llevado de la mano por Saint Exupery, a quien conoció un día en el barrio de la Chacarita en Asunción, al planeta del Principito para, juntos los tres, cuidar su única rosa.

 

 

 

LA PASIÓN DE UN HOMBRE

 

         "Contra la passione é difficile combattere: Qualsiasi cosa pretende, l’uomo e disposto a pagarla con l’anima".

 

         ("Contra la pasión es difícil combatir: Cualquier cosa que pretenda el hombre está dispuesto a pagarla con el alma".)

 

         Plutarco

 

                                                                           A Pachona

 

 

         De pronto entendí que no era como los demás, no sé exactamente qué fue lo que desató esa certeza. Es verdad que desde hace mucho mantenía mis dudas, no he de decir que faltaran indicios, pero nunca dejaba de ser eso, una duda.

         Dudas regadas quizás por unas lágrimas más que los otros no se permitían verter. Dudas que se hicieron más perturbadoras luego de leer "La infancia de un líder" de Jean Paul Sartre -aquel estrábico al que admiraba profundamente por sus pensamientos y teorías- en aquellos inolvidables años de facultad en Madrid.

         El departamento en el que vivía, en la zona universitaria de dicha ciudad, quedaba frente al edificio en el que había vivido el poeta Pablo Neruda, como cónsul de Chile en España, en los dolorosos años de la guerra civil española. Y vecino al que habitara Don Benito Pérez Galdós, el inigualable traductor de Charles Dickens, de quienes se decía: "que por las características de sus personalidades, el inglés parecía español, y el español inglés", ya que Pérez Galdós llevaba una vida tranquila y callada, mientras la de Dickens era toda publicidad y escándalos.

         Gozaba leyendo las obras de estos autores y me imaginaba en sus épocas, en lo que debía de ser su entorno, ejercicio harto difícil puesto que los adelantos tecnológicos fueron tantos que pensar en una vida sin automóviles, calles pavimentadas, teléfonos portátiles, medios de comunicación y publicaciones incontables, era un eterno planteamiento. Cuán complicado se me hacía pensar en las carretas o carruajes, las calles empedradas, las notas urgentes que tardaban días, los viajes interminables para ir a lugares vecinos. Pero todo ello me parecía importante para entender sus obras, sus vidas, ya que de todas las ficciones, la del tiempo es la más incomprendida.

         A pesar del tiempo que me insumía la facultad, siempre me quedaban horas para el gozo de la lectura y el hobby de pintar, aunque aquello era menos frecuente; Había veces en que algunos acontecimientos me sugerían una imagen y ninguna palabra, por lo que ambas cosas eran importantes para mí, eran mi manera natural de expresarme. Una necesidad y no un lujo o un acto de pedantería.

         Lo cierto también era que ninguna de estas obras eran expuestas al público, puesto que eran parte de mi intimidad, de mi conciencia más profunda, y solo eran vistas por los seres más allegados, ante los cuales me mostraba tal cual era.

         Nunca me hubiera permitido escandalizar a la gente con algunos de mis collages o fotomontajes, del tipo "Erótica", serie realizada con fotografías de revistas pornográficas tal como: "El jardín del edén", composición hecha exclusivamente con recortes de genitales femeninos dispuestos como ramillete de flores, sobre la cual iba un grabado en tinta negra, o "Botánica humana", recortes de genitales masculinos erectos representando un bosque de árboles, cubierto como el anterior por el grabado que esfumaba la imagen a modo de visillo.

         Yo los consideraba importantes en mi esfera creativa, pese a la controversia que podían desatar, por lo que los conservo aún hoy.

         Tampoco me hubiera dejado criticar y aún procesar bajo el cargo de "incitación a la violencia", tipificado en el código penal, por aquel escrito dedicado a los casos de "muerte por omisión de ayuda" de occidente a los millones de africanos que morían de hambre, delito también tipificado. Pero como afirmaba Platón, "la ley es la voluntad del más fuerte" Por lo que daba como resultado que el procesado sea yo y no el occidente.

         Era desde luego mejor permanecer anónimo, después de todo, mis pensamientos creativos tenían siempre un origen polémico.

         Había aprendido además a autocensurarme en los diálogos, por lo que cuando en reuniones había que tomar partido por alguna causa, yo me alejaba, o decía, no quiero opinar al respecto. Lo que hizo que me ganara fama de cobarde. Y en el fondo lo era. Un gran cobarde hasta para asumirme.

         Nos conocimos cuando regresé al país luego de terminar aquellos estudios, no hizo falta nada para comprender que nuestra compenetración era total. Las mismas inquietudes, las mismas preferencias, las mismas dudas, ¡la misma irreverencia!

         Comenzamos concurriendo juntos a los sitios que nos eran de interés, por lo que acabamos compartiendo el día entero.

         El paralelismo era tal, que aun nuestras profesiones eran iguales, nos separaban sí, veinte largos o cortos años, según se mire.

         "Veinte años no es nada", reza el tango. Era su frase favorita, cuando tras alguna reflexión yo dejaba a la luz nuestras edades respectivas.

         Quizás por eso digo que soy más inteligente, replicaba, a mí me llevó veinte años menos entender las cosas y encontrar el amor.

         Ni estas sátiras lograban tranquilizar mis temores. Vivíamos con la certeza de lo incierto.

         - Pero toda la vida es incierta, -repetía con sarcasmo.

         Nuestras edades eran de veintiocho y cuarenta y seis años respectivamente. Nuestra pasión, tan grande como la diferencia de edad. Aún mayor podría decir. La relación era terriblemente tortuosa, era evidente que todos esos años de vida no estaban vacíos de vivencias, y tenían un contenido de obligaciones. Más años, más obligaciones.

         Vivía con una mezcla de sentimientos contradictorios que a veces me sumían en una profunda angustia y desesperación. En un sentido era feliz por haber encontrado finalmente el amor, las emociones que experimentaba ahora, y que jamás había tenido. Ese descontrol por el otro, ese arrebato incontenible que desataba su mirada en mis ojos, ese delirio, esa entrega total sin pudores. Esa complicidad, esa confidencia, ese ardor total nunca satisfecho, por la continua necesidad del otro. En el otro sentido, toda una vida formal y establecida con la persona que en mis años juveniles de búsqueda de la pareja, resultó la más cercana a estos sentimientos. Pero que ahora sabía que no habían sido.

         Todo ello sumado al temor de que alguien descubriera aquella relación. La sola idea congelaba mi sangre, la cual estaba ya encadenada a esa pasión, como la poética canción de Caruso, "Ti voglio bene sai... me tanto tanto bene sai... e una catena or mi...". ¿Pasión napolitana, griega, indígena? Pasión universal.

         Mis estados de ánimo eran ciclotímicos y pasaba sin razón de la risa al llanto. Solo tenía la seguridad absoluta de necesitarle, el constante anhelo de verle, la desesperada aflicción por encontrar la excusa justa, que no despertara sospechas, ni tormentas en mi vida.

         Pero las pasiones incontrolables tienen siempre el mismo final, como son inextinguibles terminan con uno mismo, el día que les está asignado terminar.

         Porque eso fue lo que ocurrió, y no me arrepiento de nada, no he de cambiar un acontecimiento de todos los que se suscitaron.

         No es que quiera evitar el llanto y odio que al principio manifestaron mis hijos y mi esposa por mí, cuando les expliqué que había decidido cambiar mi vida. O el desprecio de los pocos parientes vivos que me quedaban. En tu caso eran más, ya que tus padres aún vivían.

         Pero hoy que me tocó a mí acompañarte a tu última morada, por los interminables juegos irónicos de la vida, ya que era de esperar que la vejez me llevara primero a mí, te digo: no me arrepiento amor, quizás hubiera sido más fácil si ambos éramos solteros y teníamos veintiocho años, sin esposa, ni hijos. Pero aún así estoy feliz por aquella decisión tomada en un rapto de locura, feliz de no haber renunciado a vivir "mi" pasión en este efímero momento de vida terrena. Feliz de haberte amado como jamás amé, feliz incluso de haber sacudido y shockeado a nuestra hipócrita y siempre corrupta sociedad, que hubiera disfrutado y fingido nuestra relación homosexual. Para quienes hubiéramos sido fuente inacabable de relatos ficticios y siempre morbosos. A quienes no dimos ese gusto cuando nuestra relación se formalizó, en esa simple reunión que preparamos para los amigos.

         Por eso, aunque a algunos les disguste, y a otros les asquee, no pienso borrar una letra de las muchas que puse en tu epitafio debajo de aquel grabado de Antinoo, que aparecía en la tapa del libro de la Youcenare, y que te gustaba tanto:

 

         "A aquel a quien amé y amaré

         a la más pura pasión de un hombre".

 

 

 

 

EL MACHISTA

 

         "Tú que en el banquete cubierto de pámpanos

         dejaste las carnes, festejando a baco...

         Me pretendes blanca, me pretendes casta,

         ¡me pretendes alba!"

 

         Alfonsina Storni

 

         A Graciela

 

 

         Por aquel entonces ella tenía dieciocho años. El sol y todos los vientos la poblaban. Gozaba provocando a los hombres con la obscena impudicia de su juventud.

         Los presentó Manuel, luego de pregonar a quien le quisiera oír, que ella era su "hembra", pero ya aburrido se la cedía a otro. ¡Nadie le creyó! Era frecuente en él difamar a las mujeres y hacer alardes de súper macho. Después de todo, ¿quién no sabía que su harén consistía en dos pobres viejas, viuda una, solterona la otra, con las cuales intercambiaba sexo por pequeñas ayudas de dinero? Todo su poder de seducción residía en su escueta billetera, sumada a las promesas de vincularlas con los magnates locales, que generalmente no estaban interesados en sus candidatas.

         Ella tenía la alegría de los carnavales de nuestras latitudes en el cuerpo, guerras de agua, sudores, vibrantes quemazones. Su nombre provenía de leyendas, de novelas de lejanas comarcas, "Helena".

         Al principio el juego era divertido. Lo citaba en su casa y salían a disfrutar del día. Él, Rubén, disponía de bastante tiempo puesto que su trabajo en el laboratorio consistía en firmar los resultados de los análisis hechos por los técnicos. Manuel era uno de ellos. Por lo que le dedicaba todo el día a Helena. Juntos se divertían y jugaban a hacer el amor sin compromisos ni explicaciones. Entre ellos no había promesas de futuro, ni del después, era solo el hoy, el ahora.

         Pero pasó lo que tantas veces. La gravidez no deseada les enfrentó al futuro. Ella propuso abortar. Él se negó. Estaba por entonces rondando los cuarenta y pensó que esta era su oportunidad de ser padre. Después de todo ella le gustaba. No pensaron mucho, en medio de la confusión mutua se casaron.

         Las cosas comenzaron a cambiar, al principio el motivo era el embarazo. Ya no salían con tanta frecuencia, ya no resultaban tan divertidos los días. Él se volvió posesivo, agresivo, cruel. Inmediatamente después del primer hijo, vino el segundo. El juego del sexo dejó de serlo. Eran actos violentos, casi violaciones. La metamorfosis era total.

         A menudo le reprochaba que hablara durante el acto, justo él que antes decía:

         - ¡Me encanta que hables, me gusta escucharte, adoro tu voz, tu risa, me excita, me hace feliz!

         Helena empezaba a sentirse una muñeca inflable utilizada y tirada en un rincón, sin sentimientos, sin voz. Para ella, él era aún menos que una masturbación, ahora ya no se ocupaba en complacerla, en amarla verdaderamente.

         Rubén de tanto en tanto salía con sus amigos, tras lo cual le llegaban a Helena comentarios de sus aventuras amorosas.

         ¡Ya no le importaba! Su cuerpo era solo un globo inflándose y desinflándose tras cada parto. Paría infelicidad, frustración, pena, tristeza, agobio, agonía, hartazgo y paría hijos que no buscaba, que él traía. Un tercer embarazo, ni bien finalizado el anterior.

         Fue el mismo Manuel quien le dijo que ella lo engañaba. Tras el alumbramiento de la niña.

         ¿Pero cuándo, si siempre estaba preñada? Hacía ya tiempo que la alegría de vivir había abandonado su rostro. Mantenía en forma permanente en reemplazo de ella un rictus, unido al inventario de los bienes adquiridos en compensación.

         Esa noche él la encontró recostada en la cama, los niños no estaban, tanto la pequeña como sus hermanos dormirían con su abuela, a modo de juego propuso el tormento. Ella se negó, insistió en que estaba muy cansada. Aun así, por la fuerza, la ató a la cama, de pies y manos. Había cerrado las puertas y ventanas, levantó el volumen de la música de fondo. El juego se había vuelto perverso. Y tras una risa espantosa reapareció con un bisturí en la mano.

         Ella se asustó, su respiración se agitó y se retorcía tratando de desatarse, de huir, pero él aplastó sus movimientos con su enorme cuerpo y sujetándole con fuerza de la cabeza, le desfiguró el rostro con cortes profundos hechos con el filo agudo de aquel instrumento.

         - Si te movés así vas a perder también los ojos, mejor quedate quieta -le decía, mientras que con una frialdad pasmosa ejecutaba su acto, ignorando las súplicas, los gritos, las contorsiones y los pedidos de auxilio de Helena, a los cuales nadie respondió.

         Al terminar su hazaña fue al baño, tiró el bisturí al inodoro, luego estiró varias veces la cadena hasta verlo desaparecer entre las aguas. No en vano le habían puesto de mote "Monstruo". Solo entonces la desató.

         Ella saltó de la cama y corrió bañada en sangre en dirección a la calle, gritando entró a la clínica vecina a su casa.

         Los gemidos de dolor, de pánico, eran lacerantes. Su desesperación aumentaba al ver la reacción de cuantos encontraba a su paso.

         Todos creían que había sufrido un accidente, por su aspecto y la sangre, hasta que la asistieron.

         En cuanto la terminaron de vendar, fue hasta el Departamento de Policía, que quedaba a escasos metros de allí, pero ninguno de los presentes quisieron tomarle la denuncia. Ni tan siquiera ir a verificar los hechos.

        

         A veces suelo verla. Baja de su lujoso automóvil con ese rostro rígido transfigurado con tantas cirugías estéticas. Encontró mil razones para justificar por qué hoy sigue junto a él -los hijos, no tener profesión, no tener trabajo y otras excusas más-. Pero la razón es una sola, se habituó a una vida de riquezas vacías y optó por ella. Deduzco que duerme en una permanente vigilia.

         Para cuando alguien le pregunta por las cicatrices de su rostro, inventó un increíble accidente automovilístico, que a fuerza de repetir, relata cada vez con mayores detalles y naturalidad.

         Creo que con el tiempo hasta ella terminará creyendo que este ocurrió realmente.

 

 

 

 

EL INDULTO DEL PRESIDENTE

 

         "La soberbia es el signo de la debilidad"

 

         Alfonsina Storni

 

                            A Renée Ferrer

 

 

 

         Recuerdo mi cumpleaños número diez. Mi madre lloraba acurrucada en la cama, lloraba en silencio para que yo no la oyese.

         En la habitación sus cosas estaban esparcidas por el suelo, su billetera vacía junto a su cartera destrozada. Acababa de llegar de un agotador día de trabajo en aquella inmensa casa, donde limpiaba, planchaba, cocinaba, cosía... para los siete miembros de la casa, y debía además esquivar el acoso del dueño de casa que buscaba siempre un extra por el salario.

         Antes de entrar a la casa me crucé con mi padre que, enojado, atravesaba la puerta llevando un puñado de billetes en la mano. Sin saludarme, como si no me hubiese visto, siguió caminando en dirección al bar, donde solía reunirse con sus amigos. De inmediato entendí lo que pasaba, no era la primera vez que mi padre se apoderaba del dinero que ganaba mamá con esfuerzo, para ir a derrocharlo en borracheras, pero sabía que esta vez era aún peor para mamá, porque ella llevaba días esperando cobrar su sueldo para comprarme ese zapato que tanto necesitaba para el colegio, como regalo de cumpleaños.

         Sabía que estaba sufriendo, todos sus sueños arrastrados por el suelo junto con sus cosas.

         Hacia ya bastante que mi padre no trabajaba, y vivía a costa de mamá, pero esto no era suficiente. No le bastaba ver el esfuerzo de ella por mantener la casa, su rostro sin reproches, su abnegación y tenacidad por sacarnos adelante. Él se sentía incapaz, inútil, pero lejos de esforzarse por encontrar un trabajo, solo malgastaba el tiempo y el dinero emborrachándose, para regresar luego a insultarnos y a pegarnos.

         Mi madre había intentado abandonarlo varias veces, para evitarme tantos sufrimientos. Pensaba que si estaba solo estaría obligado a trabajar para sobrevivir. Pero siempre que iba a la iglesia a plantearlo, el cura le increpaba y persuadía de no hacerlo. Le hablaba del "Santo Vínculo del matrimonio", "de su obligación como esposa y madre" y así seguía atada a esa circunstancia. Respecto a los golpes, le decía que "era una prueba que dios le mandaba" y "que los que sufrían serían recompensados en el cielo".

         Cuando la golpeaba mucho, mi abuela venía y le decía para irse de nuevo al campo, pero nunca consiguió convencerla. Desde que se casó a los quince años con mi papá, que tenía diecisiete, fue igual. Entonces él trabajaba como peón en el campo, pero lo echaron por tomar. Así vinieron a la ciudad, donde al año nací.

         Los vecinos me relataban que desde que era bebé, mi madre enfrentaba el frío de la madrugada conmigo en brazos, me llevaba con ella al trabajo. Cuando regresábamos él ya estaba borracho. Había veces que hacía alguna changa y entonces pasaba varios días sin regresar, emborrachándose fuera de casa.

         Mi madre estaba segura de no merecer este castigo, pero los demás se empeñaban en justificarlo diciendo: "Algo habrá hecho ella".

         Y yo furioso les decía sea lo que sea que hubiese hecho, nadie tiene derecho de obrar así, y si no le gustaba algo era preferible que se fuera, y no había motivo que justificara el vivir ebrio y maltratándonos.

         Detestaba ese imbécil razonamiento de la gente.

         Pasó mi cumpleaños número diez y varios más, pero la situación siguió siendo la misma, miento, cada vez era peor.

         Tenía yo quince años. Por ese entonces ya la ayudaba a mamá, y no fueron pocas las veces que la tuve que defender. ¿Por qué no lo echamos de la casa? ¿Por qué no lo obligamos a marcharse? ¿Por qué, si sabíamos que su llanto y su pedido de perdón, su juramento por no volver a hacerlo, durarían solo un par de horas? ¿Por qué le teníamos tanta lástima y cariño a este ser que solo nos hería?

         Eran como las ocho de la noche cuando llegué, la puerta estaba entreabierta, era raro, también el portón estaba abierto, entré preocupado llamándola a mamá, pero nadie respondió. Hasta que la vi, la sangre le dibujaba figuras extrañas en la frente y formaba un oscuro charco bajo sus cabellos. Junto a ella estaba nuestra pala.

         - No, nooo... -grité. Llamé a papá a viva voz, pero no estaba, corriendo con gritos desesperados llamé a los vecinos, pero ninguno había oído nada más que las riñas habituales. Tan acostumbrados como estaban a estas peleas. Ninguno le prestó atención.

         Llamamos a una ambulancia, que llegó a los pocos minutos a confirmarme lo que yo ya sabía.

         - Su madre está muerta, la mataron de un golpe con esta pala.

         Llegó la policía y fuimos a buscar a mi padre al bar de siempre. Allí estaba, impávido y tranquilo. Bebiendo, ajeno a todo. Cuando le relatamos lo ocurrido no se sorprendió. Reconoció ser el autor. Y así de esta forma perdí a mi amada madre, por una alimaña. Perdí al ser que más me amó, que se esforzó en educaren cuidarme, en darme lo poco que podía.

         Y hoy, tres años después, tengo que ver que un ser tan repulsivo como el que me privó de ella, lo libera. Un inepto Presidente de la República, asesorado por abogados corruptos, "lo indulta" justo a él. ¿Por qué no a tantas mujeres como mi madre que están presas por salvar sus vidas o las de sus hijos, por defenderse? Lo indulta a él, y es un insulto, una injusticia, un nuevo crimen. Así que no me queda otro camino que ser yo quien haga justicia.

 

 

 

 

CARTAS DE AMIGOS -I-

 

         "Cuando no se tiene el coraje de vivir como se piensa, se termina por pensar cómo se vive".

 

         Victoria Ocampo

 

         A Ovidio Lovera

 

 

         Ya ves Tzin Tzin, y vos que lamentabas tu miseria. Tu lengua Maká es ya parte del olvido, y el guaraní que te enseñaron es aquel que mal hablan los cristianos, ni la lengua del aborigen, ni la del hispano. Aquí estamos vos y yo hablando de la guerra, esa maldita palabra, ese crimen que a fuerza de dinero lo vuelven legal.

         ¿Cuánta gente que como nosotros trabajaba día a día para llevar alimentos a sus hijos morirá? ¿Cuánta gente que poco a poco construyó lo que tiene perderá todo? ¿Cuántos acaudalados se volverán pobres? ¿Cuántos seres humanos serán inmigrantes indeseables para países ricos? ¿Cuánta sangre nueva para trabajos duros mal pagados?

Lo ves amigo mío, el mundo cambia permanentemente y hay que estar preparado. No está lejana la hora en que nuestro tesoro mayor, el agua, sea codiciada por los amos del mundo. No está lejos el día en el que, como a Irán, nos destruyan nuestras ciudades, nuestros hogares y saqueen nuestros tesoros para apropiarse de su petróleo y llamar a esa batalla "Libertad a Irak", sin que ningún iraquí pida esa guerra.

         Nosotros somos su meta futura, y por eso pienso que está hice que nada hagamos. Que no construyamos monumentos ni obras de arte colosales, que no tengamos riquezas que exhibir.

         Este argumento utilizan frecuentemente los inescrupulosos para llevarse las riquezas naturales y pauperizar el país, diciendo:

         "Después de todo solo es un adelanto. Así evitamos el saqueo futuro que viendo hoy esta absurda guerra deberemos esperar".

         Tienes razón Tzin Tzin, no debemos traer más hijos al mundo, y aun más debemos enseñarles a los nuestros a que hagan lo mismo, así no tendrán que ver cómo son asesinados, cuando las reservas de agua dulce que tenemos sean codiciadas como el petróleo hoy.

         Espero que la guerra esté aún lejos, aunque cuando oigo sobre el "terrorismo" en las tres fronteras, lugar donde confluyen las aguas, se me hiela la sangre. Pues bastará con el capricho del loco dictador del mundo que quiera para sí las reservas del agua, para sumarlas a las reservas de petróleo y acumular así dos grandes fuentes naturales de riqueza, para que la destrucción, nuestra sangre y nuestras vidas sean sacrificadas bajo una nueva mentira: "Libertad para América", y sea el fin.

         Por eso digo, después de todo, esta apatía de no hacer nada, esta falta de energía para la construcción de monumentos y obras públicas están bien.

         Así solo se destruirán las mansiones opulentas y lujosas hechas por los gobernantes ladrones del pueblo. Lamentaremos la pérdida de nuestros seres queridos y nuestras riquezas naturales.

 

 

 

 

LA SEGA

 

         "Así la carga amarga no alcanza su mar muero y la vela rebelde

prolonga la agonía de ayeres condenado bajó la luz del día".

 

         Josefina Plá

 

 

         Pese a no haber estado en ellos, conocía la existencia, de varios infiernos. Era falsa la creencia de un único infierno en el más allá. Entre los más conocidos estaban, el infierno de la cárcel, el infierno de los orfelinatos, el infierno de la tortura, el infierno de la droga. Pero el más terrible y poblado de ellos era sin duda el infierno de la miseria. En este el sufrimiento era permanente, continuo, perpetuo.

         El día estaba lluvioso y solo invitaba a permanecer en casa, en la cama. De casualidad encontré entre los objetos dejados en el apartamento aquella revista pornográfica con las más repulsivas imágenes. Esas que hacen que hasta el que admira el sexo y el acto de amar, lo vea asqueroso. Existía una sección entera de la misma dedicada a los fenómenos. Allí se encontraban hombres con dos penes, penes del tamaño de serpientes y otras deformidades. Escudriñé mi mente imaginando al retorcido sujeto que podría excitarse ante tales anormalidades. Pese al esfuerzo hecho no alcancé a representármelo. Estas imágenes solo me causaban malestar, jamás placer, ni erotismo.

         Seguí hojeándola y descubrí con sorpresa algunos personajes de dibujos animados infantiles convertidos en auténticos sátiros desenfrenados. Finalmente decidí que ya había agotado mi cuota de curiosidad y catalogándola de inadecuada para mis necesidades, la arrinconé en el mismo lugar de donde la había tomado. Fue entonces cuando recordé que en el primer estante de la biblioteca pequeña estaba el Kama Sutra, la filosofía en el arte de amar. Hacía tiempo que había comenzado un análisis del mismo acotando al margen de sus páginas mis puntos de vista, mis disidencias con algunos de sus pensamientos. No hace falta aclarar que como mujer me niego al dogma de ser entrenada como objeto de placer del hombre, aun renunciando al mismo de ser necesario. Pero al paso de la lectura por las posiciones aconsejadas, los recuerdos se agolparon en mí recordándote y como piedras en un derrumbe chocaban en mi mente atontándola, conduciéndome involuntariamente a la catarsis, al deseo incontenible de ti.

         De inmediato me dispuse a remediarlo, el potente chorro de agua de la bañera de hidromasajes daba de pleno en mi punto sensible, y una y otra vez se repitieron los gemidos de satisfacción total, hasta que quedé exhausta, liberada, saciada. Mi cuerpo dejó de buscarte, pero seguí extrañando tus besos, tus palabras y tus caricias, seguía aún necesitándote.

         Este era mi pequeño infierno. "El no tenerte". El punzante dolor que no tiene un sitio concreto, un músculo o un órgano pero se sufre.

 

 

 

 

LA ARTISTA

 

         "Solamente puede ser artista quien tenga una religión propia y una visión original de lo infinito".

 

         Friederich Von Schlegel

 

         A Federico Ordiñana

 

 

         La vi por primera vez en aquel recinto iluminado por luces artificiales. Por la protesta que habían manifestado los artistas, y a pesar de las diferencias que había entre ellos, dado que unos sostenían inescrutablemente que la luz natural era infinitamente mejor, mientras otros se oponían a empezar la obra con luz natural, puesto que rondaban las seis de la tarde y muy pronto habría que sustituirla por luz artificial, y esto que parecía mero capricho, era básico, ya que al cambiar la luz cambiaban todas las sombras y la imagen misma de la modelo, que recostada desnuda sobre una caja soportaba estoicamente el acuerdo previo a la hora de dibujo con modelo natural, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid.

         Ella era una de las artistas que allí estaban. Quizás por concordar con los que se impusieron, no enunció palabra. Bastó que la aguja del reloj hiriera mortalmente las doce dando las seis en punto, para que toda ella fuese un lápiz.

         Hacía trazos suaves dibujando los contornos de aquel rostro petrificado en esa pose por horas, como la más eterna de las estatuas. El cuerpo de la modelo era armónico, macizas sus piernas, y aquellos bucles que le caían a los lados de ambas mejillas y sobre la frente, recordaban irremediablemente la escultura de paulina Bonaparte hecha por Canova. Sin ser hermosa colmaba de provocación a la artista.

         Me acerqué entonces aún más a Iris, quien la retrataba, ése era su nombre, lo supe después. Comencé a ver más claramente su firmeza con el pastel, trazaba unas líneas y con el dedo anular las esfumaba con infinita paciencia, como si tuviera toda la vida para acabar su obra.

         Pasó así de acariciar el rostro a acariciar cuello, torso, brazos, piernas y entrepiernas, dejando entrever ese ensoñecido pubis, finalmente firmó la obra. Los últimos retoques se los daría en casa.

         Día tras día, me acerqué al Círculo para verla trabajar. Era incansable, como si debiera traspasar al papel todos los cuerpos antes que se acabara su tiempo. Los movimientos de sus manos debían de estar acompañados por el Danubio Azul, ejecutado por la Filarmónica de Viena y dirigido quizás por el inmortal Von Karajan, pues todo era ritmo y armonía.

         Fueron pasando así semanas y semanas, en las que no me decidía a hablarle, a confesarle esa admiración que le profesaba y por qué no, pedirle que me retratara también a mí, con esa naturalidad de trazos.

         Un día, inducida por no sé qué motivos, me decidí. La esperé sentada en su banco antes de que dieran las seis en el reloj. Cuando llegó, la expresión de sorpresa fue patente, la inquietó que alguien estuviera en su sitio. Entonces le relaté lo mucho que el verla trabajar me había cautivado, que desde que la vi la primera vez, sospeché que era la vida misma intemporal la que corría por sus venas y no la común sangre de los mortales.

         Le confesé que a pesar de que no lo notara, hacía mucho tiempo que la observaba y que al regresar a casa, me bastaba con oír los arabescos para recordarla a ella, sentada en su banco frente a la modelo, copiando los cuerpos a ritmo de valses, como quien dirige una orquesta y marca violines y surgen brazos, y al indicar vientos brotan senos. Luego, bruscamente le dirigí mi ruego, como para que no tuviese tiempo de negarse.

         Intentó una disculpa, pero insistí. Necesitaba verme en el papel y se lo hice saber. Me dijo entonces.

         - Mañana a las seis -agregó- en el mismo horario de siempre, pero en mi casa.

Tomé fielmente la dirección, no podía equivocarme.

         Esa noche dormí entrecortado, estaba ansiosa, la impaciencia me mantenía en un entresueño, pero la idea de no estar con el rostro relajado al día siguiente me incitaba al sueño.

         En la mañana lavé mis cabellos, los peiné, para que estuvieran verdaderamente bellos. Y esperé hasta las cinco antes de partir para su casa. Para mantener la calma, tomé un libro cualquiera para leer de camino en el bus, resultó ser "El Aleph" de Jorge Luis Borges. Los cuentos me ayudaban a esperar con menos ansias, a medida que la hora fijada estaba más próxima. Hasta que un cuento me pasmó. No sé por qué, al llegar a la página 73 del cuidado libro de mi biblioteca personal, me inquieté de aquel modo. El título del cuento era "La otra muerte", el miedo se apoderó de mí. Ya quise saber el final, cerré bruscamente el libro y ya no hice nada hasta bajar.

         Eran casi las seis cuando toqué el timbre del edificio, inmediatamente se abrió la puerta. A medida que subía las escaleras la piel se me erizaba, pensé brevemente, es la emoción. Al fin se realizará esto que tanto esperé y deseé.

         Iris vivía en el primer piso. Me esperaba ya con la puerta del departamento entreabierta. El espacio estaba preparado, me indicó el sitio y la pose. Me dijo:

         - ¡La ropa la puedes dejar en esta silla!

         Me desvestí y me ubiqué como me había indicado, de pie, apoyando ambos brazos sobre un pedestal, una pierna por delante de la otra, en un medio perfil, sugirió que pensara en algo lindo que me hiciera esbozar una sonrisa. Por una ventana se filtraba el sol que me daba de lleno en la cara, y pensé en el poema de Martí:

         "Yo quiero salir del mundo

         por la puerta natural

         en un carro de hojas verdes

         a morir me han de llevar,

         no me encierren en lo oscuro

         a morir como un traidor

         ¡Yo soy bueno y como bueno

         moriré de cara al sol!"

 

         Mientras lo repasaba mentalmente, oí que me decía:

         - Ese pensamiento está muy bien, conserva esa expresión en el rostro mientras te retrato.

         No sé cuántas veces repetí ese verso completo, pero ya llevaba varias cuando escuché:

         - Puedes descansar, haremos una pausa de quince minutos y seguimos.

         Me pareció magnífico. Mi cuerpo se empezaba a resentir por la rigidez solicitada. No evadí la tentación de ver cómo iba el encargo. Me vi como jamás me había visto, era mi alma misma en el papel y no entendía cómo la descubrió, solo yo conocía "mi yo" íntimo. Aquella expresión de mi rostro era monumental, una mezcla de burla fina y disimulada, con otra sangrienta y mordaz dibujaban los labios. No era la sonrisa de la Gioconda, Iris nunca se hubiera permitido una copia, todo lo suyo era propio. No admitía imitaciones, debía ser lo auténtico, la esencia única e irrepetible. El alma misma en el papel.

         Volvimos a la tarea y recordé mentalmente las melodías de valses, una tras otra iban encadenándose en mi mente, eran un torbellino de ritmos y recovecos, hasta que por fin concluyó.

         - Está terminado -dijo, y agregó con voz casi inaudible-, la verdad es que yo siempre pinto muertos. La gente suele traerme retratos de sus padres o hijos muertos para que yo los reproduzca; casi siempre son de fotos pequeñas, como las de los documentos y debo quemarme los ojos para hacerlos. Muchas veces trabajo con lupa, porque son fotos viejas y se desdibujan, pero cuando termino el dibujo, y lo ven sus parientes, la satisfacción que les causa es tan grande que todos los esfuerzos previos se me olvidan.

         En ese momento me di cuenta. Entendía la razón y el sentido de todo, ya no tuve miedo, comprendí que desde aquel momento, aquel día a las seis de la tarde, había muerto. Al fin llegaba lo que siempre esperé, lo que siempre supe que ocurriría. Y ya no me importó seguir en este cuerpo y en este mundo. Ahora yo era una más de las que conocían ese secreto.

 

 

 

INDICE

 

Prólogo

Mutaciones

El poeta

El viaje

El accidente de trabajo

El pombero

El sobreviviente

La rabia

El cuadro de la Virgen

Penta Reí

La pasión de un hombre

El machista.

El indulto del Presidente

Cartas de amigos -I-

La sega

La artista

Guión sobre la Constitución del '69 (Comedia)

 

 

 

 

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