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MARÍA EUGENIA AYALA CANTERO

  CAFÉ CANELA, 2004 - Poemario de MARÍA EUGENIA AYALA


CAFÉ CANELA, 2004 - Poemario de MARÍA EUGENIA AYALA

CAFÉ CANELA

Poemario de MARÍA EUGENIA AYALA

Editorial SERVILIBRO

Asunción - Paraguay

2004




CAFÉ CANELA

Café canela de a sorbos,
derrochamos las palabras
por designio del destino
escondidas de infortunio,
al crepúsculo testigo
tarde en llamas de un otoño.


Nos sentamos, conversamos,
tú dijiste muchas cosas
y yo dije muchas otras,
café canela sorbiendo...
soltando audaces miradas
en compases vespertinos.


Súbitamente y sublime
la noche nos fue cubriendo,
bastó un silencio profundo
y una pregunta azarosa,
café canela de a sorbos...
Y tu infinita mirada
se reflejó en mis pupilas,
como en un mar de ansiedades.


Antes que el café se acabe,
sí, tus manos y mis manos
se encontraron de improviso
y un huracán de amapolas
ardió en medio de esa magia.


Café canela de a sorbos,
en la cuenta regresiva
tras el tiempo ya perdido,
recorrimos de inmediato
el camino fugitivo
de prohibidas melodías,
de encendidas madreselvas.


Café canela de a sorbos,
florecieron nuestros labios
de néctar y nardos vivos.


Ahogada en café la noche,
penetraba imperturbable
en un sudor sin preguntas
en un sudor sin respuestas.


Mientras, rompimos las reglas
sobre el amor en silencio,
sobre el amor al desnudo
y un manantial de jazmines
y de mieles muy sabrosas
lento y profundo invadía
los cuencos de mis entrañas,
disuelto en café canela.


Con sabor café canela,
mi cuerpo de mar se hizo,
tu piel mi bahía fue,
a los pies erupcionados
del volcán que despertamos.

 

 



LLEGÓ...

Llegó como aguacero de febrero
tan repentino como presagiado.
Llegó para marcharse y sin embargo,
las hiedras y anacondas se opusieron.


Llegó con pasaporte provisorio
sin fecha de regreso ni reembarque
cargándose en maletas al destino,
corrientes del presente conjurado,
aún oliendo a viajes del pasado,
trayéndose al futuro a manos llenas.


Perfumes de mujeres en la entraña,
de tanto en tanto emanan de su piel
y llenan recovecos de mi alma
que en vientos borrascosos se desgarra.


Llegó como el ocaso al horizonte
volcándome en el vientre la lujuria,
a descansar la vida extenuada
sobre el remanso tibio y nacarado
de mi profunda y llana geografía.


Llegó para marcharse y sin embargo,
me juega zancadillas el destino,
abriga con sus brazos mis heladas,
enreda mi cabello en su hojarasca,
embriaga así mi alcoba con fragancias.
Pero...al pie del crepúsculo opacado,
mis ojos entrecierran soledades,
y luna a luna vuelven hacia mí
que envuelta en piel estoy para adorarlo.


 

 

DULCE AMIGO MÍO, DULCE COMPAÑERO

Dulce amigo mío,
dulce compañero,
no me dejes nunca
sola en este mundo.
Quédate conmigo,
quédate a mi lado.
Cuando tenga frío
ménguame en la luna
un espacio tibio,
y un silencio blanco
siempre entre tus brazos.
Tómame la mano
dulce amigo mío,
dulce compañero,
llévame contigo
a tu mar celeste
hazme un arrumaco
lleno de cariño.
Cuéntame en tu mundo
como yo te cuento
no me dejes nunca
sola en esta tierra.
Déjame que cante
coplas en tus brazos.
Déjame que baile
valses en tu vientre.
Déjame que escriba
versos en tus labios
deja que perfume
nardos en tu pecho.
Dulce amigo mío,
dulce compañero,
siéntate conmigo
con la pluma en mano
de mar y camelias.
Dulce amigo mío,
dulce compañero,
rompe junto a mí
toda la atadura;
que nos reconcilie
el sol y la luna.
Dulce amigo mío,
dulce compañero,
no me dejes nunca
sola en este mundo.

 

 



DE POETISAS Y DE LOCAS

 

A Delfína Acosta, maestra y amiga.

Entre versos de polvo desprovistos,
de métrica, de rima y un ensueño,
de Villeta, diciembre y santaritas
ella viene con líricas del alma.


Al andén romancero nos cruzamos
en la luna de Lorca conversamos
en el mar de Alfonsina perecemos
con Neruda al azar de la poesía.


Nos reunimos con Lorca y nos sentimos
en la piel de Lucía cada tanto,
al descuido algún beso le robamos
y caemos rendidas en sus brazos,
anacondas de leños inmortales.


De Neruda bebemos con vehemencia
sorbo a sorbo la sal de su Isla Negra.
Entre letras Delfina me confiesa
que hubiese ella querido entre sus versos
por una vez, también, ser su muchacha.
Y no muy lejos de este pensamiento
confieso que en la hoguera literaria,
la que nos une a todos los poetas,
quisiera yo también ser su muchacha.


En tardes sabatinas nos tejemos
en punto cruz alguna ardiente rima
milagro cardinal en contrapunto
de trucos y secretos de poetisas.


Mi amiga y mi maestra me resguarda
de vientos borrascosos los secretos,
amor y desamor de mi poesía,
fangales, madrigueras de canela
café de abril, camelias y rosales.


Las dos nos comprendemos a la libra
pues ambas padecemos de lo mismo,
la enfermedad mortal de quien agita
la pluma en cada paso desafiante,
la misma enfermedad que nos semeja
al loco y al poeta en primavera;
la cruel enfermedad es la poesía
que sana con la pluma apasionada.

 

 



ESE POETA TIENE QUIEN LE ESCRIBA

A William Baecker en el afecto que entrañamos los
poetas y los versos que con cariño le he robado.

Ese poeta tiene quien le escriba.


A mí también, amigo,
llegó con un chubasco.


Ancló a mis orillas,
allende a manivelas
de diáfanas nostalgias ya olvidadas,
el bolso aún cargado
de viejas humedades y agonías.


Dejó sobre el sofá toda su hombría,
quebró delirios rojos
en el antiguo espejo de la sala.


También él,
"cenó conmigo,
cerró la puerta,
se quedó".


Pero ¿sabes?
Si cobijo mis sueños en la almohada
un frío inadvertido
sacude mis entrañas
y toma por asalto mis monturas.


Ese poeta tiene quien le escriba.


Yo tampoco creía, pero es cierto
ya tú me habías dicho...
"Esa diosa ramera que se acuesta
en los últimos tiempos con cualquiera
"la duda..."
en mí logró turbar los pensamientos.


Y aun
que me niegue siempre a la certeza...


Ese poeta tiene quien le escriba.


Porque su pluma escribe en cada encuentro
versos de miel canela
sobre la piel que rasga
con fuego y rosas blancas amarillas.


Por más que no lo quiera, amigo mío,
aquella de quien tanto me has hablado,
es sólo el frío que me invade siempre
de luna en luna,
de hiel en hiel.


Esa incauta y tan mala compañía
me cubre con su hielo acostumbrado,
ocupa su lugar a mi costado,
se embriaga del perfume
que se quedó de él sobre mi alcoba.
Se lía con mi lacia cabellera,
me cuenta algunos cuentos
de mal de amores que ella ha recogido
y seca con sus manos de nevada
las sales que me brotan de los ojos.


Yo tampoco creía, amigo mío,
pero, sabes?


Ese poeta tiene quien le escriba.


Aún sabiendo que con cada ausencia
-las que de tanto en tanto me visitan-
la fría soledad siempre regresa.

 

 

 

 

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