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ENRIQUE MARINI PALMIERI (+)

  GABRIEL CASACCIA, NARRADOR CABAL Y VENERO DE LA NOVELÍSTICA PARAGUAYA - Por ENRIQUE MARINI PALMIERI - 7 de Noviembre de 2010


GABRIEL CASACCIA, NARRADOR CABAL Y VENERO DE LA NOVELÍSTICA PARAGUAYA - Por ENRIQUE MARINI PALMIERI -  7 de Noviembre de 2010

GABRIEL CASACCIA, NARRADOR CABAL Y VENERO DE LA NOVELÍSTICA PARAGUAYA (I)

 

 

Profesor doctor ENRIQUE MARINI PALMIERI

 

Al novelista y cuentista paraguayo Gabriel Casaccia (Asunción, 20 de abril de 1907 – Buenos Aires, 24 de noviembre de 1980 —donde hubo residido desde 1940—, cuyo nombre completo es Benigno Gabriel Casaccia Bibolini), muchos consideran padre de la novelística contemporánea paraguaya.


Un ejemplo: en Yo el Supremo, la voz del cronista se refiere a La Babosa, de Gabriel Caxaxia, quien trazó en esa novela la “verídica historia” sobre Areguá (cf. Siglo XXI, 1974, p. 371). El reconocimiento sugiere que el quehacer literario de Casaccia se resuelve en su compromiso con el devenir y la realidad de su patria, lejos de afanes ideológicos particulares que glorifiquen o denigren.

Dejando de lado casos aislados de finales del XIX (vgr., Por una fortuna una cruz, de Marcelina Almeida, en 1860), lo admitido es considerar que la genealogía novelística del Paraguay se inicia con Ignacia, la primera novela publicada en el Paraguay, en Asunción, en 1905; escrita por un argentino, José Rodríguez-Alcalá. Casi cincuenta años la separan de la publicación de La Babosa, de Gabriel Casaccia (Buenos Aires, 1953), novela que recibió el Premio de la Editorial Losada de 1952. Desde 1905 aparecieron, vgr., Aurora, de Juan Stefanich (1920); Tradiciones del hogar, de Teresa Lamas Carísimo de Rodríguez-Alcalá, en 1921 y 1928; Rhodopis, de Eloy Fariña Núñez (1926); Náufrago de una vida, de Carlos Frutos, en 1928; en 1930, del propio Casaccia: Hombres, mujeres y fantoches, y Mario Pareda (1939). Un capítulo particular es el ciclo dedicado a la Guerra del Chaco (Rigoberto Fontao Mesa, Infierno y gloria, de 1934; Cruces de quebracho, de Arnaldo Valdovinos en 1934; Ocho hombres, de José Villarejo, en 1934; Cabeza de invasión (1944), del mismo autor. José María Rivarola Matto publica en Buenos Aires Follaje en los ojos (1952). Le siguen Raíz errante de Natalicio González (Méjico, 1953); Tava’i, de Concepción Leyes de Chaves (Buenos Aires, (1947); La Casa y su sombra, también de Teresa Lamas Carísimo de Rodríguez-Alcalá (1954); e Hijo de hombre, de Augusto Roa Bastos (Buenos Aires, 1960); y de Crónica de una familia, de Ana Iris Chaves de Ferreiro en 1966. Considerando, pues, la producción novelística hasta diez años antes de la aparición de La Babosa, se podría anticipar que esta novela abre el sendero a una narrativa más objetiva —por así decirlo— respecto de la realidad paraguaya, sendero hacia la modernidad que funda la trama novelística en personajes de cuidadas construcción y función psicológicas.

En 1930 Casaccia publicó su primera novela Hombres, mujeres y fantoches, “autobiográfica”, dijo el autor, indicando en la tapa solamente sus apellidos: Casaccia Bibolini, sobrentendiendo [Benigno Gabriel]. En 1932, asimismo firmó la obra de teatro, El bandolero, y un manojo de relatos breves, El guajhu (1938), y su segunda novela, Mario Pareda (1939). A partir del manojo de relatos breves, El pozo (1947), decidió firmar Gabriel Casaccia. Y así La Babosa (1952), La llaga (1964, Premio Kraft “América en la Novela”, en 1963), Los exiliados (1966, Premio de la revista Primera plana, por un jurado que integraban, entre otros escritores, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes y el crítico uruguayo Emir Rodríguez Monegal), Los herederos (1976). Dejó inéditos: la novela Los Huertas, que se publicó en 1981; y el manojo Cartas a mi hermano (1982), cartas intercambiadas entre enero de 1937 y julio de 1948, desde la ciudad de Posadas (Argentina), con su hermano Carlos Alberto, quien vivía en Asunción. Como se puede observar, la forma literaria que más practicó Casaccia fue la novela, sobre la que opina:

[...]Escribir una novela no es ni puede ser frívolo pasatiempo ni una de las tantas maneras de llenar algunas horas vacías, como tampoco el lector puede buscar en su lectura nada más que eso. Ambos, escritor y lector se complementan, y aquél escribiendo y éste leyendo se integran para crear esa cosa viva que es una novela […]  Si no fuera por los novelistas..., el hombre tendría una falsa idea de sí mismo y de los sentimientos que fermentan en lo hondo de su intimidad. Y sobre todo desconocería su realidad profunda, confundiéndola con su realidad trivia [...] [1]

Asimismo, el escritor siempre definiría su labor, integrándola en la tradición universal de la novela la que le resulta ser: “[...] género literario tan vasto, tan variado y sobre todo tan dinámico, que desde hace más de un siglo se renueva y se amplía sin cesar” (carta del 22 de junio de 1939). Sus novelas posteriores a 1939 apuntan a “la conciencia y pensamiento de los lectores”, afirma Casaccia, lejos de ideologías religiosas y sociales, logrando que éstos reaccionen. Casaccia observa y expone la realidad nacional paraguaya, de manera de lograr objetividad en el mirar y en el decir, inspirándose para ello en el cuestionamiento ontológico y metafísico de los personajes. Comprender a las mujeres y a los hombres del Paraguay para describir la realidad nacional, social, humana, sin juzgarla, tal es la meta. Verbigracia: las voces de los narradores de La Babosa, Los exiliados, Los herederos cuentan la desesperanza y el dolor de los personajes, reavivan las llagas de vidas desperdiciadas, vacías, hundidas en su propia miseria. El lector recibe un cúmulo de figuras cuyo estado —como letárgico— les impide ser, corregir errores, seguir viviendo, sencillamente. ¿Podría decirse que, siguiendo el ejemplo de Unamuno, a Casaccia “le duele” el Paraguay? (cf. carta del 25 de marzo de 1940). Las características de su novelística parecen respondernos que sí: observar la realidad paraguaya, apoderarse para devolvérsela a los lectores mediante ejemplos que ellos podrán rechazar o aceptar, o burlarse o reír de ellos o, condescendientes, comprenderlos; o aun reconocerse en esos personajes terribles. La meta es lograr que los lectores conciban la idea de que es necesario cesar de eludir responsabilidades, y tomar partido por la ética de progreso que el estado de cosas imponía —¿e impone aún?—. ¿Se plantea la vigencia de la novelística de Casaccia?

La voluntad de intentar despertar conciencias a la que estoy aludiendo podría pertenecer a lo mismo que los griegos veían en la intencionalidad de la tragedia, es decir a la reacción catártica. Y, si esencialmente el contexto de las novelas de Casaccia es el de la realidad paraguaya, él dijo que toda realidad depende del ángulo desde el que se la observa. El mirar de Casaccia es subjetivo y objetivo a la vez, personal y paradójico, naturalmente universal, humano. En una entrevista concedida al periódico asunceno Hoy, en 1979, afirma: “En mis novelas, como en toda obra literaria narrativa de ficción, lo que intento es recrear la realidad paraguaya desde un enfoque personal”. Reivindicar la subjetividad para lograr objetividad supone que Casaccia se acerque al principio de la poïética aristotélica de la mimesis, según la cual el arte imita a la naturaleza, pero sin ofrecer de ésta una pintura estéril, hueca, mera apariencia, superficial, descriptiva, desprovista de profundidad, de sentido. La mimesis en Casaccia posee la dimensión interior de naturaleza ontológica, metafísica y, creo, alcanza la esencia misma de lo que le muestra la realidad natural que él observa para narrar. Siempre en dicha entrevista, el escritor añade: “Descubrir el corazón del hombre a través de una vida de hombre es, creo, la tarea más fascinante de un novelística”. Ello no estriba en el mirar frío de un entomologista, sino en la empatía respecto de los seres que, frente a “la dura dificultad de vivir”, “caen”, dice aún. El sufrimiento y el dolor de vivir se reúnen en el mirar de aquel que observa a sus personajes novelísticos en su “razón de ser” de cada uno de ellos, en las dificultades por las que tambalean y caen en la decadencia que les es propia. La empatía filtra el observar del escritor por el prisma subjetivo y, su subjetividad saludable pondrá de relieve las características propias de cada personaje. La voz del narrador irá ordenándolas según la economía novelística que le ofrecerá al lector. Por ejemplo, de la mirada así filtrada del narrador subjetivo, objetivos resultan Ramón Fleitas y Ángela, cuyos caracteres paradígmicos poseen un alcance catártico. Con tales ejemplos, el lector puede reconocerse en ellos. Lo cual supone que éste se conoce a sí mismo y logra concebir aquello que podría cambiarle la vida. Sin embargo, si hay rechazo y el lector no se reconoce en los ejemplos novelísticos, no se conoce a sí mismo. Incluso, habiendo recibido la imagen novelística como una agresión, el lector no solamente la rechaza, sino que la denigra. Recordemos que cuando salió la novela, sus personajes encendieron los ánimos en Areguá, y cada habitante la leyó pensando haber reconocido en ellos a vecinos, pero no a sí mismos… Escándalos, risas, sonrisas, y por lo general rechazos: ni Fleitas ni Ángela tuvieron lectores indiferentes. Casaccia había ganado la partida. De ahí que Areguá enmendara algo en su comportamiento… A nadie se le puede reprochar el escribir con intención catártica, obviamente. Lo que sí hemos de retener es que dicha intención exige una construcción de personajes de perfección psicológica, rasgo éste de decidida modernidad novelística. Y de vigencia permanente.

Si el acto de narrar es, con seguridad un acto ancestral, y la narración oral de hechos acaecidos en la prehistoria, la primera forma de ficción, ya Aristóteles invitaba a que se leyese a Homero teniendo en cuenta que, en las historias que narraba, “la fábula [acción organización; hoy historia o diégesis], [la cual] no es una en sí misma por el solo hecho de que hay un héroe que la cumple, y, puesto que la vida de un hombre se compone de un número infinito de sucesos, las fábulas que Homero propone son múltiples, y por ende, éstas no constituyen una unidad” (Poética, 1451ª, 16-29). El héroe es el que les da unidad, siendo un paradigma, un modelo, ejemplo, lección; y, siendo su vida el objeto de la narración, “la unidad de la imitación de la acción resulta de la unidad del objeto de la acción” (ibd. 30-35). Si en la novela antigua, el soliloquio se conforma en la serie de preguntas y respuestas que se dirige el personaje a sí mismo, y a las que él responde en su fuero interno, el dialogismo moderno tal y como lo emplean Joyce y Proust (cf. carta del 29 de octubre de 1945) reviste la forma de la reflexión de un personaje consigo mismo, reflexión cuya incidencia en la historia narrada estructura toda la economía novelística de ficción, ejemplarizando su conducta, apuntando al sentido de la lectura. Este recurso emplea Casaccia y por ello se lo suele calificar de novelista realista —en particular en cuanto a La Babosa, Los exiliados, y Mario Pareda. El propio escritor afirma: “En las novelas la realidad real y la realidad fantaseada van tan confundidas que es difícil decir dónde termina la una y comienza la otra. En ellas entra tanto lo irracional como lo vivido, tanto lo imaginado como lo subconsciente”. (Almada, p. 70-71). Además, como añade el escritor sobre La llaga y Los exiliados, el realismo consiste en “revelar a través de esta novela algunas reacciones anímicas y psicológicas del paraguayo al sufrir la influencia y la presión de un ambiente extraño” (ibd.). Y todo para volver a la mimesis.



Profesor doctor ENRIQUE MARINI PALMIERI

Publicado en fecha: 30 de Octubre de 2010

Fuente en Internet: www.abc.com.py



 

 

GABRIEL CASACCIA, NARRADOR CABAL Y VENERO DE LA NOVELÍSTICA PARAGUAYA (II-FINAL)


Entre dialogismo y realismo, por la relación mimética entre el referente y el discurso, plasmando en éste una forma de naturalidad lingüística merced al uso del discurso indirecto libre y la organización de hechos que se suceden, Casaccia logra que, como lo dice él mismo: “[...] la obra literaria, para mí, es un objeto que tiene una duración propia, un comienzo y un final. [...] La obra literaria es lo que obtiene alguien que reconstituye el mundo, tal como lo ve, a través de un relato que no apunta directamente al mundo sino que se refiere a obras o personajes inventados. Y eso es poco más o menos lo que he querido hacer”. (Almada, op. cit., p; 244-245). Para Casaccia, lo esencial sigue siendo la convicción de que: “A la literatura siempre la he considerado como una de las formas de libertad”. (Almada, p. 219). Tradición y transmisión de aquello por lo que la novela es un: “[…] género literario tan vasto, tan variado y sobre todo tan dinámico, que desde hace más de un siglo se renueva y se amplía sin cesar” (carta del 22 de junio de 1939). Sus novelas posteriores a 1939, tal y como lo expresa Casaccia, apuntan a “la conciencia y pensamiento de los lectores”. En esta línea se encuentran, por ejemplo, Raquel Saguier, Renée Ferrer, Guido Rodríguez-Alcalá y Susana Gertopan. Así, la geografía psicológica y física del escritor fracasado, que es Ramón Fleitas, posee relieves metafísicos cuyos claroscuros el lector descubre en las profundidades de las secretas motivaciones del personaje. Profundidades que son la sustancia de señales que resultan del cuestionamiento ontológico al que tiende el autor. Señales que constituyen la radiografía de la naturaleza y de la manera de ser y de vivir del personaje que Fleitas encarna. Un badulaque, según el párroco de Areguá. Con igual estrategia construye al personaje de Ángela: totalmente perdida en sus frustrados deseos de recibir el reconocimiento social que los avatares de la vida le quitaron para siempre; como la babosa, ella arrastra su baba malhechora y malsana, dejando tras ella la maledicencia destructiva. Sin embargo, y a la vez, ambos personajes se distinguen por su fragilidad y pusilanimidad desconcertantes. Ángela es una suerte de ángel ambiguo, protector y destructor, triste ángel caído (obsérvese la sobresemanticidad que transmite el nombre del personaje respecto de la ambigüedad y paradoja en su comportamiento). Por contraste, ella y su baba característica son una y sola metáfora de lo que nadie habría ni debería hacer, imitar, de lo que ni siquiera debería existir.

Asimismo, en La Llaga, el joven Atilio, en una de sus visitas a Asunción, conoce a Cipriana, joven costurera, de marcada independencia social y material, con quien pasa la noche, en casa de ella, so pretexto de haber perdido el último autobús para Areguá. Cipriana asume sola su realidad femenina sin reivindicaciones particulares, ni ostentación, pero sí con suave firmeza. Ella es el personaje de la novela cuya transparencia de ánimo y de sentimientos posee mejor delineado ese matiz de sencilla solidez, de realidad, de tranquila lucidez que necesita la labor catártica a la que apunta la novelística de Casaccia. Pero Atilio lleva en sí la llaga del suicidio del padre, de la ambigüedad sentimental de la madre y la de su propia madurez no conquistada aún. Cipriana habría podido ayudar a que Atilio se volviese un hombre hecho y derecho, mostrándole de qué manera una persona puede llevar adelante su vida sin deber nada a nadie, ni tampoco herir. A pesar de que el muchacho se siente muy atraído por la serena feminidad de Cipriana, frente a ella le parece hallarse ante un abismo de decisiones, y retrocede, eludiendo el consabido vértigo. Más tarde, Atilio sellará su destino trágico, tal y como lo hizo su padre. ¿Se puede pensar que Atilio faltó a la cita que el destino le tendía con Cipriana? La respuesta pertenece a un estudio específico. Digamos sí, que el muchacho se transforma en personaje de tragedia, dando la espalda a la madurez necesaria para afrontar las espinas frecuentes en la vida de cualquiera. Este personaje podría ser metáfora, o aun sinécdoque, por el Paraguay en su andar histórico. De ser así, en el se centraría lo fundamental en la estrategia catártica de la novelística de Casaccia, Atilio es el anverso y Cipriana el reverso de la misma medalla.

Más allá de las conjeturas, lo principal es lo que la novelística de Casaccia provoca en el lector: atractivo o rechazo. Atractivo, por contraste o por oposición, ya por lejanía, ya por cercanía. Narrativa que apunta al describir y comprender, sin juzgar. Los personajes que sufren, penan, se pierden en ellos mismos o para ellos mismos. Esos badulaques torpes en el vivir, actúan según su incapacidad de ser, de vivir, y ello acaba por volverse contra sí mismos, impotentes, de aletargada moral, víctimas de las dificultades. Si la narrativa de Casaccia renovó la novelística paraguaya, liberando inhibiciones, marcando voluntades, lo logró haciendo propio el axioma de Platón: “Lo que es moral sirve para educar” (El Político, 1341 b & ss). De ser así, contrariamente a lo que afirma el escritor, existiría una ideología social en su narrativa de ficción, y respondería a un intento de que la conciencia y el pensamiento del lector reaccionen. Tanto el escepticismo y como la empatía para con los personajes resultan ser algo saludable: no paraliza, no juzga ni prohibe, no impide el escribir ni el leer. Se suspende todo tipo de juicio ante la geografía psicológica de sus badulaques. Oigamos lo que dice Casaccia (carta del 29 de septiembre de 1946):

“En la novela que estoy escribiendo ahora —se trata de La Babosa— trato de darle libertad a mis personajes, dejarlos que sean ellos y que se muevan por sí mismos. Que ellos me lleven a mí y no yo a ellos. No medito ni preparo de antemano lo que van a decir o hacer. Los miro un poco desde afuera, cual si fueren seres de carne y hueso, extraños. Que tengan una conducta contradictoria, variable, sin que sea incoherente o fantástica. Pero noto que en lo hondo, en la raíz, llevan ya lo suyo; son siempre ellos”.



Profesor doctor ENRIQUE MARINI PALMIERI

Publicado en fecha: 7 de Noviembre de 2010.

Edición digital: www.abc.com.py

 

 

 

 

 

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Fotografía de Gabriel Casaccia de la colección personal de Miguel Angel Fernández,

frente a la casa del autor.  Fuente: ABC COLOR
 
 
 
 




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