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REVISTA DEL PEN CLUB DEL PARAGUAY

  IV ÉPOCA-Nº 13 / AGOSTO 2007 - REVISTA DEL PEN CLUB DEL PARAGUAY


IV ÉPOCA-Nº 13 / AGOSTO 2007 - REVISTA DEL PEN CLUB DEL PARAGUAY

"REVISTA DEL PEN CLUB DEL PARAGUAY

POETAS – ENSAYISTAS – NARRADORES

HOMENAJE A GABRIEL CASACCIA”

IV ÉPOCA - Nº 13

Arandurã Editorial,

Asunción-Paraguay, Agosto 2007


 

PALABRAS PRELIMINARES

 
Este número de la revista del PEN Club del Paraguay lo dedicamos a la memoria del notable escritor Gabriel Casaccia, quien con su obra, marca un hito dentro de la narrativa nacional y de quien se conmemora este año el centenario de su nacimiento. Es por ello que varios de los autores que colaboran con el número 13 de la Revista, escribieron trabajos relacionados a Benigno Gabriel Casaccia Bibolini.
 
En la obra literaria de Casaccia, no escapa el lector a la visión irreal de un mundo recreado, el único asequible para él, dentro de un juego de imágenes que nos recuerda el mito de la caverna de Platón, donde para quienes ven en la pared de la caverna las sombras proyectadas por la realidad, ellas son la única realidad posible.
 
La simbiosis que existe entre el autor y su obra se vuelve manifiesta en la manera que tiene de transmitirla y esto se hace palpable en un comentario de Casaccia quien expresa: "Areguá vive en todas mis novelas. Yo creo que tanto García Márquez como Rulfo u Onetti crearon sus pueblos inspirándose en el recuerdo de lugares que conocieron. La diferencia de ellos con el Areguá que yo describo en mis libros es que no oculté dándole otro nombre o ubicándolo en un lugar indeterminado. Esa precisión e individualización le quitó a Areguá, me parece a mí, la magia de la irrealidad y poesía que tienen Macondo, Comala y Santa María".
 
Por otro lado, si hay algo que caracteriza al PEN Club del Paraguay es la publicación de su revista, la que con algunas interrupciones, hoy ocupa un lugar innegable dentro del ámbito cultural de nuestro país y en especial en el asunceño.
 
Por ello, consideramos oportuno recordar el primer número de la Revista del Pen Club del Paraguay, dedicada a LOS POETAS, que vio la luz el viernes 28 de enero de 1977, en una modesta edición con el sello del Fondo Editor Paraguayo. Era presidente del club el escritor y político Alejandro Marín Iglesias.
 
En este primer número aparecen poemas de los escritores César Alonso de las Heras, José-Luis Appleyard, Manuel E.B. Argüello, William Baecker, Nilsa Casariego de Bedoya, José Antonio Bilbao, Víctor Casartelli, Augusto Casola, Oscar Ferreiro, Juan Manuel Marcos, Luis María Martínez, Ricardo Mazó, Noemí Ferrari de Nagy, Emilio Pérez Chaves, Francisco Pérez-Maricevich, Josefina Plá y Hugo Rodríguez Alcalá.
 
Recordar el número 1, Año I, de la Revista, hasta puede parecer un melancólico homenaje al ayer, si no fuera porque hoy el PEN Club del Paraguay, a 30 años de tal acontecimiento, se encuentra en pleno apogeo dentro de lo que se da en llamar la IV Época, por las etapas de desaparición y resurgimiento que tuvo este novedoso club de escritores que,- pese al tiempo y a las circunstancias cambiantes de la vida de nuestro país, continúa con la publicación de su revista, que en esta IV Época, alcanza hoy el no poco envidiable número 13.
 
A nuestro club no le es extraño el afán de renovación, de actualización, de experiencias nuevas. Es por ello que en este número aparece, junto a los socios del club, el nombre de la escritora venezolana Edda Armas, actual presidenta del PEN Club de Venezuela y poetisa delicada, que tuvo la gentileza de responder al llamado que le hicimos para darle cabida en las páginas de nuestra revista.


Presidente del PEN Club del Paraguay


INDICE DE OBRAS:

POETAS

DELFINA ACOSTA: AQUELLA QUE TE AMÓ/ NADIR
 
MANUEL E.B. ARGÜELLO: TU PRESENCIA, AMOR
 
EDDA, ARMAS: MUDANZA/ TRIBUAL/ EL OTRO
 
MARGOT AYALA DE MICHELAGNOLI: CHACARITA
 
WILLIAM BAECKER: VINISTE/ ¿SERÁ VERDAD?/ NO SERÁ QUE EL OLVIDO
 
GLADYS CARMAGNOLA: PALABRA-SÍMBOLO/ CUENTO
 
AUGUSTO CASOLA: DEL DOMINGO 11 DE AGOSTO EN YCUA BOLAÑOS, LA MUERTE ES INOCENTE
 
EFRAÍN ENRÍQUEZ GAMÓN: CANTO A ALI ISMAIL
 
AURELIO GONZÁLEZ CANALE: EL ARPA DE URUNDEY/ POR ESTA PUERTA
 
LUIS MARÍA MARTÍNEZ: CON GABRIEL CASACCIA/ CON RAÚL AMARAL
 
DOMINGO RIVAROLA: SIEMPRE

ENSAYISTAS

MARIBEL BARRETO - LA LITERATURA PARAGUAYA CONTEMPORÁNEA
 
CATALO BOGADO BORDÓN - BUENOS AIRES Y EL PAPEL DEL PARAGUAY EN LA INDEPENDENCIA/ DISCURSO DE RODRÍGUEZ DE FRANCIA
 
AUGUSTO CASOLA - LA OBRA DE GABRIEL CASACCIA A TRAVÉS DE SUS PERSONAJES
 
ABELARDO DE PAULA GÓMEZ - LA CONCIECIA FILOSÓFICA
 
VÍCTOR-JACINTO FLECHA - DE CÓMO GABRIEL CASACCIA ESCAPÓ DEL INFIERNO TRASVESTIDO DE PARAÍSO PARA LLEGAR AL CIELO DE LA REALIDAD
 
EMI KASAMATSU - LE ESENCIA DE LOS JARDINES JAPONESES
 
LORENZO LIVIERES BANKS - REFLEXIONES SOBRE EL ORDENAMIENTO CONSTITUCIONAL EN EL PARAGUAY
 
LUIS MARÍA MARTÍNEZ - LA REALIDAD POLÍTICA EN LA NARRATIVA DE GABRIEL CASACCIA
 
FRANCISCO OLIVEIRA Y SILVA -  ICONOCLASTAS EN EL ARTE, O LA AGRESIÓN DE LOS INTOLERANTES
 
GENERO RIERA HUNTER - LA BABOSA, EL ENCIERRO, LO QUE ÁNGELA NOS ENSEÑA
 
BEATRIZ RODRÍGUEZ ALCALÁ DE GONZÁLEZ ODDONE - MANUEL GONDRA

NARRADORES

NELSON AGUILERA - SE HIZO LA ESPAÑA
 
PRINCESA AQUINO AUGSTEN - ELLA
 
JEU AZARRU -  INTELIGENCIA ARTIFICIAL II
 
DIEGO MEDINA - LA LLUVIA O EL VIENTO
 
PANCHO ODDONE - DESPUÉS DE TODO
 
JOSÉ PÉREZ REYES - LA GALERÍA
 
MARGARITA PRIETO YEGROS - LA MADRINA DE GUERRA/ LOS PYTA JOVAI
 
LUCÍA SCOSCERÍA - ROSAS SOBRE EL RÍO DE LA PLATA
 
ELSA WIEZELL - PUENTE DE MARIPOSAS

 
 

POETAS
 

CHACARITA
 
La brújula de mi existencia giró bruscamente,
comprendí que nada era casual ni gratuito sino la
suma de otros aconteceres.

El artificio de las luces de neón, los mágicos
destellos luminosos no eran más que una máscara.

La catástrofe transitó segura, incrustándose en
nuestras vidas; tiempo implacable y vertiginoso
cuando el impacto y el asombro sacudía todo el territorio.

Anidando una moralidad sometida al suicidio.

Como sombras arrojadas a ese mundo con amargo
sabor a pesadillas, azotadas por las batallas
desatadas en las calles.

Todo ese horror al parecer no traspondría los
frágiles cercados de la casa.

Perpleja ante hombres acribillados, Roberto
vencido y ensangrentado con los ojos abiertos
como abanicos, sorprendidos asesinados tras sus ideales.

Ahora perseguida, mordida en la soledad de un
mundo desgarrado, debía abandonar nuestra casita,
ocultándome por tiempo indefinido.

¿Dónde? ¿Cómo? Sin dinero no podía llegar más
allá -de Chacarita. Claro, Chacarita.
No tenía otro refugio.

Chacarita, que tanto había tratado de olvidar, se me
presentaba sin ninguna opción.

Allí aún vive la tía Boni, le alquilaré una pieza y mi
primo que es comisario me protegerá. Volveré a ser
una más en la marea de subir y bajar los barrancos
acosados por las aguas: ellas cicatrizarán mis
heridas y olvidaré la historia de esa noche más allá
de los barrancos.

Allí donde había hormigueado mi famélica e
infortunada infancia, entre promiscuas y húmedas chozas.


 
 
DEL DOMINGO 1° DE AGOSTO EN YCUÁ BOLAÑOS, LA MUERTE ES INOCENTE
 
¿Cómo pudo la Muerte, por sí elegir el fuego
si ella es tan helada, si ella es tan oscura...,
si llama con sigilo, para esconderse luego
infame despiadada, sin pasión ni premura?

¿Acaso no es la Muerte, esa grande ignorada
la que de lejos viene y sin dudar cercena,
la que ronda indiscreta, esa dama callada,
tan quieta y solitaria que merca con la pena?

Los días ya no cuentan en la tenaz porfía:
te sabes poderosa, te sabes imbatible,
señora de las penas... ¿qué falta, pues, te hacía
venir así de artera un domingo apacible?

No tienes culpa, dices, hoy elegiste el fuego...,
señora de la nada, esposa del vacío,
malvada destruiste mil risas con tu juego
¡Qué furia ha causado tu loco desvarío!

Te dices inocente, te dices injuriada,
que vienes al llamado ¡son otros los culpables!
La voz de la avaricia que brota en la miríada,
son ellos los malvados, de rostros tan amables...

Son otros los culpables, aquellos que han matado
de niños su sonrisa, de algunos los amores.
Los monstruos de codicia, la farsa ya han montado
y al clamor de reclamos, se olvidan los dolores.

Ver el abierto Averno ya marca nuestra vida,
saber que el llanto acaba y todo va al olvido
escarba con su saña la dolorosa herida
donde unos cuervos sacan, provecho de lo ido.

La pálida, callada, tú, Muerte fementida
te dicen la culpable, te marcan con desprecio
porque un domingo triste robaste tanta vida
mas ellas ya tenían devaluado el precio.

¡La Muerte es inocente!, ¡la Muerte es inocente!
Son otros los culpables de figurar ansiosos
de avidez que ciega y cruel mata inconsciente
con las palabras esas, promesa de animosos.

Ciegos, sordos al clamor, al grito que se eleva
piensan cómo robar más de las tumbas quietas ya
la sombra del silencio..., la sombra que se lleva
de entre las hojas secas, un necio aleluya.

 
 
EL ARPA DE URUNDEY (*)
 
Juan González, hermano,
pásame ese "urundey" torrencial
que fuera del ayer, eje de carreta y de trotes duros
porque quiero modelar un arpa de notas altas y claras
y sea tan cobriza y curtida como nuestra piel
y tan arpa como musical es nuestra espera
y tan americana como nuestra hambre
y tenga tantas cuerdas
como lamentos de pueblos
para componer una sinfonía de vientos
o un lamento fúnebre
o una guarania de insomnio y quebrant
o un takirari de coca y tristeza
o un tango de cadenas
o un samba de jaulas
o una cueca de chicha y lágrimas
o el sollozo de una mujer morena indígena
crucificada entre lapachos
contra la cordillera de los Andes,
o la parición de una mujer morena indígena
en el Amazonas, en la Pampa, en el Caribe
o la muerte de una mujer morena indígena
entre el Pacífico y el Atlántico
entre la tierra azteca y la Antártida...
o la muerte de una mujer morena indígena.

Y que sea de urgencia el arpa Pablo Benítez
y que tenga fuerza de canasto
y el arpegio, pureza de ñandutí, Pablo Benítez.
Y que venga pronto porque al minero de los Andes
se le acaba el pulmón,
al mensú se le despoja la vida
a los metalúrgicos se les caen las manos de cansancio
¡Pronto! que la universidad de América será asaltada con sangre
Pronto Juan
Pronto Pablo.

Pipuuiul
quiero esa arpa de profundidad indoamericana
para reparar el cántaro roto
para levantar la olla sobre la ceniza
para recuperar el trigo perdido,
para destruir las celdas
y restaurar en el pecho de esa mujer morena indígena
el Himno, la Patria, la libertad.
(*)Urundey.
Voz guarani, árbol de madera dura como el hierro.

 
 

NARRACIÓN

 
 
DESPUÉS DE TODO
 
Antonio López no terminó en la cárcel de Tacumbú como consecuencia de un gesto heroico. Tampoco tuvo la intención de hacer un estudio sociológico sobre los in ternos, expresión ambigua que tiende a confundir a la gente sobre la verdadera condición de los ocupantes de ese espacio sórdido, equiparándolos a un puñado de seminaristas de un internado de dominicos. Antonio no participó de ninguna manifestación contra la dictadura, no robó un banco, por timidez o abulia, vaya uno a saber, ni fue sorprendido en un escalamiento, como dicen los informes de la policía cuando describen la actividad de un ladrón especializado en saltar muros en busca de un botín.
 
Pudieron acusarlo de escalamiento físico o subversión erótica, novedosa calificación de las relaciones humanas, como consecuencia de su imperioso amor por tina señora que olvidó decirle, en la confusión de los abrazos, que su marido era abogado de un alto oficial de la policía cuya altura no se medía a partir de su estructura física, nada notable, sino a partir de su jerarquía en la estructura de la institución.
Las buenas acciones, igual que las malas, y en esta materia es difícil discriminar entre el bien y el mal, todo termina por descubrirse. Particularmente cuando se cuenta con la innoble ventaja de tener acceso a los informes de un alcahuete, pyragüé, o profesional de la infamia, que en lugar de investigar movimientos subversivos, o piruetas financieras de banqueros ladrones, se inmiscuyó en el mundo del deleite, y con sádica fruición y cierto talento profesional, describió la anatomía de los cuernos del abogado amigo del comisario.
 
Puede deducirse, como consecuencia de este hecho singular, que la policía, en algunas ocasiones, está preparada para cuidar el culo de las mujeres de los amigos.
 
El abogado, inmerecido marido de la bella, protagonista parcial, aunque no secundario de esta historia, demostró tener pocas pulgas y mucha influencia sobre el comisario amigo, y logró enviara Antonio a Tacumbú. Pensó, ingenuamente, que si lo retiraba de circulación por algún tiempo, el dolor que inevitablemente provocaría tan injusto castigo por haber introducido una importante cuota de placer en su preciosa mujer, le dejaría huellas imperecederas, condicionándolo, como a un miserable perro de Pavlov, a huir de las mujeres ajenas.
 
De esa manera, el inocente adulterio, para decirlo con términos impropios, podría interpretarse como una consecuencia del apasionamiento primitivo de Antonio y no de la impotencia del marido.
 
El héroe de esta historia, hombre razonable sometido voluntariamente a una conducta estoica y a la más absoluta falta de piedad por un marido engañado, no tuvo más alternativa que asumir serenamente su karma. Sin embargo, una chispa de orgullo jugueteaba en su espíritu mientras miraba por la estrecha rejilla de la combi colorada que lo trasladó hasta una infame celda en la calle Presidente Franco, detrás del cuartel central de la policía.
 
Allí fue obligado a trepar hasta un desconcertante primer piso, donde enfrentó un asfixiante jergón de paja saturado por orinas varias, contempló pensativo vómitos antiguos y recientes, que lo llevaron a meditar sobre la condición humana, lo cual lo inclinó a evaluar con espíritu crítico la suciedad moral y material acumulada durante varios años de incuria.
 
La profunda reflexión sobre la decadencia y corrupción del sistema con el cual la sociedad suponía protegerse, amenazó abatirlo. Pero una lúcida visión de las primitivas razones que impulsan a la libertad impresionó su mente, cuando advirtió un mensaje escrito en la pared en penumbra. Mensaje didáctico destinado a la crónica del despotismo.
 
Escrito con poderosos y notables grafismos imposibles de ignorar, el texto libertario mencionaba con claridad inequívoca el incierto origen genético del comandante de la policía, afirmación aparentemente objetiva, cava fuerza y convicción no disminuía en relación con el oficial culpable de su desdicha, porque, según informaba el mensaje, este señor, por el mero hecho de ocupar un rango inferior, no escapaba a la absoluta condición de bastardo. El mensaje de rebelión social y filosófica precisaba la condición de hijos de puta de los funcionarios.
 
En la penosa oscuridad de la inmunda celda de tránsito, el mensaje heroico y casi poético del escriba anónimo, incorporado ahora como un hermano, actuó como un himno revolucionario y cambió el ánimo de nuestro héroe, de manera que respiró profundamente lleno de entusiasmo. Una bocanada de putrefacción y miasmas corruptas se introdujo en su boca, llegó al cerebro, golpeó la pared craneana que protege la hipófisis y rebotó negativamente en todos los sentidos haciendo vacilar su verticalidad, sostenida precariamente por el terror de caer entre la mierda.
 
En ese dramático momento un bulto gris se estremeció con movimiento espasmódico en un rincón de la celda. No parecía una rata gigante, más bien una persona acurrucada en la sombra junto a la pared, con la cabeza entre. los brazos y la mirada fija en el suelo húmedo de orinas y materia Fecal. El hombre lloraba convulsivamente.
 
Antonio pensó que dada su condición debía hacer lo mismo, pero prefirió transferir su interés y compasión hacia el otro, que parecía más necesitado de consuelo. Le tocó suavemente el hombro.
 
-¿Qué le pasa, amigo?
 
El tipo levantó la cabeza. Antonio no pudo descubrir sus rasgos en la penumbra.
 
-Estoy jodido.
 
-Claro, amigo. Todos estamos jodidos. Cualquiera que esté aquí adentro no puede estar de otra manera.
 
El llorón parecía bastante estúpido.
 
-¿Por qué estás aquí?
 
Más llanto convulsivo.
 
-Atropellé un chico con mi camión. Fue hace dos días. En la ruta. Era de noche, no lo vi, cruzó corriendo. No lo vi en ningún momento. Sólo sentí el golpe en las ruedas. No lo dejé tirado, estacioné y lo recogí. Después lo llevé a Primeros Auxilios.
 
-Buen hombre- dijo Antonio.
 
-Sí, pero está muerto y yo estoy preso.
 
-¿Y por qué llorás? ¿Por el chico muerto o porque estás preso?
 
-Porque estoy preso. El chico está con Dios. A esa edad todos van al cielo.
 
-Claro -reflexionó Antonio-, pero no es cuestión de asumir la tarea de enviar un chico al cielo de vez en cuando.
 
Lo dijo con bronca. El camionero era estúpido y además un hijo de puta.
 
-Ahora me voy -dijo el compungido asesino involuntario-. Los testigos salieron a mi favor. El juez dije que me fuera a casa. Después continuará el proceso por homicidio involuntario. El chico se cruzó corriendo. Yo no lo vi.
 
-Está bien, te creo. Son cosas que pasan. ¿Cuándo se supone que vas a salir?
 
-Ahora. En un rato.
 
Antonio le dio una tarjeta con sus datos y el nombre y dirección de un abogado. Además de abogado era diputado y amigo. Le pidió al camionero que lo viera y le dijera que lo mandaban a Tacumbú.
 
-¿También atropellaste a alguien? -quiso saber el camionero.
 
-Sí. A una señora. No le fue tan mal como al pibe. Pero no tiene importancia. Llamá a mi amigo. Te puede servir. Que se ocupe de mi caso.
 
Vinieron a buscarlos. El camionero marchó hacia la libertad. El chico estaba con Dios. Antonio fue a Tacumbú. No estaba vestido para ingresar a una cárcel que no es precisamente un modelo de institución correctiva. Sobre la camisa con finas rayas azules brillaba como un semáforo la corbata de Gucci, asomándose por el saco de Dior con botones dorados. Un sordo rumor se extendió entre los presos que miraban estupefactos. Comprendieron rápidamente que se trataba de un peso pesado. Este cagó un banco, dijo uno. Mató al socio para afanarlo, comentó otro. No es un criminal cualquiera, murmuró envidioso el que mató a la vieja vecina para robarle cien mil guaraníes. Nadie podía pensar que la avara no era ahorrativa. Las conjeturas se multiplicaron. Los reclusos apretujados en el patio de la prisión observaron y evaluaron al recién llegado.
 
De pronto debieron apartarse como se abrió el mar Rojo para que pasaran los hijos de Israel. Sólo que en esta oportunidad no se trataba de los castigados integran les de la raza perseguida, sino de un chileno sinvergüenza, que atravesó la masa rumorosa integrada por las víctimas de un sistema incapaz de comprender la belleza poética del crimen y gritó:
 
-Antonio. ¿Qué hacés por aquí?
 
El chileno estaba vestido para Punta del Este. La remera rosada se continuaba en unos pantalones blancos impecables, recién salidos de la tintorería, que terminaban apoyados con un laxo y premeditado exceso sobre unos mocasines marrones impecables.
 
-Escuchen, escoria podrida -se dirigía a la multitud ahora silenciosa-, éste es un tipo de primera. Va a estar poco aquí porque mueve montañas. Respétenlo y sírvanlo. Ustedes son una mierda que no sabrán cómo hacerlo, pero por lo pronto mírenlo de lejos y con respeto. Y vos en primer lugar -dijo levantando la voz dirigiéndose a alguien a espaldas de Antonio, que se volvió para saber quién era el aludido.
 
El hombre pequeñito con un curioso rostro de niño lleno de arrugas, lo cual delataba su edad, se había detenido en medio del patio rodeado por sus guardaespaldas. Era un coronel retirado alcalde de la prisión. El chileno continuaba su perorata dirigida al jefe que no tenía el menor aspecto de jefe.
 
-Cuidado con lo que hacés, porque este te puede mandar a la puta, que es donde deberías estar si en este mundo hubiera alguna justicia. ¿No es verdad, muchachos?
 
Como buen demagogo buscaba la aprobación de la chusma que respondió con un murmullo ininteligible y prudentes inclinaciones de cabeza. El chileno loco les parecía un tipo estupendo, pero el alcalde era el alcalde y un gesto subversivo podía costar muchos días hambrea-dos y confinados en soledad.
 
Sin esperar cualquier reacción previsible o imposible del alcalde tomó del brazo a Antonio, atravesó la muchedumbre entre sonrisas de simpatía y gestos cómplices y lo llevó a instalarse en un pequeño bar en medio del enorme edificio de la prisión, frente a un tablero de ajedrez.
 
-No me preguntes nada. Te cuento rápido y corto. Hice un negocio de mucha plata con el hijo del ministro del Interior. Un buen negocio de ovejas. El se quedó con la plata y con las ovejas. Como sabía que lo iba a demandar, una conducta idiota como te imaginarás, me hizo encerrar aquí con el argumento que estoy vinculado a células terroristas. Un hijo de puta, protegido de papá. Esto no es grave. Cuando el hijo de puta piense que aprendí la lección me pondrán en libertad. Mientras tanto le firmaré todo lo que quiera. Finalmente el asunto no me costó nada. Robamos las ovejas del otro lado de la frontera. Fue divertido. Una aventura del oeste. ¿Y vos? Contame. Jamás hubiera imaginado encontrarte aquí.
 
Antonio le relató su historia mientras el chileno se desternillaba de risa. También le contó la historia del camionero y de la tarjeta para su amigo diputado.
 
-Esto parece un cuento -comentó.
 
-La vida es un cuento.
 
El chileno reflexionó en silencio mientras su mirada vagaba por el bar. Pequeños grupos heterogéneos, integrados por personajes de aspecto siniestro o inocente cuyas ropas revelaban diferentes condiciones, murmuraban alrededor de las mesas con la música de fondo del zumbido de las moscas. Jugaron al ajedrez mientras el chileno relataba con buen humor truculentas historias de prisiones. Tacumbú no era la primera que conocía. Tampoco sería la última.
 
-El problema aquí para estos infelices es la comida. La de la prisión la roba el alcalde, lo que queda más o menos bueno lo comen los guardias, porque debés saber que no tienen sueldo, de manera que tienen que robar para sobrevivir. Lo que sobra lo llevan para sus familias. Una puta vida. Hay que arreglarse. Hay varios comederos operados por presos de la perpetua que hacen comida y la venden a quienes pueden pagarla. Aquí llegan estafadores medio estúpidos. Con plata, pero sin la suficiente viveza como para haber esquivado la cárcel. Entonces pagan. Pagan como si estuvieran en el Plaza Hotel de Buenos Aires. Pero de alguna manera hay que compensar el encierro y pagar por haberse dejado apresar. Yo soy uno de esos -rió con buen humor-. Como es más de medio día vamos a comer al sitio de un amigo que me hace buen precio. Me quiere porque le digo que todo lo que hizo está bien. Mató a los suegros, a la mujer y a un vecino que escuchó todo y lo tenía entre ojos. Ya que estaba haciendo una faena, era mejor hacerla completa. El tipo es buenazo y tiene perpetua.
 
El buenazo era un gigante de dos metros por uno y medio. Cara colorada, arrebatada por el fuego del infierno, diría la tía Eulalia. Frente a la cocina improvisada había instalado unas pocas mesas. Un restaurante en Tacumbú. Había otros, pero no tan buenos. Prudentemente Antonio dijo que quería un pedazo de carne con ensalada. Se acercó a la cocina para observar el proceso. El gigante exterminador devenido cocinero llenó un sartén con aceite. Para asombro de Antonio mientras el aceite se calentaba fue agregándole agua, cuando la mezcla comenzó a hervir, en un gesto ritual digno de un culto esotérico miró a los comensales que esperan la culminación y el resultado del proceso e incorporó dos pedazos de carne. En ese punto el asco de Antonio terminó con el hambre y la esperanza. Fue a sentarse a la mesa donde lo esperaba el chileno. Diez minutos más tarde el gigante se acercó con una fuente con los dos pedazos de carne sumergidos parcialmente en una mezcla de aceite quemado y agua turbia.
 
Antonio lo miró con rabia.
 
-Yo no voy a comer esa porquería.
 
El silencio se impuso al rumor de la mañana como un mensaje apocalíptico del más allá, destinado a imponer temor y feroz justicia en el más acá. Curiosamente, el silencio se escuchó como un trueno, un pistoletazo ominoso frente al rostro del condenado a perpetua, inclinado sin duda en ese momento a producir un nuevo acto definitivo destinado a incrementar su condena, si es posible alcanzar un nivel mayor que la perpetua cuando la ley exime de la condena a muerte.
 
Los potenciales comensales observaron e imaginaron la explosión indignada del gigante, pensaron que las manos que oprimían la fuente suspendida sobre la mesa sin descender lo suficiente como para apoyarse y sin la decisión de volver al oscuro rincón donde se había consumado el infernal fenómeno de alquimia, se dirigirían directamente al cuello del nuevo inquilino de Tacumbú.
 
No ocurrió nada de eso. El gigante llamó a un ayudante al que le entregó la fuente con la carne flotando en ese líquido viscoso, se sacó el delantal blanco que lo identificaba como cocinero, se lo entregó a Antonio y con un rictus amargo en la comisura de su boca, mordiendo las palabras musitó:
 
-Tome. Hágalo usted si lo sabe hacer mejor.
 
Se volvió hacia la cocina, se sentó en un rincón y encendió un cigarrillo mientras tempestuosos pensamientos se apretujaban en su mente estrecha, frente a este nuevo acontecimiento que cambiaba abruptamente la rutina de su vida.
 
Antonio aceptó el desafío. Marchó a la cocina poniéndose el delantal, ordenó al ayudante de cocina que limpiara y fregara el pesado sartén de hierro, recortó un pequeño pedazo de grasa de la carne que esperaba sobre la mesada la formulación de un destino hasta ese momento incierto, cortó varios bifes de aproximadamente dos centímetros de espesor, encendió un cigarrillo, observó despreocupadamente las mesas donde esperaban los comensales y evitó mirar al gigante para que su gesto no se interpretara como una provocación. Cuando el sartén estuvo bien caliente y la grasa comenzó a crepitar con alegría, puso la carne, no más de tres minutos, luego la dio vuelta, bajó el fuego y cuando en la superficie de los bifes asomó un ligero sudor color rosa, los retiró y colocó en la fuente previamente lavada por el ayudante de cocina.
 
Fue el primer paso de una campaña victoriosa. Continuó haciendo bifes por más de una hora. Los comensales aplaudían. Al día siguiente aumentó el número de clientes. Se había corrido la voz. Así continuó en los días siguientes. Hubo que agregar mesas y una nueva variedad de ensaladas. El gigante estaba emocionado, entusiasmado llamaba a Antonio su amigo. Le propuso una sociedad. Antonio le dijo que se sentía muy honrado de colaborar con él sin cobrar nada. Al gigante se le saltaron las lágrimas y rogó en voz alta que Antonio no se fuera nunca de Tacumbú. Está expresión ingenua, producto del afecto y no de la maldad, no le hizo ninguna gracia a Antonio.
 
Fueron días felices, alegres y llenos de esperanza. La multitud de clientes llenaba el espacio destinado al restaurante y llenaba también el bolsillo del gigante, que aumentó los precios sin que nadie protestara.
 
Al día siguiente del encierro de Antonio, el diputado amigo y dos senadores acorralaron al alcalde de la prisión. El camionero asesino había cumplido con su recado.
 
-Me lo llevo ya -dijo el diputado. Se refería a Antonio.
 
El alcalde tartamudeaba con los ojos enrojecidos. No podía decir quién había dado la orden de encarcelar al violador de hogares mal dispuestos. Se defendió con el argumento de que necesitaba la orden de un juez para ponerlo en libertad.
 
-Eso no es problema-dijeron los senadores-, tenemos varios.
 
El alcalde propuso un arreglo: Mientras llegaba la orden del juez, Antonio podía salir cada noche para dormir en su casa con el compromiso de volver al día siguiente. Se convirtió en preso sambukú, categoría mitológica que implica un notable ascenso en la condición social de un preso, cualquiera sea su crimen.
 
Durante la semana de encierro parcial de Antonio el restaurante creció por la buena comida y la selección de los clientes. De esto se ocupó el chileno con gracia y buen humor, aceptando la condición de socio part time del depredador de su familia que cambió el humor y su actitud ante la vida. Decía:
 
-De aquí no me iré nunca, gracias a Dios. ¿Qué puedo hacer afuera? Aquí tengo los clientes y el lugar. Mi amigo Antonio se irá tal vez, pero todo está en marcha.
 
El viernes vino un abogado enviado por los amigos con la orden del juez. La popularidad de Antonio, el chileno y el gigante provocaba un amargo respeto entre los guardias y acosaba al alcalde, que sentía vulnerada su autoridad por las públicas pullas del chileno que le había prohibido comer en el restaurante.
 
Cuando se supo que Antonio se iba, una multitud lo acompañó hasta el enrejado de entrada de la prisión. Hubo abrazos, apretones de manos y besos fugaces de macho, como decía el gigante asesino.
 
En la calle Antonio se volvió hacia el penal. Estaba emocionado. El abogado lo miró con curiosidad.
 
-¿Qué le pasa? -preguntó.
 
-Después de todo -dijo Antonio con tono melancólico-, aquí se hacen buenos amigos.
 
 
 
 
 
 

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