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MARÍA ISABEL BARRETO DE RAMÍREZ (+)

  LA OTRA ORILLA Y OTROS CUENTOS - Cuentos de MARIBEL BARRETO


LA OTRA ORILLA Y OTROS CUENTOS - Cuentos de MARIBEL BARRETO

LA OTRA ORILLA Y OTROS CUENTOS

 

Cuentos de MARIBEL BARRETO

 

Editorial SERVILIBRO

 

 

Selección de relatos para adultos y jóvenes cuya temática se refiere, fundamentalmente, a episodios reales o de ficción, ocurridos durante la tiranía stronista que violaba los derechos humanos de la ciudadanía.

 

 

LA OTRA ORILLA

 

            En recuerdo de mi hermano Nono

             ¿Por qué sales tan apresuradamente? - Es que necesito alejarme, desaparecer, lejos de todo. No quiero que nadie sepa que estoy ausente, ya te haré saber más noticias; estaré a resguardo en casa de amigos. - ¿Dónde? - Ya lo sabrás más adelante; cuiden de nuestro hermano, que no le falte nada, véanle un abogado; cuéntenle a los viejos que todo lo que se dice es mentira... No hemos tenido participación en nada; es un nuevo invento desde el poder para justificar la persecución. ¿Entendés? No hemos colocado ninguna bomba. El pyragué de al lado lo inventó. Como somos activistas... es fácil hacer creer....

            - Toma unas pocas cosas, solo lo imprescindible, para la huida. Le entrego doscientos guaraníes; mucho dinero; me quedan solo monedas y aún faltan dos semanas para fin de mes. Debo pensar cómo encarar la defensa de Toño. Es terrible lo que está pasando; estamos tan desprotegidos: no hay ley, las palabras no sirven, la verdad no interesa, el terror domina. Los parientes se alejan. Sólo unos pocos amigos se acercan; todo está podrido; la gente, aterrorizada está entregada. Enciendo la radio, se oye la polca de gobierno, la apago. En la radio de mi vecino se escucha el grito desaforado del locutor de la "Voz del Pueblo", que maldice a los opositores rebeldes que no saben apreciar la paz y el progreso que vive la nación. Trato de concentrarme, leo en "La Tribuna" las últimas noticias que se ofrecen al pueblo como verdades. ¿Y después? Nada. Todas son mentiras para que las torturas en la pileta, las patadas y los golpes a indefensos maniatados, sean presentados como necesarios. - ¡Oh, ya estás llegando! - Sí, retiré la ropa sucia de Antonio; está llena de sangre; la camisa está manchada en la espalda; tendrá heridas, ¿no crees? Seguro que ya otra vez soportó una larga noche de torturas.

            A tía Justina le avisaron que le tienen colgado de los pies en un aljibe, que de cuando en cuando lo sumergen en el agua y lo vuelven a quitar. Es para que firme la declaración que le tienen preparada. Sí, ya me explicó Juan Manuel, su abogado, que lo quieren responsabilizar de la bomba que explotó en el local del Correo Central, en la semana pasada. ¡Por Dios! Qué será de nosotros; no quiero pensar lo que están pensando papá y mamá allá lejos. No les comentaremos toda la verdad, no lo aguantarían, ya sé, pero algo debemos decirles, no podemos ocultarles la verdad por tanto tiempo. ¡Pobre Toño! Con tan solo diecinueve años y está soportando esto; él no sabe lo que ocurre, jamás participó de un acto terrorista, no es un guerrillero ni nada que se le parezca; solo quiere seguir Agronomía; ahora ni se imagina que lo buscan a Rafael y que debe esconderse. ¿Qué vamos a hacer, Dios mío? Estamos desamparados, ellos acusan, dicen lo que quieren, justifican ante el pueblo que cree todo lo que se le dice. ¡No! ¡Nadie cree! Lo que pasa es que el pueblo es acomodaticio, le conviene callar, no meterse, no opinar, mirar con indiferencia lo que ocurre. ¡Qué derechos humanos! A nadie le interesan. Eso es solo para idealistas. ¿Dónde están los patriotas? ¿Patriotas? ¿Cómo? Solo existe el poder por un lado y el terror por el otro.

            ¡Qué suerte, ya estoy a salvo! ¡Pobre mi hermano! Me cuentan que él y los demás sufren torturas, que cada vez las sesiones duran más. Dicen que, después de sacarles de la pileta, los introducen en un aljibe colgados de los pies y con las manos atadas. También dicen que el petiso goza con cada sesión, lo observa todo y cuando ya están tirados en el piso, les pisotea con el taco de la bota. ¡Degenerado! Para él, los opositores no son ciudadanos, no son paraguayos, dirás. ¡Ya llegará el turno de rendir cuentas¡ ¡Cómo se burla de todos, de los derechos humanos! Sí, sí; esta noche me reuniré con algunos amigos; sí, en la casa de César. Él dice que mañana iremos a las Lomitas junto a otros amigos. Es increíble. Aquí hay mucha gente hospitalaria, los exiliados son solidarios. El lunes entraré a trabajar. Sí. Es en la empresa donde labura Felipe. Claro, claro, como contador; les enviaré una carta a mi gente para que no se preocupen por mí; ya bastante tienen con lo que se preocupan por el que está en cana..... ¡Ese desgraciado de Chingolo que nos metió en esto! Como no pudieron saber quién lo hizo, ¡tenía que justificarse el infeliz! Encontró la víctima en el mismo barrio. ¡Qué suerte que los muchachos me avisaron a tiempo; luego leí en los diarios de que me acusaban, ¡que estupidez! No es cierto, no es cierto, ¡Qué yeta! Claro que habrá gente que tragará este sapo; es fácil creer cuando la prensa dice, pero mamá sabe que no lo hicimos. ¡Ninguno de nosotros estamos con eso!

            Nuestros primos que están en el candelero dicen que todos debernos callarnos, que es lo mejor ¿Por qué transigir? Peor no nos puede ir.

            Rafa ya pasó al otro lado del río; unos amigos lo dejaron en la otra orilla, frente a Villeta, un valiente canoero se arriesgo. ¡Oh!, debemos pedir que el Arzobispo interceda. - ¿Crees vos que nos va a hacer caso? - ¡No te das cuenta de que él tolera todo y no dice nada? Él también está entregado, pero vamos a probarlo. Toño necesita que lo pasen a la cárcel y son cinco meses los que está soportando en el local de Investigaciones. Puede sobrellevar porque es joven. Lo encadenaron de pies y manos; dicen que ya tiene llagados los tobillos. -¿Qué dice la carta? ¿Cómo? - Que ya consiguió trabajo de contador en la casa.... en Formosa; le atienden los amigos, pero dice que hay demasiados "pyragues"; lo controlan, le siguen los pasos; seguro que los de acá ya saben dónde está.

            - ¡Seguro! Ellos operan hasta más allá de la frontera...

            La ansiedad deshoja el calendario, la angustia tiene el rostro de la espera, la tristeza lee noticias en cada amanecer; la frustración oye esa voz ronca que raspa el éter con improperios y amenazas, la ira estalla y conturba nuestros pechos... ¡Apagá la radio! ¡No escuches más mentiras! Hay gente que les creen, o nacen como si creyeran; es para no tener problemas, ¿sabes?.

            ¡Cierto! Mentiras, puro mentiras, pero ninguna amenaza nos intimida, sabemos que estás a salvo, hasta que..

            ¡Hola! Señora, le hablamos desde Formosa, debemos darle una noticia. ¡Oh, sí! ¿Qué pasa? Lo alcanzaron cuando iba en moto con un amigo... Sí, con un rifle. La Dictadura de su país tiene el brazo largo, tan largo que cruza el río.

            Estoy pensando cómo hacerles saber a los viejos, cómo avisaré a aquél que está encerrado. Con Papá se hace más fácil, él me dirá: murió por sus ideales, ¡no se doblegó! ¿Y Mamá? No sé cómo tiene fuerzas para murmurar: pronto todo se va a olvidar, el pueblo es ingrato. La gente dirá: eso les pasa por meterse en política.

            Un ciego dolor anula mi voz, un sordo retraimiento cierra mis párpados, esta brutal realidad clausura mis sentidos, me siento otra, una levedad rara parece arrastrarme, la ensoñación me sumerge en un letargo blanduzco que amasa mis carnes y derrite mis huesos. Desde lejos, de muy lejos me llega una voz muy joven que me dice: desde aquí los veo, viajo en esa nube blanca que avanza sobre río y cubre nuestro suelo, me quedo en la costa junto al teru teru y al tujuju que dormitan al sol, los acaricio con la primera luz del alba, los beso con el aire tibio de cada atardecer y les digo adiós, les digo adiós con las mariposas azules que baten sus alas como en el baile del pañuelito.

            Mis ojos fijos en la ribera del río buscan desentrañar el secreto de tu ausencia. Pronto creo tener una respuesta. Allá muy alto, muy cerca del cielo, se enciende una chispita azul como el infinito, allá en la otra orilla.

 

 

 

FLORES Y TUMBAS

 

Aquí te he visto tierra

vuelta furor, solar magulladura

hoyo mortal, fogata mortecina,

lívida ojera.

¡pozo embravecido!

 

            Elvio Romero

 

 

FLORES Y TUMBAS

 

            El Jeep avanzaba sobre la cinta roja de esa zona del Alto Paraná paralela al río. El recto camino cortaba regularmente las plantaciones de soja y de trigo. Diversos matices de verde decoraban el paisaje; un verdor claro y brillante del trigal, verdiopaco los plantíos de soja y, más al norte, verdinegro los yerbales.

            Corríamos hacia el norte por la extensa propiedad de la transnacional; donde enormes tractores, parados a un costado del camino, esperaban a los maquinistas. Los extranjeros fueron comprando cada una de las propiedades, los paraguayos se vieron obligados a entregar su tierra, porque sin darse cuenta, se encontraron cercados; ya no podían salir de sus propiedades para buscar provisiones; los guardias armados no les dejaban pasar las cercas de puas; se sintieron acorralados y uno a uno fueron despojándose de su heredad, como empujados por la impotencia.

            Nuestro amable anfitrión nos señalaba que, pasando el bosque, algunas leguas más allá, se encuentra San Juan Nepomuceno y que siguiendo aquella senda, que bordea el trigal, se podría llegar hasta un ramal que empalma con un sendero de tierra que conduce hasta Caazapá.

            El vehículo se adentraba cada vez más lejos, de pronto, quedó frente a un rancho culata jovái. Un hombre de unos cincuenta años, que vestía unos pantalones hasta la rodilla y una camisa a cuadros, nos saludó desde la puerta, agitó el sombrero de karanda'y, que sostenía en la mano derecha e inmediatamente penetró en la habitación.

            - ¿Qué le pasa? ¿No le gusta nuestra presencia?

            - Nada de eso, es que no quiere conversar con nadie, perdió a toda su familia, vive solitario. Se aisló, no desea comunicarse, está sordo, se volvió huraño y muy desconfiado.

            - ¿Cómo fue eso?

            - Cuando las guerrillas. Ahora se empecina en vivir solo, aunque tiene una hija en Buenos Aires que lo quiere llevar, pero él se niega, dice que morirá aquí, no quiere abandonar las tumbas; además dice que él no venderá su lote a los gringos, prefiere quedarse encerrado dentro de las diez hectáreas antes que ceder. Es un rebelde; tiene dos perros, una yunta de bueyes y dos lecheras. Ocupa su tiempo en cultivar la tierra para su propia subsistencia.

            Repite obstinadamente, con los labios apretados por el dolor o la ira: yo moriré en mi tierra, no habrá gringo que me compre mi lote, yo no me vendo, aunque me ofrezcan mucha plata. ¡Nos invaden, nos están sacando nuestras tierras! - Suerte que ya no están ellos; a ellos no les hubiera gustado trabajar para estos patrones.

            - ¡Oh, es increíble?, pero, ¿qué es eso de las tumbas?

            - Ya lo verás, mirá aquella islita, allá vamos. Desde aquí se ve un oscuro manchón que emerge sobre el trigal; desde lejos no es más que un enmarañado retazo de la selva virgen, la esencia boscosa que se empeña en permanecer, imperturbable, resistiéndose a la tala, enfrentando impasible la acción devastadora de la máquina. Si, lo que no hace tanto tiempo fue un bosque impenetrable, hoy día es una vasta pradera.

            Un camino de tierra dobla en ángulo recto hacia el este, como a dos kilómetros del rancho; nos conduce al bosquecillo y, en el claro, unos rústicos postes de Kurupa'y sostienen cuatro vueltas de alambre de púa, que, oxidados y añadidos en muchos tramos, cercan un corralito de diez por diez metros aproximadamente, la barranca está cerca.

            Descendimos silenciosamente. Un hondo recogimiento nos sobrecoge, quedamos callados, alterados, atónitos; observamos las pequeñas cruces de madera plantadas en el sitio, mudos testimonios de hechos horrorosos sucedidos en aquel rincón de nuestro suelo. Un corpulento lapacho levantaba enhiesta la copa como una orgullosa torre de control.

            Me alejé, sentí como unas tenazas alrededor de mi garganta. No pude articular una sola palabra, se nublaron mis ojos y pude vislumbrar la imagen de jóvenes lanzados desde las nubes, destrozados al tocar tierra, descuartizados por los perros hambrientos, que expiraban sin un gemido, sin un ¡ay! Me estremecí de horror; cerré con espanto los ojos y la visión de los maniatados arrojados al vacío, como en un destello me envolvió.

            - He aquí la gloria del generalote, comentó con sarcasmo nuestro guía. - Este corralito donde florece el ynamnbú sevói, nos habla con ironía de la crueldad con que procedieron. Dice el viejo que él los veía cuando los arrojaban desde el avión, uno a uno; morían destrozados, y, como mordiendo las palabras, masculló - yo esperé que llegara la noche para recoger los huesos que los animales dejaron esparcidos y los fui enterrando....., mucho tiempo después, corté los palos para plantar las cruces.

            - ¿Nadie viene a ver esto?

            - Nadie. Todos quieren olvidar... la gente ya se olvidó de todo.

            Me aparté un poco, ni inútiles lágrimas, ni palabras absurdas, ni gestos vanos. Algo amargo arañó mi garganta, se instaló en mi boca. ¡Mierda! ¡Tirano de mierda! Los que lo obedecían eran monstruos, sí monstruos, o habrían estado ebrios de sangre; ya estaban insensibles ante la provocada tragedia.

            - La gente no quiere buscar problema. En dos oportunidades hubo quemazón... y la hierba tercamente vuelve a crecer sobre las tumbas; pero el viejo la arranca siempre, siempre - prosiguió.

            Más allá el yukerí nos cierra el paso; es esta una renegada islita en medio del trigal. Percibirnos nítidamente los arpegios del vyrá campana, desde la copa de un gigantesco Kurupa'y, el último que queda en la islita.

            Mis recuerdos retrocedieron con rapidez, pasaron fugazmente ante mi vista las siluetas de aquellos jóvenes, no podía sustraerme al misterio de la muerte, al enigma de las tumbas anónimas ¿Quiénes serán los que aquí quedaron? Repito algunos nombres que recuerdo, quedo como despegada de la realidad y me interno en el pasado. ¿Cuál será la tumba de Barrios, de Sánchez...? ¿Para qué nombrarlos? Nunca lo sabremos.

            Con profunda piedad, casi con devoción me acerco al lugar... una, dos, tres, cuatro, varias... muchas cruces, toscas, chamuscadas, sin estolas ni nombres, ignoradas y olvidadas, mudos testigos de una época que fue y que no queremos recordar.

            Pienso en ellos: ni lástima ni clemencia, sólo ternura. Los hemos borrado; el olvido y nuestra memoria se alían; no deseamos recuperar el recuerdo; sufrimos esa amnesia social, esa omisión inconsciente que nos provoca el aturdimiento de vivir. Ese desacuerdo del ayer y esa desmemoria es como una doble muerte para aquellos que gritan ¡misericordia!

            Yo miré el campo verde, el sol, los bosques, ya todo en mis recuerdos se fundía, la florida juventud y el ideal soñador.

            Busqué florecillas silvestres, santalucías blancas y azules lucían entre las hierbas, las arranqué, y con entrañable pasión las fui arrojando desde arriba...; una a una fueron descendiendo dulcemente y las flores como gráciles mariposas fueron posándose sobre las tumbas.

 

 

 

 

 

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