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MARÍA ISABEL BARRETO DE RAMÍREZ (+)

  PAISAJES SIN IMÁGENES - Narrativa de MARIBEL BARRETO


PAISAJES SIN IMÁGENES - Narrativa de MARIBEL BARRETO

PAISAJES SIN IMÁGENES

Narrativa de MARIBEL BARRETO

 


Hoy, qué lejos quedó esa mañana mágica del encuentro en que el desbocado corazón de ella por poco le salía por la boca y el temblor de la voz de él cuando le declaraba su loco amor. La juventud no reflexiona, solo cuenta el presente con sus exigencias arrebatadas, sus impulsos y sobresaltos, sus deseos que necesitan ser cumplidos. Verse y oírse, la atracción fue inmediata porque ambos llevaban meses de imaginar cómo era el otro. Vivir la vida y el amor alocadamente al comienzo, a sorbos lentos mientras construía el hogar. Crecía la familia, maduraba el amor, mientras los hijos se hacían grandes, desarrollaban su vocación y triunfaban cada uno en su área. Qué veloz pasa el tiempo, se decían, cuando los hijos partían para formar su hogar. Poco a poco las visitas se volvían más espaciadas, las llamadas diarias se convirtieron en saludos domingueros, y luego cuando crecieron los nietos, los encuentros solo en fechas ineludibles, cumpleaños, Navidad, Año Nuevo, día de la mamá o del papá, después la soledad, la rutina gris, las flores marchitas en los jarrones.

Recuerda que parada enfrente a la ventana le responde la madrugada, siente frío, las manos heladas, entumecidos sus pies, en sus labios resecos; una leve mueca de disgusto, en sus ojos una sombra de nostalgia, su mirada gris fija en la vereda de enfrente. Ahora recorre la calle de norte a sur, un auto oscuro se adelanta, se queda en la casa de enfrente, una pertinaz garúa obliga al hombre a caminar casi corriendo hasta el portón, lo empujó y llegó al porche escasamente iluminado; ella vio como introdujo la llave y se perdió en la oscuridad.

Los padres invierten la vida para ver a sus hijos convertirse en profesionales, verlos crecer, ansían que sean felices. Él en la oficia, profesional exitoso, ella esperando siempre en el hogar. Pronto la encontró sola, ya no le distraía la preparación de los platos preferidos de Pedro, ya no conservaba la casa reluciente. La espera ansiosa del esposo, que siempre cansado y ni siquiera se daba cuenta de lo que comía, su mirada siempre ausente, su semblante adusto.

Silvia inquiría a menudo, él invariablemente respondía: los problemas de la empresa no me dejan descansar. ¿Por qué no tomamos unas vacaciones?, proponía ella en el deseo de distraerlo, de retenerlo a su lado el tiempo preciso para descansar y recuperar fuerzas. Una vida al aire libre le favorecerá, pensó, volverá con más energía y mejor humor. Pero fue inútil, insistía, pero el marido siempre ausente, cada vez más dedicado a la empresa, olvidado de sí mismo y alejado de ella. Ya no volvía a mí, se decía cada vez más callada, las horas de la comidas, acumulando rencor. Dejó de comer, se consumía día a día, hasta que un día no reconoció a su amado.

Ella flotaba en un mundo de niebla, un paisaje gris, imágenes irreconocibles, hombres y mujeres desconocidas, rostros sin relieves, voces imperceptibles, lugares desiertos donde ruge el viento y arrastra hojas secas crujientes. ¡Oh! La luz, esa luz tan intensa la enceguece, las imágenes se confunden, el caos la enloquece y grita hasta reventar la garganta. ¡Nadie la escucha! Está sola.

¡Por Dios! Soy tu esposo, soy Daniel, ¿no me reconoces? Yo no tengo esposo, no te recuerdo. La desesperación se apoderó de Daniel, se reprochó a sí mismo, ¡cómo es que no me había dado cuenta! Viví para el trabajo, de qué me sirve acumular dinero si perdí lo más preciado, lo más valioso. Ahora que pienso, hace un tiempo que no hablábamos, llegaba tan tarde y ella se hacía como que no me sentía a su lado. Con razón hace días que no hay cena para mí, pero será que ella se alimentaba, ¡oh! Con razón las provisiones están intocadas. ¡Por Dios! ¡Silvia! ¡Silvia!

Ahí está el hombre que la persigue, la mira, avanza, la quiere estrangular, corre, se encierra en su dormitorio, grita hasta agotarse y queda dormida. Su mundo de terror cobra vida en sueños, se agita, murmura y se despierta llorando a gritos. Llega Daniel y la encuentra en ese estado deplorable. Se retira a la sala, se desploma en el sofá y un furor ciego se apodera de él, oye el grito que le sobrecoge.

Se reconoce a sí mismo en las noches del pasado, espiando detrás de los vidrios la calle solitaria, oscura, un paisaje sin imágenes sin movimiento, larga y tortuosa como una serpiente abre una boca negra que espera su presa, ¿por qué no sale esta mañana? A las siete suele partir hacia el colegio cargando su portafolio negro, le sienta bien su uniforme de colegiala se dijo, quisiera deshacer esas trenzas de azabache y acariciar su cabellera. Hoy, hoy me decido a alcanzarla camino al colegio; le diré que hace tiempo controlo su ventana, la veo sentada sobre la mesas de estudios, quiero oír su voz, deseo conocerla, ya voy a la esquina necesito decirle, hoy, será hoy, que me gusta, que anhelo ser su novio, oh qué contradicción, sale con su papá, una vez más postergo mi deseo; pero mañana será, ni un día más.

Busca una manta y se dispone a dormir en el sofá, pretende ignorarlos, pero los gritos son desgarradores, abre la puerta y la ve envuelta en la colcha tirada en el suelo. Le cuesta asumir la realidad. Cuando el hombre traspone al umbral, un grito de terror lo recibe, ella mira al desconocido y corre a encerrarse en el baño, allí amanece tirada en el suelo.

Daniel tiene que forzar la cerradura, un sentimiento de compasión le inunda y decide llevarla al sanatorio, llama a sus hijos, ninguno se comprometió a cuidarla, ¿entonces? No le queda otro remedio. Es el fin de su matrimonio, es el sepulcro de su amor, las ilusiones se vuelven humo, el futuro un enigma, el presente un túnel oscuro sin salida.

El diagnóstico fue claro, Alzheimer, enfermedad inmisericorde, y él impotente, grita, la realidad desgarrante, el dolor y la impotencia. Grita, el espectáculo de la transformación de su amada lo acobarda.

La mira, pero ella está ausente, le habla, pero no la escucha. Encerrada en sí misma, su alma transita por senderos desconocidos para él, su voz llama a seres imaginarios, rostros del pasado que asoman a un umbral en penumbras. Su presente se convierte en una herida permanente de los monstruos que se aproximan, fantasmas rondando en un espacio que no identifica, siluetas movedizas y cambiantes dentro de un laberinto giratorio y vertiginoso que la deja extenuada, adormecida, envuelta en una cápsula que la atrapa corno una segunda piel y ella se aísla, su soledad, es un muro infranqueable, inaccesible, ella en una fortaleza que no tiende un puente para sus hijos, que no abre una puerta para Daniel, un mundo secreto, incomunicable.

De nada vale arrepentirse de su descuido, de nada sirve llorar sobre el pasado, un tiempo irrecuperable, un tiempo vivido que no deja sino dolor, ¡basta!, murmura Daniel. Desde hoy recibirá mi cuidado, trataré de volver a ser el hombre que ella amó, el amor vivido ya es pasado, solo queda un presente nebuloso. Días grises, cielos sin estrellas, todos iguales, hasta que Dios despeje los negros nubarrones que envuelven los días de Silvia.

 

 

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REVISTA DEL PEN CLUB DEL PARAGUAY

IV ÉPOCA – N° 25 JUNIO 2013

Editorial SERVILIBRO

Dirección Editorial: VIDALIA SÁNCHEZ

Diseño de tapa: CAROLINA FALCONE ROA

Asunción – Paraguay

Noviembre 2013 (165 páginas)


 

 

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