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  PALABRAS DE BOCA EN BOCA - Por BARTOMEU MELIÀ, 2007


PALABRAS DE BOCA EN BOCA - Por BARTOMEU MELIÀ, 2007

PALABRAS DE BOCA EN BOCA

Por BARTOMEU MELIÀ, 2007

 

En Cartagena de Indias, “un párpado de piedra bien cerrado” por murallas frente el mar, concluía el 29 de marzo el IV Congreso Internacional de la Lengua Española. Las emociones de los encuentros y los encantos de las novedades ya han entrado serenamente en la memoria. Las notas y comentarios que siguen no son, pues, periodismo del día siguiente ni crónica puntual de actos y actividades; sólo tal vez una reflexión sobre una y otra lengua, en las que vivo ordinariamente, entrañables, instrumentos utilísimos de comunicación, que también son mías: el castellano, o español, y el guaraní.

 

LA GALAXIA CASTELLANA

Entre mi lengua propia, la primera y materna, que es el mallorquín, y una tercera lengua, aprendida por elección afectiva y de la que tanto he recibido, el guaraní, está esa otra lengua castellana que me es patrimonio común con otros 400.000.000 (así con números que impresionan más) de hablantes que habitan las geografías más dispares. Pertenezco a tres lenguas y todas ellas me sirven. Amigo de una lengua millonaria de la que me beneficio en mi pobreza.

He participado en ese congreso con gusto y admiración, con orgullo y sin complejos. A decir verdad lo he vivido en continuo contraste con la lengua guaraní, una referencia siempre presente. Si ellos lo hicieron, ¿por qué no yo? Aunque la galaxia castellana –he notado que Gabriel García Márquez se decanta más por esta denominación– esta hecha de muchos y sorprendentes mundos, no hay en fin de cuentas tantas diferencias con una lengua minimalista como el mallorquín de mi cuna, con sus 500.000 hablantes apenas, el guaraní con sus más de 6.000.000, y el castellano hablado en toda Hispanoamérica y apartados y distanciados rincones del vasto mundo. En realidad el castellano agonizaba a principios del siglo XX, y aun en su esplendor de hoy no le faltan zonas oscuras. Las lenguas nacen, crecen y a veces mueren. Y ninguna está fuera de las leyes de la vida.

El Congreso se realizó en olor de multitudes. No sólo los supuestos sabios de las academias y los grandes de la comunicación, sino también una población de 7.500 participantes de viva escucha.

En realidad fueron dos congresos. El de la Asociación de Academias de la Lengua Española, del 21 al 24 de marzo en Medellín, libre de su triste etapa de narcotráfico y que hoy se dice “la más educada”, orgullosa al proclamar que ahí “se habla español”, y el de Cartagena. En el primero se aprobaron el reglamento y estatutos de la asociación de las 22 academias, se presentó el Diccionario esencial de la lengua española (2007) y se aprobó el texto básico de la Nueva gramática de la lengua española, que se espera saldrá a luz en 2008.

 

EL HOMENAJE A GABO

El Congreso de Cartagena, del 25 al 29, se abrió con el esperado homenaje al Gabo, por sus ochenta años, por sus 40 años de escritor, por los 25 de su premio Nobel, con derecho a presencia de Sus Majestades los Reyes de España, presidente de Colombia Álvaro Uribe y ex-presidentes –hizo su aparición inesperada Bill Clinton– en una fiesta de palabras ofrecida por sus grandes y sinceros amigos –Belisario Betancur, Tomás Eloy Martínez, Antonio Muñoz Molina, introducidos por Cesar Antonio Molina, director del Instituto Cervantes–. Cuando se le entregaba a García Márquez el primer ejemplar de la nueva edición de Cien años de soledad, cayó del alto “cielo” del auditorio una sorprendente “llovizna de minúsculas flores amarillas”, una tormenta silenciosa que recordaba la macondiana muerte de José Arcadio Buendía. Comenzaban otros cien años de gloriosa muerte-vida. Entonces con la música de los niños valletanos, aquello fue un alboroto, y vinieron los abrazos de quienes pudieron llegarse hasta él.

Las sesiones plenarias encararon la fuerza y debilidad de la lengua. El martes, “el español, lengua de comunicación universal” y el miércoles “ciencia, técnica y diplomacia en español”. Si el número de hablantes de español muestra una curva siempre ascendente, constante y prometedora –­ése es su futuro de gloria y esperanza– tiene también su talón de Aquiles que puede entorpecer su carrera: en el lenguaje científico, en el ámbito diplomático y en el mundo del Internet. Raramente es lengua de trabajo en muchos congresos internacionales y foros mundiales.

Es cierto que en el mercado y en los negocios la lengua española es cada día más cotizada. Las cifras cantan. La lengua tiene un gran valor económico y para hacerla todavía más rentable está la literatura, la canción, el arte y la televisión. Para mejor vender sus “culebrones” televisivos, la jerga local de Venezuela o de Colombia cede el paso un español más universal y común.

La enseñanza del español en países como Brasil, por ejemplo, requerirá en los próximos años 200.000 profesores; estudiar español es una buena inversión. “Hay que pedir militancia al científico y al político”, exige el director del Instituto Cervantes.

Hay que reconocer el pragmatismo de una institución como la Real Academia de España que se abre a todos los hablantes del español, acepta todas las palabras que pueden surgir de la boca del pueblo, y casi siempre da su bendición a las novedades. Sus diccionarios se renuevan día a día y se diversifican en nuevos formatos adaptados a las diversas necesidades del hablante, sea estudiante o científico, diplomático o escritor. Unidad en la diversidad, ha sido el lema de este congreso sobre el presente y el futuro de la lengua española. La lengua española mantiene de hecho una gran unidad con un 93% de palabras que son comunes para quienes la hablan y la comunican por escrito u otros medios audiovisuales.

 

APLICACIÓN AL GUARANÍ

Pues bien, todos estos datos y hechos, las loas entusiastas y la voces de alerta, la alegría de vivir en una lengua amurallada en el recinto seguro de su unidad, al mismo tiempo que abierta a los cuatro vientos cardinales de influencias y de ataques, a las suaves brisas de la conversación amigable y a las tormentosas corrientes de la injuria y la calumnia, los he vivido desde la analogía y el contraste con el guaraní.

Me decía que no hay una lengua mejor que otra, cuando ambas son humanas. La culpa de los fracasos y la euforia de los éxitos provienen de quienes la hablan, la aman, la promueven y la planifican. Estar siempre quejándose de que los otros no me dejan hablar es estúpido masoquismo. Entregar al lengua a un Estado, especialmente cuando éste es poco democrático, es una aventura peligrosa.

La lengua sólo muere cuando nos callamos y la callamos, cuando por opción nos negamos a reproducirla, es decir a hablarla, en lo íntimo de la casa y en el ajetreo de la calle. Hay en cualquier lengua un potencial generativo que se nutre de opciones y voluntades acertadas y consistentes.

El guaraní no carece de méritos para afirmarse. En el siglo XVI tenía casi un tercio de los hablantes del castellano; en su diversidad mostraba una gran unidad. Casi al mismo tiempo en que Sebastián de Covarrubias publicaba en Madrid el primer diccionario que llamó Tesoro de la lengua castellana, o sea española, en 1611, el jesuita Antonio Ruiz de Montoya trabajaba ya lo que sería el Tesoro de la lengua guaraní, publicado también en Madrid en 1639.

Las lenguas son ricas por sus palabras, las usadas y las registradas, pero más todavía porque con ellas se forman frases y oraciones nuevas, algunas que nunca serán repetidas, en las cuales brilla la creación y la inspiración. Y lo decimos en el hablar de cada día, en el discurso político o profético, en el floreo de la poesía o en el canto ceremonial y festivo. Las lenguas viven y se mueven al ser habladas. Están en el pueblo y son del pueblo. Los gramáticos y diccionaristas las escuchan y las recogen, y con ellas forman un tesoro de palabras que no son sólo piedras precisas y preciosas amontonadas, sino componentes de variados aderezos y joyas variadas y deslumbrantes cuando están ordenadas con gusto y con gracia, con arte e imaginación. Todo esto lo consiguió y lo consigue el guaraní, en el campo y en la ciudad, en lo coloquial y en lo solemne. Para muchos pobres su lengua es su único tesoro.

 

LA FUGA DEL PÁJARO CAMPANA

Gran parte del tesoro guaraní se echó a perder por desánimo e incuria. Los arquitectos de la lengua renunciaron a construir, los políticos cerraron los oídos y no abrieron espacios dignos para la expresión. Preferimos la soja a la selva; indígenas y campesinos son “los que tienen que morir”. En esa tierra que fue selva no hay lugar para orquídeas y el canto del pájaro campana enmudece.

Pero no todo está perdido. Uno vuelve de un congreso como el de Cartagena, con planes e ideas que, con los debidos cambios, pueden ser aplicados al presente y futuro del guaraní. Siento con toda convicción que habiendo pueblo hay futuro. Que hable como quiera, pero que hable.

El guaraní de los primeros mestizos fue tradicionalmente una jerigonza y algarabía intolerable; lo sigue siendo. Gracias a Dios, sustentaron el mejor guaraní los indígenas que provenían de las misiones franciscanas y jesuíticas, que a su vez se mestizaron, pero que permanecieron masivamente en sus lugares de origen. Ellos reguaranizaron el Paraguay después de la Guerra del 70, pero se encontraron sistemáticamente apartados y alejados de las decisiones políticas, cada vez más en manos de los advenedizos del comercio y usurpadores de la propiedad rural. Fueron dejados sin tierra y sin palabra. A los de habla guaraní, se les ha dejado sin educación y sin recursos. En nombre de la lengua se insistió en hacerlos pobres, cada vez más pobres. El resultado es un país fragmentado.

Las dos culturas de esta nación, si es que hay una sola nación en estos momentos, hace tiempo que no dialogan entre sí. La unidad en la diversidad y la equidad en la diferencia no entran en la política. La discriminación latente, pero no menos persistente, contra los indígenas guaraníes está llevando a caminos sin salida. Por esto se ha inventado la esdrújula teoría del bilingüismo que nos mantiene entre dos aguas sin poner pie firme en ninguna de las dos orillas. Por qué no recuperar el orgullo de un guaraní nacional, mayoritario y sujeto de derechos inalienables, no sólo en la calle, sino el palacio de gobierno, en el palacio de justicia y en el palacio del congreso. Pero ¡qué ridículos los palacios donde no hay casas! El guaraní es ante todo la lengua nacional, y si se quiere también oficial, lengua propia del Paraguay, la única realmente hablada por todos hasta después de la Guerra del Chaco, aun cuando los bolsones y enclaves de los no-guaraníhablantes se hacían ya sentir en sus espacios exclusivos y cerrados.

Es claro que también el guaraní tiene su talón de Aquiles: desarrollo científico mínimo, uso oficial nulo, presencia en el Internet limitadísimo (e incluso más fuera del Paraguay que dentro).

Los lingüistas no hacen la lengua, pero ¡ay de una lengua sin lingüistas! La ausencia de un trabajo literario y científico serio y planificado ensombrece el futuro. Parecen lujos, pero no lo son, los pacientes estudios de gramática histórica, diccionarios de los siglos XVII y XVIII, recuperación de palabras arcaicas, compilación de textos indígenas actuales.

 

LA CRISIS DEL BILINGÜISMO

Nadie, con buen acuerdo, está contra el bilingüismo, en el sentido de que sepamos una segunda y una tercera y una cuarta lengua, destino manifiesto para los paraguayos de mañana. Pero hay que partir de una, sabida no de cualquier manera sino con perfección, en la medida de lo posible. Aun los que no saben, no quieren saber y no quieren que otros sepan hablar en guaraní, como repite nuestro compañero Ramón Silva, quieren saber también otra lengua, pero prefieren despreciar a otros paraguayos no hablándoles en su lengua. Es la política de la exclusión, de la expulsión y de la distancia; es el muro de Berlín levantado dentro del Paraguay, construido tenazmente por poderes económicos y culturales que nos separan de nosotros mismos.

Mi amado castellano se sentiría más fortalecido si se supiera mejor el guaraní. De una no lengua es difícil pasar a una lengua.

Por ahí anduvieron mis reflexiones en el Congreso de la lengua española, en el salón Zacatecas, en un miércoles por la tarde, compartiendo con colegas del mundo quechua, centroamericano, nahuatl, maya y chibcha, en un panel sobre “el español en convivencia con las lenguas indígenas de América”. Después de todo a los cantos fúnebres de mis colegas a lenguas desaparecidas, pude hacer ver que hay una lengua indígena, que por estar viva y ser lengua de un estado latinoamericano, se le pueden cantar cantos de gloria y de esperanza.

 

 

 

Fuente: www.guaranirenda.com (Link caduco, revisado en Febrero 2024)

 

 

 

 

 

 

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