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  JULIO CORREA, IMAGEN DE NUESTRA TIERRA - Presentación y compilación de FELIX DE GUARANIA - Diseño de tapa: ANY UGHELLI


JULIO CORREA, IMAGEN DE NUESTRA TIERRA - Presentación y compilación de FELIX DE GUARANIA - Diseño de tapa: ANY UGHELLI

JULIO CORREA

IMAGEN DE NUESTRA TIERRA

 

Texto completo de las obras de teatro:

KARU POKÃ

SOMBRERO KA’A

ÑANE MBA’ERA’Ỹ

En Castellano.

 

Presentación y compilación de

FELIX DE GUARANIA

Centro Editorial Paraguayo SRL

 

Diseño de tapa: ANY UGHELLI

Asunción – Paraguay

1996 (186 páginas)

 

 

 

A MANERA DE PROLOGO

"ANÍKE REKIRIRĨ, ÑA GEORGINA"

 

            Agradezco sinceramente la oportunidad que me ofrece el señor Félix de Guarania, obrero de la cultura y cosas paraguayas, de hacer estas pinceladas anecdóticas para destacar, tal vez, aspectos humanos un poco olvidados de los biógrafos al referirse a las destacadas personalidades de la cultura y arte de nuestro país. A mí, que viví intensamente al lado de la gran compañera de Don Julio Correa muchas horas de gratos y vivificantes matices, me gustaría destacar algunos aspectos en hechos protagonizados por Doña Georgina Martínez que quedaron profundamente grabados en el recuerdo y que servirán, sin duda, para tener una idea más precisa de la que fue esposa del poeta.

            Una anécdota, para mí inolvidable, fue que un día cualquiera, recorriendo con ella la calle que da a la iglesia Virgen del Rosario, viniendo de la estación del ferrocarril, todavía estando yo en la escuela, al pasar frente a una ventana de las casas del lugar, probablemente dio un golpe de vista al interior, divisando en el acto la imagen de la Virgen de Caacupé, que pertenecía a su suegra e imagen venerada por la familia. Esta fue sustraída durante la revolución de 1947. Hecho lo necesario, la imagen fue devuelta a su legítima dueña, previa celebración de misa y traslado en procesión, con oraciones, cantos, bombas y ladridos de perros, infaltables de ocasión.

            Es impresionante sentirla en la evocación al desaparecido poeta. Siempre se dijo que detrás de un gran hombre hay una gran mujer. Creo que en esta ocasión otra vez se cumple ese apostolado. Todos los objetos que recordaban a su esposo tenían una significación y una dimensión fuera de lo normal. Eran celosamente guardados los libros, los enseres, la radio, los manuscritos, las ropas, los muebles, en fin, todo lo que signifique identificara su marido. Esta costumbre, para mí sagrada, la llevó a concebir la idea de hacer un museo particular en el año 1962. Con la colaboración desinteresada de algunos amigos, la inauguró el 14 de julio de ese año, permaneciendo en pie hasta nuestros días.

            Todos los años; el rezo a la Santísima Virgen de Caacupé, en la semana previa al 8 de Diciembre, era un acontecimiento esperado por el vecindario. Infaltablemente era el ñemboé'ýva del novenario. A fuerza de repetir cada año las mismas oraciones, en los últimos años antes de su muerte la observaba decir la letanía de la Santísima Virgen de memoria, sin ayuda del librito de oraciones. En el lento transcurrir de sus días, nunca dejaba de rezar el santo rosario antes de dormir y su asistencia a la misa primera de los domingos era infaltable, "pagando el pato" yo, que era su acompañante invariable, costumbre que se me fue diluyendo pasado el tiempo.

            Vivíamos en la Casona, construcción colonial de amplios corredores, heredada de la familia. Al correr de los años, me di cuenta de la amorosa sabiduría del poeta en no disponer de la inmensa cantidad de tierra donde está asentada la casa porque serviría como recurso necesario en caso de inexorable ausencia, en el viaje sin retorno. Pasado el tiempo, al asomarse la necesidad en sus mil y una maneras de presentarse, dispuso el loteamiento de las tierras. Negocio afortunado o no, le permitió hacerse de un capital para poder sobrellevar los difíciles años de la viudez. Prestaba dinero a algunos parroquianos que le rendían pequeños intereses, lo cual era la "ganancia" para el pan de cada día. Más, la mayoría de las veces, los más inescrupulosos, hacían indiferencia al compromiso asumido y se esfumaban con el capitalcito que les prestara mi madre. Pasado el tiempo, la situación se volvió crítica. Ya lo que quiero llegares al triste momento que pasó en los corredores del Palacio de Gobierno, en la época del mandato del General Stroessner. Preocupada por la acumulación de los impuestos y otros gastos que debían de pagarse por la casona, llegó hasta el Palacio con la intención de hablar personalmente con el Presidente de la República. Los escribas a sueldo y el enjambre de oportunistas que deambulaban los pasillos del Palacio se burlaban de ella diciéndole que una abuelita como ella a esta hora debería estar todavía en la cama, calentando los huesos. Dejo a criterio del lector la reflexión que merece este hecho.

            Nunca me quiso contar los nombres de los "Pynandí'; que aún viven por Luque y que han profanado la casona; destruyendo mobiliarios, quemando libros, documentos entre otras cosas. Solía escucharla decir que eran tiempos violentos aquellos y que en las veces que venían los grupos armados a llevar prisionero al poeta, ella iba al frente del piquete, rompiendo el silencio de la noche, gritando a pleno pulmón la desgracia de venal compañero privado de su libertad y camino a las mazmorras de los mandones de turno. Seguramente, causaba tristeza inmensa ver a una mujer llorosa clamando justicia, que a veces recibía aliento de algunos integrantes de esos grupos de atraco que solían decirle: "Anike re KirirĩÑa Georgina" Jamás he escuchado de sus labios el clamor de una venganza para estos hombres que ponían el forzoso paréntesis a su felicidad.

            Disfrutaba de la selecta compañía de algunos amigos de Asunción y de Luque. Los domingos eran los días habituales de las tertulias y visitas que contribuían al regocijo espiritual de las amistades bien cultivadas. Era eximia cocinera y se conocía todos los secretos de la cocina paraguaya. Célebres eran sus menúes de Kaí Kuá, soyo, sopa, locro, andaí camby, etc., y sus amistades le reclamaban en coro para degustar arroz de gallina con azafrán, plato al que confería una técnica y sabor incomparables. Algunas de sus más intimas amigas conocían el sufrimiento que soportaba en las épocas de calor, porque probablemente, nació sin la presencia de glándulas sudoríparas, situación que nos permite, a los seres humanos, regular la temperatura corporal. Vivía permanentemente envuelta con una toalla mojada y solía contar que en los largos viajes en tren con la compañía de teatro, llevaba una damajuana llena de agua, de tal manera que le vaya salpicando conforme los movimientos de los vagones.

            Tuve solamente la satisfacción de verla actuar en teatro dos veces: una de ellas en el Teatro Municipal con la obra "Pacholí" y otra en el Centro Cultural Paraguayo-Americano con una de las obras de correa, "Ñane mba'erã'ỹ". Simplemente majestuosa en el escenario. Y en este momento me viene a la memoria una anécdota protagonizada por uno de los Samaniego. Era tanta la vivencia que le daba a su personaje, que este señor, amigo personal de los Correa, tenía ganas de atropellarla, revólver en mano, una vez finalizada la obra, para que se retractara de su actitud de mujer mala, traicionera, aprovechadora, entre otras, que en ese momento estaba interpretando en el escenario. Dijo que tal revelación la hizo el propio Samaniego en una de sus visitas de cortesía hecha a los Correa.

            Después de la muerte de Don Julio, arrastró su viudez con una resignación cristalina y admirable, desviviéndose para darme las armas necesarias para vencer las dificultades del día a día. No conoció otro hombre. A veces, solía hablarme de la forma como conoció a su futuro esposo. Vivía con su madrina en una casita ubicada frente mismo a la iglesia parroquial. En una de las asistencias a las misas vespertinas, se saludaron sus futuros suegros con la madrina y ahí se entrecruzaron las miradas, ambas de color verde y mensaje de esperanza, encendiendo el fuego de la pasión, que nunca se apagaría, a pesar de las incontables adversidades pasadas. Correa le llevaba casi 12 años de diferencia y probablemente un poco más avejentado que ella, situación que a veces le producía el escozor de los celos, porque solía contar que una vez la llevó a un club donde frecuentaban los numerosos amigos del poeta, y uno de ellos le dijo: "Correa, e presentá mina cheve la ne hermana": Nunca más la llevó en tertulia de amigos.

            Me solía contar que no pasó el cuarto grado "ymá", en la época que no existía todavía el cuaderno y los alumnos disponían de un pizarroncito negro para los trabajos del día. De conversación agradable, tenía como proa rectora la educación. No toleraba la irrupción mía en casa "ajena" en las horas del almuerzo y del recogimiento de la noche. Tenía la pulcritud y el buen gusto en su manera de vestir, percibiéndose en forma infaltable el aroma tan paraguayo del jazmín entre sus ropas. En su patio, disponía de una pequeña plantación de Pacholí, cuyas hojas verdes daban la generosa fragancia a las inmaculadas sábanas y fundas de su cama. Dormía solo lo necesario y se levantaba con los primeros rayos del alba a preparar su mate y entre sorbos y sorbos, la imaginación perdida, se preparaba para enfrentar el día, entre el cúmulo de objetos que le recordaban, sin duda, al compañero ausente.

            En el día de los difuntos, solíamos pasar todo el día en el Cementerio de la Recoleta, donde descansan los restos del poeta. Llegábamos bien temprano, limpiábamos los alrededores del pequeño mausoleo, rezábamos y posteriormente nos sentábamos a platicar de los mil matices que adornaron su existencia junto al escritor. Ya entrada la noche, volvíamos a Luque, encendía una vela a la Virgen de Caacupé, algunas oraciones y luego nos entregábamos el reposo del día, viéndola envolverse rápidamente en plácido y sereno sueño, como si todo el día hubiera estado en comunicación espiritual con su esposo.

            En fin, voy a dar término a estos comentarios hechos a la memoria de los recuerdos. Es difícil sintetizar los condimentos que hacen a la vida de una persona como ella, en 2 ó 3 páginas. Pero, creo, he procurado dar una semblanza humana a los acontecimientos de su vida, que para mí, particularmente fue un manantial donde bebí los valores espirituales que están dando base sólida a mi vocación de ciudadano y hombre de bien.

Dr. Julio Correa Martínez

Luque, junio de 1991

 

 

 

EL TEATRO CORREANO.

¿Arte con compromiso o compromiso sin arte?

¿O Arte y Compromiso?

 

            Tal vez sea justo decir que el teatro en nuestro país ha tenido una dificultosa trayectoria, principalmente en lo que se refiere al teatro escrito en lengua guaraní, que a nuestro juicio constituye el verdadero teatro paraguayo, sin negar las obras representativas del carácter nacional que también pueden encontrarse en idioma español, especialmente en los últimos años. El teatro en lengua guaraní siempre ha tenido la ventaja de extraer obligatoriamente sus elementos de composición de las vivencias populares, de la vida, de las alegrías y padecimientos del pueblo; a éste pertenecen tipos y personajes y por esa razón debía ser necesariamente auténtico, fiel expresión de nuestra manera de ser, que por otra parte, no se puede negar, tienen universalidad, desde el momento que somos parte de la raza humana, con características y sueños comunes.

            Tampoco puede dejar de ser justo señalar, que el ambienté natural en que transitó el teatro guaraní, fueron las dificultades de toda índole. En primer lugar, la subestimación de su valor como hecho cultural y como expresión genuina del carácter y el pensar del pueblo paraguayo; la subestimación del autor teatral guaraní y, por consiguiente, la falta de apoyo para su desarrollo, para la creación de obras serias de teatro en guaraní y la obtención de los medios materiales para la puesta en escena de esas obras, en condiciones dignas.

            Sin embargo, ese teatro que nació, existió y existe, a pesar de todas las contingencias en contra, halló sus propios caminos, podríamos decirlo, para hacerse conocer, valorar y aceptar por la inmensa mayoría de la población. ¿Cuáles fueron esos caminos? Aquellos que encontró y siguió consecuente y apasionadamente Julio Correa, figura señera, como lo reconocerían muchísimos cultores del arte teatral de nuestro país.

            Alguna vez se desarrolló, aunque no fue más allá de algunos intentos, una discusión acerca de quién verdaderamente era o fue el creador del teatro paraguayo. Se discutía también si el teatro paraguayo se expresaba en castellano o en guaraní y, en todo caso, si en qué lengua podía considerarse de verdad teatro paraguayo. Entraban en danza los nombres de conocidos escritores en ambas lenguas. Se decía además si entraba en consideración en este pleito, el hecho de la primera obra de teatro escrita o de la primera que reunía las condiciones estéticas y literarias propias del género teatral. Se traían a cuento algunos testimonios, como ser "autos sacramentales" escritos y representados por sacerdotes españoles e indígenas en la época colonial. En ese sentido se mencionaba el de Adán y Eva, escrita en guaraní, con mezcla de latín y castellano, de autor desconocido. Muchas más habrán sido escritas y representadas en esa época, que poco o nada ha llegado a nosotros. Por lo menos, es difícil encontrarlas. Lo mismo habrá ocurrido en la época de la independencia hasta la gran guerra del 65-70 y posterior a ese trágico retazo de la historia nacional. Pero más nos interesa el tiempo en que comienzan a aparecer en nuestro país, en este campo, las primeras obras que apuntaban a reflejar las vivencias de nuestro pueblo y de nuestra sociedad, aquellas que expresaban la vida y el sentir paraguayos y contenían aunque sea un atisbo de mensaje, apartándose de lo trivial, del mero pasatiempo, o de la imaginería de evasión de la realidad.

            Parece ser que fue Félix Fernández el primero en escribir una "comedia" en guaraní en la década del 20. Pero esta obra no tuvo trascendencia. Se perdió, como tantas otras, aplastada por la indiferencia, por las dificultades de divulgación, o tal vez porque en realidad no tenía en qué apoyarse para perdurar.

            Fue Julio Correa el que comenzó a llamar la atención hacia el teatro. Porque era un teatro vivo, desde el momento que era un teatro que no se publicaba sino que se representaba, un teatro que llegaba de improviso, principalmente a los pueblos del interior, y provocaba el asombro de la gente que se veía retratada en las tablas con increíble realismo y veracidad. Algunos "críticos", muy versados ellos en los principios de la estética y de la literatura, vieron en la obra de Correa múltiples imperfecciones y debilidades. "Todo el teatro de Correa -dice un autor- adolece de una deficiencia fundamental: sus temas y sus problemas se encuentran adheridos substantivamente a un momento socio-cultural determinado, desligado del cual este teatro pierde gran parte de su densidad y su sentido. Esta inserción profunda en lo temporal periclitado, desvitaliza hoy día la plena vigencia en cuanto testimonio humano-estético de esta dramaturgia no muy rica en otros valores distintos a la rebeldía viril y la denuncia apasionada y certera". Precisamente, la vigencia del teatro correano tiene su fundamento y su valor estético, mal que les pese a los "esteticistas", en su carácter profundamente social y humano, realista, de reflejar con extraordinaria fidelidad la realidad social de un tiempo que viene de lejos y que irá lejos, en tanto no se produzcan los radicales cambios estructurales que requiere el país y que se reflejarán necesariamente en la conciencia y en la cultura. Es probable que Julio Correa no pensara mayormente en la trascendencia literaria de su obra. Para él, sus piezas teatrales constituían una herramienta en la lucha por la redención de los desheredados y marginados. Correa era un idealista y un revolucionario. Creía que para muchos la vida no era buena y quería mejorarla. Por eso sus piezas eran como eran, contenían un hondo mensaje, golpeaban las conciencias, rebelaban, soliviantaban, encolerizaban, apasionaban y empujaban a la acción. Correa no pensaba que su obra trascendería más allá del entorno al que dedicaba; no escribía para la crítica literaria especializada, no hacía carrera para ganar posición de literato, para ganar nombre en ese mundo de la literatura, que jamás buscó frecuentar, ya sea por su timidez cuando la cosa se refería a él mismo, ya sea porque no creía que se hablase de su obra en esos ámbitos. De ahí que buscase más "su inserción participante en los problemas inmediatos de la humanidad paraguaya de su tiempo", que el crítico encuentra como "su más negativo lastre", aunque reconoce también que "es simultáneamente su mayor virtud".

            El hecho más notable, poco frecuente, de Correa como autor de piezas teatrales, es que él nunca se esforzó por publicar sus obras, es decir, editar libros que, aparentemente, es el sueño de todo escritor. No, él, sencillamente, formó su elenco con personas de su vecindad, conocidas, amigas, joyeros, campesinos, semi-analfabetos, vagos algunos, sin asomo de profesionalismo teatral, simplemente soñadores como él, muchos de ellos apenas por la atracción de compartir ensayos y relacionamiento interesante, y se lanzó a la aventura de representarlas, de enfrentar a un público ansioso de novedad. Veremos qué dice la gente, pensaría el teatrero de Luque. Pero, en el fondo, estaba seguro de la acogida que iba a tener, porque sabía que iba a hablar a seres humanos, a unos seres humanos especiales, a los marginados y explotados, a los que no tienen más cultura que la que les ha dado la experiencia de una vida difícil, a los campesinos, cuyo afán de arañar la tierra les ha enseñado qué es bueno para él y qué es malo; en fin, porque sabía que iba a hablar de dolores conocidos, de hambres, persecuciones y opresiones familiares. Esta gente iba a verse retratada en las "veladas" de Correa e iba a encontrar motivo de reflexión y de rebelión; iba a encontrar la manera de poder desatar el nudo que los ataba, el velo que les impedía avizorar un horizonte diferente.

            Pero existe un elemento fundamental que ha hecho que el teatro de Correa tuviese un formidable impacto en la vida social y cultural de nuestro país: el empleo de la lengua guaraní en la construcción de sus obras. Antes, durante y después de Correa fueron escritas y representadas muchas obras en castellano. No entraremos a hacer -ni pretendemos hacerla- un concienzudo análisis de los valores artísticos, estéticos de esas obras. Pero de una cosa estamos seguros: jamás llegaron a los estratos mayoritarios de nuestra sociedad y no tuvieron un impacto serio en cuanto a la intencionalidad de dichas obras. La lengua autóctona no fue simplemente un elemento curioso, novedoso, por lo mismo atractivo, sino fue y es el ligamento entre el autor y el pueblo, entre la angustia y la esperanza de Correa y la angustia y la esperanza de las capas desheredadas de la población. Rescatamos, para ser más precisos, del escritor y crítico literario Pérez Maricevich, que: "Otro de los cambios fundamentales fue la utilización del guaraní en la construcción de este teatro, vínculo eficacísimo para la comunicación masiva a la que, por su intencionalidad, tendía con vehemencia la dramaturgia correana".

            Sin embargo, no resistimos la tentación de citar un poco más a este autor, en lo que consideramos ciertamente estar de acuerdo con nuestra manera de pensar y ver las cosas (estas citas, claro está, no significan compartir su enfoque general del teatro correano). "Lengua y clima -dice Pérez Maricevich-, si bien no constituyen cualidades enteramente originales de Correa -pues antes de él se dieron esporádicamente-, conforman los elementos transformados en virtud de los cuales el teatro paraguayo abandonó su idealismo romanticista y sensiblero para acceder a una conducta estética característicamente realista y combatiente. Problemas ético-sociales puestos de manifiesto por el hecho de la guerra, en un primer momento; problemas socio-económicos del campesinado agrario, en segunda instancia; y, por último, aquellos referentes a la ética política y al comportamiento social, son los temas sucesivamente elaborados por la dramaturgia de Correa. Desnudas de toda retórica, fuertes y directas, estas piezas -excepción hecha de las comedias y sainetes- presentan un poderoso clima trágico cuyo coeficiente de denuncia define una actitud enteramente comprometida con la causa del desvalido, y la defensa de los valores humanos fundamentales de libertad y justicia. Pero la defensa de ambos valores menos en obediencia a determinados postulados ideológicos que en la de la conciencia campesina tradicional. Tierra y familia son los fundamentos de esta conciencia y a su reivindicación apasionada se orienta, pues, todo este teatro. Este paradójico revolucionarismo tradicionalista, esta denuncia viril, este coraje para enfrentarse abiertamente con las estructuras de la opresión vigentes, obtuvieron tal eco popular que demostraron, con su adhesión multitudinaria, a qué grado de autenticidad, de verdad y de fervor había llegado el dramaturgo en la interpretación y en la toma de conciencia de la realidad profunda de su pueblo. Las cárceles y las persecuciones de las que Correa fue víctima, demostraron, a su turno, la intensidad del impacto recibido por aquellos a quienes iba dirigido el saetazo. Ante tal comunión con lo humano inmediato, ante tal participación con las realidades existenciales de su sociedad que manifestara este poeta, la estimación meramente estética de su obra constituye más bien un contrasentido y es cegarse voluntariamente para la visión real del significado y de la intencionalidad primariamente social de la misma."

            Más abajo, el mismo autor señala que "no obstante, tal como es esta obra, rústica y violenta, justiciera y veraz, constituye un gran momento de la literatura teatral de este país, dentro de la cual cumplió una función liberadora y fundatriz. Con la dramaturgia de Correa, el teatro paraguayo se despoja de las influencias librescas y postizas, y adopta una conducta de enfrentamiento y asunción de la problemática del hombre..."

            Juan Silvano Díaz Pérez decía ya hace muchos años que "Como coronación a todos los ensayos por trasladar a la visión objetiva y tajante de las tablas algo de nuestra vida paraguaya, surge el nombre de Julio Correa, el creador del teatro guaraní, que modula nuestros ásperos días en la llamada "dulce lengua de la raza ausente": el guaraní expresivo, cáustico, vigoroso y dulce. Julio Correa, como autor y como actor, en el teatro guaraní, ha tocado las fibras más íntimas y hondas del alma paraguaya. Retrató el dolor y el pavor de la Guerra del Chaco. La tragedia del Karu Pokã(el malcomido, el hambreado), campesino que trabaja la tierra paraguaya que es ajena, que suda y sufre su dolor sin remedio. Trasladó ante públicos anhelantes las facetas todas de la vida nacional. Supo poner el toque de la sonrisa y de la carcajada junto a la pintura del dolor campesino y, único cultor, tal vez como ya ningún otro, captó el turbio y risueño desgranar de nuestra vida sugerente y angustiada, y la presentó revestida con las galas de un arte hondo y sencillo, vigoroso y tierno".

            Sobre la significación de Julio Correa en el quehacer literario de nuestro país, señala Arturo Alsina en el prólogo de la importantísima obra de Carlos R. Centurión: "Sobre el teatro, acaso fuera de oportunidad transcribir lo manifestado en otra ocasión. Dijimos entonces: sin el realismo de Correa, sin la pasión que engendra la rebeldía civil, sin la integración de valores que peculiarizan a su teatro, los jóvenes autores de la última promoción, evidencian una tendencia de significado trascendente que se manifiesta en un noble afán de dar validez de orden universal a la expresión de lo nacional..."

            En un artículo publicado en Buenos Aires, allá por 1941, una de las figuras más importantes de la poesía paraguaya, de quien tal vez no haya suficiente referencia, un mayor destaque de su obra poética y de su fecunda vida al servicio de la causa de los desheredados de su tierra, Hérib Campos Cervera, decía que Julio Correa era "el gran creador de imágenes de nuestro medio social y de nuestros problemas: dramas de la miseria; de la tierra; de la sangre y de los celos. Ásperas tragedias que cada día vive nuestro pueblo, mientras busca, dando manotones en la sombra, el camino de la libertad. Nuestro pueblo interpreta asía Correa; como espejo de sus esperanzas más indeclinables; como un intérprete de sus dolores más hondos y de sus alegrías más profundas".

            Desde luego, nadie como Campos Cervera podía sentir lo que sentía por la obra de Correa, desde el momento que se sentía, o mejor, estaba identificado él mismo, con los deseos, las esperanzas y las luchas del autor teatral, y estos sentimientos estaban reflejados en su propia obra.

            Según todos los testimonios, principalmente de personas del mundo literario que lo conocieron desde sus inicios, parece que la vocación literaria, aunque difusa aún y no empalmada a un género específico, menos el del teatro; de Julio Correa, es de antigua data, de los albores de su juventud. Le gustaba la poesía y muchos eran sus afanes por escribir versos que su innata timidez y su absoluta falta de ínfulas, hacían que permaneciesen desconocidos, tirados en algún rincón de la casa (o recogidos y guardados celosamente por Doña Georgina, como ocurría años más tarde, cuando ya formaban un hogar común y eran compañeros de lucha e ideales).

            Considerando que Julio Correa había nacido en Asunción el 30 de agosto de 1890, encontramos bastante trecho entre su venida al mundo y su "nacimiento literario" que es en 1926, fecha de la publicación de la primera muestra de su talento, de las cualidades que bullían en él y que pugnaban por manifestarse seguramente ya desde hacía mucho tiempo.

            La solariega mansión que había heredado de sus padres en un lugar, en ese tiempo, verdaderamente insólito, en las afueras de Luque, un pueblo que por entonces conservaba la faz aletargada y silenciosa, común a otros tantos pueblos del interior de nuestro país, pero con los heroicos vestigios que le deja la Guerra Grande, acogió los sueños y desvelos de Correa, le permitió empapar su corazón y su cerebro con el sudor y las tristezas de la gente que no conocía otra vida que el transcurrir silencioso y rutinario de un tiempo que se prolongaba indefinidamente y dejaba tras de sí una obscura estela de sufrimiento y desesperanza. Hombre de una sensibilidad social extraordinaria, unió ésta a la vocación que torturaba su alma, para dar paso a una vigorosa vertiente artística comprometida con el dolor y la esperanza de esos seres que eran sus hermanos, con quienes compartía los días de la tristeza indefinida. No se dejó provocar por la atracción de un seudo-realismo lacerante que se detenía en dar paso a los obscuros reflejos de la sangre y el sudor derramados en las interminables jornadas de la "maldición del trabajo", sino buscó y encontró la manera de contribuir a la lucha por la redención de estos seres marginados. La pluma se convirtió en sus manos en arma de combate. Su poesía denunció, estimuló la rebeldía, orientó para la lucha. Y su teatro también. Los desheredados y marginados se veían reflejados en las tablas improvisadas por Correa en los "tupaó rogaguy" y en los "karaí ma'ẽra korapy", donde encontraban también el camino de la esperanza, la palabra clara y precisa para confiar en la propia fuerza y, por qué no decirlo, para estrategar la acción contra sus explotadores y opresores.

            Pero el arte correrano jamás fue panfletario. Huyó, sí, del arte sin compromiso y si era necesario, no precisamente romper con los cánones del arte, sino adecuar la forma al contenido (y nunca el contenido, la intención a la forma), lo hacía sin asco, audazmente, porque, al fin y al cabo, un arte que no reflejase lo humano y no sirviese a la causa de lo humano (y sólo sirviese para entretener a algunos humanos o para ocultar lo humano) es un arte que no sirve para nada, no es ni puede ser un arte humano. En cuanto a eso de que "todo el teatro de Correa adolece de una deficiencia fundamental: sus temas y sus problemas se encuentran adheridos substantivamente a un momento sociocultural determinado, desligado del cual este arte pierde gran parte de su densidad y su sentido" -como afirma un autor, y dice lo mismo una autora de Herib Campos Cervera ante aquella proyección de la poesía paraguaya que es "Regresarán un día"-, sólo podemos responder con esta interrogante: ¿acaso entre los sentimientos y problemas de un pueblo y los sentimientos y problemas de otros pueblos, de todos los pueblos, no existe un fondo común, un hilo que los une e identifica? De ahí que todo arte, toda expresión humana sea universal. El problema de la explotación, de la falta de tierra, de trabajo, del marginamiento de grandes grupos sociales, del subdesarrollo y de la opresión, la soledad, son problemas acuciantes de nivel universal. ¿Es que sólo son "circunstancias"? ¿Ustedes creen que "los malcomidos" no va a ser comprendida, no va a impactar ni va a provocar reacción de rebeldía, no va a mover conciencias en la mayoría de los países de América Latina, en Asia, en África? Las obras de Correa, a pesar de sus "condiciones negativas", son innegablemente universales.

            Arturo Alsina en su "A manera de prólogo" a "Ñane mba'era'ỹ" publicado en 1965 por el Patronato de Leprosos del Paraguay, dice: "Correa traslada la vida a la escena. Ante este hecho podría preguntarse: ¿hay creación en la recreación? A nuestro entender, la hay. En el molde que el realismo ha modelado, aquella poderosa individualidad ha volcado la sensibilidad, la sinceridad y la pasión de su alma atormentada, toda la recia humanidad de su temperamento y en él ha dejado impresa la marca intangible de auténtica creación. El realismo, su realismo trasciende del ambiente, de las costumbres, de la pintura de caracteres, de las condiciones de vida que predominan en los estratos sociales en que sus personajes están ubicados".

            Pero más arriba, en este mismo "A manera de prólogo", Alsina ya nos adelantaba el carácter de la obra correana. "Es el drama del hombre y la tierra en función social. El drama de los desposeídos, de los perseguidos sin causa, de los hambrientos, de los ultrajados, de las víctimas olvidadas de la justicia humana".

            ¿Qué más podemos decir de Julio Correa y del carácter universal de sus obras?

            Con el objeto de contribuir al conocimiento del teatro de Correa allende nuestras fronteras, publicamos en esta edición tres de sus obras más características: "Karu Pokã", "Sombrero Ka'a" y "Ñane mba'era'ỹ", en versión castellana realizada por el mismo autor las dos primeras, y de Ortiz Mayans la última. Además, incluimos en esta edición otras muestras de su talento creador: un hermoso cuento en el que Correa recoge facetas del carácter paraguayo, de creencias y costumbres populares: "Nicolasita del Espíritu Santo". Y los poemas que en su momento encendieron pasiones y esperanzas.

            Agradecemos de corazón al Dr. Julio Correa, con quien compartimos agradables momentos, que dieron por resultado algunos amenos recuerdos consignados en este mismo libro.

           

Félix de Guarania

Asunción, 1991

 

 

 

 

 

 

SOMBRERO KA'A 

COMEDIA EN TRES ACTOS 

Original en guaraní por JULIO CORREA 

Versión castellana del autor

 

 

PERSONAJES:

 

Don Manuel

Julia

Chola

Juanita

Carlota

Petrona

Policía

Recarte

Fermín

 

 

 

ACTO PRIMERO

 

La escena representa un comedor. Una puerta al foro y dos laterales. Al levantarse el telón, don Manuel, de unos cincuenta años, está leyendo un diario. Cruzando la escena de lateral a foro, Julia pasa de puntilla, vestida de calle.

 

Don Manuel. -  Te veo, te siento... Ya te vas otra vez sin avisarme.

Julia. -  Es que estaba leyendo y no quería molestarle.

Don Manuel. - Lo que a mí me molesta es que nunca se quedan en la casa: todo  el día en la calle. (Julia hace un gesto y sale) Yo no puedo seguir así...

Chola. - (Aparece por izquierda, dándose rouge en los labios, también vestida de calle.)

Don Manuel. - ¿Y vos también te vas?

Chola. - Tengo que ir al consultorio del dentista.

Don Manuel.-  ¿Y por qué no van juntas, ya que se van las dos?

Chola. - Ella va a otra parte.

Don Manuel. - ¿Y vos dónde vas?

Chola. - Voy al dentista, ya te lo dije, papá.

Don Manuel. - Yo quiero saber, ¿a qué dentista?

Chola. - A uno muy bueno; hace poco llegó de Montevideo.. Un joven elegante, alto, rubio, lindo mozo...

Don Manuel. - (Cortándole) ¡No, no, no! Eso no me gusta.

Chola. -  ¿Por qué dice que no le gusta si ni lo conoce?

Don Manuel. - ¿Cómo que no lo conozco? No dices que es rubio, elegante y todo... Para mí con eso basta...

Chola. - A Tula dice que le hizo un lindo trabajito.

Don Manuel. - Y a vos te va a hacer también un lindo trabajito... Pero se va a quedar con las ganas... Vos te vas a hacer atender por nuestro viejo dentista y se acabó... Ha opaitéma. ¿Me entiendes?

Chola. - Pero papá, ese es un anticuado... El otro trae elementos modernos... Es más garantía...

Don Manuel. - El nuestro es de más confianza... es más garantía.

Chola. - No diga eso, papá, ¿cómo va a ser más garantía un viejo pelado y feo?

Don Manuel. - Por eso, por esas tres cosas es más garantía.

Chola. - Si me tiene que atender ése, prefiero quedarme así como estoy...

Don Manuel. - (A Julia, que aparece por el foro) Ya vuelves, menos mal.

Julia. - Dejé la cartera. ¡Pásame la cartera, Chola! (Chola desaparece por la izquierda). (A Don Manuel) Necesito veinte guaraníes...

Don Manuel. - ¿Ya se acabó la plata?

Julia. - ¡Ni para el tranvía tengo!

Don Manuel. - ¿Y para qué quieres la cartera sin plata?

Julia. - Se usa llevar cartera y además creo que me va a dar el dinero que le pido.

Don Manuel. - No seas muy crédula, mi hija. He resuelto no darles más plata para que la tiren comprando cosas inútiles.

Julia. - (Mimosa) Usted es güenito, papá. Déme los veinte guaraníes. Le voy a comprar café también.

Don Manuel. - (A Chola, que aparece por izquierda) ¿No vas a hacerte arreglar los dientes?

Chola. - (Áspera) No, ya no voy. Si no me arregla el que yo dije, no. No voy a permitir que me toque ese viejo sucio.

Don Manuel. - Bueno, está bien, no arregla entonces.

Julia. - (A Chola) ¿Y la cartera?

Chola. - (Haciendo mutis, y de mal modo) ¡Andá a traerla si quieres!

Julia.- ¡Inútil! (Mutis por la izquierda).

Juanita. - (Entra, hablando de prisa) Güen día, ¿cómo amaneció? Hace decir mamá y dice que quiere que le lave la vianda porque yo tengo mucha cosa que hacer y ya no hay más quien lave la vianda porque murió nuestro Capitán que limpiaba la vianda...

Don Manuel. - Pobre Capitán, tener que andar lavando platos todo un capitán, lo que es estar en la mala... Así es el mundo... ¿Y cuándo lo enterraron?

Juanita. - No lo enterramo, lo llevamo y lo dejamo en frente de la casa de esa señora muy argel que anda mal con mamá para que sea idiondo allí.

Don Manuel. - Pobre señor.

Juanita. - No es niko señor, es capitán nomá.

Don Manuel. -  ¿Y quién más señor que un capitán?

Juanita. -  No es capitán con gorra, mi mamá le quería mucho porque limpiaba bien lo plato.

Don Manuel. - ¡Qué desconsideración, cómo estaba caído el pobre hombre!...

Juanita. - (Cortándole) No es hombre, es nuestro perro nomá.

Don Manuel. - (Entre arcadas) ¡Puercos, desvergonzados, criminales!

Chola. - (Por izquierda) ¡Qué es lo que pasa, por Dios!

Julia. - ¿Qué hay, papá?

Don Manuel. - Esta sinvergüenza, esta cochina (furioso). ¡La voy a matar!

Julia. - Pero papá, ¿se ha vuelto loco?

Chola. - Salga, salga pronto de aquí, muchachita...

Juanita. - (Haciendo mutis, toda miedosa) Yo no hice nada, yo no dije nada luego...

Don Manuel. - (Fuera de sí) Comemos porquerías: hacían lamer al perro la vianda... Y ustedes también son unas sinvergüenzas, unas haraganas.

Julia. - ¡Pero papá, sosiéguese, por favor!

Chola. - ¡Cálmese, por amor de Dios le pido!

Don Manuel. - (Furioso) Comemos porquerías... le hacen limpiar la vianda al perro.

Julia. - ¿Qué es lo que quiere decir, papá?

Chola. - No le entendemos.

Don Manuel. - Y ustedes también son unas desvergonzadas, unas haraganas, unas inútiles...

Julia. - ¡Pero papá, sosiéguese!

Chola. - ¡Cálmese! ¿Qué pasa?

Don Manuel.- (Enojado) Si hubieran lavado la vianda ustedes, la que nos da la vianda, no la hubiera hecho lamer por el perro. Y yo me caso, y  pronto, enseguida, para tener quien cuide la casa. Ustedes no valen para nada, son unas inútiles (mutis por derecha).

Julia. - Está loco... ahora quiere casarse.

Chola. - ¡Pero qué se va a casar!

Julia. - Es capaz... hace unos días que lo noto cambiado. (Haciendo un círculo sobre la sien) Está medio medio, es capaz de casarse... y quién sabe con quién.

Chola. -  ¡Qué se va a casar! ¿Quién va a animarse a ser la esposa de un viejo?

Julia. - ¡No digas, che! Cuando hay esto... (se frota el índice y el pulgar).

Chola. - (A don Manuel que aparece) ¿Adónde va, papá? Su corbata...

Don Manuel. - Mientes... je, je... (palpándose el bajo vientre).

Julia. - La corbata, la corbata floreada.

Don Manuel. -  (Poniéndose bien la corbata) Esto no puede seguir así... Y estoy hasta aquí (mostrando el cuello). Yo me tengo que casar para tener alguien que me cuide, que ponga orden en esta casa.

Julia. - No tiene necesidad de casarse para eso.

Chola. - Nosotras bastamos, me parece, para cuidar la casa. No se va a casar, papá, si es por eso.

Don Manuel. - ¿Ustedes se oponen a mi casamiento? Ya se me está blanqueando el cabello...

Julia. - (Burlesca) ¡Y hasta el bigote también!

Don Manuel. -  ¿Usted se burla de mí, chiquilla?

Julia.- Yo dije nomás, no me burlo, papá.

Chola. - No decimos nada. No nos vamos a oponer. Pero, ¿con quién piensa casarse?

Julia. - ¿Quién es la novia?

Chola. - ¿Se comprometió con alguna?

Don Manuel. - Con nadie... pero tengo como cuatro que más o menos me aceptarían a la menor insinuación. Che suerteko ché aína ha ndaha'ei che argelva la kuñándi...

Julia. - ¡Pero qué barbaridad lo que dijo!

Don Manuel. - Hay una que es el retrato de tu mamá, la finada.

Chola. - ¿Y esa es la que más le gusta?

Julia. - ¿Con esa quiere casarse?

Don Manuel. - Con esa... ¡ni aunque me paguen, caramba!

Julia. - ¿Qué tiene que decir de mi madre?

Chola. - Mamá era una mujer virtuosísima...

Julia. - Era una santa.

Don Manuel. - Eso es, una santa, no te contradigo, pero yo quiero variar. Esa parecida a tu mamá está fuera de concurso. (Para sí) Por razones que me reservo...

Chola. - ¿Cómo un hombre serio, y a su edad piensa en mujeres?

Don Manuel.  - ¡La libertad de pensamiento! Ndapeikuaái piko upéa peẽ...

Julia.  - (Cortándole) Perdió la vergüenza!

Don Manuel. - ¡Qué la voy a perder! (Con pena) Si hubiera perdido la vergüenza ya me hubiera declarado a una de ellas que pasa por aquí.

Chola. - ¡Qué barbaridad, Dios mío! Esto es como para echarse a llorar.

Don Manuel. - Yo no me echo a llorar, porque me pongo triste y me da rabia.

Julia. - ¿Y quién es esa mujer que lo ha vuelto loco?

Don Manuel. - ¿Cómo que me he vuelto loco? ¿Yo no puedo enamorarme como cualquier hijo de vecino, caramba?... No faltaba más.

Julia. - ¿Y cómo se llama la mujer esa?

Don Manuel. - No sé, mi hija, cómo se llama, pero la quiero porque es cariñosa.

Chola. - ¿Cómo dice que es cariñosa y ni su nombre sabe?

Julia. - Algún marchante de la tipa le contó.

Don Manuel. - (Fuera de sí) ¡No permito que se la ofenda! Es una mujer virtuosa, virtuosísima. Van tres domingos que pasa por aquí con gasa, rosario y libro de misa y todo.

Chola. - ¿Y cómo se enteró de que es cariñosa?

Don Manuel.  - Cosa de la estrategia del destino, del mba'é piko héra, mi hija... Pasaba por aquí, yo estaba en el balcón y ella pasaba... Quedé con la boca abierta. (En tono romántico) "Me clavó muy hondo su pupila azul"... Ni en la Escuela de la Providencia se puede encontrar pupilas más lindas.

Julia. - ¡No se haga el simpático, papá! A su edad no hay que ser ridículo.

Don Manuel. - ¿Ridículo, antipático, porque me gusta una mujer cariñosa?

Julia. - ¡Pero habráse visto! Esto es una locura. Dice que es cariñosa y apenas la conoce de verla pasar y nada más.

Don Manuel. - No saben ustedes, mis hijas, que no hay necesidad de mucho para                                                 que dos seres se compenetren, y se penetren y todo.

Julia. - ¡Qué cosa, Dios mío! Un hombre tan serio dónde va a parar...

Don Manuel. - No tiene por qué extrañarse. El amor es como la muerte. El cordero y el carnero es la misma cosa. Lo es lo mismo el cordero que el carnero. Y ella me quiere y yo la quiero.

Chola. - ¡Pero, papá, qué le va a querer!

Julia. - Es natural que no lo quiera. ¡Quién va a querer a un viejo!

Don Manuel. - ¡Alto, alto ahí! Sobre gusto no hay nada escrito. Y la vejez es tan efímera como la juventud. Me voy a la peluquería, me saco los bigotes, me tiño el pelo... ¡y adiós el viejo!

Julia. - Es inútil, papá, a los viejos nadie los quiere.

Don Manuel. - ¿Te parece? Si viéndome en camiseta y con la barba de tres días, cuando le dije adiós, ella me dijo: Adiós, don Manuelito..., ¡cómo será cuando me ponga corbatita y cuellito duro y me haga hacer lo que yo sé en la peluquería!

Julia. - (Gritando) ¡Yo me voy a morir! (Mutis, corriendo por izquierda)

Don Manuel. - Hagan las escenas que más se les antoje. Yo tengo el cuello duro,  ya estoy curtido.

Julia. -  (Desde adentro en un alarido) ¡Yo me muero, yo me voy a morir! Chola, me muero, Chola...

Chola. -  (A Don Manuel) Ud. es responsable si se muere mi hermana. (Inicia el mutis)

Don Manuel. - No se muere, te aseguro que no se muere.

Chola. - Es un descorazonado, un inconsciente (mutis rápido).

Don Manuel. - (Mirando desde la puerta) Revolcáte hasta cansarte. Para mí las escenas no son una novedad (mutis por foro).

Chola. - (Desde la puerta) Papá... papá... Julia está muy mal (se escuchan ayes de Julia). Papá, papá, dónde está. (Cruza rápidamente la escena, llamando lateralmente) Papá, papá... (Dirigiéndose hacia el foro) A lo mejor se fue a la calle. (Fijándose en el foro) Allí está con Carlota...

Julia. - No le importa que me muera.

Chola. - ¡Pronto, levántate! Allí viene Carlota....

Julia. - (Por izquierda) Y vos tenés la culpa, ¿por qué lo dejaste salir?

Chola. - No te hagas la idiota, y péinate que ya está ahí Carlota.

Julia. - (Admirada) Che, te salió un verso: No te hagas la idiota, que ya viene Carlota.

Chola. - Me salió por casualidad. No me da por ahí.

Carlota. - (Entrando) Buenos días. ¿Cómo están?

Chola. - Pasa adelante, Carlota... Pasa... (se besan las tres).

Julia. - ¡Qué paqueta!

Carlota .- Más o meno, nomá... ¡Qué piko voy a estar paqueta!

Chola. -  ¡Qué contenta de verla!

Julia. - Qué milagro tan temprano.

Carlota. - E'a, Jesú, ¡que va a ser temprano si ya son la nueve!

Chola. - ¿Qué le trae por aquí tan temprano?

Carlota. - Venimo nomá...

Julia. - ¿Con quién vienes?

Carlota. - Yo nomá vengo.

Julia. - Siéntate, siéntate, Carlota...

Carlota. - Un ratito nomá... (Sentándose) Pero, ¿qué le pasa a Don Manuel?

Julia. - Está cambiado.

Chola. - Dice que quiere casarse.

Carlota. - ¡Eso está muy bien! ¡Le hace falta! Mucha falta le hace. Es que nunca se animó.

Chola. - No queremos que caiga en manos de una cualquiera.

Carlota. - (Indignada) Yo no soy una cualquiera...

Chola. - No lo dije por vos, Carlota.

Julia. - Es por otra... con otra se quiere casar.

Carlota. - (Con pena) ¡Ay, por otra! Me da una puntada aquí (muestra el estómago). ¡Ay, ay!

Chola. - Le voy a hacer un té de naranja. (Mutis)

Carlota. - (Con voz desmayada) ¡Té de naranja, no! Un poquito de caña, un poquito...

Julia. - (Tomando una botella) Chola, pronto traé una copita.

Carlota. - Para qué tanta molestia. (Tomando la botella) Así nomás, un traguito (empinando la botella).

Julia. - ¡Basta, le va a hacer daño!

Carlota. - Es caña vieja. ¡Pero qué substancia, che!

Julia. - ¡Basta! (Retirando la botella) ¡Carlota, por favor!

Carlota. - Tomé de rabia, para olvidar este dolor, este ma'ẽra, este mba'é pio héra...

Julia. - ¿Pero qué le pasa, Carlota? ¿Qué le pasa?

Carlota. - Eso... eso... que me dijeron, Jullita, Jullita de mi corazón, Jullita querida...

Julia. - Pero yo no dije nada malo.

Carlota. - (Con pena) Y eso que me dijeron (con voz llorosa) que don Manuel está por casar y todo (suspirando) ... ¡y con otra!

Julia. - ¿Y papá te prometió casamiento?

Carlota. - Tanto como eso, no, che ama.

Chola. - (Poniendo la copa sobre la mesa) ¿Te pasó más el dolor?

Carlota. - Ya pasó... era del disgusto. (Alarmada) Mi   cartera. (Mirando en derredor) Dejé mi cartera, mi cédula de identidad y todo... Y tengo que ir a Clorinda. (Apretádose las sienes) Estoy loca, loca por ese ingrato. (Mutis corriendo por foro)

Chola.  - ¡Qué solterona más ridícula!

Julia. - En esto vamos a parar nosotras... con el padre que tenemos.

Chola. - Papá tiene razón, somos solas, aquí hace falta una señora que nos acompañe... No tenemos que oponernos de que papá se case.

Julia. - Pero con Carlota que es nuestra amiga. (Entra ña Petrona acompañada de un policía)

Chola. - (Indignada) ¿Cómo entra así sin anunciarse?

Julia. - Se golpea la puerta o la mano.

Petrona. - Su papá es un asesino. De balde se esconde... va a ir preso... la ha querido matar... por un pelito se escapó mi hija (al policía): ahí en  el cuarto está escondido. ¡Entre a sacarlo!

Julia. - Papá no está.

Chola. - Salió hace rato.

Petrona. - Me contó mi hija que la quiso matar.

Julia. - No señora, al contrario.

Petrona. - ¿Cómo al contrario? ¡Ahora me va a decir que mi hija lo quiso matar a su papá!

Policía. - ¡Qué lo que hay... ¡Reclare usté, señorita! Aníke nde japúti. (Saca un papel y un lápiz que lo moja con la saliva).

Chola. - Pero señora, si a papá le gusta mucho su comida.

Julia. - Es muy rica su comida.

Chola. - Papá dijo que había que pagarle tres meses adelantados. Ayer dijo así papá.

Petrona. - ¡Pero qué sinvergüenza esa chiquilina! (Al policía) Disculpe. Le voy a matar a mi hija a palos.

Policía. - (Escribiendo con dificultad) La va a matar a su hija. (A Julia) ¿Cómo se llama ustéden?

Petrona. - No, para qué, ya no hay necesidad. Ya se acabó todo.

Julia. - Fue una equivocación.

Petrona. - Ya no se precisa llevar preso a nadie.

Policía. - Uté amenazó de muerte a su hija. ¿Cómos se llama utéden? Yo tengo que proceder, no puedo venir de balde. (Imperativo) ¿Cómo se llama utéden?

Petrona. - Yo quiero que me disculpe la molestia (le pone dinero en la mano  con disimulo).

Policía. - (Mirándose la mano) Mucho gusto de saludarle, señora. ¡Retírese nomas! Puede retirarse...

Petrona. - Piña y todo le voy a mandar...

Policía. - Retírese, nomás...

Petrona. - Gracias.

Policía. - (Guardando el lápiz) ¿Cómo se llamas señorita? Uté.

Julia. - ¿Yo?

Policía. - Si, uté y la otra señorita.

Chola. - Pero si ya ha terminado todo...

Policía. - Para asunto particular nomás. No para apuntar en mi libreta. Es para apuntar aquí no más (se aprieta el corazón). ¡Qué compromiso grande! La do me guta. La do son linda.

Julia. - ¿Pero qué se ha creído usted? ¿Pero qué piensa usted?

Policía. - Yo pienso que llegó mi última hora. (Suspirando) No hay remedio. Qué cosa, nde bárbaro. Yo tengo que casarme solamente. Me agarró de repente. (Inicia el mutis y se vuelve de repente) Voy a venir el domingo. Traje nuevo, sombrero nuevo, zapato nuevo y todo (pasa la mano a Julia y Chola; inicia el mutis). Me olvidé un poco... Froilán Recarte, seguro servidor.  (Mutis)

Julia. - Es un campesinito.

Chola. - Será un campesinito pero es un churro.

Julia. - ¿Te fijaste cómo me miraba?

Chola. - Pero qué te va a mirar, si no sacaba los ojos de encima de mí.

Don Manuel. -  (Entrando. Se saca el sombrero) ¿Y qué tal?

Julia. - (Indignada) ¡Se tiñó el cabello!

Chola. - Para qué hace eso... es ridículo.

Don Manuel. - Ridículo, ridículo ndaje. No represento más de 30 años.

Julia. - ¡Ríase no más!

Chola. - Si no fuera por nosotras ya estaría preso.

Don Manuel. - Están locas... ¿Qué les pasa?

Julia. - La que nos da la vianda vino con uno de la policía para llevarlo preso.

Chola. - Porque le amenazó de muerte a la hija.

Don Manuel. - Afligido) Esto es grave... es un conflicto serio, caramba, yo no puedo quedar mal con esa señora. ¡Qué desgracia, qué desgracia!

Julia. - Ya nosotras arreglamos todo...

Don Manuel. - ¡Qué peso me sacan de encima!

Chola. - Y unos pesos también van a salir de encima.

Don Manuel. - ¡No importa! La plata no vale nada... la felicidad no tiene precio. ¿Cuánto le dieron? ¿Cómo arreglaron la cosa?

Julia. - Le dijimos que la chica es una mentirosa... que nos gustaba mucho la comida.

Chola. - Y que usted quería pagarle tres meses adelantados.

Don Manuel. - Han tenido una gran idea, una idea luminosa. Esa señora que nos da la vianda es nada menos que la hermana de mi futura... de la futura mamá de ustedes.

Julia. - ¿Ese es el respeto que merecemos?

Chola. - Yo no aguanto estas cosas. (Mutis izquierda)

Don Manuel. - Lo hago por ustedes... Aquí hace falta una señora para que las cuide, para que las acompañe. (Se escucha el llanto de Chola)

Julia. - Nos quiere matar a disgusto. La pobre Chola está llorando. (Mutis izquierda. Se escuchan unos golpes de llamada hacia el foro)

Don Manuel. - (Acercándose por la izquierda) Silencio, silencio, que viene gente. (Para sí) ¡Qué barbaridad, caramba! Me quieren condenar a perecer viudo. (Fijándose hacia el foro) Adelante, mi hija, ponga ahí la vianda...

Juanita. - E'a, ya no ó má karaituja, ya no tiene má pelo blanco. Ante cuando era karaituja era enojado.

Don Manuel. - ¡Qué muchachita más simpática! ¿Y tu tía cómo está?

Juanita. - ¿Tía Sebastiana piko?

Don Manuel. - Te quiero dar un guaraní. ¿No quieres que yo sea tu tío? Decíme tío Manuel y te doy otro guaraní.

Juanita. - ¿A uté?

Don Manuel. - Sí, a mí. Quiero saber qué efecto me produce. (Implorante) Decí, decí, tío Manuel...

Juanita. - Tío Manuel.

Don Manuel.   - ¡Qué lindo! ¡Qué emoción! Se me pone la carne de gallina. Qué lindo es sentirse tío del sobrino de la mujer adorada. (Cambiando de tono) Contáme una cosa, pero sin mentir... y te doy otro guaranicito... ¿Tu tía tiene novio?

Juanita. - Ya no tiene má...

Don Manuel. - ¿Quién era el novio de tu tía? Pronto... ¿Quién era el novio?

Juanita. - Se llama don Tristán. Ahora ya se casó y ya no es má novio.

Don Manuel. - ¡Qué suerte! Me deja el campo libre.

Juanita. - Se casó con tía Sebastiana, ayer se casaron, y ya no es má novio.

Don Manuel. - (Dejándose caer en una silla) ¡Julia, Chola! (A gritos) ¡Pronto, Julia, Chola!

Julia. - ¿Qué le pasa, papá?

Chola. - ¡Pronto, agua!

Don Manuel. - (Levantándose enojado) ¡Chiquilina sinvergüenza, canalla! ¡Traiga esos dos guaraníes o la mato...

Juanita. - No me mate, señor. Tome... (le pasa el dinero).

Chola. - (A su padre) Por favor, no repita lo de la otra vez...

Don Manuel. - (A Juanita) ¡Dígale a su madre que no me mande más la vianda!  Estamos cansados de comer porquerías. (A Julia y Chola) Ya no  me caso.

Julia. - (Contenta) Otro milagro de nuestra virgencita. Ya no se casa.

Chola. - (Con entusiasmo) Felizmente ya no piensa casarse.

Don Manuel. -  ¡Cómo que no pienso! No sé en quién, pero pienso. Para que tengan quien las cuide, quien las bichee, cuando tengan festejantes. Yo no dejo llegar a los pretendientes porque no tengo quién las espíe para que no hagan macanas.

Chola. - (Con regocijo) ¡Cásese, papá, pronto!

Don Manuel. - Pronto, muy pronto, no puedo. Ya me falló una. No es muy fácil.

Julia. - Nosotras tenemos una...

Chola. - Que le adora, papá (entusiasmada).

Don Manuel. - Pero será posible, che. ¿Dónde está?

Julia. - Es buena.

Chola. - Y le quiere.

Julia. - Y le adora, papá.

Don Manuel. - Me quiere, es buena y me adora. Pero, ¿dónde está, quién es, cómo se llama?

Chola. - Carlota, papá...

Don Manuel. - (Sorprendido) ¿Carlota? ¿La solterona esa?

Julia. - ¡La queremos, nosotras la queremos!

Chola. - Va a ser para nosotras una hermana mayor.

Don Manuel. - Una hermana menor, una hermanita, me gustaría mucho más...  ¡Yo haría ese sacrificio por ustedes! Mba'e añáiko hembyvve chéve.

 

TELON

 

 

 

ACTO SEGUNDO

 

La escena representa una salita. Dos puertas laterales que corresponden a dos habitaciones distintas. A la derecha una puerta, que se supone da salida a la calle, por un zaguán. Hacia foro un balconcito. Los muebles están arrinconados para dar lugar a una cama y un receptor sobre la mesa. Al levantarse el telón, Don Manuel entra por primera izquierda, pasea la mirada por la habitación.

 

Don Manuel. - (Llamando) Julia, Chola... Julia... (Esta entra por segunda izquierda, como extrañada) Pero papá, ¿qué es lo que hace? ¿Por qué se levanta? (Fijándose en Chola que aparece por segunda izquierda) Ve lo que hace y después quiere sanarse pronto.

Chola. - Hay que acostarse. El médico quiere que se acueste. (Con cariño  tomándolo de un brazo con Julia) A la cama, papá; tiene que acostarse.

Don Manuel. - Ya estoy bien, mi hija... Ya estoy bien. (Se 'sienta) ¿Qué hace esta cama aquí en la sala?

Julia. - En esa cama duerme Carlota.

Chola. -  ¡Qué buena mujer! Durante toda la noche no dormía por cuidarle.

Julia. - Usted no se daba cuenta de nada. Le cuidaba como una madre.

Chola. - Como una esposa. Le pidió a la Virgen de Caacupé por su salud.

Julia. - Hizo la promesa de ir con una piedra sobre la cabeza.

Chola. -  Los dos juntos, a pie.

Don Manuel. - ¿Cómo los dos juntos? (Extrañado)

Julia. - Usted y Carlota tienen que ir.

Don Manuel. - Yo no voy a ninguna parte.

Chola. - Tiene que ir, hay que cumplir la promesa.

Don Manuel. -  ¡Yo no he prometido nada, caramba!

Julia. - Con la Virgen no se juega.

Chola. -  Promesa es deuda, papá.

Don Manuel. -  ¡Pero si yo no he prometido nada! ¿Qué están diciendo ustedes? Yo no hice ninguna promesa.

Julia. - Pero Carlota prometió y es lo mismo.

Chola. - Tienen que ir los dos, a pie, y con una piedra sobre la cabeza hasta llegar al santuario.

Don Manuel. -  ¿Pero están locas? ¿Yo con una piedra sobre la cabeza?

Julia. -  Si no fuera por la Virgen, hubiera muerto...

Chola. - Se le puso oxígeno y todo.

Don Manuel. - Vamos a transar. Llevo una piedra chiquitita.

Julia. - (Emocionada) No se imagina cómo estoy contenta. Es la Virgen la que le da ánimo, la que le da valor para llevar la piedra sobre la cabeza.

Don Manuel. - ¡Sobre la cabeza no! ¡En el bolsillo, y una piedrecita chiquitita!

Chola. - ¡Ahora quiere hacerle trampa a la Virgen. Tiene que ser sobre la cabeza!

Don Manuel. - ¡Bueno, una piedrita debajo del sombrero y si se cae no respondo!

Recarte. - (Entrando por la derecha) Me alegro mucho que ya está levantado. Cómo me estoy contento, señor.

Don Manuel. - Gracias, joven. ¿Es Ud. el médico?

Chola. - Es un amigo...

Julia. - El y Carlota no se separaron de nosotros durante su enfermedad.  El iba a la farmacia, a llamar al médico y nos ayudaba en todo...

Don Manuel. - ¡Cómo de mal habré estado! No me di cuenta de nada.

Recarte. - Usté estaba muy mal, señor. Yo no me reía, pero estaba muy gracioso.

Don Manuel. - (Extrañado) ¿Cómo gracioso?

Recarte. - Y sí pue... Decía mucha cosa... Yo me quería reír, pero no me reí. Yo respeto mucho a usté, señor. Pero, como decía... mucha cosa. Y todo mala palabra...

Julia. - Usted deliraba, papá.

Don Manuel. -  (Con dolor) ¡Pero qué vergüenza! ¡No le voy a poder mirar la cara a Carlota. Qué barbaridades habré dicho en el delirio de la fiebre! ¡Qué habré dicho, caramba! ¡Qué habré dicho!

Chola. - Nosotras teníamos que salir afuera, papá.

Recarte. - Parecía un loco.

Julia. - Más de cuarenta grados de fiebre, tenía...

Don Manuel. - ¿Y dije una punta de palabrotas?

Recarte. - Pero era gracioso, señor.

Don Manuel. - ¿Y Carlota oyó todo?

Julia. - Se puso a llorar cuando usted, en el delirio de la fiebre, dijo que iba a matar al marido de Sebastiana, para casarse con ella.

Don Manuel. - ¿Ustedes recuerdan lo que dije? (A Recarte) ¿Se acuerda de lo que decía?

Recarte. - Yo vi todo, oí todo, señor.

Don Manuel. - (A Chola y Julia) ¡Salgan un momento! Quiero hablar a solas con este joven. (Julia y Chola salen) Dígame, por favor, joven, ¿no dije nada de algo que se refería a una morenita del "Polo Norte"?

Recarte. - No sé de qué polo era, pero usté se ponía boca abajo y besaba y abrazaba la almohada y decía: Mi ricurita linda, mi petisita formidable.

Don Manuel. - (Desesperado) ¿Y Carlota vio y oyó todo eso?

Recarte. -  Y sí pue... ¿Por qué no va a oyir, por qué no va a ver? Ella estaba aquí, pue...

Don Manuel. - (En el colmo de la desesperación) Esto es como para morirse de vergüenza. Por qué no habré muerto antes de pasar por esto. Pero, esto es espantoso... esto es horrible. ¿Y qué decía Carlota... cuando yo hacía esas locuras? ¿Qué decía Carlota? Cuente, cuente...

Recarte. - ¿Cómo cuente?

Don Manuel. - Lo que ella decía.

Recarte. - ¿Cuando besó la almohada pa?

Don Manuel. - Sí, cuando hice eso...

Recarte. - ¿Ellapa? Cuando usté besó la almohada, lloró y dijo: para ella, abrazos y besos y para mí nada.

Don Manuel. - (Tapándose la cara y entre sollozos) ¡Qué barbaridad! Mba'épiko ajapóta...

Julia. - (Por izquierda, alarmada) Por Dios, papá, ¿qué le pasa? Por favor, ¿qué le pasa?

Recarte. - Se acordó de la morenita, nomás

Chola. - (Por izquierda) ¿Qué le pasa, papá? ¿Se siente mal? Y no debía levantarse, pues.

Don Manuel. -  Yo tengo que mandarme a mudar. Yo no sé por qué traen gentes extrañas para que se enteren de mis cosas íntimas. (Fuera de sí) ¡Esto es como para pegarse un tiro! (Mutis)

Julia. - (Alarmada) ¡Pero qué es lo que dice! (Sale detrás, seguida de Chola)

Recarte. - (Interponiéndose a Chola) Señorita, disculpe, yo me porté bien con su padre, señorita. Y ahora me echó. (Con pena) Me echó, me echó, señorita.

Chola. - No lo ha echado. Usted entendió mal.

Recame. - Pero se disgustó. Traer gente extraña, dijo.

Chola. - No dijo por usted, lo dijo por Carlota. ,

Recarte. - ¡Claro! ¡Es cierto! Extraña es femenina. Yo soy extraño, masculino.

Chola. - Con permiso (mutis, izquierda).-

Carlota. - (Entrando por izquierda) ¿Cómo está nuestro enfermo?

Recarte. - Ya no está enfermo. Se sanó de repente. Ya se levantó.

Carlota. - (Entusiasmada) Otro milagro de la Virgen. Dónde está, quiero verlo.

Recarte. - Dice que tiene vergüenza de usté.

Carlota. - No faltaba más... ¿Por qué va a tener vergüenza de mí? (A Julia y  Chola que aparecen por la puerta) ¿Pero es cierto que está sano?

Julia. -  Cuando me levanté y fui a su pieza, ya no estaba en la cama.

Chola. - Lo encontramos aquí en la sala. Estaba afeitado y todo.

Carlota. - ¡Pero esto es demasiado lindo! ¡Tenemos que festejarlo!

Julia. - Está con mucha vergüenza por lo que dijo cuando deliraba.

Recarte. - Tiene mucha vergüenza.

Carlota. - ¡Qué vergüenza ni qué nada! Esto tenemos que festejar... tocar la radio y todo.

Recarte. - Ponga Radio Guaraní, es la más mejor estación... ZP 7 la vó  amiga para todo el día y para toda la noche. (Se escuchan unas palmadas)

Julia. - (Desde derecha) Sí, está. (A Recarte) Lo necesitan.

Recarte. -  Bueno, bueno. (Mirando por derecha) Listo, ya en seguida. Con su permiso, señorita. (A todas) Haga el favor, señorita, mi sombrero.

Julia. - (Pasándole el sombrero) Hasta luego.

Recarte. - Enseguida no má yo vuelvo. (Mutis)

Carlota. - (Fijándose izquierda, alegre) ¡Sano, vestido, afeitado y todo! Qué contenta, qué alegría, lo quiero abrazar. (Mutis abriendo los brazos)

Don Manuel. - (Por segunda, huyendo).

Julia. - (Atajándolo) ¿Adónde vas? Siquiera salude y dé gracias a Carlota, que tan bien se portó durante su enfermedad.

Don Manuel. - (Con pena) Pero, mi hija, tengo vergüenza.

Carlota. - (Amable) ¡No se imagina lo contenta que me pone el verlo sano!

Don Manuel. - Yo no estoy contento.

Carlota. - Es una felicidad, hicimos todo para que se sane.

Don Manuel. - Ya sé, ya sé que usted me cuidó como una madre.

Carlota. - (Romántica) ¡Como una esposa!

Julia. - No nos separamos de su lado. Y ella, sobre todo, no le abandonó ni un momento, papá.

Don Manuel. - (Con tristeza) Sí, ya sé, y oyó toda la zafaduría que dije. Y disculpe, señora, disculpe...

Carlota. - Yo no me acuerdo de lo que dijo. Yo no tengo en cuenta eso.

Don Manuel. -  Es que usted es demasiado buena. Por eso es que yo la quiero.

Carlota. -  (Jubilosa) Al fin se decidió a decirme que me quiere. Mi San Antoñito, al fin me has oído...

Don Manuel. - Seguramente es un milagro. De repente amanecí sano.

Julia. - Nos asustamos cuando lo vimos levantado.

Carlota. - (Con ruidosa alegría) Hay que festejar esto... tocar la radio y todo.  (Se acerca a la radio)

Chola. - Ponga ZP 7, es la mejor estación de radio.

Carlota. - (Prendiendo la radio) Es en el novecientos. Pero qué contenta estoy...

Don Manuel. - Yo también estoy contento, porque tengo en usted una gran amiga. Yo no sé cómo pagarle...

La Radio. - Sorocabana en Independencia y Mcal. Estigarribia. Tome el delicioso café Sorocabana. Aluminiun Industrial Paraguay, Balcasa S.A., Presidente Franco y Montevideo. Casa América de Moreno Hermanos, en su nuevo local, Independencia y Mcal. Estigarribia. Hoy a las cinco de la mañana dejó de existir Tristán Saracho, confortado con los auxilios de la santa religión. Su esposa y demás deudos invitan a las personas piadosas a acompañar los restos mortales del querido extinto al cementerio de la Recoleta, mañana a las nueve de la mañana. Favor que agradecerán.

Don Manuel. - (Alegre) ¿Oyeron lo que dijo la radio? Siempre ha sido la mejor estación, la ZP 7; invita a acompañar al extinto Tristán Saracho, mañana a las nueve de la mañana. (Suena una polca). (Riendo) Ahora le toca la polca del espiante al tipo.

Julia. - (Con enojo) Hay que respetar a los muertos, papá.

Don Manuel. - (Con burla) Sí, yo lo respeto... le saco el sombrero y todo.

Chola. - Hace mal en burlarse de un muerto, papá.

Don Manuel. - (Indignado) El también se burlaba de mí. Pasaba por aquí del brazo de su señora y se apretaba así a ella (mostrando). ¡Para darme rabia, para darme envidia! Y la Sebastiana tenía el tupé de saludarme sonriendo con una cara de muerta de gusto. Ahora reventó el marido y ella es una viuda bastante competente.

Carlota. - (Con pena) Pero usted, después de lo que pasó, creo que ya no piensa en esa mujer... después de la traición.

Don Manuel. - No, no hubo traición. Lo que pasó es que yo no atropellé a tiempo y el otro llegó primero... Pero nunca es tarde cuando la dicha es buena.

Carlota. - (Con honda pena) ¿Oyeron lo que dijo? Si la quiere tanto, ¿por qué me engaña? ¿Por qué me dijo que me quiere?

Don Manuel. - Yo no le miento... yo la quiero mucho. No miento, usted se portó muy bien conmigo.

Chola. - Solamente mamá hubiera sido capaz de hacer tanto sacrificio.

Julia. - Le debemos mucho a Carlota.

Chola. - Usted tiene una deuda... una gran deuda.

Carlota. - Una deuda de honor.

Don Manuel. - ¿Pero qué quiere decirme?

Carlota. - No se haga el desentendido. No se haga...

Don Manuel. - Es que yo no entiendo nada:

Julia. - Se habla muy mal de Carlota, papá.

Don Manuel. - ¿Y yo qué culpa tengo? ¿Qué tengo que ver yo con eso?

Chola. - Vino a vivir aquí para acompañarnos durante su enfermedad y la gente dice que ya es su querida.

Don Manuel. - Eso es una gran mentira, una gran calumnia; pero yo no tengo la culpa.

Julia. - El único medio de salvar el honor de esta gran amiga es que se case con ella.

Carlota. - Mi hermano y tía Damí están furiosos. Me dijeron que ellos nunca pensaron que yo fuera la deshonra de la familia.

Julia. - Si tiene un poquito siquiera de conciencia, tiene que cumplir con su palabra de casarse con Carlota.

Don Manuel. - (A Carlota) ¿Yo le he prometido, señorita Carlota?

Carlota. - Usted no, pero Julia y Chola me comunicaron su pensamiento. Pero no importa, gracias, muchas gracias, don Manuel.

Don Manuel. - Es cierto que yo les dije a mis hijas que podría pensar en ese casamiento, pero no tenía nada resuelto.

Carlota. - No se preocupe... Adiós para siempre. (Inicia el mutis, luego volviéndose) Yo no pierdo nada. (Juntando las yemas de los dedos) Tengo así de candidatos.

Don Manuel. - Me alegro por la noticia.

Carlota. - Infame, infame, desagradecido. (Mutis rápido)

Don Manuel. - ¿Porqué desagradecido?

Julia. - Porque es un desagradecido y un ingrato.

Chola. - Esa mujer hasta le dio su sangre.

Don Manuel. - ¿Cómo que me dio su sangre? (Extrañado)

Julia. - Cuando el médico dijo que sólo una transfusión de sangre le salvaría, ella generosamente le dio su sangre.

Don Manuel. - (Emocionado) ¿Pero ella hizo eso? ¿Es cierto que me dio su sangre? ¡Esa Carlota es una mujer, una gran mujer, una santa, caramba! Me caso con Carlota.

Julia. - Gracias, papá. Le agradecemos. Va a tener a su lado una buena mujer.

Chola. - Ahora estoy tranquila.

Don Manuel. - Entre paréntesis, ¿a qué hora dijo la radio que lo entierran?

Julia. - Eso no nos importa, papá.

Chola. - Hay que desagraviarla a la pobre Carlota.

Julia. - Vamos a vestirnos. Hay que ir a buscarla. (Mutis las dos por  izquierda).

Recarte. - (Entrando por derecha) Ya estoy aquí, señor... me acostumbré demasiado por su casa. ¿Y ya está macanudo, señor?

Don Manuel. - Ya estoy bien. Creo que estoy sano. ¿Qué le parece, no me hará mal una trasnochada? Esta noche quiero salir.

Recarte. - ¿Para ir a la casa de la morenita del Polo Norte? ¡Hó!, don Manuel, ¡so pícaro vó!

Don Manuel. - (Poniéndose un índice sobre los labios) Tengo que ir a un velorio.

Recarte. - ¡Qué casualidar! Yo tamién tengo que irme a un velorio. Murió el pobre... queda la viuda, una morena hermosa.

Don Manuel. - ¿No se llamaba Sebastiana?

Recarte. - Sí, se llama Sebastiana. El marido se llamaba Tristán Saracho. Buena persona, pero era celoso, chamigo.

Don Manuel. - ¿Celoso?

Recarte. - Una vé le rompió la cabeza a la señora.

Don Manuel. - Yo quería ir a darle los pésames. Y ahora resulta que tengo que                                         felicitarla. (Cambiando de tono) Ha de estar contenta con la muerte de ese tipo.

Recarte. - Le quería mucho, le quería a su esposo. El me contó: dice que estaba loca por él. Le quería... le quería...

Don Manuel. - Pero cómo le va a querer a su marido, si él hasta le rompió la cabeza. ¡Quién sabe cuántas veces le ha pegado!

Recarte. - Y por eso, por lo consiguiente le quería... ¡Algunas mujeres cuanto más se le pega, son má amorosa, má cariñosa, má dulce!

Don Manuel. - ¿Y de qué habrá muerto el tipo?

Recarte. - Y de noche, después de cenar, se acostó. (Haciendo un guiño) Y después... ya sabe, don Manuel, se murió de repente. Se dice nomá que se murió de cinco...

Don Manuel. - ¡Después de cenar! ¡Ja, ja! (Julia y Chola aparecen por la izquierda)

Julia. - ¿De qué se ríe tanto?

Chola. - Déjalo que se ría. Vamos pronto a buscar a Carlota.

Julia. - Esto no puede quedar así. Le debemos mucho.

Don Manuel. - ¡Pobre Carlota! Yo la aprecio mucho... Vayan y díganle que yo reconozco, que yo, yo, yo...

Julia. - Si no fuera ella y este joven.

Chola. - Se portaron como verdaderos amigos. A los dos les debemos.

Recarte. - No, señorita, no me debe nada... El amigo tiene que ser amigo...

Chola. - Vamos, Julia. ¡Pronto, vamos! (Mutis y vuelve) Se tiene que casar.

Don Manuel. - Pero, mi hija, es que... es que...

Julia. - (Cortándole) Es lo único que hay que hacer. (Mutis las dos)

Don Manuel. - (A Recarte) Mi amigo, yo me veo en un caso serio. Mis hijas quieren que yo me case con Carlota.

Recarte. - Es güena... es güena...

Don Manuel. - Yo sé que es buena... Pero yo tengo un problema serio. Tengo otra candidata... y no sé cuál de ellas elegir.

Recarte. - Pero qué casualidar. A mí me pasa lo mismo. La dó me gusta, la dó son linda.

Don Manuel. - Decídase en seguida.. no hay que perder tiempo. Yo hoy resuelvo mi asunto. Hoy es el velorio del Tristán ése...

Recarte. - En el velorio se va a encontrar con la que le daba la vianda. Esa señora es terrible... y me contó que usté anda mal con ella.

Don Manuel. - (Preocupado) ¿Y qué hago yo ahora? (Recapacitando) ¿Usted se va al velorio?

Recarte. - Sí, yo me tengo que irme.

Don Manuel. - Le voy a pedir un servicio.

Recarte. - Cómo no, cómo no, lo que quiera, a su orden...

Don Manuel. - Cuando haya un lugarcito... como quien no quiere la cosa, usted se le acerca a la señora esa que nos da la vianda. Y le dice que yo  estoy arrepentido de lo que pasó. Y que yo dije también que sentía mucho no comer la comida de ella. Y que Julia y Chola también  querían comer de la vianda de esa señora. ¿Se lo va a decir? ¿Me va a hacer ese favor?

Recarte. - ¡Cómo no, con mucho gusto!

Don Manuel. - Y a la otra le da los pésames y le dice que yo pienso en ella y que yo me casaría.

Recarte. - ¿Y a cuál otra? (Entran por derecha Julia y Chola vestidas de calle)

Don Manuel. -  A la viudita, a mi viudita querida, mi futura esposa...

Julia. - (Reconviniendo) Pero, papá... Quedamos en que se casaría con Carlota... ¡Esto es una canallada!

Don Manuel. - No es una canallada. Es el destino, la estrategia del destino, mi  hija, estrategia...

 

 

TELON RÁPIDO

 

 

 

ACTO TERCERO

 

La misma decoración que en el acto anterior, pero ya no está la cama y la sala está en orden. Al levantarse el telón, Julia y Chola.

 

Julia. - Ché, Chola...

Chola. - ¿Qué?

Julia. - (Suspirando) Hoy hace tres días que no viene Recarte...

Chola. - ¿Porqué suspiras?

Julia. - ¿Acaso yo suspiré?

Chola. - Sí, suspiraste. Y eso está muy mal. Él ni se fija en vos.

Julia. - Si se fija en vos, está loco (con burla).

Chola. - A mí nunca me pudo decir nada, vos no le das tiempo.

Julia. - (Enojada) Che, por qué dices eso... Vamos a ver, ¿por qué dijiste eso?

Chola. - Claro, apenas estamos juntos y te presentas.

Julia. - (Indignada) Yo soy mayor que vos, sabés...

Chola. - Mayor que yo, porque tienes un año y unos meses.

Julia. - Y te tengo que cuidar, porque papá dice...

Chola. - ¿Entonces papá te encargó que me cuides?

Don Manuel. - (Por izquierda) ¿Recarte no vino?

Julia. - No, no vino, papá.

Don Manuel. - Caramba, tengo que ir a buscarlo, está mal que no venga, tiene que traerme noticias de esa señora.

Chola. - ¿Noticias de qué señora?

Don Manuel. - De la señora esa que quedó viuda. Yo tengo deseos de llegar a su casa a conversar con ella.

Chola.- ¿Pero todavía está con eso?

Don Manuel. - ¿Y con qué quieres que esté. Yo necesito casarme. (Cambiando de tono) Es decir, ustedes necesitan que yo me case...

Julia. - ¿Y no quedamos en que se casaría con Carlota?

Don Manuel. - Déjeme de Carlota. No quiero ni hablar de esa. Fíjense un poco, casarme con Carlota. Tapehóna pe'u tujú mba'e!

Chola. -  Pero papá, esa es una locura que se le entró. ¿Dónde va a encontrar una mujer más buena que Carlota?

Julia. - Y además lo que hizo por usted.

Chola. - Hasta le dio su sangre, papá.

Don Manuel. - Sí, mi hija, comprendo muy bien todo, pero la otra... es más competente. Chestiraitevé... Chestirá voí la otra. Tiene más buena carne.

Julia. - Ya a su edad no debe llamarle la carne.

Don Manuel. - ¿Qué quieres que me llame entonces? ¿Los huesos?

Chola. - ¿Se habrá visto esto en otra parte?

Don Manuel. - ¿Pero qué se han creído ustedes? ¿Creen que soy un cadáver? ¿Un hombre que renunció a los placeres de la vida? No, están equivocadas. Yo soy un hombre fuerte (levantando el puño cerrado). Y tengo el derecho, me asiste el santo derecho de elegir.  Ha reí peñooponéta... Che gustá la morena, me gusta enormemente. Ha ya peikuaáma. ¿Ustedes quieren hacerme casar  con ese cascajo viejo? Pejejavymí peína! Ya dije lo que tengo que  decir, ya dije mi última palabra. Ha opaitéma, opaitéma la cuestión. (Mutis por izquierda)

Chola. - ¡Esto es una barbaridad! ¿Cómo vamos a permitir eso?

Julia. - Ni la conocemos a la tipa esa.

Chola. - ¡Figúrese, una viuda!

Julia. - Y encima de dos maridos...

Chola. - ¡Carlota o nadie!

Julia. - Por lo menos ella es soltera. (Se escucha una llamada en la puerta)

Chola. - Ha de ser Recarte.

Julia. - Pero qué va a ser Recarte, si ese es de confianza, entra sin golpear.

Chola. - (Asomando) Pase, pase, señor.

Fermín. - (Entrando) ¿Cómo está, señorita? ¿Cómo le va, señorita?

Chola. - Bien, bien, pase, señor.

Fermín. - (Pasando la mano) ¿Qué tal, señorita? ¿Cómo está?

Julia. - Siéntese, tome asiento.

Fermín. - Me contaron que don Manuel está muy enfermo.

Chola. - Estuvo bastante mal, grave. Pero ya está levantado.

Fermín. - Me alegro, me alegro. Yo venía a saludarlo.

Julia. - Voy a avisarle que usted está aquí. (Mutis)

Chola. - Con permiso. (Mutis)

Don Manuel. - (Por segunda izquierda) ¿Qué tal, mi amigo? ¿Qué tal? (se pasan la mano).

Fermín. - ¡Pero muy contento de verlo! Me contaron que estuvo gravísimo. Nde rasyeté ndaje ra'e.

Don Manuel. - Estuve bastante mal. Pero ya estoy bien. Akuera jeyma, ya estoy como para cualquier cosa.

Fermín. - Me contaron que se había casado in artículo mortis.

Don Manuel. - ¡La mayor mentira! Amendasé katu. Me voy a casar.

Fermín. - De veras, che. No me diga, che.

Don Manuel. - Es una viuda... una mujer formidable. Tiene unos ojos así                                                  (mostrando). Unas piernas, che, un cuerpo, pero qué cuerpo. No es macana esa mujer, compañero. Y tiene un bigote roky que es un encanto.

Fermín. - ¿Entonces, no tiene nada que ver con Carlota?

Don Manuel. - Absolutamente nada.

Fermín. - En tal caso, mi amigo, yo... yo... a mí me interesa.

Don Manuel. - ¿Carlota piko?

Fermín. - Yo... yo me casaría con ella.

Don Manuel. - Se la regalo, se la regalo, con estuche y todo.

Fermín. - Es que no la conozco. Si me presenta solamente. Pero me gusta esa mujer.

Don Manuel. - ¿De veras, che?

Fermín. - Añete ha'e ndéve. Me gusta bárbaramente esa mujer.

Don Manuel. - Ha riré? ¿Le presento, che? Cuando quiera le presento y ustedes se arreglan. ¿Y usted también me va a hacer una pierna con la morena?

Fermín. - ¡Cómo no, chamigo! Si quiere le voy a conseguir nafta, aceite y azúcar y hasta yerba. Pypuku apo'ẽindustria y comercio-pe. Tengo "cañemu" (mostrando la muñeca).

Don Manuel. -  ¡Gracias, gracias! (palmeándole).

Fermín. -  ¿Y cuál es la pierna que quiere que le haga, mi amigo? Mba'épa reikotevẽ, mba'épa reipota.

Don Manuel. - Le mandé a Recarte junto a ella.

Fermín. - ¿A Gervasio?

Don Manuel. - No, no es Gervasio. Es otro Recarte. No sé qué le habrá pasado  (se oyen golpes en la puerta). A lo mejor allí está Recarte. (Asoma a ver) Adelante, mi hija, ¿qué manda decir tu mamá?

Juanita. - (Entrando) Vengo a buscar la vianda.

Don Manuel. - Y sí, pues. ¿Y cómo está su mamá, mi hija? ¿Y cómo está su tía? ¿Qué tal tu tía?

Juanita. - Están todos bien. Aquí le traigo también este papelito (le pasa un papel).

Don Manuel. - (Después de leer) Bueno, cómo no... Y su tía, mi hija... su tía ¿qué dice?

Juanita. - Ella no dice nada luego.

Don Manuel. - Habrá llorado mucho.

Juanita. - Lloró un poquito, no má... y después no lloró má luego...

Don Manuel. - Y Retarte, ¿no fue al velorio?

Juanita. - No sé yo a Recarte.

Don Manuel. - Bueno, muchacha, pase adentro y pida la vianda.

Juanita. - ¿Y lo que dice el papel?

Don Manuel. - Sí, mi hija, sí. Aquí tiene, con mucho gusto, con muchísimo gusto... (le entrega dinero).

Juanita. - (Guardándose el dinero) Oroité!

Don Manuel. - Pase adentro, dígale a mi hija que le entregue la vianda.

Juanita. - ¿A cuál su hija?

Don Manuel. - A Chola o a Julia, es lo mismo.

Juanita. - Cocina más rico ahora mamá. (Mutis)

Don Manuel. - Buena seña... Recarte, seguro le habrá hablado.

Fermín. - ¿Con quién habló Recarte?

Don Manuel. -  Yo le dí una comisión.. un encargo. El habrá dicho a la viuda mi encargo.

Fermín. - No entiendo, mi amigo, de qué viuda me habla.

Don Manuel. - La viuda, pues, esa que me gusta tanto. Ya por lo pronto manda a  buscar la vianda y todo. Há, Recarte! Es una gran persona, ese Recarte. Mozo muy bueno... un excelente mozo.

Chola. - (Entrando por la izquierda) ¿Es cierto que hay que darle la vianda a esta chica?

Don Manuel. - Y claro, pues. Recarte le habló a la señora en el velorio... Yo le hice decir...

Julia. - (Que entra en ese momento) Yo no sé porqué tenemos nuestra cocinera.

Don Manuel. - Yo sé lo que hago, mi hija... este es un asunto... dale la vianda a la chica.

Chola. - No le voy a dar.

Don Manuel. - Ya está todo pagado, ya le di la plata y todo.

Julia. - No hay vianda para usted, chica. (Amenazando) Mándese a mudar o le pego.

Juanita. - (Haciendo mutis) Le voy a contar a mamá.

Don Manuel. - ¡Pero qué barbaridad! Ahora me pone mal con mi cuñada.

Chola. - ¿Cómo se le antoja comer de vianda?

Julia. - Nunca le ha gustado.

Chola. - Y ahora tenemos cocinera y todo.

Don Manuel. - (Desesperado) Si yo le pagué y todo ya. Aquí tengo el recibo. Qué le parece, don Fermín... esto es una calamidad.

Fermín. - ¿Por qué no como yo de la vianda?... Y está todo arreglado. Yo puedo comer.

Don Manuel. - De cualquier manera hay que arreglar esto. Yo no puedo quedar mal con mi cuñada, con mi futura cuñada, ¡caramba!

Chola. - Pero usted está loco, papá.

Julia. -  Tenemos nuestra cocinera... y comer de vianda y una vianda incomible...

Chola. - Y hasta sucia.

Julia. - Encontrábamos pata de cucaracha y todo en la sopa.

Fermín. - Eso no es nada. Se las pone a la orilla del plato.

Chola. - ¿Y usted va a venir a hacer chistes ahora?

Don Manuel. - Alguna vez encontrábamos, pero muy rara vez... Tenemos que arreglar este asunto. (Mutis rápido)

Fermín. - A mí me interesa la vianda. Puedo venir aquí a comer. Creo que no habrá ningún inconveniente.

Julia. - No le aconsejo... Es incomible.

Chola. - Nosotros la dejamos por eso... Yo no sé por qué ha resuelto comer otra vez.

Julia. - Y además tenemos cocinera.

Chola. - Y ni siquiera sabemos lo que comemos.

Don Manuel. - (Entra, envolviendo una vianda con un papel) Yo no puedo  quedar mal con esa señora; es la hermana de mi novia. (A Fermín) Vamos, vamos, vamos. A ver si arreglo lo que éstas han hecho.  ¡Vamos, amigo!

Fermín. - ¿Es necesario que vaya yo también?

Don Manuel. - ¡Claro que es necesario! Vamos, haga el favor.

Fermín. - Entonces, vamos. (Mutis los dos, por derecha)

Julia. - ¡Pero qué barbaridad! ¡Qué es lo que vamos a hacer!

Chola. - Ahora le lleva la vianda y todo.

Julia. - Es como para volverse loca. Papá ha perdido el juicio.

Chola. - Quiero irme de esta casa, con cualquiera, salir de aquí, para no volver nunca, quiero irme detrás de cualquiera.

Julia. - No digas disparatadas, una niña honesta no tiene que pensar ni decir esas cosas.

Chola. -Es que ya no aguanto... ya no aguanto más esta vida, es insoportable, es espantoso, es atroz, cualquier otra hace tiempo se hubiera mandado a mudar.

Julia. - ¿Y dónde vas a ir? Te pasaría lo que le pasó a nuestro canario. Un día se quiso ir y se fue, también como nosotras estaba aburrido y se fue. El pobre creyó en la libertad, creyó que el mundo era suyo y se fue... pero el mundo lo rechazó. El no era como los otros pájaros, que nacen para luchar por la vida, esos gorriones que se conquistan el pan de cada día. Nosotras también somos como el  canario, hermana. Nos criamos entre rejas. No sabemos hacer nada, nada...

Chola. -  Tenés razón. Es cierto, nos criamos entre rejas. (Quedan  pensativas un momento y Chola hace mutis por la izquierda  mientras Julia la mira con tristeza)

Recarte. - (Entra por derecha) Buen día, señorita.

Julia. - Bien día, cómo le va? (Se pasan la mano)

Recarte. - Bien, señorita, muy bien.

Julia. - Nosotras creíamos que estaba enfermo, hace tres días que no  viene más por aquí.

Recarte. - Sí, señorita. No pude venir, andaba ocupado. Pero ahora me  vengo... Me he resolvido al fin, señorita. Yo pues, señorita, estaba  enamorado... me gustaba mucho de usted.

Julia.- ¡Pero qué barbaridad lo que dice!

Recarte. - Es cierto. Es la verdad lo que digo... Y me gustaba su hermana también, la dó son linda, pue... y yo no me podía resolver... era un problema difícil... yo no podía vivir tranquilo. Me apretaba aquí como una piedra pesada (mostrando el corazón).

Julia. - ¡Qué conflicto, Dios mío!

Recarte. - Y resulta que... que ahora me he resolvido...

Julia. -  Se ha resuelto por mí.

Recarte. -  Yo soy franco. Yo le voy a decir la verdad, para qué vamos a  mentir, señorita. Me he resolvido por la otra.

Julia. - (Con despecho) Me alegro mucho, porque yo... en fin, yo también  le voy a ser franca... Usted no es mi tipo.

Recarte. - No, no soy. Pero soy su amigo. (A Chola que aparece por la izquierda) ¿Cómo le va, señorita?

Chola. - ¡Bien, Recarte, muy bien!

Julia. - Yo los dejo para que hablen (escabulléndose).

Recarte. - Le conté a su hermana que por fin me he resolvido. Yo no podía vivir así. Yo andaba enamorado de usté y de su hermana. La dó me gustaban. Lo que me pone mal, es su papá. Yo no sé cómo, yo no sé qué va a decir el viejo...

Chola. - ¿Qué puede decir el viejo, si ustedes se quieren con mi hermana?

Recarte. - No, no es su hermana, señorita. Yo no soy el tipo de ella, me dijo francamente, con toda franqueza.

Chola. -¡Pero qué barbaridad! Yo no puedo resolverle nada, así de buenas a primeras.

Recarte .- ¿Y qué vamos a hacer entonces? ¿Cómo yo arreglo este asunto con su papá? El va a enojarse conmigo, pero yo no tengo la culpa. El amor... el amor es lo que revienta a mí, señorita.

Chola. - (Suspirando) Todos dicen lo mismo, joven.

Recarte. - Yo digo la verdad. ¡Por Dios santo lo juro! Cuando viene el amor viene, viene y se acabó. Su papá, señorita, su papá... se va a enojar.

Chola. -¿Por qué se va a enojar si usted tiene buenas intenciones?

Recarte. -  No diga, señorita, al viejo no le va a gustar... Se va a poner nervioso el viejo.

Chola. - ¡No se va a enojar! Al contrario...

Recarte. - Es que yo tengo vergüenza... y tengo miedo de decirle.

Chola. - ¿Y cómo un hombre cómo usted va a tener miedo? Háblele, yo le aseguro que no se va a disgustar.

Recarte. - Le voy a decir entonces.

Chola. - Allí viene... los dejo solos, para que hablen. (Mutis)

Don Manuel. - (Entrando) Mi amigo, Recarte, usted se fue y no vino más, mi amigo. Yo lo estaba esperando. ¿Me trae buena noticia? Mba'éiko he'i ndéve?

Recarte. - (Tragando saliva) Mi amigo... mi amigo, no hay caso.

Don Manuel. - ¿Cómo que no hay caso?

Recarte. -  No hay caso, pero hay casamiento.

Don Manuel. -  Hó, Recalde! Formidable, macanudo...

Recarte. - Yo me fijé en la morena, había sido linda.

Don Manuel. - Es una hermosura, un encanto... un mba'é tiko héra esa mujer.

Recarte. - Sí pué, y no aguanté y le dije. Pero, mi amigo, yo no esperaba conseguir tan pronto.

Don Manuel. - (Contento) ¡Qué bárbaro! ¿Y aceptó entonces?

Recarte. - Sí, pues, pero me costó un poco. Le hice un lindo trabajito.

Don Manuel. - (Siempre alegre) ¡Qué linda noticia! Esa mujer era mi ideal. ¿Y qué le dijo de mí?

Recarte. -  ¿De usté-pa? No hablamo de usté.

Don Manuel. - ¿Y no me dijo que le hizo un lindo trabajito? ¿En qué quedamos?

Recarte. - Y quedamos arreglado los dos.

Don Manuel. -  ¿Cómo arreglados los dos?

Recarte. - Y sí, pué... Yo me caso con la viuda.

Don Manuel. - Usted me ha traicionado, usted es un descarado... (furioso).

Recarte. - No, señor. Es que es demasiado potente la viuda. No me aguantó, no pude aguantar más.

Don Manuel. - Yo no esperaba de usted esta traición, esta felonía, esta ma'éra...

Recarte. - No se enoje, don Manuel, no se enoje. Usted también tiene una mujer que le quiere. Esa Carlota le cae bien, le cae bien esa señora.

Don Manuel. -  (Con pena) Le presenté a un amigo... le dije que era su admirador y todo. (Asomando al balcón) Allí están en la esquina, ya se habrá arreglado con el otro... yo... por mi causa. Usted es un traidor, ¡mándese a mudar de aquí, Recárte!

Recarte. - Pero no sirve así, don Manuel.

Don Manuel. - Mándese a mudar, le digo. ¡Váyase!

Recarte. - Bueno, me voy, pero recuerdo a la señorita. Yo me porté muy bien con Usted, don Manuel                

Don Manuel. - Se portó bien, canalla. Se portó bien y me sacó la mujer que  adoro. (Toma un bastón) ¡Mándese a mudarle he dicho!

Recarte. - Yo no tengo la culpa. El amor, el amor, don Manuel. (Mutis por derecha)

Chola. - ¿Porqué lo echa? ¿Acaso no tiene derecho a pedir mi mano? Nos queremos, es inútil que usted ni nadie se oponga.

Don Manuel. - Entonces ese canalla también se gustaba de vos.

Chola. - No se gustaba, pero hoy me dijo que le hablaría.

Don Manuel. -   Me dijo otra cosa. Yo con mucho gusto le aceptaría. (Cambiando  de tono) Pero no puede ser, no puede ser, no puede. A mí me dijo  que se iba a casar con la viuda; ¡qué es lo que hay aquí, caramba!  ¡Yo entendí mal, o qué demonio!

Julia. - (Entra por izquierda) ¿Donde está Recarte?

Don Manuel. - Es un canalla, lo eché.

Julia. - ¿Porque le pidió la mano de Chola? Esto no puede ser. Yo tengo que arreglar esto. Hay que llamarlo, pedirle disculpa.

Don Manuel. - Pedirle disculpa, ¡nunca!

Julia. - Sí, papá. Pedirle disculpa y decirle que sí, que no hay otra cosa que hacer.

Chola. - Dice que le dijo que se quería casar con la viuda (lloriqueando).

Julia. - ¿Qué viuda?

Don Manuel. - La viuda, mi viudita. Lo mandé junto a ella y parece que se entendieron.

Chola. - (Llorando) No puede ser... no creo... no puede ser. (Mutis)

Don Manuel. - ¡Cómo que no puede ser! No puede ser, pero es. Esa mujer es una ingrata.

Julia. - No le debe importar eso.

Don Manuel. - ¡Cómo que no me debe importar! Yo me quería casar con ella...   Yo la quería.

Julia. - No, papá.

Don Manuel. - ¡Cómo que no papá! Yo estoy loco por ella... era mi sueño adorado, mi más hermoso ma’ẽra y todo. Y de repente viene este canalla y destruye mi felicidad.

Julia. - ¡Pero, papá! Allí está Carlota... Ella le quiere y con ella va a ser feliz.

Don Manuel. -  Por ese lado estoy reventado... la presenté a don Fermín, le dije  que era un admirador suyo y todo. (Fijándose por el balcón) Allí están, están conversando, ya se arreglaron... ahora vienen hacia aquí, vienen a contarme o invitarme para el casamiento.

Julia. - Pero, papá, ¿por qué piensa eso? Carlota le quiere, ella me lo dijo.

Don Manuel. - Sí, pero el otro, el otro.

Julia. - Al otro no lo va a aceptar.

Don Manuel. - ¿Te parece, mi hija? Y si le acepta sería el colmo de la yeta.

Julia. - Pero, papá, si le acepta, paciencia. Total, ya está viejo.

Don Manuel. - ¿Cómo que ya estoy viejo? Te equivocas, mi hija. (Desesperado) Allí están. Tienen unas caras de muertos de gusto.

Julia. -¡Pero qué barbaridad!

Don Manuel. - (Iniciando el mutis) Yo no puedo soportar esto. No aguanto, me muero, me muero de rabia y se acabó. (Mutis)

Julia. - (Asomándose hacia la puerta) Adelante Carlota, adelante. Pase, señor.

Carlota. - Tu papá me lo presentó al señor.

Fermín. - Sí, él me la presentó... tuvo la gentileza de presentarme a la señorita Pero ella no quiere saber nada, me dijo que su papá es el único amor de su vida.

Julia. - (Llamando) Papá, papá.

Fermín. - Yo le expliqué que don Manuel tiene una novia; una novia que es un encanto y todo, pero ella no quiere creer.

Carlota. - Yo no quiero creer... no puedo creer que así...

Fermín. - (Cortándole) Es cierto. Nosotros hablamos con don Manuel; él me dijo de usted que me la regalaba con estuche y todo...

Julia. -  Pero papá no habrá dicho eso... usted habrá entendido mal.

Fermín. - Entendí todo bien; me dijo claramente así como le digo: se la regalo con estuche y todo.

Don Manuel. - (Aparece por la izquierda)

Fermín. - (A don Manuel) ¿No es cierto don Manuel que está por casarse por una viuda?

Carlota. - Hable, hable con toda franqueza, diga la verdad, la pura verdad.

Fermín. - ¿No es cierto, don Manuel, que me la regalaba con estuche y todo?

Carlota. - ¡Qué grosero! No esperaba de usted esto, don Manuel, no esperaba... (A don Fermín) Vamos, señor, vamos y que sea lo que  Dios quiera.

Don Manuel. - (Compungido) No, no se vaya. Por favor, Carlota, escúcheme,  escúcheme... yo le voy a contar...

Carlota. - (Cortándole) Ya no tiene nada que contarme...

Don Manuel. - (Interfiriendo) Pero, por favor, Carlota... yo me quiero casar.

Fermín. - Y yo también.

Carlota. - (A don Manuel) Quédese con su viuda.

Don Manuel. - Es que la viuda me la llevó un sombrero ka'a, y a mí me hace falta una buena señora.

Fermín. - ¡A mí también me hace falta!

Julia. - (Escandalizada) Esta señora es la prometida de papá.

Carlota. -  ¿Prometida? ¡Tanto como eso, no!

Don Manuel. - Mire, Carlota.

Carlota. - Lo estoy mirando y lamento decirle que no hay caso.

Julia. - Pero Carlota, ¿cómo es posible esto?

Don Manuel. - No puede ser, pues esto no tiene ninguna gracia.

Fermín. - Mi amigo... ¡tiene que conformarse con su suerte!

Don Manuel. -  ¡Y le llama suerte usted a esto... un sombrero ka'a me saca la viuda y otro sombrero ka'a, usted, me saca esta mujer, que es mía!

Carlota. - ¡Suya! (Con desprecio) ¡Cualquier día!

Don Manuel. - ¡Sí, cualquier día... cuando quiera, ahora mismo yo estoy dispuesto, estoy listo!

Fermín. - Usted está listo... Yo estoy más listo. (A Carlota) ¡Vamos, prenda!  ¡Vamos querida, vamos tesorito!

Julia. - Carlota, ¿cómo puedes hacer esto?

Chola. - (Aparece por la izquierda)

Julia. - (Suplicante) ¡Carlota!

Fermín. - (Desde lateral derecho) ¡Vamos, mi tesoro; vamos, mi encanto!

Don Manuel. - ¿Cómo permite, Carlota, esto?

Julia. - Chola, se va a casar Carlota.

Chola. - ¿Con papá?

Don Manuel. - No, con ese tipo.

Fermín. - Le queda a usted el estuche. Yo me llevo la joya.

Carlota. - (Romántica) Joya, me dijo... con ese piropo me ha conquistado. Vamos. (Sale acompañada de Fermín)

Don Manuel. - Caí en manos de dos sombreros ka'a... el uno me sacó la viuda, éste me la lleva a Carlota. (Con tristeza) Paciencia, contra el sombrero ka'a no se puede... ¡no se puede!

 

TELÓN RAPIDO

 

FIN

 

 

 

 

 

INDICE

 

A MANERA DE PROLOGO,

"Añíke rekirirĩ, Ña Georgina" por el Dr. Julio Correa Martínez

 

EL TEATRO CORREANO.

¿Arte con compromiso o compromiso sin arte? ¿O Arte y Compromiso? por Félix de Guarania

 

LOS MALCOMIDOS - "KARU POKÃ"

por Julio Correa

Versión castellana del autor

 

SOMBRERO KA'A

por Julio Correa.

Versión castellana del autor

 

ÑANE MBA'ERÃ'Ŷ- NO TENIA QUE SER NUESTRO

por Julio Correa.

Versión castellana de Antonio Ortiz Mayans

 

UN CUENTO Y TRES POEMAS, por Julio Correa

- Nicolasita del Espíritu Santo

- No cantéis más, poetas

- Aguafuerte

- Romance del niño asesinado

 

Enlace recomendado al espacio de JULIO CORREA

en la GALERÍA DE LETRAS del PORTALGUARANI.COM

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Caricatura de JULIO CORREA

Obra de CELSO BRIZUELA

 

 

 

 

 

 

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