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THOMAS L. WHIGHAM

  LA GUERRA DE LA TRIPLE ALIANZA – VOLUMEN II - EL TRIUNFO DE LA VIOLENCIA, EL FRACASO DE LA PAZ - Por THOMAS WHIGHAM - Año 2011


LA GUERRA DE LA TRIPLE ALIANZA – VOLUMEN II - EL TRIUNFO DE LA VIOLENCIA, EL FRACASO DE LA PAZ - Por THOMAS WHIGHAM - Año 2011

LA GUERRA DE LA TRIPLE ALIANZA – VOLUMEN II

EL TRIUNFO DE LA VIOLENCIA, EL FRACASO DE LA PAZ

© THOMAS WHIGHAM, 2011

© De esta edición: Santillana S.A., 2011

Avenida Venezuela 276, Asunción

www.prisaediciones.com.py

 

 

Cubierta : El Batallón 24 de Abril en las tricheras de Tuyutí.

Albúmina, 1866. Fotografía tomada por W. Bate y Cia.,

comisionado por el Gobierno Uruguayo. Colección CAV/ Museo del Barro.

 

 

Diseño de cubierta: MARIANA BARRETO CURTINA

y JOSÉ MARÍA FERREIRA

Maquetación: JOSÉ MARÍA FERREIRA

Dirección editorial: MARÍA JOSÉ PERALTA

Traducción y edición: ARMANDO RIVAROLA

Corrección: MONTSERRAT ÁLVAREZ

ISBN 9789995390747

Impreso en Paraguay. Printed in Paraguay.

Primera edición: Septiembre 2011 

 (454 páginas)

 

Una editorial del Grupo Santillana que edita en Argentina- Bolivia - Brasil - Colombia - Costa Rica - Chile - Ecuador- El Salvador - España - Estados Unidos - Guatemala - Honduras - México - Panamá -Paraguay - Perú - Portugal - Puerto Rico - República Dominicana - Uruguay - Venezuela

Quedan prohibidos la reproducción total o parcial, el registro o la transmisión por cualquier medio de recuperación de información, sin permiso previo por escrito de Santillana S.A.

 

 

INDICE

INTRODUCCIÓN AL SEGUNDO VOLUMEN

CAPÍTULO 1: LOS EJÉRCITOS INVADEN

CORRALES

EL ASALTO A ITATÍ

AL GATO Y EL RATÓN CON LAS CHATAS

LA BATALLA DE LA ISLA DE REDENCIÓN

EI. CRUCE DEL PARANÁ

CAPÍTULO 2: BAÑO DE SANGRE

LA BATALLA DE ESTERO BELLACO

DESAFÍOS MÉDICOS

UN VASTO CAMPO DE MUERTE: TUYUTI

EL DESPUÉS

CAPÍTULO 3: A TRAVÉS DE LOS PANTANOS

EL PRIMERO DE VARIOS INTERVALOS

PROTESTAS, DESILUSIÓN E INTENTOS DE HACER LA PAZ

LA BATALLA DE YATAITY CORÁ

BOQUERÓN

RESULTADOS Y COSTOS

CAPÍTULO 4: RIESGOS YPERCANCES

CURUZÚ

LA CONFERENCIA DE YATAITY CORÁ

CURUPAYTY

CONSECUENCIAS INMEDIATAS

CAPÍTULO 5: TROPIEZO ALIADO

FLORES SE RETIRA

AFUERA CON LO ANTIGUO

ADENTRO CON LO NUEVO

LA REACCIÓN ARGENTINA

EN EL FRENTE

UN DILEMA PARA LOS PARAGUAYOS

WASHBURN ENTRA EN ESCENA

FINAL DE UN ANO DE INCERTIDUMBRES

LA MUERTE DEL GENERAL DÍAZ

LA PARTIDA DE MITRE

CAPÍTULO 6: UN FRENTE ESTÁTICO

LA VIDA EN LOS CAMPAMENTOS ALIADOS

ENFERMEDADES

EL FRENTE PARAGUAYO

AGUARDANDO EN HUMAITÁ

CAPÍTULO 7: LA POLÍTIVA POR OTROS MEDIOS

MALOS CÁLCULOS DIPLOMÁTICOS Y DE TODO TIPO

LA PRENSA DE GUERRA: LOS ALIADOS APUNTALAN SU VENTAJA

LA PRENSA DE GUERRA: LOS PARAGUAYOS CONTRAATACAN

LA PRENSA DE GUERRA: UNA APELACIÓN A LO VERNÁCULO

ALGUNOS PERSONAJES

CAPÍTULO 8: INNOVACIONES Y LIMTTACIONES

LA CAMPANA DE MATO GROSSO

EL « CUERPO » DE GLOBOS

MITRE CONTEMPLA EL PANORAMA

CONCLUSIÓN DEL SEGUNDO VOLUMEN EN ESPAÑOL

ABREVIATURAS

BIBLIOGRAFÍA

INDEX

 

 

 

 

CAPÍTULO 1

 

LOS EJÉRCITOS INVADEN

 

La confluencia de los ríos Paraná y Paraguay ofrece un panorama espectacular, con el verde-azulado Paraguay fusionándose irregularmente con el cenagoso Paraná en medio de un paisaje de exuberantes florestas y brillantes bancos de arena. Donde sea que uno mire, las aguas predominan. Se mezclan y avanzan en dirección a Buenos Aires, dividiéndose en siete grandes corrientes antes de juntarse nuevamente, regando generosamente en todo su curso los territorios bajos en ambas márgenes. En semejante ambiente, la obra del hombre normalmente se percibe distante, sin importancia, apenas merecedora de comentarios, pero no era este el caso en enero de 1866. El Paraná interponía una barrera de dos kilómetros de ancho entre las orillas argentina y paraguaya y, aun así, a los hombres armados de un lado y del otro esa distancia les habrá parecido mucho menor, y mucho más inquietante.

La imaginación asume un papel poderoso en las mentes de soldados que tienen muy poco que comer y demasiado tiempo para quejarse. Los campos aliados, esparcidos en un arco desde Corrientes hasta el pequeño puerto de Itatí, habían estado colmados de preocupaciones desde hacía ya un tiempo. Meses antes, al enlistarse en un arresto de entusiasmo, los hombres habían supuesto que pronto enfrentarían al enemigo, pero todo lo que habían hecho era ejercitarse y ejercitarse. Muy pocos habían visto más de uno o dos piquetes paraguayos y casi ninguno había disparado un arma en una refriega. ¿Cuándo recibirían raciones apropiadas y uniformes decentes? ¿Cuándo se aplacaría el calor del verano? Y, sobre todo, ¿cuándo los ejércitos recibirían órdenes de marchar al norte e internarse en el Paraguay?1

Los brasileños, quienes habían montado campamentos cerca de Corrientes en Laguna Brava y Tala Corá, estaban algo mejor. Sus buques navales dominaban el tráfico del río y tenían buenas comunicaciones con Buenos Aires y Rio de Janeiro. A pesar de las imperfecciones de la línea de suministros, las tropas del general Manoel Osório se las arreglaban mejor que sus aliadas argentinas y uruguayas para obtener las necesarias provisiones. De hecho, para principios de año, los brasileños habían almacenado tanta cantidad de galleta, harina, sal y carne seca que sus intendentes podían intercambiar una parte por novillos ofrecidos por los estancieros correntinos. Nadie en el campamento argentino podía darse el lujo de arreglos semejantes.

Aunque sus suministros eran adecuados «y objeto de alguna envidia», también los brasileños tenían mucho de qué quejarse. Las raciones dependían demasiado de la carne para gente cuya dieta usualmente incluía muchas frutas y granos. Las omnipresentes moscas y los insufribles mbarigui, además, hacían que comer fuera una prueba de resistencia a los insectos, a los que había que sacar con las cucharas de todas las comidas.2

En otros órdenes, la vida de los brasileños no era tan mala. Los hombres usaban su tiempo para construir chozas de caña y paja con techos de palma sorprendentemente frescas y confortables. El número de brasileños en el sector había crecido para fines de enero a alrededor de 40.000, con unidades regulares mezcladas con voluntarios de patria3. Con semejante cantidad, las tropas podían contar con la presencia de gente de los más diversos oficios, desde fabricantes de muebles hasta talabarteros y sastres, todos los cuales se hacían un extra satisfaciendo las necesidades de los campamentos. Con reputación más cuestionable, también había proveedores de licor, tahúres y vendedores de folletos pornográficos.4

Los soldados brasileños frecuentemente se entretenían cazando cocodrilos (yacarés), que había en abundancia en las lagunas correntinas. Estos animales podían ser una presa peligrosa. Según un relato, una noche un espécimen particularmente grande irrumpió en la choza de un soldado, lo agarró por una pierna y se lo habría llevado al agua si no hubiera sido por la intervención de sus camaradas.5

La proximidad entre los campamentos brasileños y el pueblo de Corrientes ofrecía muchas tentaciones. La normalmente aletargada comunidad ahora albergaba improvisadas pulperías, burdeles, salones de baile para los soldados y pasables restaurantes para los oficiales (muchos de los cuales eran «abogados de Rio» que demandaban una gastronomía más elevada) .6 No todo era placentero, sin embargo. Altercados de palabra y riñas de cuchillo entre los brasileños y sus aliados, incluso varios homicidios, ocasionalmente perturbaban la paz del pueblo, aunque nunca tan a menudo como para interferir con los lucrativos negocios.7 Habiendo expresado sentimientos ambiguos hacia la ocupación paraguaya a principios del conflicto, los locales ahora se inclinaban sin reservas a favor de la causa aliada. Los correntinos todavía sospechaban de las intenciones brasileñas, pero, con los beneficios enormes que hacían como proveedores del ejército, los mercaderes del pueblo gustosamente pusieron sus dudas de lado para recargar hasta tres veces el precio a sus nuevos clientes, tanto brasileños como argentinos.8 Como observó el corresponsal de The Standard:

Las palabras no nos pueden dar una idea de Corrientes en este momento -cada casa o pieza habitable está ocupada por oficiales brasileños. Dos onzas y media [de oro] se pagan por el alquiler de un lugar apenas suficiente para una cama y dos sillas [...] No hay cocineras ni limpiadoras disponibles; mujeres pobres y muchachas que nunca tuvieron una onza ahora tienen sacos de oro [...] Embaucadores familiarizados con las localidades alemanas de Baden-Baden o polacos que han servido en los estados rebeldes del norte [se refiere a la Guerra de Secesión de Estados Unidos] se congregan en hoteles, donde viven con gran estilo. De dónde vienen, o cómo obtienen su dinero para pagar su forma de vida, nadie lo sabe.9

Esta tendencia duró hasta casi el final de la guerra. Muchos mercaderes extranjeros terminaron en Corrientes para agregar sus servicios y ambiciones a la atmósfera general de especulación.10

A diferencia de las fuerzas brasileñas, las tropas argentinas todavía sufrían la misma confusión que las caracterizó en Yataí y Uruguaiana. No era solo una cuestión de pobre logística. Aunque se habían reunido 24.522 soldados de varias provincias en Ensenaditas, todavía tenían que desarrollar alguna obvia cohesión militar.11 Pese a los constantes ejercicios, las interminables marchas y todo el aliento del presidente Mitre, mucha acritud todavía separaba a los hombres del interior de los porteños de Buenos Aires.l2

Mitre había designado al vicepresidente Marcos Paz como encargado de los suministros y ambos hombres eran lo suficientemente astutos como para reconocer que la buena moral era tan importante como el buen aprovisionamiento.l3 Paz, por lo tanto, se apuró a embarcar nuevas tiendas y uniformes de verano desde la capital como una forma de construir un espíritu de cuerpo. Cuando visitó el campamento, «don Bartolo» notó el efecto positivo de estos uniformes, aunque consideró que los quepis eran completamente inadecuados para protegerse del sol abrasador. Para dar el ejemplo, él mismo se preocupó de usar la gorra reglamentaria hasta que llegaron los reemplazos de ala ancha, pero, como sus soldados, nunca se sintió a gusto con ella.l4

Los argentinos y uruguayos dedicaban horas y horas a los ejercicios. Esto agudizó sus reflejos y los acostumbró a los severos gritos de sus sargentos, pero seguían encontrando difícil dejar atrás una cierta laxitud típica de la sociedad gaucha. Los hombres nunca entendieron del todo la clase de combate organizado para el que trataban de adiestrarles. Para ellos la guerra se reducía a escaramuzas irregulares. Aunque eran valientes, no podían enfocarse en un objetivo único y, por lo general, nunca se concibieron realmente como soldados, mucho menos como soldados argentinos o uruguayos.15 Los oficiales tenían que sortear con mucho tacto cuestiones que los hombres consideraban prerrogativas concedidas por Dios. Tenían que hacer la vista gorda, por ejemplo, ante las ausencias no autorizadas. Las circunstancias ciertamente pedían flexibilidad, pero grandes desviaciones de los procedimientos militares aceptados implicaban riesgos. Como subrayó en una ocasión un corresponsal de guerra, la tentación de desertar era particularmente fuerte entre los hombres reclutados en los distritos vecinos:

Los soldados correntinos se tomaban franco sin avisar [...] La mayoría retornaba a sus casas sin licencia y se les permitía; se quejaban, tal vez con razón, de tener mucho que hacer además de pelear, de la mala paga, de no recibir ropa, muy poco tabaco, yerba, jabón o sal. Desde que comenzó la campaña, habían tenido un solo pago de cinco dólares bolivianos. También protestaban airadamente por daños causados por proveedores, pagadores, macateros, por los crueles e infames món dá [ladrones] que actuaban con impunidad.l6

Los comandantes aliados podían disculpar las ausencias sin permiso como una complicación menor. La deserción, en cambio, representaba una amenaza seria. Los desbandes de las tropas entrerrianas en Basualdo y Toledo todavía provocaban comentarios en el campamento, y con el ejemplo de tanta tropa que simplemente abandonaba el frente, ¿cuán difícil se les haría a individuos o pequeños grupos seguir el mismo camino? No importaba que ya hubieran partido refuerzos hacia Corrientes; ellos, también, podían dejar sus puestos.17 Si esto pasaba, Mitre tendría que conceder a sus socios brasileños mayor autoridad de la que habría sido conveniente para él. Podría incluso inspirar abiertas rebeliones en otras áreas de la Argentina. Por lo tanto, era imperativo abstenerse de mencionar la palabra «deserción».

Probablemente el ejemplo más impactante del problema se produjo entre las unidades uruguayas acampadas cerca de Itatí. Estas fuerzas estaban comandadas por el general Venancio Flores, triunfador en Yataí y ahora jefe de Estado de su país. La guerra nunca había gozado de mucho apoyo en la Banda Oriental del Uruguay, salvo por parte de los más fanáticos partidarios de Flores en el Partido Colorado. Aunque era presidente, el general siempre tuvo dificultades para obtener tropas frescas de Montevideo y tenía que conformarse con los cansados y harapientos hombres que había traído con él al principio de la campaña.

Para completar con los soldados bajo su comando un número total de alrededor de 7.000, Flores llenó su ejército de prisioneros paraguayos tomados en Yataí y Uruguaiana. Si bien consumían sus raciones y recibían su paga, estos «reclutas» nunca llegaron a apreciar a sus jefes. Y ahora que se encontraban cerca del ejército de López, muchos rompían con sus unidades y se arriesgaban a nadar hasta el Paraguay.

Podría parecer extraño que Flores esperara que sus levas paraguayas le fueran leales. Sin embargo, como jefe tradicional acostumbrado a guerras civiles en las praderas, no podía presumir otra cosa, ya que en tales conflictos las tropas gauchas comúnmente se plegaban a cualquier facción que tuviera el líder más fuerte. Pero los paraguayos no eran gauchos y no estaban tan dispuestos a dejarse encandilar por la fuerza de la personalidad de cualquier caudillo, ni siquiera por la de López. Para ellos, abiertas o latentes consideraciones de patriotismo neutralizaban todas las dudas sobre el régimen del mariscal y, apenas podían, huían del campo aliado para reunirse con sus compatriotas.

Nervioso y molesto por tal «ingratitud», el general Flores hizo fusilar a un desertor frente a todo su batallón.l8 Cuando se dio cuenta de que ni siquiera estas drásticas medidas aliviaban el problema, finalmente siguió el consejo de uno de sus comandantes veteranos, el nacido español León de Palleja, quien le recomendó desarmar a los paraguayos y enviarlos río abajo a Montevideo para servir en obras públicas.19 Un número considerable, no obstante, permaneció en las filas, ganando tiempo hasta que también ellos pudieron escapar20

Los «desertores» paraguayos que se lanzaban a una corta, pero penosa huída a nado a Itapirú se exponían a un riesgo considerable. No solo porque las corrientes eran excepcionalmente fuertes y porque los guardias de los piquetes eran de «gatillo fácil», sino porque las tropas del lado de López tenían órdenes de arrestar a cualquiera que cruzara. El mariscal consideraba a los fugados como posibles espías y dispuso una recepción letal para ellos. Los menos afortunados -aquellos encontrados en nuevos uniformes aliados- fueron sumariamente ejecutados como traidores.21 Aun así, el número siguió creciendo hasta que López abandonó su dura política y dio órdenes de darles la bienvenida.22 Nunca dejó del todo sus sospechas de lado, sin embargo, ni se sintió jamás a gusto con los paraguayos que habían pasado mucho tiempo fuera de su dominio. Emocionalmente, el mariscal reflejaba la dura e insegura historia de su país. Su pueblo usualmente reaccionaba ante las pruebas de la vida de una manera completamente pasiva, pero se volvía altamente volátil cuando se presentaban amenazas inesperadas. López entendía bien esta inclinación, porque la compartía. Este no era momento de ignorar sus sospechas. En esta crítica etapa de la guerra, no tenía deseos de ver su ejército infiltrado con soplones, saboteadores o potenciales asesinos.23

Los paraguayos en el frente no perdían tiempo en estas cuestiones. La gran mayoría eran pequeños propietarios o campesinos, quienes en su día a día raramente daban importancia a asuntos que fueran más allá de sus aldeas; eran, al mismo tiempo, proclives a no dudar una vez que recibían una orden. Ahora que la mayor parte de las tropas disponibles se había movilizado al sur, a Paso de la Patria, necesitaban consolidar sus defensas lo más rápido posible. Dejaron Humaitá con una pequeña guarnición, apenas unas pocas unidades de artillería para ocuparse de las principales baterías. Los soldados arrastraron unos cuantos cañones a nuevas posiciones en Curuzú y Curupayty. En este último sitio, atravesaron tres cadenas de hierro de considerable grosor a través del río Paraguay hasta el Gran Chaco, con varias minas adheridas intermitentemente. En el Paso mismo, los sesenta cañones que protegían el codo del río estaban ahora manejados por los experimentados cañoneros del coronel José María Bruguéz, quien se había distinguido siete meses antes en la batalla del Riachuelo. Para fortalecer la posición defensiva todavía más, el coronel despachó unidades de artillería para ocupar la pequeña isla de Redención, adyacente a Itapirú, y mandó ubicar allí ocho cañones para fuego de cobertura de tropas de asalto.

Mientras tanto, el mariscal transformó varios miles de sus jinetes en infantes y los envió a trabajar para construir ranchos y barracas de madera. Para López y su personal directo, los soldados construyeron un bonito cuartel, un edificio amplio de adobe con columnas y vigas de sólido lapacho. Era lo bastante alto como para permitir una buena vista del Paraná, pero estaba lo suficientemente alejado como para quedar fuera del alcance de cualquier disparo de los buques de guerra aliados.

Desde esa segura posición, López podía fácilmente observar la orilla opuesta del río y las numerosas fogatas que iluminaban los campamentos aliados de noche. La cercanía del enemigo lo irritaba tanto como lo tentaba. Ya en los primeros días de diciembre había decidido hacer algo al respecto. Después de inspeccionar las obras en Itapirú, retornó a Paso para asistir a una misa junto con Elisa Lynch. Al dejar la pequeña capilla, la pareja divisó una patrulla de piquetes aliados en la margen opuesta del Paraná, y, por puro gusto, el mariscal despachó cuatro cañones con doce hombres cada uno para tomar la orilla de enfrente y perseguir a los sorprendidos correntinos. Uno de sus hombres murió, pero el mariscal disfrutó con gran placer el alboroto que había causado.24 De allí en adelante, envió patrullas de asalto al otro lado del río en cada oportunidad que se le presentó e instó a sus soldados a matar a todos los enemigos que pudieran.25

Estos asaltos, que usualmente involucraban menos de cien hombres, eran altamente populares entre los paraguayos, especialmente para el teniente coronel José Eduvigis Díaz, a quien López encargó su organización. Este oficial tenía un entendimiento intuitivo de sus hombres, que probablemente provenía de su época de jefe de la policía de Asunción. Díaz tenía un carácter que los paraguayos llaman mbareté, un aire de seguridad en sí mismo y resolución que imponía respeto y obediencia a los demás. El truco ahora era enfocar su entusiasmo. Asimismo, con tantos hombres llegando desde Humaitá y otros sitios del norte, el coronel se aseguró de incluir a los nuevos reclutas en estas operaciones relámpago para probar su temple y darles alguna experiencia en combate.26

Aunque cortos, los enfrentamientos ilustraban muy bien el despiadado fervor de los paraguayos. En una ocasión, a mediados de enero, los hombres de Díaz mataron a doce hombres desarmados que habían ido a la orilla del río a lavar sus ropas. Dos de los muertos fueron decapitados y sus cabezas llevadas como trofeos al mariscal. Este censuró severamente el «acto como bárbaro, solo esperable de salvajes»,27 pero no castigó a nadie.

Los líderes veteranos de los aliados entendían la limitada naturaleza de estos asaltos y los presentaban en sus informes oficiales como intrascendentes. Por más que lo intentaran, sin embargo, no podían remover la impresión de que su resistencia estaba desmoralizada. Los periodistas que habían llegado desde el sur se sentían igual de alterados con la imagen, aunque ellos mismos se habían encargado de propagarla. Entretanto, el ciudadano medio en Brasil y Argentina se sentía indignado. Cuanto más fracasaban los aliados en poner fin a las incursiones, más parecía que los paraguayos estaban ganando victorias significativas.

Parte del problema radicaba en la flota fluvial aliada. La armada imperial tenía dieciséis vapores de guerra (tres de ellos acorazados) en Corrientes. Esto era más que suficiente para contener las irrupciones, pero los barcos se rehusaban a enfrentar a los paraguayos. Esta aparente timidez de la armada molestaba a Mitre, a Flores e incluso al general Osório y a otros oficiales brasileños, que se preguntaban por qué el comandante de la flota, el almirante Francisco Manuel Barroso, no movía al menos un barco río arriba.2s Su mera presencia forzaría a Díaz a abandonar sus audaces asaltos diurnos. Pero la flota brasileña no se movió. De hecho, no lo hizo por cuatro meses. Como «Sindbad», el corresponsal del periódico en inglés The Standard, señaló:

En ese intervalo ninguna lancha, ningún bote [había] sido enviado a hacer un reconocimiento o a observar los movimientos del enemigo; ningún esfuerzo se había hecho en absoluto para contrarrestar la insolencia a cara descubierta de los paraguayos. Nada parecido al bombardeo a un blanco, a una persecución fluvial o al ejercicio con grandes cañones, o pequeñas armas, habían sido practicados a bordo (más allá del tamborileo) durante su permanencia aquí. No tienen boyas adheridas a sus anclas o cabos en sus cables. La pomposa recordación del aniversario de la toma [...] de Paysandú fue la única novedad para interrumpir la monotonía de la campaña.29

Hay varias posibles explicaciones de esta inacción. Por un lado, muchos de los barcos habían sido diseñados para transporte en el océano y tenían un calado de más de 12 pies. Las dificultades de maniobra en las áreas menos profundas del Paraná habían sido obvias desde la pérdida del vapor, jequitinhonha en la batalla del Riachuelo. Este barco encalló en un desapercibido banco de arena y los cañoneros de Bruguéz lo destrozaron sin compasión. Ningún comandante naval quería enfrentar una situación similar en un ambiente fluvial incierto.30 En el Riachuelo, el almirante Barroso había dependido de pilotos locales correntinos y, aunque habían hecho un buen trabajo, ni aun ellos podían predecir los efectos de las corrientes del río. También existía la remota posibilidad de que los hombres del mariscal hubieran esparcido minas en el agua.

Una debilidad en la estructura de comando también ayuda a explicar la inacción brasileña. El artículo 3 del Tratado de la Triple Alianza había asignado a la armada una autoridad completamente independiente de la de las fuerzas terrestres. El comandante naval aliado, almirante Joaquim Marques Lisboa, marqués de Tamandaré, tomó esto como una licencia para establecer sus propios términos para la participación de la flota. Oficial arrogante y con reputación de irascibilidad, Tamandaré, de hecho, todavía ni siquiera se había unido a su flota, ya que prefirió permanecer en Buenos Aires, donde podía involucrarse en la intrincada política de construcción de la alianza, seducir porteñas y presentarse como la mano derecha de su alteza imperial. Esto dejó a su amigo almirante Barroso como el comandante operativo de las fuerzas navales en Corrientes. Desde luego, Tamandaré había compartido la adulación pública que recibió la victoria de Barroso en el Riachuelo, pero no quería ver a la armada desviarse de su misión mayor. Quería pelear la guerra a su modo, lo que significaba no hacer nunca nada que sugiriera una sumisión brasileña. En la alianza entre su país y la Argentina, él insistía en que los políticos y los hombres de armas de todos los sectores vieran al Brasil como el jinete y a la Argentina como el caballo, en preparación del escenario para una futura hegemonía. Como resultado, el almirante ordenó a Barroso permanecer inmóvil en Corrientes; y aunque el oficial obedeció, ello hizo parecer que estaba eludiendo su obvia responsabilidad. La reputación de Barroso, por lo tanto, sufrió tanto o más que la de Tamandaré. Esto abrió la puerta a los paraguayos, y López entró por ella de gran manera.

 

CORRALES

 

La más seria de las irrupciones del mariscal comenzó e130 de enero de 1866, cuando 250 hombres bajo el comando del teniente Celestino Prieto cruzaron el río en dirección a Corrientes. El plan inicial consistía en un ataque de tres fases que abarcaba a más de mil hombres golpeando las posiciones aliadas frente a Itapirú. Los cañones en la isla de Redención concentrarían el fuego de cobertura sobre Corrales, un punto expuesto en la orilla correntina que los paraguayos habían usado en los tiempos coloniales como un área de espera para el contrabando de ganado.

Los cielos se habían despejado luego de varios días de lluvias torrenciales y los hombres se sentían en buen espíritu. Como siempre, su partida a media mañana fue saludada con hunas, distribución de cigarros y dulces y sonoras marchas marciales. Todo paraguayo parecía querer participar en el operativo. Los hombres se habían vuelto tan desdeñosos de las destrezas de los aliados que solían salir con sus canoas a burlarse del enemigo. Era como si la guerra hubiera estado hecha para su diversión.

Los aliados estaban al tanto de que el mariscal intentaría una gran incursión. Los argentinos, en particular, se sentían humillados por los asaltos anteriores en su suelo nacional y ahora estaban ansiosos por tender una trampa a los hombres de López. Los argentinos frecuentemente demostraron una impaciente valentía que los hacía capaces de los mayores esfuerzos si veían ofendida su dignidad. Requerían una fuerte disciplina, sin embargo, y no aceptaban mantenerse inactivos por mucho tiempo. En esta ocasión, el general correntino Manuel Hornos alistó varios regimientos de caballería de choque aproximadamente a una legua detrás del Paraná. El coronel Emilio Conesa, un porteño, simultáneamente eligió un sitio en un monte cerrado al final del arroyo Peguajó, dos kilómetros más cerca del río, y puso en posición a 1.900 guardias nacionales bonaerenses de la Segunda División. No tuvieron que esperar mucho.

Justo antes del mediodía, exploradores trajeron noticias de los hombres de Prieto avanzando hacia un pequeño puente que cruzaba el Peguajó. Los argentinos deberían haber gozado de la ventaja de una sorpresa casi total. A último momento, sin embargo, el coronel de cuarenta y dos años Conesa reunió a sus oficiales, se sacó los guantes blancos y, en vez de dar un aliento discreto, pronunció una encendida arenga improvisada para los cuatro batallones de infantería reunidos. Los hombres respondieron con ruidosas vivas a don Bartolo, Buenos Aires y la alianza.31

Prieto, que estaba a solo 300 metros de distancia, inmediatamente se dio cuenta del peligro. De inmediato se replegó, disparando sus dieciséis cohetes Congreve en el proceso. Aunque sobrevivieron, los tiradores que Conesa había ubicado en las copas de los árboles cayeron conmocionados. El resto de los bonaerenses se mezclaron en un desbande momentáneo, permitiendo que los descalzos paraguayos atacaran el centro argentino. Los hombres de Prieto se lanzaron al agua como patos y mantuvieron un fuego cerrado mientras avanzaban por el Peguajó.32 Pronto, un velo de humo gris cubrió el espacio entre las dos fuerzas. Aunque la visibilidad decayó en consecuencia, el plomo continuó volando en ambas direcciones. Las tropas arremetieron en columnas hacia adelante y hacia atrás, una y otra vez, dejando hombres caídos a su paso. Luego de una dura lucha, el coronel Conesa finalmente rechazó a los paraguayos, primero a través del Peguajó y luego más al norte, a través de otro arroyo, el San Juan.33

Por instrucción de Mitre, la caballería del general Hornos salió a la carga en ese momento para unirse a Conesa. El general brasileño Osório ofreció su infantería para ayudar, pero Mitre declinó, con el deseo de mantener el choque como un esfuerzo exclusivamente argentino.34 En cualquier caso, la ventaja aliada en números pronto comenzó a surtir efecto y Prieto lentamente se fue retirando, a través de esteros, a su cabecera original. Los argentinos esperaban rodearlo allí, pero cuando aparecieron por el sur se vieron envueltos en un fuego sostenido de la artillería de Bruguéz desde la isla de Redención.35 Algunos argentinos siguieron peleando desafiantes, permaneciendo erguidos y haciéndose blanco fácil del tiroteo. Otros se tiraron cuerpo a tierra para protegerse, lo que les hacía imposible recargar sus armas. Gomo sea, bajo semejante fuego, sus acciones hicieron poca diferencia. Conesa y Hornos se detuvieron abruptamente y sus tropas se escurrieron entre arbustos y lodazales.

Los argentinos, corajudos, mantuvieron el fuego pese a todo y esto forzó a los salteadores de Prieto a internarse en una densa floresta al este de Gorrales.36 Allí los paraguayos recibieron un muy bienvenido apoyo del teniente Saturnino Viveros, del Batallón 3, que había cruzado el río a las dos de la tarde trayendo consigo sustanciales suministros y municiones.37 Estaba acompañado por Julián N. Godoy, edecán de López, quien dejaría un encendido relato de lo que siguió: una horrible batalla de cinco horas de duración.38

Los argentinos superaban en número a los paraguayos por más de ocho a uno, y pese a ello no podían ganar un control completo sobre el húmedo, boscoso e irregular terreno.39 El sol plomizo del verano austral castigaba incesantemente a los soldados y no había ni viento ni lluvia que aliviaran el calor o disiparan el hedor a pólvora. Prieto, Viveros y Godoy peleaban obstinadamente en los matorrales. Los hombres tenían los pies llenos de espinas y les resultaba difícil maniobrar y disparar entre el follaje, pero hacían que el enemigo sufriera por cada centímetro que ganaba. Aunque Conesa más tarde trató de justificar su mínimo progreso inflando el número de obstáculos en su camino, de hecho fue la disciplina paraguaya la que le impidió una categórica victoria.40 Lo que debería haber sido una operación fácil resultó costosa para los aliados y solamente el rápido y eficiente trabajo del cuerpo médico argentino evitó que fuera más costosa aún.41

Para el final de la tarde, Prieto y Viveros se dieron cuenta con cierto estupor de que el enemigo había rodeado su posición y ordenaron un rápido movimiento hacia la seguridad del Paraná. Conesa vio su última oportunidad. Sus tropas se lanzaron contra los paraguayos y olas tras olas de infantería cayeron sobre el ahora expuesto enemigo. Con pocas municiones, los paraguayos calaron bayonetas y cargaron furiosamente contra el flanco derecho argentino. Desde ese momento la batalla se volvió realmente horrorosa, con ambos bandos oliendo a victoria y sangre y negándose a darse por vencidos. Los cuerpos cubrían el campo y cada árbol y arbusto parecía retorcido y desgarrado por la violencia.42 Los paraguayos peleaban incluso a pedradas con el enemigo.43 El mismo Conesa recibió un impacto y sufrió una seria contusión en el pecho, pero siguió luchando con la espada en la mano. Era demasiado tarde, sin embargo. Como ya había ocurrido con los paraguayos, los argentinos también se quedaron cortos de municiones, y los hombres estaban exhaustos. Cuando se acercaban al río, divisaron en la distancia el desembarco de una tercera fuerza paraguaya, compuesta por 700 soldados del Batallón 12 del teniente coronel Díaz. No deseando toparse con estas tropas frescas luego de un día tan extenuante y no teniendo reservas argentinas para convocar, Conesa suspendió su persecución. Los paraguayos mantuvieron su tenue control sobre la orilla correntina esa noche y retornaron a casa la mañana siguiente sin nuevos incidentes. Llevaron consigo a 170 de sus hombres muertos o heridos de consideración.44

Los paraguayos tuvieron sus razones para ver en Corrales una prueba convincente de la superioridad de sus armas. Habían matado o herido a varios centenares de enemigos, incluyendo unos cincuenta oficiales.45 Habían rechazado momentáneamente a Conesa, y, por derivación, a todo el ejército aliado, en el campo de batalla. Sus oponentes no habían ni siquiera tomado las canoas paraguayas, lo que podrían haber hecho fácilmente al anochecer. Al final, no había forma de que el coronel o cualquier otro militar argentino que hubiera estado en acción en Corrales pudieran considerar el enfrentamiento como una victoria.

Los periódicos de Buenos Aires inicialmente trataron de mostrar la batalla de manera positiva.46 Pero el sentimiento de inquietud comenzó a permear la capital argentina. El ministro británico reportó al Conde de Clarendon:

Cuando se conocieron detalles del enfrentamiento, en Buenos Aires prevaleció la mayor consternación. Se proclamó una victoria, es cierto, pero a qué costo de vidas era ignorado y, como los oficiales y hombres involucrados en la contienda habían sido exclusivamente reclutados entre los ciudadanos de esta capital, hubo un universal sentimiento de ansiedad, las festividades anunciadas por el próximo carnaval fueron canceladas y los periódicos hirvieron con artículos de censura por la inacción del escuadrón brasileño y hacia el presidente Mitre por haber enviado al frente a sus tropas más valientes, a las cuales, según se afirmó, él les había escatimado apoyo.47

El mariscal López se mofó de la ineptitud de su enemigo. Natalicio Talavera, corresponsal de guerra de El Semanario, describió el sentimiento general al preguntarse cómo lo ocurrido no servía de lección a los argentinos para darse cuenta de que estaban siendo «un vil instrumento del imperio» y siendo empujados por los brasileños a la batalla para verlos destruidos. « ¿Cuándo estas víctimas de semejante y fatal engaño se despertarán de su sueño?»48 El mariscal se apresuró a mandar acuñar una medalla conmemorativa para todos sus soldados que participaron en la lucha, y la exaltación se diseminó entre los hombres.49

Sin embargo, en la práctica, la batalla de Corrales no significó nada de importancia. Los aliados ardieron de vergüenza, eso seguro, pero era la clase de humillación de la que fácilmente podían recuperarse

El cuerpo médico había respondido bien y también lo habían hecho los comandantes individualmente, algunos actuando con conspicua gallardía. La debilidad del liderazgo de Conesa, las incertidumbres varias, la pobre comunicación con Hornos y otras unidades, la insuficiencia de municiones, la falta de una fuerza de reserva, todo eso sería superado. Los paraguayos ya no parecerían tan sobresalientes en el futuro, y, si se empecinaban con las mismas tácticas, podrían ser derrotados. Un asalto debía tener un objetivo específico, como la destrucción de una posición de artillería o el desplazamiento de un centro de comando. O, como en el caso del ataque del general Wenceslao Paunero a la Corrientes ocupada por los paraguayos en mayo de 1865, debía frustrar planes o cronogramas del enemigo. Nada en Corrales sugería ni siquiera un retraso en el principal objetivo aliado de cruzar el Paraná y llevar la guerra al Paraguay de López. Cada día llegaban más tropas y barcos aliados y era solo cuestión de tiempo que Mitre resolviera dar ese paso.

 

EL ASALTO A ITATÍ

Estimulado su apetito por los asaltos, el mariscal López planeó otra importante incursión para mediados de febrero. Su nuevo objetivo era el poblado portuario de Itatí, que todavía hoy ostenta la mayor y más bonita catedral del nordeste argentino. El edificio principal alberga una estatua de la Virgen con joyas incrustadas que ya en 1866 se había vuelto objeto de veneración pública. Católicos de toda la provincia y de más allá hacían peregrinaciones a Itatí para rogarle a la Virgen su intermediación. Por mucho que necesitara un milagro, López tenía poco interés en el carácter religioso de la comunidad; en cambio, entendía que Itatí estaba enclavada cerca de los cuarteles generales del viejo Ejército de Vanguardia -el comando de Flores-, que el mariscal correctamente juzgaba como la fuerza menos motivada del bando aliado. Un rápido golpe a estas unidades, incluso de refilón, podría hacer perder el temple a los menos resueltos de entre los uruguayos. El Ejército de Vanguardia podría desintegrarse, dejando a las otras fuerzas aliadas confusas y desordenadas. Como consecuencia de tal calamidad, Mitre y el emperador tendrían que reconsiderar sus planes de invasión y llevar la guerra a un final razonable, si no totalmente satisfactorio.

La posibilidad de obtener tal éxito era realmente muy escasa, pero en la activa imaginación de López un asalto enfocado tenía mucho de recomendable. Después de todo, sentía un enorme desdén por las cualidades guerreras de sus adversarios y consideraba a Mitre y Osório unos tontos. Realmente creía que decisiones insensatas de sus subordinados y una simple ola de mala suerte le habían costado su campaña en Corrientes. Ahora, en una guerra de desgaste, los aliados tenían las de ganar. La única esperanza para los paraguayos descansaba en maniobras audaces, cuanto más intrépidas, mejor.

Había una ventaja que aprovechar a expensas del decisivamente debilitado comando uruguayo. Flores había viajado al sur, hasta Montevideo, para reclutar más tropas, y dejado sus unidades al cuidado del general Gregorio «Goyo» Suárez, colorado incondicional y supuesto «carnicero» de Paysandú. Suárez había tenido una accidentada carrera en las guerras civiles contra los blancos uruguayos y se lo percibía ampliamente como demasiado cercano a los brasileños. En Uruguay esto ya lo hacía suficientemente sospechoso, pero en Corrientes, como comandante del lazo más débil de la alianza, la percepción de que actuaba como un apéndice del imperio era una clara dificultad, incluso entre sus propios hombres. Los argentinos confiaban en él mucho menos que en Flores y nadie sabía cómo se comportaría en el trabajo conjunto.

Por otro lado, Suárez tenía considerable experiencia militar. Había derrotado a los blancos a lo largo del río Uruguay a mediados de 1865. Sus unidades de caballería habían, asimismo, confrontado y vencido a los paraguayos en Yataí. El general «Goyo» ciertamente entendía al enemigo. Y, por lo que había visto, estaba convencido de que debía esperar una resistencia feroz donde fuera que sus hombres se encontraran con los del mariscal.

Suárez, por lo tanto, era un luchador nato comandando tropas vacilantes, un hombre que tenía la confianza de un aliado, pero probablemente no la del otro, y que combatía a un enemigo decidido y dispuesto a enfrentarse a cualquier adversidad. Eran circunstancias que deberían inspirar precaución. Y, sin embargo, quizás precisamente porque tenía que ser cuidadoso, Suárez anhelaba hacer algo riesgoso y caprichoso.

A finales de enero, en momentos en que terminaba la batalla de Corrales, el general levantó campamento en San Cosme y ordenó al Ejército de Vanguardia trasladarse cerca de Itatí. De hecho, tenía estrictas instrucciones de Flores de no hacer algo como eso, ya que tal movimiento interponía unos 50 kilómetros entre él y el resto del ejército aliado. Aún hoy Itatí es un área relativamente boscosa, y en aquellos días era más accesible desde el río que a través de los estrechos senderos que conectaban la aldea con Corrientes. López sabía todo esto, ya que espías en el lado correntino del río le suministraban informes regulares sobre las disposiciones de las tropas aliadas. En esta etapa de la guerra, el líder paraguayo tenía un sistema de inteligencia mucho mejor que el de sus oponentes, y lo usaba más efectivamente. En este caso, sabía que Suárez había ubicado sus unidades en una posición expuesta, y el mariscal decidió atacarlas.

Este último asalto comenzó de manera atípica. Habiéndose enterado de que el escuadrón brasileño en Corrientes no intentaría detener sus canoas, el mariscal resolvió enviar lo que quedaba de su flota. El 16 de febrero, el Ygurey, el Gualeguay y el 25 de Mayo partieron de Humaitá y bajaron el sinuoso Paraguay hasta el Paraná. Su curso los llevó cerca del buque piquete aliado que poco antes había dado su reporte de que todo estaba tranquilo. Como López había adivinado, ningún barco brasileño respondió.

De las tres embarcaciones que navegaron hacia Paso de la Patria, solamente el Ygurey, de 548 toneladas, había enarbolado la insignia paraguaya antes de la guerra. La armada del mariscal había tomado las otras dos de los argentinos en abril. Cada una llevaba ahora una tripulación que incluía oficiales y marineros paraguayos, con algunos maquinistas británicos contratados por el gobierno del mariscal como asesores. Ese día su misión los llevó primero al campamento de Paso de la Patria, donde amarraron chatas con mil soldados, una vez más elegidos de entre una variedad de unidades. Como antes, el ánimo en el campamento era triunfal, con banditas tocando y muchedumbres gritando y pidiendo las cabezas de Mitre y el emperador.

La pequeña flotilla navegó hacia Itatí. El general Suárez no tenía idea de que un gran asalto había comenzado y reaccionó de mala manera cuando se le informó de la aproximación de los buques enemigos. Dado todo lo que había ocurrido en las semanas recientes, no era demasiado difícil suponer que la totalidad del ejército paraguayo pronto le caería encima. A diferencia del mariscal López, quien ya sabía algo de los movimientos de su oponente en Corrientes, ni Suárez ni ningún otro comandante aliado tenía información alguna de lo que enfrentaban.

A la cabeza de la fuerza paraguaya de asalto estaba el teniente coronel Díaz, cuyo plan de ataque había supuestamente cosechado tantas recompensas en Corrales. Díaz, cuyo futuro como un favorito de López estaba ahora asegurado, era un hombre enérgico con una barba a lo Van Dyke y penetrantes ojos azules que sugerían una vasta y concentrada atención hasta en los detalles más pequeños. Sus antecedentes militares eran limitados y ello podría aparecer como una desventaja en aquellas circunstancias. Sin embargo, para tratarse de un hombre cuya ocupación previa había sido mantener el orden en las normalmente somnolientas calles de Asunción, tenía un agudo sentido militar. En esta ocasión, estaba seguro de que Suárez correría.

Y estaba en lo cierto. El general uruguayo tenía una gran superioridad en número, con 2.846 orientales (y seis piezas de artillería) , así como 1.500 brasileños y 971 argentinos bajo su directo comando, lo que hace un total de 5.317 hombres.50 Pero los acontecimientos de

Corrales retumbaron en la mente de Suárez; en esa última batalla, el coronel Conesa había pensado que podía depender de la caballería de Hornos, o al menos volver atrás sano y salvo a tierra firme. En Itatí Suárez no gozaba de ninguna de esas ventajas y, dada la amenazante presencia de los vapores paraguayos el 17 de febrero, parecía probable que el mariscal López intentara dar un golpe contundente. Antes que arriesgarse a ser destruido, Suárez ordenó al Ejército de Vanguardia levantar carpas y entregar Itatí a los invasores, quienes desembarcaron sin oposición al final de la tarde.51

La huida fue tan precipitada que dejaron intactas una gran cantidad de carpas, con varios curiosos objetos disponibles para el saqueo. Estos incluyeron posesiones del propio «Goyo», sus papeles, su uniforme extra, su reloj y cadena de oro. Mientras asaltaban el campamento, y luego el pueblo, los paraguayos disparaban a los soldados uruguayos en retirada, gritándoles: « ¿Dónde están los héroes de Yataí?»52

La burla era innoble, pero perfectamente justa, ya que Suárez podría haber hecho al enemigo pagar cara su incursión. En cambio, dejó la aldea a merced de Díaz. El trato que los paraguayos hubieran prodigado a los pueblos capturados en Mato Grosso y Rio Grande había tenido algo de salvaje y descontrolado. No aquí. Itatí estaba escasamente poblada y densamente arbolada en sus límites esteños. Díaz ordenó a sus hombres ir estancia por estancia, casa por casa, y confiscar meticulosamente todo lo que hubiere de valor. El botín fue de apenas ocho rifles, tres sables, unas cuantas vacas esqueléticas, algunas ovejas y unas pocas bolsas de arroz, harina y galleta. Los hombres procedieron a incendiar las casas del pueblo, despojaron al juzgado de sus archivos, papelería y artículos de escritorio y luego reabordaron los barcos y partieron de nuevo a Paso de la Patria antes de la medianoche. Aunque detuvieron al cura del pueblo por unas horas, dejaron la iglesia y su virgen milagrosa indemnes 53 También dejaron atrás a un hombre, un soldado común del Regimiento 8, quien, cuando se le ordenó registrar un rancho, halló una damajuana de caña y bebió hasta perder el conocimiento. Cuando despertó al día siguiente, se encontró prisionero de los aliados.54

El general Suárez y sus hombres pasaron un día muy desagradable dos leguas al sur. Habían atravesado uno de los terrenos más pantanosos de Corrientes antes de llegar a tierra seca. La mayor parte de la tropa se había arrastrado con el agua hasta la cintura y varios se perdieron en el camino.55 Nadie había comido nada más que charque, y tenían poca o ninguna comunicación con las principales fuerzas aliadas más al oeste. Finalmente, llegó un jinete del general Osório con un mensaje cargado de frustración y ansiedad. Osório le rogaba al general uruguayo que liberara a los infantes brasileños bajo su comando para evitar que fueran masacrados por los paraguayos.56 Dado que para ese entonces Díaz ya había partido de la provincia, nos preguntamos, al igual que Suárez, quién tenía que rescatar a quién.

El «paseo» de los paraguayos a Itatí tuvo una significación estratégica incluso menor que el enfrentamiento anterior en Corrales. El botín saqueado era risible. Y ya que nadie había muerto en ninguno de los bandos, nadie podía hablar de haber propinado un golpe decisivo de una forma u otra. No obstante, el asalto a Itatí sí tuvo un efecto importante: concentró el ánimo de los aliados no contra los paraguayos -cuya audacia, todos reconocían y admiraban- sino contra la armada imperial. Había entonces cuarenta buques de guerra y transporte amarrados en el puerto de Corrientes, y aunque tenían 112 cañones, no hicieron el menor esfuerzo por detener a los «pillos salvajes» en el Alto Paraná. Apenas unas semanas antes los oficiales aliados se habían preguntado cuándo se moverían hacia el Paraguay. Ahora se preguntaban crecientemente cuándo dejarían de ser tomados por tontos. Solo un hombre, el almirante Tamandaré, podía responder esa pregunta.

 

AL GATO Y AL RATÓN CON LAS CHATAS

Aunque apenas se daban cuenta de ello, los aliados tenían todas las cartas consigo las últimas semanas de febrero de 1866. Sus fuerzas en Corrientes habían crecido considerablemente y últimamente se habían beneficiado con un despliegue paralelo de 12.000 brasileños a las órdenes del primo de Tamandaré, Manuel Marquez de Souza, el barón de Pórto Alegre, quien había cruzado a la provincia cerca de Santo Tomé y avanzaba al norte por los viejos senderos de los jesuitas en las Misiones. Más allá de una fuerza nominal dejada en Tranquera de Loreto, los paraguayos hacía rato que habían abandonado esa área, lo que le dejaba a Pórto Alegre poco que hacer. Finalmente, este ejército emergió en el Alto Paraná, en Candelaria, a unos cien kilómetros al este de Corrientes.

El río era ancho y traicionero en ese lugar. Del lado opuesto, el mayor Manuel Núñez estaba listo con doce piezas de artillería para defender Encarnación. Como otros comandantes paraguayos, entendía que esta ruta oriental -no Paso de la Patria- era el punto tradicional de ingreso de fuerzas invasoras a su país. Ocurrió durante la Rebelión de los Comuneros a principios de los 1700, y en 1811, durante las guerras de la independencia. Podría ocurrir de nuevo ahora.57

De nuevo en Corrientes, el largamente esperado Tamandaré finalmente arribó al puerto. Había partido de Buenos Aires el 8 de febrero a bordo del vapor Onze de junho, pero debido a que se rehusó a pagar el precio que le pidieron por el carbón en su ruta, había tenido que usar sus velas para avanzar río arriba. Le tomó cerca de tres semanas hacer el viaje.

El almirante se sentía profundamente agraviado por las muchas historias acusatorias que había leído en los diarios porteños y llevó su resentimiento al norte.58 Su natural hosquedad lo llevó a culpar a Bartolomé Mitre por la actitud crítica que los argentinos, como regla, habían adoptado contra él. Esta acusación, de hecho, tenía cierta base y ponía al presidente en una posición difícil. El Mitre político se podía dar el lujo de solazarse ante la censura pública de Tamandaré, pero el Mitre general tenía que conservar la dignidad de su quisquilloso aliado. En cualquier caso, el almirante había actuado irracionalmente. Nunca reconoció, por ejemplo, que muchos en las fuerzas terrestres brasileñas también lo responsabilizaban por los pobres resultados de la guerra hasta ese momento.59 Además, claramente se había retrasado demasiado. Había dado a los paraguayos una renovada esperanza y frustrado a muchísimos en el campo aliado, brasileños, orientales y argentinos por igual. Peor todavía, la desidia de Tamandaré puso en entredicho la cohesión básica de la Triple Alianza, de la que dependía todo el progreso futuro contra López.60

Pocas horas después de su llegada el 21 de febrero, Tamandaré recibió la invitación de Mitre a participar en un consejo de guerra. El general Flores, que había retornado del sur un día antes, también rogó al comandante naval brasileño que asistiera. Pero el almirante públicamente rechazó ambos pedidos e insistió en que don Bartolo primero le ofreciera una disculpa por la impúdica conducta de la prensa en Buenos Aires.

El presidente argentino se sintió fríamente furioso, pero no tenía manera conveniente de expresar su rabia. De hecho, acababa de recibir noticias de una crisis en su propio gabinete. Su vicepresidente, Marcos Paz, había anunciado su intención de renunciar debido a disputas de mando con el ministro de guerra, general Juan A. Gelly y Obes. Paz amenazó con hacer su renuncia pública si el general no era inmediatamente destituido. Pero Mitre necesitaba a ambos hombres tanto como necesitaba a Tamandaré, Osório y Flores. Por lo tanto, a pesar de su frustración y sombrío humor, tuvo que reunir todas sus habilidades diplomáticas una vez más.

El 25 de febrero, el consejo de guerra se reunió en Ensenaditas. Mitre abrió la reunión. Tenía un considerable talento para la persuasión y nunca hizo tan buen uso de él como en esta ocasión. Comenzó ofreciendo a Tamandaré autoridad total para organizar la invasión del Paraguay. El presidente argentino enfatizó, con un tono de veneración, que, dado el rol crucial que jugaría la armada en las futuras operaciones, su comandante se merecía el honor de establecer la agenda para la lucha que se avecinaba. Aunque siempre alerta a falsos elogios, Tamandaré aceptó la concesión. Ya había recibido satisfacción por los insultantes artículos en los periódicos y ahora se sentía sereno, incluso locuaz. Respondió a Mitre resumiendo las fortalezas de su escuadrón y la extraordinaria calidad de sus oficiales, especialmente Barroso. Ahora prometía aplastar las defensas enemigas desde Paso de la Patria hasta Humaitá. Levantando uno de sus brazos, el almirante aseguró a sus colegas que para e125 de mayo -día nacional de la Argentina - todos  estarían cenando en Asunción.

Era un alarde grandilocuente y, aun así, completamente creíble, si solamente la armada cumplía el papel que se le asignaba. Tamandaré sugirió un plan de asalto anfibio en Paso, tras el cual la armada transportaría la totalidad del ejército aliado a través del río para proceder a Humaitá. Esta noción coincidía con las previsiones estratégicas generales acordadas cuando se firmó el Tratado de la Triple Alianza nueve meses antes. Mitre se apuró a aprobar el plan, aunque, como Osório, levantó una ceja cuando el almirante aseveró que el cruce sería completado en un solo día. Quizás Mitre pensó que discutir los detalles específicos de la operación en ese momento implicaría conceder al almirante una medida de poder mayor de la que ya detentaba. Este era un riesgo real, ya que, como todos sabían, Tamandaré tendía a ver a sus aliados como meros idiotas útiles. O quizás el presidente argentino simplemente estaba cansado de las fricciones. Por ahora, tenía la palabra del almirante de suministrar la fuerza naval necesaria para barrer al enemigo del Paraná y posibilitar el cruce. Una vez en suelo paraguayo, poco importaba que les hubiera prometido demasiado a los brasileños. Las victorias en el campo de batalla serían suyas, como también los beneficios políticos.

En el lado aliado estaba comprobado que era casi imposible coordinar tácticas más allá de lineamientos muy generales. Con los paraguayos ocurría lo opuesto. Todos los historiadores de estos tristes eventos destacan la arrogancia del mariscal López al explicar los acontecimientos que sucedieron. Sin embargo, pese a toda su egomanía, el presidente paraguayo podía delegar autoridad cuando se trataba de asuntos logísticos y estaba bien servido por un plantel de oficiales en la preparación de la defensa nacional. Necesitaba toda la ayuda que pudiera reunir, ya que los resultados de sus esfuerzos de reclutamiento se habían desacelerado últimamente. Peor aún, muchos hombres habían contraído disentería y fiebre. Las muertes eran numerosas. Un desertor afirmó a interrogadores aliados que entre 16 y 20 hombres morían de sarampión y cólera cada día en Humaitá durante esas semanas, y la situación tendía a empeorar.61

El 23 de febrero, el mariscal respondió a estos problemas emitiendo un decreto que convocaba a cada ciudadano apto al servicio militar.62 Aunque su decreto no mencionaba a las mujeres, ellas también fueron efectivamente enroladas con la obligación de coser y tejer ropa, uniformes y frazadas, cultivar sus campos locales para alimentar al ejército y donar lo que quedaba de sus objetos valiosos a la causa. Todas estas actividades estaban cuidadosamente supervisadas por los jefes políticos en las distintas aldeas, hombres que se reportaban directamente al vicepresidente Francisco Sánchez y al ministro de guerra.63

En Paso de la Patria ya habían comenzado las preparaciones para repeler la invasión aliada. A pesar de los resultados supuestamente positivos del ataque a Itatí, López, prudentemente, decidió bajar la intensidad de las incursiones y circunscribirlas solo a ocasionales patrullajes de reconocimiento en la orilla sur del río. La llegada de Tamandaré a Corrientes sugería que los paraguayos ya no podrían contar con la quietud de la flota imperial. Al contrario, una vez que Mitre y Tamandaré resolvieran sus diferencias, sus fuerzas coordinadas asaltarían Paso de la Patria y la guerra pasaría a un estadio más furioso. Los soldados aliados sin duda estaban ansiosos por dejar atrás el campamento y continuar de una vez con lo que habían ido a hacer: la guerra.64

Los paraguayos tuvieron suficiente tiempo para prepararse, y aún así nunca repararon las grietas de su defensa sureña. Con los ocho cañones que Bruguez había dispuesto en la Isla de Redención, ahora trasladados a Paso de la Patria, solo dos de 12 libras protegían Itapirú. Las obras en este sitio para entonces ya deberían haber rivalizado con las de Humaitá, pero la verdad era que los trabajos apenas si habían comenzado en el fuerte. La estructura principal tenía su base en un montículo volcánico reforzado con mamposterías de ladrillo (aunque uno de sus lados se había derrumbado) . El mayor diámetro interno era de solo 25 metros, pero el fuerte se elevaba abiertamente al horizonte, lo que lo convertía en un blanco fácil para los cañones de la flotilla enemiga. Al montar sus elaborados asaltos en Corrales e Itatí, el mariscal había desviado su atención a cosas distintas de la de construir en Itapirú una fortaleza, si no insuperable, al menos poderosa. Estaba convencido de que todavía poseía un baluarte suficiente, y sus oficiales no se atrevían a desengañarlo.

La falta de apresto era ya evidente el 21 de marzo, cuando Tamandaré ordenó a tres de sus buques de guerra hacer un reconocimiento directamente enfrente del fuerte. Los paraguayos los recibieron con una indiferente y mal dirigida serie de cañonazos. Uno de los barcos encalló río arriba, pero se las arregló para salir del banco de arena algunas horas más tarde, antes de que el enemigo pudiera dispararle. Los brasileños continuaron con sus sondeos cerca de Itapirú, señalando así su intención de causar mayores daños.65

Aunque evitó nuevos asaltos, el mariscal tenía todavía uno o dos trucos. La toma del comando activo por parte del almirante sin duda demandaba que los paraguayos actuaran con mayor cautela, especialmente después del inicio de la fortificación de Itapirú. Aun así, el 22 de marzo, López envió su buque Gualeguay al canal abierto en el Alto Paraná justo enfrente de Paso. El vapor estiraba una chata con una tripulación dé tres o cuatro y un cañón de ocho pulgadas. Esta chata, que ya había estado en acción en el Riachuelo, sobresalía apenas del agua y fácilmente se confundía con la vegetación de la orilla. Un observador británico hizo una cuidadosa inspección de estas inusuales embarcaciones y dejó la siguiente descripción:

En construcción y forma recuerda a una barcaza de un canal inglés, excepto por una terminación más elegante, con un timón en cada extremidad [...] la parte superior de la cubierta sobresale apenas 18 pulgadas del agua. Siendo de fondo plano, deben tener un calado muy superficial. En el centro, la cubierta tiene una depresión de un pie de profundidad, dentro de un círculo, lo que permite la instalación de un mirador giratorio desde donde un cañón puede apuntar a cualquier punto del compás que el comandante desee. La longitud total es de 18 pies y no hay protección para la tripulación.66

Si bien el Gualeguay ofrecía un blanco tentador para los cañoneros brasileños en los barcos frente a Corrales, la embarcación extra era prácticamente invisible. Debido a que las chatas no tenían propulsión propia debían ser estiradas hasta situarse lo suficientemente cerca para disparar por sorpresa a los brasileños.

En esta ocasión, los paraguayos lograron dar varios golpes a los barcos enemigos antes de que los brasileños siquiera se dieran cuenta de dónde provenían las bombas. A la distancia, el Gualeguay giró sobre sí mismo, y lo propio hizo la pequeña chata adherida. Los buques abrieron fuego, pero fallaron. En medio del bombardeo, dos acorazados se lanzaron para cortar el cabo de arrastre de la chata. Cuando se acercaron, la tripulación paraguaya saltó al agua y nadó hacia la orilla norte. Los brasileños bajaron tres botes y los persiguieron hasta que una unidad de infantería paraguaya, escondida entre los juncos, apareció de repente disparando sus mosquetes. El alférez brasileño al mando de los botes, valientemente, trató de hacer avanzar a sus hombres, pero el mortal efecto de 600 mosquetes los hizo retroceder.67 Más tarde los paraguayos recuperaron su chata, aunque el cañón estaba inservible.

En el curso de la siguiente semana, el mariscal repitió estas osadas provocaciones en seis ocasiones diferentes, para el delirio de sus hombres y la consternación de la armada imperia1.68 El día 26, los brasileños acertaron un cañonazo directamente en una chata, haciendo volar la pólvora de reserva y mandando a la tripulación «rápida e instantáneamente al más allá».s9 La tarde siguiente, con el termómetro cerca de los 40 grados centígrados, los paraguayos igualaron el marcador cuando un tiro de suerte de otra chata entró por una tronera y destrozó el puente del acorazado Tamandaré. Las escotillas del buque estaban todas protegidas del fuego de los mosquetes con cortinas de cadenas, pero este fuerte cañonazo destrozó las defensas y esparció esquirlas de metal caliente y madera en todas las direcciones. El capitán resultó mortalmente herido y también murieron cuatro oficiales y dieciocho tripulantes. Este nuevo buque, bautizado en honor del almirante, era su orgullo particular, y la horrible muerte de sus oficiales lo golpeó en lo más profundo.70 A la mañana siguiente sus cañoneros respondieron con furia y dejaron la chata como una «pila de trozos de madera».71 Cuando López ordenó traer otra desde Humaitá la noche de130, los brasileños la capturaron intacta, aunque la tripulación escapó entre los bosques de los alrededores.72

Más allá de algunas periódicas e inconsecuentes incursiones del Gualeguay, allí terminó el duelo. En general, aunque la «batalla» de las chatas irritó considerablemente a los aliados, no consiguió perturbar sus preparativos para la invasión. Forzó a la flota aliada a tomar más precauciones en sus movimientos, pero el daño a los barcos brasileños fue relativamente insignificante y fácilmente reparable. Por su parte, Tamandaré había pasado varios días en el puente del buque de guerra Apa y desde esa posición por lo menos recabó un conocimiento de primera mano de sus enemigos paraguayos (aunque no obtuvo información que pudiera ayudar a sus aliados en tierra). Casi la única cosa que hizo el episodio de las chatas fue elevar la de por sí alta moral de los hombres del mariscal, quienes nunca pusieron reparos en ofrecerse de voluntarios para las más peligrosas de estas misiones. Su coraje era loable y ensalzaba la legendaria estatura de los soldados paraguayos. Pero no podía detener a los ejércitos aliados.

 

LA BATALLA EN LA ISLA DE REDENCIÓN

Todo revivió en Corrientes las semanas posteriores al encuentro de Tamandaré con Mitre, Osório y Flores. El ejército brasileño había operado dos factorías en el pueblo desde principios de año, una para la producción de municiones y otra para la reparación de armas. Estos establecimientos eran ahora capaces de sumarse a los de la principal fábrica de armas en Campinho, Rio de Janeiro. Distribuían cartuchos a cada uno de los soldados, que se mostraban ansiosos por entrar en acción. Lo mismo ocurría con los argentinos, quienes finalmente recibieron tanto amplias raciones como refuerzos.73 Incluso los uruguayos de Flores ahora se sentían listos para pelear, habiendo recibido garantías de su general de que la victoria era suya y que solo debían ir por ella. Cada unidad en el ejército aliado recibió órdenes de levantar campamento y marchar hacia el río para embarcarse a la costa paraguaya. Nadie, sin embargo, había todavía dado la fecha y el lugar para el comienzo de la invasión.

La mayoría de los buques de guerra brasileños estaban ahora totalmente desplegados en el Alto Paraná y, cuando no ocupados con las chatas o el Gualeguay, estaban constantemente hostigando a Itapirú. Habían acertado varias veces en la estructura principal, hecho volar sus ladrillos y, en ocasiones, echado su bandera, que era inmediatamente reemplazada.74 El bombardeo llenó el campo de balas de cañón a más de un kilómetro a la redonda. Hablando estrictamente, sin embargo, hicieron poco daño, ya que el mariscal había hecho retroceder a sus hombres más allá del alcance de los cañones enemigos. De noche, pequeñas patrullas de paraguayos volvían a Itapirú a recoger municiones reutilizables, que esperaban devolver a los brasileños a la primera oportunidad.

Tamandaré también intentó bombardear el principal campamento paraguayo en Paso de la Patria, pero aquí tuvo menos éxito. Los hombres del mariscal habían hundido dos canoas cargadas con piedras en el poco profundo canal del norte, arriba de la isla Carayá. Esto limitó efectivamente el paso de la flota, que debía conformarse con navegar por el más amplio canal sur, que quedaba muy distante para poder lanzar un fuego certero sobre las posiciones paraguayas.75

Además, aunque los paraguayos no habían logrado afianzar Itapirú, en Paso de la Patria las obras continuaron progresando bajo la dirección del entonces teniente coronel George Thompson, ingeniero británico contratado por el gobierno de López. Thompson preparó una trinchera de más de tres metros de ancho y dos metros de profundidad que seguía la cresta de un campo alto desde el que se divisaba el campamento, con la que rodeó los cuarteles centrales del mariscal. Esta trinchera tenía varios pequeños reductos para flanquear el fuego y para disparar a través del frente. Miles de hombres podían entrar confortablemente en sus refugios y treinta cañones de campo proporcionaban una buena dosis de seguridad. Los aliados no iban a poder avasallar esta posición tan fácilmente como lo hicieron con Itapirú.

Frente al fuerte, dentro de rango de rifle, estaba la pequeña y arenosa Isla de Redención, a veces llamada Banco de Purutué, de aproximadamente un kilómetro de extensión y cubierta con altas pasturas.76 Los cañoneros de Bruguez, que defendieron este banco de arena tan asiduamente en el tiempo de Corrales, se habían ahora re posicionado en la parte continental, cerca de Paso. Los aliados se enteraron de su ausencia y decidieron hacer algo al respecto. Entrada la noche del 5 de abril, tropas brasileñas bajo las órdenes_ del teniente coronel Joáo Carlos de Vilagran Cabrita desembarcaron y convirtieron el islote en la primera porción de territorio paraguayo en caer en manos enemigas. Cabrita se puso inmediatamente a trabajar. A pesar de una sofocante humedad que no se aplacaba con la caída del sol, sus hombres trabajaron duro cavando trincheras y fosas para instalar baterías. Los brasileños pronto tuvieron 2.000 hombres desplegados en Redención, guarecidos por cuatro Lahitte de 12 libras y cuatro morteros pesados.

Durante el día, los hombres permanecían abajo en sus trincheras, cavándolas aún más profundo, aunque al mismo tiempo disparando regularmente a los paraguayos. Cuando la azul neblina de la noche reemplazaba la tenue luz diurna, salían de sus guaridas y hacían llover fuego de cañón y rifle sobre Itapirú, apenas descansando para tomar agua.77 Sus oponentes no se quedaban atrás y también cambiaban disparo por disparo. «Esta clase de guerra inútil se prolongó por varios días».78

Quizás Mitre y Osório pensaron que ganar esta cabecera de playa en este islote facilitaría el paso de los ejércitos aliados. O quizás fue por diversión, ya que argentinos, brasileños y uruguayos todavía no habían decidido una ruta y un cronograma precisos para la invasión. En cualquier caso, con la isla en manos de Cabrita, los paraguayos ya no podían monopolizar el control del canal del río encima de la isla Carayá.

El coronel brasileño era un austero oficial de ingenieros que entendía tanto las ventajas como los peligros de su posición. Conocía bien a sus enemigos, habiendo servido como instructor de artillería en Asunción a mediados de los 1850. Ahora, asistido por el constante bombardeo de la flota a Itapirú, Cabrita tenía a sus hombres cavando dos largas líneas de trincheras, llenando bolsas con arena y construyendo gaviones, cuidando de dejar un camino en un ángulo oblicuo en la parte posterior para el caso de una apresurada retirada.79

La noche del 10 de abril de 1866 estaba apenas iluminada por un cuarto de luna cuando 800 paraguayos cruzaron el río en 50 canoas. El teniente coronel Díaz, quien dirigía el ataque desde Itapirú, esperaba que la oscuridad jugara en su favor, pero francamente dudaba de que sus hombres pudieran llegar a tierra sin sufrir grandes bajas. Madame Lynch y el hijo mayor del mariscal habían despedido a los soldados con efusivos elogios y promesas de promociones y recompensas. Aunque los centinelas brasileños habían recibido advertencias de un potencial ataque, reaccionaron con sorpresa cuando el enemigo se acercó a la costa. Un soñoliento soldado levantó su rifle para desafiar al primero de los intrusos y recibió un grito burlón como contraseña: « ¡Somos paraguayos y venimos a matarte, kamba! »80

Los hombres del mariscal cargaron inmediatamente sobre el frente brasileño y dieron de baja a un buen número de hombres antes de que los defensores se dieran cuenta de lo que había pasado. Pero Cabrita se repuso rápidamente. Sus hombres dispararon ronda tras ronda de metralla contra los paraguayos que avanzaban, alcanzando a muchos de ellos, incluyendo a unos 200 jinetes sin monturas de una reserva de 400 enviados por Díaz para unirse a sus compatriotas. Si los paraguayos hubieran presionado más fuertemente sobre el centro enemigo, y usado sus pocos cañones más efectivamente, podrían haber tomado la primera línea de trincheras. Pese a su talento en el despliegue de artillería, Cabrita, probablemente, no habría conservado el control de Redención.

Pero la confusión reinó entre los atacantes paraguayos, lo cual está lejos de ser sorprendente. Después de todo, más de 3.000 hombres estaban disputando una porción de terreno de solo unas 30 hectáreas en completa oscuridad. El coronel Thompson y El Semanario afirmaron que los hombres de Díaz, «muchos de ellos armados solo con sables», habían tomado una parte de las trincheras en varias ocasiones, pero siempre terminaron rechazados.sl Los brasileños negaron que esto ocurriera, así como negaron que los paraguayos hubieran capturado varios de sus cañones.82 En cualquier caso, Cabrita se las arregló para mantener un fuego sostenido sobre el enemigo, lo que probó ser el factor decisivo para frustrar el asalto.

Para el amanecer, los brasileños estaban críticamente escasos de municiones, y, aunque el ataque había perdido ímpetu, los paraguayos todavía persistían. Cuando tres de los buques de Tamandaré se movieron para proporcionar fuego de apoyo, Cabrita ordenó a sus fatigadas tropas calar bayonetas y contraatacar. Los «mercenarios indios de López» no habían previsto esto y los soldados del mariscal chocaron unos con otros para escapar. Su retirada se convirtió en una desbandada.

Los derrotados hombres de Díaz lucharon por ponerse a salvo en sus canoas, pero allí, una vez más, quedaron bajo una lluvia de fuego de los buques Greenhalg, Chuí y Henrique Martins, que habían avanzado para dar el golpe de gracia. Los paraguayos remaron desesperadamente o nadaron detrás de las canoas en dirección de Itapirú. Muchos volaron por los aires. Aquellos pocos que lograron alcanzar la costa pudieron  escuchar a lo lejos las trompetas de la banda militar de Cabrita tocando el himno nacional brasileño en la isla Redención. Fue el insulto final. Los aliados intercambiaron descargas el resto del día, pero nadie dudaba de que Cabrita había obtenido una estupenda victoria. Las bajas paraguayas sumaron más de 900 entre muertos y heridos, y cientos de pistolas, sables y mosquetes quedaron abandonados en la isla.83 Los hombres de Cabrita incluso capturaron treinta canoas.84López no obtuvo ventaja alguna con esta incursión. No podía reemplazar fácilmente las pérdidas y, con Redención en manos brasileñas, Itapirú claramente no tenía futuro como posición defensiva paraguaya. Probablemente sería el próximo en caer. El mariscal tenía ahora que reconsiderar toda su estrategia.

Del lado brasileño, el teniente coronel Cabrita había vencido en el enfrentamiento y merecía todo el crédito por ello. En su victoria resaltaban una dependencia sobre los hechos empíricos y la precisión, tal como habían insistido los ingenieros militares en Praia Vermelha desde el establecimiento de la academia. Puesto de manera simple, en la guerra no hay sustituto para el buen entrenamiento y la preparación. Con el correr de los años, el mismo principio serviría como un exaltado precepto sagrado para los ingenieros. En este caso, la rápida construcción por parte de Cabrita de profundas y bien estructuradas trincheras, la precisión de su artillería y su temple bajo el fuego hicieron posible a sus hombres reaccionar bien incluso estando completamente agotados cuando comenzó la batalla. Probablemente perdió unos 200 hombres, tal vez más. Pero los brasileños sí los podían reponer.85

Las capitales aliadas celebraron hasta bien entrada la noche cuando llegaron las noticias del logro de Cabrita en Redención.86 En Rio, en particular, la victoria trajo una doble satisfacción, ya que había sido el trabajo de uno de los suyos. Un eufórico Pedro II comenzó a bosquejar una jubilosa proclamación que incluía menciones para el coronel y sus hombres. Luego llegó una segunda noticia desde Corrientes que empañó el ambiente festivo: Cabrita estaba muerto. Seis horas después de que el último paraguayo hubiera dejado la isla, el coronel se embarcó en una balsa remolcada por la pequeña cañonera Fidelis. Mientras hacía su viaje por el río, comenzó a escribir un resumen de la acción que acababa de concluir. Antes de que pudiera firmar el informe, un proyectil de 68 libras disparado desde Itapirú los hizo volar a él y a otros dos oficiales antes de impactar en el Fidelis, que más tarde se hundió. El comandante de la batería paraguaya que había realizado el ataque no era otro que José María Bruguez, uno de los mejores pupilos de Cabrita en el curso de artillería que había conducido doce años antes en Asunción.87

 

EL CRUCE DEL PARANÁ

La irónica muerte del coronel significaba un pequeño consuelo para el mariscal. Los brasileños controlaban ahora Redención y casi con seguridad avanzarían a Itapirú. Allí el mariscal tenía sus trincheras y cañones listos, junto con 4.000 de sus mejores soldados. En las semanas previas, habían también construido una serie de puentes de madera conectando lo que quedaba del fuerte con los cuarteles generales del mariscal en Paso de la Patria. La diferencia, sin embargo, era que alguna vez los paraguayos habían alimentado la ilusión de que tenían una defensa impenetrable; ahora no podían negar que no estaban preparados y que la invasión era inminente.

¿Pero por dónde? López pensaba que Itapirú era el blanco más probable. Pero los comandantes aliados todavía tenían que decidirse sobre un sitio de desembarco para el ejército invasor. En una extensiva carta a Marcos Paz el 30 de marzo, Mitre ya había puntualizado los peligros militares (como también políticos) que enfrentaba una fuerza de invasión. Rechazaba un paso por Itatí, el Paso Lenguas o encima de la Isla Carayá; las tres opciones presentaban un terreno demasiado pantanoso para el movimiento seguro de grandes unidades. Quedaba Itapirú, que, aunque prometía un paso rápido, también suponía un desembarco sangriento. Mitre estaba dispuesto a cargar con la responsabilidad de la pérdida de vidas y equipos, ya que la alternativa era entregarle al mariscal una victoria por omisión. Aun así, el presidente argentino se preguntaba si podría confiar en Tamandaré en una acción conjunta contra Itapirú o cualquier otro punto en la orilla paraguaya.88

Mitre reiteró la necesidad de atacar Itapirú en otra carta a Paz, escrita dos semanas más tarde. Con Redención ahora en manos brasileñas, más que nunca los aliados deberían presionar sobre el fuerte. Anunció su intención de desembarcar a 15.000 argentinos la mañana del 16 de abril y, si todo iba bien, 32.000 soldados avanzarían hacia Paso de la Patria antes del anochecer.89

Al mismo tiempo que Mitre escribía su carta a Paz, sin embargo, Tamandaré sugería un plan de acción alternativo. En vez de un asalto directo a Itapirú, preguntó, ¿por qué no desembarcar el ejército en las orillas del río Paraguay, a dos o tres kilómetros de su confluencia con el Paraná? Aunque esto implicaba un paso más largo, el punto de desembarco estaba esencialmente indefenso y podría albergar a miles de soldados antes de que el mariscal tuviera tiempo de reaccionar. Mitre, quien se sentía sorprendido por el obvio buen sentido de la propuesta brasileña, aceptó inmediatamente, y Osório envió una pequeña fuerza para reconocer el área.90 Dos días después la siguió el ejército aliado.

Considerando la fricción que por meses había caracterizado las relaciones entre los líderes aliados y las muchas disputas acerca de la conducción de la guerra, la decisión de invadir fue hecha muy rápidamente y su ejecución fue dejada mayormente a comandantes de campo. Mitre permitió que el desembarco se pudiera constituir en un objetivo primario o secundario, dependiendo de las condiciones que encontrara Osório.

A las 11 de la noche del 15 de abril, unos 10.000 brasileños se abarrotaron en barcos de transporte, canoas y toda clase de embarcaciones fluviales en el puerto de Corrientes. Los ingenieros habían estado construyendo allí muelles temporarios y reparando barcos hasta último momento. Oficiales de intendencia distribuyeron raciones extra de charque y galleta a los hombres. Y detrás de las unidades brasileñas, los 5.000 uruguayos bajo comando de Flores se aprestaban a abordar los barcos apenas retornaran. Ellos constituirían una segunda ola, con 10.000 argentinos bajo el general Paunero preparando la tercera.

Al mariscal, todavía acampado en Paso de la Patria, ni se le ocurrió que el desembarco tendría lugar en el río Paraguay. Todavía pensaba que la pelea tendría lugar en Itapirú y había posicionado 4.000 de sus soldados con la mayoría de sus cañones más pesados en el estrecho de más de un kilómetro entre el fuerte y Paso. Osório realizó su maniobra la mañana del 16. El escuadrón brasileño hizo una finta hacia Itapirú y los cañoneros de Tamandaré abrieron fuego a discreción sobre esa posición. Mientras los hombres de López se protegían en sus trincheras, los transportes aliados repentinamente cambiaron su curso, navegando de regreso a la confluencia de los ríos y remontando el Paraguay. En lo que debe haber sido el momento más anodino de la campaña, Osório y todos sus hombres desembarcaron en territorio paraguayo sin disparar un solo tiro.91

Había una enigmática característica en la personalidad del general brasileño que lo había acompañado desde su niñez en Rio Grande do Sul. En algunas ocasiones, era una persona meditabunda, casi indiferente al mundo que lo rodeaba. En otras, su impulsividad se hacía tan dramática que infectaba a todos a su alrededor, lanzando oficiales en direcciones que nadie deseaba, de la manera más temeraria. En esta oportunidad, habiendo ordenado atrincherarse a su fuerza de desembarco, él mismo se adentró en los pantanos al galope al frente de una patrulla de solo doce hombres.

Dado que los aliados carecían de la más mínima información acerca de la topografía más allá del río, tenía sentido obtener alguna inteligencia. Pero por qué debería el comandante general ocuparse de tal tarea y en semejante momento? Su explicación posterior de que aquel era un ejército de hombres poco entrenados que necesitaban ser liderados por el ejemplo no logra convencernos hoy, como tampoco convenció al ministro de guerra imperial ni a Tamandaré ni a Mitre ni al propio emperador.92 El peligro que enfrentó Osório, después de todo, era más que simbólico. Después de un par de kilómetros, fue divisado por una fuerza de unos 40 piqueteros paraguayos, que comenzaron a disparar. Los brasileños se parapetaron en un bosquecito y respondieron el fuego, con Osório, revólver en mano, dirigiéndolos como el conductor de una banda militar. Por un momento los doce estuvieron completamente rodeados, pero al final varias unidades de voluntarios consiguieron abrirse camino y entrar en la refriega.93 Para entonces, sin embargo, los paraguayos habían recibido más de 2.000 hombres y dos cañones de refuerzo. La batalla ya no parecía una simple escaramuza.

Osório ordenó una carga a bayoneta que hizo retroceder a los paraguayos hacia el monte, aunque no dejaron de disparar en su dirección. Para finales de la tarde, más unidades brasileñas se agregaron desde el río y, bajo un fuerte chaparrón, los paraguayos detuvieron el enfrentamiento.94 Tuvieron 400 muertos y 100 heridos, mientras que los brasileños contaron 62 muertos y 290 heridos.95 En cuanto al ileso general, retornó a su fuerza principal para supervisar el desembarco de tropas argentinas y la descarga de cañones y equipos. Los hombres que habían escuchado de su valentía bajo el fuego se le acercaban a felicitarlo, pero él se los sacaba de encima, como sorprendido de que su conducta pudiera generar algún comentario favorable.

Cuando las noticias del desembarco de Osório llegaron a Rio de Janeiro, la ciudad fue pura excitación. Después de tanta espera, allí estaba la prueba de que los aliados podían moverse expeditivamente; pudieron obtener una cabecera de playa en el país del mariscal y, de manera impresionante, tal como se había jactado Tamandaré, la armada consiguió transportar con éxito a 15.000 soldados a través del río en un solo día. El general Osório fue el héroe del día, sujeto de adornada poesía publicada en la prensa carioca y paulista. Poco después, el emperador lo nombró barón de Herval.

El general, sin embargo, no se podía dar el lujo de saborear su triunfo todavía. La lluvia impidió un concentrado ataque paraguayo, pero las últimas unidades enemigas que llegaron cuando se juntaron las nubes de la tormenta indudablemente provenían de Itapirú. Con pobre conocimiento de los números que enfrentaba y sin conocimiento alguno del terreno, Osório no se podía sentir a gusto. Tenía que llevar a todos sus hombres a tierra firme y seca lo más rápido posible.

El inesperado desembarco de los aliados generó seria confusión en los campamentos paraguayos. Los hombres habían estado aguardando algún tipo de ataque y pasado varias noches casi sin dormir esperando que ocurriera. El mariscal, por su parte, tenía que defender un frente extraordinariamente largo. La invasión aliada podría haberse producido por Itatí, el Paso Lenguas, la isla de Apipé, incluso (con las tropas de Pórto Alegre) por Encarnación y, más particularmente, por Itapirú, que para López seguía siendo la ruta lógica. No podía defender toda la orilla del río Paraná, ya que esto habría extendido demasiado a sus tropas. Eligió, por lo tanto, defender la línea entre Itapirú y Paso de la Patria. Esta era una decisión razonable, pero resultó incorrecta. Ahora sus soldados tenían que recomponerse en el subsecuente caos.

Solo quedaba una solución para los paraguayos: pese a la lluvia, tenían que atacar a Osório de inmediato con todas las fuerzas disponibles y esperar que la gran ventaja que suponían los buques de guerra de Tamandaré se pudiera neutralizar por la baja visibilidad. López tenía hombres suficientes para realizar la tarea. Cualquier retraso, sin embargo, incluso de pocas horas, podría resultar desastroso. Como remarcó el coronel Palleja, esa «noche probaría la suerte de López; si no atacaba y repelía a las tropas de desembarco, para el mediodía del día siguiente tendría que enfrentar a 20.000 hombres y ahí ya podría ser demasiado tarde».96

Del lado brasileño, Osório se preparaba para una victoria mucho mayor. Si atacaba a las tropas del mariscal mientras todavía estuvieran desorientadas, podría tomar tanto Itapirú como Paso de Patria y, más importante todavía, cortar la ruta de escape a Humaitá. Por una vez, el terreno pantanoso jugaría en su favor. Todo dependía de su rapidez.

La mañana del 17, López y sus colaboradores se movilizaron hasta la mitad del camino entre Paso e Itapirú, apenas 2.000 metros. Esto fue suficiente, sin embargo, para que el mariscal juzgara insostenible la posición paraguaya en el fuerte. Ordenó a su artillería retirarse de Itapirú, con la excepción de dos cañones de 8 pulgadas que eran demasiado pesados como para trasladarlos sin una hilera de bueyes. A estos los enterraron con la vana esperanza de recobrarlos más tarde.97 López ordenó también a los paraguayos remanentes retirarse del fuerte y dirigirse directamente a Paso y a la seguridad de sus trincheras. El ejército no hizo intentos de pivotear y atacar a Osório, que avanzaba por el oeste.

Al elegir no contraatacar a la fuerza de Osório, abandonar Itapirú y concentrarse en defender Paso, el mariscal perdió su última oportunidad de expeler a los aliados del suelo paraguayo. Luego de desperdiciar sus fuerzas en el asalto a Redención, ahora evitaba el contacto con el enemigo cuando un movimiento rápido y agresivo podía haber hecho la diferencia. Mientras tanto, don Bartolo, quien nunca permanecía por mucho tiempo lejos de la escena de la acción, desembarcó con una fuerza de infantería argentina en Itapirú.98 Sus oficiales habían solicitado vestir sus uniformes de gala, pero el presidente y el general Paunero se lo prohibieron, recordándoles a los francotiradores rusos que habían bajado sin piedad a condecorados oficiales británicos de guardia durante la guerra de Crimea. Sombreros de paja y uniformes simples serían los apropiados hasta que los bosques fueran despejados de paraguayos.99 Por ahora, su prioridad era encontrarse con sus aliados brasileños, quienes ya habían llegado para inspeccionar el fuerte. Alguna vez había parecido tan imponente, tan intocable. Ahora parecía una saliente rocosa llena de escombros. Un lugar para erigir una bandera que no daba para mucho más.

Mitre se juntó con Flores y Osório para hacer un reconocimiento el 18. Pequeñas unidades dispararon a los tres comandantes, pero retornaron ilesos a sus respectivos campamentos sobre el Paraguay y el Paraná. Si previamente carecían de los más básicos detalles del terreno en esta parte de los dominios del mariscal, ahora habían adquirido ya una idea de su sobrecogedora naturaleza. Desde el punto de confluencia de los dos grandes ríos hasta Curupayty, al norte, y Paso de la Patria al noreste, las riberas estaban entrecruzadas por profundas lagunas de agua y barro que se extendían hacia el interior. En cualquiera de los lados de estos obstáculos crecían espinosos arbustos, tupidas enredaderas y pasto tan alto y espeso que parecía imposible de despejar. Cuando los cauces de los ríos estuvieran bajos, podrían abrir senderos a lo largo del barro seco entre laguna y laguna. Pero cuando estaban altos, todo quedaba bajo una alfombra de agua demasiado superficial para el paso de canoas, pero demasiado profunda para el paso de cañones. Solo hombres a caballo podían pasar a través de los carrizales, y aun ellos con gran dificultad.

El único camino permanente a través de este laberinto unía Itapirú y Paso de la Patria, pero incluso allí dos lagunas impedían un paso seco. López había construido una serie de puentes de madera para atravesar los estrechos más profundos, pero todos ellos habían sido destruidos a medida que sus hombres se retiraban. Esto obligaba a los aliados a realizar su aproximación a Paso directamente por el río. Brasileños y argentinos tenían 54 grandes vapores en Itapirú, junto con 14 más pequeños y 48 veleros, todos bien armados. Nunca antes el Paraná había sido testigo de semejante despliegue naval 100 Tamandaré y sus comandantes tenían razones para suponer que su poder de fuego en sí mismo desalojaría a los paraguayos de Paso.

La misión no era fácil. Las trincheras en el campamento principal eran profundas y bien construidas, lo que implicaba que, a no ser que se utilizara infantería y caballería, los soldados paraguayos podían resistir cualquier bombardeo; solo era cuestión de permanecer bien protegidos detrás de sus parapetos.

Ni Osório ni Mitre ni Flores habían coordinado sus fuerzas para sacar ventaja del bombardeo naval. Aunque los desembarcos en Itapirú y el río Paraguay habían sido exitosos, los hombres tenían pocas provisiones. Si no hubiera sido por el personal del general Gelly y Obes, habrían estado totalmente sin raciones. l01 El transporte de sus caballos, artillería, alimentos y otros enseres tomaría una quincena para completarse.l02 Para entonces, la oportunidad habría pasado frente a sus narices.

Tamandaré mantuvo el fuego pese a todo. La noche del 19 de abril llevó su escuadrón directamente frente a Paso y se preparó para bombardear la posición. Si el almirante hubiera atacado de inmediato, los paraguayos habrían sufrido serias bajas, y por una razón inquietante: el mariscal había desaparecido del campamento sin dejar órdenes y nadie podía encontrarlo.l03

Las cerca de 1.000 mujeres que seguían al ejército en el campamento en Paso de la Patria huyeron en desbandada, convencidas de que el mariscal las había abandonado a su suerte. El general Francisco Resquín había hecho un buen trabajo en Corrientes un año antes, pero ahora carecía de instrucciones. Con la situación empeorando minuto a minuto, se hizo cargo y ordenó a la guarnición salir de las trincheras y remontar el camino detrás de las mujeres hacia el norte. Solo dejó a Bruguez para cubrir la retirada.

Todo esto ocurrió de noche, y cuando los primeros rayos del sol asomaron por el carrizal al día siguiente, Tamandaré abrió fuego. Fue el mayor bombardeo de la guerra hasta ese momento y duró todo el día. En ausencia de comando efectivo, las tropas remanentes en Paso de la Patria se sintieron libres de escabullirse en pequeños grupos. Antes, sin embargo, ellos y los civiles que quedaban se hicieron con el vino y las provisiones del mariscal y vaciaron la caja fuerte del gobierno, que contenía una gran cantidad de papel moneda. Increíblemente, solo cinco o seis hombres murieron o resultaron heridos, aunque muchos estuvieron a punto. El operador del telégrafo, por ejemplo, se salvó de milagro cuando una bomba de 681ibras cayó en su estación. Quedó rociado con la tinta de un recipiente abierto que voló por los aires, pero ni él ni sus instrumentos sufrieron daños y ambos pronto se relocalizaron al norte de Estero Bellaco, donde los paraguayos esperaban reagruparse.

En eso, reapareció el mariscal López. Se había trasladado a un punto alto a unos cinco kilómetros de distancia para observar el bombardeo aliado y, quizás, preparar una nueva línea defensiva. Había dejado a sus oficiales, al obispo e incluso a Madame Lynch y a sus hijos defenderse por sí mismos. A diferencia de Osório, López no tenía un gran sentido de heroísmo personal. De hecho, como puntualizó sarcásticamente el coronel Thompson, el mariscal «poseía un tipo peculiar de coraje: cuando estaba fuera del alcance de los tiros, incluso si estaba completamente rodeado por el enemigo, se mostraba siempre con alto espíritu, pero no podía soportar el silbido de una bala».104 La apariencia de cobardía de un soldado común puede tener serias consecuencias para su unidad; cuando proviene de un comandante general, incluso una señal de trepidación puede llevar al colapso total. Pero nada de esto ocurrió. Fuera por temor, por patriotismo o por un profundo sentimiento de lealtad al régimen, los paraguayos se habían mantenido firmes junto al mariscal y no tenían intención de hacer lo contrario.

Paso de la Patria, desde luego, estaba condenado. Los hombres de Osório habían construido baterías terrestres para convertir el lugar en escombros, mientras Tamandaré y Mitre mantenían un activo fuego de metralla. El 21 y 22, el mariscal se reunió con algunos de los últimos soldados en los alrededores de Paso. Sus exploradores y oficiales habían determinado que el norteño Estero Bellaco, «una enorme ciénaga cortada en dos mitades por una isla de pasturas», era la mejor opción para una nueva línea defensiva. Gozaba de comunicación directa con Humaitá y los aliados no podían cruzar fácilmente los anegados terrenos contiguos. Satisfecho, López atrincheró sus fuerzas en un punto seco llamado Rojas. Envió instrucciones de evacuar el puñado de hombres que permanecía en Paso de la Patria y simultáneamente ordenó el hundimiento del Gualeguay, que estaba siendo acosado por el escuadrón enemigo. El barco, que había servido bien a los paraguayos, se fue a pique rápidamente cuando le retiraron las válvulas de la bomba.105

Las últimas fuerzas de López en Paso de la Patria abandonaron el fuerte temprano la mañana del 23 de abril. Incendiaron lo que quedaba de los edificios y se dirigieron al norte a través de los pantanos. Solamente la pequeña capilla y, extrañamente, la cabaña de López escaparon de la destrucción. Antes de irse, los soldados esparcieron entre las ruinas copias de la orden del día del mariscal, en la que mandaba a sus hombres respetar los derechos de los prisioneros. Evidentemente, López todavía pensaba que podía alentar al enemigo a desertar.

Los aliados esperaban un largo sitio. Osório y Mitre habían ubicado sus ejércitos en una posición de tenaza y cortado por tres lados la salida de Paso de la Patria. Los ingenieros construyeron pontones y baterías con 40 cañones para bombardear a los paraguayos por tierra y agua. Ahora los soldados aliados entraban a Paso sin resistencia. Hicieron sonar las campanas de la capilla durante todo el día en celebración y rezaron, como hacen todos los soldados en tales situaciones, por el pronto fin de la guerra.

 

Los paraguayos cometieron dos errores fundamentales los últimos días de esta campaña. Habiendo sido comprensiblemente sorprendidos por el desembarco de Osório en el río Paraguay (lo que se hizo sin el beneficio de la protección naval), desecharon la oportunidad de repeler esta fuerza antes de que estuviera plenamente consolidada. Luego aumentaron este error con la huida precipitada y descontrolada de Paso de la Patria. Las trincheras allí estaban entre las mejores de todo el teatro de operaciones, y el coronel Thompson, que las había construido, no era el único en pensar que eran impenetrables:

Si en vez de enviar a sus hombres a pelear a la orilla del río, expuestos al fuego de la flota, donde perdió casi la totalidad del regimiento 20 de caballería y el séptimo de infantería, sin posibilidades de provocar daño material alguno a los aliados, López hubiera defendido las trincheras de Paso de la Patria, habría detenido quizás a ocho o diez mil aliados, prácticamente sin pérdidas de su lado, y probablemente nunca hubiesen sido capaces de tomar las trincheras 106

Tal vez Thompson, Palleja y otros tenían cierta razón al criticar la retirada del mariscal. Aun así, los atrincheramientos en Paso de la Patria invitaban a ser flanqueados por varios puntos y estaban dentro del rango de un permanente bombardeo de la flota enemiga. Podrían no haber sido tan seguros como pensaban los expertos. Al final, el mariscal López merece censura no tanto por abandonar una posición establecida a favor de una nueva línea defensiva como por hacerlo de una manera tan torpe e indisciplinada que por poco le cuesta una completa derrota.

Lo cierto es que la caída de Paso de la Patria proporcionó a los aliados una puerta abierta. Los 12.000 hombres de Pórto Alegre pronto arribaron al lugar tras descartar el paso en Encarnación, Apipé o Santa Teresa. Al concentrar estas unidades con las brasileñas, argentinas y orientales ya presentes en Paso, Mitre y sus comandantes podían ahora desafiar los restos del ejército del mariscal con una fuerza imparable.

 

 

 

PIE DE PÁGINA DE LA GUERRA DE LA TRIPLE ALIANZA – VOLUMEN 2

 

1 Ver, por ejemplo, Juan M. Serrano a Martín de Gainza, Ensenaditas, 7 de enero de 1866, en Museo Histórico Nacional (Buenos Aires), legajo 10613.

2 Evangelista de Castro Dionísio Cerqueira, Reminiscéncias da Campanha do Paraguai, 1864-70 (Rio de Janeiro, 1948), p.121.

3 Charles Ames Washburn a William H. Seward, Corrientes, l de febrero de 1866, en WNL. Otras fuentes ubican el número total de tropas brasileñas entre 30.000 y 35.000.

4 Las tropas brasileñas recibieron unos 100.000 soberanos de salario para mediados de enero y por lo tanto tenían suficiente efectivo para gastar en bagatelas. Ver The Standard (Buenos Aires), 10 de enero de 1866. Aun así, había ladrones entre los hombres, que sustraían más que una ocasional cabeza de ganado; en una oportunidad, al Hotel Dos Aliados le robaron varios cientos de pesos, Y numerosas casas de correntinos fueron asaltadas al principio de la ocupación aliada. Ver Jefe de Policía Juan J. Blanco a Ministro Provincial Fernando Arias, Corrientes, 26 de enero de 1866, en AGPC-CO 213, folio 39 (concerniente al arresto de una pandilla de rateros argentinos y brasileños)

5 Diário do Rio de Janeiro, 21 de março de 1866.

6 Comentarios de John Le Long, The Standard (Buenos Aires), 10 de enero de 1866.

7«Sindbad», de The Standard (en la edición del 8 de marzo de 1866), observó que «las peleas callejeras que invariablemente terminan en sangre no son notadas ni por la policía ni por los periódicos, hasta tal punto se convirtieron en moneda corriente. Los homicidios y otros crímenes perpetrados justificarían segundas ediciones y dobles páginas en los diarios, y ni la más mínima mención se hace de ellos ¡en nombre del progreso y la marcha del intelecto!» Un mes más tarde las cosas no habían mejorado, a juzgar por las palabras de un observador anónimo que registró que «el más abierto robo ocurre en Corrientes [con] soldados brasileños ofreciendo a los oficiales espadas por un [peso] boliviano, revólveres por dos o tres dólares e incluso sus propios uniformes. No hay tropas argentinas en Corrientes, pero cada noche se cometen crímenes». The Standard (Buenos Aires), 12 de abril de 1866. Más de un año después, el mismo «Sindbad» reportó desde Corrientes sobre la prevalencia de las riñas callejeras, dos de las cuales habían ocurrido la noche de19 de noviembre de 1867 («En ambos casos había mujeres de por medio»). Ver «The War in the North», The Standard (Buenos Aires), 16 de noviembre de 1867.

8 Francisco M. Paz a Marcos Paz, Corrientes, 24 de enero de 1866, en Archivo del Coronel Doctor Marcos Paz (La Plata, 1964), 5: 37; media docena de recalcitrantes oponentes de la Guerra fueron silenciados en los calabozos de Corrientes acusados de «incivismo». The Standard (Buenos Aires), 17 de enero de 1866.

9 The Standard (Buenos Aires), 17 de enero de 1866.

10 El censo de 1869 revela que había 415 individuos dedicados al comercio en el puerto, de los cuales 181 eran extranjeros, incluyendo tres suizos, un austriaco y un mexicano (!) Ver AGN (BA) Censo 1869, legajos 210-212. A juzgar por las notas en los periódicos correntinos, estos mercaderes ofrecían toda clase de mercaderías a los soldados aliados, incluso espadas importadas y uniformes. Ver anuncios comerciales en El Nacionalista (Corrientes), 7 de febrero de 1866, y El Eco de Corrientes (Corrientes), 31 de diciembre de 1867.

11 Esta cifra incluye a los 158 hombres de la Legión Paraguaya anti López, pero no las unidades entrerrianas de artillería, que llegaron en febrero y marzo. Ver Juan Beverina, La guerra del Paraguay (Buenos Aires, 1921), 3: 646-48 (anexo 52). Una reorganización de la Guardia Nacional argentina en el mismo final de enero de 1866 registró 21 batallones de infantería, 4 regimientos de caballería (y algunos irregulares correntinos) y dos unidades de artillería. Ver Miguel Ángel de Marco, «La guardia nacional argentina en la guerra del Paraguay», Investigaciones y Ensayos, 3 (1967), PP~ 227-8.

12 The Standard (Buenos Aires) reportó con más optimismo que hechos que las «rudas levas de Mitre, que nunca habían disparado un mosquete previamente, arribaron al Paraná como un ejército de soldados bien entrenados» (ver edición del 6 de febrero de 1866).

13 Bartolomé Mitre a Marcos Paz, Paso de Patria, 21 de enero de 1866, en Archivo del Coronel Doctor Marcos Paz (La Plata, 1996), 7: 132-4.

14 Chris Leuchars, To the Bitter End. Paraguay and the War of the Triple Alliance (Westport, Connecticut, 2002), p. 91.

15 Jorge Luis Borges capturó exactamente este estado de cosas en su poema «Los gauchos» (1969), que celebra la carrera del soldado-poeta Hilarlo Ascasubi: «No murieron por esa cosa abstracta, la patria, sino por un patrón casual, una ira o por la invitación de un peligro./Su ceniza está perdida en remotas regiones del continente, en repúblicas de cuya historia nada supieron, en campos de batalla, hoy famosos./ Hilarlo Ascasubi los vio cantando y combatiendo./Vivieron su destino como en un sueño, sin saber quiénes eran o qué eran./Tal vez lo mismo nos ocurre a nosotros.» Ver Borges, Obras Completas, 1923-1972 (Buenos Aires, 1974), p. 1001.

16 The Standard (Buenos Aires), 10 de enero de 1866; la historia militar de Corrientes, que reflejaba la cultura tradicional del gaucho de las pampas más que la vida campesina del Paraguay, ha sido objeto de considerable atención. Ver, por ejemplo, Hernán Gómez, Historia de la Provincia de Corrientes. Desde la Revolución de Mayo hasta el tratado del Cuadrilátero (Corrientes, 1929), pássim, y Pablo Buchbinder, «Estado, caudillismo y organización miliciana en la provincia de Corrientes en el siglo XIX: el caso de Nicanor Cáceres», Revista de Historia de América 136 (2005), pp. 37-64.

17 Un informe de fines de enero sostenía que los «campamentos de Corrientes están llenos de desertores, peones que antes eran escasos y ahora son superabundantes, pero algunos piquetes de caballería [sic] están rastrillando el país en busca de desertores; justo en el momento en que este vapor partía, un oficial y diez soldados eran traídos, engrillados y atados». The Standard (Buenos Aires), 1 de febrero de 1866.

18 Cardozo, Hace cien años, 3: 44.

19 León de Palleja, Diario de la campaña de las fuerzas aliadas contra el Paraguay, 2 v. (Montevideo, 1960), 2: 10. Los prisioneros paraguayos despachados a Montevideo fueron todos apresados a principios de marzo cuando se rumoreó que planeaban una rebelión junto con partidarios blancos. Dado el tamaño de las guarniciones tanto coloradas como brasileñas en la capital uruguaya, tal rumor podría parecer absurdo, pero los paraguayos a menudo se enfrentaron a peores destinos, por lo que no hay que descartar que la historia sea más que un simple invento. Ver The Standard (Buenos Aires), 7 de marzo de 1866.

20 El Nacional (Buenos Aires), el 25 de enero de 1869, notó que

21 El Semanario (Asunción), 16 de diciembre de 1865. La traición estaba muy metida en la mente de los paraguayos en ese tiempo debido a que dos altos oficiales durante la expedición de Corrientes, el general Wenceslao Robles y el mayor José de la Cruz Martínez, habían sido arrestados y falsamente acusados de venderse al enemigo. Si tales oficiales podían traicionar al Paraguay, razonaba López, con más razón podían hacerlo simples soldados que escapaban del lado de los aliados. Ver «Exercise de 5 avril 1866» [cónsul francés Emile Laurent-Cochelet], en Luc Capdevila, hariations sur le gays des femmes. Echos d úne guerre amérzcaine (Paraguay 1864-1870/ Temes present). (Rennes, 2006), pp. 373-4.

22 Ver declaración de Cándido Franco y Pablo Guzmán, Paso de Patria, 11 de marzo de 1866, en ANA-SJC 1797.

23 El mariscal tenía un considerable temor a los asesinos y se rodeó desde el principio de su presidencia con un doble, y luego triple cordón de guardias armados. Ver Thompson, The War in Paraguay, pp. 1145.

24 «Memorias del teniente coronel Julián N. Godoy, edecán del mariscal López», Asunción, 13 de abril de 1888, en MHNA, Colección Gill Aguinaga, carpeta 7, n. 3.

25 Si vamos a creer a Charles Ames Washburn en este punto, los salteadores paraguayos decapitaron a cada soldado aliado que cayó en sus manos, probando al mundo lo poco que había cambiado desde «los días de Alba y Torquemada». Ver Washburn a Seward, Corrientes, 1 de febrero de 1866, en WNL.

26 El Semanario, 9 de diciembre de 1865.

27 Esta fue una de las pocas veces en las que Francisco Solano López desautorizó una atrocidad. Ver «Memorias de Julián N. Godoy».

28 Mitre, de mala manera, señaló que los paraguayos « se han hecho dueños del río con su flotilla de sesenta canoas debido a que el escuadrón brasileño no nene instrucciones siquiera de avanzar a la boca del Paraguay». Ver Mitre a Marcos Paz, Ensenadita, 1 de febrero de 1866, en Archivo del Coronel Doctor Marcos Paz, 7: 141; y El Pueblo (Buenos Aires), 25 de enero de 1866.

29 The Standard, 27 de febrero de 1866. «Sindbad» era, de hecho, John Hayes, un estanciero nacido en Estados Unidos y descrito por la esposa de Charles A. Washburn como «un caballero en sus setentas con mucho tiempo en Corrientes». Ver Diario de Sallie C. Washburn, anotación del 16 de marzo de 1866, en WNL.

30 En sus anotaciones en A Guerra da Tríplice Alianza (São Paulo, 1945) de Louis Schneider (2: 43), José María da Silva Paranhos, el barón de Rio Branco, aseguró que el propósito de López al lanzar tantos asaltos era precisamente atraer a los brasileños a las aguas bajas, donde podían encallar y ser blanco de su artillería móvil. El historiador militar argentino Juan Beverina, correctamente, descarta esta improbable defensa, notando que la «criminal inactividad» del escuadrón ya se había vuelto de rigor y que aquella interpretación no podría «resistir ni la crítica más superficial». Ver Beverina, La guerra del Paraguay, 3: 391. Quizás la explicación más simple de la inacción, sin embargo, es que el comandante naval brasileño que encallara su buque casi con seguridad tendría que enfrentar una corte marcial; duros castigos por haber perdido un barco habrían sido raros bajo las regulaciones navales, pero la carrera de un oficial se truncaría en caso de no ser absuelto y de no ser sus acciones aprobadas por la corte.

31 El Pueblo (Buenos Aires), 14 de febrero de 1866.

32 The Standard (Buenos Aires), 20 de febrero de 1866; María Haydée Martin, «La juventud de Buenos Aires en la guerra con el Paraguay», Trabajos y Comunicaciones 19 (1969), pp. 145-176.

33 La Tribuna (Montevideo), 11 de febrero de 1866.

34 Ver «Correspondencia de Buenos Aires», Jornal do Commercio (Rio de Janeiro), 23 de febrero de 1866.

35 The Standard (Buenos Aires), 8 de febrero de 1866. Para un relato más detallado de esta etapa del enfrentamiento, ver «Declaraciones del coronel Manuel Reyna, ayudante general de Nicanor Cáceres», a bordo del Cosmos, 4 de abril de 1888, en MHMA-CZ, carpeta 141, n. 27, y Pompeyo González Juan E O'Leary], «Recuerdos de gloria. Corrales. 31 de enero de 1866», La Patria (Asunción), 31 de enero de 1903.

36 El Pueblo (Buenos Aires), 9 de febrero de 1866; Ignacio Eotheringham, La vida de un soldado o reminiscencias de la frontera, 2 v. (Buenos Aires, 1998) 1: 79-80.

37 «Declaración del sargento mayor Adriano Morales, sobre la expedición a Corrales, 31 de enero de 1866», MHMA, Colección Gill Aguinaga, carpeta 7, n. 3.

38 «Memorias de Julián N. Godoy».

39 El número exacto de tropas argentinas que enfrentó a 250 paraguayos ha sido muy debatido. El Semanario (10 de febrero de 1866) habla de 6.000; Thompson, The War in Paraguay, p. 118, menciona 7.200; José Ignacio Garmendia, Campaña de Corrientes y de Río Grande (Buenos Aires, 1904), p. 517, anota 1.588 oficiales y soldados solo en la Segunda División; y el Barón de Rio Branco señaló que «si las fuerzas de tropas registradas en el ejército argentino son correctas, ese día tenían 2.000 infantes y otros 3.000 jinetes». Schneider, A Guerra da Tríplice Alianza, 2: 44.

40 Juan Crisóstomo Centurión, Memorias o reminiscencias históricas sobre la guerra del Paraguay, 4 v. (Asunción, 1987), 2: 31-2, argumenta que Mitre debería haber asumido alguna responsabilidad por lo que ocurrió en Corrales, pero prefirió dejar que Conesa cargara con sus éxitos y fracasos. El coronel, por su parte, compuso un relato oficial lleno de exageraciones autocomplacientes. Acentuó, por ejemplo, la diversidad de armas y material capturado («nuevos rifles Minie y antiguos trabucos») y también subrayó, entre otras cosas, el desembarco de un refuerzo de 500 enemigos sobre su flanco derecho, algo que nunca ocurrió. Igualmente, mencionó un total de 700 pérdidas paraguayas, lo que es alrededor de 300 más que todos los hombres que lo enfrentaron. No obstante, Conesa también hizo un elaborado elogio de sus subordinados, muchos de los cuales habían sufrido heridas tan graves como las suyas propias o peores.

41 Benjamín Canard a J. Antonio Ballesteros, Corrientes, 8 de febrero de 1866, en Canard, Joaquín Cascallar y Miguel Gallegos, Cartas sobre la guerra del Paraguay (Buenos Aires, 1999), pp. 73-5; ver también Miguel Ángel de Marco, La guerra del Paraguay (Buenos Aires, 2003), pp. 157-94, pássim.

42 Cadáveres insepultos eran todavía visibles entre los arbustos dos semanas más tarde. Ver reporte anónimo, Ensenaditas, 16 de marzo de 1866, en The Standard (Buenos Aires), 28 de marzo de 1866.

43 Carta de Pastor S. Obligado, frente a Paso de Patria, 3 de febrero de 1866, en La Tribuna (Montevideo), 11 de febrero de 1866. Ver también El Nacional (Buenos Aires), 10 de febrero de 1866.

44 Cardozo, Hace cien años, 3: 112; Palleja, Diario de la campaña, 2: 64, sostiene que las pérdidas paraguayas no pudieron ser «menos de mil»; y Leuchars, To the Bitter End, p. 99, señala que las pérdidas fueron de 500, una cifra que coincide con la que mencionó The Standard (Buenos Aires), 13 de marzo de 1866. En cualquier caso, desde la poca evidencia es difícil anotar muchas más que 200.

45 Thompson, The War in Paraguay, p. 118, dice que 900 argentinos fueron puestos fuera de combate, mientras Mitre apunta una pérdida de solo 295 muertos y heridos (aunque reconoce que informes sobre nuevas bajas seguían llegando). Ver Mitre a Marcos Paz, Archivo del Coronel Doctor Marcos Paz, 7: 143-5. El número verdadero de bajas casi con seguridad está entre estas dos cifras.

46 Varios periódicos porteños exhibieron el enfrentamiento como un éxito argentino, aunque no uno sin derramamiento de sangre, incluyendo The Standard (7 de febrero de 1866). El mismo artículo, sin embargo, recoge detalles de la batalla, cuando menos, extraños, o directamente inverosímiles, como que el repliegue de Conesa el día 30 fue una trampa para atraer a los paraguayos más adentro de Corrientes, o que la retirada paraguaya a través del Paraná dos días más tarde fue fuertemente castigada por tiradores aliados. Lo más probable es que The Standard simplemente repitiera como hechos los rumores e informes contradictorios de esos primeros días. Una vez que noticias más confiables llegaron a Buenos Aires, los diarios de la ciudad, a excepción de La Nación Argentina del propio Mitre, lanzaron severas críticas a la conducción del ejército en Corrales.

47 Ford al Conde de Clarendon, Buenos Aires, 15 de febrero de 1866, en George Philip, ed., British Documents on Foreign Affairs. Reports and Papers from the Foreign Office Confidential Print. Parte 1: Serie D, Latin América, 1845-Ip14, v. 1, River Plate, 184p1912 (Londres, 1991), p. 197.

48 El Semanario (Asunción), 3 de febrero de 1866. Irónicamente, el corresponsal del jornal do Commercio de Rio (6 de marzo de 1866) también se refirió a las «penosas lecciones del Peguajó», en su caso haciendo alusión a la falta de preparación militar de parte de los argentinos.

49 Decreto de Francisco Solano López, Paso de Patria, 13 de febrero de 1866, en Juansilvano Godoi Collection, University of California Riverside, caja 15, n. 12.

50 Garmendia, Campaña de Corrientes, p. 557.

51 La Tribuna (Montevideo), 2 de marzo de 1866.

52 Thompson, The War in Paraguay, p. 119; The Standard (Buenos Aires), 7 de marzo de 1866.

53 Informe de José Díaz, Paso de la Patria, 21 de febrero de 1866, en BNA-CJO; Manuel N. Sanches a Nicanor Cáceres, Chilin-Cue, 20 de febrero de 1866, citado en María Haydée Martin, «La juventud de Buenos Aires», p. 167. Pocos días después de retomar la aldea, los aliados llevaron la estatua a lo que esperaban sería la seguridad de una residencia privada cerca de Paso de Enramada. Allí se estableció un santuario temporario que recibió un flujo regular de peregrinos hasta que la estatua pudo ser retornada a Itatí más tarde en la guerra. Ver The Standard, 23 de marzo de 1866.

54 Cardozo, Hace cien años, 2: 141.

55 Palleja, Diario de la campaña, 2: 91.

56 Cardozo, Hace cien años, 3: 139; el coronel Palleja reportó que el comandante de las unidades brasileñas bajo Suárez había igualmente recibido una carta de Osório diciéndole que retirara sus fuerzas en caso de que los paraguayos atacaran y que no tratara de ayudar a los orientales. Ver «Diary at Head-Quarters», The Standard (Buenos Aires), 8 de marzo de 1866.

57 Leuchars, To the Bitter End, p. 10I, sugiere que Tamandaré habría deseado desplegar su escuadrón hacia el este para apoyar la invasión (y de esa forma cosechar la gloria de una victoria brasileña, antes que aliada, sobre Núñez). Si el almirante realmente pensó de esa manera, entonces estaba mal informado, ya que los bancos de arena cerca de la isla de Apipé habrían impedido el paso de todos sus buques, salvo los de calado muy menor. Por su parte, el mariscal no estaba preocupado por ese frente, toda vez que Núñez «obedeciera sus instrucciones». Ver Solano López a José Berges, Paso de Patria, 17 de marzo de 1866, en ANA-CRB I-30, 13, 1.

58 Ver, por ejemplo, «La alianza y la escuadra», La Tribuna (Buenos Aires), 8 de febrero de 1866. El ministro español en Buenos Aires, Pedro Sorela y Maury, hizo un exhaustivo comentario sobre la reacción pública negativa hacia la inacción de Tamandaré («incluso entre la población femenina existe una marcada aversión hacia los brasileños»). Ver su reporte del 14 de febrero de 1866 al ministerio exterior de su país en Isidoro J. Ruiz Moreno, Informes españoles sobre la Argentina (Buenos Aires, 1993), 1: 303-4. Por su parte, Tamandaré sentía también poco amor por los argentinos, de quienes había estado prisionero por un tiempo durante la Guerra Cisplatina a finales de los 1820.

59 André Rebouças, entonces presente en Corrientes como ingeniero militar, remarcó que en la armada y en el ejército había un desprecio general hacia la

60 Un veterano argentino de la guerra, Carlos D. Sarmiento, notó en retrospectiva que este período se caracterizó no tanto por la fricción interaliada como por una simple falta de voluntad militar. Lo que faltaba, expresó, era resolución y real unidad de comando entre los aliados, nada más. Ver Sarmiento, Estudio crítico sobre la guerra del Paraguay (1865-18G~) (Buenos Aires, 1890), pp. 20-1.

61 Ver Declaración del soldado paraguayo Pedro Mendoza, Corrientes, 23 de febrero de 1866, en La Nación Argentina, 7 de marzo de 1866.

62 Cardozo, Hace cien años, 3: 145-6.

63 Barbara Potthast Jutkeit, «Paraíso de Mahoma» o «País de las mujeres» ? (Asunción, 1996), pp. 247-53.

64 En una carta a su hija, escrita el 20 de marzo de 1866, el general Flores comentó que todos en el campamento estaban ahora dispuestos a enfrentar al déspota López. Ver Flores a Amada Agapa, Ensenada, 20 de marzo de 1866, en AGN (M). Archivos Particulares. Caja 10, carpeta 13, n. 45.

65 The Standard (Buenos Aires), 3 de abril de 1866.

66 Thomas J. Hutchinson, The Paraná, with Incidents of the Paraguayan War and South American Recollections, from I86I to 1868 (Londres, 1868), pp. 260-1; Correspondencia de Corrientes», El Siglo (Montevideo), 5 de abril de 1866.

67 Centurión, Memorias, 2: 43. Ver también la imagen titulada «Explosión de una chata paraguaya en los combates con la batería Itapirú del mes de marzo», en Correo del Domingo (Buenos Aires), 8 de abril de 1866.

68 El Semanario (Asunción), 31 de marzo de 1866; el cañoneo más efectivo ejecutado por las chatas provenía de un solo hombre, el teniente José Fariña, quien sobrevivió a los enfrentamientos para convertirse en el más condecorado oficial en la marina paraguaya. Ver Garmendia, Campaña de Corrientes, pp. 576-81. Ver también «Importantes noticias de la escuadra imperial», La Tribuna (Montevideo), 4-5 de abril de 1866; Carlos Careaga, Teniente de Marina, fosé María Fariña, héroe naval de la guerra contra la Triple Alianza (Asunción, 1948); y, sobre todo, Juan E. O'Leary, El Libro de los héroes (Asunción, 1922), pp. 11-53, que contiene la historia que el propio Fariña a avanzada edad le contó al autor.

69 Francisco M. Paz a Marcos Paz, Ensenaditas, 29 de marzo de 1866, en Archivo del Coronel Doctor Marcos Paz, 5: 84-7

70 El oficial comandante, teniente Mariz e Barros, murió luego de que los doctores le amputaran sus destrozadas piernas. Hijo de un ex ministro del gabinete, futuro comandante de la flota y amigo personal de Tamandaré, el joven Mariz e Barros fue gravemente herido también en la ingle y el abdomen. Un comentarista sugiere que podría haber sobrevivido si hubiera tomado un preparado de cloroformo ofrecido por un personal médico, pero diciendo que tal poción era solo para mujeres, soportó la operación con un cigarro entre sus dientes y sucumbió de un shock posterior. Ver William van Vleck Lidgerwood a William Seward, Petropolis, 4 de mayo de 1866, en NARA, M-121, n. 34, y «Comentarios de Rebouças»,, jornal do Commercio, 14 de abril de 1866. En una carta a la condesa de Barral, don Pedro expresó una sentida congoja por la pérdida del valeroso teniente, diciendo que «los acorazados se habrán arrimado demasiado a los cañones enemigos sin recordar que nada en el mundo es invulnerable». Ver Pedro II a Condesa de Barral, Rio, 23 de abril de 1866, en Alcindo Sodré, Abrindo um Cofre (Rio, 1956) , p. 104. La túnica de Mariz e Barros, con agujeros de esquirlas y manchas de sangre todavía visibles, se preserva en el Museu Histórico Nacional en Rio de Janeiro.

71 The Standard (Buenos Aires) , 4 de abril de 1866; «Theatro da guerra», Di¢rio do Rio de, Janeiro, 21 de abril de 1866.

72 Un oficial que servía en el buque Megrim dejó constancia de considerables detalles de esta parte de la lucha contra las chatas. Ver Miguel Calmon, Memorias da Campanha do Paraguay (Para, 1888), pp. 109-13. Ver También The Standard (Buenos Aires) , 17 de abril de 1866; e Informe de Pedro Sorela y Maury, Buenos Aires, 12 de abril de 1866, en Ruiz Moreno, Informes españoles sobre Argentina, 1: 308.

 73 Marcos Paz a Mitre, Buenos Aires, 21 de marzo de 1866, en Mitre, Archivo del general Mitre, (Buenos Aires, 1911) 6: 58-9. En esta corte, Paz se refirió extensivamente al transporte de provisiones, incluyendo sombreros, zapatos, túnicas, pantalones y alimentos. Y la compañía de Anacarsis Lanús de Buenos Aires prometía mucho más (una ración diaria de harina y arroz y una libra y media de charque o dos y media de carne fresca, más tabaco, yerba, jabón y sal). Ver el contrato celebrado con Lanús and Brothers, Buenos Aires, 28 de febrero de 1866, en Beverina, La guerra del Paraguay, 3: 667-9 (anexo 54) . En relación con los suministros de municiones y armamentos brasileños, ver José Carlos de Carvalho, No~oes deArtilharia para Instruçao dos Oficiais Inferiores da Arma no Exército fora do Império pelo Dr. [... ] Chefe da Comissáo de Engenheiros do Primero Corpo do Mesmo Exército (Montevideo, 1866), p. 59 y passim.

74 The Standard (Buenos Aires), 25 de abril de 1866.

75 Thompson, The War in Paraguay, 122-5.

76 El coronel Thompson, The War in Paraguay, p. 125, señaló que la isla se había formado recientemente como uno de tantos pequeños islotes que periódicamente surgían con las aguas bajas del Paraná. Centurión, Memorias, p. 46, negó que ese fuera el caso, argumentando que una isla de media legua de longitud había existido siempre en el sitio. El general Dionísio Cerqueira puso finalmente punto final a esta cuestión menor en 1903 cuando, como miembro de una comisión demarcatoria de límites, pasó con un vapor por encima del lugar donde alguna vez estuvo Redención. Cuando preguntó qué había sido de la isla, le dijeron que el Paraná hacía mucho tiempo se la había tragado. De esa forma, el río hizo lo de las arenas con Ozymandias y redujo a su propia perspectiva los restos de la vanidad humana. Ver Cerqueira, Reminiscencias, pp. 137-9.

77 Rebouças, Diário, pp. 65-79, ~assim. Aunque el calibre del Lahitte era el mismo que el viejo de 12 libras francés, técnicamente debería haber sido considerado cañón de 12 kilogramos, ya que ese era el peso del proyectil (a menudo un poco más). De hecho, la documentación no describe estos cañones en términos del peso de las bombas, sino siempre como cañones Lahitte de 4, 6 0 12 (comunicación personal con Adler Hornero Fonseca de Castro, Rio de Janeiro, 28 de junio de 2009) .

78 Charles Ames Washburn a Seward, Corrientes, 27 de abril de 1866, en WNL.

79 A. de Lyra Tavares, Vilagran Cabrita e a Engenharia de Seu Temo (Rio de Janeiro, 1981), pp. 119-31; Joaquim Antonio Pinto Junior, Guerra do Paraguay, Defesa Heroica da Ilha de Redentáo, 10 de Abril de 1866 (Rio de Janeiro, 1877), pp. 4-5 y passim; El Mercurio (Valparaíso), 2 de mayo de 1866.

80 Rebouças, Diário, p. 9.

81 Thompson, War in Paraguay, p. 125; El Semanario, 21 de abril de 1866.

82 A. de Sena Madureira, Guerra do Paraguai. Resposta ao Sr. Jorge Thompson, autor da «Guerra del Paraguay» e aos Anotadores Argentinos D. Lewis e A. Estrada (Brasilia, 1982), p. 20.

83 Por una vez, fuentes brasileñas y paraguayas dan números similares de bajas, aunque Rebouças, Diário, p. 85, da a entender que de los 900 a 1.000 paraguayos que quedaron fuera de combate la mayoría murió, mientras Centurión parece pensar que la mayor parte de las 960 bajas que registra correspondía a heridos. Entre los 62 prisioneros que tomaron los brasileños ese día estaba el delgado y poco educado teniente Juan Mateo Romero, comandante de una de las unidades y «siniestro» veterano de la campaña de Mato Grosso. El hecho de que haya caído en manos de Cabrita sin estar mortalmente herido fue suficiente para que el mariscal lo catalogara como traidor y se forzara a su esposa a denunciarlo como tal en las páginas de El Semanario. Ver Centurión, Memorias, 2: 51-2. Romero, por su parte, expresó genuina sorpresa por el buen trato que recibió de los brasileños. Como ex edecán del ejecutado general Wencesclao Robles, había sido arrestado hasta hacía poco por López y ahora, irónicamente, eran sus jurados enemigos quienes le prodigaban toda clase de deferencias a bordo del Apa, donde le proporcionaron la comida más suntuosa que había tenido en meses. Ver Calmon, Memorias da Gampanha, p. 119; «Declaration of Captain [sic] Romero», The Standard (Buenos Aires), 19 de abril de 1866, y «El capitán paraguayo Romero», El Siglo (Montevideo) , 21 de abril de 1866.

84 Theotonio Meirelles, O Exército Brasileiro na Guerra do Paraguay. Resumos Históricos (Rio de Janeiro, 1877), p. 98. Ver también Dr. Moreira Azevedo, «O Combate da Ilha do Cabrita», Revista Trimestral do Instituto Historico, Geographico, e Etnographico do Brasil3 (1870),pp.5-20.

85 Thompson, The War in Paraguay, p. 126, habló de una pérdida brasileña de unos 1.000 muertos, una cifra muy improbable. Pedro Werlang, un testigo ocular, registró una pérdida de casi 400 hombres. Ver «Diário de Campaña do Capitán Pedro Werlang» en Klaus Becker, Alemães e Descendentes do Rio Grande do Sul na Guerra do Paraguay (Canoas, 1968), p. 125.

86 The Standard (Buenos Aires), 20 de abril de 1866; jornal do Commercio (Rio de Janeiro), 3 de mayo de 1866.

87 Un año y medio después, un corresponsal de guerra pasó por «el banco de arena donde el malogrado Cabrita pereció como Wolfe, a la hora de su victoria. Un solitario cuervo marca el lugar de su entierro». »Ver The War in the North», The Standard (Buenos Aires), 18 de setiembre de 1867.

88 Mitre a Paz, frente a Itapirú, 30 de marzo de 1866, en Archivo del Coronel Doctor Marcos Paz, 7: 164-6.

89 Mitre a Paz, frente a Paso de Patria, 13 de abril de 1866, en Archivo del Coronel Doctor Marcos Paz, 7: 171-2.

90 Treinta años después, Mitre reclamó crédito exclusivo por el plan de invasión, el cual, remarcó, «tenía la oposición de todos los comandantes aliados excepto Tamandaré». El lugar del desembarco, subrayó cuidadosamente, fue sugerido por un ingeniero brasileño, cuyo nombre «puede encontrarse en mis papeles». Bartolomé Mitre a Estanislao Zeballos, Buenos Aires, 6 de abril de 1896, en Museo Histórico de Luján (Papeles Estanislao Zeballos).

91 Guillermo Valona, La operación de las fuerzas navales con las terrestres durante la guerra del Paraguay (Buenos Aires, 1915), pp. 67-9.

92 Joaquim Luis Osório y Fernando Luis Osório filho, História do general Osório, 2 v. (Pelotas, 1915), 2: 182. El general Osório, debe notarse, se ha convertido desde entonces en patrono de la infantería brasileña. El mejor relato biográfico sobre él es el de Francisco Doratioto, General Osório. A Espada Iiberal do Império (São Paulo, 2008)

93 La unidad que vino al rescate de Osório no estaba comandada por otro que el mayor Deodoro de Fonseca, quien se convirtió en el primer presidente de la república brasileña en 1889. Ver Cardozo, Hace cien años, 3: 232.

94 La misma tormenta mantuvo al contingente uruguayo a bordo de los buques de transporte. Flores tenía buenas razones para desconfiar del clima en esos parajes, ya que solo dos semanas antes uno de sus soldados había muerto alcanzado por un rayo y oros cinco resultaron con severas quemaduras. Ver La Tribuna (Montevideo), 13 de abril de 1866.

95 Cardozo, Hace cien años, 3: 234.

96 Citado en El Siglo (Montevideo), 27 de abril de 1866.

97 Ambos cañones fueron descubiertos por los aliados e incorporados a su artillería. Ver Thompson, The Warin Paraguay, p. 199.

98 Los argentinos en ese momento evidentemente sufrían escasez de monturas,        - _ al punto de que solo los comandantes de la división tenían caballos confiables. No sorprende, por tanto, que las tropas argentinas desplegadas del lado paraguayo fueran mayormente de infantería. Ver Wenceslao Paunero a Marcos Paz, Paso de Patria, 27 de abril de 1866, en Archivo del Coronel Doctor Marcos Paz, 5: 119-20; por otro lado, Mitre tenía suficientes jinetes en Itapirú como para enviar una columna de reconocimiento. Ver L¢ Nación Argentina, 2 de mayo de 1866.

99 The Standard (Buenos Aires) , 26 de abril de 1866.

100 Thompson, The War in Paraguay, p. 130.

101 Thompson, The War in Paraguay, p. 130.

102 Los ingenieros de Osório hicieron una vez más un espléndido trabajo al erigir muelles, baterías y pontones, luchando no tanto contra el enemigo como contra los elementos. Ver Jerónimo Rodrigues de Moraes Jardim, Os Engenheiros Militares na Guerra entre o Brazil e o Paraguay e a Passagem do Rio Paraná (Rio de Janeiro, 1889); Luiz Vieira Ferreira, Passagem do rio Paraná; Comissão de Engenheiros de Primeiro Coro do Exército em Operações na Campanha do Paraguai (Rio de Janeiro, 1890).

103 «Noticias da guerra», Diário do Rio de, Janeiro, l7 de maio de 1866. Como es de esperarse, la narración de El Semanario de estos sucesos omite toda referencia a la ausencia del mariscal y enfatiza que todo en Itapirú marchaba tal como estaba planeado (ver edición del 5 de mayo de 1866) . Pero Thompson, un testigo presencial del lado paraguayo, habla con consternación del comportamiento de López. Ver The Warin Paraguay, p.130.

104 Thompson, The War in Paraguay, p. 132.

105 Tamandaré posteriormente recuperó el buque y lo presentó limpio y entero al gobierno argentino, que había sido su dueño un año antes. Ver Calmon, Memorias da Campanha, 1: 137.

106 Thompson, The War in Paraguay, p. 133. Irónicamente, la táctica que Thompson sugería fue la misma frecuentemente utilizada por los paraguayos en la Guerra del Chaco de 1932-1935; una y otra vez (por ejemplo, en la batalla de Nanawa en enero de 1933), los numéricamente superiores bolivianos desperdiciaban sus tropas en infructíferos ataques contra las bien construidas y bien defendidas trincheras paraguayas. Ver José Felix Estigarribia, Epic of the Chaco. Marshal Estigarribia's Memoirs of the Chaco War (Austin, 1950), passim.

 

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Museo Histórico Nacional, Montevideo

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Museu Histórico Nacional en Rio de Janeiro

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PERIÓDICOS, REVISTAS:

A Imprensa de Cuyabá (Cuiabá).

A Opinião Liberal (Rio de Janeiro).

A Regeneração (Rio de Janeiro).

A Semana Ilustrada (Rio de Janeiro).

A Vida Fluminense (Rio de Janeiro).

ABC Color (Asunción).

Anais da Academia de Medicina do Rio de Janeiro (Rio de Janeiro).

Anales de la Sociedad Química Argentina (Buenos Aires).

Baltimore American and Commercial Advisor (Baltimore).

Cabichui (Paso Pucú).

Cabrião (São Paulo).

Cacique Lambaré (Asunción).

Caras (Lima).

Congressional Globe (Washington).

Correo delDomingo (Buenos Aires).

Diário do Rio de Janeiro (Rio de Janeiro) .

El Araucano (Santiago de Chile).

El Centinela (Asunción).

El Constitucional (Mendoza).

El Correo del Domingo (Buenos Aires).

El Dorado. South and Central American Military Historians Quarterly (Cot tingham, Reino Unido).

El Eco de Corrientes (Corrientes).

El Independiente (Asunción).

El Inválido Argentino (Buenos Aires).

El Liberal (Asunción).

El Mercurio (Valparaíso).

El Mosquito (Buenos Aires).

El Nacional (Buenos Aires).

El Nacional (Lima).

El Orden (Asunción).

El Peruano (Lima).

El Porvenir (Gualeguaychú).

El Pueblo (Buenos Aires).

El Pueblo Argentino (Buenos Aires).

El Pueblo. Órgano del Partido Liberal (Asunción).

El Semanario (Semanario de Avisos y Conocimientos útiles) (Asunción).

El Siglo (Montevideo).

Historia Paraguaya (Anuario del Instituto Paraguayo de Investigaciones Históricas, Asunción).

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La Unión, órgano del Partido Nacional Republicano (Asunción).

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O Correio Mercantil (Rio de Janeiro).

O Diário de Sao Paulo (São Paulo).

O Tribuno (Recife).

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Revista de la Escuela Militar (Asunción).

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