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LOURDES TALAVERA

  SOMBRAS SIN SOSIEGO - Novela de LOURDES TALAVERA - Año 2009


SOMBRAS SIN SOSIEGO - Novela de LOURDES TALAVERA - Año 2009

SOMBRAS SIN SOSIEGO

Novela de LOURDES TALAVERA

 

 

Arandurã Editorial

Asunción-Paraguay.

Marzo del 2009

 

 

 

 

“Sombras sin sosiego es una novela enigmática, histórica y política. Es enigmática porque despierta en nosotros curiosidades que desean ser satisfechas con hechos y realidades que dejaron profundas secuelas en nuestra alma paraguaya. Es histórica porque refleja una época en que muchas familias se disolvieron, desaparecieron o sencillamente fueron desmembradas, a propósito, por orden del ominoso dictador, Stroessner. Y es política porque retrata la lucha de poderes, la ideología y el abuso de autoridad del cacique de turno, quien manejó el Paraguay a su gusto y paladar por treinta y cinco años, dejando tras de sí una estela de horrendas consecuencias. El hilo conductor de la novela se basa en la búsqueda y en el reencuentro de los miembros de una familia separada a causa de los ideales políticos de uno de los progenitores. Lourdes Talavera logra, de una manera sencilla, conmover a su lector tocando fibras muy sensibles pertenecientes al ámbito familiar. Lo hace de un modo lúdico y bien literario. Su lenguaje es claro y ameno. Sus personajes perviven hasta hoy en la memoria colectiva de la sociedad paraguaya. Con esta primera novela, Lourdes da un salto desde una forma narrativa más sencilla, como es el cuento, hacia un género más exigente y minucioso, la novela. De esta manera, ella se hace merecedora del título, juntamente con otros de su generación, de novel narradora de la literatura paraguaya. ¡Adelante!

NELSON AGUILERA

 

 

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La novela consta de 48 capítulos, a continuación le presentamos el 1 y parte del 2 …

 

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1

 

La niña lloraba porque tenía hambre, su madre la sostenía en los brazos y a cada tanto la mecía suavemente mientras sujetaba, con el mentón, la cabeza de la pequeña. Luego de más de una hora, escuchó el nombre de la niña e ingresó a la sala de consulta. La médica de niños era una mujer afable que le preguntó cuándo y cómo comenzó la fiebre, la medicación que le había dado para bajarla, el tipo de tos que tenía y si la niña había recibido las vacunas que correspondían a su edad. En la semana anterior había cumplido seis meses.

No tenía dinero en ese momento y no sabía qué había pasado con el padre de la niña. Cada día que pasaba le resultaba más difícil vivir en las condiciones que estaban y cuidar de la niña. A veces, la miraba y no le inspiraba ternura alguna. El pelo negro y los ojos del mismo color realzaban la tez cobriza de esa diminuta persona.

Había terminado la secundaria cuando la enviaron a la ciudad para trabajar en una casa de familia. Dejó su hogar y la chacra, en Pirayú, donde no tenía posibilidades de progresar. Sus padres fallecieron cuando tenía apenas siete años y quedó a cargo de su abuela, ya de avanzada edad. Antonia, tina tía suya, había trabajado de mucama, hasta que contrajo matrimonio con Ramón y ambos viajaron a Buenos Aires para residir allí, porque tenían trabajo asegurado y eso les permitió seguir ayudando a sus parientes. De esta manera, cuando falleció la abuela, la tía Antonia se las arregló para que pudiera trabajar con sus antiguos patrones. En realidad, con la hija de aquéllos.

Nuria quedó impresionada con la ciudad, el bullicio la emocionaba infundiéndole entusiasmo y un poco de temor. Al poco tiempo, se había convertido en una bonita joven que despertaba la admiración de los varones y una sutil envidia en sus congéneres. Su cabello castaño había adquirido tonalidades iridiscentes y su piel exhibía una tersura inigualable. Pronto, los ojos del sobrino de la dueña de casa la escrutaban de una manera inusual. En ocasiones, se aparecía por el jardín mientras ella cuidaba de la niña de la casa o jugaba con ésta.

Cuando se dio cuenta de que estaba atrapada en la telaraña de la pasión, ya fue tarde. Sucedió de forma casual. Salía de la ducha y él entraba a la habitación, se le acercó, le acarició el hombro derecho con las yemas de los dedos. El universo fue maravilloso, nunca lamentó lo que había sucedido aquella tarde. Ahora se sentía demasiado presionada por las responsabilidades que tenía asumidas. Se sentía cansada y un poco desalentada de la vida. Miraba a la pequeña, y le hubiera gustado cantarle una canción de cuna, como su ex patrona lo hacía con su hija. No tenía a quién recurrir en Asunción, porque Antonia se encontraba lejos de ella para ayudarla. Por eso, le pareció una buena idea buscar a su antigua patrona. Sabía también que si viajaba a Buenos Aires lo encontraría, a él, al padre de sus hijos.

La sombra de la noche la había tragado como un aguje-ro sin fondo, quizás tenía razón la doctora que atendía a los niños. La pequeña necesitaba de un hogar que le brindara seguridad y afecto. La abrazó largamente y la besó en la cabecita.

 

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2

 

Salía de una cafetería en la zona de Recoleta y me crucé con Manuel Ibáñez, un paraguayo, exitoso empresario de los medios de comunicación que había triunfado en la capital argentina. Me encontraba trabajando como productor en un importante canal de televisión, había concluido el ciclo de los programas del año y me disponía a disfrutar de unas merecidas vacaciones con Claudia. Visitaría a Antonia y tenía una extraña ansiedad con respecto a Pirayú, ese sitio campestre donde mi madre había nacido. Tenía algunos retazos de mi historia personal que los guardaba en el alma, con un cariño entrañable porque sólo eso había rescatado de aquellos relatos hilvanados que, a veces, Antonia me obsequiaba.

Sabía que mi madre se llamaba Nuria, que había llegado a Buenos Aires, a casa de su tía, escapando de la Policía paraguaya porque mi padre se había involucrado en actividades políticas; esa fue la causa que la empujó a vivir clandestinamente, realizando trabajos domésticos. Sin la ayuda de Antonia, quizá no hubiésemos sobrevivido. Terminé el colegio y me matriculé en la universidad; en este aspecto, fue importante mi pasión por las artes. Mi inclinación por el cine me permitió acercarme al mundo del espectáculo; muy pronto participé de los talleres que se dictaban en la escuela de cine, en San Antonio de los Baños, en La Habana. Asimismo, en otros que se dictaron en Bogotá o Cartagena de Indias. La figura de Gabriel García Márquez marcaba su impronta en mi vida profesional y creativa.

De esta manera, estuve viviendo unos años en Los Ángeles, trabajando y estudiando en esa ciudad estadounidense donde se consolidaron mis ambiciones y mi potencial de generar proyectos exitosos. Cuando sentí la necesidad de formar una familia, se lo propuse a Claudia y aceptó. Ella me guía siempre a ese lugar protegido y cálido don-de puedo ser yo mismo, sin ninguna máscara. De nuevo en Buenos Aires, experimenté la curiosidad de conocer el pueblo donde mi madre había pasado su infancia y adolescencia. Antonia me comentó que mi padre había sido un joven ingeniero agrónomo, y profesor en una escuela agrícola en una ciudad del interior del país.

Conocí el Paraguay, gracias a la invitación de un cineasta para participar de un evento que se llamó: Semana del Cine Latinoamericano. Se llevó a cabo en un complejo hotelero de la capital guaraní. Temblé de emoción al caminar por las calles del centro de la ciudad, porque me imaginaba que mi madre había caminado por esas mismas calles, llevándome en su vientre. Me pregunté qué había pasado ….

 

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25

 Él puede sentir cómo los fragmentos del recuerdo- emociones, imágenes, frases – reaparecen y se reorganizan como en un juego, donde cada retazo busca encastrarse con el lado que le corresponde y de esa manera se va completando la trama y recobra el sentido. Si su madre hubiera encontrado a su padre o si éste hubiera sido enterrado en algún lugar, entonces Renato hubiera podido ir a llevarle flores, como hizo ante la tumba de su madre en aquel cementerio de Asunción, llamado del Este.

Si hubiera sido así, quizá pudiera haberle dicho que no descansaría hasta hacer justicia. Aunque siga sin tumba, lápida o sin inscripción y sin muro para lamentarse primero y luego reconciliarse, igual no descansaría hasta que le hagan justicia a su padre y a miles de víctimas de la dictadura de Stroessner. Todavía flota en el aire ese aroma de infancia. Un olor que le recuerda la tristeza y el placer. La paradoja le invadía y él rogaba que desapareciera al sacudirse. Por momentos, deseaba con furia dejarse impregnar hasta el alma de esos aromas sin oponer resistencia. Mira la habitación y se detiene en la alfombra, quizá ese es el detalle que más le arraiga a su infancia. Pero, todo se ha ido mezclando con el tiempo así como se ha ido transformando la estancia; los almohadones, los cuadros, las cortinas. Es como si Antonia hubiera ido plasmando sus cambios en aquellos objetos de la casa. Siguen los mismos muebles. El sofá de color azul Francia, los sillones, el aparador antiguo y su cristalería de Bavaria. Todo eso está allí para recordarle la otra dimensión de su infancia. Ese sillón junto a la ventana, le trae la imagen de su madre tejiendo en otro lugar que no era ese, pero que su memoria ha guardado como un tesoro escondido.

Estás en Argentina, hace más de treinta años.Piensa. El perfume de Antonia y los habanos de Luis marcan su memoria. Se había empeñado tanto en ser argentino, tan Argentino como para hacerse peronista como Luis.

Malui detestaba a ese partido demagógico, que para ella era la caricatura diluida de un  nacionalismo trasnochado de tango. Luis le decía cuando lo encontraba ensimismado: Mira, pibe, existen hechos que suceden nomás…a veces cuesta explicarse las causas. En esos casos conviene recordar que la vida no es justa.

Recuerda la figura de su madre; casi ha olvidado el color de sus ojos, su sonrisa, la cálida entonación de sus palabras. Tenía cinco años cuando ella regresó al Paraguay, para saber de su esposo y  la hija que había dejado al cuidado de una amiga de su compadre Pedro. Nadie había podido darle pistas de él, Antonia había intentado tener noticias, de las autoridades argentinas y del consulado paraguayo. Algunos le dijeron que posiblemente lo habían devuelto al Paraguay. Un conocido de Nuria lo había visto ingresar a Investigaciones. Ella no dudó en regresar a buscarle y lo dejó a cargo de Antonia.

Renato recordaba a su madre con ese aire dolorido, que a veces daba lugar a una ensoñación nostálgica de su pueblo y su país. También, le gustaban las margaritas. Alguna vez la vio llevar una de esas flores entre sus negros cabellos. Renato se toma de la cabeza, mientras que sostiene sus codos sobre el escritorio. La oficina se impregnó de una atmósfera inefable. Le llegan unas palabras en guaraní, sin esfuerzos ni tropiezos. Son ligeras, libres como el pensamiento: 

Ha, che valle Pirayú-mi/ ay, che valle Ita Yvu/ ha, che valle Pirayú . mi/ ha, morena che rohayhu  

Era una canción que cantaba su madre, y Renato también la recuerda con nitidez. Recuerda sobre todo la determinación de encontrar a su esposo y a su hija. Ella cantaba como si al hacerlo eso la acercara a su patria y a sus seres queridos.

Ko’êtîsoro/guyra’i oñe’ê/ Kóva oraitépe/ che aikese/ Taike nerendápe/ñañombojaru/rehendúpa reîna morenitamí/ ay, che valle Pirayú – mi/mombyry reime chehegui/ha cheképe guáicha reime/ ay, morena che rohaihu.

Con la misma naturalidad con que iba cantando en guaraní, las palabras en la mente de Renato encontraban su significado en castellano, como si siempre lo hubiera hecho, reintegrando en una única voz las lenguas de su infancia.

 

 

 

 

COMENTARIO SOBRE “SOMBRAS SIN SOSIEGO”

Por DELFINA ACOSTA

 

Ha aparecido la novela SOMBRAS SIN SOSIEGO

de la autora paraguaya Lourdes Talavera.

A partir de la lectura del texto uno entra en el ánimo de la protagonista,

una mujer marcada por el pasado de sus padres.

Esta es una historia que tiene muchas confluencias, dicho sea.

 

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El desánimo, las ganas de hundirse en la nada hacen su aparición en Sombra sin sosiego, porque los personajes están ligados a sombras, a personas cuyas vidas fueron desprovistas, cruelmente, de su identidad.

¿Hasta dónde llegó el sistema de delación en la época de Stroessner? Se lee en un párrafo: “La coordinadora de las obras sociales de la compañía de Santa Teresita, una religiosa, había mantenido un sistema de informantes acerca de las diferentes actividades que realizaban religiosos, educadores y profesionales de la salud y cualquier persona en su radio de acción”.

Esta es una novela que arranca a partir de los numerosos testimonios de vejámenes, violaciones —lacerantes— a los derechos humanos y muertes bajo suplicio en el Departamento de Investigaciones.

La lucha que libra un hombre convencido de sus ideales libertarios es desigual, obviamente, en un país donde el Estado es manejado por un hombre corrupto, sanguinario y dictador de la peor ralea.

Aun así, en desigualdad de condiciones, muchos hombres y mujeres del país se convertían en banderas humanas, pues no querían para su generación, ni para sus hijos y los hijos de sus hijos, un sistema político represor.

La protagonista recuerda poco de su padre. Sabe que fue un activista. Y le duele la memoria del progenitor. Porque murió pudriéndose en la cárcel. Y la vida, la existencia, la agobia. Lourdes Talavera maneja bien el arte de contar. O de novelar.

Muchas acciones se desarrollan en Buenos Aires. Un marcado paisaje urbano es definido, con buenos rasgos, por la autora.

El peso del horror se manifiesta en las escuetas biografías de algunas vidas que dejaron su estela de sangre. Pero hay más vidas, más testimonios que figuran en el Archivo del Terror.

La novelista da fe de varios testimonios, cuando Stroessner, Pinochet y Videla, a través del operativo “Cóndor” disponían desde un avión nocturno, sobre el mar, del destino de los prójimos. En esta obra hay víctimas, victimarios y también sobrevivientes. Celebro la aparición de Sombras sin sosiego.

 

DELFINA ACOSTA

De: Semanario Cultural del Diario ABC Color de fecha 29 de marzo de 2009

Ver artículo en la página:/www.abc.com.py

 

 

 

 

 

 

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