PortalGuarani.com
Inicio El Portal El Paraguay Contáctos Seguinos: Facebook - PortalGuarani Twitter - PortalGuarani Twitter - PortalGuarani
OSCAR PINEDA

  MAESTROS Y MAESTRAS DE LA PATRIA 1811-2011 - Por OSCAR PINEDA


MAESTROS Y MAESTRAS DE LA PATRIA 1811-2011 - Por OSCAR PINEDA

MAESTROS Y MAESTRAS DE LA PATRIA 1811-2011

Por OSCAR PINEDA


"Los educadores, más que cualquier otra clase de profesionales,

son los guardianes eternos de la civilización”.

Sir Bertrand Russell


"Los mejores profesores son aquellos que saben transformarse en puentes hacia el conocimiento,

y que invitan a sus discípulos a franquearlos”.

Nikos Kazantzakis


1.      ENTRE LA LIBERTAD Y LA DICTADURA (1811 - 1840)

Es el principio del Siglo XIX y el pequeño Napoleón hace temblar con sus cañones a los viejos y vetustos tronos europeos y, con ellos, tiritan al compás de La Marsellesa las colonias desparramadas a la suerte de Dios por todo el ancho y extraño mundo. El iluminismo francés y la revolución que trajo a la historia los derechos del hombre, Rousseau y su Emilio, Pestalozzi y sus párvulos en Yverdon, Lakanal y Condorcet y las leyes educativas, Basedaw y su Obra Elemental hacen presagiar cambios drásticos no sólo en la geografía política de las naciones, sino también en la mente de la humanidad toda, en la preconcepción de las ideas, en el papel del pueblo y en la determinación de su propio destino.

Paraguay no está ausente de todo este movimiento que se difunde por el globo y cambia de la noche a la mañana los significados de las cosas, las ideas de los hombres y los hitos de la historia. 300 años de coloniaje están llegando a su fin, la Independencia del Paraguay está llamando a la puerta, la libertad que arrasa se hace presente en las mentes y su fuerza incontenible inunda todos los eslabones del quehacer nacional. En mayo de 1811 el Paraguay es libre y soberano, y, los próceres que nos dieron patria asumen los delicados resortes del poder nacional.

Los próceres, casi todos muy jóvenes, tanto así que la mayoría no alcanzan la treintena de edad, están imbuidos de nobles ideales y varios de ellos hasta son docentes. Entre estos últimos destacan Fernando de la Mora, miembro de una familia de larga prosapia y poseedor de una formación intelectual sin tacha; Mariano Antonio Molas, prestigioso hombre de derecho formado en Buenos Aires; Juan Sinforiano Bogarín, considerado como una de las mentes más dotadas de la colonia y, por supuesto, José Gaspar Rodríguez de Francia, nervio vital y sombra negra de todo el movimiento emancipador. La formación, las altas aspiraciones, la nobleza de carácter y la vocación pedagógica de varios de ellos quedan trasuntadas en el Bando de 1812 que da una prioridad absoluta a la formación de los componentes del pueblo, desde su más tierna infancia.

Es en este ambiente de las cosas en que la efervescencia de las ideas nuevas, de las responsabilidades asumidas para con la patria y la historia, afiebran el comportamiento de algunos hombres, vuelve reflexivos a los otros y envalentonan a tantos más, que los maestros de ese primer periodo independiente luchaban incansablemente contra la ignorancia del pueblo, sabiendo que estaban forjando con su trabajo callado y su vocación realizada, la simiente de una nueva generación que germinaría ya en plena libertad.

Sin embargo, el primero de la triada de nombres que suenan en esta hora mágica del nacimiento de la nación, y que lleva estampada su firma inclusive en el Acta de Independencia, no es el de un paraguayo sino del rioplatense Juan Pedro Escalada, nacido en Santa Fe en 1777, quien en pleno gobierno colonial de Bernardo de Velazco ya gozara de gran prestigio como educador de primeras letras, gracias a su establecimiento educativo privado del Barrio San Roque y que mantenía con su esfuerzo. Casado con Pastora del Rosario Fretes Britos, natural de Ybytymí, transitó prácticamente toda su longeva vida educando paraguayos y formando una familia paraguaya que diera grandes hijos a la nación. Por sus manos de maestro, que copiaba pacientemente todos los textos educativos que pudiera hallar y que luego vendía a sus alumnos a precios irrisorios, pasaron muchísimos de los vástagos de las tradicionales familias asuncenas como los López, los Decoud, los Machaín, los Peña y los Berges. Fue el formador del guaireño Natalicio de María Talavera, el primero de los grandes enamorados de Calíope y de Erato que tuvo el Paraguay en el Siglo XIX y a quién la pluma le volaba así:


Desplegada en los aires se mira

de los libres la hermosa bandera,

sus colores mostrando altanera

del rubí, del diamante y zafir...


Los cronistas de la época describen a Escalada como hombre de baja estatura, rostro ovalado, hermoso y fresco, ojos azules, blanco de cutis, cabellera larga, abundante, entrecana y caída sobre los hombros, barba y bigotes recortados al ras, de aspecto simpático y agradable, usaba galera alta de la época, portaba bastón y era común verlo envuelto en una capa española que le daba abrigo en los días de fresco. Uno de sus contemporáneos llegó a decir por su cabello, de textura sedosa, que hacía recordar al maestro de maestros Jesús el Nazareno. Cuando se lee esto se duda que uno haya llegado a esta conclusión por algo tan simple como el cabello y nos gusta creer más bien, que al conocer a un verdadero maestro de vocación, la tremenda fuerza asociativa de imágenes y ejemplos se decantan por sí mismas.

El segundo nombre que ocupa como un color esencial toda esta época es la de José Gabriel Téllez, quien allá por 1802 ya regenteaba una institución pública en el centro de Asunción y que luego se llamó Escuela Central de Primeras Letras de la Capital. Estuvo casado con Rosa Isabel Ateza y, apenas producida la Independencia fue confirmado en su cargo de maestro por la Junta Superior Gubernativa y los sucesivos gobiernos que asumieron el poder en Paraguay. Era, como todos los educadores de la época, un maestro de disciplina y palmetas que eran distribuidas religiosamente, para alegría de los ocasionales espectadores, entre los alumnos de comportamiento díscolo, los irresponsables y entre aquellos que se atrasaban en el proceso de aprendizaje que incluía normalmente aritmética, historia, geografía, lectura, escritura y la enseñanza de normas elementales de higiene y educación cívica.

El último comensal de esta mesa de educación paraguaya en este periodo es en realidad el más multifacético y pintoresco de los tres. Se trata de Antonio María Quintana, quien, a más de profesor de primeras letras, era relojero, poeta y músico. La escuela que dirigía, y que luego se mudó a la zona de la Encarnación, estaba ubicada en un principio frente mismo a su taller y el maestro se pasaba el día cruzando la calle innumerables veces para desarrollar su interminable número de funciones. Como en esa época se seguía el sistema lancasteriano donde los alumnos más avanzados hacían las veces de tutores y guía de los novatos, llegó a contar con el tiempo con muchos ayudantes que eran los que pasaban la lista y daban las clases, todas ellas presididas siempre por una gran cruz de madera que colgaba amenazadoramente de la pared, mientras que él, desde la tranquilidad de su taller, controlaba el desarrollo de las materias dadas, corregía las cartillas de pruebas, preparaba las clases del día siguiente, arreglaba los relojes inservibles, rasgueaba la música de moda en una guitarra española y, en un momento de inspiración, hasta componía una copla amorosa o un himno solemne.

Cuando José Gaspar Rodríguez de Francia se hizo con la Dictadura Temporal en 1814 y luego en 1816 con la Dictadura Perpetua, en la práctica, las instituciones de estos tres educadores no sufrieron mella alguna en sus actividades, pues, en el régimen de terror instituido estaba permitido y obligado inclusive el aprendizaje de las primeras letras, no así de los estudios superiores. Por lo que la dictadura pasó por todos ellos como un soplo donde siguieron desplegando sus actividades normales, aunque cada tanto tenían que pasar rigurosos y detallados informes de las asignaturas desarrolladas por los docentes, los avances observados en los alumnos y las disponibilidades materiales de cada casa de estudios.

Quintana continuó guitarreando, pegando manecillas a las esferas marcadoras del tiempo, componiendo estridentes coplas y enseñando primeras letras durante gran parte de la dictadura y más allá. En algunos de los periódicos recuentos se ve que llegó a tener cerca de 300 alumnos en un solo año. Téllez, por su parte, haciendo un alto en su labor docente, fue el tétrico maestro de ceremonias en los funerales de Francia y, en la época de los López, consiguió una pensión vitalicia. Escalada tuvo el visto bueno de los López y su vida fue tan larga como para ver los estragos de la Guerra Grande donde acampó con el despojo de nuestro ejército en Atyrá para luego volver a una bombardeada y saqueada Asunción y morir allí, el 13 de agosto de 1869 a los 92 años de edad. En reconocimiento a toda una vida dedicada a la docencia y en total precariedad de medios, el Gobierno le rindió honores civiles y militares y ordenó que sus restos fueran enterrados en la catedral metropolitana. Para entonces, ya hacía 19 años que había venido al mundo su sucesora en la persona de alguien de su misma sangre: su nieta Asunción Escalada.

Cabe señalar que aparte de estos tres grandes maestros de este periodo también hubo otros dos que desplegaron actividad educativa en un nivel digno de la recordación histórica. El primero es Aimé Bonpland, de nacionalidad francesa, que por su extrema curiosidad de regiones y pueblos exóticos vino a caer en 1821 como un insecto en la tela de la araña, en la órbita del supremo dictador paraguayo que no lo dejó partir, a pesar de las múltiples presiones que incluyeron la del mismo libertador Simón Bolívar, hasta después de haber dejado en estas tierras diez años de su precioso tiempo. En esos años, Bonpland, que era un reconocido científico cuyo nombre está inmortalizado al lado del de Alexander Humboldt y otros grandes de la Academia Francesa de las Ciencias, montó una pequeña escuela en su lugar de reclusión que no era otro que el pueblo de Santa María de Fe, antigua reducción jesuítica. Desde allí, como sabio que era, enriqueció a la juventud de la época con sus enormes conocimientos de cosmografía, ciencias naturales, geología, botánica, biología, medicina, herboristería y hasta dictó cursos de obstetricia. Aunque en principio retenido a la fuerza, se cuenta que cuando lo liberaron en 1831, lloró por su cárcel en el Paraguay. Se había encariñado tanto con esta tierra que cualquiera diría que hubiera preferido una prisión en suelo guaraní que un palacio en cualquier otro rincón del mundo.

La otra, porque de una mujer se trata, es Petrona Regalada Rodríguez de Francia, o sea, la hermana mayor del todopoderoso Dictador del Paraguay, pero no por ello menos perseguida por el tirano que sus ocasionales y hasta tal vez imaginarios enemigos. Petrona tenía una formación superior, una mente privilegiada como la de su hermano, y desde joven quiso transmitir conocimientos a sus congéneres. Siendo de una familia patricia no pasaba necesidades, y entonces, abrió una escuela para niñas en su propia casa donde se enseñaba, aparte de todo lo elemental de la primaria, también sobre la libertad y la igualdad entre los hombres y las mujeres. Se casó con el prominente ciudadano Mariano Larios Galván y luego se divorció en 1801. Cuando Francia subió como dictador perpetuo la favoreció en sus tareas educativas, pero cuando se enteró de que aún se entendía con su ex marido, la cólera del Supremo se hizo sentir en un silencioso y persistente despojo material a tal punto que en cierta parte de su vida llegó a necesitar de todo para vivir. Para poder seguir manteniendo su escuela tuvo que vender velas en las iglesias y realizar un montón de otras labores entre las que se contaba el oficio de lavandera. Alumnas nunca le faltaron y sobrevivió al período negro de poder absoluto de su hermano por ocho años. Tantos que hay quienes sostienen que algunos de los retratos de Francia, en realidad, fueron hechos teniéndola a ella como modelo después de la muerte del Supremo. Está considerada la primera maestra de niñas que tuvo el Paraguay independiente y su apostolado educativo está refrendado por una vida cargada de sacrificios en pos de los educandos.

Antiguo profesor del Colegio Seminario de San Carlos, institución de enseñanza superior, Francia, una vez firmemente en el poder, no dudó ni un instante en cerrarlo para evitar, según pensaba él, la propagación de ideas foráneas que apeligrarían la Independencia del país. Francia dejó de existir al mediodía del 20 de setiembre de 1840. Con él, se iba una de las mentes más brillantes que haya dado el Paraguay y también un periodo con características tan caprichosas y tornadizas, que hoy día nos parece como si fuera salido de un libro de mitos y leyendas.


2.      ENTRE EL PROGRESO Y EL HOLOCAUSTO (1840 - 1870)

Con un corto interregno, sube al poder Don Carlos Antonio López y despliega una actividad política completamente contraria a la de su predecesor y pariente lejano. Abre el país para recibir todos los técnicos que el erario público pudiera contratar, envía a los jóvenes mejores dotados a formarse en el extranjero a costa del Estado, reforma los sistemas de enseñanza y abre escuelas en todos los rincones del territorio. En un periodo de casi dos décadas y media consigue levantar el país y ponerlo en un movimiento frenético de progreso fecundo, que a la postre, no es más que la antesala de la destrucción total. Así, con la labor tesonera de Don Carlos y de su gobierno, el Paraguay inaugura una fundición de hierro, instala el telégrafo, pone en pie un astillero, hace girar las rotativas de una imprenta y se convierte en uno de los primeros países de América en contar con un ferrocarril.

El progreso también se hace sentir en la educación y los nombres que sobresalen en el área ya no son una media docena sino están arriba del centenar, y sin embargo y con todo ello hay unos pocos dignos de mención morque son como hitos que marcan la época. El sacerdote Marco Antonio Maíz, nacido a fines de 1785 en Capilla Duarte, actual Arroyos y Esteros, y diputado por su localidad en el Congreso de 1816, religioso afamado y de prolija formación, ya fue una figura destacada en tiempos de la Independencia y gozaba de fama como docto profesor del Colegio Carolino. Su oposición a la dictadura le valió pasar 15 años de su vida en las mazmorras francistas y tuvo la enorme suerte de no morir fusilado como muchos otros de su clase. Fue liberado en los años treinta y con la anuencia del Dictador se dedicó a la educación, abriendo una escuela donde se enseñaba castellano, latín y filosofía. Ya en tiempos de los López impulsó y fue el rector y alma de la Academia Literaria, institución de formación superior, cuya apertura en 1841 significó un salto cultural-educacional de gran envergadura en un país que carecía completamente de establecimientos de ese nivel. Sin embargo, solo dos años después fue exaltado a la dignidad de obispo, por lo que tuvo que abandonar la Academia y en mayo de 1848, en una de sus giras pastorales, falleció en Villa Oliva. Sus restos fueron inhumados con honores en la Catedral. El padre Fidel Maíz, el personaje más controvertido que haya dado alguna vez la iglesia paraguaya, fue sobrino y alumno suyo.

Don Carlos Antonio López hacía notar en uno de sus informes al Congreso la lastimera ausencia de hombres con formación superior que tenía el Paraguay, al término de la larga dictadura, y que, por dicho motivo, se veía obligado a recurrir a paraguayos que residían desde hace rato en el extranjero, para cubrir esos puestos absolutamente necesarios en una administración que buscaba modernizarse y transformar la nación en un emporio de desarrollo. Uno de estos hombres claves fue Juan Andrés Gelly, paraguayo con estudios superiores, formado en la Argentina y con dilatada trayectoria y nombradla en los entretelones políticos y diplomáticos del Río de la Plata. A pesar de conocerlo desde la infancia, despertó primero recelos en Don Carlos, quien lo confinó a Villarrica apenas llegado al Paraguay. Pero como hombre imprescindible que era, ocho meses después lo hizo llamar y le encargó la formación del Colegio de Enseñanza Media y la Escuela de Derecho Civil y Político, tareas que cumple con gran competencia e inigualable celo. Su larga experiencia en asuntos diplomáticos no le deja sin embargo permanecer en el campo educativo por mucho tiempo y, muy pronto, es requerido para manejar las relaciones exteriores del país donde su desempeño se mostró excelente en un periodo en que las naciones sudamericanas se estaban formando en medio de quisquillosidades propias de nacionalismos intransigentes. Publicó el libro El Paraguay, lo que fue, lo que es y lo que será, que fue traducido en varios idiomas y tuvo muchísima repercusión internacional en su tiempo. Murió en Asunción, en 1856.

Don Carlos encontró en uno nacido al otro lado del océano a su colaborador ideal para las publicaciones y la enseñanza superior: Ildefonso Antonio Bermejo, nacido en Cádiz, España, en 1820, estudió en el colegio San Luis Gonzaga de Sevilla con los jesuitas, quienes moldearon su talante cuestionador y que lo llevó al exilio político sin haber cumplido aún los treinta años de edad. En los años cincuenta residía en París, donde conoció a Francisco Solano López, quien lo contrató para realizar labores educativas y culturales en el Paraguay. Llegó a Asunción en 1855, acompañado de su señora doña Purificación Giménez y, bajo las precisas instrucciones de Don Carlos, fundó la Escuela Normal y el Aula de Filosofía donde ejerció la docencia haciendo alarde de sus conocimientos al tiempo que dirigía y escribía en los periódicos “El Eco del Paraguay”, “La Época” y “La Aurora”. En 1857, Don Carlos le encomendó la dirección de “El Semanario”, que era el órgano de comunicación del Gobierno sin que por eso dejara de desarrollar un sinfín de actividades culturales como puestas de teatro, conciertos de zarzuelas, concursos de cuentos y poesía, etc. Por diferencias con el Gobierno abandonó el Paraguay en 1863 y murió en España en 1892. Sus publicaciones periodísticas, teatrales, ensayísticas, poéticas, etc., son múltiples pero merece especial mención el trabajo Vida Privada, Política y Social del Paraguay aparecido en España en 1873 y que mereció vivos reproches de algunos intelectuales paraguayos.

En la familia presidencial merece especial mención el obispo Basilio Antonio López, hermano mayor de Don Carlos, que naciera posiblemente en 1783 y que fuera educado por los franciscanos. Ejerció la docencia tanto en Asunción como en Buenos Aires. Cuando la dictadura clausuró el Colegio Carolino y los conventos de Asunción, se transformó en un simple cura de parroquia dé la ciudad de Pirayú. En 1845 fue nombrado obispo de Asunción y cabeza de la Iglesia católica en Paraguay. Desde entonces, mantuvo una puja con su hermano el presidente por la creación del Colegio Seminario. Don Carlos se oponía a ello porque pensaba que formaría un elenco directivo y docente al margen de la autoridad nacional. Sin embargo, en 1859 y poco después de la muerte del obispo Basilio, que fuera inhumado con honores en la Catedral, Don Carlos abrió el Colegio Seminario bajo la dirección del padre Fidel Maíz. Hermanos son los hermanos...

Entre los tantos llegados en aquellos años para la construcción del país y que formaron aprendices técnicos en sus respectivas ramas de acción, merecen también ser citados el coronel de ingeniería húngaro Francisco Wisner de Morgenstern, quien de la nada levantó las formidables fortificaciones de Humaitá, que tanto temor causara por mucho tiempo entre los Aliados; el ingeniero de su Majestad Británica, Jorge Thompson, autor de las fortificaciones de Angostura y de las de Curupayty, que el Gral. José Eduvigis Díaz no diera curso; el francés Francisco Sauvageot de Dupuis, director de las bandas militares, a quien algunos historiadores le atribuyen la creación del Himno Nacional; el padre Bernardo Parés, sacerdote de la avanzada de la Compañía de Jesús que volvió al país efímeramente luego de su expulsión en el Siglo XVIII y que llevara adelante las cátedras de Moral Universitaria y Matemática; el Dr. inglés Guillermo Stewart, que dirigiera el Aula de Medicina; entre otros.

Entre los paraguayos que se destacaron en la docencia en época de los López están Carlos Riveros, salido de la Academia Literaria, director y docente de la Escuela de Latinidad y que fuera fusilado en los Tribunales de Sangre de San Fernando; el Pbro. Justo Carmelo Bogado, catedrático de renombre en el Colegio Seminario, fiscal de los Tribunales de Sangre de San Fernando, acabó sus días degollado por las fuerzas brasileñas después de Cerro Corá; el Pbro. José Gaspar Téllez, hijo del gran maestro Juan Gabriel Téllez, enseñó moral, teología y derecho canónico y murió en 1868; Fidel Maíz y Bernardo Ortellado, ambos de la Escuela de Latinidad y muchos otros como Justo Román, José del Carmen Moreno, Roque Campos, Bonifacio Moreno, Francisco S. Espinoza, etc.

Don Carlos Antonio López, quien en sus años mozos también ejerció la abogacía y la docencia en el Colegio Seminario de San Carlos y que, durante sus tres mandatos nunca dejó de escribir en periódicos como “El Paraguayo independiente”, dejó de existir el 10 de setiembre de 1862 y sus restos fueron inhumados en la iglesia de la Santísima Trinidad que él mismo hiciera construir. Le sucedió en el cargo de presidente su hijo mayor Francisco Solano López, que siguió con los emprendimientos de su padre, pero pronto los acontecimientos del Plata terminaron envolviéndolo en su esfera de tejes y manejes. Para 1865, el Paraguay completamente solo estaba envuelto en una guerra terriblemente funesta y trágica contra la Triple Alianza, conformada por Brasil, Argentina y Uruguay.

El primer ejército paraguayo se consumió en Uruguayana, el segundo en Humaitá, el tercero en Pikysyry y el cuarto en las Cordilleras. Al llamado de la patria, primero acudieron los hombres aptos para la guerra, los mocetones que araban el campo, los que labraban la tierra, los que pastoreaban el ganado, los troperos de estancia, los empleados de comercio, los maestros de escuela... Luego, cuando ya estas filas fueron completamente masacradas, acudieron los de edad intermedia. Cuando estos cayeron, sus raleadas filas fueron cubiertas por los ancianos, los niños y hasta por las mujeres. Las escuelas se fueron despoblando, primero de docentes y luego de los mismos alumnos. Las clases se daban en la trinchera misma por la mañana, para alumnos que esa tarde perecerían en defensa de la patria, a la orden de sus profesores convertidos en improvisados oficiales de combate, que también dejarían de existir. Saber sublime que se deposita en una hermosa mariposa que antes que caigan las sombras de la noche, y el rocío de lo alto, va a perecer. El caso del maestro guaireño Fermín López se multiplica por mil en el transcurso de la guerra. Acudió a los cuarteles cuando sobre la nación se cernían los colores crepusculares y amenazadores de la invasión aliada. Combatió feroz por cuatro largos años hasta que llegó a las Cordilleras. En

Piribebuy se encontraba en un rincón del dispositivo defensivo paraguayo dando clase a una veintena de alumnos, el 12 de agosto de 1869, cuando sonó la trompeta que iniciaba la vorágine del desigual combate. La hora fatal en que tendría que entregar su vida a su Creador estaba por llegar. Empuñó su espada, se despidió de sus queridos alumnos y salió corriendo para el fragor de la lucha siendo uno de los que cayó fulminado por la metralla. Sus mismos alumnos alzaron sus restos cuando todavía arreciaba el combate y lo llevaron hasta la iglesia, porque en sus pobres e ilusas mentes creían aun que tan bárbaro enemigo respetaría aunque sea el suelo sagrado del templo de Dios. Cuatro días después fue el turno de los niños. En Acosta Ñú, en el campo abrasado por el fuego genocida, los infantes perecieron al igual que los mayores, dando muestras de valor sublime que no tienen igual en toda la historia del mundo.

La Guerra del Setenta fue y es para los paraguayos la debacle de los siglos, el ragnarok de los guaraníes, la aniquilación completa de toda una generación de hombres en pos de una ilusión pérdida y en defensa extrema del sacrosanto suelo de sus mayores. Paraguay casi deja de existir en el transcurso de la conflagración, a tal punto que su territorio es completamente desmembrado y son masacradas dos terceras partes de la población total del país, lo que incluyen hombres, mujeres y niños... Al finalizar los seis años de lucha, las escuelas de la patria ya no existen, pero tampoco hay niños para que las llenen con sus risas y sus cantos. Ya no resuena el eco de las voces tiernas en las ahora ruinosas aulas, ya no se iluminan las pizarras con sus cándidas miradas, ya las preguntas inocentes no recorren sus paredes... solo se escucha en lo alto el tenebroso graznido del urubú, el sibilante sonido de la desolación, la dantesca danza de la Parca... Al decir del gran poeta Guido y Spano:


¡Llora, llora urutaú

en las ramas del yatay,

ya no existe el Paraguay

Donde nací como tú

Llora, llora urutaú!


3.      ENTRE EL RENACER Y LA REVUELTA (1870 - 1912)

Y sin embargo, el Paraguay, como si fuera un ave fénix de a poco resurgió de sus cenizas materiales y comenzó a levantarse de las ampolladas manos de las Residentas y Karaí. Esta tierra roja que forjó los sufridos hombres capaces de aguantar sin las armas más elementales seis años de desigual lucha fratricida, también fraguó en el caldero de su ser nacional y de su guerra mujeres extraordinariamente fuertes, resistentes y capaces de sobreponerse a los más duros embates del destino. Fueron estas mujeres, muchas de ellas maestras, las que levantaron el país de su estado calamitoso. Como pilares que sostienen la nacionalidad o como tintes que vuelven a colorear la bandera desteñida, la tenacidad de las Residentas dio nueva vida a la patria moribunda.

Es un tiempo en que falta de todo, a veces hasta qué comer y en que, a la caída de la mano férrea que lo gobernaba todo, pequeños poderes que no terminan por imponerse generan todo tipo de desequilibrios. Las revoluciones se suceden, a veces hasta con el visto bueno de las fuerzas ocupantes. Sin embargo, los que bregan por la educación del pueblo son hombres y mujeres persistentes que sufren vivamente cuando ven crecer a los jóvenes en el total analfabetismo. Analfabetismo porque cuando terminó la guerra, el Estado del cual dependía toda la educación, en la práctica, había dejado también de existir, tanto es así que las primeras escuelas que se vuelven a abrir dependen de las municipalidades, mientras que de a poco el poder central vuelve a adquirir recursos quitando migajas de las miserias del pueblo. Es así que la primera escuela que se abre poco antes de finalizada la contienda es la Central de Niñas, inaugurada el 7 de diciembre de 1869 bajo los recursos de la Corporación Municipal. La primera encargada no es otra que Asunción Escalada, la nieta de Don Juan Pedro Escalada. Formada desde niña en el ejemplo del abuelo y asidua lectora de los clásicos franceses, siendo aún adolescente ya tenía a su cargo un grupo de sus congéneres en el establecimiento educativo familiar de la Recoleta. Cuando se retiró de la Escuela Central de Niñas, abrió su propio establecimiento educativo para la formación de las niñas de la sociedad asuncena. Se casó con don Jaime Sosa que en 1875 fue nombrado embajador en la Corte Imperial de Río de Janeiro a cuya sede diplomática Asunción le acompañó. Allí se desempeñó como secretaria de embajada con tanta capacidad que recibió felicitaciones tanto del Estado brasileño como del paraguayo. Falleció prematuramente en 1894 estando en Buenos Aires, sus restos fueron traídos a Asunción. Está considerada la primera maestra de la posguerra.

La que la sigue en el orden de aparición es Rosa Peña, nacida en Asunción en 1843, e hija de Manuel Pedro de Peña y Rosario Guanes. Su padre fue uno de los hombres más ilustrados en la época de los López y luego de la pelea con Don Carlos se fue a vivir a Buenos Aires y se convirtió en un enemigo acérrimo del régimen gobernante del Paraguay. Rosa Peña fue educada en el Colegio de la Merced en la capital bonaerense, desde los grados inferiores hasta recibirse de maestra. Vino al Paraguay en 1870, y se dedicó con ahínco a la enseñanza en medio de un país completamente desbastado por la guerra. De entre sus alumnas nacieron las primeras preceptoras que tuvo la nación. Se casó con el Dr. Juan Gualberto González que llegaría a ser presidente de la República en el periodo 1890/94. A su especial labor se debe el impulso que dieron los primeros gobiernos de la posguerra a la enseñanza primaria que, poco a poco, volvió a reafirmarse en el país. El presidente González fue derrocado poco antes de finalizar su mandato y tuvo que exiliarse en Buenos Aires. Allí le acompañó Rosa Peña, quien dejó de existir en 1894.

Al igual que Rosa Peña, varios otros maestros paraguayos formados en el extranjero llegaron a Asunción con la firme convicción de volver a reconstruir la nación mutilada. Entre ellos se contaban a Manuel Antonio Amarilla, Estanislao Pereira y Atanasio Riera, Este último nacido en Asunción alrededor de 1855, se educó en la Argentina donde recibió el título de maestro normal. Hacia 1880 ya era toda una autoridad nacional en materia pedagógica y, en 1890, presentó al Consejo de Educación su famosa “Memoria sobre Educación Común”, que es el primer informe serio y detallado que se hizo alguna vez sobre ese tema en el Paraguay. En él, aparte de regar con cifras descarnadas acerca de la desastrosa situación educacional nacional de la posguerra, insistía persistentemente hasta el cansancio acerca de la necesidad de instalar una escuela normal. En tiempos del presidente Gualberto González, Riera llegó a ser ministro de Instrucción Pública y con ayuda de Rosa Peña hizo los arreglos necesarios para que volvieran al Paraguay las hermanas Celsa y Adela Speratti, que estaban destinadas a hacer realidad el viejo e insustituible sueño de la Escuela Normal. Adela nació en Barrero Grande en 1865 y Celsa, en medio del fragor de la guerra en 1868, en Luque, entonces capital provisional de la República. Ambas fueron a la Argentina y, con mucho sacrificio de su madre, pasaron a estudiar magisterio en la Escuela Normal de Concepción del Uruguay. Apenas conseguidas las habilitaciones correspondientes pasaron a ejercer la docencia en el Río de la Plata. El prestigio como educadoras traspasó pronto las fronteras y fueron traídas de vuelta al Paraguay para continuar su labor en su país natal. Para 1890 ya habían abierto la Escuela de Preceptoras y en 1897, la Escuela Normal de Maestras. Adela murió tempranamente en 1902 y su hermana Celsa la suplantó en la dirección de la Escuela Normal. Celsa se casó con el Dr. Pablo J. Garcete, una vez consolidada la enseñanza normal se retiró de la docencia y falleció en 1938. Fue esta una época en que sobresalieron en la docencia Cleto Romero, Susana Dávalos, Mateo Collar, Lidia Velázquez, Lucia Tavarozzi, Joaquina, Rafaela y Facundo Machaín, entre otros. Por su parte y luego de una vida dedicada a la docencia, Atanasio Riera murió en 1942.

El año 1877, muy agitado por los asesinatos políticos que se suceden uno tras otro, es también el que da inicio al Colegio Nacional de la Capital, institución pública educativa de enorme prestigio que no tiene igual en toda la nación por sus lauros acumulados y porque por sus aulas han pasado como docentes y alumnos cerca de una veintena de presidentes de la República y más de un centenar de personalidades paraguayas destacadas en todos los campos de la vida nacional. Su primer director fue el Dr. José Agustín Escudero y la primera remesa de profesores estuvo integrada por Gastón Riviere, Eugenio Bertoin, José María Pérez, Pascual Vía, Pbro. Facundo Bienes y Girón, Carlos Duval, Rodney Groskey, Cristóbal Campos y Sánchez, Ramón Zubizarreta, José Segundo Decoud, Benjamín Aceval, Luis Cavedagni, Domingo Jiménez y Leopoldo Gómez de Terán. Estos serían en conjunto los que moldearían inicialmente a toda una generación de la clase dirigente del país que se proyectaría con fuerza en todos los ámbitos en los siguientes setenta años. El Colegio Nacional de la Capital, que hoy en día lleva el nombre de Gral. Bernardino Caballero también formó en sus aulas algunos de los más grandes maestros e intelectuales que produjera la República. Entre ellos se cuentan a Eduardo López Moreira, Antonio Sosa, Ricardo Odriosola, Antonio Ramos, Juan Vicente Ramírez, Adolfo Aponte, Blas Garay, Marco Antonio Laconich, Justo Pastor Prieto, Carlos R. Centurión, Teodosio González, Juan José Soler, Luis De Gasperi, Víctor Bernardino Riquelme, Manuel Domínguez, Luis Andrés A. Argaña, Justo Pastor Benítez, Hermógenes Rojas Silva, Rogelio Urizar, José Tomás Osuna, Julio César Chávez, Luis E. Migone, Víctor Ydoyaga, Alberto Niño Schenoni, Juan Francisco Recalde, Pedro Bruno Guggiari, Pedro N. Ciancio, Antonio Bestard, Manuel Riveros, Quirno Codas Thompson, Juan S. Netto, Héctor Velázquez, Juan León Mallorquín, Carlos Miguel Jiménez, José Benigno Escobar, Fulgencio R. Moreno, Pedro De Felice y Reinaldo Decoud Larrosa.

El hijo del Mariscal Francisco Solano López y Alicia Elisa Lynch, Enrique Venancio, también fue un educador que marcó gran parte de la historia paraguaya de la pos Guerra Grande. Nació en 1858 en Asunción y viajó con su madre a Francia apenas terminada la contienda bélica en 1870. Recibió una esmerada educación integral en París, Londres y Buenos Aires, y, llegó a acumular tantos conocimientos y merecimientos que en su tiempo fue considerado uno de los paraguayos mejor preparados para encarar el tema docente y su problemática en el país. En 1893 pudo al fin volver al Paraguay en tiempos del presidente Juan B. González y, en época del Gral. Juan Bautista Egusquiza, fue superintendente de Instrucción Pública, diplomático y senador de la nación. Ejerció la docencia en el Colegio Nacional, la Escuela Normal y el Instituto Paraguayo. El Gobierno le reconoció su grado militar de la época de la Guerra del Setenta y también sus condecoraciones de Medalla del Amambay y la Orden Nacional del Mérito. Murió en 1917.

La situación política tiende a estabilizarse y al gobierno del Gral. Bernardino Caballero le sigue el del Gral. Patricio Escobar, quien en 1889 materializa al fin un viejo sueño de toda la República: la creación de la Universidad Nacional de Asunción, la que sería en la práctica el monopolio de la educación superior en el Paraguay durante más de setenta años. Los primeros maestros que desfilaron por sus aulas y a quienes se le debe al igual que al Colegio Nacional de la Capital toda una pléyade de la clase dirigente del país, estuvo integrado por Ramón Zubizarreta, Alejandro Audibert, Ramón de Olascoaga, Federico Jordán, César Gondra, Emeterio González, Gaspar Villamayor, José Zacarías Caminos, Benigno Riquelme, Juan Daniel Anisitz, Teodosio González, Antolín Irala, Juan Vallory, Héctor Velázquez, Facundo Insfrán, Justo P. Duarte, José P. Montero, Félix Paiva y Francisco C. Chávez.

En las dos últimas décadas del Siglo XIX el Paraguay se vio beneficiado también con la llegada al país de algunas personalidades de renombre internacional que contribuyeron en mucho a la educación, cada uno en sus respectivas especialidades. El primero de ellos fue Jaime Balansá, naturalista francés que llegó al Paraguay en 1877 invitado por el gobierno de Salvador Jovellanos. Recogió gran cantidad de muestras botánicas que enriquecieron los herbarios de Europa. En 1883, se hace presente en Asunción el doctor suizo Emilio Hassler, quien recorre el país y realiza una labor de investigación científica y de transmisión de conocimientos sin parangón hasta su muerte en 1937. Sus restos reposan en San Bernardino por expreso pedido del venerable botánico. En 1887 llegó a Asunción, achacoso y enfermo, el afamado político y maestro argentino Domingo Faustino Sarmiento, quien luego de impartir clases magistrales al lado de donde hoy se encuentra el Gran Hotel del Paraguay y de aconsejar al Gobierno nacional y al Gobierno municipal en materia educativa, falleció al año siguiente. Ese mismo año llega también a Paraguay el sabio suizo Moisés Bertoni, quien funda la Escuela Nacional de Agronomía y realiza estudios agrícolas, antropológicos, botánicos, meteorológicos y climatológicos del Paraguay. Crea entre otras cosas una tabla de periodicidad de las lluvias en el país que hasta hace poco tiempo, cuando todavía no habían ocurrido los drásticos cambios climáticos que nos afectan hoy día, tenía una regularidad asombrosa. Murió en 1929. Sus hijos continuaron su obra. En 1888 está en Asunción el científico y artista italiano Guido Boggiani, que recorre incansablemente las selvas del país e investiga pacientemente sobre todos los grupos indígenas que las pueblan. Sus variadas publicaciones sobre las diversas etnias permiten la divulgación de conocimientos hasta entonces ignorados en el Paraguay y en el extranjero. Murió a manos de los mismos indígenas que investigaba a inicios del siglo XX.

En el campo privado, en 1881, las hermanas vicentinas abren el Colegio de la Providencia, que fue la primera institución de ese tipo habilitada en el país después de la Guerra Grande, con la Hna. Clara Rey como primera directora y donde se destaca la Hna. Josefa Bourdette como educacionista ejemplar. En 1893 la Sociedad Escolar Alemana presidida por M. Mangels funda la Escuela Alemana que más tarde se llamaría Colegio Goethe, y en 1895 los numerosos inmigrantes italianos llegados al país y organizados en la “Societá Italiana di Mutuo Soccorso” y la “Societá Femminile di Beneficienza Margherita di Savoia” instituyeron la escuela primaria que con el tiempo sería la “Dante Alighieri”. Cuando agoniza el Siglo XIX, más concretamente en 1896, los hijos de Don Bosco, a pedido del Poder Ejecutivo llegan al Paraguay y abren las puertas del colegio Monseñor Lasagna, en Asunción.

Los primeros padres educadores que ejercen la vocación docente con el carisma salesiano en nuestro país son Ambrosio Turiccia, Domingo Queirolo, Pedro Fogliay Carlos Dugnani. Educadores de la juventud como no tienen igual en el mundo, traen consigo también la amorosa veneración de la Virgen María bajo la advocación de Auxiliadora de los Cristianos. Sólo cuatro años después, al alborear el Siglo XX llega al Paraguay la rama femenina de la madre María Dominga Mazzarello, representadas en las hermanas Emilia Borgna, Rosa Ceriani, Marta Polo, Julia Quaranta, Ángela Delaurenti, Lorenzina Natale, Clemencia Valles, Carolina Carvajal y Catalina Castells y el poderoso viento salesiano, con el Sistema Preventivo del santo de los jóvenes como punta de lanza educativo, se agita con fuerza en dirección a Villarrica, Cnel. Oviedo y Concepción, primero, y más tarde hacia el este del país y al Chaco Boreal bordeando el río epónimo. Era también este el tiempo en que empezaba a brillar con luz propia el gran maestro caaguaceño Delfín Chamorro, uno de los docentes más destacados que haya existido alguna vez en nuestro país. Nació en 1863 en los días preambulares de la gran guerra y se formó en Villarrica y en el Colegio Nacional de la Capital, donde se despertó su vocación docente que lo acompañaría como sello inconfundible de su ser para toda la vida. Volvió al Guairá donde se dedicó con ahínco a la educación. Muy pronto sus dotes de educador comenzaron a sobresalir y fue llamado nuevamente a la capital donde enseñó en diversas instituciones educativas, desempeñándose con un celo digno de encomio y de todo tipo de elogios hasta el fin de sus días. Poeta exquisito, legó para deleite de las generaciones posteriores las obras “Todo está perdido” y “Adiós a Ybyty”. Falleció en Asunción en 1931. Un meritorio continuador de su obra fue el maestro Juan Inocencio Lezcano, a quien se le deben los tres famosos tomos de Lecciones de Castellano y también, aunque no en la misma línea, el muy reconocido por la posteridad Máximo Arellano, que fue uno de los brillantes egresados de la promoción 1908 de la Escuela Normal de Profesores.

Otro de los que gravitan activamente en este periodo es indudablemente Ignacio Alberto Pane. Nacido en Asunción allá por 1880, estudia en el Colegio Nacional de la Capital, en el Instituto Paraguayo y la Facultad de Derecho. Si bien alcanzó los lauros de senador de la nación y otros muchos cargos de resonancia, era en la enseñanza donde parecía fluir todo su ser y era allí donde más se hacía sentir el apostolado nacionalista que le caracterizó toda su corta vida. Dejó de existir a los 40 años en 1920 después de habernos legado un buen número de obras entre los que se cuentan Apuntes de Sociología, Geografía Social, El Método y las Ciencias Sociológicas y Lecciones de literatura preceptiva. A él también se deben los poemas populares “Beatriz”, “Ybapurú”, “RaidaPoty”, “La Mujer Paraguaya” entre otros. Y hablando de la mujer paraguaya también es el tiempo en que se siente la presencia de la primera feminista del país: Serafina Dávalos y su hálito fresco y revolucionario que propugna la igualdad entre el Adán y la Eva de nuestra historia tan cargada de machismo. Había nacido tres años después que Ignacio A. Pane y en 1898 había egresado como maestra normal, a lo que le puso tanto empeño que, en 1904, fundaba la Escuela Mercantil de Niñas para la formación de contadoras y peritas mercantiles. Ya en 1896, junto con otras egresadas del curso de preceptoras de la Escuela de Niñas, entre las que se encontraban Ramona Ferreira, Concepción Escalada, Luisa Caminos, Concepción Silva, Celeida Rivarola, Elvira Rivarola, Josefina Barbero, Ángela Sogliancich, Julia Ríos y Eulogia Ugarriza, peticiona con vehemencia a la autoridad competente para que se abra cuanto antes una Escuela Normal de Maestras para poder servir con más profesionalidad en el campo docente a la patria. A pesar de esas múltiples actividades que ocupaban mucho de su tiempo prosiguió sus estudios, siendo la primera mujer abogada que egresara de la Universidad Nacional de Asunción en 1907. Su tesis “Humanismo” causa gran revuelo en una pacata y conservadora sociedad asuncena que se resiste a la idea de que la hora de la liberación de la mujer está alboreando en el horizonte paraguayo. En 1910 es la delegada oficial del Gobierno paraguayo en el Primer Congreso Femenino Internacional llevado a cabo en la Argentina. Pasados los años de lucha incansable por la causa femenina y luego de pasar por la presidencia de la Liga Pro Derechos de la Mujer consigue ingresar por su propio peso y prestigio en el Tribunal Superior de Justicia. Fallece en 1957 y en su nombre, en 1961, Paraguay reconoce al fin el derecho al voto femenino.

Al principio de la primera década del Siglo XX la desestabilización política a manos de un revoltoso coronel Albino Jara de trayectoria meteórica, como lo llamara alguno de sus biógrafos, y que trae levantamientos armados uno tras otro, hace apeligrar en la práctica todos los emprendimientos gubernamentales, entre ellos los que tienen que ver con la educación. Se suceden una serie de rebeliones, especialmente en el agitado 1911, en que llegan a existir al mismo tiempo varias autoproclamadas cabezas del Ejecutivo, y en este estado caótico de las cosas se vuelve imposible celebrar el Centenario de la República del Paraguay. La situación se disipa en gran medida cuando el inestable Albino Jara muere en Paraguarí de “mala muerte”, tras su último levantamiento el 15 de marzo de 1912. En agosto de ese año, Eduardo Schaerer sube a la presidencia y consigue, junto con Manuel Franco y José P. Montero, afianzar por ocho años la República convulsa.



4.      ENTRE LA PACIFICACIÓN Y LA GUERRA (1912 - 1936)

La heredera directa de las hermanas Speratti fue, sin lugar a duda, María Felicidad González. Igual que en la Ópera italiana a Verdi siguió Puccini, en la educación paraguaya a Celsa y a Adela siguió María Felicidad. Y es que la educación tiene rostro de mujer, o sea, los mismos de Concepción Silva de Airaldi, Rosa Ventre, Josefa Repetto de Barbero, Spíritu Nuñez Riera, María Sorazábal, Lidia Velázquez, Virginia Corvalán, Elida Ugarriza, Emiliana Escalada, Carmen Garcete, Inés Enciso Velloso, Dora Freís de Barthe, Beatriz Mernes de Prieto, Lilia Freis de Guerra, Gilda Carísimo, Estela Achón de Ávila, Teresa Cazenave de Sánchez Quelly Esther Ballestrino. La hermosa Paraguarí vio el nacimiento de María Felicidad en 1884. Hizo sus estudios primarios en Asunción y para 1905 ya se había graduado de maestra normal absorbiendo todo lo que las Speratti pudieran dar. Tantos fueron ya los méritos acumulados en tan joven edad que se ganó una beca para perfeccionarse como profesora en la Escuela Normal de Paraná. A su vuelta, recibió la regencia de la Escuela Normal del Paraguay. Gracias a su gestión en 1921 dicha institución dio el gran salto de transformarse en Escuela Normal de Profesores, de donde fue su primera directora y la más destacada docente de la misma durante muchísimos años. Llegó a ser inspectora general de Escuelas y miembro del Consejo Nacional de Educación. Dejó las obras Misceláneas Paidológicas y Organización Escolar. Con justicia recibió la medalla Honor al Mérito Educacional y dejó de existir en 1980, cuando contaba con 96 años de edad y luego de haberse dedicado a la enseñanza por casi tres cuartos de siglo. Debido a su longevidad y su capacidad, la educación paraguaya lleva su pincelada indeleble durante gran parte del Siglo XX. Casi contemporáneo de María Felicidad González y con logros similares es Manuel Riquelme, nacido en 1885 y formado también en la Escuela de Paraná. Llegó a ser ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública y luego de dejar un rico legado representado principalmente en libros para la primaria, y de fundar la Facultad Libre de Humanidades, dejó de existir en 1961. Cabe destacar que hasta entrado el Siglo XX el Paraguay en la práctica, no producía materiales de uso educativo limitándose a usar aquellos que eran traídos de Buenos Aires y hecho por maestros argentinos para niños argentinos. Riquelme, junto con Ramón Indalecio Cardozo, Juan José Soler, Héctor L. Barrios, Marcelino Machuca, Manuel W. Chávez y después la benemérita maestra Concepción Leyes de Chávez estuvieron entre los primeros en preparar textos nacionales para nuestros niños, con lo que se inicia la producción propia de estos materiales imprescindibles para lograr una buena educación paraguaya totalmente imbuida de nuestra historia, nuestro folklore, nuestra cultura, nuestros héroes y nuestra idiosincrasia.

Al finalizar la guerra civil del 22 y 23 se suceden una serie de presidentes que se muestran comprometidos con el país y lo conservan pacíficamente para provecho de todo el pueblo. Ellos son Eusebio Ayala, Luis Alberto Riart y Eligió Ayala. Este último es el que interviene en forma directa en la renovación educativa tan perentoria ya en ese tiempo, de acuerdo con los parámetros extranjeros. Es a mediados de los años veinte en el que surge un hombre de su tiempo y que está considerado el más grande pedagogo que alguna vez haya dado la nación paraguaya: Ramón Indalecio Cardozo. El Paraguay siempre ha tenido maestros dignos de ese nombre, pero, sin embargo, nunca había contado con alguien que desarrolle el pensamiento educativo o el sustrato filosófico que sostiene todo el edificio docente en un grado tan alto y a tal punto que lo ubica a una altura similar a Sarmiento en la Argentina y a Varela en el Uruguay. Indalecio nació en Villarrica en 1876. Su educación inicial la hicieron su madre Josefa y su tía Balbina. Debido a su prolija dedicación en 1892 fue becado por el Gobierno nacional para proseguir sus estudios en el Colegio Nacional de la Capital. Tres años después ya se estrena como maestro de los menos aventajados, quienes inmediatamente sienten el poderoso influjo de estar frente a un docente a carta cabal. No contento con tener el alma de maestro, en 1896 ingresa en la Escuela Normal de Maestros y se prepara con ahínco para serlo, y con diploma, habilitación y todo. Ya entrado el Siglo XX es el organizador y el primer director de la Escuela Normal de Villarrica. Su tremenda capacidad de trabajo lo instala en 1921 como Director General de Escuelas y al año siguiente presenta su primera memoria de educación primaria y normal, lo que en su tiempo mereció elogiosos conceptos de los más altos estamentos gubernamentales. Eligió Ayala presidente de la República en 1923, sabedor de la descollante capacidad del maestro, lo ubica como vela y timón en el barco de la Reforma Educativa de 1924, la que desarrolla de manera muy competente. En 1933, elaboró un nuevo plan de estudios para las Escuelas Normales y se retiró de la función pública al año siguiente, pero continuó enseñando en el Colegio Internacional y en el de Goethe hasta pocos meses antes de su muerte ocurrida en 1943. Dejó como legado un cuantioso número de obras de incuestionable valor para la educación paraguaya entre las que se cuentan Pedagogía de la Escuela Normal, Pestalozzi y la Educación Contemporánea, Nueva Orientación de la Educación Común y la Pedagogía de la Escuela Activa. Todo este acervo y muchos otros constituyen hasta hoy en día piedra fundamental de toda la formación docente y espina dorsal del currículum de las diversas reformas educativas llevadas a cabo desde entonces. Evidentemente, Ramón Indalecio Cardozo marca con su vida y su obra un antes y un después en toda la historia de la educación paraguaya y su faro poderoso guía a las generaciones presentes y futuras hacia el puerto de la excelencia educativa utilizando como medio invalorable a la escuela activa. Como para darle veracidad al conocido proverbio “De tal padre, tal hijo”, su vástago, Efraím Cardozo también figura en los anales nacionales como uno de los más grandes historiadores que haya dado el país.

Mientras en las noches asuncenas comienzan a sonar las primeras guaranias como endechas amorosas que persiguen los balcones de los amantes, siguiendo en alas de panambís imaginarias los inmortales versos del más grande poeta que haya dado alguna vez la República, Manuel Ortiz Guerrero, y con los acordes no menos hechiceros de José Asunción Flores, una serie de Sergios y Nicolases, que son algunas de las mentes matemáticas más brillantes que hubieran podido formar los institutos del Zar de todas las Rusias, Nicolai II Alexandrovich en el otro extremo del mundo, trabajan intensamente en plena Asunción para llevar a la práctica la implementación del currículum de la recién creada Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas. Eran ellos Sergei Bodrovsky, Nicolai Grivoschein, Sergei Sispanov, Nicolai Snarskyy Sergei Conradi que contribuyeron en mucho para que la que en nuestros días conocemos como Facultad de Ingeniería pueda funcionar con todas sus materias, en 1926, a iniciativa de Eligió Ayala. Estos rusos blancos exiliados, grandes maestros de los números y del cálculo profundo, produjeron con su esfuerzo y entrega a su patria adoptiva toda una generación de excelentes profesionales paraguayos en el área de las ciencias exactas y que son los que a la postre crearían en el futuro los portentos de ingeniería como Itaipú y Yacyretá.

Los años treinta se inician con los fuertes vientos que barruntan la guerra con Bolivia por el Chaco Boreal. Emiliano R. Fernández incita al pueblo entero a defender lo que es suyo con sus inmortales versos de “Rojas Silva Rekavo” y “Che la Reina”, y profetiza que la raza guaraní traspasaría el Parapití lejano. El 23 de octubre 1931 se produce el incidente frente al Palacio de López que acaba con la vida de 11 jóvenes estudiantes que protestaban por la indefensión del suelo patrio, y, en setiembre del año siguiente, ruge incontenible el cañón frente al formidable baluarte fortificado de Boquerón. Es la guerra que estalla con furia al sur de nuestras marcas septentrionales y que dura tres largos e interminables años en una de las conflagraciones bélicas más sangrientas que se hayan dado en el Siglo XX en el hemisferio meridional. Llegar al Parapití lejano cuesta a la patria 30.000 jóvenes vidas pero el honor y el inmenso Chaco Boreal, de llanuras agrestes y cielos infinitos, se preservan eternamente para la patria que supo defenderla de la mutilación y la deshonra.

En el Archivo Nacional de Asunción se conservan como valiosos testimonios de patriotismo varias notas de maestros de escuela que piden permiso al Ministerio de Instrucción Pública para abandonar sus cargos y partir al Chaco, para unirse a los que luchan por preservar el terruño amenazado. Son maestros que saben que la primera enseñanza siempre será el testimonio de vida. ¿Y qué más grande demostración hay que aquella donde uno puede entregar, literalmente hablando, su misma vida en el breve transcurrir de un solo segundo? La respuesta es obvia.

La formación de los que defenderían el Chaco en los años treinta comenzó en realidad en los años veinte, y todo se lo debe a un hasta entonces oscuro mayor llamado Camilo Recalde, que tuvo la suficiente visión para formar de entre la juventud estudiosa toda la oficialidad que sería la base imprescindible en esas horas tan cruciales para la patria. Camilo, que llevaba en su nombre mismo el de la gens Camilla del salvador de Roma, nació en Asunción en 1889, se incorporó al ejército en 1913 como Teniente 2° y en 1916 integró el primer plantel de oficiales de la recién abierta Escuela Militar, bajo la dirección del Cnel. Manlio Schenoni, que fue uno de los más distinguidos maestros militares del país. Siendo capitán, siguió cursos de perfeccionamiento en Chile y en Italia y a su regreso al país prestó servicios en la II Zona Militar con sede en Paraguarí. En 1922 se desencadena la guerra civil propulsada por el Cnel. Adolfo Chirife. Camilo se alinea con el Gobierno y presta valiosa ayuda al entonces mayor José Félix Estigarribia, en diversos puntos del país donde se libran encarnizados combates. Al fin de la guerra civil ya es mayor y en 1926 es nombrado director de la Escuela Militar. Al año siguiente se produce el asesinato del Tte. Rojas Silva en el Chaco paraguayo, lo que lo lleva a concebir una idea brillante: la formación de jóvenes oficiales de reserva mediante cursos rápidos impartidos a los estudiantes secundarios y universitarios en edad de recibir instrucción de tipo militar y con suficientes lucimientos mentales como para dirigir a su vez unidades a nivel de grupo de combate y de pelotón. De esos cursos nace la Escuela de Oficiales de Reserva, lo que en nuestros días conocemos como CIMEFOR (Centro de Instrucción Militar para Estudiantes y Formación de Oficiales de Reserva) y del cual el que les escribe estas líneas ostenta con orgullo el rango de subteniente de Infantería de la reserva nacional. Estos jóvenes patriotas fueron la base de combate más valiosa que puso en la cancha de la guerra el Paraguay, y Camilo Recalde fue el formador de todos ellos. Este inolvidable maestro, con uniforme verde olivo, evidentemente nunca llegó a ser el Genio del Chaco, ni el deslumbrante sol que defendiera Nanawa, ni el León Caré que luciera su gloria en Cañada El Carmen, ni tampoco el Avión Pytá que en Yrendagué aniquilara para siempre la orgullosa y poderosa división de David Toro, lo que le valiera ser venerado por la eternidad como Patrono de la Infantería Paraguaya, pero, indudablemente también, ni José Félix Estigarribia, ni Luis Irazábal Barboza, ni Rafael Franco Ojeda, ni Eugenio Alejandrino Garay hubieran conseguido nunca jamás hacer lo que hicieron sin haber tenido ese ejército de estudiantes soldados que comenzó a formar una tarde de 1927, en el patio del Colegio Militar, el entonces mayor Camilo Recalde. En su carrera militar llegó al grado de coronel y si bien magnífico docente y profesional castrense, los vaivenes políticos de la posguerra lo condujeron por el camino equivocado y acabó sus días en Viña del Mar, Chile, en 1950.


5.      ENTRE EL RADICALISMO Y LA REVOLUCIÓN (1936 - 1954)

En 1936 cae del poder el Partido Liberal y sube al mismo un coronel que había ganado mucha mística guerrera durante la pasada contienda. Es el Cnel. Rafael Franco, quien lleva adelante el movimiento febrerista que, si bien es minoritario, conserva las riendas del poder durante casi dos años, principalmente gracias a su gran arrastre populista. A pesar de los avatares políticos de la época, la educación paraguaya no dejó de hacer saltar a la palestra del desafío docente grandes hombres, que forjaron la valiosa urdimbre de la escuela pública y privada nacional.

Esos también fueron los años en que sobresalió entre todos un educador cuyo campo de acción cultural fue tan grande y variado que cuesta enmarcarlo o estereotiparlo con una sola vocación. Se trata de Andrés Barbero, nacido en Asunción en 1877. Estudió en el Colegio Nacional y luego siguió Química y Medicina, graduándose con honores en las dos carreras, lo que ya daba de por sí sólo muestra de su alta capacidad académica. Siendo todavía estudiante de los cursos superiores ejercía la docencia de los cursos inferiores. Su incuestionable habilidad organizativa y su innato liderazgo le llevó a ocupar importantes cargos dentro de los estamentos de la salud y de ser uno de los fundadores de la Sociedad Científica del Paraguay y de otras instituciones científicas y de salud pública. Llegó a ser también ministro de Economía en el gabinete de otro gran maestro: Don Félix Paiva. Murió en 1951 y todos sus bienes con los de sus hermanas pasaron a formar parte de la Fundación La Piedad, cuya función principal son las obras filantrópicas hasta hoy en día, en que una de las beneficiadas es la Academia Paraguaya de la Historia.

En lo que se conoce como el bachillerato comercial, existe un nombre que es esencial para poder dimensionar en su justa medida el inicio y la trascendencia en el tiempo de esta área educativa. En 1881, el mismo en que el Gobierno ordena la creación de los Consejos Escolares en las localidades con escuelas, nació en Asunción, hijo de un brasilero y una paraguaya, el gran maestro Alfonso B. Campos. Alumno aventajado en el Colegio Nacional de la Capital, en 1896 aparece como uno de los fundadores del primer centro de estudiantes de la prestigiosa casa de estudios y en 1901 se encuentra entre los primeros miembros de la Sociedad de Mutuo Socorro de Empleados de Comercio. Su pasión de toda la vida fueron las Ciencias Contables y a su esfuerzo se debe la creación de la Escuela de Comercio que hoy lleva su nombre y a la que dedicó muchísimos años de su vida. En la práctica fue el creador de toda una pléyade de jóvenes funcionarios contables que ayudaron a que el país se nutra de los elementos calificados para llevar adelante las cuentas públicas y privadas. En 1955 le fue otorgada, con justa razón, la Orden Nacional al Mérito y el Gobierno español le condecoró con la Orden del Mérito Civil. Estaba casado con María de las Nieves Ortiz. Dejó de existir en 1961 viendo su obra completamente consolidada en otras instituciones que seguían los delineamientos de la Escuela de Comercio.

También Juan R. Dahlquist, que nació en Buenos Aires en 1884, hijo de un sueco y una paraguaya, y que llegara a ser afamado maestro de juventudes y cuyo nombre ostenta uno de los colegios nacionales diversificados más importantes de la capital, se yergue en esa época como fuerte baluarte de toda la educación. Siendo pequeño se radicó en Pilar donde cursó sus primeros estudios, los que continuó en Asunción hasta llegar a ser maestro normal. Usufructuando una beca prosiguió sus estudios en la Escuela Normal de Paraná, donde había egresado María Felicidad González. De vuelta a Asunción se abocó a la docencia y a la administración educacional. Llegó a ser Inspector General de Escuelas y Director de la Escuela Normal. Sus últimos años, ya retirado de la docencia, los pasó siendo cónsul del Paraguay en Paraná, donde falleció en 1952. Estaba casado con Natividad Savater y nos legó varios escritos de indudable valor, entre los que se cuentan Páginas de un Maestro, Historia de la Escuela Normal e Historia de la Instrucción Pública a partir de 1870. También a su iniciativa se deben las publicaciones “Kavure’í”, “La Enseñanza” y “Revista de Instrucción Pública”.

A todo lo largo del Siglo XX los salesianos en el Paraguay siguieron produciendo, a ejemplo de Don Bosco, grandes maestros de la juventud, entre los que se cuentan a Emilio Sosa Gaona, José y Juan Cassanello, Vicente Preciozo, Antonio Tavarozzi, Arnaldo Lévera, Adolfo Moleón, Luis Cuttier, Marcelino Medina, Juan B. Queiroz, Rafael Elizeche, Máximo Arrióla, Alejo Obelar y el legendario Ernesto Pérez Acosta, más conocido como Paí Pérez. También cabe resaltar que el Colegio de San José de la Congregación del Sagrado Corazón de Jesús de Betharram de los Padres Bayoneses, fundado en 1904 en Asunción, aportó grandes maestros al país como ser Juan B. Tounedou, Luciano Cestac, Lorenzo Bordenabe, Bernardo Capdevielle, Cipriano Oxibar, Juan Pucheu, José Saubatte y el inolvidable Marcelino Noutz, quién en las letras del “Patria Querida” encarna todo el ideal de la nación paraguaya. Los tres colegios privados que complementan todo este tiempo son el Internacional fundado en 1920 por los Discípulos de Cristo de Indianápolis, Estados Unidos y capitaneados por Clement Manly Morton, su primer director; el colegio de Cristo Rey, abierto en 1927 por los padres Jesuitas que por fin volvieron definitivamente al Paraguay; y el Colegio de Las Teresas de la compañía del mismo nombre con sede en San Gervacio, Barcelona, y que siguen el ejemplo de la gran Santa y Doctora de la Iglesia nacida en Ávila y cuyos versos eternos comienzan así:


"Nada te turbe, nada te espante.

Todo se pasa. Dios no se muda.

La paciencia todo lo alcanza.

Quien a Dios tiene, nada le falta.

Sólo Dios basta".


Para estos años, ya hacía más de medio siglo que el más grande cantor de las glorias nacionales predicara a los cuatro vientos su mensaje de valoración histórica. Se trata de Juan E. O’Leary, nacido en Asunción en 1879, estudió en el Colegio Nacional de la Capital y luego siguió la carrera de Derecho. Desde temprano se dedicó a la docencia y a la reivindicación de los héroes del setenta que, a la postre, fue la gran causa en la que consumió sus 90 años de vida. Ya desde principios del Siglo XX, donde los vencedores se habían encargado de vilipendiar a los héroes del setenta, O’Leary defendía su memoria como la voz que clama en el desierto. De esos años deriva la famosa e histórica polémica con uno de sus profesores, el también ilustre Cecilio Báez, que llegaría a ser presidente de la República y en cuyo enfrentamiento (Lopizmo vs. Antilopizmo) se trasunta una antigua discusión que hasta hoy día polariza, de vez en cuando, a la nación entera en bandos encontrados. Sin embargo, en los años previos a la guerra del Chaco fueron sus escritos recordatorios de los gigantes del setenta lo que enervaron el patriotismo y crearon la mística guerrera del pueblo, que permitiría al mismo soportar y vencer al “enemigo tenaz y a la naturaleza hostil” durante tres años de sacrificios indecibles. A sus esfuerzos se deben que el Mariscal Francisco Solano López sea elevado al sitial de Defensor de la Nacionalidad Paraguaya y Héroe Máximo de nuestro país en los años treinta, y que sus restos fueran colocados en un lugar destacado en el Panteón Nacional de los Héroes. El viejo maestro y bardo eterno de las glorias nacionales dejó de existir en 1969, luego de dejarnos un enorme legado histórico donde se plasma con peculiar realismo y emocionado lirismo las estampas heroicas de la patria.

Entrando ya en los años cuarenta, y luego de la efímera presidencia de José Félix Estigarribia, fallecido trágicamente en un accidente de aviación en Altos, le sucede la presidencia de Higinio Morínigo, que reorganiza el Ministerio de Justicia, Culto e Instrucción Pública y crea entonces el Ministerio de Educación en 1943 como secretaría de Estado completamente independiente de las áreas de Justicia y Culto. Pocos años después se desencadena la terrible y trágica Revolución del 47, que produce innecesariamente gran cantidad de muertos y el exilio forzado a la Argentina de miles de ciudadanos. Sobre este triste espectáculo es que se alza vencedora de la contienda civil la Asociación Nacional Republicana, que en menos de un año desplaza del poder al mismo Higinio Morínigo. En ese entonces, los avatares políticos producían cambios en las altas esferas del estamento nacional. Sin embargo, no pasaría ni una década para que los mismos también influenciaran de manera notable sobre las aulas y maestros de la patria.


6.      ENTRE LA REPRESIÓN Y LA DEMOCRACIA (1954 - 2011)

En 1954 subió al poder el Gral. Alfredo Stroessner Matiauda, y un Francia redivivo se hizo con las riendas del destino de la nación guaraní. Pronto el nuevo Gobierno hizo sentir su peso represivo sobre todos los eslabones del quehacer nacional y la educación misma no fue una excepción. A diferencia de Francia, no cerró las fronteras del país pero, sin embargo, los que no estaban de acuerdo con el régimen imperante sufrieron una persecución rigurosa y sostenida que devenía en confiscación de bienes, arrestos, tortura y en el mejor de los casos, el exilio forzado. La educación oficial fue dirigida hacia los intereses políticos del Gobierno que procuraba inculcar desde la infancia las bondades del sistema, que por otro lado cerraba los medios de comunicación disidentes y volvía imposible la vida de los que pensaban diferente. A pesar de la situación creada y tal vez como un intento de marcar el rumbo de una educación superior con ribetes distintos a la que propugnaba el régimen, la jerarquía católica abrió en 1960 la Universidad Católica Nuestra Señora de la Asunción, que hasta ahora sigue arrojando todos los años al mercado nacional y extranjero, generación tras generación, excelentes profesionales de todas las áreas del saber. El grupo de fundadores, directivos y docentes de esta cien veces meritoria casa de estudios, estuvo integrado por Juan Adolfo Cattoni, Carlos Pedretti, Gustavo Acuña Falcón, Sigfrido Gross Brown, Honorio Campuzano, Manuel Gilí Morlis, Horacio Chiríani, José Antonio Bilbao, Vicente Scavone, Manuel Ferreira, Moisés Serrati, Afara Salomón, Felipe Santiago Benítez, Secundino Núñez, Darío Céspedes, José María Cazal, Jerónimo Irala Burgos, Emilio Fracchia, Juan Moleón Andreu, Mario Luis De Finis, Ramiro Rodríguez Alcalá, Fernando María Moreno y Manuel E. Frutos.

Los educadores siguieron ejerciendo su labor a pesar de la fuerte represión que se hizo sentir con especial saña en 1976 cuando organismos de seguridad intervinieron violentamente el Colegio de Cristo Rey y golpearon de modo inmisericorde a los sacerdotes de la Compañía de Jesús, todos ellos maestros de probada virtud. Lastimosamente, la dictadura stronista como tantas otras también tuvo bajo su égida a maestros de sobrada condición académica y la educación a su modo siguió prosperando. Cada vez hubo más y más instituciones educativas de todo tipo, se implementaron nuevos recursos didácticos, pero los hilos del poder oficial partidizaron hasta la formación militar. Sin embargo y aún bajo el estricto control policial, algunos de los más aguerridos conatos de resistencia al régimen dominante nacieron, se desarrollaron y fortalecieron en las aulas de los colegios y facultades del país.

La lista de algunos de los máximos exponentes de las últimas generaciones de grandes maestros de todas las disciplinas — entre ellos se cuentan a varios todavía vivos entre nosotros -, está conformado por César Garay, María Irene Johnson, Raúl Amaral, Domingo Rivarola, Raúl Peña, Rafael Eladio Velázquez, Reinaldo Martínez, Laureano Pelayo García, Epifanio Méndez Fleitas, Augusto Roa Bastos (Premio Cervantes 1989), Adela D’Armi, Nidia Sanabria de Romero, Oscar Usher, León Cadogan, Carlos Heyn, Bacón Duarte Prado, César Alonso de las Heras, Jesús Montero Tirado, Antonio Rojas, Carlos Alberto Soler, Dionisio González Torres, Mariano M. Morínigo, Martina Cárdenas, Ismael Rolón Silvero, Juan Antonio de la Vega, Miguel Chase Sardi, Adriano Irala Burgos, Vicente Sarubbi Zaldivar, Elixeno Ayala Pavón, Irmina Claude de Lezcano, Hipólito Sánchez Quell, Olinda Massare de Kostianovsky (la primera mujer en presidir la Academia Paraguaya de la Historia), Branislava Susnik, Mario López Escobar, Estela “Inca” Appleyard, Olga Blinder, Alexis Troche Boggino, Carmen Quintara de Horak, Carlos Pussineri Scala, Pedro Chinaglia, Luis Frescura y Candía, Roque Vallejos, Sofía Mendoza, Margarita Prieto Yegros, Alejandro Encina Marín, Ela Salazar, Alexis Frutos Vaesken, Ramiro Domínguez (Premio Nacional de Literatura 2009), María Luisa Artecona de Thompson, Mario Cleva, Ángel Acha Duarte, Ricardo Pavetti, Rolando Natalizia Grimaldi, Emina Nasser de Natalizia, Pedro Viedma, Slava Maria Vedrina, Evelia Surroca de Garcete, Genaro Pindú, Carmen Domínguez, Ananías Maidana, Carlos M. Ramírez Boettner, María Elena Sachero, José Miguel Munarriz, Hugo Volpe, Aída de Coronel, Alfredo Viola, Maxdonia Esperanza Fernández, Juan Moleón Andreu, Tala Ern de Retivof, Carmen Gómez de Kropff, Luisa Gehrer de Bartolozzi, Luis G. Benítez, Bartomeu Meliá, Maribel Barreto, Carlos Villagra Marsal, Rubén Bareiro Saguier(Premio Nacional de Literatura 2005),César Cataldo, Delicia Villagra Batoux, Tomasa Barboza, Ana Selva Rolón, Álbar González, Juan Bordenabe, Deyma de Kerling, Oscar Serafini, Ana María Casamayouret, Víctor López, Teresa Capurro, Ariel Plá, Petronita Vinader, Elsa “Teté” Vinader, Olga Kostenko de Cáceres, Porfirio Caballero, Amalia Sabina Gómez de Sánchez, Haydee Carmagnola de Aquino, Horacio Galeano Perrone, Ida Génes, Carlos Granada, Helio Vera, Rudy Torga, David Fretes, Manuel Riveros, Rosaly Ucedo, Carlos Arbo Sosa, Ramón Ayala Cantero, Paulino Aguayo, Rosa Marín de Gamarra, Clara Benza de Garófalo, Emilio Pérez Chávez, Rodolfo Schaerer Peralta, Celsa Bareiro de Soto, Prudencio Vidal Zelaya, Francisca Pineda Rodas, Juan Emigdio Riveros, Alvaro González, Rita Laura Wattiez, María Eva Manfeld, Myrian Garay de López, María Teresa Wareiczuk, María del Carmen Benítez Florentin, Marta Kiese, Amalia Speratti, Isabel Machado de Peña, Mary Meyer, Susan Spezzinni, Alberto Granada, María Teresa Trinidad, Elsa de Altamirano, Maricha Villagra Marsal, Estrella de Pérez, Estela Moyano de López, Hortensia Ferrer, Ethel Stark de García, Stellita de Vallejo, Esther González Palacios, Enrique Marini, Olga de Cardozo, Graciela Corvalán, Ana Mannarini, Alfonso Galeano Baruja, Celsa Quiñones de Bernal, Nelly Josefina “Chini” Duarte Shuttleworth, María Amanda Duarte Shuttleworth, Hugo Pistilli, Vitalina Paez, Quirno Codas Thompson, Irma Cubilla de Galeano, Teodoro Lowen, Almidio Aquino, Rosa de Ocampos, Ermelinda Rodríguez de Cuenca, Saba Altamirano de Moreno, María Elvira Martínez de Campos, Lilia Piatti, Bety Schawartzman, José Kriskovich Prevedoni, Juanita Medina, Alberto Nicanor Duarte, Antonio Velázquez, Raquel Chávez, Noemi Ferrari de Naghi, Cornelia Stransky, Elizabeth Tonina de Rojas, Peggy Martínez Stark, Margarita Balansá de Ocampos, Eva de Bajack, Luis Alberto Meyer, Carmes Da Costa, Arquímedes Canesse, Guido Martínez, María Alma Chaparro, Angelita Reyes, José Miguel Verdecchia, José Remberto von Lücken, Digno Cáceres, Alberto Gonzales, Alberto Correa, Luis Mariano Lara Castro, Fiorello Ficorilli, Armando Paiva, Idalia Flores de Zarza, Luis Alfonso Resck, Rosa Masi, Mario Rubén Pineda López, Digna Escurra, etc.

La larga noche stronista acabó luego de más de tres décadas, en el amanecer del día de San Blas de 1989, con el sangriento golpe de Estado llevado a cabo por las fuerzas de la caballería de Campo Grande, bajo el liderazgo del Gral. Andrés Rodríguez Pedotti que trajo la democracia al país, lo que se tradujo en la nueva Constitución de 1992, vigente hasta nuestros días, y en el ámbito pedagógico, generó la famosa y a veces cuestionada Reforma Educativa de 1994, cuyos resultados son objeto de minuciosos estudios y periódicas evaluaciones por los especialistas del Ministerio de Educación y Cultura.

Entre los últimos grandes maestros que forjaron nuestro país, se puede contar con certeza absoluta a Ubaldo Chamorro Lezcano, que lastimosamente en enero de 2004 partió de entre nosotros. Nació en Puerto Guaraní, Chaco paraguayo, en 1945. Desde el principio de su formación tomó plena conciencia del papel social que debe tener toda escuela como centro de instrucción cívica. Gracias a esta militancia en favor de las escuelas campesinas y de las ligas agrarias es que el régimen stronista se fijó en él y lo hizo objeto de persecución, por lo que tuvo que abandonar el país con su familia. Se refugió, primero en Alemania y luego en México, donde prosiguió su estudio de maestría en Educación versando su tesis sobre Caracterización de la Educación en el contexto del desarrollo del Paraguay. Pocos meses antes de caer la dictadura, con mucho riesgo para su persona, volvió al país y continuó trabajando en el mismo ámbito de antes, focalizando su atención y accionar en la dinámica de la Escuela Activa. Su gran obra, resumida en los escritos y en la enseñanza que muchos recibieron de él, se basa principalmente en este método y los nuevos conceptos que de él naturalmente afloran. Para dar sólo un ejemplo, el maestro ya no es “el que enseña” sino “el que ayuda a aprender”.

Algunos de los otros grandes referentes de esta generación contemporánea que se muestra muy comprometida con la educación del país está constituida por nombres tan prestigiosos como los de Luis Alberto Riart Montaner, Carlos Martini, Benjamín Fernández Bogado, Feliciano Acosta, Margarita Durán Estragó, Nelson Aguilera, Milda Rivarola, Aurelio González Canale, Ilde Silvero, José Antonio Galeano, Diana Serafini, Jesús María Velázquez, Hugo Mendoza, Melquíades Alonso, Beatriz González de Bosio, Tadeo Zarratea, Juan Manuel Marcos, Nadia Czeraniuk, Helmut Schaefer, Héctor Valdés Alé, Carlos Granada, Luis Szarán, Line Bareiro, José Zanardini, Claudio Arévalo, Víctor Cabañas, Juan Carlos Dos Santos, Victorina Espinóla de Ruiz Díaz, Miguel Bonin, Víctor González Acosta, Gilberto González, Raúl Aguilera Méndez, Marta Lafuente, María Gloria Pereira Jacquet, Nancy Benítez, Rudy Elias, Ticio Escobar, José Antonio Rubio, Benicio Martínez, Isabel Cálcena, Marian Galeano, Cristóbal López, Graciela Bartolozzi, Alfred Neufeld, Cecilia Silvera de Piris, Clarito Rojas, Mirtha Dalila Lugo, Federica Mario de Carlson, Humberto Villagra, Carmen Delfina Fleitas González, Luz María Bobadilla, Sanie Romero de Velázquez, Norma Kunse, María Elda Fretes, Juan Brizuela, Irma Riella de Hirschkorn, Erika Zuiwerwick, Ignacia Paredes, Emiliano Sosa, Sofía Cheraniuk, Blanca Ovelar de Duarte, Pablo Alfredo Herken, Porfiria Miltos de Orrego, Nila López, Cinthia Brizuela, Víctor Ríos, Antonio Martínez, Américo Galeano, Celeste Fleitas Guirlan, Amado Franco Navoni, Ramón Silva, Dionisio Ortega, Hermelinda Alvarenga, Ramón Giménez Larrea, Ladislaa Alcaraz, Christian Von Lücken, Raúl Gulino, Waldino Lovera, Esteban Ferro, Adelina Pussineri, María Celia Frutos, Ricardo Ferrari, Agustín Núñez, Patricia Bonifazzi, Christian Cristóful, Valentina Canesse, Iván González, Nelly López, Nery Peña, Alexis Valdovinos, Mercedes Moreno, Liz Aguilera, Domingo Pedrozo, Marlene Enns, Jorge Pineda, Elfriede Janz de Verón, Eliodora Verón, Tilda Gilí, Luca Cernuzzi, Limpia Adorno de Paiva, Marisa Ramos de Vaesken, Ramón Rolandi, Juana Martínez, José Pérez Reyes, Perla Elizeche, Anna Hentel, José Manuel Silvero, Antón Barón y muchos más.

En el Paraguay, es notable ver que la mayoría de los que llegaron a ejercer la primera magistratura del país fueron alguna vez docentes en aulas primarias, secundarias o universitarias. La historia, obnubilada tal vez por el logro de haber llegado a ser presidente de la República, ha eclipsado para siempre sus frutos docentes, no queriendo ver, en un mundo ávido de galones y entorchados dorados, que la labor callada del maestro a veces es mucho más rica que el de aquel que dirige, desde su despacho en el Palacio de los López o desde las habitaciones de Mburuvichá Roga, los destinos de la nación guaraní.

Nos es más fácil hoy ver a un Francia llenando de somníferos la copa recargada de vino de Minerva y lustrando frenéticamente el peto y la lanza de Marte, que dando rápidas y largas zancadas sobre el pasillo enladrillado del Colegio Carolino para llegar a hora para impartir su clase de Latinidad. Así también la imagen de un rechoncho y reconcentrado Don Carlos se nos hace más cómoda cuando conduce y hace sonar el pitido de un ferrocarril humeante que ante su aula llena de ávidas miradas con ganas de recibir de sus labios la lección del día; o a un barbado Manuel Gondra dando un emotivo y sesudo discurso en el balcón del Palacio antes que explicando una égloga moral de especial relevancia a un grupo de discípulos; o a un acalorado Manuel Franco discutiendo su presupuesto con los tecnócratas encargados de la Hacienda antes que trabajando febrilmente en la elaboración del pragmático plan educativo que lleva su nombre; a un larguirucho Félix Paiva declarando los alcances de su plan de Gobierno en el Senado antes que desarrollando un axioma de derecho en el Aula Magna de la Universidad Nacional de Asunción; a un heroico José Félix Estigarribia montado en su caballo blanco y esgrimiendo su espada invencible antes que su serena figura mientras que con el dedo índice señala unas galimatías en la pizarra y expone una maniobra de cerco y aproximación indirecta a sus jóvenes cadetes de Infantería; a un enfurruñado Eligió Ayala discutiendo airadamente sus muchos planes con relación al Chaco Boreal antes que, con los brazos en jarra, profiriendo tratados de economía en una sala rodeado de jóvenes ansiosos por aprender y entender... Y así sucesivamente en la imaginación asoman más y más imágenes “presidenciales” antes que las que corresponden a la de moldeador de mentes y moderador de caracteres. Los galones de presidente han borrado de nuestros sesos la sagrada misión de la enseñanza que en su tiempo forjaron los valores que los hicieron grandes ante nuestros ojos, los de los hombres comunes y mortales de la patria.

Este escrito, jalonado con tantos nombres de insignes pedagogos nacionales y cuyos merecimientos están muy por encima de los que se les puede brindar en tan cortas líneas, no estaría completo si no dedico este penúltimo párrafo a los hombres y mujeres que si bien realizan un trabajo digno de alabanza, lejos están de aparecer en la portada de los medios y en el balcón de los aplausos, y que se hallan en el otro extremo de la función pública: la de los maestros anónimos que día a día bregan en el olvido la formación del niño, la niña y de los jóvenes para bien de la patria. Maestros que en verano recorren kilómetros y kilómetros bajo el tórrido e implacable sol del verano guaraní, o se mueven en invierno tiritando de frío en las madrugadas de escarcha que emblanquecen el verde campo, para llegar a la escuelita donde enseñan, imparten conocimientos, riegan cultura, crean de la nada destrezas y donde, por toda recompensa, reciben al final del día una inocente sonrisa en el rostro del educando. Ellos son los que en el silencio de la historia jalonan el porvenir de la patria, crean y recrean en la mente del niño y de la niña un haz de luz que de a poco elimina las sombras de la ignorancia, la oscuridad del atraso y que construyen con mucho esfuerzo la dignidad del Hombre.

Algunos de estos maestros lo han dejado todo en pos de la enseñanza, a tal punto que han llegado a la ancianidad, enfermos y achacosos y sin haber formado más familia que sus propios alumnos. En ellos, más que en cualquier otro grupo, porque inclusive no tienen el reconocimiento público del cual los otros gozan, es que reposa la sublime fuerza de la trasmisión desinteresada de conocimientos que es lo más importante que toda civilización debe conservar como un apostolado divino, que viene de los seres más virtuosos y ejemplares que pueda dar cada sociedad.

Doscientas primaveras han madurado y se han ido en los hermosos tajy de la patria desde esa fresca noche de Mayo en que un grupo de jóvenes compuesto por maestros, militares, abogados, artesanos, amas de casa, comerciantes y troperos decidieran liberarnos del poder opresor del Imperio español. Doscientos años y el sueño de Patria, a pesar de las innumerables pruebas y espectaculares obstáculos, sigue vivo e intacto en nuestras mentes y corazones. Doscientos años y el futuro se muestra promisor. Ya se escuchan a lo lejos las bandalisas que suenan, las voces de los estudiantes que ríen, y el revoloteo incesante de las palomas que alzan su vuelo y realizan piruetas, bajo el infinito cielo azul que nos cobija, como queriendo celebrar también ellas un aniversario más de nuestra Independencia. La bandera roja, blanca y azul que defendieran nuestros héroes hasta el sacrificio supremo flamea alegre y majestuosa al viento, afirmando una vez más en sus hermosos colores nuestra ineluctable condición de paraguayos indisolublemente unidos a esta tierra que nos vio nacer y que seguramente, con la gracia de Dios, nos verá morir. Y podemos decir, con certeza absoluta, sin temor a equivocarnos, imbuidos completamente del espíritu de Mayo, que mientras la nación pueda trasmitir ese conocimiento esencial acerca de su Ser y de su Todo, que el Alma Guaraní pueda contagiarse de una generación a otra con todos sus valores y atributos, y que mientras sigan existiendo Grandes Maestros como los que hemos tenido hasta ahora y capaces de realizar la magna obra que constituye su vocación y su virtud, la Patria, tan querida a nuestros anhelos y a nuestro afanes, perennemente y en justicia y felicidad, seguirá viviendo...

 

 

 

ENLACE INTERNO AL DOCUMENTO FUENTE DEL ENSAYO


(Hacer click sobre la imagen)

 

BREVE HISTORIA DE LA EDUCACIÓN EN EL PARAGUAY

Por OSCAR PINEDA

Editorial SERVILIBRO

Dirección Editorial: VIDALIA SÁNCHEZ

Diseño de cubierta y diagramación interior: OSCAR PINEDA

Asunción – Paraguay

Noviembre 2012 (179 páginas)

 

 

 

Para compra del libro debe contactar:

Editorial Servilibro.

25 de Mayo Esq. México Telefax: (595-21) 444 770

E-mail: servilibro@gmail.com

www.servilibro.com.py  

Plaza Uruguaya - Asunción - Paraguay

 

 

Enlace al espacio de la EDITORIAL SERVILIBRO

en PORTALGUARANI.COM

(Hacer click sobre la imagen)

 

 

 

 

 

ENLACE INTERNO A ESPACIO DE VISITA RECOMENDADA


(Hacer click sobre la imagen)






Bibliotecas Virtuales donde se incluyó el Documento:
LIBROS,
LIBROS, ENSAYOS y ANTOLOGÍAS DE LITERATURA PA
HISTORIA
HISTORIA DEL PARAGUAY (LIBROS, COMPILACIONES,
REPÚBLICA
REPÚBLICA DEL PARAGUAY...



Leyenda:
Solo en exposición en museos y galerías
Solo en exposición en la web
Colección privada o del Artista
Catalogado en artes visuales o exposiciones realizadas
Venta directa
Obra Robada




Buscador PortalGuarani.com de Artistas y Autores Paraguayos

 

 

Portal Guarani © 2024
Todos los derechos reservados, Asunción - Paraguay
CEO Eduardo Pratt, Desarollador Ing. Gustavo Lezcano, Contenidos Lic.Rosanna López Vera

Logros y Reconocimientos del Portal
- Declarado de Interés Cultural Nacional
- Declarado de Interés Cultural Municipal
- Doble Ganador del WSA