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OSCAR PINEDA

  GUERRA - Cuento de OSCAR PINEDA


GUERRA - Cuento de OSCAR PINEDA

GUERRA

Cuento de OSCAR PINEDA

 

El acorazado estelar de asalto RV 27 Miopus se acercaba a marcha forzada, mientras zumbaban los disparos de misiles y de rayos láser a su alrededor, a la nave almiranta Altarnus KX 12, un crucero de batalla de 500.000 toneladas, insignia de la flota rebelde comandada por un oscuro personaje, a quien nadie nunca había visto, que se hacía llamar Alicarnaso y que había sembrado el terror y la guerra despiadada durante más de una década por toda la galaxia. Todo el espacio se iluminaba con luces de todos los colores, destellos enceguecedores y explosiones aturdidoras. Los cazas bombarderos clase Pitón pasaban zumbando a meteórica velocidad creando una cinta de luz azul o amarilla detrás de ellos. Se enfrentaban en mortífero duelo con los cazas enemigos que hacían lo imposible para resistir el empuje de las fuerzas oficiales de la Confederación Planetaria. Se estaba librando una última y colosal batalla en el quinto sistema de Querente, el de los soles dobles, donde los restos de la flota de guerra de Alicarnaso había sido descubierta y atrapada en el borde de la espiral de asteroides, entre el sexto planeta Gandolfus y el octavo planeta H2. Más de 10.000 naves de batalla se enfrentaban en una marejada de fuego, sangre, muerte y destrucción. A bordo de las naves, los pilotos, los tripulantes y los soldados de asalto, en número de más de 1.000.000 tenían su adrenalina al máximo posible. Cualquiera en cualquier momento podía morir desgraciadamente o vivir gloriosamente para contarlo y gozarlo. En las últimas horas ya se habían detonado 18 bombas termonucleares que destruyeron completamente 1.520 naves enemigas, 423 asteroides cercanos y dejaron inhabitable tres planetoides de las proximidades por los próximos 26.000 años. La última fase de la terrible batalla estaba por comenzar. Cuando el escuadrón de asalto del Miopus se pose sobre la nave Altarnus de Alicarnaso se iniciará el principio del fin para tan nefasto personaje, su enorme ejército maligno y sus muy oscuras intenciones.

El capitán de infantería de marina estelar, Alexandros Marcus, de la XIII división de Rangers Espaciales y comandante de la III Compañía de Asalto Pegasus, esperaba expectante el momento en que el Miopus y el Altarnus se engranen en sus respectivos costados encima de sus cinco puentes superpuestos. En ese momento iba a comenzar la verdadera batalla para él y sus hombres, especialistas en choque cuerpo a cuerpo, que estaban un poco detrás formando parte de los Regimientos de Batalla Cercana Nros. IV y VII. Una explosión sonó muy próxima y por el techo de plexiglás reforzado vio que un caza enemigo era destruido por un rayo laser disparado por un destructor estelar exactamente encima de sus cabezas. Todos se agacharon instintivamente, pero las porciones retorcidas que golpearon contra la parte superior de la nave sólo contribuyeron a quitarle partes de la pintura y a que aparecieran rayones, que no afectaban su estructura, sobre la superficie blindada.

¡Maldita guerra! - pensó el capitán Marcus. A su espalda 3.000 hombres y mujeres, todos muy jóvenes y en la plenitud de sus vidas, aguardaban expectantes el supremo momento del abordaje. Todos tenían sus armas a punto, habían quitado sus seguros y de aquí para allá a muchos se los veía rezando para que ese no sea su último día. El más próximo a él, el teniente Moran guardaba su rosario, hecho con marmolita azul marino de la octava luna de Azor y más allá varios soldados miraban por última vez hologramas de sus seres queridos. Los camilleros de la V Brigada Sanitaria se preparaban también a unos cien metros más allá con centenares de bolsas congelantes para cadáveres y esterilizadas camillas isotérmicas para los heridos. Los más duros, los del III Cuerpo Especial de Choque, lijaban sus termocañones transportables y ajustaban sus trajes verdes revestidos de platino preparados para resistir detonaciones de granadas fragmentadoras de mano. La IV Compañía Dragón se daba valor mientras entonaba marchas guerreras y a su lado la VII Antílope practicaba una última vez su posición dentro del dispositivo de combate.

El capitán estaba aprensivo. Pensó en los que lo esperaban en casa: su hermosa esposa Analianta, "la de los verdes ojos" y sus hijos Primus, "el de la risa fácil" y Garzus, "el todo ternura", que gracias a Dios no habían todavía alcanzado la edad para enlistarse en el ejército. Con un poco de suerte, ésta será la última batalla y luego vendrá la paz para toda la galaxia, se dijo.

En los altavoces sonó la voz metálica de preparación, que lo alejó de los pensamientos tan felices:

"Engranaje en 20 segundos. Cuenta regresiva contando: 20, 19,18 ...".

Todos se ubicaron en sus puestos de combate y apuntaron sus armas hacia donde se abrirían las compuertas de los diversos puentes de acceso que unirían al Miopus con la tenebrosa nave enemiga.

Se escuchó "...3, 2, 1 engranaje con éxito". Inmediatamente se abrieron las salidas y comenzó la batalla en las pasaderas unidas de las naves que formaban un plano de unos 500 metros de largo. Inmediatamente surgieron los soldados enemigos por doquier. Por todos lados se veía pasar los rayos y las maldiciones de los hombres y mujeres, se había iniciado el combate que era exactamente igual a cuando dos ejércitos de infantería se enfrentaban en tierra firme. El capitán Marcus con su grupo especial se fue abriendo paso, hasta llegar a los amplios corredores que comunicaban a la parte central de la nave insignia enemiga. Hacía allí se dirigieron mientras disparaban sus armas a cuanta hueste enemiga salía de vez en cuando de los compartimientos laterales. Por fin llegaron a una puerta blindada, con extraños símbolos de la mesnada contraria, que según se entendía y se sabía, gracias a precisas pesquisas del II Departamento de Inteligencia Militar, era el reducto central de Alicarnaso y de toda la flota enemiga. Cinco hombres del I Cuerpo de Ingenieros Celestes se adelantaron y colocaron cargas plasmaexplosivas para hacer volar las enormes puertas metálicas. Todos se cubrieron detrás de los contrafuertes que formaban la estructura del corredor principal de la nave. El comandante ordenó entonces: "ahora", y el cabo de ingenieros Josepus Sagalnus apretó el botón de su dispositivo explosionador y la puerta blindada voló hecha añicos. Muchísimo tizne por todos lados, también metal retorcido por el pasillo y dentro del aposento principal. Atrás todavía se escuchaba el ruido de la batalla que se estaba librando en un sangriento cuerpo a cuerpo en la media decena de pasaderas de atraque existentes entre el Miopus y el Altarnus.

Un pelotón del III Cuerpo Especial de Choque al mando del Capitán Marcus ingresó cautelosamente, apuntando sus termocañones, en el enorme recinto adornado con pinturas de los grandes maestros del 3000, alfombras felpudas hechas de osos azabaches neronianos, y 20 gigantescas pantallas de plasma donde mostraban desde diversos ángulos la batalla que se libraba afuera, entre las naves de combate, y dentro del Altarnus entre los hombres de las dos armadas en disputa. Del techo que imitaba un cielo cuajado de estrellas colgaba majestuosa una araña de 10.000 antorchas incandescentes de las crisálidas luminosas del sistema Hurón. En el centro del salón se encontraba un monumental escritorio trabajado en madera fina de cedrón de 200 años de la nebulosa del Escorpión. Detrás de él un inmenso sillón de pana rojo vuelto hacia la pared, con respaldero tan alto y adornado con metal dorado que parecía un trono. Dos brazos se dejaban ver por las salientes laterales, lo que hacía presumir que, el cruel, desalmado y misterioso Alicarnaso, se encontraba allí.

El capitán Marcus, al ver que no había peligro y como oficial a cargo se adelantó y pronunció el rito de los siglos para estas circunstancias:

- Capitán de Infantería Alexandrus Marcus, comandante de la III Compañía Especial de Choque de la XIII División Espacial Ranger de asalto, de la II Flota de Guerra de los Confederación Planetaria, se presenta y le intima rendición incondicional.

No obtuvo respuesta, lo que hizo dudar por un momento al capitán y a sus hombres que apuntaban fijamente sus termocañones hacia el sillón. Por un momento pensaron que, tal vez, Alicarnaso al verse perdido se hubiera suicidado pero de pronto hubo un pequeño y casi imperceptible movimiento que decía lo contrario, por lo que el capitán prosiguió:

- ¡Ríndase, Alicarnaso! ¡Sus hombres ya están perdiendo la batalla y los que no fueron destruidos, se hallan ya en franca retirada, desde el sexto planeta Gandolfus hasta el quasar de Poseidón la resistencia se desintegra rápidamente! ¡No tiene escapatoria, su vida será respetada, y como prisionero de guerra, le garantizo un juicio justo! ¡No hace falta que haya más derramamiento de sangre! ¡Ríndase con honor!

De pronto el sillón comenzó a girar lentamente y cuando estuvo de frente una figura de estatura regular y con cabellos blancos se levantó lentamente aunque conservando la cabeza gacha. Estaba vestido completamente de negro. Un gran medallón, con gruesa cadena plateada, colgaba de su cuello. Entre el humo que todavía invadía la habitación, y los nervios que podían jugar una mala pasada, en definitiva no se lo veía bien. El capitán Marcus entonces se adelantó unos pasos cubierto por más de una docena de termocañones que apuntaban hacia el misterioso personaje. De pronto el hombre levantó la cabeza y la luz de la mastodóntica araña lo alumbró de pleno en el rostro y todos los allí presentes lo vieron y se quedaron mudos de asombro. El primero en recuperar algo de la cordura, el quicio, que parecía haberse ido de paseo por un momento, fue Marcus quien masculló más que habló:

- ¡Sr. Presidente!... ¿Qué hace usted aquí?

- ¡Ah! ¡Hijos míos qué bueno verlos! - dijo el presidente con una amplia sonrisa y agitando los brazos en señal de la gran alegría que lo embargaba.

- No sabíamos que usted, nuestro Comandante en Jefe, estaba de rehén en poder de Alicarnaso, Sr. Presidente - replicó Marcos, expresando en palabras lo que muchos allí pensaban que había sucedido.

- ¡Oh! Y ustedes son de la XIII División Espacial Ranger, ¿verdad? Ya me parecía que su unidad, que es una de las de élite, sería la primera en llegar a este recinto protegido de las fuerzas rebeldes. ¡Cuánto me alegro de que hayan sido ustedes los que tomaron el Comando Central rebelde!

- Pero, Sr. Presidente, ¿cuándo lo raptaron y por qué no se nos informó de ello? - insistió Marcus.

- Se ven tan bien con esos uniformes verde metalizado y la última generación de termocañones de infantería...

- Sr. Presidente, ¿dónde está Alicarnaso?

- ...Y los plasmaexplosivos rompe puertas blindadas que pusieron hace un momento, ¡un invento genial!

-  Sr. Presidente...

- ¡Basta, capitán!, no se da cuenta que esto no fue un secuestro ni nada por el estilo - dijo de pronto el Presidente, perdiendo la risueña expresión de su rostro y alzando la voz.

-  Disculpe Sr., pero debo tenerlo bajo custodia, para que el cuerpo médico le haga el examen de ADN, además de los de huellas dactilares, el de voz de baja resonancia, el del genoma, y el laser del iris...

- ¿Quée...?

- Sr, hoy en día están muy avanzados las formas de suplantar a otra persona, así que me va a tener que acompañar para que se le hagan los exámenes correspondientes.

- No, Sr. Capitán, no lo voy a acompañar.

- También se le debe hacer una serie de pruebas para comprobar si goza usted de perfecto estado de salud... luego de su cautiverio.

¿No me escuchó, capitán?, no lo voy a acompañar y deje de decir esas sandeces.

- Perdone, Sr. pero lo voy a tener que someter a la fuerza, así que por favor no nos haga el trabajo difícil y venga a las buenas. También debe dar explicaciones de cómo es que mis hombres y yo lo estamos encontrando en el puesto de comando del enemigo.

- ¿Es que no se da cuenta, capitán, o es que no quiere ver? Ya le dije que aquí no ha habido ningún secuestro.

- ¿No quiero ver qué, Sr. Presidente?

- Yo he inventado esta guerra - saltó el Presidente - y hasta ahora lo he llevado a un más que feliz término.

- Todos lo miraron extrañados y sin entender qué era lo que pasaba. Faltaba una parte de la película y lo peor es que sólo uno parecía saber el final.

- Perdone Excelencia, no le entendemos, ¿puede ser más explícito? - preguntó el cabo Josefus.

¡Yo he inventado esta guerra! - replicó con fuerza y autoridad el presidente, como quien dice que ha encontrado la forma de curar todas las enfermedades - ¡Yo soy el creador de este conflicto bélico para un beneficio renovado de nuestra pujante civilización! -gritó mientras le brillaban los ojos de satisfacción.

- Sr., no le entendemos...

- Hijos míos, no se dan cuenta, ¡la guerra siempre es más beneficiosa que la paz!

¿Cómo es eso...?

Hace 10 años, antes de que comenzara la guerra nuestro pueblo estaba extraordinariamente fofo y sin ímpetu para nada. Teníamos una crisis económica galopante, un desempleo de más del 20% sobre el total de la población y una inflación que no bajaba del 30% anual. La juventud se degeneraba y perdía su tiempo en estupideces pasajeras. La tecnología se había estancado y no existían inventos nuevos. Muchas industrias quebraron y el comercio se basaba solamente en la subsistencia. Los funcionarios públicos y privados dormían sus vergüenzas públicas y privadas a la luz de nuestros 15 soles y a la sombra de nuestras 42 lunas. Las mujeres perdieron el ímpetu de ser mujeres y los varones el de ser verdaderos hombres, nacían menos niños de los ancianos que morían, la población había comenzado a decrecer. Las antiguas virtudes morales se perdían y hombres y mujeres por igual se habían degenerado, se entregaban al placer hedonista y sibarita y no procreaban, no se multiplicaban. Las virtudes marciales, que tanto nos había beneficiado en el pasado, ya no existían. Ustedes los de las Fuerzas Armadas, sufrían continuos recortes en sus presupuestos y se hallaban irremediablemente desprestigiados a un nivel que daba miedo. Inclusive nuestros especialistas en Polemología estaban laxos y sin ánimo para empujar el carro. El crimen común crecía y los asaltos eran continuos. La policía era incapaz de contenerlos, nuestras cárceles estaban llenas hasta más no poder. La libertad se había convertido en libertinaje. Nuestro ímpetu colonizador de planetas y lunas fuera de nuestra galaxia, que en gran medida era la base de nuestro poder, se hallaba parado y comenzábamos a perder algunos de nuestros puestos de avanzada. El cuadro no podía ser más nefasto y todo indicaba que ese curso negativo seguiría... Sin embargo con la guerra todo cambió. Por primera vez en tres siglos conseguimos el pleno empleo. La tecnología, principalmente la relacionada con las armas, avanzaron más de 100 añosen esto últimos 10. Si bien la guerra costó hasta el momento unos 15.000.000 de muertos, el número de nacimientos de estos últimos 10 años de guerra fue de más de 50.000.000 de bebes, principalmente gracias a nuestros soldados que volvían a sus casas para descansar entre una campañaguerrera y otra, y por supuesto, sus mujercitas que quisieron de vuelta ser madres. Las virtudes marciales se renovaron y las Fuerzas Armadas recibieron un cheque en blanco para renovar su parque y proveerse de todas las armas que les eran necesarias lo que ocupó muchísima gente en la hasta hacía poco moribunda industria de armamentos. Se inventaron muchas maquinarias nuevas como generadores termonucleares que proveen energía por siglos y que serán de mucha utilidad en la paz. Las colonias guerreras están de vuelta en las fronteras de nuestra galaxia y avanzan a pasos gigantes hacia las galaxias vecinas. Las comunicaciones también avanzaron y hoy en día los hologramas salen sin errores y a mucha más distancia que antes y el encriptamiento es casi indescifrable. La producción de alimentos es tres veces superior y los adelantos en el mundo de la salud es varias superior al periodo de preguerra. Hasta la educación se vio beneficiada porque a las criaturas de la más tierna edad ya se les inculca valores morales y artes marciales como preparativos para ingresar en las Fuerzas Armadas. La industria textil que estaba en quiebra resucitó gracias a que en los últimos años tuvieron que hacer más de 500.000.000 de nuevos uniformes de fibra sintética con agregados metálicos. Nuestras factorías que producían sólo unas 1.000 naves de gran tonelaje, anuales, antes de la guerra, hoy producen más de 100.000, más pesadas y de mejor calidad. El seguro médico que antes sólo abarcaba un 40% de la población, hoy abarca más del 90% porque incluye a todos los soldados en campaña y sus familias. Debido al seguro de vida y la cobertura social que se dan a las fuerzas en guerra el circulante y el consumo, toda la economía, es mayor unas cinco veces a la era de preguerra y todo ello sin producir una inflación superior a la de antes.... ¡Somos de vuelta un pueblo fuerte y viril y nuestro sistema está llamado a pervivir durante los próximos mil años! Un gran estadista que vivió en el siglo XX, hace unos 2000 años y que se llamaba Benito Mussolini había dicho que sólo la guerra hace a los pueblos fuertes y que no vendría mal el tener un encuentro bélico de vez en cuando. Hijos míos, ¡tenía razón! Hoy en día estamos despiertos y no aletargados como antes y somos entre tres y cinco veces más fuertes, en todo sentido, de cuando no había guerra. Costó mucho, es cierto, pero esta idea de crear un ejército hostil, una flota de guerra adversa, un archienemigo, Alicarnaso, ha sido simplemente una idea genial que nos ha beneficiado a todos, no solo desde el punto de vista económico, sino también desde el moral y el de la actitud ante los desafíos. Los diseñadores y los fabricantes que crearon los uniformes, las banderas y estandartes, las naves de combate del enemigo también fueron beneficiados porque tuvieron diez años de trabajo continuo, colosales contratos y grandes ganancias. Muchos de los soldados del enemigo eran en realidad delincuentes que estaban llenando nuestras cárceles y a quienes se les ofreció un contrato más que provechoso. A esta altura murieron tantos que en su número ya no son un peligro para nuestra sociedad. En fin, creo que si bien, muchos de los nuestros también murieron en esta confrontación bélica, estoy seguro de que al saber - si es que pudieran - que lo hicieron para que todos nosotros estemos muchomejor y que podamos seguir viviendo en un mundo más avanzado, más rico y tecnológicamente superior hará que sus trágicos decesos sean visto, en general, como un mal necesario, algo que tenía que pasar para...

En este punto, varios soldados ya no pudieron aguantar más. A muchos se les notaba la crispación que les causaba las últimas palabras del Presidente en sus fuertes y curtidos rostros, y en esos azarosos ojos que habían visto mil batallas en otros mil planetas en los últimos 10 años. Habían perdido muchos seres queridos y algunos simplemente no tenían un hogar al que regresar. Amartillaron sus termocañones lo que produjo un ruido inconfundible.

- ¿Qué...? ¿qué están haciendo? - dijo de pronto asustado el Sr. Presidente -No se atrevan a disparar. ¡Serán recompensados generosamente por la República Confederada! Los beneficios que les esperan serán inmensos y muchas medallas y bienestar como nunca han visto antes...

Algunos soldados apuntaron sus armas. Afuera todavía se oía el fragor de la batalla, afuera todavía seguían muriendo sus camaradas de armas.

- Eh!.. Eh... no se dan cuenta que están por cometer un error. Sólo yo he podido mantener este gobierno unido los últimos 15 años. Si muero ahora sólo vendrá una nueva guerra, una guerra civil de grandes proporciones... ¡vamos!, dejémonos de esto y regresemos todos a casa, a nuestros seres queridos...

Eso ya fue demasiado.

Casi instantáneamente sonaron veinte disparos de otros tantos termocañones. El escritorio voló en pedazos, también el sillón de atrás y junto con él, el Sr. Presidente confederado. Su cuerpo había sido completamente desintegrado.

El capitán Marcus levantó su arma y dirigiéndose hacia la salida espetó a sus soldados:

- Vámonos, ¡tenemos una guerra que pelear!

Una lágrima corría por su rostro...

 


 

Fuente:

15 CUENTOS OCURRENTES, RECURRENTES Y OCURRIDOS

por OSCAR PINEDA

Editado con el apoyo del FONDEC y Editorial Servilibro,

Asunción-Paraguay 2007 (167 páginas)

 

 

 

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