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MÓNICA BUSTOS

  COMPLEJO DE BUSTOS, 2004 - HISTORIAS RARAS - Por MÓNICA BUSTOS


COMPLEJO DE BUSTOS, 2004 - HISTORIAS RARAS - Por MÓNICA BUSTOS

COMPLEJO DE BUSTOS - HISTORIAS RARAS

 

Por MÓNICA BUSTOS

 

Es una publicación de

CRÍA CUERVOS – PLUMAS NEGRAS,

Asunción-Paraguay 2004

ISBN: 99925-3-397-8

Tapa: Julieta Bustos

 

 

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Si tenés un insistente cosquilleo e impaciencia por contar historias acerca de la locura, o si querés salvar al mundo vestido sólo con una caja; si no podés dejar de pensar en que todo tiene un valor mercadotécnico; si tenés un impulso de amenazar por teléfono a gente que no conocés, o si comenzás a alucinar cada vez que mirás por el ojo de una cerradura, entonces, tenés complejo de Bustos. Once cuentos y una filosofía de la composición de Mónica Bustos, autora de la novela "León Muerto".

 

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ÍNDICE

La abuela mecánica

Señor Juez (y consumidor)

El desquiciado hombre-caja

El viejo detrás del hielo

Por el ojo de la cerradura

Neuronas unabomber

Crónica de un amor desenterrado

El misterioso comportamiento del Sr. Lucy

El señor que lo quería todo

42

Edgar y yo

Filosofía de la composición

(bla bla de la autora)

 

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FILOSOFÍA DE LA COMPOSICIÓN

 

Es difícil contestar, o al menos a mí se me hace difícil, la pregunta sobre cómo hice para escribir tal o cual cuento, aunque sepa la respuesta me cuesta, de hecho me molesta, tener que responder verbalmente a tan trascendental pregunta, el proceso de composición de una obra es casi tan bello como la obra en sí. Aunque existen pasos inexplicables, la mayor parte del relato tiene sus razones de ser.

Me es tan difícil explicar verbalmente los detalles obstétricos de tal hazaña porque me incomoda saber que puedo estar cometiendo errores en mis precipitadas palabras que no los cometería si los escribiera, o al menos tendría el placer de darles mejores asientos. Cuando me propongo o cuando mis interlocutores son de mi agrado me es también muy fácil hablar y contestar todas las preguntas que se les ocurran; sin embargo, ante la menor interrupción puedo ofenderme tanto que nada de lo que diga después podrá ser una respuesta sincera o agradable a las inquisiciones.

Por eso, para todo aquel que se tomó la molestia de leer mis cuentos, o más que molestia, y preferiblemente, para aquel que los leyó con gusto, preparo esta filosofía a la composición tal y cual mi más remoto y latente maestro me lo ha enseñado: "He pensado a menudo cuán interesante sería un artículo escrito por un autor que quisiera y que pudiera describir, paso a paso, la marcha progresiva seguida en cualquiera de sus obras hasta llegar al término definitivo de su realización".

Para esta autopsia literaria me permito elegir el cuerpecito blanquecino de Neuronas Unabomber para someterlo al bisturí implacable del lector curioso y maquiavélico, ese lector al que le gusta desentrañar los misterios recónditos de las obras que acaricia. Neuronas Unanomber es concebido debido a las frecuentes noticias sobre amenazas de bomba en la ciudad de Asunción en la primera mitad del año 2004, me había preguntado más de una vez qué clase de bromista podía insistir tanto con una broma que no tiene sentido, que causa malestares generalizados y propone una caza de brujas, uno de esos anuncios pegados a las columnas roídas de la aldea, donde se insta a los pobladores a alzarse con antorchas y perseguir los rastros del llamador de mal gusto. Cada vez que oía de una nueva amenaza, siendo estas tan insistentes día tras día, trazaba en mi mente diferentes hipótesis sobre qué clase de hombre podría hacerlo, y entonces llegaban a mi cabeza las ideas de una gavilla de promotores del caos, una señal en clave para secuestradores del medio oriente, un terrorista idiota que se equivocaba día tras día del número de teléfono de su extorsionado, y así sucesivamente, hasta que un día escuché la noticia de que hallaron al bromista.

Resultó entonces que descubrieron que el de las llamadas de amenaza era un enfermo mental, y en ese momento mientras veía a una veintena de agentes antibomba con uno de esos arietes modernos tratando de derribar la puerta pensé, y repetí en mi cabeza, "un enfermo mental", todos lo hubieran dicho antes, cada vez que se avisaba sobre otra amenaza, que seguramente el que lo hacía estaba loco; pero de verdad un enfermo mental?, y entonces mientras veía en la televisión que al entrar las cámaras a la casa encontraron corazones pintados con aerosol me eché a reír diciéndome a mí misma que ese hombre podría ser perfectamente un personaje de alguno de mis cuentos, y luego cuando entraron a su habitación y hallaron miles de números de teléfono escritos por las paredes, dejé de sonreír para dar cabida a la luz que se había encendido en el sótano de mis ideas literarias, pensé en cuál pudo haber sido la causa para llamar a amenazar si fuera en realidad un enfermo mental:

- ¿Si tiene alguna enfermedad mental, qué lo hace llamar y amenazar de bomba a tantas personas?

Y comencé a fantasear, tratando de meterme en su mente, tratando de pensar como Freud, como Pavlov o como Jung, se me ocurrieron varias ideas, que pudieron ser las más adecuadas como que alguna vez escuchó a alguien hacer esa broma y él lo repitió varias veces, podría ser así o quién sabe qué, pero yo a ese personaje lo necesitaba para mis cuentos. Lo necesitaba.

Entonces decidí darle la explicación que le daría sentido a su estadía en el conjunto de cuentos sobre relatos de mentes enrarecidas. Él podría dar la explicación de cómo es saber que uno se está volviendo loco. Es decir, me enfoqué en el mensaje de los hechos, como cuando uno sueña y para saber lo que significa el sueño debe recordar qué sensación le causa, que sentimientos despierta y con qué lo relaciona. Entonces, tenemos ahí, que cuando uno recibe una llamada de una amenaza contra su vida o la de sus seres queridos, siente miedo, piensa en todo lo que irá a perder, y sabe que le queda muy poco tiempo y no sabe ni cuánto para hacer o para pensar por última vez en todo lo que le será arrebatado en un instante incierto. Entonces, este enfermo mental -refiriéndome al personaje de mi cuento, porque al de la realidad no sé qué le pasó ni cuál fue su historia- quería aprovechar ese tiempo para comunicarle al resto de las personas algo que ellos, quizá la mayoría, nunca iría a saber. Qué se siente estar enloqueciendo. ¿No es un misterio o algo casi tenebroso tratar de imaginar cómo sería estar volviéndose loco? Entonces, me permití tomar los hechos reales para transformarlos en un cuento donde el personaje nos relate sus llamadas y trate de hacernos entender que lo hacía para que los demás sientan lo que él siente. Una bomba a punto de estallar.

Comienzo contando en una casi irreconocible primera persona, para que al relatar los hechos notemos las relaciones extrañas que hace y como llena de sinónimos algunas palabras que explican por sí solas las acciones sin necesitar de otras, sin embargo yo concebí aquella necesidad a raíz de que quería que refleje un complejo enfermizo o reacciones anormales. Comienza a hablar de cosas que el lector podría no comprender primero, sino que sólo llega a entender que el que lo relata sufre de imprecisión para relatar. También es necesario que el lector entienda, que el personaje no está escribiendo el cuento, no lo ha dejado por escrito, sino que lo relata en su cabeza por eso da por sabido las situaciones que el comenta. Cuando aparecen los párrafos del Señor Presidente, y la bomba en el diario, es simplemente para hacer saber que ha amenazado al presidente de la República y también al edificio de un diario, y él imagina cómo fue la reacción de las personas al recibir ese llamado al comentarlo con otros, pero obviamente las acciones que recrea en su cabeza son tan extrañas como su propia conducta.

Para la siguiente parte creí conveniente volcarme a la tercera persona para explicar mejor aquellos hechos que hasta entonces eran incomprensibles, y así vemos que el cuento se trata sobre amenazas de bomba, llama a una familia X, una voz dice que hay una bomba en la casa y se puede contemplar una clase de reacción que pudo haber suscitado aquella falsa alarma.

A continuación, el cuento, aparte de mutarse una y otra vez en diferentes personas, también padece de mezclas cronológicas e imágenes que tienden al surrealismo para poder penetrar al angustiante mundo del personaje, los hechos van mezclándose y el mismo (y el lector) ya no entienden quién está relatando, sólo podemos imaginarnos que estamos viviendo con él un momento de confusión y pérdida de la realidad pero cuando las noticias van comunicando que se ha encontrado al responsable de las llamadas anónimas entonces entendemos que estamos en el presente, no sabemos qué sucederá porque ni él mismo puede anticiparlo, sólo reconocemos algo que nos parece un déjà vu porque antes el cuento nos había presagiado un pedazo del futuro, en medio de este popurrí de datos y relatos aprovecho el momento para que el personaje explique el propósito de aquellas llamadas. Y tal como yo lo había concebido desde el primer momento él confiesa que lo hacía para que los demás pudieran sentir lo que él siente: estar volviéndose loco. De esta manera, tal y como se venía desenvolviendo la historia y finalmente prediciéndose a sí misma, se redondea cuando culmina el proceso por el que el personaje está pasando, se pierde de la realidad, lo atrapa la locura.

De casi igual manera fueron escritos los demás cuentos, todos nacen a partir de un suceso real, por mínimo o insignificante que sea, fantaseo con el hecho o con la idea, y se lo doy a un personaje extravagante. Porque después de todo varios hechos curiosos e interesantes, estremecedores o graciosos no son fantasía si es que el que lo hace tiene algún problema psicológico, muchas personas poseen algún complejo extraño, alguna obsesión ridícula o un temor inexplicable, y esas situaciones son capaces de provocar cuentos interesantísimos, sobre todo si uno posee el sentido de arte de saber combinar los hechos, darle la justa medida de realismo y surrealismo, saber dónde ubicar los quiebres cronológicos, manejar con destreza la posición del relator, utilizar las palabras adecuadas y tener buena puntería para darle el final exacto en el momento preciso.

Con "LA ABUELA MECÁNICA" me alejo de los relatos psicológicos de inusuales personajes para poder crear una introducción a los demás cuentos, es decir, lo contrario a este comentario final donde me explayo sobre cómo los escribí. Lo imaginé primero como buscando una parodia a las clásicas respuestas sobre de dónde vienen los cuentos, tratando de acentuar la idea de que los cuentos los inventan las abuelas y sobre esta idea tratar de explicar, como se explican las leyendas, por qué se relacionan los cuentos con las abuelas. Y en verdad es una buena opción para el momento de responderla, ya que a la mayoría de los escritores o poetas les provoca hastío tener que contestar de dónde sacan las ideas, yo por mi parte considero que no hay razón alguna para ocultar los orígenes y el proceso de creación, sobre todo porque lo considero un proceso fascinante. Sin embargo, eso no quiere decir que podría hablar de eso todo el tiempo, realmente a veces llega a fastidiar tener que contarlo, tiene tantos recovecos que uno podría no terminar jamás.

Con respecto a "EL VIEJO DETRÁS DEL HIELO", nació a raíz de un comentario irrisorio de Jorge, delicioso humor negro durante una desarrolle la idea de un pescador obsesionado con una mujer y que intente atraparla de esa manera. Debo decir que me encantó la idea; de hecho me encanta que me lancen una idea a manera de reto y tener que darle forma. El cuento comienza con una mezcla de tiempos que se diferencian por su relator omnisciente y luego por el propio protagonista, todo para darle el sabor a misterio. Desde el comienzo se perfila el carácter de pescador obsesionado, y así se va desenvolviendo la trama, creo que la brevedad es un factor importante para esta clase cuentos.

Finalmente, "EDGAR Y YO", porque no podía dejar de rendirle un homenaje a mi maestro en mi primer libro de cuentos. Llegué a admirar tanto a Poe, a leerme todas sus obras una y otra vez y a analizarlos todos, a leer todas sus biografías y tratar de aprender cada aòo algo más de su tacto para escribir. Basándome en esa experiencia había pensado ya desde hacía mucho tiempo en hacer alguna vez una novela que se llamara Edgar y yo, sobre una mujer que quería ser escritora y que evidentemente su escritor favorito era Poe, de tanto leer sobre él y querer escribir como él se obsesiona, después de varias situaciones logra clonarlo, para poder estar más cerca de él y trata de darle una vida similar a la que él tuvo en el siglo XIX, pero hacer toda una novela sobre esto no hubiera sido un homenaje adecuado, ya que él siempre sostuvo que la brevedad es la que logra plasmar un sentimiento en una persona y es la mejor manera de llegar al lector. Entonces tuve el reto de resumir aquella novela, e hice lo mejor que pude para corresponderle adecuadamente y tratar de satisfacer a todos sus fanáticos que de alguna manera siempre se obsesionan con él, espero que de alguna manera signifique mi gratitud y el sentimiento de belleza que él describía en sus poemas. Para este cuento he utilizado palabras en común de las traducciones al español de sus obras, traté de darle más influencia de sus poemas que de sus cuentos, ya que me parece que le tenía más aprecio a estos, si hubiera querido que fuera al estilo de las narraciones hubiera enfatizado en el descubrimiento del niño sobre su origen y lo transformaría en algo más detectivesco, pero me mantuve al borde del Cuervo, y para dar sensaciones similares me conservé lejos de la consciencia del niño, sólo al final descubrimos lo que él pensó al respecto al descubrirlo y entonces creo, espero, que la melancolía se haya desatado en los corazones de los lectores de EDGAR Y YO.

Gracias por recorrer los humildes escritos de una señorita que espera llenar sus almas con los costales de imaginación de su cabeza.

MÓNICA BUSTOS

 

 

EL SEÑOR QUE LO QUERÍA TODO

 

No, eso es mentira. Una vulgar mentira, hasta casi una calumnia. No sé por qué dicen que lo quería todo, eso abarca mucho, yo sólo quería el todo de un algo.

Yo quería todos los lentes en una bolsita.

En realidad, si vamos a culpar a alguien, les diré a quién culpo; porque en definitiva cada origen de un problema se comienza contando por quién lo empezó, no existe ningún hecho sin un culpable, inclusive los buenos actos tienen un culpable. Hasta el acto más bueno conocido por todos tiene uno: el buen samaritano no hubiera alcanzado nunca su fama sino hubiera sido por los ladrones.

Pero en fin, estaba contando sobre cómo empezó mi problema. La culpable sin duda alguna es la muchachita preciosa con la que estuve a punto de casarme hace dos años. Otra vez una mujer, como la primera culpabilidad atribuida en la historia del universo. Claro, hablo de Eva, suponiendo en el más absurdo de los casos que haya existido, pero en realidad me refiero a su sentido mitológico. Cada vez que hablarnos de culpa no podemos dejar de referirnos a ella.

Lo que sucede es que, como soy un hombre tan feo..., bueno no tan feo, pero tengo uno de esos rostros que no tienen gracia ni pena. Soy un señor tan aburrido que me vuelvo feo. Nunca encontré una mujer que pudiera enamorarse de mí, yo no soy del gusto de nadie, ni de las que tienen mal gusto. Por eso haberla encontrado me produjo tanta alegría, tanta razón existencial, me dije a mí mismo: "Cásate con ella". ¿Cómo no iba a hacerlo? Fue la única mujer a quien le gusté, y si no me casaba con ella, a quién más podía esperar.

Todo, y absolutamente todo hubiera resultado bien, si ella hubiera sido ciega. No, no crean que es un método extremista para mantener el amor de alguien, al contrario es un recurso perfectamente concebible. Todos saben que en el amor y la guerra todo vale, entonces por qué no cegar a tu pareja para que no vea que tiene otros horizontes inexplorados.

Bueno, arrancarle los ojos era una opción.

Todo empezó cuando ella se me acercó mientras yo tomaba un café en el centro de la ciudad. Se sentó frente a mí, y me dijo que yo le gustaba.

- Me encantan tus lentes.

En realidad dijo que mis lentes le gustaban, supongo que se refería a cómo me quedaban.

Desde esa vez fuimos uno solo. Sólo yo hablaba, sólo yo decidía a dónde ir, yo le elegía los amigos, y hasta hice que se cambiara de trabajo. Tenía que hacerlo, era una mujer muy linda y coqueta, podía tener al hombre que deseara, por algo yo mismo me enamoré de ella; pero compréndanme no podía dejar que ella se diera cuenta de eso, y también debía prevenir que pudiera llegar a crearse esa oportunidad de confianza en la que un hombre comienza a exponer sus mañosos contactos con una mujer. Por eso la hacía renunciar cada dos meses al trabajo que iba, y así recorría uno tras otro. Ella no entendía por qué, yo le decía que tal cosa no me caía bien, que el sueldo no era lo que se merecía, que quedaba muy lejos..., siempre encontraba algo que alegar; yo sólo quería mantenerla inalcanzable para los otros. No es un delito.

Lo mismo pasaba con sus amigos, le decía que no me gustaban, que no me parecían sinceros, y hasta simplemente le decía que si me amaba dejara de hablar con sus amigos hombres. Las mujeres no me importaban, hasta que comenzaban a decirle que yo era malo, lo sé porque ella me contaba, me preguntaba qué pensaba sobre que dijeran yo que era un egoísta, un ogro, un celoso compulsivo, un dominante, toda esa basura..., yo le contestaba que esas mujeres hablaban por envidia porque no tenían quien se preocupara por ellas. Poco a poco fui creando una especie de rivalidad, nos criticábamos mucho de las dos partes, tantos desencuentros que ella tuvo que elegir entre sus amigas o yo.

 Así fue como me convertí en el centro de su vida. Yo un hombre feo y sin futuro. Ahora que ya tenía una mujer no debía preocuparme por la calvicie, ni por la panza, mucho menos de tomar sol, vestirme bien o buscar dos medias que formen un par. Lo único por lo que debía preocuparme era de los otros hombres. Los que estaban al acecho.

Para ser más específicos aun, mi problema comenzó cuando una noche salimos a cenar, yo le iba a proponer matrimonio. Mientras bajé la mirada para buscar el anillo en mis bolsillos, un atrevido se había cruzado cerca de mi mesa; y vaya que sí fue atrevido, era casi igual a mí, hasta tenía los mismos lentes. La miré a ella y vi que sus ojos fueron tras él. Obviamente el impostor lo había hecho a propósito, se veía igual a mí para tratar de seducirla. Golpeé la mesa y exigí la atención que me merecía. Ella se asustó.

Entonces sin esperar a calmarme siquiera le propuse matrimonio. Para mi sorpresa ella era rebelde.

- ¡No!

Me gritó y se fue.

Entonces de la rabia que tenía, busqué al desgraciado que había confundido la frágil mente de mi novia. Y le arrebaté los lentes. Sí, le arrebaté los lentes, los arranqué de su cara y eché a correr.

Lo que pasó después es que, como una mascota bien amaestrada ella volvió a mi casa, yo le perdoné. Pero no volví a dejarla salir. Esa fue mi condición si es que ella en realidad quería demostrarme su fidelidad.

Pero casi me volví loco cuando un día al regresar a mi casa, después de un arduo trabajo de oficina, la veo a ella sentada frente al televisor hipnotizada, me volví a ver qué miraba y casi morí del susto. Había ahí un hombre con lentes. Le gustaba, lo supe, ese hombre le gustaba, sólo porque salía en televisión ella ya estaba enamorada de él. Enfurecido tiré el televisor al suelo. Lo pateé hasta que cada tornillo fuera irreparable. Entiéndanme no puedo dejar que esos feroces hombres intentaran devorarse a mi presa. Estaban intentando todas las maneras, estaban en todas partes. Entonces hice que cortaran la corriente eléctrica en mi casa. Sí, en la oscuridad, ella no podría ver nada, y nadie la podría ver. "¿Pero, y el teléfono?", pensé astutamente y a tiempo, pues sus parientes podrían llamarla ya que no sabían nada de ella, entonces corté el cable del teléfono, porque claro, no podía permitir que uno de esos bandidos que se roban novias ajenas la llamaran fingiendo ser su hermano, un tío o algo así. Es que ella era muy linda, yo nunca conseguiría otra así, no podía dejar que me la robaran. Pero la muy loca, me dijo que se aburría, que necesitaba leer algo, pero tampoco podía permitir eso, porque como no veía ni hablaba con nadie tal vez podría enamorarse de algún personaje literario a falta de recursos humanos. Me llevé todos los libros, diarios, revistas, cuadros y todo lo que pudiera tener la figura de un hombre que no sea yo. Después calculé que no se detendrían fácilmente, entonces publiqué en las exequias su foto y su nombre. Así me sentía un poco más seguro.

Pero cuando llegué un día, qué creen que pasó. Ella se escapó. No, no creo que se escapó, me parece que la secuestraron, sólo querían que yo crea que se escapó. Pero yo sé la verdad. Salí a la calle a buscarla. Recorrí día y noche, y no había nada. Nadie sabía sobre ella.

Entonces decidí vengarme, si yo no podía tenerla, nadie la tendría. ¿Y qué era lo que a ella le gustaba sobre todas las cosas? Los lentes. Por eso es que llevo esta bolsita, y persigo a todos los hombres con lentes, para quitárselos, se los arranco de la cara, los meto en la bolsa y salgo corriendo. Ellos no tienen miopía, hipermetropía, astigmatismo, o cansancio, no tienen nada, sólo quieren seducirla. Pero mi bolsita se llena rápido, y no puedo dejar que los lentes se vuelvan a caer, entonces a cada rato me detengo los levanto los aplasto en el fondo y sigo corriendo. Pero después los que usaban lentes comenzaron a andar prevenidos, por eso debo llevar un palo en mi poder, voy por atrás les pego en la cabeza y los anteojos vuelan, corro tras el objeto, lo levanto y lo aplasto en el fondo de mi bolsa. Pero como hace dos años estoy con este trabajo, los más cuidadosos han sabido fabricarse una gomita que les sujeta el lente a la cabeza. Para eso tuve que atar una navaja al palo, voy por atrás y les corto el sujetador, muchos se han desangrado, pero es la culpa de ellos para qué intentan burlarse de mí.

Pero no se imaginan la desesperación al ver juntos muchos hombres con lentes, entonces me exaspero, porque yo los necesito todos, los quiero todos, y ellos se burlan de mí, me  hacen una ronda y yo lucho con mi palo tratando de hacerles volar sus lentes, y ellos se esquivan con gracia y astucia, luego desaparecen y me dejan tirado. Se roban todos los que ya había juntado, y yo tengo que empezar de nuevo. Y mientras corro por las calles detrás de los hombres, mujeres y niños; sí, detrás de todos, porque no puedo dejar ninguno a mano de los malhechores; les arrebato todo lo que tengan en la cara. También puedo ver que en carteles, afiches y televisores, siguen habiendo personas con lentes, y no sé cómo hacer para eliminarlos todos. ¡Y las ópticas! He incendiado cuatro casas de ópticas y ventas de armazones. No puedo verlos son una amenaza para mí. No pueden atraparme, nadie puede atraparme, yo corro y me escondo, me subo a los árboles y acecho a la gente que pasa, les salto a los hombros, les quito sus lentes, corro, se me cae la bolsa, y comienzo a llorar de la desesperación..., porque nadie me quiere ayudar, todos me odian. Me miran, se ríen, se dibujan gafas en la cara y entonces no se los puedo quitar, quieren quitarme la bolsa y no se la quiero entregar a nadie. ¿Es tan difícil comprender? ¡Sólo quiero todos los lentes del mundo en mi bolsita! Y solamente así podré tener el control, podré descansar y ser feliz.

Me hubiera sido más fácil arrancarle los ojos la primera vez, y así la seguiría teniendo.

 

 

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EDGAR Y YO

 

Solitaria y soñolienta, taciturna, leía un gordo volumen de ciencias médicas a la luz de la vela en mi antigua casa del siglo XIX, cuando oí que alguien golpeaba a mi puerta, levanté la vista y murmuré:

- ¿Quién podrá interrumpir mi lectura apasionada en esta aterida noche de octubre?

Y volví a mi gordo volumen de ciencias médicas pensando: "Es el viento que golpea a mi puerta; es eso, y nada más".

Un golpe seco pero inocente volvió a golpear a mi puerta. Me levanté, dejé el libro en mi sillón y con el corazón balbuceando la palabra esperanza, abrí la puerta de una vez. Y nada. Sólo una extraña e inusual helada que silbaba su nombre en la oscuridad. Su nombre.

Volví a abrir mi libro y encontré en la misma página donde yo había estado leyendo, un pedazo de tierra. Un pedazo de tierra que nunca antes había visto. Que nunca antes había estado entre las hojas de mis cuadernos ni de mis libros. Y entonces pensé: "De dónde podrá venir tan aguerrido y osado pedazo de tierra. De las botas del leviatán, tal vez".

Pero cuando iba a volver a mi placentera lectura, de pronto pensé, de pronto se me ocurrió, mirar arriba de mí, desde donde pudo haber caído la tierra. Las tablas de las que estaban hechas el techo, efectivamente, guardaban tierra entre ellas. Con el libro abierto, y la cabeza inclinada hacia atrás, me quedé mirando arriba, mirando al techo, y la tierra que aguardaba entre mis hojas contemplaba también con curiosidad el techo descompuesto de mi casa del siglo XIX.

- Los golpes han venido de arriba, no de mi puerta - balbuceé, para que mi libro y la tierra lo supieran también.

Ya no pude volver a leer, me había despertado súbitamente de aquel sueño inconcluso, había algo que no estaba bien. Psique estaba parada junto a mí con una flecha atravesada en su garganta, quise ayudarla, le tendí una mano pero el contacto con su figura hizo que se desvaneciera.

- Me quiere decir algo, pero no sé qué es - dije, sosteniendo mi cabeza con ambas manos.

Me levanté y di vueltas alrededor de la habitación. "No es Psique, es la Culpa, que viene a llevarse mi alma", deduje, y me miré al espejo recordando a Eliza. La débil Eliza, a quien le hice encariñar con un hijo que no era suyo; la abatida Eliza, la desahuciada mujer que estaba en paz con el mundo hasta que yo llegué.

- Acabemos con el dolor de una vez - le dije con una navaja en su cuello el día que aceptó hacer el trabajo. Prefería la enfermedad antes que la muerte.

Encontrar una Eliza enferma, taché en mi cuaderno. Y guardé mi navaja con grabados egipcios. Ese día llevaba en la carrocería de mi camioneta cajas rebosantes de libros, cajas que iba a enterrar, miraba por el retrovisor y al ver todas las obras completas de él, mi autor preferido, en todas las versiones, en todas las traducciones, con diferentes portadas y formatos, podía también ver nublosamente mi rimel escapando con mis lágrimas, marcándome el camino negro que había comenzado a andar. Pero la alegría era mayor que el dolor, llevaba en mi vientre el objeto de todos mis caprichos, el amor de mi vida, el ángel de lo desconocido.

- Tengo en mis entrañas el dulce canto de la victoria, el premio por desafiar al tiempo y sus mañas - decía riendo frenéticamente cavando la fosa a dónde irían a parar mis más valiosas posesiones -. Tú no entiendes Borges, tú no entiendes Baudelaire, tú no entiendes Cortázar, tú no entiendes Stevenson, tú no entiendes Rimbaud, tú no entiendes Chester Gould... nadie entiende tanto amor... Yo soy mi propio dios, mi propio siervo y mi propio demonio...

Jhon no ha vuelto aún de la fábrica, tal vez no venga hoy. Él me odia, no se suponía que debiera odiarme, pero me odia, por eso le dejo que vea a otras mujeres y que haga lo que quiera, porque necesito que no me deje, no hasta que yo me muera, o al menos finja hacerlo. Me asomo a la ventana, porque quiero verlo llegar, tengo miedo que hoy decida abandonarme. Si me abandona lo mato, no le permitiré arruinar mi vida..., ni la de mi hijo.

Conocí a Jhon después de visitar muchas fábricas del país. Lo hallé justo un día que hacía un recorte de personal, cuando pregunté por él sus empleados me dijeron que él era malvado, un tacaño que los despedía con placer. Les pregunté si también era soberbio con su esposa, a lo que me respondieron que él no tenía esposa. Pero que suponían que no sería así en la intimidad, pues era un caballero con sus amigas mujeres, y también, un buen hijo.

Hallar un Jhon A. dueño de una fábrica y con carácter tosco; taché en mi cuaderno. Y tiempo más tarde lo persuadí de adoptar al hijo de una actriz enferma que no tenía con quién dejar a sus hijos en caso de que ocurriera lo peor. A mi propio hijo, y sus hermanos robados.

Pero en poco tiempo Jhon aprendió a odiarnos a ambos, creo que se enteró de la verdad. Aunque por un lado me favorecía esta reacción, no tardé en comprender que él se alejaba poco a poco de mí, y un día lo echaría todo a perder.

Dibujo su nombre en la ventana empañada, y hasta puedo ver mi reflejo, el reflejo funesto de la muerte que acecha, y sólo entonces me doy cuenta que estoy llorando. Me siento sola. Y repito su nombre, repito su nombre, repito su nombre hasta acallar las voces de los serafines asesinos que rondan mi aura. Tengo miedo de que Jhon me deje, tengo miedo de que algún desconocido acceda a mi hijo.

Yo le elijo las relaciones, yo le elijo los tutores. Yo le organizo sus días. Sólo va a estudiar a la casa de Memé, la anciana aborigen, la mujer que lo ha cuidado desde muy chico, lo cuida hasta ahora, que ya tiene doce años. Doce años y sólo habla con sus padres, con los amigos de Jhon (sólo algunos), con Memé, con los nietos de ella (porque sólo tienen seis y cinco años, cuando crezcan más también los dejará de ver a ellos), y no tiene otro contacto con el mundo más que los libros de Lord Byron, Walter Scott y los de ciencia. Él no sabe que existe la televisión.

Una curandera alfabetizada pero sin cultura general; taché en mi cuaderno el día que encontré a Memé bailando alrededor de una gallina muerta. Ella puede enseñar a leer y escribir a un niño, contarle mitos de su pueblo y no aportar otros datos que preferiría que él no conociera.

Cuando mi hijo va a la casa de ella, yo lo sigo con cuidado y sin ser vista, sólo le quiero evitar el desengaño del mundo.

Aunque no le permito tener amigos, porque uno nunca sabe cómo podrían influenciar en él, a veces le elijo alguno y dejo que lo vea, pero nunca por mucho tiempo, no quiero que nadie acceda a su intimidad. La última vez que le dejé visitar a un niño, era porque este estaba en el limbo de la orfandad, su madre tenía cáncer y aunque era bellísima eso no le sirvió para postergar su viaje al otro lado de las estrellas. Ella fue la primera mujer que mi hijo veía, aparte de mí, de Eliza, y de su tutora. Y se enamoró de ella. El día que la mujer murió, mi pobre niño sufrió tanto que para intentar consolarlo le regalé una gigantesca réplica de una embarcación antigua a la que hice que le pinten el nombre “Helen”.

Es medianoche, y mi esposo no ha llegado aún. La quietud me da escalofríos, los cipreses que veo desde mi ventana me dan la espalda, he abierto la puerta para retar al viento, nadie puede derribarme, pero el viento enfurecido revuelve mis cosas, sostengo la foto de mi hijo.

- Esto no - le digo-, destroza todo lo que quieras pero no la imagen de mi hijo.

Escucho una puerta que se abre, espero no haberlo despertado, pero no viene nadie, fue sólo el viento. El viento que juega a azotar las puertas, a revolver- mis cosas y a chantajearme con el delirio de la medianoche. La vela se ha apagado, pero escucho que algo roza el último escalón, como si algo se ha arrastrado allá arriba. No quiero apartarme de la foto de mi amor, por eso no cierro la puerta y dejo que el viento siga tratando de escarmentarme. Me siento en la oscuridad con la foto y una botella de coñac que bebo recordando años pasados.

Décadas pasadas, cuando yo sola visitaba Baltimore con tres rosas rojas y una botella de coñac. Tengo amigos allá. Todos los años vamos al menos una vez con mi hijo, Jhon ya no quiere ir, odia Baltimore, porque mis amigos de allá le hacen muchas preguntas, e insistentemente nos toman fotografías, él detesta que lo traten de esa manera. A mí no me importa, sólo cumplo el trato. Cada vez que vamos allá, recorremos cementerios, tengo un amigo que es dueño de uno, siempre paseamos con él, pero a mi hijo nunca lo dejo pasear solo. No quiero que nadie lo asuste. Oscar es un gran amigo, él es el dueño del cementerio, él sabe que mi hijo no es adoptado, que es mío. Pero no se lo dirá a él, nadie debe saberlo. A Oscar  lo conocí una noche de enero; con la cara cubierta y en medio de una tormenta, cuando nadie más estaba en el cementerio me escurrí hasta una de las tumbas con una pala y comencé a desenterrar con pasión descontrolada, con la garganta atorada de estrellas, y los ojos palpitando casi ensangrentados, mis manos temblaban y mi mente se había apagado, sólo mi alma estaba guiando mi decisión. Fue entonces que me encontró y me ofreció ayuda.

Mis otros amigos no se encuentran allá, ellos vienen a casa y fingen ser de mi familia. Es una mentira piadosa. Una dulce mentira. Mis ojos se quedan clavados en los ojos de la fotografía que llevo en la mano, y pienso en cuánto lo amo, y todas las puertas se cierran estrepitosamente. Y recuerdo aquel roce melancólico y sombrío de algo arrastrándose que oí antes en el último escalón. - Son hojas de los cipreses, son sólo eso y nada más - murmuro.

Pero en mi corazón sigue latiendo la idea inquietante y oscura de algo más siniestro observando desde el último peldaño. Dejo la foto y la botella sobre la silla y me paro frente a la escalera.

- Cuál es tu nombre angelical o infernal, criatura sombría que repta bajo las puertas abiertas que deja la inexorable noche?

Y el visitante no contesta. Sólo un susurro viene de afuera; solamente pasos espectrales que revuelven y aplastan las flores secas y crispadas desvanecidas en mi jardín.

- Ángel o demonio, criatura siniestra que asedia en mi casa del siglo XIX, bájate de la habitación de mi hijo, porque todo lo que quieras de él  primero deberás pedírmelo a mí.

Y el roce melancólico .y sombrío vuelve a arrastrarse, y esta vez, mientras una persiana se agita poseída detrás de mí, el objeto reptil y fantasmal cae desde arriba hasta mis pies, y con la intermitente luz de la luna que pelea con la persiana de mi ventana, puedo ver quién es el bufón que correteaba por mi casa.

- Es sólo una carta, una carta profeta, una carta extraña y muerta, pero siempre profeta. Que ha caído desde la habitación de mi hijo dormido justo hasta mis pies fatigados de tanta culpa.

Culpa de la Eliza abatida, de la Helen cancerígena, de la Memé manipulada, del Jhon condenado, de los hijos robados. Del ADN putrefacto, cansado y hostigado, resucitado para doblegar su pena.

Me agacho lentamente apretando la bufanda con una mano y extendiendo lentamente la otra, tratando de alcanzar la carta. Pero, ¡OH, horror, lastimosa y tremenda sorpresa que me ha dado el sino diabólico que gobierna la Tierra! ¡OH, pena y culpa ahogadas en mis vasos sanguíneos de mis venas malditas! OH, sueños que expiran, ilusiones que se comen entre sí, sueños que se estremecen hasta dar a luz a la afligida realidad. ¡Qué es lo que veo! ¡Qué es lo que veo? Esta carta ya la conozco, esta carta ya la abrí antes, tengo ciento cuarenta y cuatro cartas iguales. Los colores, los dibujos y esas letras... y esas letras que unidas sólo significan una cosa: el padre inexistente de mi hijo, el padre edilicio de mi niño, los padres doctores con guantes, agujas, bisturís e hilos, los mismos padres sobreprotectores de la ovina Dolly, que todos los meses me mandan un cheque con la pensión para mantener a mi hijo. El cheque cómplice que aguarda ansioso dentro de sobres como este.

- Petrificada ante mí, aguarda la infiel carta, traicionera y prófuga que ha venido a delatarme, ¿de dónde saliste infame ladrona de sueños? Herramienta monstruosa de la ilusión perdida.

La ilusión perdida. Murmuran los mirtos que me oyeron desde afuera. Y levanto la mirada y veo que la puerta está entreabierta, y sigo pensando sin saber en qué pensar, sólo escucho mi corazón crisparse y secarse desvaneciéndose dentro de mí, pensando si acaso ya lo he perdido todo. Doblo la carta y la guardo bien apretada en mi puño mientras subo lentamente y espero (deseo) que esa carta haya sido un error interceptado antes del caos, y sueño, todavía me atrevo a soñar, que esa carta no la vio mi hijo.

Y de pronto la puerta deja de jugar con mis sentimientos, se detiene justo para que yo vea y no vea, y entonces ya no sé si quiero abrir la puerta, porque un papel misterioso y sepulcral se me acerca agonizante. Y nuevamente, también sé que ese papel ya lo había visto antes. Dulce treta del pandemónium. Aun sin levantarlo del suelo sé de qué se trata. Es una carta de Oscar, pidiéndome la primera poesía que ha escrito mi hijo, una carta reveladora para quien ignora la verdad. Y entonces, como si me leyera la mente, la puerta se abre, y mis ojos se adelantan a llorar las penas que podrían venir, y mi corazón se retuerce agonizante por sobredosis de tristeza, y un amargo recibo de un taxidermista paralítico llega hasta mis pies, y no me cuesta imaginar que el hecho de que haya salido de la habitación de mi querido Edgar significa una sola cosa: lo vio.

Antes que él pudiera verme y reclamarme las llaves de su vida yo comienzo a explicarle, explicaciones tétricas y maternales, amor y obsesión enterrados vivos dentro de mi corazón:

- Edgar, querido, debes comprender, que todo lo que hice fue por amarte tanto, por todas las personas que te aman y te quieren ver. Todo lo que hice fue por amor. Inclusive haberte comprado un cuervo disecado, una réplica de una embarcación antigua cansada de navegar sin rumbos, haberte alejado de la realidad, haberte dado una familia artificial. Todo por amor. Inclusive cuando compré un gato negro y cuando le arranque un ojo frente a ti, y cuando lo colgué de un árbol. Todo por amor...

Pero ya nada respondía, mis explicaciones inútiles murieron bajo el umbral de la puerta. Hasta los mirtos callaron. Los ciento cuarenta y cuatro sobres por fin descansaron en paz. Las flores crispadas y secas fueron barridas del jardín de mi casa. La luna me dio la espalda, y la noche me mandó a sus tinieblas para que envolvieran mi hogar. Mi frío hogar.

Y entonces un trozo de papel roto y mojado llega hasta mis pies, un trozo escalofriante de un libro que yo nunca había dado a mi hijo. El trozo de un cuento que adrede quería que yo lo viera, un trozo de cuento que me llenó de espanto y dolor. William Wilson.

 Y detrás de William Wilson, viene un pedazo del tonel de amontillado, la corona del rey peste, y los latidos del corazón delator. No puedo creer que todo esté allí, todo lo que alguna vez enterré alguien lo encontró. A mis pies está la embarcación naufragada de Arthur Gordon Pym, el mapa perdido del escarabajo de oro y el expediente secreto del señor Valdemar. Comienzo a llorar porque no sé que le iré a decir, ahora que ya sabe por qué tiene un cuervo petrificado en su habitación y un gato tuerto colgado del árbol del jardín. Y entonces veo que en su habitación, todo alrededor, está cubierto de los libros que yo intenté esconder toda su vida; de la biografía ajena que le revelaba el futuro; de los poemas salidos desde su misma mano pero publicadas hace más de siglo y medio. Entonces recordé aquel golpe que antes había creído que era algún visitante llamando a mi puerta, y no era más que el busto de Palas que se había caído, y el golpe siguiente era el zapato que cayó después, el zapato que abandonó la nave cuando esta zarpó, y entonces mi corazón se volvió ceniciento y sombrío, y recuerdo a Psique con la flecha atravesándole el cuello, recuerdo las voces de los serafines asesinos, recuerdo el reflejo funesto de la muerte que rondaba mi hogar, mi frío hogar, y entonces entiendo porque había una extraña helada silbando su nombre. Su nombre. No eran más que el aviso del niño trepándose a un busto de Palas, del niño herido melancólico y asustado pintándose una despedida en el pecho. Se cumplía la profecía. El destino de las aberraciones inocentes.

Y ahí justo en la distancia del umbral de mi puerta, por sobre el busto de Palas caído, unos pies amoratados, casi negros, flotan petrificados frente a mí, y yo maldigo a la noche y a la tempestad, maldigo a la vida y a la muerte. Y todavía me atrevo a preguntarle si en el lejano Edén podré volver a abrazarlo, y su pecho pardo y helado me responde con las inscripciones cursivas que se pinto antes de treparse al busto de Palas: "Nunca más"

Y la luz de la luna, que curiosa regresó para verme llorar, se mete por la persiana de atrás, y proyecta la sombra del cuerpecito duplicado de una hebra de pelo, justo por encima de mi alma.

El alma que ya no podré arrancar de esa sombra nunca más.

 

 

 

 

 

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