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Andrea Piccardo
  ECOS EN AL VACÍO - Serie VÍNCULOS, 2006 - Obra de ANDREA PICCARDO


ECOS EN AL VACÍO - Serie VÍNCULOS, 2006 - Obra de ANDREA PICCARDO

DESDE AQUÍ

De la serie VÍNCULOS, 2006

Óleo sobre tela

Obra de ANDREA PICCARDO

 

 

Estas son algunas de las obras que expuse en el Centro Paraguayo Japonés (Asunción, Paraguay) en el 2006. En estos trabajos he tratado de reflejar mi mundo familiar y afectivo trabajando con imágenes de mis hijos. No me interesaba tanto mostrar la identidad, sino más bien jugar con el espacio que vincula a las figuras y con algunos elementos simbólicos que hablan del relacionamiento, de lo que nos une y lo que nos separa. Las obras están realizadas en óleo sobre lienzo.

 

Calor humano

 

Parte del juego

(Colección de Sila Estigarribia)

 

Enlace y desenlace

 

El curso de los sueños


Desde aquí

(Colección de Margarita Díaz de Vivar)

 

Fuente:

http://www.andreapiccardo.blogspot.com/



 


¿CALDO DE POROTOS? ¡NOOOOOOOOO! (CUENTO)

 

Los miércoles, Pedrito volvía de la escuela caminando más lentamente y con menos entusiasmo que de costumbre. Mientras por su mente cruzaban imágenes de crocantes milanesas, jugosos bifes con puré o papafritas, no le cabía la más mínima esperanza de que ese día a su mamá le asaltaría una repentina necesidad de salir de su rígida rutina y dejaría de hacer el menú de los miércoles, costumbre heredada de todos sus ancestros: caldo de porotos.

Frente al plato donde nadaban en la sopa amarronada esos corpúsculos esferoides con los largos fideos como aliados, Pedrito no lograba conmoverse con los discursos que su mamá le lanzaba todos los miércoles, sobre otros niños que no tenían qué comer y para quienes ese sería el mejor manjar; sobre las proteínas que tenían las legumbres, mucho más sanas que las de la carne; sobre las vitaminas del grupo B, el hierro, el potasio, y nunca le faltaba un dato que agregar, investigado en alguna enciclopedia o en internet. En consecuencia, Pedrito ese día aguantaba estoicamente los tumultos de protesta que sentía en la barriga y esperaba hasta la merienda para calmarlos.

Esto continuó cada fatídico, nefasto, funesto, aciago, infausto, amargo, deplorable, lamentable, patético, infortunado, ominoso y/o siniestro miércoles, hasta que el niño se decidió a ejecutar una idea que le había venido rondando la mente desde hacía mucho tiempo, pero que recién ahora se animaría a poner en práctica. Se levantó antes que su mamá, tomó la bolsita de porotos y los echó por la ventana de su habitación, que daba al patio.

Segura de tener todos los ingredientes en la alacena, la señora no se preocupó por verificar si había porotos. Cuando llegó la hora de ponerlos en remojo, se percató alarmada de su ausencia. Estaba segura de que los había comprado. “Probablemente me los olvidé en la caja del súper”, pensó. Ir a comprar otra bolsita al almacén que quedaba a tres cuadras, para lo cual debía cambiarse el buzo arruinado por la lavandina que tanto le gustaba ponerse (porque era muy cómodo), hubiese sido una pérdida de tiempo y un gasto extra. Entonces decidió hacer un cambio en el menú, pensando que eso no implicaría una traición imperdonable a las costumbres ancestrales de la familia. Pero, por las dudas, le prendió tres velas a la foto de su bisabuela para evitar que se revolcara en su tumba.

Ese día Pedrito sintió una sensación de triunfo al saborear la milanesa con puré, y esta emoción le duró todo el día. Ya de noche, en su cama, no se le borraba todavía de la cara la sonrisa de picardía.

Hacia la medianoche, los porotos lanzados junto a la ventana comenzaron a germinar y a crecer desmesuradamente (cualquier semejanza con el cuento de las habichuelas mágicas es completamente intencional). Los tallos comenzaron a penetrar en la habitación a través de las rejas, ramificándose en forma excesiva y acelerada, llenando toda la pieza y formando una burbuja alrededor de Pedrito. Él se despertó con un sobresalto cuando sintió que un tallo le rodeaba el cuello. En ese instante, multitud de porotos salían de sus vainas, saltando simultáneamente como en un desfile militar.

Un poroto más grande, que parecía ser el jefe, le anunció:

-¡Niño! ¡Tu actitud ha activado la rebelión de los porotos! El tremendo odio con que has lanzado por la ventana a los de nuestra especie ha determinado un crecimiento exactamente proporcional. Desde hoy, comenzaremos la lucha por liberarnos de la esclavitud. Dejaremos de ser alimento de la humanidad y ¡dominaremos el mundo!

-¡Nooo! ¡Nooooooooooo! –gritó Pedrito desesperado, y comenzó a destrozar las ramas que se le enredaban agresivamente. Luchó y luchó, arrancando tallos y cubriéndose la cara para protegerse de los porotos que se le lanzaban encima como balines con un ímpetu suicida, hasta que llegó a la puerta, logró abrirla y cerrarla tras de sí, impidiendo el paso de algunos macabros tallos que quedaron ahorcados en las rendijas.

Fue corriendo a una velocidad increíble hasta llegar al patio y comenzó a arrancar las plantas de raíz. Tuvo que seguir luchando un buen rato, destrozando algunos tallos que lo habían descubierto y salían de la ventana, mientras se iban debilitando paulatinamente. Algunos porotos se le lanzaron encima, entre ellos el jefe, pero Pedrito logró atraparlo y lo aplastó. Rápidamente cerró los postigos exteriores de su ventana y entró nuevamente a la casa. Tomó un paquete lleno de bolsas de polietileno del supermercado -que siempre se acumulaban en espera de encontrarles alguna utilidad- y entró como un rayo en su pieza, sin permitir escaparse a ningún poroto. Ahí nomás prendió el ventilador de techo a toda velocidad, lo que fue una idea muy acertada, ya que los frijoles comenzaron a cansarse. Vencidos por la fuerza del viento, saltaban cada vez más lentamente y con menos altura mientras la mayoría caía rendida. Pedrito aprovechaba la ventaja, llenando de porotos las bolsas y atándolas apresuradamente. Cuando logró completar diez, los porotos sueltos se habían terminado.

-Ahora falta deshacerme de los tallos –pensó, y comenzó a juntarlos y tirarlos por entre los barrotes de la reja. Fue nuevamente al patio llevando las bolsas de porotos, que escondió en un rincón entre las plantas, recogió las ramas y las tiró al baldío de al lado. Volvió a su pieza y, completamente extenuado, se tiró a la cama y se durmió.

Toda esa semana se pasó regalando bolsas de porotos a las familias más pobres del barrio, avisándoles sin falta que había que cocinarlos enseguida y contándoles las terribles consecuencias que habría si los plantaban. (¿Le habrán creído? Digamos que sí, porque si no... ¡qué lío se armaría!)

El miércoles siguiente, al volver de la escuela, miró temeroso el plato de caldo que su mamá le sirvió. Luego se armó de coraje, diciendo:

-¡Jamás dejaré que dominen el mundo! –y comenzó a tomárselo. Ahí se dio cuenta de que ese recelo que había sentido durante tantos años, que le había impedido siquiera probarlo, era totalmente infundado, y al terminarlo le dijo a su mamá:

-¡Quiero más!


Andrea Piccardo

Fuente digital:

http://www4.loscuentos.net/cuentos/local/andrula/

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