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JOSÉ MANUEL SILVERO ARÉVALOS

  PENSAR LA MIERDA: SUCIEDAD MATERIAL Y SUCIEDAD SIMBÓLICA - Por JOSÉ MANUEL SILVERO


PENSAR LA MIERDA: SUCIEDAD MATERIAL Y SUCIEDAD SIMBÓLICA - Por JOSÉ MANUEL SILVERO

PENSAR LA MIERDA: SUCIEDAD MATERIAL Y SUCIEDAD SIMBÓLICA

Por JOSÉ MANUEL SILVERO

 

Este artículo es parte del libro Suciedad, cuerpo y civilización que será publicado próximamente por la editorial Punto de Encuentro, de Buenos Aires. El autor, José Manuel Silvero, adelanta este fragmento en exclusiva para los lectores del Suplemento Cultural

 

«La historia de la mierda es la historia de las relaciones humanas» (J. M. Silvero).

La Plaza Uruguaya, al fondo./ ABC Color

 

SUCIEDAD, LIMPIEZA PREJUICIOS Y TEMORES

 

¿Es posible pensar la repugnancia y la asquerosidad? Si la lucha cotidiana pasa por eliminar todo lo excrementicio, ¿de qué vale fijar la mirada en la suciedad? La poderosa idea de lo límpido ha cimentado gran parte de la historia de las ideas de estos últimos doscientos años y ha contribuido a que desde la civilización se enfrente la barbarie con la finalidad de consolidar la modernidad. A pesar del tiempo, el poderoso imaginario emanado desde el higienismo sigue animando el ideal donde la mierda (material y simbólica) inspira prácticas fundadas en prejuicios y temores.

Hablar de la mierda no es poca cosa. Si comenzamos a rastrear nuestra historia, podríamos advertir que la misma ha sido impactada plenamente por el higienismo. ¿Acaso no persiste la creencia de que la lengua –tanto la escrita como la hablada– tiene que estar higienizada para evitar cualquier contaminación? Y es que la suciedad no es otra cosa que una magnífica construcción cultural. Ahí donde vemos inmundicia y experimentamos repugnancia está presente, inevitablemente, un orden construido con anterioridad. Entonces, la mugre es un atentado contra ese orden. Como dice Mary Douglas, no hay mierda absoluta: existe solo en el ojo del espectador.

 

LA MANCHA: HIGIENE Y MORAL

Así, lo asqueroso resultó un aliado perfecto a la hora de fundamentar los discursos para controlar cuerpos y conductas. Durante mucho tiempo, la idea de la pureza excelsa se asoció a la de virginidad y a la inmaculada actitud de los organismos totalmente panoptizados. Entonces, la mancha emergió como una cuestión de trascendental importancia, tanto a nivel simbólico como real.

Los administradores de la mácula, ubicaron por igual a los anormales y sucios morales en un territorio adecuado: fuera del mundo. Es decir que el lugar de los estigmatizados se encuentra allende este mundo, de ahí lo in-mundo. En la periferia, ese lugar negado pero siempre presente, en ese rincón «secreto» que todos intentan olvidar, es donde está depositada la mierda, lo repulsivo y lo asqueroso. En medio de un paisaje repugnante se co-funden basura, aborígenes, campesinos desahuciados, desechos y todo tipo de remanentes. En los confines de nuestras ciudades habitan nuestros temores más grandes. Por eso, lo in-mundo oculta lo humano al evitar lo asqueroso y evadir todo lo sucio.

 

COTIDIANEIDAD Y EXTRAÑEZA

Poner un velo entre nosotros y ellos parece reportar seguridad y confianza. La fuerza de la costumbre nos invita a limpiar nuestro entorno a cualquier precio, incluso negándola. Por ello, nos entusiasma sentirnos seguros, aseados, centrados y harto ordenados. Intentamos asegurar que todo esté bien, en orden, terso, en su lugar, como corresponde, etc. Sin embargo, nada es indudable. Tenemos la certeza de que vamos a perecer en un tiempo no mayor de cien años y de que el maldito fango nos engullirá con esa repugnante y asquerosa voracidad de la que es depositario. Tener un cuerpo implica una inevitable y continua colisión con lo abyecto. El orgullo se torna mortal y la humillación de saberse limitado y con vocación de lodo golpea con inusitada fuerza nuestra certeza. Aun así, hay días en que anhelamos ser eternos. Entonces, se intercalan esperanza y duda. Vivir la cotidianeidad pasmados de extrañeza es un ejercicio lícito y humano, nos acerca a lo que somos.

 

Toilet Tommy, el grotescamente servicial y risueño inodoro de Robert Crump,

autor clásico del cómic underground./ ABC Color

 

MÁS ALLÁ DE LA FICCIÓN ASÉPTICA

Al pensar la repugnancia y la asquerosidad nos instalamos más allá de la ficción límpida y aséptica. La farsa de que todo está claro, explicado y en su lugar se diluye rápidamente a fuerza de malos olores.

Desde la escatología y el higienismo nos enfrentamos a lo genuinamente humano. Por ello, la inmundicia y lo excrementicio alumbran la demanda insoslayable de preguntar, revisar, reordenar, matizar y seguir buscando puertos seguros a sabiendas de que nunca lo conseguiremos.

¿Podríamos ser mejores si enalteciéramos un altercado a favor de la disolución de conceptos almidonados y harto encorsetados? ¿Existe la posibilidad de vociferar por todos los rincones constreñidos, la condición humana del que se asume corpóreo?


CONDICIÓN HUMANA Y CONDICIÓN ANIMAL

El deseo de separarnos de nuestra condición animal es tan fuerte que a menudo no nos limitamos a las heces, las cucarachas y los animales viscosos. Necesitamos un grupo de humanos para unirnos contra ellos, que vienen a ejemplificar la línea limítrofe entre lo humano y lo vilmente animal. Si esos casi animales están entre nosotros y nuestra propia condición animal, entonces estamos un paso más lejos de ser animales y mortales. Así, a lo largo de la historia ciertas propiedades repugnantes –lo viscoso, el mal olor, lo pegajoso, la descomposición, la podredumbre– han sido monótona y repetidamente asociadas, verdaderamente proyectadas sobre determinados grupos, en referencia a los cuales agrupaciones privilegiadas buscan definir su estatus humano superior, señala Nussbaum.

Pervive una larga lista de individuos de «clase baja» imaginados como manchados por la suciedad corporal. Mujeres, negros, aborígenes, judíos, intocables, homosexuales, entre otros.

 

MECANISMOS DE EXCLUSIÓN

¿Hemos olvidado la imagen de aquellos aborígenes que, impotentes ante una inusitada violencia física y simbólica, fueron desalojados de un espacio público de Asunción? La permanencia de esos «cuerpos extraños» en la Plaza Uruguaya había despertado el celo higienista de vecinos y comerciantes de la zona, que remarcaron una y otra vez el lado «inmundo» de aquella empresa. El ideal desinfectado triunfó. Paradójicamente, el espacio se rodeó de rejas cuyos diseños recuerdan el siglo del higienismo. Varias de las estatuas (copias) que engalanan la Plaza Uruguaya reclaman un pasado estrictamente europeo. La mierda, en su compleja e inconmensurable acepción, puede explicar con nitidez el desprecio que seguimos gestionando en detrimento de los «roñosos aborígenes». Preferimos el aire refinado de la lejana y calcificada Europa a los tufos cercanos de nuestros «malolientes guaraníes». Como sociedad, hemos optado por las rejas para «devolver la vida» a un espacio público. Lo público es sinónimo de apertura, de pluralismo, de puja de ideas y posturas. Si blindamos nuestro entorno por temor a la suciedad de los aborígenes, imagínense lo que harían ellos si temieran a nuestros actos de «hombres civilizados».

El mecanismo de exclusión del otro no se limita a ámbitos cercanos, como por ejemplo a lo interno de un país, sino que también podría darse el caso de un país apestado por sus vecinos. ¿Los paraguayos formamos parte de ese repugnante grupo imaginado por los hermanos limítrofes «dadores de civilización»?

Allí donde ubicamos la mierda aterrizan los prejuicios revestidos de repugnancia y asco moral. Lo abyecto empadrona a los «apartados» en el lugar del olvido, atentando y ahorcando diariamente la idea central de una comunidad política que se precia de ser «Estado Social de Derecho». Siguiendo a Canseco, podemos decir que, desde que el mundo es mundo, la mierda ha servido para distinguir entre nosotros y los otros, para trazar la línea que habría de separar a los que conformaban y definían el orden, para establecer los límites entre lo conveniente y lo inconveniente, entre lo civilizado y lo bárbaro. Por ello, la historia de la mierda, es la historia de las relaciones humanas tanto a nivel nacional como regional.

 

LO QUE LO SUCIO NOS MUESTRA LIMPIAMENTE

Lo sucio nos muestra limpiamente que cargamos a cuestas una historia que nos ha condicionado en demasía con respecto a los no admitidos. Nos resistimos a creer que la verdad, la belleza y el bien puedan vivir fuera de las fortalezas de la tradición y de la norma. Más allá de lo que consideramos válido, útil y adecuado, nada hay para nosotros. Sin embargo, en los suburbios, en los límites de nuestro lenguaje y de nuestro mundo, todo el constructo que sustenta nuestras certezas y que defendemos de manera apasionada se subvierte ante la variedad de realidades cotidianas alternativas.

Rodolfo Kusch sostiene que la vigilancia desmesurada de nuestro atuendo académico nos hace sentir pulcros, pero que de lo que no nos damos cuenta es de que cuando dejamos esa aura nos encontramos con la vida, y encontrarse con la vida es encontrarse con el hedor, con todo eso que nosotros rechazamos.


 

Fuente: SUPLEMENTO CULTURAL DEL DIARIO ABC COLOR

Publicación del Domingo,  3 de Enero del 2014

Fuente en Internet: ABC COLOR DIGITAL/ PARAGUAY

 

 

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