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Sebastián Díaz

  Obra de Sebastián Díaz - Año 2002


Obra de Sebastián Díaz - Año 2002

Obra de Sebastián Díaz

Óleo sobre tela

Año 2002

Colección privado

 

 

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COMENTARIO SOBRE EL ARTISTA

 

LA MISION DE UN PINTOR PARAGUAYO.

** La evolución de los artistas, particularmente la de aquellos pintores figurativos que buscan reinsertar la naturaleza en el espacio amaestrado de un lienzo, me hace siempre pensar en el crecimiento de un árbol grande y hermoso, esta otra maravilla de la vida. No tensan acaso sus fuerzas, el uno como el otro, no destilan acaso su savia en un esfuerzo sin pausa para alcanzar el cielo o la perfección, con bifurcaciones geniales de vez en vez, instantáneamente transmitidas de las radículas a las ramillas, pero a menudo también con brotes sin asomo? Cuanto menos de estos últimos, mas alto y derecho el árbol. Y sin alter-ego, el artista...

Este paralelo botánico en forma de samu-ú con sus floraciones azules, rosadas o blancas, entre los más líricamente hermosos de los árboles sudamericanos, me parece singularmente apropiado con Sebastián Díaz, este "loco por la pintura" nacido, dos siglos después de Hokuzai, en un rincón silvestre de la espesura del más perdido paraje de la más americana de las naciones-estado del hemisferio occidental, Horqueta, Departamento de Concepción del Paraguay.

A unas cuantas leguas del Mato Grosso brasileño, de los yacarés del Pantanal, el mayor de los pantanos vírgenes del globo, cerca del "infierno verde" del Chaco donde reside, sin embargo, el futuro de un país olvidado por el resto del mundo (pero el término olvidado no cuadra ya que no puede olvidarse sino lo que se ha conocido: aparte de los batidores ibéricos de El Dorado, los Jesuitas en prosecución de su República de Dios y los anabaptistas teutones en busca de libertad religiosa, quién en el primer mundo se inquietó jamás demasiado por esta tierra nutricia de sueños y creadora de mitos que es el Paraguay). Un gran error esta ignorancia y apostaría, sin riesgo de perder además, que de aquí a siglo y medio, cuando el resto del mundo sea insoslayablemente chino (Napoleón lo había presentido en su peñasco de Santa Helena, situado, si señor, sobre el mismo paralelo que el pequeño pueblo natal de Sebastián Díaz), este país será la piedra de toque de una América del Sur de nuevo asequible a la riqueza que fue la suya antes del suceso aquel ocurrido un 12 de octubre de 1492 a sotavento de las Bahamas...

El árbol Sebastián Díaz, hace ya más de un decenio que acompaño su crecimiento. Le he visto trabajar, a menudo de noche como Vincent Van Gogh, en su minúsculo cuarto de hotel en Paris como en su otro pequeño atelier de la calle República Francesa de Asunción (Assomption en francés, la capital del Paraguay, única ciudad de América del Sur que mereció una versión gala de su nombre) o de ahora en más en su gran residencia parecida a un fortín militar a la Dino Buzzati en Mariano Roque Alonso, el sitio mismo donde hace más de tres siglos los desposorios castellano-guaraníes crearon la sorprendente mixtura étnica paraguaya.

Al principio austera, como envuelta en un gran sayo, la paleta de Sebastián fue haciéndose más luminosa con el pasar de los años, sin descuidar por tanto su amor por los tonos zurbaranescos (no hay en él nada de Fra Angélico!) y si bien se ha mantenido su predilección por las naturalezas muertas — a este vocablo fúnebre él prefiere la palabra castellana "bodegón" - esta se ha visto, temporada tras temporada, trascendida por la inclusión de orquídeas abiertas, de plantas saliéndose victoriosamente de planteras de barro o de viejas latas de conserva, frecuentemente rebosando más de canicas de cristal que de garbanzos, que parecen recuperadas del fondo de algún naufragio boreal (como hay por lo demás un Chaco Boreal, acaso una marcha del ejército que venció a Bolivia en 1935 no lleva este título?). Hoy por hoy Sebastián Díaz, de Horqueta, se ha vuelto un hombre de mucho mundo. Su reputación brotó del Paraguay para extenderse hacia los Estados Unidos donde se sitúa, no lo olvidemos, el corazón del mercado de la pintura sudamericana (Sebastián ya expuso en Washington, a pocos pasos de la Casa Blanca que se apresta - por fin! - a recibir un nuevo locatario que debe en gran parte al voto latino su arriendo de cuatro años); Sebastián cruzó y volvió a cruzar varias veces el Atlántico Sur para colgar sus telas por toda la Unión Europea con una preferencia por Francia donde en estos (últimos semestres sus naturalezas muertas cargadas de una vida primordial hallaron ilustrados amateurs en lo más apartado de la provincia como en pleno Paris. Un Paris, ahora que el próximo milenio va a comenzar realmente, donde se dispone a instalar sus caballetes, telas, paletas y pinceles por casi todo un año, para llevar a cabo su misión de propagador de lo que debería llamarse la escuela de Asunción - como se dice escuela de Paris - y seguramente también para utilizar, claro, la beca que obtuvo para seguir unos cursos que tanto le interesan en la vieja escuela de Bellas Artes a orillas del Sena. La escuela está instalada como es sabido del otro lado del Pont-des-Arts. Futuro. "Paseante de las Dos Orillas", nuestro Sebastián Díaz, paseante de las dos márgenes del Río Paraguay primero y después de las dos orillas del Océano Atlántico!

Me gustaría añadir que interesarse muy de cerca en sus obras, antes y durante esta larga estadía parisiense, me parece la más sagaz de las decisiones. Estéticamente hablando, se entiende, porque de buenas a primeras solamente eligiendo los cuadros que deseamos ver colgados de nuestros muros, los cuadros que nos gustan, es como nos acercamos al profundo regocijo de hacer realidad una inversión de oro! - tanto como placentera. Y más aún nuestros nietos y nietas. No están acaso asi formadas todas las grandes colecciones, de artistas cuyo fuste de talento no hubiese alcanzado todavía la altura máxima? La cima, para estar a la metáfora selvática".

El crecimiento pues, del arte de Sebastián Díaz, eso es lo que he estado observando, desde sus austeros cuadros primeros de fines de los años ochenta, donde se enseñoreaban, opulentos amos, - posados sobre los derrames ventaneros, a menos que fuese en los zócalos de algún templo guaraní? Con un cielo color Dali como telón de fondo - grandes pomelos con sus jugosas fibras aparentes, naranjas ventripotentes con aquí y allá las cascaras arrancándoseles en espirales rojizas, mangos, kakis, guayabas, mamones, total, las ofrendas todas que la naturaleza puede ofrecer al hombre de pintar.

A estos frutos de los trópicos iberoamericanos vinieron a juntarse, semestres más tarde, semejante piraña suspendida de un hilo, como advirtiendo que la naturaleza puede tener acerados dientes también, anchoas (boquerón en español, el nombre de la primera victoria paraguaya de la guerra del Chaco, sesenta y más años ha, con que estas anchoas no estaban allí por nada), profusas guitarras, cuyo nombre en guaraní es mbaraka (sorprendente correspondencia con la baraka árabe y berbere!), y además, todas las formas simples o complejas de la alfarería popular paraguaya como ésta se manifiesta en el pueblo de Ita, al suroeste de Asunción (especialmente estas grandes cantimploras en forma de gordas gallinitas ocres y amarillentas que juegan a la Mona Lisa en las telas mejor logradas del primer periodo de Sebastián).

Más tarde, la composición de las obras del maestro de Horqueta se hizo más compleja y a la vez más delicada con esos cuadros mezclándose al cuadro como ventanas abiertas hacia un más allá onírico. La otra cara del lienzo para Sebastián Díaz, como la otra cara del espejo para Alicia. La del país de las Maravillas. Me viene a la memoria su homenaje a Goya pintado para el centésimo sesenta aniversario de la muerte del amoroso amigo de aquella "dame de pic" que fue la duquesa de Alba...

Estos últimos años, en su taller grande abierto sobre el cielo color alta mar del aeropuerto de Asunción, Díaz abre su paleta "de plus en plus" (vocablo cargado de connotaciones musicales medievales, cf. Johannes Okeghem) a unos juegos entre frutas y violines descordados - él sabe que hay violines silenciosos - con trazos de una vinuosidad donde se mezclan el arte de los efectos en "trompe-á-l'oeil" con el de la fuga pictórica, así un cuadro bautizado "En el Atelier" (fácil de traducir al francés) o tal otro titulado, en francés corrido esta vez, "Une lettre de París". En el primero, se ve un pomelo como contemplando un cuadro dentro el cuadro donde la volupta, el clavijero, el mástil y la caja de armonía de un violín dominan tres manzanas y una alcuza con aceite de lino. Alegoría tal vez de la armonía musical y visual. En el otro lienzo, el sobre recibido de París, sirve de virtual trampolín a unas naranjas parecidas a gimnastas rumanas corregidas por Botero. Ciertamente hay una licencia pictórica, como hay una licencia poética.

Pero de ahora en más, el pintor de Horqueta, como hemos visto en trance de reunirse por algún tiempo, en este comienzo del siglo XXI, con la multiforme colonia sudamericana de París, va más lejos consigo mismo en el preciso momento en que la cotización de sus cuadros despega hacia un nivel más acorde con su real valor pictórico. Tanto en la Asunción de su alma, en esta galería Técnica de la tranquila calle General Bruguez que es su puerto de amarre, como en Washington, Luxemburgo, Ginebra o Berlín. Al mismo tiempo, sus cuadros ganan altura, en todas las acepciones del término ya que Sebastián se ha prendado de sus cuadros en cinemascope invertido donde las orquídeas, entre otras maravillas florales, con estigma, cáliz y corola manan de alfarerías opalescentes o mates, como fijándose en las curiosas frutas que juegan a la nave espacial en la cercanía de los tallos. En uno de sus cuadros que Sebastián bautizo "Adiós al Kursk" - se puede pintar a orillas del Río Paraguay y conmoverse por lo que ha ocurrido en el Mar de Barents - se ve una de esas orquídeas del Paraguay, lívida esta vez, torcer su tallo hacia uno de esos "cuadros dentro del cuadro" caros al pintor donde un pequeño barco de papel - otro de sus temas recurrentes - pero esta vez color de hielo se encuentra volcado sobre el fondo. Triste ruina prendida de un alfiler como una libélula gigante en un estuche de entomólogo. Un lienzo que un día formara parte obligada, estoy seguro, de toda antología del maestro de Horqueta. No debe sorprender que la haya elegido para adornar la tapa de este catálogo.

Tal vez lo maravilloso de Díaz (su otro nombre es Beato, Bienaventurado!) es que ha sabido permanecer conmovedoramente tímido, vivamente lúcido, con respecto de su propio talento. La prueba también de que este talento es real, anclado en lo profundo de su ser y de su apego a la tierra natal. Aún cuando y sobre todo si su camino hacia la realización de su destino lo habrá de conducir de ahora en adelante lejos de Horqueta, de Concepción y de las orillas del majestuoso Paraguay que vio repetidamente sus riberas erosionadas por la sangre tanto como por el agua. Una ruptura que al abrirle las puertas de las mayores colecciones de pintura de dos mundos, no le impedirá, estemos ciertos, permanecer anclado en la tierra escarlata de su espléndido país.

Y después, si no llevamos la patria en la suela de los zapatos, podemos llevarla, sin embargo, en lo profundo del corazón, para que brote de allí, de la paleta y de los pinceles, en el lugar que sea. Una proeza que Sebastián Díaz mejor que nadie está en condiciones de llevar a cabo. El futuro lo probará. Para gran felicidad de quienes han elegido vivir con sus sueños y sus lienzos abiertos a la luz en sus propios muros. Con su intrigante belleza, con sus líricos misterios también. (Gérard HEIMER. Asunción, Noviembre del 2000).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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