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SILVIO AMADO MACIAS (+)
28 de Febrero de 1890
 


Biografía

SILVIO AMADO MACIAS

 

** Médico, poeta y prosador, nació en la Asunción, en 1890.

** Fue alumno del Colegio Nacional de su ciudad natal. Cursó estudios en la Facultad de Medicina de París. En 1914, al estallar la gran conflagración europea, se enroló en el ejército francés. Prestó servicios en la sanidad militar. Ganó entonces meritorias citaciones y el cordón de la Legión de Honor. El gobierno de Clemenceau encomendóle, después, la misión de recorrer países neutrales para propagar la causa por la cual se batían las naciones aliadas en guerra contra los imperios centrales del viejo mundo.

** Así, Silvio A. Macías, el joven y apuesto médico, paseó sus ensueños ciudadanos bajo todos los cielos y sobre todos los mares. En ese andar misionero vigorizó sus convicciones de hombre libre, su amor a la libertad, su devoción por la democracia, y pulió su pluma – oro y diamante – con la que escribió antes, en 1913, para Crónica, y con la que debía escribir las páginas que quedan, para siempre, en los anales del periodismo y del libro paraguayos.

** Espíritu romancesco y altivo, caballero de estirpe rancia, cultura enriquecida por la observación constante y la lectura aprovechada, Silvio A. Macías cultivó las letras al servicio de una fe: la libertad del hombre. Ella fue el norte de su existencia, la razón de todas sus determinaciones públicas, la causa de todas sus actitudes ciudadanas, el signo de su propia vida.

** Terminada la contienda bélica europea, regresó al Paraguay. Y no tardó en aparecer su prosa inconfundible en un diario de oposición. LA TRIBUNA. vocero de la parcialidad dirigida por Eduardo Schaerer, contó con la colaboración cotidiana de Macías, En 1932, poco antes de la agresión de Pitiantuta, causa ocasional de la guerra del Chaco, se hizo cargo de la dirección de aquel diario.

** Sus campañas en defensa de los derechos del Paraguay a aquel territorio, fueron resonantes, No atacaba al gobierno; le estimulaba en el afán de salvaguardar lo que pertenecía a toda la Nación. Pero cuando se cruzaron las armas bajo los cielos chaqueños, Silvio A. Macías, el soldado poeta de la libertad, abandonó la dirección de La Tribuna y, vestido de "verde-olivo", dijo ¡presente!, en las líneas de Nanawa. Allí acompañó a Francisco Brizuela, su antiguo amigo, en las horas inciertas, angustiosas, en que el enemigo labraba a cañonazos el monumento ciclópeo de Punta Mojoli.

** Vivida la tragedia inenarrable, el escritor retornó a la Asunción. Dejó el bisturí y cogió nuevamente la pluma. Su libro La selva, la metralla y la sed, condensan sus recuerdos de aquel tiempo heroico. En La Tribuna prosiguió sus tareas. Pero el mal que tronchó la existencia de Leopoldo Centurión y enloqueció a Roque Capece Faraone, se apoderó de este gentilhombre de las letras. Pareciera que los románticos de Crónica condenados estuviesen a ser víctimas de los paraísos artificiales.

** Perdió su apostura. El joven elegante y de rizada cabellera negra, se convirtió en un achacoso anciano. Magro, canoso, encorvado, paseaba por las calles de la Asunción, sin cuidar su indumento, como un raro sonámbulo. En los salones del "Unión Club", el primer centro social del Paraguay, llegaba de tarde en tarde para rememorar con sus amigos hechos pretéritos o comentar sucesos cotidianos, y lo hacía siempre con elegancia y distinción, a pesar del casi total dominio de las drogas. Médicos amigos le internaron en un sanatorio; pero se evadía de su prisión cordial. Entonces se produjo algo insólito. Macías nos refirió el episodio en nuestra casa de Villa Morra, una noche tibia y enlunada. El escritor narraba el hecho, con elocuencia, dando nombres y detalles que nos llenaron de asombro y de indignación. Un día presentósele en su habitación una comisión policial; lo detuvo, lo puso en un carro y lo llevó, al parecer, a la Cárcel Pública. Pero el vehículo, cerrado, se dirigió a un sanatorio de psiquiatría. Allí, en una celda, permaneció casi un mes, sin comunicación posible con el mundo. Transcurrido aquel lapso, puesto en otro coche hermético, fue conducido a un manicomio. Ahí se le puso en el patio de los locos. Este escenario merece ser conocido. El genio florentino no pudo imaginarse ese rincón humano del Averno para incluirlo en su inmortal poema. Allí permaneció dieciocho meses. Se acostaba en el suelo, comía como los cerdos, en olla común, vivía en lucha perenne contra toda la jauría furiosa que le acompañaba. Un día, cierta comisión de damas hizo una visita de caridad al hospicio. La señora Aurelia Rivarola de Codas, al ver a Macías, le dijo: "Le doy una noticia: cayó Francia". "Tan dolorosa e intensa fue la impresión – nos refería el escritor – que fui a arrinconarme y a meditar. En medio de mi total infortunio, la desgracia de Francia me hizo doler el corazón". Entonces reapareció el poeta. ¡Hiere tu corazón, allí está el genio!, clamaba de Musset. Sobre la arena – porque se le negaban libros, papeles y lápices – escribió Macías su famoso soneto A Francia.

** Pero, al cabo, sus penurias tuvieron fin. Una mujer, a quien Macías había prestado el servicio de hallarle empleo honorable con que ganar el sustento, se le presentó frente a los barrotes de su infernal prisión. Le recordó el bien con que le favoreció otrora, y se puso a sus órdenes. Macías le pidió una pistola y dieciocho tiros. Al día siguiente, el arma era entregada, burlándose todas las vigilancias, al poeta infortunado. Ratos después el cuidador era sorprendido por una orden imperiosa de Macías, respaldada por el cañón amenazante del arma que portaba. Le abrió el portón, se puso delante y siguió andando frente a aquel esqueleto, frente a aquella piltrafa que llevaba la muerte en la mano. Al llegar a la puerta de calle, le dejó salir. Reinaban la noche y la soledad. Hacía frío. Macías, casi desnudo, descalzo, con la cabellera y las barbas grasientas, hirsutas y luengas; con las uñas largas y los ojos de fuego, se internó en el misterio. Cruzó patios ajenos, anduvo como una sombra por jardines extraños. Cuando el viejo reloj de la Catedral de la Asunción anunció la una de la madrugada, Macías, aterido, hambriento, levantó el aldabón de la portada de una casa amiga. Al llamado, acudió Miguel Laguardia. Recibió a aquel espectro armado y le brindó su hospedaje cordial. AL día siguiente, con los medios que puso en sus manos el noble amigo, Silvio A. Macías abandonó el Paraguay. Llegó a Resistencia, capital del Chaco argentino. Halló sentimientos fraternos que mitigaron su desgracia y, otra vez, diestras amigas pusieron a su alcance el viejo bisturí. Un año más tarde llegó a Buenos Aires. Ya estaba su prestancia renovada y su talento refloreciente. Cogió de nuevo la pluma y recomenzó su campaña contra la tiranía que asolaba la tierra natal. Manifiestos, proclamas, páginas de admonición y de combate llegaban todos los días al Paraguay. En medio de aquel ambiente de terror, en que una «gestapo», sin ley ni frenos, perseguía a todos los paraguayos de valer, en que los hogares eran atracados, día y noche, y el pueblo vivía en la orfandad de todos sus derechos, los panfletos de Macías corrían de casa en casa, estaban en todos los caminos y en todas las conciencias. En ese tiempo escribió también un libro, todavía inédito, en el que relataba su estada en el manicomio de la Asunción. ** Nos decía el escritor que ésa no era su venganza, sino un grito de alerta que resonará en el alma del pueblo y repercutirá en el ámbito de los tiempos venideros.

** Después de los sucesos político-militares del 9 de junio de 1946, la dictadura, ignara y proterva, que manchaba la historia de la Nación, se vio obligada a reconocer al pueblo sus derechos fundamentales. Silvio A. Macías retornó entonces al Paraguay. Pocos días después, Adolfo Casco Miranda fundó un periódico de combate: LA LIBERTAD. Se editaba en los talleres de EL PAÍS y tenía su sede en la casa de la calle Buenos Aires y 15 de Agosto, en la Asunción. Macías fue el redactor principal de aquel periódico. Sus artículos adquirieron fama extraordinaria. En estilo casi ingenuo, decía verdades quemantes y sus afirmaciones llevaban al pie el aval del documento irrecusable. LA LIBERTAD se adueñó del alma popular y fue el ariete más temible con que se socavó el poder del despotismo morboso que esclavizaba y avergonzaba al Paraguay. Pero la voz de aquel periódico serio, valiente y romancesco, también fue acallada por los esbirros del tirano. Y Silvio A. Macías se vio obligado a tomar nuevamente el camino del destierro. Retornó a Buenos Aires. En esta ciudad le esperaban la mujer de sus ensueños y días de febril actividad ciudadana.

** EL 8 de marzo de 1947 se alzó en armas contra la dictadura la II Región Militar, con sede en Concepción. Días después siguió el ejemplo la guarnición del Chaco. Todos los hombres libres del Paraguay acompañaron a los rebeldes. Macías no escatimó esfuerzos cuando el directorio del Partido Liberal expresó su apoyo al movimiento militar.

** En el transcurso de aquella sangrienta lucha se preparó el frente sur de la revolución. Dos cañoneros – el "Paraguay" y el "Humaitá" – estaban ya en aguas del Paraná, en espera de la hora inicial de las actividades. En esas circunstancias, un hidroavión misterioso, sorpresivamente, levanta vuelo del mar, en un oscurecer frío del mes de agosto de 1947. Lleva a su bordo al comandante del sector sur, a su jefe de estado mayor y otros oficiales. También está ahí Silvio A. Macías, el soldado-poeta de la libertad.

** El cuatrimotor hiende el espacio, llega a destino; pero no puede cumplir su misión. Regresa. Desde lo alto, busca las costas uruguayas, y se lanza en pos del mar. Mas, allí, escondida, aguardaba la muerte rondadora. Se quiebra la nave, y las aguas, frías, rugientes, encrespadas, abrazan a sus inesperadas víctimas, en total complicidad con las sombras de la noche. Para todos los tripulantes, sin embargo, hay salvavidas, menos para uno. Le ofrecen a Macías, pero éste declina, y dice: "Yo no; ha llegado mi hora". Y se hunde, silencioso, en el mar.

** Así, aquel romántico cruzado de la libertad se internó en los dominios eternos de la historia y de Dios. Murió junto con el coronel Francisco Brizuela, el viejo compañero de ideales, escudo glorioso de Nanawa, señor de la austeridad y del coraje; cayó con Julio R. Cartes, el coronel más joven del ejército paraguayo, "caballero sin tacha y sin miedo", gentilhombre de una brillante generación castrense; sucumbió al lado del teniente Rolando Ibarra, marino que salvó el honor de su arma al ponerlo al servicio del deber militar, joven de prosapia ilustre, bella esperanza desvanecida en la tragedia, pero destinada a ser, en el tiempo, símbolo augusto de valor moral y de entereza sin mácula; se hundió en las aguas, en compañía del teniente Carlos Alberto Gracia Caballero, vencedor del espacio, dominador del aire, ave de un ensueño trunco que plegó sus alas en la infinita vaguedad del cielo para internarse en la infinita vaguedad del mar.

** La colección de los artículos publicados por Silvio A. Macías en las columnas de LA LIBERTAD, fue ordenada y publicada en Buenos Aires, en 1948. Se intitula el libro MORÍNIGO Y LA HORDA ROJA. También ha dejado, inédito, un drama en tres actos, FRENTE AL ESPEJO. Uno de los últimos sonetos del poeta fue compuesto en ocasión de una fiesta partidaria, el 17 de diciembre de 1946, bajo los árboles de un jardín asunceno, sobre una mesita del local del "Club Olimpia", en la esquina de las avenidas Mariscal López y Perú. Es el siguiente:

LA REINA AZUL

Una noche de hastchid y de nirvanas,

de Julietas, Cleopatras y Beatrices,

Odaliscas, Fatimas y Sultanas,

y un cortejo nupcial de Emperatrices.

Versalles y Triamones de cristal,

suspiros y caricias de color,

porque es tu rostro un trozo musical,

y está en verso tu cuerpo embriagador.

Sólo un pincel merece tu acuarela,

y un teclado de seda tu armonía

para cantar amores de novela.

Y en una noche tibia de Estambul

únicamente un Dios de sinfonía

puede reinar sobre tu reino azul.

.

Fuente: HISTORIA DE LAS LETRAS PARAGUAYAS – TOMO III. Por CARLOS R. CENTURIÓN. EPOCA  AUTONÓMICA. EDITORIAL AYACUCHO S.R.L. BUENOS AIRES-ARGENTINA (1951), 500 pp. – Versión digital en: BIBLIOTECA VIRTUAL DEL PARAGUAY (BVP)

 

 

 

 

 

 

 

 





 

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