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JOSÉ VICENTE PEIRÓ BARCO
28 de Enero de 1961
 
JOSÉ VICENTE PEIRÓ BARCO


Detalle de obras digitales:

JOSÉ VICENTE PEIRÓ : Profesor y doctor en Literatura Hispanoamericana de la UNED y de la Universidad Jaume I de Castellón.

Ha trabajado el tema del exilio español de 1939, sobre todo el teatro popular y la obra de José Ricardo Morales, de quien ha publicado sendas ediciones críticas de DOS FARSAS MARCIALES (Editorial Denes) y BÁRBARA FIDELE (Institució Alfons el Magnànim), además de haber investigado las revistas literarias valencianas entre 1927 y 1939, labor reflejada en su publicación de la edición facsímil de MURTA.

Como especialista en Literatura Hispanoamericana es autor de la edición crítica de MANCUELLO Y LA PERDIZ de Carlos Villagra Marsal, para la colección “Letras Hispánicas” de la Editorial Cátedra, de la antología NARRADORAS PARAGUAYAS junto al escritor y crítico paraguayo Guido Rodríguez Alcalá, de los prólogos de ediciones españolas de las autoras de este país René Ferrer y Pepa Kostianovsky, de la antología CONTRA LA VIDA QUIETA del poeta Elvio Romero, LA NARRATIVA PARAGUAYA ACTUAL (1980-1995), ARTÍCULOS LITERARIOS Y LAS MÚSICAS DE CORTÁZAR.

Dirige el portal de literatura paraguaya de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes de la Universidad de Alicante, de donde forma parte de la Unidad de Investigación “RECUPERACIONES DEL PASADO COLONIAL EN LA LITERATURA HISPANOAMERICANA ACTUAL”.

Actualmente es presidente de los Premios de la Crítica Literaria Valenciana, que concede la Asociación Valenciana de Escritores y Críticos Literarios, y es miembro de la Asociación Española de Críticos Literarios, de la Asociación Española de Estudios Literarios Hispanoamericanos y del Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana.

Fuente: el autor, Noviembre 2010 - José Vicente Peiró [ jvpeiro@ono.com ]

 

 

JOSÉ VICENTE PEIRÓ BARCO : Doctor en Filología Española por la UNED y especialista en literatura paraguaya. Autor de la edición crítica de MANCUELLO Y LA PERDIZ de Carlos Villagra Marsal, para la colección «Letras Hispánicas» de la Editorial Cátedra, de la antología NARRADORAS PARAGUAYAS junto a Guido Rodríguez Alcalá, entre otras publicaciones sobre este tema.

Ha dirigido, junto a Mar Langa el número dedicado a la literatura paraguaya de la revista AMÉRICA SIN NOMBRE. Prepara la publicación de una recopilación de sus artículos periodísticos literarios, y una revisión del mundo colonial en la literatura contemporánea del país guaraní.

Desde el año 2010 edita y publica sus artículos en el blog “Trueno entre hojas” (nombre en homenaje a Augusto Roa Bastos), cuya dirección es: www.truenoentrehojas.blogspot.com

 

 

  • ENTREVISTA A JOSÉ VICENTE PEIRÓ BARCO *, DOCTOR EN LITERATURA Y CATEDRÁTICO UNIVERSITARIO EN ESPAÑA. UNO DE LOS ESTUDIOSOS EUROPEOS QUE MEJOR CONOCEN LA LITERATURA PARAGUAYA.

    (ARTE Y CULTURA - FEBRERO, 2006)

     

    * Crítico y catedrático español habla de la literatura paraguaya

  •   Por considerar de importancia y para entender lo que ocurre con la literatura del Paraguay, se pudo concretar una interesante entrevista con José Vicente Peiró Barco, probablemente uno de los que más saben de literatura paraguaya e hispanoamericana. El también columnista de la revista Arte y Cultura (Paraguay) es profesor de Literatura Hispanoamericana de la Universidad Jaime de Castellón, una ciudad a sesenta kilómetros de Valencia. En el 2005 fue nombrado presidente de los Premios de la Crítica Literaria Valenciana y secretario de la Asociación Valenciana de Escritores y Críticos Literarios, bajo la presidencia de un catedrático que ha visitado en dos ocasiones Paraguay, Pedro J. de la Peña. Peiró Barco se doctoró en 2001 en la UNED de Madrid con una tesis sobre la narrativa paraguaya (1980-1995) realizada durante seis años de su vida y que tiene más de 2.000 páginas. Tiene 44 años y desde hace 10 busca como objetivo “normalizar” los estudios paraguayistas en España.

     

    —¿Qué está haciendo Vicente Peiró actualmente en España?

    —Estamos consolidando en el ámbito de mi universidad una disciplina, como es la Literatura Hispanoamericana, a la que los valencianos siempre hemos dado la espalda. No sólo intentamos implantar y desarrollar la materia en el marco universitario, sino también con conferencias y actos destinados al público medio castellonense, de cara a facilitar su conocimiento. Presido los premios de la crítica literaria valenciana, muy parecidos a vuestro Roque Gaona, lo que me obliga a estar al día en la creación de mis paisanos y, en general, en la española, además de desempeñar mis funciones como crítico en algunas publicaciones periódicas. Entre tanta actividad, encuentro menos tiempo del deseado para investigar y para seguir dedicándome al estudio de la literatura paraguaya, pero sigo interesado por su evolución, por su pasado y por sus novedades. Al fin y al cabo, no me debe faltar el alimento, ni a mi familia, lo que obliga a expandir los campos de trabajo.

    —¿De dónde llega la idea de dedicarse a la literatura paraguaya?

    —Cuando inicié los cursos de doctorado allá por 1993, salió a la venta El Fiscal, de Augusto Roa Bastos. Yo había quedado cautivado durante mis estudiosde la calidad de Hijo de hombre y de la belleza de sus cuentos. Admiraba los alardestécnicos de Yo el Supremo, aunque ésta fuera una obra muy cerebral, construidacomo lo haría un arquitecto con su mejor proyecto de monumento. Fue entoncescuando me propuse aprovechar la edición de El Fiscal para, a partir de ella, examinarla obra de Roa Bastos, el único escritor paraguayo que publicaba entonces aquíen España. Finalizado el trabajo, mi director de tesis, el catedrático D. AntonioLorente Medina, decidió que lo mejor era investigar en Paraguay; en qué se estabapublicando allí, puesto que nadie conocía el presente de la literatura de vuestropaís. Y me embarqué en 1995 en esta actividad, en la que creo haber desarrolladoun trabajo muy positivo, incluso en el ámbito personal. Mi tesis no fue un trabajo de encargo: fue una decisión mutua tomada entre mi director de tesis y yo, con unaperspectiva amplia fundamentada en la inclusión de la mayor parte de obras narrativasparaguayas.En el plano personal, yo había mirado al Paraguay siempre con simpatía. Nosé, me hacía gracia el nombre del país cuando era un niño y reunía cromos defutbolistas (era y soy un buen aficionado futbolístico). Había muchos futbolistasparaguayos en aquella España tardofranquista; todos decían que eran hijos de españoles,y alguno incluso expresó a su llegada al aeropuerto de Madrid que su madre era de Celta de Vigo (el Celta es el nombre de un equipo de una ciudadgallega llamada Vigo). Recuerdo aquellos nombres: Cayetano Re, Lobo Diarte, NinoArrúa, Romero (un portero del Español de Barcelona), Ocampos, Amarilla... Muchos.Paraguay era un país querido. Y el azar acabó depositándome allí.Además, tengo algunos buenos amigos paraguayos en España que me empujaronhacia vuestro país y se lo agradezco y que además están conmigo y con mitrabajo siempre.

    —¿Es conocida por lo menos parte de la literatura paraguaya en España?

    —No, nada. No se conoce nada. Puede parecer una afirmación tajante, pero es la realidad. El lector medio, nada. El lector especializado, nada. Fallecieron Elvio Romero y Augusto Roa Bastos y se murió el conocimiento de la literatura paraguaya en España. Sólo seis o siete profesores os conocen con un mínimo de suficiencia. Los manuales de literatura hispanoamericana siguen detenidos en el tiempo, en Yo el Supremo. Y la gente: se quedó en Roa Bastos.

    —Hay causas de ello adscribibles a la lectura española.

    —Ciertamente, la literatura hispanoamericana fue un instrumento intelectual antifranquista y esencial durante los primeros años de la transición democrática. Tenía mucho sentido para nosotros leer Cien años de soledad y las novelas sobre dictadores no digamos: eran un instrumento político directo contra una dictadura yacente pero con su espíritu muy vivo. Con el tiempo, la literatura hispanoamericana ocupó el mismo lugar que cualquier otra, que la noruega o la nigeriana, y los países con menor implantación de autores, como es el caso de Paraguay o Bolivia, se han ido quedando con los restos del pasado. Fallecidos ellos, no ha habido quien ocupe su lugar. Pero es porque simplemente la literatura hispanoamericana no tiene el sentido simbólico de hace 30 años. Hay muchos autores hispanoamericanos que publican pero casi todos tienen una relación íntima con España, salvo los mexicanos y algunos argentinos. Es difícil encontrar alguno que publique sin moverse de su país. Centrándonos en la literatura paraguaya, creo que no ha habido suficiente esfuerzo en su difusión, ni por parte de España ni por parte de Paraguay. No ha existido una acción coordinada para el desarrollo de su conocimiento. Nos hemos quedado en matices exóticos para los españoles, en curiosidades como la lengua guaraní o la acción de los jesuitas, pero no se ha “vendido” la cultura del país en el exterior y es imposible depender de las iniciativas individuales para ello si no existe un interés en hechos de las autoridades culturales de ambos países.

    —¿Qué le parece, se lee más o se lee menos hoy día?

    —Se lee más. Al menos en España y creo que en Paraguay también. El nivel educativo general es muy superior al de hace treinta años. Otra cuestión es qué se lee. No me parece mal que un joven lea El Código da Vinci o las novelas de Harry Potter. El problema es que el lector adulto accede a obras banales porque las promocionan las editoriales. La competencia con los medios de comunicación electrónica es enorme. Sin embargo, nunca se han editado tantos títulos, y ello es signo de que hay lectores. Sí se ha perdido, en cambio, la literatura oral: ya nadie cuenta historias entre adultos alrededor del fuego invernal o en las calles de Barrio Obrero de Asunción porque sólo se escucha la televisión.

    —¿Cuál es la influencia de los medios electrónicos en la lectura? Roger Chartier habla de volver a las fuentes a los libros.

    —Los medios electrónicos pueden contribuir a la lectura. La televisión quizá no, aunque dadas sus aburridas programaciones es posible que favorezca el interés por otras actividades como la lectura. Tampoco me parece mal que se lea en una pantalla informática, aunque sea incómodo. Lo importante es que se lea y se reflexione sobre lo que se lee, y aquí es donde surge el problema. Es más importante detener la velocidad de vértigo en que vivimos para dar paso a la posibilidad de pensar y de recuperar los valores inmateriales. Dar utilidad a lo que el materialismo valora como inútil debería ser el fundamento de nuestra lucha como docentes y personas que tratan de influir en la sociedad. Todo instrumento es útil: lo importante es la forma en que se utilice. Incluso hay libros “malignos”. La tecnología debe ayudarnos pero nunca subyugarnos, y esto depende de la formación y la personalidad de cada individuo, al que hay que educar en la libertad, la cultura, la autodisciplina y el respeto.

    —Se dice bastante que Internet, por ejemplo, da información pero no profundización.

    —El problema es que el lector esté educado para reflexionar ante lo que lee en una pantalla electrónica o en Google. Internet es un instrumento que permite la difusión de la literatura, e incluso de la crítica: nadie lo puede negar. Sin embargo, no se ha de sacralizar su uso: cualquiera puede incluir cualquier falsedad. Es el caso de un famoso poema atribuido a Pablo Neruda que en realidad pertenece a un joven español. Todo el mundo ha creído que era de Neruda, salvo los que conocen bien la obra del poeta chileno, cuando no era así. Yo puedo colgar ahora mismo un poema y atribuirlo a Leonardo da Vinci. Si logro extender la web entre amigos y conocidos, la cantidad y la insistencia convierten la mentira en verdad. Es como un rumor falso que se extiende: al final mucha gente lo cree. Los contenidos de Internet no son fiables. En cambio, un libro requiere una revisión, un trabajo concienzudo, un proceso de publicación, unos expertos que lo valoren. Es muy difícil que una mentira se institucionalice cuando procede de un libro. Sin embargo, Internet da contenidos sin rigor, sin un proceso de comprobación, y, por supuesto, nadie imagina que mi extensa tesis doctoral de dos mil doscientas páginas se pueda leer tranquilamente en una pantalla. Internet lanza flashes: no desarrolla ideas, pero esto depende del contenido que se le dé. Internet es a la ciencia y la cultura como un McDonalds de fast-food a un restaurante de élite francés. Es útil para un momento concreto pero no para asentar el apetito intelectual.

    —¿Qué puede decir de la literatura española actual?

    —Vivimos en una época de mercantilismo liberal. Esto supone que los libros sean un objeto de consumo por encima de un objeto de conocimiento, es la realidad y tenemos que asumirla. En España se publican alrededor de setenta mil títulos al año. Un uno por ciento de ellos son un total de setecientos. ¿Quién puede leer setecientos títulos al año? Sólo los profesionales del libro. El lector se pierde entre tanto totum revolutum. Los medios de comunicación se encargan de la promoción de obras de periodistas metidos a sabios, y, como decía un chiste del malogrado humorista español Perich, un buen periodista es aquel que habla mucho de todo y sabe poco de todo. El periodista vive de la urgencia; el intelectual verdadero no tiene prisa en desarrollar una investigación hasta que no posea todos los datos. Son dos mentalidades bastante divergentes y esto hay que tenerlo en cuenta para examinar el libro que se está publicando. Un periodista o un famoso venden; un intelectual, no, porque no posee los medios y el acceso a la propaganda de sus obras. Y como el famoso vende, las editoriales, que están para ganar dinero también, les publican, y con una velocidad insólita porque los libros desaparecen de las librerías a los tres meses de haberse editado. Otra cuestión es qué obras literarias se están escribiendo. Para mí, y es mi opinión, es difícil encontrar una buena novela o un ensayo competente. El caso de la poesía es distinto porque las editoriales son conscientes de que se dirigen a una minoría. Pero hallar una novela digna es complicado. Nunca se ha publicado y escrito como ahora pero cantidad no es sinónimo de calidad. Sinceramente, me aburre esta literatura medioburguesa que se está creando. No hay pasión, todo es frío, los personajes son aburridos y están dibujados en la mediocridad o en la aventura nocturna común. Es el signo de escritores que sólo pueden contar historias cotidianas poco atractivas para quien goza de una vida fértil, como suele ocurrirle al buen lector. Cuando encuentras algo distinto, surge la polémica sobre su contenido. Pasó con una novela como Soldados de Salamina. No hay una literatura española que nos cautive y todo su canon se rige por la comercialidad. Obras bien escritas, correctas, pero escasamente atractivas para quien busca algo más que simples historietas de kiosco. Y es posible hallar buenas obras, en ocasiones, entre algunas ediciones de pequeñas editoriales. De la misma manera que la sociedad ensancha las distancias entre los ricos y los pobres, el mundo del libro está quebrado entre los grandes grupos editoriales y las pequeñas casas que subsisten como pueden. Pero los pobres dan lo mejor de sí, mientras el rico actúa con prepotencia.

    —¿No se repitió nunca aquel Segundo Siglo de Oro, que aunaba a los del 27?

    —En la era del individualismo es difícil hablar de generaciones. No hay proyectos comunes, ni definiciones generales. Cada uno va a su ritmo y se rige por sus intereses. Para un escritor es importante seguir su propio camino sin importarle el resto de coetáneos. Es normal en esta sociedad en que vivimos, y al fin al cabo el es un ser social. Ocurre en todos los ámbitos. El oro importa más que el siglo de oro.

    —Se globaliza el mundo, y muchas veces la estupidez, ¿cómo reacciona el escritor de hoy ante ese fenómeno?

    —El escritor de raza ha de ser más “políticamente incorrecto”. Siempre lo ha sido y ¿por qué tiene que dejar de serlo ahora? El escritor debería reaccionar ante el economicismo globalizador y el fracaso de la inteligencia. No sé si la globalización tiene consecuencias positivas o negativas, para decirlo están los sociólogos y los historiadores, pero lo cierto es que añoro las obras que denuncian al poder por sus cimientos y no por la mera anécdota. ¿Has encontrado alguna obra que hable de la explotación en la economía china, por ejemplo? El escritor debe volver a ser un gurú en nuestra sociedad y lo ha de conseguir él solo, sin ayudas ni subvenciones económicas del poder.

    —Hoy día la literatura es un pasatiempo o una herramienta para abrir sendas, para hacer pensar, para cambiar. ¿Qué es realmente la literatura para la gente de hoy?

    —Para la gente media la literatura significa poco, por no decir nada. Un pasatiempo más en la sociedad del ocio. Preguntémosle a un ciudadano español medio si es capaz de darnos el nombre de diez escritores vivos que editen anualmente. No creo que haya más de un diez por ciento de españoles que sean capaces de nombrar a cinco que no sean personajes televisivos. Hablo de España porque estoy en contacto diario con el mundo literario. Si nos vamos a Paraguay, la cifra, desde luego, puede aterrorizar, aunque allí todo el mundo se conozca. El escritor tiene escasa relevancia social, digan lo que digan los políticos y aunque se esfuercen en crear premios internacionales. Un famoso que se dedica a vagar cobrando por las televisiones tiene más influencia. Se está creando un aura de malditismo social donde o escribes en la prensa y sales en la televisión o no eres nadie. Y el buen escritor necesita tiempo para madurar sus obras, con lo que su actividad está reñida en ocasiones con la urgencia de los medios de comunicación. El lector ve el libro como una distracción que le permite pensar. El problema es que si el pensamiento del escritor que hay en las estanterías es light, poco puede pensar.

    —¿El trabajo de la crítica literaria es más científico hoy día?

    —Hay dos tipos de crítica literaria. Una es la universitaria, la académica, cuya finalidad es científica. Otra es la periodística, la de urgencia. La universitaria presenta una salud envidiable, a pesar de la crisis del estudio de las letras por la inviabilidad profesional de carreras como Filosofía y Letras, Humanidades o Filología. Nunca se ha escrito tanto y con tanta profundidad, sin caer en la pedantería y el autobombo. No podemos decir lo mismo de la periodística, donde predominan los intereses comerciales en ocasiones. Un importante periódico de España despidió a uno de sus mejores críticos, Ignacio Echevarría, porque había valorado de forma negativa una de las novelas estandarte de la editorial del grupo mediático al que pertenece ese diario. Acudes a los suplementos literarios de la prensa y encuentras las mismas obras reseñadas en todos y con valoraciones tan semejantes que a menudo resulta difícil distinguir a un crítico de otro. También se impone el valor de la amistad o el de la conveniencia entre los críticos: yo te pongo bien una obra y luego me pones de jurado en uno de los premios que tú controlas. Estos “intercambios” son frecuentes; son índices de la mezquindad en que vivimos. Afortunadamente, la crítica universitaria está al margen de los intereses comerciales. Sin embargo, falla el escalafón medio: el que comunica la universidad con la población. No existe. Y ese papel es el que debería ocupar el crítico literario de prensa. Por otro lado, habría que preguntarse si la excesiva arrogancia del crítico universitario no ha provocado su pérdida de autoridad social, pero es otro tema.

    —¿Hay alguna inversión estatal para la investigación literaria en España?

    —Escasas. Depende mucho de la voluntad de la gente. Además, dado el fragmentarismo autonómico de nuestro país, dependemos del gobierno regional de cada uno con frecuencia. El mío, el valenciano, posee un concepto de la ciencia como algo restringido al ámbito práctico: medicina, ingeniería, alimentación... La literatura no es útil para la ciencia, según mis políticos locales. Se entrega un premio de ensayo y, con él y cuatro premios de licenciatura, ya se cumple el papel de protector de la inteligencia. Autonomías como la valenciana son indiferentes a la investigación humanística. Y yo diría que a la práctica porque nos falta agua y no hay proyectos serios para la búsqueda de los pozos subterráneos que existen. La universidad es otro mundo. En ella sí que se realizan investigaciones pero los operarios son muchos para la escasa mies existente. No es tan fácil crear una unidad de investigación literaria en condiciones. Y, desde luego, sólo existen becarios: hay pocos investigadores profesionales que puedan dedicar todo su tiempo a la actividad; el personal universitario ha de impartir clases, rellenar formularios burocráticos y dedicarse a las relaciones públicas para conseguir dinero.

    —¿Qué proyectos concretos tiene hacia el Paraguay?

    —El principal proyecto es que las miles de páginas que tengo escritas sobre literatura paraguaya se publiquen. No es que esté reclamando una enciclopedia “José Vicente Peiró”, sino que demos al conocimiento general lo que yo ya conozco. A todos nos hacen falta estímulos para continuar trabajando. A quienes verdaderamente les interesan mis trabajos son al paraguayo y a su cultura, y serían los grandes beneficiados de mi mayor presencia en el país. Ese es mi gran proyecto, pero no creo que se convierta en realidad, aunque ojalá me equivoque. Muchas veces te preguntas para qué voy a seguir escribiendo sobre literatura paraguaya si mis creaciones son incapaces de ver la luz en forma de libro. Sin embargo, sigo leyendo las obras que recibo y las que encargo. Continúo trabajando en silencio, como me gusta. Ahora mismo estoy leyendo La rosa azul, de Rubén Bareiro Saguier, el Premio Nacional último. Tengo ya encima de la mesa un libro de cuentos de Neida Bonnet y la poesía completa de Ortiz Mayans, que acabo de recibir de manos del profesor Julio Rafael Contreras. Voy tomando notas, dándoles consistencia, pero mis conclusiones no saldrán al público hasta que no se garanticen como edición. Estoy a punto de concretar un proyecto para editar una pequeña historia de la literatura paraguaya en España. Es factible, pero será un trabajo muy breve, de apenas doscientas páginas. Pero hay que empezar por los cimientos para construir una casa en la que llevo empeñados doce años de mi vida. Y me he dado cuenta de que lo he de hacer yo, y que ningún estamento oficial, salvo tu universidad, ni privado, es capaz de ayudarte. Hablar de literatura paraguaya es mentar lo exótico insignificante, y eso no vende suficiente aquí.

    —De lo que ha leído de literatura paraguaya, ¿cómo calificaría lo que se hace actualmente?

    —Para mí fue una sorpresa encontrarme buenas obras hace diez años, pero también es una sorpresa que se haya mantenido el nivel óptimo general. Ahora incluso las publicaciones tienen mayor extensión, o al menos la adecuada, y hay que alabar el esfuerzo de las editoriales. Creo que la novela histórica, tan de moda en el tránsito de siglos, está difuminándose como boom, y centrándose en su papel como un subgénero más entre otros. Tampoco me extrañaría que algún autor escribiera sobre los misterios de los pomberos al estilo Código da Vinci, porque Paraguay es rico es tramas secretas y sucesos extraños, como así vaticinó Manuel E. B. Argüello en el prólogo de La risa del diablo. También creo que volvéis a la obra que trata sobre problemas comunes y créeme que me interesa muchísimo esta creación. Paraguay plantea enormes deficiencias sociales y ahí existe un germen de argumentos masivos para el autor y los autores empiezan a entenderlo así. Las estructuras políticas actuales permiten su esperpentización y la crítica al poder con medios incluso humorísticos, y por ahí está caminando una parte de novelas. La poesía paraguaya discurre dentro de una madurez insospechada hace veinticinco años, poco antes de que Villagra Marsal fundara la colección Alcándara. Ya no es poeta el autor que publica dos libritos y se siente bohemio en potencia. Ahora se exige más, aunque quede mucho por realizar. La edición teatral sigue enclaustrada, aunque eso sucede en todos los países. Y el ensayo actual no mejora a los grandes nombres de José María Rivarola, Irala Burgos o el mismo Roa Bastos. Se ha mejorado la calidad de los trabajos científicos, pero aún son insuficientes. Pero la literatura de ficción está radiante, más que nunca en la historia del país, a pesar de la desaparición de Augusto Roa Bastos y de otros grandes nombres en los últimos años. Sin embargo, palpo la desmoralización de los grandes autores vivos. Que un poeta como Jacobo Rauskin no publique en España o en Francia con regularidad, es triste. La literatura paraguaya es posiblemente más trascendente que la española en la actualidad, pero no transciende y queda reducida al ámbito nacional. Ni siquiera Buenos Aires abre caminos en estos momentos.

    —¿Qué podrías resaltar finalmente?

    —Simplemente añadir que voy a seguir trabajando el resto de mis días sobre la literatura paraguaya. Es parte de mí y de mi vida. Es posible que próximamente viaje a Asunción, pero me gustaría recorrer diecisiete mil kilómetros para trabajar y ayudaros con una modesta contribución personal. Creo que podría ser una de las mejores maneras con las que mi país podría cooperar culturalmente con una nación tan necesitada de empujones benignos como es el Paraguay. Me gustaría organizar un taller literario donde debatamos en común los problemas de la crítica, la investigación y la docencia universitaria, por ejemplo. Me apetece enseñar mi experiencia: contar a los paraguayos cómo investigar, cómo encontrar fuentes, a seguir una pista investigadora y a saber dirigir una tesis doctoral consistente de algo más que cien páginas. Sobre todo intercambiar experiencias. Es mi deseo y espero que así se cumpla. No sé quién tendría que encargarse de ello pero aquí estoy a vuestra disposición siempre.

    Fuente: PROCESO DE LA LITERATURA PARAGUAYA - PERFIL HISTÓRICO, BIBLIOGRAFÍA Y ENTREVISTAS A LOS MÁS DESTACADOS ESCRITORES PARAGUAYOS. Por VICTORIO V. SUÁREZ. Edición corregida y aumentada. Asunción, Paraguay. 2011 (654 páginas)

     



    JOSÉ VICENTE PEIRÓ BARCO

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