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Historia Política


Los pueblos indígenas. Trabajo de investigación de la Conferencia episcopal paraguaya, 1988
(16/05/2012)

LOS PUEBLOS INDIGENAS

 

EQUIPO NACIONAL DE MISIONES

CONFERENCIA EPISCOPAL PARAGUAYA

Abril, 1988

Diagramación: JOSÉ A. PERASSO

Asunción - Paraguay

 

LOS PUEBLOS INDIGENAS

 

Existen en el Paraguay más de 70.000 indígenas (1) dispersos por la casi totalidad del país.

Las comunidades indígenas se diferencian entre sí histórica, cultural y lingüísticamente. En el Paraguay se dan cinco grupos lingüísticos que abarcan diecisiete parcialidades o étnias (grupos humanos constituidos en comunidades de vida sico-cultural, con propiedades bio-sicológicas y sociales bien definidas).

 

Familias lingüísticas  /   Parcialidades

GUARANI

- Mbyá

- Chiripá

- Aché

- Pai Tavytera

- Guarayo

- Guaraní Ñandeva

 

MASKOY

- Sanapaná

- Angaité

- Lengua

- Guaná

- Toba Maskoy

 

GUAICURU

- Toba Qom

 

ZAMUCO

- Ayoreo

- Chamacoco

 

MATACO

- Nivaclé

- Chorotí

- Maká

 

De los diecisiete grupos étnicos existentes, unos cinco hablan el Guaraní que, si bien no es la lengua indígena mayoritaria, es empleada por muchos otros grupos como segunda lengua junto con el español, para poder comunicarse con el ambiente foráneo.

 

 

Nota

(1 ) Datos estimados, previos a la elaboración del Primer Censo Indígena. De acuerdo al Censo efectuado en 1981 por el INDI, existían 38.703 indivi­duos de los cuales 12.706 residían en la Región Oriental y 25.997 en la Occidental. En este Censo muchas comunidades se rehusaron a ser censa­das.


 

ASPECTOS HISTÓRICOS

Los problemas de tierra que sufren actualmente los indígenas tienen su raíz en la conquista misma del Paraguay. Es en esa época en que se inicia el despojo de que han sido objeto. Las continuas rebeliones de los indígenas contra el dominio español durante casi todo el Siglo XVI son prueba suficiente de que buscaban defender lo suyo.

Puede así citarse la rebelión de 1537, año en que los guaraníes “reciben con una lluvia de flechas a los primeros colonos españoles que desembarcaron en el Paraguay. Dirigidos por Juan de Ayolas, los europeos debieron luchar durante más de dos días contra los indígenas de Lambaré antes de poder vencerlos por las armas una vez sometidos, los indios aceptaron entregar víveres, mujeres y la fuerza de trabajo que exigen los recién llegados” (1 ).

Otras fechas registradas en relación a las rebeliones guaraníes son las de 1539; 1540-43, 1546; y 1556. En los años 1559-1560 se produce la “Primera gran revuelta guaraní posterior a la introduc­ción, en 1556, de la encomienda y de un sistema general de suje­ción del indígena. Los guaraníes desde el sur de Asunción hasta la región del Paraná tomaron las armas contra los españoles...” (2).

Otros levantamientos se producen en los años 1564-1568; 1568-1571 1577-1579. Se producen; igualmente, rebeliones, en los años 1582; 1584-1586.

En el año 1589, los españoles “... están en pie de guerra a causa de la ‘mala voluntad’ de los indígenas de la región asunceña”. (3).

 Otras fechas son 1591; 1592; 1593-1594; 1606; 1610-1611; 1616 y 1660 (4).

Pero, al igual que en todo el continente, la superioridad material de los españoles y mestizos, por un lado, y por el otro la fuerte ba­ja de la población indígena a causa de enfermedades y epidemias anteriormente desconocidas, se combinaron para neutralizar la oposición indígena a la presencia de extraños en su medio y sujetarlos a nuevos patrones.

La mayoría de las etnias cuyo grupo lingüístico es el guaraní son oriundos de la Región Oriental del país,. Igualmente hay mucha riqueza lingüística en el Chaco Paraguayo donde está loca­lizado el 80 por ciento de la población indígena.

 

 

 

Se calcula que, durante los primeros siglos de la Colonia, la po­blación guaraní disminuyó de 1.500.000 en el momento de la Conquista a 130.000 en 1730, sin mencionar la situación demo­gráfica de las otras étnias del país (5)

 

Nuevas situaciones y sus correspondientes disposiciones legales fueron conformando la historia de las comunidades indígenas en estas tierras. Para observar en líneas generales la dirección del proceso aludido sirven, como puntos de referencia, entre otros:

- El sistema de encomienda

- Las reducciones franciscanas

-Las reducciones jesuíticas

- El decreto de Carlos Antonio López de 1848,que declara ciu­dadanos libres a los indios naturales de toda la República.

- Las colonizaciones agrarias de principios de siglo;

- El latifundismo y la agroindustria contemporánea

 

Así pues la situación contemporánea de las comunidades indí­genas tiene siglos de antecedentes. La dirección inexorable del proceso ha sido el despojo cada vez mayor de las tierras anterior­mente ocupadas por las comunidades indígenas. Pero al mismo tiempo hubieron momentos de lúcida defensa de los derechos de los aborígenes que han llamado a una reflexión sería sobre la situación en que ellos se encuentran.

 

Nota
(1,2,3 y 4)

Necker Louis, “La reacción de los guaraníes frente a la conquista española del Paraguay: Movimientos de resistencia indígena (Siglo XVI)", Suplemento Antropológico, Vol. XVIII, No. 1, CEADUC, Junio 1983, Asunción. Para­guay.

 


¿QUE SON LOS PUEBLOS INDÍGENAS?

 

Vivimos en un país pluricultural. Los pueblos indígenas pri­meros habitantes de estas tierras constituyen grupos o comuni­dades que, como se ha visto, están hoy ubicados en diferentes zonas del país.

A diferencia de algunos países americanos, los aborígenes, del Paraguay, constituyen numéricamente la población minoritaria. Poseen diferentes estilos de vida, diferentes culturas y requieren el respeto de la población no indígena.

La necesidad de respeto es de suma importancia para el desarro­llo de estos pueblos. Respeto, en su sentido más fundamental: Derecho a la vida, derecho a formas vivenciales propias: dos pris­mas para mirar a las comunidades indígenas y establecer un diá­logo con ellas; para conocer sus concepciones del mundo y la manera de vivir en él, concepciones que lógicamente difieren de las nuestras. Son muchas las comunidades indígenas donde es más importante aquel que distribuye los bienes entre todos, el que más da, a diferencia de nuestra sociedad en donde el que más recibe, es el más importante. Respetan la naturaleza, la aman y conviven con ella.

Son pueblos que poseen, como cualquier sociedad, una econo­mía, formas o sistemas de educación propios. Son pueblos que tienen sus fiestas, su religión. Modos de vida que todavía perduran en algunos sitios y van desapareciendo en otros. Y es aquí donde el respeto se torna de primordial importancia.

Como ha dicho un indígena de la comunidad de Fortuna, en Ca­nindeyú: “Los indígenas pedimos siempre y por todos lados, res­peto. (...) que respeten nuestro Ñembo'e (Rezo). Si eso se no res­peta estaremos más tranquilos. Nosotros somos muy respetuosos, respetamos todas las religiones, porque nosotros valoramos lo que es sagrado”.

Los indígenas son por lo general profundamente religiosos. To­da su vida diaria es un acto religioso. El “pa-í” (shamán) de la co­munidad de Acaray-mí ha dicho: “Queremos que tomen en serio nuestro Jeroky (danza) que es sagrada. Es bueno el Ñembo'e, lo que yo enseño, cosas lindas como el amor, el respeto a la naturale­za que es obra de Dios, el amor entre los hermanos; eso es nuestro Jeroky Ñembo'e (danza-oración): una enseñanza de amor y respe­to”.


 

LA TIERRA PARA LOS INDÍGENAS

 

La tierra es para los indígenas mucho más que un simple lugar donde vivir la tierra son los montes y campos, aquellos lugares donde han cazado sus antepasados, es la naturaleza que a veces ge­nerosa, y otras mezquina, les ofrece el alimento de cada día y la bebida para las fiestas; son los ríos que les traen los peces y las aguas con que riegan sus campos.

En una reunión de líderes religiosos indígenas, realizada en Aca­ray-mí, Alto Paraná, el Paí Justo del Monte decía. “Desde el prin­cipio se ha hablado de la tierra para y de los indígenas. La tierra es nuestra. Nosotros nacimos con ella, ella nació con nosotros”.

La tierra es para los indígenas como la madre que los alimenta y que requiere, aún de los pueblos agricultores, un uso reglamenta­do por la sabiduría milenaria de su tradición llevado a cabo con de­dicación religiosa.

El indígena no daña a la naturaleza sin necesidad. Ama su tierra y la quiere no para venderla o lucrar con ella, sino para “vivir”. Esa tierra le da sentido a su propia existencia. Necesita de ella para su sobrevivencia. Sin tierra queda sin cultivos, sin caza, sin hierbas pa­ra su medicina tradicional.

La tierra es para los indígenas un espacio lleno de posibilidades pero también de peligros y riesgos que son mitigados por la solida­ridad de las familias, la valentía de los “shamanes” y la plegaria de la comunidad al “primer padre” que tiene mil nombres en la len­gua de los pueblos.

Para muchos es el lugar donde pueden rezar a la maternidad di­vina que dio origen al género humano y que ha recibido en su rega­zo a los antepasados cuyas sepulturas no olvidan. La tierra es un mundo conocido por la experiencia propia y la interpretación mi­tológica de los antepasados.

Sin embargo, hoy día, cada comunidad está viviendo la inseguri­dad de la posesión de la tierra y por tanto de su mundo. Esto ame­naza las raíces más profundas de su existencia. Hasta ellos llega la conciencia de que los títulos de propiedad se encuentran en manos de colonos extranjeros y nacionales, de las empresas de explota­ción maderera y de los grandes emprendimientos de producción agropecuaria.


 

SITUACIÓN DE LAS TIERRAS INDÍGENAS

 

Es en el período de la postguerra de 1870 que para las étnias in­dígenas se acentúa la pérdida jurídica de sus tierras, pues son ven­didas mayormente a extranjeros particulares, quienes obtienen los títulos correspondientes.

Los indígenas siguen viviendo en esas tierras que ya no les perte­necen, hasta la década de 1950, como ocupantes precarios. Desde fines de la década del 50 se asiste a una expansión de la sociedad nacional hacia áreas tradicionalmente ocupadas por indígenas. Ve­mos entonces una explotación intensiva de los recursos naturales (madera, palmitos, etc.) y la presencia cada vez más acentuada de colonizadores brasileros, menonitas, japoneses y otros. Se pro­duce todo un proceso de ocupación y expulsión de indígenas de sus tierras y, en algunas regiones, un número creciente de aboríge­nes se incorporan a los mercados laborales,

En esta forma los indígenas han ido perdiendo su derecho a “vi­vir” y cultivar, pasando a ser extraños en su propia tierra.

Los nuevos dueños, generalmente empresas colonizadoras y lo­teadoras, les quitan así la base de lo más sagrado que tienen: la tie­rra, y por consiguiente su fuente de subsistencia.

Apartados de su hábitat natural y tradicional, se convierten en pueblos sin pasado ni porvenir.

La expansión de la frontera agrícola-industrial y la aparición de grandes empresas colonizadoras cobra mayor intensidad hacia los años 70 y se constituye en elemento que agrava la presión sobre las comunidades indígenas.

 

De las 7.000 familias de la región oriental, por lo menos la mi­tad no tiene tierras aseguradas. De las 8.000 familias existentes en la región occidental, el 75% no tiene tierras (6).

Frente a esta situación, numerosas instituciones indigenistas rea­lizan acciones tendientes a evitar la desaparición de estos pueblos; a tal fin, buscan regularizar su tenencia efectiva de la tierra.

Fruto de las acciones emprendidas por diversos sectores indige­nistas es el Estatuto de las Comunidades Indígenas (Ley 904/81) sancionado en diciembre de 1981. A través del mismo se ha bus­cado contar con una legislación adecuada tendiente a restituir a los aborígenes sus tierras ancestrales.

Desde la fecha de la promulgación de la Ley se han asegurado para los indígenas 77.000 hás. de tierra en la región occidental, quedando unas 5.000 familias (63% ) sin tierras aseguradas. En la región oriental, se aseguraron aproximadamente 14.553 hás. que­dando aún sin tierras unas 3.000 familias indígenas (43 % ).

Para las comunidades nativas que hoy no tienen tierras asegura­das existen dos problemas fundamentales; por un lado ya no que­dan tierras fiscales en las extensiones y ubicaciones tradicionales, debido a los intereses de los que ostentan el título de propiedad. Y por otro lado, estas comunidades se enfrentan al tipo de desarrollo económico nacional que los descalifica en sus aspiraciones de dere­cho a sus tierras tradicionales. El derecho a la tierra se confunde con la propiedad privada y la productividad.

 


POLÍTICA INDIGENÍSTA

 

La entidad encargada de administrar la política indigenista ofi­cial es el Instituto Paraguayo del Indígena (INDI) que, en virtud de la ley 904/81, pasa a constituirse en entidad autárquica. Las rela­ciones del INDI con el Poder Ejecutivo se establecen por conducto del Ministerio de Defensa Nacional.

La ley establece que la Dirección y Administración de la entidad indigenista oficial estará a cargo de un Consejo Directivo, un Presi­dente, y una Junta Consultiva. La Junta Consultiva que prevé una mayor participación indígena o indigenista privada, no ha sido constituida hasta la fecha.

En cuanto a la Presidencia del INDI la ocupa el Ministro de De­fensa Nacional, titularidad que se fue instituicionalizando y que constituye una gran contradicción frente a lo que establece la pro­pia ley.

Si bien el Estatuto de las Comunidades Indígenas promulgado por el Congreso Nacional y aprobado por el Poder Ejecutivo en di­ciembre de 1981, tiene por objeto: Art. V.-“Esta Ley tiene por objeto la preservación social y cultural de las comunidades indíge­nas; la defensa de su patrimonio y sus tradiciones, el mejoramiento de sus condiciones económicas, su efectiva participación en el pro­ceso de desarrollo nacional y su acceso a un régimen jurídico que les garantice la propiedad de la tierra y otros recursos productivos en igualdad de derechos con los demás ciudadanos” Cuando esta se convierte en acción indigenista oficial tiene una línea claramen­te integracionista de las comunidades nativas a la sociedad nacio­nal y su consecuente paraguayización. Esto se manifiesta sobre to­do en la política de escolarización que, en general, atenta contra los valores culturales de las comunidades indígenas.

En cuanto a la función del INDI en la solución de los problemas de tierra, éste ha demostrado en casos de conflictos una falta de voluntad política para dar respuestas adecuadas a los reclamos de las comunidades aborígenes frente a los que ostentan el “título”, ya que estos ofrecen una fuerte resistencia por no entregar las tierras ocupadas milenariamente por los indígenas a quienes la ley teóricamente les favorece.

Así, la falta de recursos suficientes para adquirir propiedades por parte del INDI, la falta de criterios válidos en la compra y la falta de voluntad para recurrir a la expropiación, constituyen las dificultades principales para solucionar el grave problema de la tie­rra.


 

DESMONTE EN ÁREAS  INDÍGENAS

 

La sistemática depredación de los montes en áreas indígenas constituye otra de las situaciones críticas en lo que a supervivencia de estos pueblos se refiere. Esta depredación base del enriqueci­miento de personas inescrupulosas y corruptas involucra a ve­ces- a los aborígenes a quienes se incentiva el mal uso de sus tierras y montes.

Así, la extracción y venta de la madera del modo como se está encarando acaba con las plantas medicinales, la caza de animales silvestres y otros recursos naturales de los indígenas, rompiendo el equilibrio ecológico y lanzando a las comunidades a la depen­dencia tecnológico-económica occidental.

En cuanto a las autoridades oficiales, éstas no han tomado me­didas contra los responsables de tal depredación que está acabando con el patrimonio natural aborigen.

 


 

PRESENCIA CONTEMPORÁNEA DE LA IGLESIA

 

La larga y silenciosa labor de la Iglesia al servicio de los pueblos indígenas ha ganado publicidad y trascendencia en estos últimos años debido a su intervención, directa en algunos casos, en defensa de la dignidad humana amenazada.

Fiel a las enseñanzas evangélicas, al concilio Vaticano II, a la II y III Conferencia del Episcopado Latino-americano (Medellin, Co­lombia y Puebla, México) reiteradas por el Papa Juan Pablo II en México, Brasil, Colombia, Perú y Chile, la opción por los pobres, en el caso de las comunidades indígenas, es una opción por el dere­cho a la vida misma.

El equipo Nacional de Misiones es un órgano de la Conferencia Episcopal Paraguaya y se inserta en el contexto global del trabajo de la Iglesia en el Paraguay.

Fundado en el año 1972, el Equipo Nacional de Misiones define la línea de su acción pastoral en la defensa de las tierras indígenas, y su recuperación y aseguramiento: el derecho y el reconocimiento de los pueblos a vivir en su cultura y apoyar a los que están en pro­ceso de recuperación, el apoyo a la autodeterminación de las co­munidades nativas para que vuelvan a ser sujetos de su historia; y la concientización de la sociedad nacional como país pluricultural y multiétnico.

En cuanto a la evangelización, los misioneros católicos plantean una perspectiva de diálogo religioso, respetando las pautas cultura­les de cada pueblo, escuchando como piensan y como rezan los hermanos indígenas en sus comunidades, y compartiendo con ellos su fe en Dios, sus alegrías, esperanzas, su vida. Una gran esfuerzo de la Iglesia en estos momentos es que la aceptación del Evangelio no sea la imposición de toda una estructura, sino una opción ge­nuina de fe.

 

 

Palabras del shamán Tupä Ñevangávy, Acaraymi

Parcialidad Chiripá




 

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