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MASONERÍA UNIVERSAL - BIBLIOTECA VIRTUAL

  LA RELIGIÓN DE LA MASONERÍA (JOSEPH FORT-NEWTON)

LA RELIGIÓN DE LA MASONERÍA (JOSEPH FORT-NEWTON)

JOSEPH FORT-NEWTON

LA RELIGIÓN DE LA MASONERÍA

THE RELIGIÓN OF MASONRY

BIBLIOTECA UPASIKA

www.upasika.com

 

 

ÍNDICE

Prólogo del Traductor,

Pórtico,

Invocación,

Introducción,

I. El Lazo Místico,

II. Los Constructores,.

III. La Piedra Angular,

IV. El Libro de la Santa Ley,

V. La Geometría del Carácter,

VI. El Templo de la Fraternidad,

VII. El Último Término.

 

 

PROLOGO DEL TRADUCTOR

Esta nueva obra del insigne y sincero masón Joseph Fort Newton tiene a mi humilde entender dos aspectos principales: uno, con señalados caracteres de eternidad, que pertenece a todos los tiempos y todas las razas, y otro, con evidentes indicios de transitoria pero palpitante actualidad.

En el primer aspecto, el referente al concepto de religión, que el autor analiza con singular maestría e irrebatible argumentación, pasa después a sintetizarlo en frases de sorprendente consición que obran el prodigio de expresar en palabras lo inefable.

El segundo aspecto, replantea un problema y da nuevo giro a una cuestión que, iniciada tiempo atrás, ha llegado hoy a un punto de candente discusión entre los masones, especialmente entre los de habla inglesa y los de raza latina, que si unos y otros perseveran en el ejercicio de la tolerancia tendrá satisfactoria y armónica solución.

El autor de esta obra pone a la Biblia sobre su cabeza y en su derecho está de creer la Palabra de Dios, dejando a cada masón en libertad de interpretación. Tal es el espíritu de la Reforma luterana subsistente todavía en la Gran Logia de Inglaterra. Pero el encomio que el autor hace de la Biblia con la sugerencia de que debe ser la luz guiadora del masón, está invalidado por la concesión que hace a los masones pertenecientes a religiones distintas de la cristiana, de sustituir la Biblia por el Corán en las logias de musulmanes, por los Vedas en las de hinduistas, por el Avesta en las de parsis, por los Tripitakae en las de budistas, de modo que cada denominación religiosa tenga su Escritura sagrada sobre el altar.

Pero esta concesión no resuelve el problema ni es, por tanto, favorable a la tan anhelada realización de la confraternidad humana que es la meta de la Masonería, pues en vez de borrar las diferencias derivadas de las varias religiones dogmáticas, las deja subsistentes en las logias compuestas de masones de una sola religión, en contra del espíritu de la Masonería que no inquiere ni debe inquirir las creencias individuales del candidato a la iniciación masónica, pues basta con que sea hombre libre y de buenas costumbres.

Además, por una parte señala acertadamente el autor la diferencia entre la Religión de la Masonería, que según ya dijo Anderson es la en que todos los hombres honrados estánconformes y todos pueden aceptar, porque es la esencia, el fundamento, la sustancia, elespíritu de la religiosidad, y las religiones dogmáticas que amortiguan el espíritu religiosoen una densa envoltura de dogmas, confesiones y formulismos que han sido una de las máspoderosas causas de la enemistad entre los hombres. Y como la Biblia es el libro sagrado deuna de esas religiones dogmáticas y confesionales, si han de ser fieles los masones alespíritu y objeto de su Institución, cual es realizar en la vida terrena la fraternidad humana,debe desaparecer la Biblia de las Logias, porque en derecho masónico no puede haberlogias confesionales ni es necesaria la Biblia para atestiguar la creencia en el Gran Arquitecto del Universo.

Una logia masónica ha de ser el lugar en donde hombres de buena y libre voluntad, anhelosos de perfeccionamiento individual, trabajen como en un taller para mejorar las condiciones del mundo y constituir simbólicamente un templo no hecho de manos sobre cuyo pavimento y bajo cuya estrellada techumbre eleven a los planos superiores la silente y fervidísima oración de las buenas obras.

En este lugar, en este taller y en este templo caben hombres de todas y de ninguna de las religiones dogmáticas, pues la fraternidad masónica les invita a dejar en la puerta de la Logia los dogmas, los formulismos, los adjetivos que los separan y entren con el corazón henchido del espíritu esencialmente religioso que a todos los une.

 

PÓRTICO

Con profundísimo pesar publico este libro, rogando devotamente que beneficie a los miembros de nuestra apacible Orden y a cuantos acierten a leerlo. Digo con profundísimo pesar, porque me fue muy deleitoso escribir acerca del hondo significado de la Masonería, de su fe, de su filosofía, de su confraternidad, y siento que haya terminado mi labor. Pero no es ésta la principal razón de mi pesar, sino que mis palabras resulten tan deficientes, tan farfallosas, tan inferiores a la visión que contemplé.

Un libro debe ser juzgado no sólo por lo que expresa, sino también y mucho más por lo que intenta y no acierta a decir.

Para mí, la Masonería es una de las magnas poesías del mundo, y bien cabría añadir que el guardián de una, santa fe, de una noble tradición, tan sencilla como profunda, sobre la cual descansa la vida superior del linaje humano, e imprudente es quien no la tiene en cuenta en el cómputo de las espirituales posesiones de la humanidad.

Un amable crítico, al examinar LOS ARQUITECTOS, vio lo que durante más de veinte años intenté hacer, aunque ¡ay! describió un sueño, no su realización:

Para comprender la esencia y objeto de su interpretación de la Masonería, es preciso conocer de antemano su general perspectiva de la vida, que es la de un místico cristiano, educado en varias escuelas literarias, que con ojos de poeta se asoma a un mundo demasiado maravilloso para describirlo con palabras, a no ser las de éxtasis y arrobo. A su juicio, el hombre no es un zoquete ni payaso, sino un ser de alma divina con la eternidad por delante; y el linaje humano, aunque su historia es bastante sentimental y oscuro el camino, es una peregrinación de almas en la magna pesquisa de lo que mora entre los fugaces años. La Masonería es una parte de esta pesquisa, con su propia manera de alumbrar al hombre en su peregrinación, sin contender con otros guías o auxiliares en el camino.

Tal es el ideal que iluminó y condujo mi vida masónica, y si se me negó realizarlo, mucho significa haberlo visto en lontananza y haber trabajado en su servicio. Seguramente tenía razón George Eliot (Seudónimo de la novelista inglesa Mary Ann Evans) cuando dijo que “lo hablado no es más que una rizada onda en el seno de lo callado” a lo cual gusto añadir las palabras de Patmore (Poeta y crítico inglés, bibliotecario que fue del Museo Británico): “En amor y en teología no, es posible decir lo que más valiera decir”. Hay cosas, y precisamente las de mayor importancia, para las cuales no fueron hechas las palabras, y de aquí que la sabia Masonería se valga de símbolos, parábolas y representaciones dramáticas en sus esfuerzos para por medio de la analogía, dar sentido real a las puras verdades que las palabras humanas desfiguran.

Desde luego que fracasarán las páginas en el intento, y no podría ser de otra manera.

Lo que Shelley dice de la vida es también verdad aplicado a la Masonería, que puede compararse a una cúpula de vidrios multicolores que empañan la brillante radiación de la Eternidad. Si los vidrios no estuviesen empañados, nos cegaría la Luz; y, sin embargo, todavía buscamos lentes más diáfanas para ver la Realidad que hace todas las cosas verdaderamente reales. Porque la Masonería es la tenue sombra de algo muy grande, el pleno significado de lo que nos es imposible conocer hasta que desde estas sombras hayamos pasado a la viva y refulgente Luz.

En rigor, debiera haberse añadido a este libro un capítulo titulado: “Cámara de Imaginería”, en el que se estudien al pormenor los símbolos masónicos.

Sin embargo, dejó el libro tal como está, porque tengo en proyecto otro libro que tratará de las espirituales sugerencias del simbolismo masónico, si el Supremo Maestro nos concede la necesaria intuición y entendimiento para escribirlo. Por supuesto que también será un fracaso inevitable, porque nuestros antiguos y sencillos símbolos expresan lo inefable, y, sin embargo, no podemos menos de intentar descifrarlos.

Bendigo a todos mis hermanos en cuya confraternidad hallé gozo e interno sustento.

 

INVOCACIÓN

Eterno Padre, como criaturas humanas e hijos Tuyos, nos congregamos en una Mansión de Luz, a Ti erigida y dedicada a Tu Santo Nombre, y humildemente impetramos Tu bendición.

Consagra la Logia con Tu santidad; vence nuestro mal con Tu bondad; ayúdanos a obrar rectamente, a amar misericordiosamente, a caminar humildemente en Tu presencia.

Une nuestras mentes para que te conozcamos, nuestros corazones para que te amemos y nuestras manos para cumplir Tu santa voluntad, de modo que seamos dignos obreros de Tu templo.

Señor, por Tu fidelidad mantennos fieles a los votos de castidad y caridad que pronunciamos sobre el Libro de la Santa Ley en el Altar de las Promesas, y no permitas que los quebrantemos u olvidemos. Haznos hombres que sientan el amor fraternal en un mundo de infraternidad; danos suaves y hábiles manos en la práctica del socorro; guía nuestras mentes en la indagación de la verdad de eterna vida en medio de nuestros fugaces días. Que los jóvenes hallen en Ti su consagración y los viejos su consuelo.

Dios misericordioso, haznos misericordiosos para todas las flaquezas que nuestros hermanos lleven como una carga del pasado. Haz que perdonemos sus faltas como nosotros quisiéramos ser perdonados. Enséñanos a ser apacibles en nuestros pensamientos, justos en nuestros tratos y generosos en nuestros juicios. Que el espíritu de la Masonería more en nosotros y deseche toda envidia, toda impureza, todo rigor. Al terminar el día, acabada nuestra labor, admítenos en la Gran Logia Blanca, en el Templo no fabricado con manos.

Amén.

 

INTRODUCCIÓN

¿Qué es religión? ¿Qué es la Masonería? ¿Qué relación hay entre ambas? ¿Es la Masonería una religión? Si lo es, ¿en qué consiste esta religión? Si no lo es, ¿qué actitud asume respecto de la religión? Es decir, ¿qué es la religión en Masonería y cómo la hemos de interpretar?.

Estas preguntas y otras de análoga índole se han discutido mucho más que cualesquiera otras relacionadas con la existencia y estudio de la Masonería. Las formulan amigos y enemigos, a menudo por distintos motivos y con respuestas sumamente diferentes. Por lo mismo que las cosas de religión son tan importantes, tan decisivas y afectan tan profundamente a la vida humana, quieren las gentes saber cómo está relacionada la Masonería con el supremo interés de la humanidad. Sea cual sea el modo y motivo de formular la pregunta, está muy bien que se formule.

A fin de facilitar un nítido resultado es necesario el cuidadoso, reverente, discreto y simpático estudio del asunto, para esclarecer nuestro pensamiento y emitirlo de un modo digno de su importancia. Por supuesto, que si queremos estudiar provechosamente la cuestión, hemos de conocer el significado de las palabras empleadas y las verdades de que hayamos de tratar. Pero antes, por vía de introducción, conviene echar una rápida ojeada a la cuestión tal como está planteada por la formal actitud de la Masonería contemporánea respecto de la religión.

 

I

En la Masonería mundial se descubren por lo menos tres diferentes actitudes respecto de la religión. Están muy distantes una de otra, según luego veremos, y parece muy difícil conciliarlas en vista de los sentimientos que la religión evoca y de su espíritu esencialmente conservador. No es necesario decir que cada una de dichas actitudes deriva de la diferencia de raza, de religión y de ambiente, que son fuerzas muy difíciles de regir.

Por la misma razón, nos incumbe actualizar todas nuestras facultades de tolerancia, intuición y entendimiento si no queremos enredarnos en una maraña de prejuicios y antipatías de raza, sin contar con el profano embrollo que por extravagante monstruosidad de los hechos deriva de las diferencias de religión.

En los países de habla inglesa, la Masonería es esencial y noblemente religiosa, tanto en las creencias como en la práctica, y estamos todos conformes en lo que significamos por Religión de la Masonería. Para ingresar en nuestras Logias, el profano debe confesar y no tan sólo profesar su fe en Dios, aunque no se le exige que defina concretamente qué concepto tiene de Dios. Ha de tener fe en los principios y prácticas de la moral y en la inmortalidad del alma, sin que se le obligue a definir su concepto de la vida futura ni si es una resurrección física o un triunfo de la personalidad espiritual (1). Sin embargo, en algunas Grandes Logias, los instructores manifiestan su criterio de que significa la “resurrección del cuerpo”.

La más compleja declaración de que tengo noticia es la adoptada por la Gran Logia de Nueva York como preámbulo de su Constitución y Leyes. Expresa la “más sencilla forma de la fe de la Masonería, no débil sino incontrovertible y sugestiva”. Añádase a esto una breve exposición destinada a expresar, hasta el punto en que cabe expresar estas cosas, la atmósfera mental y disposición de ánimo subyacente en la declaración de la verdad religiosa; exposición tan importante corno la misma declaración.

Dice así:

“Hay un solo Dios, el Padre de todos los hombres”.

“La Santa Biblia es la viva Luz de la Masonería y la regla y guía de la fe y de las obras”.

“El hombre es inmortal”.

“El carácter determina el destino”.

“El primer deber del hombre, después del amor de Dios, es el amor al prójimo”.

“Auxilios son del hombre la oración y la comunión con Dios”.

En vista de la imposibilidad de recluir las enseñanzas de la Masonería en formas fijas de expresión; pero reconociendo al propio tiempo el valor de las autorizadas declaraciones de los principios fundamentales, se han expuesto como sigue las enseñanzas masónicas:

“La Masonería enseña al hombre a practicar la caridad y la benevolencia, resguardar la castidad, respetar los lazos de parentesco y amistad, adoptar los principios y reverenciar las ceremonias de la religión, ayudar al débil, guiar al ciego, levantar al caído, albergar al huérfano, defender el Altar, sostener al Gobierno, inculcar la moralidad, fomentar la cultura, amar al prójimo, temer a Dios, implorar su misericordia y esperar la eterna bienaventuranza y felicidad”.

Tales son la declaración de fe y las enseñanzas masónicas en los países de habla inglesa. Son diáfanas, concisas, de noble sencillez y comprensión, y en todos sentidos dignas de la Orden y de la Gran Logia que las publicó (2). Algunos tal vez hubieran deseado más pormenores, pero la mayoría quizá prefieran una declaración todavía más concisa, satisfechos con prescindir de mucho de lo allí expuesto específicamente dándolo por supuesto y comprendido a causa del ambiente social y religioso en que vivimos.

Sin embargo, conviene tener una autorizada y explícita declaración de una Gran Logia, para evitar toda posible interpretación equivocada y toda mala inteligencia respecto a la actitud de la Masonería simbólica.

En Alemania y en las tres Grandes Logias de Escandinavia (3) se exige del candidato a la iniciación masónica que profese la religión cristiana y crea en el dogma de la Trinidad. A consecuencia de esta actitud, inflexiblemente mantenida por las Grandes Logias de Prusia, no se admite a los judíos ni siquiera en las Logias simbólicas, aunque hace algunos años se ha constituido en Prusia una Masonería con el título de “Humanitaria” que no exige del candidato a la iniciación que profese el cristianismo con la creencia en la Trinidad. Hubo algún rozamiento entre ambas clases de Masonería en Alemania, pero al fin concertaron tácitamente una buena inteligencia que les permite vivir en paz, sin inmiscuirse una en otra. Se ha de añadir que antes de la guerra mundial, las Grandes Logias de Prusia no tenían inconveniente en admitir en las Logias de su obediencia a masones de nacionalidad francesa que mantenían distinto punto de vista respecto de los no cristianos.

En cuanto a la Masonería de los países latinos baste decir que excepto las Logias dependientes de la Gran Logia de Inglaterra, todas son francamente agnósticas en punto a la fe religiosa de los candidatos, y ni la Masonería francesa ni la belga exigen la creencia en Dios como requisito indispensable para la iniciación, aunque tampoco exigen profesión de ateísmo (4), por más que en Bélgica se requiere la fe en el Gran Arquitecto del Universo, para pertenecer a ciertos grados superiores.

En la ceremonia de iniciación de primer grado dichas Masonerías no le preguntan al candidato si cree o no cree en Dios, ni consta en sus rituales nada que suponga que la Masonería sea esencialmente deísta ni que se proponga cultivar la fe en Dios.

No quiero discutir la prudencia o imprudencia de semejante actitud, y mucho menos exponer las razones históricas que movieron a la Masonería francesa a adoptarla y mantenerla. Basta señalar el abismo abierto entre las Grandes Logias cristianas de Suecia y Alemania y el agnóstico Gran Oriente de Francia, así como también un abismo entre las Logias de esta obediencia francesa y las de todos los países de habla inglesa.

 

II

Análogamente hallamos entre los masones de habla inglesa muy amplias diferencias de criterio respecto a las relaciones entre la Masonería y la Religión. Primeramente tenemos los que sostienen que la Masonería es una fraternidad social y filantrópica que nada tiene que ver con la Religión, excepto el reconocimiento de su existencia, la aceptación de sus ideas fundamentales y el respeto a sus ordenanzas de una manera formulista, que en nada se opone a que por su parte prosiga su obra de amor fraternal y de las enseñanzas morales consignadas en su simbolismo y en su ritual.

Por ejemplo, en la Real Enciclopedia Masónica encontramos este pasaje:

“Pero sobre todo veamos claramente en ella una institución puramente social sin asomo de tendencias políticas ni religiosas, a fin de que los hombres se consideren como hermanos por encima de toda opinión política y creencia religiosa”.

Sorprende el difuso esparcimiento de esta actitud, tanto teórica como prácticamente; y muchos masones tratan de quimera o debilidad el insistir en el aspecto religioso de la Masonería y en el alto significado espiritual de sus símbolos, por lo que cabe el temor de que la Orden, definida por el doctor Johnston como una fraternidad religiosa, esté hoy en peligro de llegar a ser una Orden puramente social dedicada a la fraternidad y a la filantropía.

Si tal ha de ser el porvenir de la Masonería, perderá seguramente lo que algunos de nosotros afirmamos que es su distintivo carácter tradicional, y se convertirá en una de tantas asociaciones, muy útil y valiosa sin duda, pero en modo alguno la Masonería por la que tanto se afanaron nuestros padres.

Cómo puede alguien interpretar así la Masonería, es difícil de entender, en vista de las ceremonias de iniciación y el espíritu de la Logia, ni tampoco puede afirmarse que la Masonería simbólica entraña la ética y el Real Arco la religión como le parece a Waite.

Otros se contentan con decir que la Masonería es la “asistenta o ayudanta de la Religión”, frase que si algo significara implicaría que nuestra Orden sería una especie de sirviente encargada de hacer los bajos menesteres de la Religión, como si la Religión fuese una cuellierguida señorona demasiado altanera y orgullosa para ocuparse en los ordinarios quehaceres de la vida, cuando si la Religión tiene algún mérito o alguna belleza es precisamente la fe y el espíritu con que realizamos la más humilde tarea del mundo. Así escribió George Herbert en su modesta rectoría de Bementon, mientras los pájaros anidaban en sus aleros:

“Quien barre un aposento según Tu santa ley practica una hermosa obra”. (The Temple).

La obra de la Masonería consiste en labrar, esculpir o pulimentar las piedras de los muros, columnas y arcos del Templo de la Fraternidad, cimentado sobre la fe espiritual y la verdad moral, y construido en concordancia con las leyes de Dios, con su ayuda y en Su santo Nombre. De esta suerte, es la Masonería notoriamente algo más que una mera Orden social que inculca ideales éticos y practica la filantropía. Así dice pintorescamente Arthur Edward Waite:

“Es posible y es verdad que la Masonería nació en un figón; pero pertenece a Dios Omnipotente. Principió a vivir en un figón como vestíbulo para la vida de iglesia” (5).

En el otro extremo hallamos a amigos y enemigos que, por la espiritualidad de sus ideas y de sus ceremonias, consideran la Masonería como una religión, pues, entienden por religión un definido credo con distintivos rasgos denotadores de su fe y de su espíritu, y descubren ambos elementos en la Masonería.

Tal es la actitud de la Iglesia romana y del alto clero de la Iglesia anglicana, que también es católica excepto en su insumisión a la sede romana. Ambas iglesias consideran la Masonería como una religión rival, de índole naturalista, a la que deben oponerse por el deber que les exige su fe en la divina revelación; y preciso es confesar que la Masonería francesa (6) justifica dicho concepto por haber quitado la Biblia del altar y omitido el nombre de Dios en su ritual.

Desde luego que en la oposición a la Masonería entran otros elementos, pero la de los católicos romanos y anglicanos es la base y resumen de todos en cuanto al aspecto específicamente religioso.

Así pues, ¿quién está en lo cierto?. ¿Es la Masonería una religión?. Los primates de la Masonería simbólica, los que la estudian y la masa general de sus miembros, al menos en los países de habla inglesa, no consideran la Masonería como una religión, aunque posee algunas características que dan pie a que la consideren como religión quienes por cualquier motivo quieran así considerarla.

Algunos de nosotros preferimos decir que la Masonería no es una religión sino la Religión; que no es una iglesia confesional sino un culto en que pueden coincidir los hombres de todas las religiones confesionales, con tal de no empeñarse en que todos hayan de pensar exactamente lo mismo en todos los pormenores relativos a las cosas del cielo y de la tierra.

No es la Masonería rival de ninguna religión sino amiga de todas ellas, y proclama insistentemente las verdades subyacentes en todas las religiones y son la base de la consagración de cada una de ellas. La Masonería no es una religión, pero es religiosa (7).

 

III

Si examinamos el asunto desde el punto de vista histórico, encontraremos un interesante desenvolvimiento de la actitud de la Masonería respecto de la Religión.

El más antiguo documento de la Masonería simbólica, hasta hoy conocido, es el manuscrito de Halliwell, llamado el Poema Regio, que data de 1390, y es no sólo cristiano, sino definidamente católico. Su descubridor dice que parece un documento escrito por un clérigo, pues comienza con una invocación a la Trinidad y a la Virgen María e incluye instrucciones para celebrar debidamente la Misa. Los primitivos masones simbólicos fueron clérigos ortodoxos y siguieron siéndolo durante todo el período de la construcción de las catedrales.

Todo cambió al advenir la Reforma. La Masonería intervino en los varios movimientos cuyo resultado fue la emancipación de los pueblos, la libertad de conciencia y la independencia del espíritu humano. De todos modos, desde la época de Eduardo VI de Inglaterra, la Masonería simbólica de este país tuvo resueltamente afinidades protestantes, según se infiere de los Antiguos Deberes de aquella época, de la cual es notable ejemplo el manuscrito Harleian (8).

Pero aunque la Masonería inglesa llegó a ser protestante en su espíritu y principios, continuó siendo cristiana durante largo tiempo. Difícil es conocer exactamente lo que ocurrió cuando la reviviscencia de 1717 y el período de formación de la primera Gran Logia, pues el trasfondo es muy obscuro y pocos los hechos que nos muestran las influencias recibidas por los hombres que redactaron la Constitución de 1723 de la cual Gould dijo que “con toda seguridad puede atribuirse a Anderson (1).

La reviviscencia de 1717, según la describimos, no sólo dio a la Masonería una nueva forma de organización en la Gran Logia sino que respecto de la Iglesia y la Religión, asumió una nueva actitud cuya total importancia no se echó de ver hasta años después, dando con ello motivo a un cisma que duró medio siglo.

El artículo sobre “Dios y la Religión” de la Constitución de 1723, leído según la mentalidad de la época, es una extraordinaria declaración, a la vez revolucionaria y profética. Así como al advenir la Reforma, la Masonería rompió su conexión con el catolicismo, así en 1723 se desligó para siempre de toda iglesia y de toda secta religiosa, quedando de allí en adelante libre de todo sistema teológico.

La Constitución de 1723 se proponía unir a los hombres con el lazo de la común Religión eterna, “aceptada por todos los hombres” y exhortada a los masones a que “reservasen para sí sus personales creencias religiosas” y no las adujesen como prueba de masónica confraternidad (9).

Aunque pocos se dieron entonces cuenta de la enorme trascendencia de semejante declaración, a mediados del siglo XVIII se echó de ver su grandísima importancia, y en 1751 se organizó otra Gran Logia, tomando por pretexto otros motivos e influencias determinantes del cisma. La Gran Logia disidente se llamó de los “Antiguos” y denominaron de los “Modernos” a la primitiva, diciendo que se había apartado de la fe (10). Las dos Grandes Logias actuaron simultáneamente durante más de cincuenta años, no sin que se suscitara entre ellas algún rozamiento; pero al fin prevalecieron los “Modernos” que apartaron a la Masonería de toda peculiar alianza con una religión determinada. Al refundirse el año 1813 en una sola ambas Logias hasta entonces rivales quedó definitivamente afirmado el carácter universalmente religioso de la Masonería simbólica, y se eliminó de ella, con esperanza de que fuera para siempre, hasta el último vestigio de la influencia dogmáticamente teológica.

Sin embargo, no todos los masones quedaron satisfechos de la unión; y Hutchinson, Oliver y otros abogaron por una Masonería definidamente cristiana, tal como expuso Hutchinson en su obra: THE SPIRIT OF MASONERY. (11). Más recientemente, en 1885, el difunto hermano Whymper reiteró muy persuasivamente el alegato, pero sin eficacia alguna

en su valioso libro: THE RELIGIÓN OF FREEMASONERY, hasta el extremo de insinuar que los judíos, hinduistas y mahometanos pudieran tener Logias propias, pero irregulares, lo cual era imposible desde el punto de vista de la Fraternidad.

Cabe la esperanza de que el problema esté definitivamente resuelto y que la

Masonería no vuelva jamás a ser la ayudanta o asistenta de una religión dogmática, sino que, mantenedora de la religión universal, continuará siendo el “centro de unión y el medio de conciliar la verdadera amistad”, no sólo entre las personas sino entre las religiones que “de otro modo permanecerán perpetuamente distanciadas”.

Porque la Masonería es un sistema de misticismo moral que expresa la fe en Dios y en la vida eterna mediante antiguos y sencillos símbolos entresacados del arte de la construcción; que educe las mejores cualidades de la naturaleza humana y enseña la confraternidad de toda vida.

El propósito de la Masonería es ayudar a sus hijos a tener más claro concepto de sus deberes con Dios y con sus semejantes, a desenvolver sus facultades espirituales, a refinar y enaltecer su conducta en la servicial práctica de la fraternidad, dejando que cada cual añada a la profunda y sencilla fe masónica cuantos arrequives y adornos le parezcan buenos, verdaderos y bellos, con el debido respeto a las creencias, opiniones e ideales de sus hermanos y compañeros.

 

NOTAS A LA INTRODUCCIÓN

(1) En este pasaje, la palabra “personalidad” expresa idéntico concepto que la “individualidad” según los teósofos. (N. del T.).

(2) Conviene cotejar esta declaración de la Gran Logia de Nueva York, con el famoso Credo del Masón, compuesto por Albert Pick, que dice así: “Creer en la infinita benevolencia, sabiduría y justicia de Dios. Esperar en el definitivo triunfo del bien sobre el mal y en la perfecta armonía como final resultado de todas las concordias y discordias del universo; y ser caritativo, como lo es Dios, respecto del incrédulo, y de los errores, locuras

y culpas de los hombres, porque todos formamos una magna fraternidad (Morals and Dogma pág. 531).

(3) Se refiere el autor a las Grandes Logias de Suecia, Noruega y Dinamarca. (N. del T.).

(4) En cuanto a la Masonería francesa, el autor se refiere al Gran Oriente de Francia, pues la Gran Logia de la misma nación mantiene la creencia en el Gran Arquitecto del Universo como requisito indispensable para la iniciación, aunque dejando que cada cual conciba según su criterio a la Causa sin causa de la manifestación cósmica. (N. del T.).

(5) De la obra de Waite: Masonería Simbólica, en la que también leemos el siguiente pasaje: “En presencia de Dios y Sus místicos, atestiguo un hecho en la naturaleza de las cosas. La Moralidad es un Portal, y en el simbolismo masónico, la indagación está más allá del Portal. La Moralidad es un Sendero, y quienes lo siguen deben recibir su recompensa más allá de la región ética”. Todos los escritos del hermano Waite atestiguan este hecho y nuestra época no ha conocido más prudente guía allende el Portal a.a En cuanto a que la Masonería tuvo origen en un figón, se refiere Waite al reavivamiento de la Masonería, cuando el 24 de junio de 1717 se constituyó en el figón u hostelería “El Manzano” de Londres, la Gran Logia de Inglaterra, de la que sucesivamente fueron derivando todas las Logias hoy esparcidas por el mundo. Pero la Masonería como tal ya existía millares de años antes de la reviviscencia de 1717. (N. del T.).

(6) Recuérdese que no es toda la Masonería francesa sino tan sólo el Gran Oriente de Francia. (N. del T.).

(7) “La Masonería no es una religión”. Pero la Masonería enseña y ha conservado en toda su pureza, los dogmas cardinales de la primitiva fe que subyacen fundamentalmente en todas las religiones. La Masonería es la moral universal” (Moral y Dogma, por Albert Pike capítulo X).

El concepto de religión expuesto en las siguientes páginas incluye la moralidad, y a mi entender es más claro por lo más inteligible; pero ambos conceptos deben tenerse en cuenta. Para no estropear la vida humana es necesaria la moralidad, y para tener moralidad se ha de creer en Dios y en la vida futura.

Dos instructivas discusiones acerca de la relación entre la Masonería y la Religión se encuentran en THE MASONIC INITIATION,capítulo I, de W. L. Wilmshurst y en FREEMASONERY ITS AIMS AND IDEAL,capítulo XIV y XV, por J. S. M. Ward.

 (8) En 1549, reinando Eduardo VI, se publicó por vez primera el Devocionario o Libro de oraciones; y la historia de su composición y de sus varias revisiones es también la historia de la Reforma en Inglaterra, con la enconada y larga lucha del espíritu inglés para sacudir el yugo de la Iglesia romana, que fue y es esencialmente ajena a su índole. En efecto, la Biblia inglesa es la urdimbre y el Libro de Oraciones la trama del lienzo en que el evangelio cristiano fue tejido con el ideal de raza de los pueblos de habla inglesa. Las mismas influencias intervinieron notablemente en la formación de la Masonería en Inglaterra y más tarde en los Estados Unidos, porque como he tratado de demostrar, la Masonería inglesa tiene una peculiar cualidad que la distingue de la Masonería de los países latinos. Véase mi breve estudio: MASONERÍA MODERNA,en la pequeña Biblioteca Masónica.

(9) Para más amplios informes sobre el particular, véase la magnífica obra de Eugen Lennhoff: Los Masones ante la Historia.

De documentos de la época que tengo a la vista, se refiere que la primera constitución de la Gran Logia de Inglaterra se promulgó el 24 de junio de 1721 y en ella no se habla para nada de lo tocante a Dios y a la Religión, pues este tema en el primer capítulo de los llamados NUEVOS DEBERES U OBLIGACIONES DE UN FRANCMASÓN, que forman cuerpo aparte del texto constitucional. (N. del T.).

(10) Ulteriores indagaciones han puesto en claro que no hubo propiamente un cisma en la Gran Logia de Inglaterra, sino la positiva separación de dos fracciones que nunca habían estado espiritualmente unidas. La Gran Logia disidente, llamada de los “Antiguos” se constituyó en su mayor parte por Logias que no habían concurrido a la organización de la Gran Logia de Inglaterra en 1717 porque no reconocían la autoridad que ésta se había arrogado ni quisieron someterse a ella ni dieron valor alguno a las excomuniones que contra ellas lanzaba. Los masones que de Irlanda se trasladaron a Londres nutrieron la Gran Logia de los “Antiguos”, sobresaliendo entre ellos Lorenzo Dermott, calificado del “masón más admirable que existió jamás”, y con su intervención ensancharon la zanja abierta entre las dos Grandes Logias...

Un neutral pero cuidadosamente documentado relato de estos sucesos se encuentra en la obra de Gilbert W. Haynes: THE BIRTH AND GROWTH OF THE GRAN LODGE OF ENGLAND 1717-1926.

(11) Oliver secundó la actitud de Hutchinson, el primer filósofo masónico que identificó la Masonería con la Religión, y según este criterio escribió todas sus obras, según ha demostrado Dear Pound en su breve y brillante conferencia sobre Oliver (THE PHILOSOPHY OF MASONRY), capítulo 3. Como quiera que Hutchinson y Oliver eran cristianos, y en las obras de ambos autores resplandece esta identificación. Pero, como ya hemos visto, la Masonería se desenvolvió en diferente dirección, a nuestro juicio acertada, aunque esta diferencia de criterio no empaña el precio en que tenemos a tan valiosos intérpretes de la Masonería.

 

CAPÍTULO I

EL LAZO MÍSTICO

I

¿Qué es Religión?. A menos que tengamos idea de su naturaleza y significado no podremos adelantar mucho en el estudio que nos hemos propuesto; y, sin embargo, no es fácil expresar verbalmente tal idea, porque todo lo grande se cierne sobre lo infinito y no reconoce fronteras. Una definición verbal es como una tapia levantada en torno de una realidad, para ponerla a nuestro alcance; pero una tapia tiene sus límites y deja fuera muchísimo más de lo que encierra dentro.

Razón tenía el viejo labriego de la poesía: MENDING WALL, de Robert Frost, al decir:

“Antes de construir quiero saber lo que he de cercar y lo que no he de cercar, porque algo hay que rechaza todo cerco”.

Ninguna de las supremas realidades de la vida puede quedar encerrada por una valla. Podrá un hombre acotar un campo, pero no podrá acotar la brisa que sobre el campo sopla ni los rayos de sol que sobre el campo caen. Y no obstante, sin el viento y el sol y la nube que se deshace en lluvia, su campo nada valdría.

Así tampoco puede acotarse la idea de la Religión con la valla de una definición verbal, pues la romperá para escaparse por entre nuestra red de palabras. Cuando todo se haya dicho, quedará un margen de misticismo, un espíritu que desbarata las palabras. La religión es el significado de la vida y sólo puede aprenderse viviéndola.

Desde luego que hemos de trazar una línea entre la Religión y la teología. La Religión es la verdad de la vida con su ardimiento y fulgor, con su gozo y entusiasmo. La teología es un sistema de razonamientos y conjeturas, de símbolos y tradiciones por las cuales trata el hombre de justificar, esclarecer e interpretar su fe. La Religión es poesía. La teología es prosa. Hay entre ambas análoga diferencia a la entre un florido jardín y un tratado de botánica, entre un manual de astronomía y el cielo estrellado. Así como no hay necesidad de saber botánica para gozar de los aromas de un arriate de violetas, tampoco es necesario escrutar los misterios de la teología para vivir religiosamente. El hombre que sólo tiene una confusa idea de lo que significa amar a Dios, lo ama sin cesar de la mejor manera posible al tender una mano auxiliadora a sus compañeros de camino.

Además, por natural necesidad, el hombre no puede satisfacerse con una impulsiva e irreflexiva existencia. El hombre es un pensador, un investigador de la verdad, un filósofo que desea analizar los misterios y conocer el significado de su vida, a fin de vivir con más clara visión y mejor propósito. Así se ha elaborado muchas teologías, algunas más voluminosas que luminosas, sobre las cuales ha disputado acaloradamente, excomulgando a quienes discrepaban de sus opiniones y olvidando que sin caridad ninguna teología tiene valor alguno.

Evidentemente es un error confundir la explicación de la Religión con la realidad religiosa y más erróneo todavía hacer de sus dogmas una prueba de fraternidad y salvación, porque según Jesús, con quien coinciden nuestros mejores conceptos, no nos salvamos por lo que pensamos, sino por lo que somos (1). La teología se ha de revisar como se revisan todas las ideas humanas que crecen según “los pensamientos del hombre se dilatan a la par del proceso de los soles”.

De la propia suerte, los templos, los altares, los credos, las festividades, los ayunos y los esfuerzos para realizar y expresar el invisible elemento mental y emocional que en ellos subyace, no son Religión. Son los esfuerzos para expresar por medio de símbolos o invocar sacramentalmente el misterio y significado de la vida.

La Religión no es una cosa abstracta. Es la vida misma y como dijo Scrougall hace tres siglos, es “la vida de Dios en el alma del hombre” (2).

La Iglesia no tiene el monopolio de la Religión ni la Biblia fue su origen. Al contrario, de la religión derivaron la Biblia y la Iglesia, y si ambas desapareciesen, las volvería a engendrar la Religión.

Dice Emerson en The Problem:

“Del corazón de la naturaleza surgieron un tiempo los versículos de la Biblia, y como de las entrañas de un volcán llameante en lenguas ígneas, los cánticos de amor y angustia en la letanía de las naciones. La palabra de los profetas quedó escrita en tablas todavía infractas, y el atolondrado mundo no ha perdido el lenguaje del Espíritu Santo”.

 

II

Hay en la naturaleza humana una cualidad espiritual, de nombre arbitrario, para cuya expresión inventan unos teologías, otros escriben rituales y otros cantan antífonas y motetes.

Dicha cualidad es una parte de nuestra humana dotación, a la par fuente de nuestra fe y consagración de nuestra labor. Surgió con el hombre, se reveló en amor y nacimiento, en gozo y aflicción, en piedad, dolor y muerte, en la sangre de las venas de los hombres, en la leche de los pechos de las mujeres, en la risa de los niños, en la sucesión de las estaciones, en todo lo antiguo, dulce, triste y dichoso de las cosas humanas, que añade un ritmo de ternura a la vida mortal. Más antigua que todos los credos, más profunda que todos los dogmas es una voz salida del corazón del universo, como significado de la vida misma cuando es libre, natural y saludable.

Todo individuo participa en mayor o menor grado del gran misticismo de la humanidad. Por el solo hecho de ser humano, todo hombre es capaz de Religión y la necesita aunque no se de cuenta de la necesidad, como es potencialmente poeta aunque desconozca su potencialidad.

No se concibe una persona enteramente irreligiosa y si la hubiese sería menos que humana. En algunos individuos la divina chispa puede estar latente y embrionaria, pero allí está con todos sus atributos.

Así como el radio sólo se encuentra en los minerales de uranio y se necesitan muchas toneladas de pechblenda para extraer un gramo y aun en la combinación de bromuro de radio, así la “luz que alumbra a todo hombre” puede estar muy amortiguada, pero no extinguida. Por tanto, hay muchas clases de hombres religiosos, según el tipo, la educación y la etapa de desenvolvimiento, y debemos ser capaces de conocerlos cualesquiera que sea su vestimenta.

No hay palabras capaces de prender esta imponderable y esquiva cualidad de la vida del hombre que dignifica su personalidad y da esplendor a su conducta.

Asume miríadas de formas, todas las que asumen la verdad, el amor y el deber, en el genuino arte, en la noble literatura, en la mágica sugerencia de la música, en el anhelo de belleza y en la investigación de la verdad, en las antiguas, sencillas y estimables cosas con luz y color, así como también en diversas formas de piedad, desde los groseros ritos del hombre primitivo hasta la vida de Jesús. En una tónica, una índolé, una gracia, como el toque en un músico, la melodía en un canto; algo profundo, tierno, acosador en el callado espanto de un agnóstico o en la vida de un santo; en el severo y amable Lincoln que anduvo bajo un cielo tan gris como un rostro fatigado, y en Francisco que fue cantando por todo el mundo.

Hay quienes al parecer no se dan cuenta de esta hermosa cualidad en su vida y aun niegan que la tengan, “viven por lo mismo que sus labios niegan, Dios sabe por qué”.

Todos conocemos hombres por el estilo de Hankin en THE MAD SHEPHERDS,de quien dice Snarley Bob:

“Hankin fue un gran hombre. Tuvo muchas cosas buenas, pero las sostuvo por el siniestro extremo. Habló más de lo que correspondía a un hombre de su talla. Gastó sus alientos en demostrar que no hay Dios y su vida en demostrar que existe”.

El más insigne de los instructores de la fe no empleó nunca la palabra “religión” sino siempre la palabra “vida” diciendo que había venido para que los hombres la tuviesen más abundosa.

Lejos de limitar la vida, la santifica, la exalta en mayor tono, la libera, elimina el veneno de todas sus silvestres flores y revela su eterna valía en las artes y menesteres cotidianos.

Para Jesús no consiste la Religión en unos cuantos actos de oración, culto y limosnas. No es una cosa, sino el espíritu con que debemos hacer cada cosa, aunque sea dar un vaso de agua al prójimo sediento.

Muchos géneros de vida y conducta se pueden seguir honrosamente y ninguno tiene el derecho de llamarse religioso con exclusión de los demás. Por humilde que sea una labor, si se lleva a cabo en servicio de la humanidad en general, tiene como la más alta y noble, la santidad de un sacramento. Sagrada es toda labor que ofrezca oportunidad para el perfeccionamiento propio y el servicio del prójimo. Santas son todas las cosas que contribuyen a hermanar a los hombres y favorecen el predominio, de la belleza y la justicia en la tierra.

Repetimos que la Religión no es una cosa separada de la vida. Es lo mejor de la vida misma. Es el significado de la vida, el arte de bienvivir, que nos enseña cómo portarnos, cómo obrar y cómo no obrar; y finalmente, cómo armonizar nuestras pasajeras vidas terrenas con la altísima vida inmortal a que Jesús llamó la vida eterna (3).

 

III

Podrá objetarse que si, como hemos dicho, la Religión lo es todo, deja de ser algo.

O que si todo pensamiento, sentimiento y acción son o pueden ser religiosos, incluirá la Religión además de la moral, el arte y aun las diversiones y deportes, de suerte que empleamos más palabras de las necesarias.

Desde luego que analíticamente podemos separar la religión de la moral, pero en la vida práctica se entremezclan, entretejen y entrefunden.

Mi tema es que según la etimología latina de la palabra, la Religión es el unificador espíritu de toda vida. Cicerón prefirió definirla como la reflexión sobre el significado de la vida y San Agustín la consideraba como el religo o lazo de unión del hombre con Dios y con el prójimo. En este pensamiento de San Agustín se descubren dos aspectos: la idea de un lazo que mantiene unidas las cosas, de un cordón en que todas las cosas están engarzadas, y la de una fuerza de cohesión y coherencia. Recientes estudios parecen llegar a la misma intuición, pues cada vez más se va considerando la Religión, no como una separada cualidad, interés o instinto individual, sino más bien como una unidad de intereses, como el espíritu organizador de los valores de la vida.

Si esto parece de momento algo confuso y alambicado, un descriptivo ejemplo de su significado nos da la vida de Antón Tchekhov, el novelista ruso a cuyo arte tanto debemos (4). Algo le sucedió, real o imaginario, que al cortar el hilo que da unidad y continuidad a la vida, desparramó ideas y hechos como perlas esparcidas cuando se rompe el hilo que las engarzaba. Según él mismo describe, una terrible experiencia le convirtió en un hombre triste, rendido y extraviado. En una de sus Cartas dice dando un vislumbre de su interno caos:

“En todos los pensamientos, emociones e ideas que me forjo sobre cualquier cosa, noto la falta de un algo universal que pudiera ligar conjuntamente todas las cosas. Cada sentimiento y pensamiento vive suelto en mí, y en todas mis opiniones y en todos los menudos cuadros que pinta mi imaginación, ni aun el más escrupuloso análisis logra descubrir la idea general o el Dios del viviente hombre. Y sin esta idea general, nada hay allí”.

No extrañemos que sea Tchekhov un especialista de la desesperación y gran artista de la soledad, como diminuta isla en un vasto océano. Según él, cada individuo procura egoísta-mente para sí mismo y está en el mundo más solo de lo que parece, porque la fraternidad es una ficción. Los hechos se suceden y se amontonan en confusa mezcolanza sin significado ni antecedente ni consecuente. Las cosas no tienen relación unas con otras.

Suceden y se conglomeran desalentadoramente.

Ve Tchekhov las cosas claras, las graba vividamente y puede fijar una impresión en una centelleante frase; pero la vida no tiene para el plan ni propósito ni significado. No es más que un embrollo. Los sucesos advienen al azar como los colores de un calidoscopio.

Las ideas son engañosas; los ideales un espejismo; el trabajo es una insulsa monotonía; cada día es un cuento frívolo que acaba en fastidio y futileza con la angustia de la desesperación.

He aquí cuan lóbrega es la vida si se rompe el místico lazo. ¡Triste destino el de verse abandonado en una isla desierta, cuando en el mundo hay una verdad que indagar, un amor que obtener y una belleza que pasa con el sol prendido en sus alas!.

Un hombre así está enfermo. Ha recibido algún golpe que le dejó lisiado. Sin embargo, su experiencia nos muestra que el fundamento de la vida es un sentimiento, vago o vivido, de “algo universal” que une conjuntamente todas las cosas. Como dice Giordano Bruno, Dios es el principio de conexión de las cosas y todas las cosas están conectadas por el supremo Significado a que contribuyen todos los particulares significados. Dice Goethe que la Naturaleza y los sucesivos acontecimientos son el silente e incesante lenguaje de Dios del que podemos leer aquí y allá una línea o una frase. Los hechos son también símbolos cuyo significado transciende los hechos; es decir, que cada cosa es de algún modo la voz de Dios, si tenemos oídos para escucharla. Hallar significado en el mundo es principiar a vivir en él y amarlo, y donde está el amor allí está Dios.

 

IV

Dos ejemplos esclarecerán esta idea, entresacando uno del campo de la psicología y el otro de recientes hechos históricos. En su hermoso y bien nutrido estudio: MAN AND CULTURE, el doctor Clark Wissler expone lo que él llama dos grandes complejos de la naturaleza humana, que dan la clave de la historia de la cultura: el uso de instrumentos y la composición de rituales. Muy clara es la razón de que el hombre se valga de instrumentos, pero es un misterio que desde un principio y en toda época y país, haya trazado rituales. Por mi parte sospecho que en el fondo de la composición de rituales subyazga un hecho tan fundamental, tan natural como el empleo de instrumentos. Algo de allí, profundamente revelador, sin que el hombre sepa en qué ni cómo consistir el misterio.

Me parece, aunque no lo expongo como dogma, que el ritual es el deseo, si no lo llamamos instinto, que mueve al hombre a buscar el enlace entre la causa y el efecto, cuando experimenta el efecto; esto es, que por medio del ritual intenta el hombre hilar y tejer el lazo de unión entre la causa y el efecto, cuando experimenta el efecto; esto es, que por medio del ritual intenta el hombre hilar y tejer el lazo de unión entre la causa y el efecto, la relación entre los sucesos, en contra de la horrenda mezcolanza de la casualidad en que las fuerzas actúan al azar. Hasta el hado es más admisible que la casualidad, pues al menos supone orden, dirección, régimen en la naturaleza de las cosas y si el hombre se somete al hado, alcanza libertad y poder.

Así, pues, por el ritual trata el hombre de interpretar sus experiencias, tendiendo a través de los huecos de la vida una red de significados. Es el ritual el esfuerzo del hombre para evitar el terrorífico temor de que su vida esté a merced del capricho y sea juguete de la extravagancia. En el ritual dramatiza el hombre lo que le parece el significado de la vida, obra según las leyes de la vida conoce, procurando ponerse en armonía con el orden del mundo y estar en el mundo como en su morada (5).

Así la historia de la Religión es más fascinadora que un cuento de hadas. Es la historia del hombre en busca del significado de su vida, que expone en drama, símbolo y signo la verdad tal como la halla. Siempre por profunda y clara intuición halla el significado de su vida en la verdad, el amor y la belleza.

En una palabra, el hombre es esencialmente místico, porque la esencia del misticismo es la visión de la unidad de todas las cosas, de la unidad de toda vida, del parentesco del hombre con Dios, sin el que la vida y el mundo son ininteligibles, sin conjeturable finalidad y completamente desconcertantes.

Cuando en un momento de insensatez, de culpa o de ceguera se rompe el místico lazo, sobreviene el caos. De que así es tenemos en nuestra época la más horrible demostración en Rusia, según nos manifiesta un conspicuo jurisconsulto de Moscú. En el HIBBERT JOURNALdescribía Eugene Troubetzkoy el bolchevismo en los siguientes términos:

“Es ante todo y sobre todo la negación práctica de lo espiritual. Rechazan de plano la existencia de un lazo espiritual entre los hombres. Para ellos el único nexo social son los intereses materiales y económicos. No reconocen otro. Tal es la fuente de su concepto de la sociedad humana. Así, por ejemplo, el amor a la patria es una mentirosa ficción, porque el lazo nacional es espiritual; y por tanto, completamente ficticio”.

“Desde su punto de vista el único lazo positivo entre los hombres es el material, o sea el económico. Los intereses materiales dividen a los hombres en clases, y es la única división que se ha de tener en cuenta. De aquí que no reconozcan otras clases que las de ricos y pobres; y como no hay lazo capaz de unir estas dos clases en un conjunto social, sus relaciones deben regularse exclusivamente por el zoológico principio de la lucha por la existencia”.

“El materialista concepto de la sociedad es su método de tratar a la familia, puesto que no hay lazo espiritual entre los sexos, no puede haber constante relación conyugal. Por lo tanto, la regla es que hombres y mujeres pueden cambiar de cónyuge tan frecuentemente como lo deseen” (6).

Aquí vemos lo que es la vida, lo que llega a ser la sociedad y el principio en que cae el hombre cuando se rompe el místico lazo de la Religión. La fraternidad es entonces tan fútil como todas las vanas cosas proclamadas por el Predicador de la Desesperación.

La teología desciende al nivel de la zoología; el hogar degenera en burdel; todas las cosas santas y bellas que dignifican la vida humana se pierden en una lóbrega selva de viscosa codicia y ciega brutalidad.

El ateísmo, la “negación práctica de la espiritualidad” se precipita en la anarquía por selváticas y sangrientas pendientes. Como dice Benjamín Kidd en su examen de la civilización occidental: “La céntrica característica de la historia humana no es la razón sino la religión, que ha mantenido la marcha del progreso cuando la razón la hubiese paralizado. LA RELIGIÓN ES EL VERDADERO FUNDAMENTO DE LA SOCIEDAD”.

 

V

Por consiguiente, la Religión es ante todo el lazo que nos une a Dios, quien es el “Algo universal” que conjunta todas las cosas y da belleza y significado al universo.

También es la Religión el lazo que une fraternalmente a los hombres en el servicio del deber, la santidad del amor y el espíritu de justicia; así como también es el hilo que da unidad y paz a nuestra vida interna, sin el que “nos haríamos añicos”, frase que describe el caos espiritual anunciador de un colapso físico, mental o moral. Es la Religión la vida de Dios en la vida del hombre, por cuyo medio, como dice Dante, aprendemos a eternizar nuestra vida.

De esta suerte interpretada, nuestra religión, como Conrad dice del arte, se identifica con nuestra visión del bien y del mal, con nuestra capacidad para el gozo y la admiración, con nuestros sentimientos de piedad, belleza y dolor, con nuestro latente sentimiento de compañerismo con toda la creación y con el sutil pero invencible convencimiento de solidaridad que enlaza innumerables corazones; la solidaridad en sueños, alegrías, tristezas, aspiraciones, ilusiones, esperanzas, temores que liga a los hombres, a la humanidad toda, a los muertos con los vivos y a los vivos con las generaciones en expectación de nacimiento.

Así nos damos cuenta del misterio que envuelve nuestra vida.

“Un invisible cordón ata conjuntamente al anchuroso mundo y a toda vida humana. No hay vidas independientes. La cadena, demasiado sutil para nuestra percepción visual, nos une en el plano de la universalidad de la existencia”.

 

NOTAS AL CAPÍTULO 1

(1) En efecto, nuestros mejores sentimientos concuerdan con las palabras de Jesús, tan llenas de sorprendente belleza. Pero ¿porqué?. Quizá no puede expresarse más acabadamente que como lo expresó John J. Chapman, al decir: “Sus palabras y acciones evocan en nosotros algo interno, con una especie de fuerza rotatoria como la de un enorme volante, y no a manera de especulación sino de inmediata experiencia. Las palabras y obras de Jesús influyen sobre algo en nosotros que está debajo de la superficie. Su influencia se intensifica y por sí misma construye una especie de templo en nuestro interior. Jesús es más que una colección de parábolas, pues se manifiesta como un foco de luz. Sus sentencias son las palabras de quien mantiene su conciencia en un plano donde nosotros la perdemos. Hay mucho sobre nosotros y fuera de nuestro alcance un punto en el que se concentra la sabiduría. Las palabras de Jesús salen de sus labios como pájaros al tender el vuelo”. (LETTERS AND RELIGIÓN).

(2) Esta famosa definición de la Religión ha sido atribuida a varios autores; pero la empleó por vez primera Henry Scrougall, nacido en Aberdeen (Escocia) que ingresó en la Universidad a los quince años y obtuvo la cátedra de Filosofía a los veinte. Murió a la edad de veintiocho años, dejando la única obra: THE LIFE OF GOD IN THE SOUL OF MAN. Se han publicado dos ediciones norteamericanas de esta obra: una en 1868 con una notable carta explicativa de cómo la escribió su autor; y la otra en 1910, con una introducción de Lyman Abbott, a quien incorrectamente se atribuyó la expresada definición. Ciertamente es extraordinario que un joven, a pesar de la tenebrosa teología dominante en su época, viese tan claramente y expresara con tanta sencillez la verdadera índole de la Religión y descubriera la esencial unidad espiritual de la vida humana. Años después parafraseó George Macdonald la definición de Scrougall diciendo que “la Religión y la vida son una misma cosa y que nada valen separadamente”. Lástima que muriera tan joven quien tenía tan clara visión hoy más que nunca necesaria porque el amargo y agrio cinismo ha quitado la fe en la vida y por tanto en la Religión.

(3) Muchas definiciones se han dado de la Religión pero entre las menos técnicas, me han servido de auxilio e iluminación las siguientes: La de Rolla Rusell en su libro PSALMS OF THE WEST, que dice: “La Religión es el amor de Dios, la unión del hombre con el espíritu de santidad, el constante esfuerzo en hacer lo mejor y sufrir lo peor”. Donald

Hankey, a quien vi el verano anterior a su muerte en la batalla del Somme, nos da una sentenciosa definición en su libro: A STUDENT IN ARMS, diciendole: “La Religión consiste en apostar con nuestra conducta a favor de la existencia de Dios”. Otra definición es “El arte de vivir a un mismo tiempo en dos mundos”. Otra: “La estimación del valor de la vida”. No olvidemos la definición que Adolph Harnack da en su obra: ¿QUÉ ES EL CRISTIANISMO? diciendo: “La Religión no es más que un período temporal de la vida eterna por la fortaleza y bajo los ojos de Dios”.

(4) Para el análisis e interpretación del eminente novelista ruso, véase: ANTÓN TCHEKHOV AND OTHER ESSAYS de León Shestov. Recientemente se han publicado sus CARTAS en dos volúmenes.

(5) Si de los antropólogos pasamos a los psicólogos, como por ejemplo a la obra: THE RELIGIONS CONSCIOUSNESS de J. B. Pratt, encontramos la doble dilucidación causal y funcional de los rituales. Dice Pratt que en su origen no tuvieron los ritos religiosos el propósito de aplacar la ira de los dioses, sino más bien fueron expresiones de la vida ordinaria cuyos culminantes sucesos, como el nacimiento, el matrimonio y la muerte celebraban y cuya santidad resguardaban con medidas sociales. El hombre, por medio del ritual, trata de ponerse en comunión con el divino poder, si no la ha logrado todavía, o restablecerla si por su culpa la interrumpió; y busca esta comunión socialmente, por medio de sus afines, repitiendo en su ritual el orden de la naturaleza como hacemos nosotros en la Logia. Así el ritual no sólo recurre a la naturaleza religiosa del hombre sino también a dos de sus primitivos instintos: el deseo de hacer las cosas en común con sus afines y su deseo de individual expresión. Los modernos estudios sobre la psicología de la Religión no encuentran su origen en el temor ni en el propósito de aplacar a la Divinidad (aunque estos motivos animaban al hombre primitivo, especialmente en sus hechizos) sino en el deseo de dramatizar la fe, la esperanza y los espirituales anhelos, con el esfuerzo de dar sentimiento real a lo que de otra manera parecería abstracto e ilusorio (ANCIENT ART AND RITUALde Harrison y RITUAL AND BELIEFde Hartland.)

(6) Con perdón del jurisconsulto ruso, parece que en vez de describir el bolchevismo ha descrito acabadamente la materialista sociedad occidental con sus pobres y ricos y sus individuos entregados a la cada vez acre lucha por la existencia. (N. del T.).

 

CAPITULO II

LOS CONSTRUCTORES

I

Según ya dijimos, no es nuestro propósito tratar de la actitud de la Masonería respecto de las religiones confesionales eclesiásticamente organizadas, sino el de estudiar nuestra Orden como expresión por sí misma de esperanza, vida y fe religiosa.

Si la Religión, según la hemos interpretado, es una amplia solidaridad, un sentimiento de la esencial unidad de toda vida, en la que todos los hombres estamos ligados al deber y al servicio, entonces la Masonería es una de las múltiples manifestaciones de la Religión así consideradas; es una parte de la espiritual experiencia de la humanidad y un aspecto de la Vida divina en la tierra.

Así es que para conocer el genuino significado de la Masonería, debe estudiarse en el contexto de la historia espiritual de la humanidad, de la que es peculiar y significativo aspecto. De lo contrario, no sólo fuera la Masonería un misterio sino un enigma tan ininteligible como si fuese obra de hombres de otro planeta, sin lugar en nuestra apreciación de los valores espirituales de la humanidad.

En esto consiste el mérito de la obra de Arthur Edgard Waite a cuya clarividencia y copiosa erudición han de estar agradecidos cuantos estudian la Masonería (1) pues ve que la vida espiritual de la humanidad es una indagación y una conquista, cualquiera que sea la forma que asuma o el ritual de que se valga, y la Masonería es uno de los tres magnos rituales en que el hombre trató de sorprender artísticamente y encarnar experimentalmente el misterio y verdadero significado de la vida (2).

La intuición de la unidad de la vida espiritual en todas las almas enlaza todas las cosas y nos infunde una muy amplia tolerancia, una paciente simpatía y una clara comprensión de cada una de las modalidades que la indagación de Dios ha tomado, tanto en los países cristianos como en los llamados paganos.

No quiere esto decir que todas las formas de fe sean igualmente profundas, estén en un mismo nivel de desenvolvimiento y tengan el mismo valor para guiar la conducta humana; ni mucho menos significa negar la realidad de la revelación, en el libro de la Santa Ley, de la ley moral y de la verdad espiritual que ilumina nuestro sendero como lámpara guiadora de nuestros pies. Quiere decir que nos ayudará a ver y comprender cómo y por qué en respuesta a los esfuerzos del hombre, todavía se le revelan la verdad y la justicia; que realizará nuestras aspiraciones y nuestros sueños espirituales; que nos dará a entender que aunque las religiones son muchas, no hay más que una sola Religión; la vida de Dios en la vida del hombre, como ya sabemos que dijo Henry Scrougall, muerto en la flor de su edad.

Si no acertamos a observar la Masonería desde este tradicional punto de vista, no podremos ver su real belleza e infinita sugestividad ni comprender su admirable simbolismo.

La Masonería es única tanto por las verdades que enseña y la experiencia que aspira a realizar, como por el espíritu y el método con que nos conduce a la magna finalidad de la vida, a algo inefable y memorable que los entendidos entrevén en lontananza. Mantiene la Masonería un sencillo y profundísimo secreto, para cuya revelación no existen palabras apropiadas, y que sólo cabe insinuar en símbolos y dramas. Por esto la Masonería nos habla en parábolas y mitos primievales.

 

II

Por lo tanto ¿qué es la Masonería?. Al escuchar esta pregunta pensamos en la respuesta que dio San Agustín a otra pregunta análoga, diciendo: “Lo sabía hasta que me lo preguntaste; pero en cuanto me lo has preguntado, ya no lo sé”.

Hay en la Masonería algo único, un lazo diferente de todos los demás lazos, que une a los hombres de toda categoría, tipo y temperamento en estrecha confraternidad. Es algo a la par tierno y profundo (y podríamos llamarlo místico si no se hubiese abusado tanto de esta palabra) que todos sentimos y ninguno puede ni cuida de analizar.

Nos sentamos en la Logia, sabiendo cada cual exactamente lo que ha de hacer; según los antiguos, sencillos y familiares símbolos nos juntamos sobre el nivel y nos separamos sobre la escuadra; y sin embargo, nadie sabe cómo se entreteje un lazo tan sutil como el aire y tan firme como el acero. Es algo admirabilísimo, extraordinario, y pretender analizarlo sería lo mismo que si intentáramos trazar un cerco alrededor de un perfume (3).

No obstante, como quiera que hayamos emprendido la tarea de exponer como mejor podamos, algo del profundo significado de la Masonería, debemos intentar alguna especie de definición, o mejor dicho, una designación de su forma, espíritu y propósito. Acaso nos ayude a ello la enumeración de varias definiciones, ninguna exacta, como así lo reconocerían sus autores, cada uno de los cuales subrayó un aspecto o segmento del multilateral y frondoso significado de la Masonería; y todas las definiciones denotan de consumo a la par la necesidad y la futilidad de definirla.

Cada individuo ve en la Masonería lo más cercano a su propia naturaleza y necesidades, a su propio corazón y pensamiento; pero hay mucho más de lo que cada individuo ve, pues la Masonería con sus símbolos es un hermoso misterio que cada cual contempla desde su propio punto de vista, sin que nadie lo descubra por completo.

De A.G.Mackey:

La definición de la Masonería como “un sistema de moralidad velado en alegorías e ilustrado por símbolos”, se ha citado tantas veces, que resultaría pesada si no fuese por su hermosura, que denota su carácter interno. Las ceremonias son externas adiciones que no afectan a su esencia.

De M. M. Johnson:

La Masonería es una antigua sociedad masculina con secretos métodos de reconocimiento; enseñanzas simbólicas, en parte esotéricas; una filosofía moral basada en el monoteísmo que inculca la fraternidad entre los nombres y la creencia en la inmortalidad.

De A. C. L. Arnold:

Masonería es amistad, amor e integridad. Amistad que se sobrepone a las ficticias distinciones sociales, a los prejuicios de religión y a las condiciones económicas de la vida.

Amor sin límites ni tibiezas que no conoce desigualdades. Integridad que ataca al hombre a la eterna ley del deber.

De G. F. Moore:

Masonería es la ciencia de la vida en una sociedad de hombres, con signos, símbolos y ceremonias, que tiene por base un sistema de moralidad y por propósito el perfeccionamiento y dicha del individuo y de la humanidad.

De A. S. MacBride:

La palabra Masonería entraña en todas sus variantes conocidas, la idea de unidad.

Desde este punto de vista parece que la Masonería es la conjunta construcción de varias unidades, como piedras, ladrillos, maderas, hierros o seres humanos en un compacto edificio. Cuando aplicamos este concepto a la Masonería simbólica, significamos la construcción moral de la humanidad en un simbólico edificio trazado de conformidad con un deliberado plan.

De R. W. Abbott:

La Masonería es el arte de la fraternidad humana; un código de revelaciones y leyes éticas que conmueven a todos los hombres por su pureza, justicia y fe, y ordena a sus miembros que extiendan la justicia a toda la humanidad, instruyéndolos en la amplitud de mente, firmeza en la rectitud y pureza de cuerpo y ánimo, e inculcándoles el amor a Dios, a la familia y a la patria y el respeto de los derechos del prójimo.

De Oscar Posner:

La vida separa a los hombres. Para unir a los hombres se necesita un arte. Un medio de este arte, no el arte mismo, es la Masonería. Por tanto, la Masonería es el medio de un arte que se esfuerza en unir a los hombres separados por la vida, a fin de que puedan entrar en una nueva comunión unos con otros.

De Albert Pike:

La Masonería es la subyugación de lo humano por lo divino en el hombre; el vencimiento de los apetitos y pasiones por la razón y el sentido moral; un contiguo esfuerzo, lucha y guerra de lo espiritual contra lo material y sensual. Cuando el luchador logra la victoria y coronado de laureles descansa sobre su escudo, goza del verdadero Santo Imperio.

De Germán Handbuch:

La Masonería es la actividad de hombres estrechamente unidos, que mediante formas simbólicas tomadas principalmente del arte de la construcción, trabajan en beneficio de la humanidad, procurando enaltecerse moralmente y enaltecer a los demás; y por tanto, llevan a cabo una liga universal de la humanidad, que ellos aspiran a formar aun ahora en corta escala.

Todas estas definiciones son más bien descripciones, excepto la primera, tomada del LIBRO DE LA CONSTITUCIÓN; la segunda, que podría figurar en un tribunal de justicia; y la última, que nos capacita para llamarnos constructores.

Las demás definiciones son hermosas y verdaderas descripciones. La de Pike describe el propósito de cada denominación religiosa, el esfuerzo de que es capaz todo ser humano y en modo alguno exclusivo de la Masonería, a menos que la interpretemos como parte de la común aspiración espiritual de la humanidad, a pesar de su peculiar simbolismo.

Hace años traté de reunir las descripciones a las que puede añadirse la siguiente de W. N. Pontón, Gran Maestre que fue de la Gran Logia de Ontario (Canadá):

“Digamos más bien que la Masonería, tal como la vemos en nuestros anhelos y tratamos de realizarla en nuestra fraternidad, es como una de las catedrales que nuestros hermanos construyeron en otro tiempo. La fe es su cimiento; la rectitud su piedra angular; la fortaleza y la sabiduría sus muros; la belleza su configuración: el amor fraternal sus arcos; la reverencia su techumbre; la Biblia su lámpara; el misticismo su órgano; la caridad su incienso, la fraternidad su sacramento; la beneficencia su ritual; sus símbolos los ventanales que a medias revelan y a medias ocultan una verdad insusceptible de palabras, demasiado amplia para encerrarla en dogmas, demasiado brillante para la vista ordinaria, y que sólo se nos insinuará cuando estemos preparados para contemplarla con más clara visión”.

“La Masonería no es un templo de Misterios ni un Depósito de Rituales ni un Reformatorio de delincuentes ni una Oficina de Asistencia Social, sino el dichoso, tranquilo, refinado e intelectual hogar de hombres de buena voluntad y recto criterio, de hermanos y no esclavos, de hombres de claro entendimiento y templado ánimo, de jóvenes y viejos que atraídos por una magnética afinidad de asociación se unen en un compañerismo muy superior a las multitudes gregarias. Son hombres que actúan en un mundo de moción y emoción, de aspiración y deliberado progreso; que llegan a conocerse íntimamente unos a otros en estrecha y familiar asociación, convencidos de que la fraternidad humana comienza con la completa virilidad del individuo”.

“Es una perfecta descripción de todas las cosas que sentimos, amamos y tratamos de expresar y que casi se expresan por sí mismas, infundiéndonos el gozo de su reconocimiento”.

“También describe perfectamente la atmósfera en que los masones viven y el gentil, gozoso y libre espíritu con que trabajan unidos por una magnética y creadora afinidad, buscando la verdad sin envidia, discutiéndola sin rencor y esforzándose en realizarla en su vida privada y en servicio de la sociedad. Porque la Masonería es Verdad, Caridad y Servicio. La Caridad sin la que nada valen los dogmas; la Verdad que jamás perjudicó a nadie; y el Servicio o práctica del bien, que es la más bella arte conocida entre los hombres”.

 

III

Por consiguiente, hay una antigua, sencilla, sabia y tan profunda como práctica Religión de la Masonería. Una Religión de fe, libertad y fraternidad, que acepta las verdades de fe y revelación, pero que deja que cada cual las interprete como su conciencia le dicte, para evitar discusiones que arriesgan degenerar en disputas con menoscabo de la vida religiosa.

La Religión de la Masonería no es una teología en el sentido eclesiástico de la palabra, ni una filosofía como la de Platón o la de Kant, sino más bien una sabiduría viviente, un moral misticismo práctico, digámoslo así, velado por alegorías e ilustrado con signos, símbolos y dramas.

Pueden aplicarse a los tres grados de la Masonería simbólica las palabras de Jesús:

“Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”. El camino de rectitud de conducta y justicia fraternal; la verdad de una ley moral y espiritual tan exacta como la geometría; y una vida eterna descubierta y vivida temporáneamente.

Recordemos que la Religión de la Masonería es sencilla y profunda, precisamente porque interpreta espiritualmente la vida y descansa sobre las mismas bases y está sujeta a las mismas pruebas que cualesquiera otras interpretaciones del significado de la vida, y como tal está expuesta a la negación de los escépticos y a la persecución de las fuerzas tenebrosas.

Así nos incumbe al menos afirmar la fe por la cual vivimos como hombres y masones en contra de los ciegos pensamientos y del agotador cinismo a cuyo toque se marchitan los más delicados valores de la vida como flores en la escarcha. No necesitamos dar razón de, nuestra fe, porque la profunda fe del hombre es más honda que la razón, es la base de la razón y tan profunda como las necesidades, la vida y la naturaleza del hombre.

La Masonería, como todo lo mejor de la vida del hombre, descansa en la fe, que la lógica no puede demostrar ni refutar, de que la vida tiene su valor y significado y que no es un accidente sin finalidad ni propósito. Esta sana y saludable fe nos muestra el valor de la vida y nos mueve a obrar de acuerdo con este valor.

No es una opinión que mantenemos sino una emoción que nos mantiene. “Es una afirmación y un acto que promete la realidad de las verdades eternas”.

Como chispas que ascienden hasta el sol, así esta alta y heroica fe del hombre se sobrepone a todas las negaciones y encuentra confirmación y consagración en Dios y en la divina ley de vida y amor. Nunca se ha expresado más notablemente esta verdad que en las palabras de Richard Hooker, una de las más claras mentalidades de su época, contemporáneo de Bacón y Shakespeare, que muerto a los 49 años de edad, nos legó un pasaje tan famoso por la alteza del pensamiento como por la majestad del estilo. Dice así:

“No podemos menos de reconocer la ley cuyo sitial es el seno de Dios y su voz la armonía del mundo. Todas las cosas del cielo y de la tierra le tributan homenaje; las mínimas reciben su cuidado y las máximas no se substraen a su poderío. Ángeles, hombres y toda criatura, por alta que sea su condición, cada cual a su manera admiran de consumo a la ley como madre de su paz y de su dicha”.

“La Masonería tiene la seguridad, atestiguada a la par por la experiencia humana y la revelación divina, de la existencia de un mundo espiritual, y de una moral universal cuyas leyes son tal reales y tan exactas como las leyes del mundo físico. Tiene la Masonería la seguridad de un vasto, potente, vivido y benéfico orden, más radiante que cuanto cabe imaginar, del que el simbolismo en las esparcidas letras de un alto lenguaje nos da indicios y vislumbres, hasta que el indagador de la realidad se reconoce a sí mismo y comprende.

De otro modo, nuestro simbolismo de nada serviría, porque no tendría nada que simbolizar, y la vida fuera como un relámpago en las tinieblas que se desvanecería en el vacío. En protesta contra tan tenebrosa filosofía, nuestra fe masónica permanece inmutable, como un Templo que protectoramente cobija las cosas santas de la vida”.

La fe masónica puede exponerse brevemente con más pormenores, como sigue:

1º. LA FE EN EL UNIVERSO COMO CAMPO DE FRATERNIDAD.- La Masonería cree que el mundo en que vivimos, a pesar de los hechos en apariencia contradictorios, estuvo destinado desde un principio a la fraternidad. A primera vista no resulta así, porque la Naturaleza parece como si tuviese dientes y garras de fiera, sin preocuparse de los altos valores. A muchos les horroriza la aparente indiferencia de la Naturaleza respecto de los altos ideales del hombre, y parece fútil el anhelo de fraternidad en este mundo. En verdad que esta actitud de la Naturaleza es como un reto al valor del hombre; pero la Masonería admite el reto, y por temeraria que parezca su fe, afirma la posibilidad de hermanar a los hombres, pues contra la ley de la lucha por la existencia se opone a la ley del auxilio mutuo sin la que hace siglos hubiese perecido la humanidad. Lento pero seguro ha de ser el triunfo de la ley de amor fraternal sobre la de lucha egoísta. El hombre es parte de la Naturaleza, y como aspira ardientemente a la fraternidad, cree que el universo no está en contra de su fe (4).

2º. LA FE EN EL SER ESPIRITUAL DEL HOMBRE. - El hombre es un animal, pero si no fuese otra cosa, la religión y la fraternidad serían fútiles ficciones y viviría según la ley de la manigua.

Pero el hombre es algo más que un animal, pues tiene “pensamientos que vibran a través de la eternidad”. Es ciudadano de dos mundos, y la gloria de su vida es vivir en dos mundos a un mismo tiempo. No es durable una fraternidad basada en la naturaleza inferior del hombre. Solamente un lazo espiritual puede hermanar a los hombres, pues ningún otro lazo es capaz de resistir la fuerza bruta de nosotros mismos y del mundo exterior. Todo otro lado es como cuerda de arena tan débil como el agua. La fraternidad se funda en la fe de la esencia espiritual y moral del hombre capaz de desinteresada amistad, abnegación y sacrificio.

3º. FE EN LOS IDEALES ESPIRITUALES. - La fraternidad, según el concepto masónico, sería imposible si el hombre fuese juguete del destino, si sus altos ideales estuvieran supeditados a sus bajos instintos, si el interés egoísta fuese lo único que le moviera a luchar, sufrir, trabajar y servir. La historia del heroísmo humano refuta esta cínica filosofía. La devoción del hombre a los grandes y desinteresados ideales de libertad, justicia, misericordia y verdad es un abrumador testimonio de cuanto en él pueden las influencias espirituales. No pueden ser simplemente aspiraciones humanas; han de ser inspiraciones divinas que recibe el hombre en sus horas de calma y le inducen a más nobles resultados y le moldean de conformidad con un divino dechado.

Estos tres aspectos de la fe contienen las magnas afirmaciones de la Masonería religiosa: la Paternidad de Dios, la Fraternidad humana, la Geometría del carácter y la Vida perdurable.

 

IV

Tal es la fe sobre que edifica la Masonería, la fe que mantiene la vida superior del hombre, la fe que reúne en un solo haz los fluctuantes rayos de la antigua luz de la religión con los más brillantes de la revelación de la ley moral y de la verdad espiritual según resplandecen en el Libro de la Santa Ley.

Las tres luces de la Logia nos dan la pista de la Religión de la Masonería, de la Santa Biblia que sostiene la escuadra y el compás, símbolos de la revelación; la justicia y la redención, enseñándonos que si caminamos a la luz de la verdad y obedecemos la ley de justicia, nuestra naturaleza superior prevalecerá contra la inferior, lo celeste contra lo terreno; y así cielo y tierra se entrefunden en la Logia: la tierra donde el hombre prosigue su labor y el cielo a que aspira.

Ciertamente, la Religión de la Masonería es la Religión universal, la que puede unir a los hombres, pues sus principios son tan amplios como el mundo y tan altos como el firmamento. La naturaleza y la revelación se entrefunden en la fe masónica; su moral está arraigada en el orden del mundo, y su techumbre es la bóveda celeste. No olvidemos que la Logia, aunque como local de reunión tiene techo arquitectónico, representa en pintura el cielo estrellado, porque en realidad una Logia se reúne bajo la bóveda celeste, y de día la alumbra el sol y de noche las estrellas, de lo que proviene la influencia que exalta y ennoblece la vida humana (5).

Simbólicamente al menos no tiene más artesonado que el arqueado firmamento, y la tarea del hombre consiste en reflejar en su conducta la ley y el orden de la refulgente en lontananza ciudad de Dios.

El compás es el símbolo del aspecto celeste de la Masonería, y es el más espiritual de todos sus instrumentos de trabajo, cuyas dos puntas representan la ley natural y la ley revelada, y entre ambas nuestra vida está colocada bajo un pabellón de estrellas.

Aunque tenemos del mundo un concepto muy distinto del que tuvieron nuestros antiguos hermanos, pues sabemos que es redondo y no plano y cuadrado, todavía es verdadera su intuición respecto a que el hombre debe imitar el orden del mundo en que vive. Tal es también nuestro anhelo y propósito, nuestro culto y nuestra labor. Todo hombre tiene derecho a construirse una casa, pero si quiere que de abrigo le sirva ha de obedecer a ciertas leyes físicas al construirla. Si las obedece, quedará en firme su casa, pero no si las desobedece. Lo mismo sucede con las leyes morales que gobiernan la construcción del carácter. Si como dice Ruskin las leyes de la arquitectura son leyes morales, también son morales las leyes de la arquitectura espiritual. En resumen, la idea básica de la Masonería es que el orden moral, como el mundo físico, es un reino de ley, orden y belleza en el que la obeciencia es libertad y estabilidad.

Sobre este hecho levanta la Masonería su noble y hermoso emblema de la vida humana en todos sus aspectos. La Logia simboliza el mundo, arqueado por el firmamento, y en el centro un altar de promesa y plegaria. De la propia suerte, la iniciación es nuestro nacimiento de las tinieblas de la ignorancia a la luz de la fe moral y espiritual, de un ambiente con nuevos motivos y experiencias. El cable remolcador es como el cordón umbilical que une al feto con el cuerpo de la madre, y no se corta el cable hasta que al prestar la promesa de la vida moral, se teje un lazo invisible que une al iniciado con sus hermanos en el moral esfuerzo de construir un mundo de fraterna buena voluntad.

En el primer grado aprendemos la moral y la caridad, que siempre han de estar unidas; y si se nos juzga dignos, pasamos después al segundo grado, como si dijéramos de la juventud a la virilidad, con más amplio conocimiento y más graves responsabilidades; y finalmente, si somos íntegros y valerosos, descubrimos en el tercer grado que aunque vivimos en el tiempo somos ciudadanos de la eternidad. Así queda descrito en una elocuente alegoría de sublime sencillez, un mundo ideal regido por la sabiduría, la fortaleza y la fraternidad, en el que estamos para cumplir nuestro deber, construir nuestro carácter y vencer al destino (6).

Es un gran día para el neófito, cuando la Masonería le revela su significado, su plan de conducta, su propósito, su profecía de un Templo de la Fraternidad, en donde pueda el edificar su vida, sus pensamientos y aspiraciones,-que durarán lo qué el mundo dure.

En su forma moderna, la Masonería es un conjunto de simbolismos en el que confluyen tres corrientes de fe, por las cuales el hombre es constructor de un Templo, peregrino en busca de la perdida verdad, y si por su heroísmo lo merece hallará el sublime Secreto de Vida.

Primeramente es un constructor que desbasta las piedras arrancadas de la cantera del mundo y las labra en formas bellas según la voluntad y el designio de Dios, y en su nombre y con su auxilio, para construir en unión de sus hermanos, como los antiguos masones construían las catedrales.

Después es un peregrino que viaja desde Occidente, donde muere el Sol y es lugar de muerte, hacia Oriente, donde nace el Sol y es lugar de vida. Es la fatigosa y larga peregrinación del alma que todavía calza las sandalias de la naturaleza humana.

Finalmente halla aun en este mundo la vida eterna, y puede conocer el secreto mientras está en el oscuro sendero del mundo. ¡Oh alma mía! recuerda, lucha, persevera y regocíjate.

Decidme si en todo el mundo de los sabios y los poetas, de los pensadores y los filósofos habéis hallado una fe más profunda, un plan de vida más noble, una labor más exigente, una esperanza más consoladora. Uno piensa en el soneto en que Carl Claudy preguntaba a la Masonería cuál era su significado, y respondía a la pregunta en palabras que son un canto para nuestras almas, diciendo: ¿Qué tiene tu ciencia de la vida que le permite vivir?. ¿Qué vital destello se oculta en tus promesas?. Los millones de seres a quienes enseñaste según iban hollando tus amables senderos, conocen el secreto de la fuerza que les infundiste: SOY EL CAMINO QUE CONDUCE A LOS HOMBRES A DIOS.

 

NOTAS AL CAPÍTULO II

(1) En mi obra LOS ARQUITECTOS parte I cap. 4 pagué tributo a la intuición y talento exegético del hermano Waite, quien desde entonces ha proseguido su acertada exposición de la vida espiritual de la humanidad en los libros muy valiosos para los peregrinos por el sendero de la iniciación. Además de THE BROTHERHOOD OF THE ROSY CROSS, que es una maravilla de investigación en un difícil campo, ha publicado EMBLEMATIC FREEMASONRY,  y THE WAY OF DIVINE UNION, su obra maestra y la mejor de cuantas se han escrito en nuestra época.

(2) Los tres magnos rituales de la humanidad son: el Prajapati del antiguo hinduismo; la Misa de la Iglesia Cristiana y el Tercer Grado de la Masonería Simbólica. Por mucho que difieran en sus pormenores y por dispares que parezcan externamente, los tres atestiguan a la profundísima intuición del alma humana, que si Dios llega a ser hombre, el hombre puede llegar a ser Dios. Cada uno de los tres rituales expresa el descubrimiento de la Divinidad en el hombre, como prueba y profecía de nuestra inmortalidad y eternidad en el tiempo.

(3) ¿Por qué ingresan los hombres en la Masonería?. ¿Qué señuelo los atrae?. ¿Qué hechizo los mantiene largos años en ella?. Como tenue cable remolca nuestros corazones, cuando tantos lazos desatan los rozamientos del mundo. ¿Preguntaremos qué es la Masonería a los animales salvajes?. ¿Qué secretos murmuran las montañas a los oídos del montañés tan calladamente que pueden escucharse sobre el estrépito y vocerío del mundo?. ¿Qué misterio revela el mar al marinero, el desierto al árabe, el hielo ártico al explorador y las estrellas al astrónomo?. Cuando hayamos respondido a estas preguntas quizá podamos adivinar el encanto de la Masonería. Quien sepa lo que es, el cómo y el porqué podría ser el cable remolcador de Dios entre los humanos corazones. (THE MAGIC OF FREEMASONRY por Arthur E. Powell.)

(4) En nuestros días conturba el ánimo de muchos pensadores el temor de que la Naturaleza se oponga a la realización de los altos ideales humanos, pues hay un aparente conflicto entre los nobles valores de la vida y la ordenación del mundo tal como nos la revelan las ciencias naturales, como si la Naturaleza no atendiera a lo más sagrado para el hombre. Se advierte este temor en las poesías de Tennyson y Arnold, por no citar otros, y se refleja en las dudas religiosas de nuestra generación. (Véase SCIENCE AND THE MODERN WORLD por A. N. Whitehead, cap. 5). Por el contrario, hay un cúmulo de hechos nunca mejor expuestos que por el príncipe Kropotkin en su obra: MUTUAL AID que encuentra en el orden natural las raíces del amor, del sacrificio y de la justicia. Hay indicios de que dicho temor tan prevaleciente en el pasado siglo, se va desvaneciendo y llega una más clara y verdadera visión que nos muestra el mundo como una escuela experimental de penas y gozos, como la morada del velado Padre de los hombres.

(5) Una de las más hermosas características de la Masonería es que se vale de los más antiguos y sencillos hechos de la vida para enseñar su verdad y así influye tan íntima y profundamente en nuestro ánimo. Todo oficio relacionado directamente con la naturaleza, como el de pastor, cazador, labriego y constructor, nos conmueve con ancestrales instintos y recuerdos y nos acerca a la poesía. Como dice Stevenson, el labrantío del suelo, el cuidado de un rebaño, la construcción de una casa, reciben el rocío de la mañana de la humanidad. Por la misma razón, el paso por un desierto, una techumbre resguardadora de la tempestad, un hogar lumbreante en la oscuridad, pueden conmover el corazón como símbolos de las necesidades y de la fraternidad humana.

Se ha descrito la vida con varias figuras de pensamiento: como una batalla, como un viaje, como una escuela, como una peregrinación, como la edificación de una casa; y la Masonería, con su instinto por las cosas antiguas y sencillas, nos exhorta a recordar que somos peregrinos en busca de una ciudad, que somos constructores y debemos echar firmemente los cimientos y comprobar nuestra obra con la escuadra y la plomada. Es la Masonería tan sencilla como sabia, y emplea emblemas tan profundos como familiares. En una palabra, la Masonería es una de las grandes Poesías del mundo. (THE MAGIC OF FREEMASONRYpor Arthur E. Powell).

(6) Para más completa exposición de los tres grados, como pasos en el ascendente camino del desenvolvimiento humano, el primero moral, el segundo intelectual y el tercero espiritual, véase THE MEANING OF MASONRY por W. L. Wilmshurst, especialmente los tres primeros capítulos en los que un sabio y benévolo instructor expone claramente el profundo simbolismo masónico. (Véase también SYMBOLISM OF THE THREE DEGREES OF MASONRY por Oliver D. Street).

El hombre anda a tientas en las tinieblas de la ignorancia hasta llegar al Vestíbulo de la Ciencia, donde se le enseña a conocer las cosas por el testimonio de los sentidos, y adquiere la certeza nacida de la experimentación. De aquí, si tal merece, pasa el Vestíbulo de la Sabiduría en donde aprende el significado de las cosas e intuye la verdad por la delicada percepción mental. Finalmente si es valioso y perspicaz puede pasar al grado superior de la comprensión y ser un Maestro de compasión. ¿Qué es comprensión? Es el arte intuitivo de enlazar los hechos de la experimentación con las interpretaciones de la sabiduría para hallar la verdad, o sea la adaptación de las formas a la vida del espíritu (INITIATION, por A. A. Bailey).

Así la iniciación es algo más que una ceremonia; es un empinado y áspero camino que debemos recorrer para conocer la verdad, y del cual los grados y dramas son tan sólo medios y símbolos. Es la iniciación un comienzo, como se infiere de la etimología de la palabra IN IRE (ENTRAR) o lo que tanto monta, pasar de lo físico a lo espiritual, para lo que se necesita tiempo, paciencia, valor y disciplina.

 

CAPÍTULO III

LA PIEDRA ANGULAR

I

La piedra angular de la Masonería y al propio tiempo su primera y mayor regla invariable, la base de su plan, propósito y profecía es la antigua y sencilla fe en Dios, cuya purísima revelación y clarísima interpretación nos da la Santa Biblia. Dios es el Gran Arquitecto y Constructor del Universo; el Padre de la humanidad que en El se solidariza y salva; el Hacedor de cielos y tierra y de cuanto contienen, ante Quien el silencio es elocuencia y la admiración un culto. No hay otro cimiento. En Dios funda la Masonería un templo de amor fraternal, de beneficencia y verdad (1).

En nada es la Masonería tan sabia como en la colocación de sus cimientos, pues comienza por el principio y asienta primero lo primero. Dios es la primera Verdad y la final Realidad. Es la Verdad de que derivan todas las demás verdades, la piedra angular de la fe, la clave del pensamiento, el coronamiento de la esperanza. Dios es el significado del universo, su ritmo y su razón, el secreto de su integridad, la fuente de todo bien, el signo de su ordenación, su autor y su fin. Al pensar en Dios se dilata el pensamiento humano hasta su extremo límite, y la confianza en Dios es la suprema sabiduría y el más intenso gozo. La fe humana no puede trascenderse ni lejos de El puede subsistir.

Todo en la Masonería se refiere a Dios, entraña a Dios, habla de Dios y señala y conduce a Dios. Todo grado, todo símbolo, toda promesa, todo ritual, todo deber halla su significado y deriva su belleza de Dios, del Gran Arquitecto en cuyo templo todos los masones son obreros. Toda Logia está dedicada a Dios y trabaja en Su nombre para cumplir su voluntad simbolizada en el tablero de dibujo o cuadro de la Logia (2). A ningún iniciado se le admite en la Logia sin antes confesar de hinojos su fe y confianza en Dios, cuyo amor es manantial de fraternidad. El símbolo mayor de la Masonería el Triángulo equilátero, es el más antiguo emblema de Dios en la historia y fe del hombre. Bajo la bóveda del firmamento de Dios, en el mundo donde el hombre trabaja, la Masonería actúa por la gloria de Dios.

Sobre el Altar de cada Logia, ante el cual promete el masón, está la Biblia abierta, el Libro de la Voluntad de Dios, que revela la pureza y santidad de vida. Los autores bíblicos fueron videntes que contemplaban a Dios en la Naturaleza, en el curso de la historia y en los anhelos del humano corazón. En preeminente y peculiar concepto no es la Biblia un libro que trata de Dios, sino el Libro de Dios. Aun en sus áridas crónicas se manifiesta la presencia de Dios, como David oyó que se movía en el susurro de las hojas del moral. En los Salmos, en las Profecías, en los Evangelios, en las Epístolas y en el Apocalipsis, Dios es la única Realidad, el Compañero de las peregrinantes generaciones, la atmósfera de la vida del hombre y su eterna esperanza.

Verdaderamente está Dios en la fe, ideales y actuación de la Masonería, que sin El no tuviera significado ni misión ni ministerio entre los hombres. Porque cuando la fe en Dios se desvanece, se derrumba “la casa no hecha con manos”, eterna en los cielos.

También entonces se desnaturaliza la plegaria del fiel masón por la paciente perseverancia en el bien obrar y para ser “piedra viva en la casa espiritual” levantada a la gloria de Dios. Dice un insigne masón: “Doy mi último testimonio de que Dios mueve el gran rito de la Masonería” (3).

 

II

No hay necesidad de aducir argumentos en prueba de la existencia de Dios, porque ni es posible ni necesaria prueba alguna. La fe no se adquiere y mucho menos se mantiene con discusiones y debates. No hay prueba basada en la razón por la que podamos creer fundamentalmente, pues los hombres no creen en Dios porque hayan demostrado su existencia sino porque no pueden menos de creer en El. La creencia en Dios no es fruto de la lógica sino de la experiencia de la vida. La razón tiene por objeto esclarecer, justificar e interpretar la verdad enseñada por la vida. La Biblia no arguye. Abre las ventanas y deja que penetre la luz.

Cada época ha aducido sus argumentos en pro de la existencia de Dios; pero los argumentos de una época resultan fútiles e inadecuados para la siguiente, como vanos fantasmas de un tiempo lejano. Los argumentos fenecen y la fe subsiste. Los cuatro argumentos históricos pueden todavía mantener su poderío, pero no bastan para demostrar la existencia de Dios, sino que tan sólo prueban que debe existir. Como dijo Voltaire: “Si no existiera Dios habría que inventarlo”, porque es necesario para la sana operación de la mente del hombre. Mientras el hombre se pregunte: ¿Quién soy?. ¿Por qué existo?. ¿De dónde vine?. ¿Adónde voy?, la única respuesta es Dios, y a medida que la mente humana se dilata y su pensamiento se fija más hondamente en los intersticios de la realidad, su visión es más clara y su fe más firme. El horizonte se ensancha, la vista se agudiza y se acrecienta la admiración de Dios (4).

A veces la verdad resplandece por efecto del error, como la noche descubre las estrellas ocultas durante el día. Razón tuvo Emerson al decir: “Doquiera haya un hombre virtuoso, habrá otro y habrá muchos”. Pero sin Dios, la vida de un hombre virtuoso es un misterio cuando no una tragedia. Es una flor exótica que medra en los aires sin semilla ni raíz. Nada la sugiere, nada la sustenta, nada cumple su promesa. Por la misma razón no es el hombre vicioso, sino el virtuoso el que más profundamente se desconsuela cuando se oscurece la visión de Dios. No hay dolor más intenso que el de la pérdida del sentido de la realidad de Dios, sobre todo si el hombre es refinadamente sensitivo, según comprueban las palabras de Nietzsche al lamentarse de la pérdida de su derecho a orar; palabras que resuenan como la obertura de una gran sinfonía de desesperación y nos hielan como una ráfaga procedente del vacío.

“Nunca más rezarás, nunca más adorarás, nunca más reposarás en ilimitada confianza. Renuncias al privilegio de permanecer ante la suprema sabiduría, la infinita misericordia, y desguarneciendo tus pensamientos, no tienes un constante amigo y vigilante en tu soledad. Ya no hay para ti redentor ni promesa de más alta vida ni razón en los sucesos ni amor en lo que te suceda. Tu corazón ya no tiene lugar de descanso en donde halle sin necesidad de buscar. ¿Negarás todo esto?. ¿De dónde sacarás la fuerza?” (VIDA Y CARTAS DE NIETZSCHEpor su hermana).

Horrenda soledad cubre como una mortaja al hombre que pierde la fe en Dios y no es extraño que enloquezca. Tal es la fatalidad del pensamiento. Hay quienes parecen y otros que quieren ser ateos; y sin embargo, el turbulento vuelo de su mente se ve acosado por la presencia de Dios (5).

En verdad se ha dicho que Dios nos creó para El y que estaremos inquietos y fatigados y solos hasta que en El descansemos.

Jean Paul Richter tenía razón al decir que nadie está en el mundo tan solo como el que niega a Dios (6). Con un corazón huérfano, que ha perdido al mayor de los Padres permanece afligido ante el inmensurable cadáver de la naturaleza, que ya no está animado ni sostenido por el Espíritu del universo sino tendido en su sepulcro.

Difícil es mantener la fe en Dios en algunas circunstancias, pero más difícil por lo desesperado es perderla. La negación de Dios es prueba de la cordura de la fe.

 

III

No hay cuento de hadas tan fascinador como la historia del pensamiento de Dios en la mente del hombre. La base de la fe en Dios es la vida con sus dolores y peligros, sus alegrías y tristezas, sus tronchadas bellezas, sus fugaces amistades y sus prolongadas ausencias; una vida tan breve por larga que sea y quebrantada en su mejor etapa. Más antigua que todos los argumentos es una fe más profunda que todos los dogmas, tan antigua como el hogar y la familia, tan extrema como la infancia y la vejez, tan intensa como el amor y la muerte.

Los hombres vivían y morían con la fe en Dios siglos antes de que naciera la filosofía, mucho antes de que la lógica hubiese aprendido sus letras. Podemos oír a los poetas védicos y a los salmistas penitenciales alabar a Dios allende las Pirámides. Hace cinco mil años, un gran rey de Egipto escribió acerca de la unidad y la pureza de Dios, celebrando la belleza del mundo.

Permitidme trazar tan vividamente como me sea posible la larga y lenta ascensión de la fe en el corazón del hombre: primeramente hubo un avance de la nada a algo; el tránsito de una errabunda conciencia de sí mismo y del mundo, al sentimiento de una Entidad.

Apenas podemos darnos cuenta de las primeras meditaciones del hombre cuando pensó hallar un trono en su cerebro, al transmutarse en fe el temor, en politeísmo el animismo, y reconociendo su parentesco con el mundo, adoró a los espíritus en las piedras, en los árboles y en las aguas.

La obra de Frazier: LA RAMA DORADA, nos muestra al hombre tan anhelante de Dios que lo halla caminando a tientas por una selva obscura, sin otro norte que una vacilante luz.

Es una enciclopedia de supersticiones, pero retrata el nacimiento y la infancia de la fe, su tránsito de la magia al misticismo, del politeísmo al panteísmo. Es un lejano clamor desde los primitivos mitos poéticos a la poesía de Wordsworth; una dulce voz que canta entre los lagos ingleses (7); pero tanto el mito como la poesía reconocieron en diverso grado “Algo” profundamente entrefundido que mora en la luz de los ponientes soles, en las aguas oceánicas, en el vivido aire, en el azul firmamento y en la mente del hombre.

Posteriormente dio la fe un largo aunque lento paso adelante en su tránsito de Algo  Alguien;  de los muchos dioses a un solo Dios que está en todo, sobre todo y a través de todo; de la personificación a la Personalidad. En la Biblioteca Pública de Boston hay una pintura que nos muestra la aurora de un más noble concepto de Dios tras la oscura noche del culto a los animales, como un orto solar en la Naturaleza, en que surge la verdad y se desvanecen las sombras. Durante siglos los antiguos dioses, las divinidades menores, dominaron en lugares y en cosas; pero cada vez iba aumentando el sentimiento de un Dios superior a todas las diversas divinidades, un desconocido y pavoroso Dios que el hombre no sabía si era bueno o malo. En ninguna de las primitivas religiones, excepto en la parsi,

encontramos al Demonio o Genio del Mal, pues alguna divinidad menor cumple esta función. En nuestros mismos días, un hombre como Wells, en su obra: GOD, THE INVISIBLE KING,ve sobre nuestra conturbada vida mortal un “Velado Ser” de carácter y propósitos desconocidos; y aunque Wells se figura haber expuesto con ello una nueva idea, es antiquísima, y así dijo un cacique samoaán a un misionero: “Sabemos que por la noche alguien anda entre los árboles, pero nunca hablamos de ello”.

Llegó un día que la fe pasó de creer en Alguien, en una Entidad, a creer que este Alguien, esta Entidad era un Ser Divino; pasó la fe de una Potestad unificadora a un santificante Imperio Moral. De este revolucionario concepto somos deudores al genio hebreo que osó identificar la estupenda Potestad celeste con la interna ley moral, fijando así una época en la historia de la fe. Este nuevo concepto de Dios ha inmortalizado al pueblo hebreo y distinguió su antiguo santuario sobre el monte Moria como el más alto templo erigido por el hombre, porque estaba dedicado a la unidad, justicia y espiritualidad de Dios.

Con la sola excepción del teísmo hinduista, todos los actuales teísmos del mundo derivan de la fe hebrea que abolió los antiguos politeísmos y panteísmos, hizo del mundo un lugar ordenado en vez del campo de juego de un tenebroso hado y una alborotada casualidad y aseguró las valiosas posesiones de la humanidad. Por esta razón, el Templo de la fe hebrea llegó a ser en Masonería el símbolo de un edificio moral que alberga cuanto de sagrado hay en la vida humana.

Precisamente porque concebimos un Dios justo que exige justicia de los hombres, no podemos darnos cuenta del horror que acosó al corazón humano hasta que advirtió y estuvo seguro de la bondad de Dios.

Desde un principio reconoció el hombre que en todo momento depende de una Potestad superior, a la que dio los diversos nombres de Hado, Fuerza, Destino, Dios. Pero la clave del problema no se refiere a la existencia de tal Potestad superior, sino a la naturaleza y carácter del Ser en cuya poderosa mano estamos, porque nuestro concepto de Dios determina el que forjamos respecto de nosotros mismos, del prójimo, del mundo, de la vida, de deber y del destino. Así no es extraño que el concepto de un Dios moral eterno e inmutablemente puro, verdadero y bueno, consuele los ánimos nobles, actualice las delicadísimas facultades del alma e inspirara la magnificente poesía eminentemente religiosa de los salmos y profecías.

Con segura y clara intuición, la Masonería exploró la complicada cantera del pensamiento y la fe del hombre y halló una valiosa piedra hasta entonces rechazada por los constructores y la aprovechó como piedra angular. Era la verdad de un Dios justo que exige del hombre que obre en justicia, que ame con misericordia y camine humildemente con lo Eterno. Con visión igualmente clara nuestros padres abrieron sobre el Altar la Santa Biblia, el código moral de la humanidad, e hicieron de ella el centro de la Logia y la magistral luz de nuestra visión. Cuando a su alrededor nos congregamos, cada uno de nosotros experimenta una profunda conmoción que le incitará a vivir bajo el hechizo de tal Libro y de sus enseñanzas; y cuando lo vemos en el Altar de la Logia comprendemos que no es la débil llama de una bujía, sino la luz de Dios que refulge a través de nuestros mortales días.

 

IV

Pero el gran día festivo llegó cuando la humana fe alzóse con divina intrepidez del concepto de Dios como Ser divino  al de como Padre nuestro  manteniendo todo lo hasta entonces ganado y elevándolo al supremo nivel. Si el monoteísmo hebreo moralizó la vida, la fe cristiana la humanizó. Indicios y vislumbres de esta omnitransfiguradora visión habían columbrado los videntes desde las cumbres de sus himnos y profecías. “Como un padre se compadece de sus hijos, así se compadece el Señor”, había dicho el Salmista. “Como niño a quien su madre consuela, así os consolará Dios”, dijo el más insigne profeta de la antigüedad. Los antiguos videntes reconocieron que el hombre vive en Dios, que es “nuestra morada en todas las generaciones”, como casa solariega de una familia cuyos individuos van naciendo y muriendo, pero que siempre vive en ella quien mantiene sus tradiciones.

La idea de Dios renació en la vida de Jesús, apacentada por el amor, el gozo y la admiración y reveladora de la sempiterna verdad por medio de lo que hay de verdadero y sempiterno en el corazón humano.

Jesús reveló el espíritu y la naturaleza de Dios por medio de lo más profundo, sublime y santo que hay en el hombre. Las enseñanzas de Jesús en parábolas, en sermones y conversaciones de incomparable elocuencia sorprenden por lo sencillas, por su brillante colorido y calurosa simpatía. Así dice: “Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más nuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le piden?”. Muy extraño es que el hombre se resista a creer que Dios es tan bueno como el hombre; y sin embargo, esto es lo que Jesús nos exhorta a pensar y creer, y resumió el evangelio del amor divino en la parábola del hijo pródigo que debería denominarse la parábola de Dios Padre.

El héroe de esta parábola no es el hijo que se marcha de la casa paterna, disipa su hacienda en orgías y vuelve hambriento, andrajoso y arrepentido a casa de su padre.

Tampoco es héroe de la parábola el hijo que permanece sumiso, egoísta e indiferente en la casa paterna. El héroe de la parábola es el anciano padre, transido de pena, rebosante de amor, que todo lo sufre y todo lo perdona y espera ansioso la vuelta del hijo perdido, a quien recela muerto, pero todavía aguarda como el amor espera junto a una tumba, y que al fin reconoce sus pasos a lo lejos, corre a su encuentro, interrumpe con un beso la confesión de la culpa y todo lo olvida menos argüir con su hijo mayor para inducirle a ser fraternal e indulgente, diciéndole: “Mi hijo estaba muerto y vive; se había perdido y lo he hallado”.

Esta parábola revela un amor que transciende al tiempo, que nunca se cansa, que entraña al secreto de desconocidas redenciones. Ni el tiempo lo limita ni la muerte lo consume. Nada ni excelso ni profundo es capaz de vencerlo.

No hemos comenzado a imaginar y mucho menos a reconocer el alcance y magnitud del significado de esta revelación. Tres etapas abarcan su desenvolvimiento en la vida del hombre. La primera es cuando tiene conciencia de su propia personalidad separada de las demás y moralmente responsable de sus acciones. La segunda es cuando reconoce en Dios el Ser con quien se ha de relacionar en las vicisitudes de la vida. Lo conceptúa entonces como una Potestad o como una Persona residente en el cielo, venerable, grave, unas veces amoroso, otras severo y siempre vigilante. La tercera cuando enseñado por el personal sentimiento de paternidad pasa súbita o lentamente de la idea de Dios como una Potestad gobernante, al concepto de Dios como Padre. Entonces nace el hombre espiritual-mente.

Feliz quien aprenda esta verdad, no como bella teoría, sino como el significado de la vida. Alcanzará la liberación (8).

1º. ESTA FE NOS DARÁ A CONOCER EL SIGNIFICADO DE LA VIDA Y LA FILOSOFÍA DE LA HISTORIA. Como dijo Tolstoi, lo más terrible para el hombre no es temer la muerte, pues ningún hombre valeroso la teme, sino el temor de que la vida carezca de finalidad. Si Dios es nuestro Padre, no han de consumirse fútilmente las horas de nuestros días, sino que la vida ha de tener un noble y valioso significado, y la marcha secular de la humanidad no es un ciego caminar a tientas y sin guía.

En el transcurso de los siglos mueve al hombre un “creciente propósito, invisible e imponderable respecto de los sucesos inmediatos, pero que se manifiesta claro en la lejanía del tiempo, y es el que conduce a la humanidad a su divinal destino.

2º. LA FE EN DIOS PADRE INFLUYE EN NUESTRA INTERPRETACIÓN DE LAS VICISITUDES DE LA VIDA. La tristeza, el mal, el pecado, todas las tragedias de la vida, la juventud tronchada en capullo, la virilidad frustrada en sus comienzos, la copa de la muerte continuamente enlabios del amor y las mortales angustias que pronto o tarde todos hemos de sufrir, puedensoportarse si tenemos la seguridad de que alguna razón ha de haber para ello y que no sonantojos de la casualidad ni caprichos de la suerte. Mucho es capaz de sufrir el hombre auncon quebrantado corazón si sabe que la Eterna Bondad gobierna todas las cosas y noestamos a merced de una fuerza ciega.

3º. LA CONFIANZA EN DIOS DETERMINA NUESTRA ESTIMACIÓN DE LOS VALORES MORALES. La vida, el carácter, el honor, la virtud, el servicio, la fidelidad, el sacrificio, todas las altas y heroicas cualidades cobran nuevo esplendor y valía a la luz de la magistral verdad de la Paternidad de Dios. La disciplina de la vida no menos que su oportunidad halla reinterpretación en esta fe. La oración es tan natural como el canto del ave (9). El amor se torna profeta, vaticina un radiante porvenir y triunfa la esperanza. La vida no espanta ni la muerte aterra si estamos convencidos que en todo, sobre todo y bajo todo está el amor del Padre que nos conoce y nos cuida; un amor, como dice Dante, idéntico “al amor que mueve el sol y las estrellas”.

Tal es en empañado bosquejo, la historia de la fe en Dios en la vida del hombre que de ínfimos, vacilantes y sombríos pensamientos se alza hasta la más alta y excelsa verdad que puede conocer en este mundo y es todo cuanto necesita saber. El reconocimiento de Dios como nuestro Padre, y el convencimiento de que aunque en Su mano sostiene los mundos, nuestra inquieta, anhelosa e interrogante alma es imagen Suya y es muy valiosa a sus ojos. En esto consiste la vida.

Muchas cosas hay en la naturaleza que nos espantan y amedrentan, y muchas en la historia que nos estremecen de horror; pero cuando conocemos que el corazón del “velado Padre de los hombres” es insondable, se renueva el mundo, y la naturaleza es una música que no siempre entona un himno bélico, sino que su canto abarca todas las cosas, el grito de triunfo y el gemido de derrota, el escarceo del arroyo sobre los guijarros, el murmullo de los árboles, la risa de los niños y el trueno de las montañas.

 

V

Aunque todas las enseñanzas de la Masonería entrañan la idea de la Paternidad de Dios, su ritual no afirma concretamente esta verdad y mucho menos la exige como prueba de masonismo. No es un olvido, sino una muestra de profunda sabiduría, a la que todos deben estar agradecidos si saben lo que entraña (10). Si la Masonería hiciese de la fe en la paternidad de Dios una condición indispensable para ser masón, excluiría o no admitiría en su seno a muchos hombres de noble carácter, incapaces de alcanzar dicha fe, aunque la necesitan y tratan de adquirirla entre las dificultades de la vida.

Por la práctica de la fraternidad pueden los hombres reconocer a Dios como Padre, y la misión de la Masonería es conducirlos a su reconocimiento.

En nada es la Masonería tan sabia como en su actitud respecto de las delicadas y profundas cosas del alma, como la confianza en Dios, el concepto que de El tiene y sus relaciones con El. La Masonería no establece dogma alguno respecto de Dios, y rara vez emplea Su nombre, pues casi siempre usa la augusta frase: el Gran Arquitecto del Universo, frase semejante a un cáliz en que cada masón puede derramar la verdad que haya adquirido y la belleza que haya sido capaz de contemplar, dejando a sus hermanos la misma libertad.

La vida del hombre con Dios es una cosa tan interna, tan íntima, tan completamente individual, que violentar su secreto y profanar su santidad sería un sacrilegio si no una blasfemia. Es ciertamente mucha verdad que un hombre no puede aprender por otro y nadie es capaz de conocer por sí mismo; y la Masonería ofrece una solidaridad en la que los masones pueden aprender juntos la verdad que les hace hombres.

Si la Iglesia se hubiese portado con sabiduría, evitaría las agitaciones que menoscaban su influencia; argumentar coléricamente sobre Dios, no es religión, sino irreligión.

Mejor conducta es la de la Masonería que guarda silencio en presencia de una Realidad tan magna, que ante ella todos los hombres se unen en la misma pequeñez, como debieran unirse en su fe y caridad. La Masonería no conduce al masón despóticamente sino con cariñoso amor, confiándole una verdad que es respecto de la fe lo que la belleza en cuanto al arte y la melodía con relación a la música (11).

 

NOTAS AL CAPÍTULO III

(1) Aunque la Masonería nunca ha definido el concepto que los masones han de tener de Dios, pues deja tan inefable materia al criterio de cada cual, conviene decir que la Masonería ha sido siempre predominantemente teísta y contraria a un confuso deísmo y un vago panteísmo, sin contar con las deleznables teorías y áridas abstracciones que en la mente moderna intentan dudar de la existencia de Dios. Entendemos por teísmo la fe en que la suprema Causa del universo a que los hombres llaman Dios es una inteligente voluntad que va desenvolviendo un plan moral en cuyo transcurso influye consciente y benéficamente en los hombres y de quien pueden los hombres impetrar auxilio en sus propósitos y necesidades. La Masonería no se satisface con el concepto de una Entidad lógico-matemática ni con el Impulso Vital a que alude Bergson ni con los valores subsistenciales a que se refiere Spaulding en THE NEW RATIONALISM, sino que cree en un Dios de moral amor, bondadoso, misericordioso, respondiente a los clamores del hombre y que revela Su voluntad en favor de la vida y el trabajo del hombre. La fe expuesta por

Oliver en su THEOCRATIC PHILOSOPHY OF FREEMASONRY es todavía válida, aunque podemos interpretarla en diferentes términos según la mentalidad hoy dominante en el mundo.

(2) En algunas jurisdicciones masónicas la Logia está dedicada a Dios y a los Santos Juanes, como patronos de la Masonería, aunque no se sabe porqué no están las Logias dedicadas a Santo Tomás, el patrón de la arquitectura. Sin embargo, los Santos Juanes encarnan el genio de la Masonería. El Bautista por ser el profeta de la justicia., increpador de reyes, mártir de la pureza; y el Evangelista, el discípulo amado, por ser el heraldo del amor. Además, están los cuatro Mártires Coronados, justamente santificados en nuestra historia y leyenda, porque los santos son respecto de la religión lo que los poetas en literatura.

(3) A. E. Waite MASONERÍA SIMBÓLICA. En su obra STUDIES IN MYSTICISM dice que los compiladores del moderno ritual de la Masonería simbólica, Anderson y Preston (a quienes sir Alfred Robbins llamó respectivamente el “diligente párroco” y el “batallador tipógrafo”) no sabían por la mayor parte lo que estaban haciendo, sino que escribían como guiados por aquel ciego y no obstante infalible instinto que capacitó a los sandios eruditos de pasadas épocas para ver a través de sus invertidos y mellados cristales algo de lo que realmente es la Masonería, de suerte que entre muchas patrañas y vanas invenciones proporcionaron sin darse cuenta la llave maestra del Santuario.

(4) Recientemente he tenido el honor de publicar unos comentarios referentes al actual concepto de Dios, con el título de MY IDEA OF GOD al cual han contribuido pensadores de todas las escuelas espiritualistas. Otros libros sobre el mismo tema son: THE EXPERIENCE OF GOD IN MODERN LIFE, por Eugene Lyman: THE MEANING OF GOD IN HUMAN EXPERIENCE, por W. E. Hocking: MORAL VALUES AND THE IDEA OF GOD, por W. R. Sorley; y THE IDEA OF GOD, por Pringle-Patterson. Son valiosos volúmenes en los cuales vemos que nuestro concepto de Dios es la suma de varias emociones, intuiciones, dudas y afirmaciones que nos conducen si no a la comprensión de Dios, al menos a la seguridad de su existencia.

 (5) A muchos se les ha llamado ateos, y ellos mismos se figuraban serlo, cuando en rigor se contraían a negar alguna grosera e indigna idea de Dios. Así condenaron a Sócrates por ateo porque negaba a los dioses de la mitología griega, y los primitivos cristianos eran tildados de ateos por la misma razón. Otros se creen ateos o al menos agnósticos porque no pueden demostrar la existencia de Dios como se demuestra una operación matemáticamente. Dice el doctor L. P. Jacks: “Dios es Dios precisamente porque no es posible dar una prueba que exponga su existencia más allá de toda cavilación, y porque a Sí mismo se confirma contra todas las negaciones y contradicciones, de las que El mismo es el autor”. En GUERRA Y PAZ, pone Tolstoy en boca de un viejo masón esta pregunta dirigida al Conde: “¿A quién niegas tú?”. Pero la absoluta negación, como en el caso de Nietzsche, es insania que acaba en ofuscación, y así murió en un manicomio. Semejante negación puede ser pasajera, como vemos en la vida de George John Romaine, que perdió la fe en Dios, pero la recobró según nos dice en un bellísimo y conmovedor pasaje de su obra THOUGHTS ON RELIGIÓN.

(6) Nadie ha visto la vida sin Dios con tan terrible intensidad como Dostoievski, el eminente novelista ruso y una de las más profundas mentalidades de nuestro tiempo. En sus novelas encontramos más terror, crueldad y sufrimiento que en toda la literatura de los siglos precedentes. Estaba dotado de tan penetrante intuición que parecía ver más allá de la vida con insoportable visión. Era en verdad, según decía, un hombre atormentado por Dios y atraído hacia Dios por la mágica fuerza de los hechos en sí mismo y en la vida. Los jóvenes del día que se jactan de ateos y se figuran que es de buen tono serlo, deben leer las novelas del eminente ruso y darse cuenta de que la vida sin Dios es a modo de una eternidad gris, de soles que se enfrían, de voces afónicas que atraviesan un helado universo. (DOSTOEWSKY, A CRITICAL STUDY, por J. Middleton Murry).

(7) Alude el autor a los poetas ingleses Southey, Coleridge y Wordsworth, llamados los poetas de los lagos, porque vivieron a orillas de uno de los lagos de Cumberland, en Inglaterra. (N. del T.).

(8) Un viejo indio piel roja le decía a Egerton Young: “Tú hablas de nuestro Padre, y esto es muy nuevo y muy grato para nosotros, pues nunca habíamos creído que el Gran Espíritu fuese nuestro Padre. Le oíamos en el trueno, o le veíamos en el relámpago y nos amedrentábamos. Así es que cuando nos dices que el Gran Espíritu es nuestro Padre nos parece muy hermoso. ¿Es también tu Padre?”. “Lo es también”, exclamó Young, sin saber decir otra cosa. Pero el indio replicó: “Entonces, ¿también es el Padre de un viejo indio?”.

“Desde luego que sí” - repuso Young. El piel roja repuso: “Pues así somos hermanos. Me parece que tú, mi blanco hermano, viniste con este gran libro a contar esta historia a tus hermanos de los bosques”. (BY CANOE AND DOG-TRAIN, por Egerton Young).

(9) En Masonería se nos enseña que nadie debe emprender una tarea importante sin impetrar la guía y el auxilio de Dios. No es una exhortación superficial. La oración es a la par un misterio y una necesidad. Nadie sabe cómo recibe respuesta una oración, pero conoce que la ha recibido por la fuerza interna que le sostiene. Dice Meredith: “El que después de orar mejora de conducta, denota que ha sido escuchada su oración”. Y añade en otro lugar: “Tiene de bueno la oración que nos mueve a confiar descansadamente en lo desconocido, nos hace flexibles a las vicisitudes y nos predispone a la vida. Quien tenga en sí la fuente de la oración no se quejará de la suerte. La oración es el reconocimiento de la ley, el fortalecedor ejercicio del alma, el hilo de unión con las divinas leyes. Al poner el alma en oración se recibe el influjo de la verdad externa y nos identificamos con los creadores elementos que nos alientan”. (BEAUCHAMP'S CAREER, cap. 29).

(10) Hay algo que pudiera llamarse “la blasfema familiaridad con Dios” según dice Mattew Arnold refiriéndose a los que hablan de El como si fuese un hombre de carne y hueso. En la Masonería se experimenta un exquisito sentimiento de reverencia, porque rara vez emplea el nombre de Dios, y esta prudente conducta está corroborada por la religión hebrea, según atestiguan las siguientes palabras del rabino Enelow: “Cuando vuestra mente afirme la existencia de Dios no permitáis que vuestra imaginación lo conciba en forma limitada y. material. La mente tan sólo debe reconocer la necesidad de la existencia de Dios y no pasar adelante. Se ha de trazar a la mente un límite que no debe trasponer. Ha de afirmar la existencia de Dios sin que intente comprenderle. Corred hacia la afirmación de Su existencia, y entonces retroceded para no formar de El una limitada imagen. Como leemos en el LIBRO DE LA CREACIÓN, del antiguo misticismo judío: “Si tu corazón se revela, vuelve atrás”. (MY IDEA OF GOD, por Joseph Fort Newton).

(11) La Biblia es muy explícita en este punto, pues nos enseña que quien dice que ama a Dios y odia a su hermano es mentiroso (primera epístola de San Juan, cap. 4, vers. 20). Por el amor fraternal reconocemos la paternidad de Dios. Como dijo Goethe en una memorable sentencia: “Dios no puede expresarse con palabras. Se le hade manifestar con obras”. Es decir, que no se ha de discutir ni argumentar respecto de Dios, sino demostrar nuestra fe en El por medio de una conducta de amor fraternal, de justicia y servicio. La finalidad de la Logia, como la de la Iglesia, es elevar la conciencia humana hasta la pureza de corazón en que Dios se manifiesta realmente, puesto que según dijo Cristo “los puros de corazón verán a Dios”. Recordemos a este punto las notables palabras de Coventry Patmore: “La obra de la Iglesia en el mundo no es tanto enseñar los misterios de la vida, como conducir el alma a aquel arduo grado de pureza señalado por el mismo Dios. La obra déla Iglesia termina donde comienza el conocimiento de Dios”. (THE ROD, THE ROOT AND THE FLOWER).

Esto equivale a decir que la ciencia de la iniciación es un real y no meramente ceremonial sentido, es un método de disciplina y cultura que nos capacita para recibir la suprema verdad de la maestría. Lo que esto significa experimentalmente, expuesto en alegorías, se halla descrito con incomparable y vivida belleza en el tercer capítulo de THE MASONIC INITIATION, de W. L. Wilmshurst, un autor cuyas páginas exhalan la fragancia del significado espiritual de la Masonería.

 

CAPÍTULO IV

EL LIBRO DE LA SANTA LEY

I

Así como la fe en Dios es la piedra angular de la Masonería, así también el Libro que nos enseña la suprema verdad sobre Dios es la Carta Magna de nuestra Orden, la Lámpara de su Altar. Nuestro Libro de la Santa Ley es la Gran Luz de la Logia, el centro de su vida y la fuente de sus enseñanzas. La Biblia se abre al abrir los trabajos de la Logia y se cierra cuando se cierra la Logia. Ningún trabajo es legal y ninguna iniciación es válida sin la divina guía de la Biblia. Así el Libro de la Fe gobierna a la Masonería simbólica en sus trabajos como el sol rige al día, y hace de su trabajo un culto y de su Logia un templo (1).

Ninguno de nosotros ha de olvidar que entre las primeras cosas que vimos al recibir la luz en la Masonería fue la Santa Biblia abierta sobre el Altar, y encima de ella la escuadra y el compás. Desde el Altar difunde la Biblia por Oriente, Mediodía y Occidente la luz de la verdad espiritual, de la ley moral y de la esperanza en la inmortalidad.

Escucharemos palabras de la Biblia al entrar en la Logia de cada grado y su luz añadirá esplendor a todos los útiles y símbolos masónicos. Sobre la Biblia contraemos nuestras obligaciones de masón, sellamos nuestras promesas con un sencillo acto de afecto y se nos exhorta a hacer del antiguo y familiar Libro la regla de nuestra fe y nuestra guía en la práctica del amor fraternal, de la beneficencia y de la fidelidad.

A cada paso de nuestro adelanto se nos recuerda que la Biblia es el más sabio instructor y el mejor amigo del hombre cuyos pies dirige, si él quiere seguir, al Templo de la Virtud donde únicamente podremos hallar la liberación y la paz.

Defender, conservar y obedecer la Biblia es el primer deber de todo masón, desde el más alto dignatario hasta el más humilde obrero. Aunque corporativamente la Masonería declara que no tiene por dogma la infalibilidad de la Biblia, en la práctica adopta el espíritu de la antigua expresión anglosajona INFALLHEIN,que en la primitiva lengua inglesa significa PERPETUO. No se necesita argumento que así lo pruebe, porque los hechos lo comprueban.

Siglos de experiencia atestiguan la fortaleza y sabiduría de la Biblia como el Libro de la Voluntad de Dios en la vida del hombre, y transciendan a cuantas enseñanzas se han trazado para defenderla.

La Masonería mantiene una verdad cuya luz la guía para edificar su templo de acuerdo con el orden moral del mundo y las necesidades y esperanzas del hombre, y su fe, su filosofía y su fraternidad descansan en la revelación de la verdad espiritual. Porque por mucho que difieran los hombres en creencias, los más sabios de cada credo reconocen que en la Biblia se hallan las verdades de fe y las leyes morales en que fundan un carácter integérrimo y un estable orden social.

Como quiera que el propósito de la Masonería es conducir a los hombres a la rectitud de conducta, abre la Biblia sobre su Altar y exhorta a todos los masones a que la estudien diligentemente y fieles la obedezcan para que aprendan cual es-el deber del hombre en este mundo y su esperanza en la vida del más allá.

También obra muy sabiamente la Masonería en no aceptar ningún dogma, aparte de las fundamentales verdades de la fe en Dios, del cumplimiento de ley moral, del deber de fraternidad y de la esperanza de una vida allende las sombras de la muerte (2). Tampoco permite la Masonería discusiones en sus Logias sobre temas sectarios “que no redundan ni redundarán nunca en bien de la Logia”, según dice la antigua Constitución. Por el contrario, la Masonería alienta a cada miembro a que se mantenga firme en la religión preferida, en la que encuentre auxilio para hoy y esperanza para mañana, con tal que reconozca el mismo derecho en sus hermanos. Como madre prudente, nos conduce de la mano al Altar y nos enseña la abierta Biblia, instándonos a ser fieles a la luz que en ella hallaremos y tal como la hallemos.

 

II

Conviene referir brevemente la historia de la Biblia en la vida de la Masonería para saber cómo el Santo Libro tuvo en la Logia el preeminente lugar que ocupa. Según dijimos, en la Edad Media fue la Masonería una orden cristiana que actuaba en servicios de la Iglesia romana, como así lo comprueban los más antiguos documentos existentes, entre ellos el Poema Regio. Como otros gremios medievales, nuestra antigua Confraternidad tenía sus peculiares santos patronos y observaba las festividades religiosas en que oraban los hermanos ante altares alumbrados con cirios.

Seguramente había dentro y fuera de la Iglesia romana diversas escuelas culturales dedicadas al ocultismo, misticismo y varias clases de simbolismo que pudieron influir algún tanto en la Masonería; pero el conjunto era fiel a la única Iglesia entonces existentes, y fiel permaneció mientras la construcción de las catedrales.

Recordemos que en la Iglesia romana de aquel tiempo, como en la de hoy, la Biblia era la suprema autoridad y fuente de luz en materia de dogma y moral. La Iglesia romana y no la Biblia era el supremo Tribunal de apelación, según demuestran los documentos masónicos, pues aunque los antiguos manuscritos de la Orden mencionan la Biblia, y tenían en la Logia puesto de honor como el Libro sobre el cual prestaba juramento el masón, en ninguna parte se dice que fuese la Gran Luz de la Logia. Por ejemplo, en el manuscrito Harleiano, del año 1600, el juramento del masón termina diciendo: “Así me ayude Dios y el santo texto de este libro”. En un antiguo ritual existente en la Real Biblioteca de Berlín, cuya copia publicó Krause, no se mencionaba la Biblia como una de las luces de la Logia.

Tan pronto como el estupendo solevantamiento de la Reforma estremeció al mundo religioso, mudóse el centro de gravedad, y en los países que aceptaron la Reforma, el cetro de la autoridad religiosa pasó de la Iglesia a la Biblia, según comprueba la historia de la Masonería. De la propia suerte que en la Iglesia protestante, fue en la Logia suprema autoridad la Biblia, y su tardía elevación, análoga a la de la escuadra en nuestro ritual, dio un fundamento de fe a la Masonería, colorido a sus ritos y consagración a sus trabajos.

Entre documentos tan escasos e incompletos no podemos señalar las varias influencias cuyo resultado fue la revolucionaria reviviscencia que transformó a la Masonería en 1717, y algunos de nosotros daríamos cuanto pudiéramos por conocer la historia exacta de aquel período, especialmente en su aspecto religioso.

Aunque la Constitución de 1723 no menciona la Biblia ni aun en el título: “Dios y Religión”, salvo en las notas puestas al pie por Anderson, sabemos que la Biblia figuraba en las Logias y estaba tan seguramente entronizada y su existencia y autoridad tan presupuestas, que no era necesario mencionarla. Sin embargo, hasta los rituales de 1790 no encontramos la Biblia descrita como una de las Grandes Luces de la Logia, y durante el gran cisma que dividió a la Masonería por más de medio siglo, el Santo Libro mantuvo su puesto de honor en el Altar de la Logia y su luz brilló más intensamente entre los rencores sectarios. Hoy es soberana, suprema, una central fuente de luz, un foco de fraternidad, y su poderío ha ido aumentando hasta llegar a ser símbolo de la siempre creciente revelación de Dios en la vida de la humanidad: una columna de nube de día y de fuego por la noche.

 

III

Así es que todo masón, de cualquier rito, debe saber cuándo y cómo la Santa Biblia ocupó su trono en la Logia, y porqué está abierta sobre el Altar. Además, y esto no es menos importante, tales hechos nos ayudan a comprender la actitud de la Masonería respecto de la Biblia, y el uso que de ella hace. En nada es nuestra Orden más singular, más estratégica que en su sabio y feliz arte de unir a los hombres en honor y amor de la Biblia.

Porque como todo el mundo sabe muy bien, ha habido más controversias sobre la Biblia que sobre cualquier otro libro, tomándola por tema de división y debate en el que gentes honradas se apedrean con amargas frases y se infaman unos a otros como enemigos de Dios. ¿Cómo, pues, toma la Masonería el Santo Libro y hace de él “el centro de unión y el medio de conciliar la verdadera fraternidad” según enseña la antigua Constitución?.

La respuesta está en que la Masonería conoce cierto secreto, casi demasiado sencillo para descubrirlo, por medio del cual evita el sectarismo y la intolerancia, porque infunde en el alma humana la luz, la fuerza, la ley moral, la visión espiritual de la Biblia y su inherente majestad y poderío, dejando que cada cual la interprete según pueda (3). Dicho de otro modo, la Masonería acepta la verdad por más santa o más sutil, y no se entretiene en tratar de hipótesis acerca de su origen. La Masonería se ocupa en realidades, no en dogmas, y así no expone hipótesis alguna sobre la inspiración de la Biblia, en lo que obra prudentemente, puesto que ninguna hipótesis iguala en valor a los hechos, ya que para suponer una adecuada teoría de la inspiración sería necesario estar inspirado, y entonces de ninguna utilidad fuera la teoría.

Si quisiéramos indagar la profundidad, la energía, el esplendor y la facundia del admirable genio de Shakespeare, y remontáramos su línea genealógica en busca del manantial originario de tan copiosa corriente no lo encontraríamos. Nadie es capaz de decir de donde fluyó la creadora magia con que se valió de una antigua y cruda leyenda de sangre y lujuria, y evocó la majestuosa y lastimera figura de Hamlet, símbolo de la humanidad con su acosadora vacilación y su anhelante perplejidad. Nadie sabe con qué secreto dio forma a la divina Desdémona cuya alma era tan blanca como la nieve, tan delicada como una flor, tan tierna como una plegaria. Nadie puede encontrar en las orillas del Avón la cuna de Miranda, la dulce hija del prodigio. El genio es un misterio. Lo alienta Dios.

Si somos incapaces de explicar el genio de Shakespeare ¿cómo sondear los profundos misterios de la Biblia cuyos pensamientos son revelaciones y hechos sus palabras?. Unos creen que Dios dictó la Biblia palabra por palabra a los que la escribieron.

Otros sostienen que Dios moraba en el corazón y guiaba la conducta de los escritores bíblicos de tal manera, que cuanto gozosos escribieron y tristes habían aprendido es una revelación para nosotros, porque nos ayuda a transmutar en alegrías nuestras tristezas. No importa la teoría que mantengamos, puesto que unos y otros admiten que Dios está en la Biblia, moviéndose en sus ritmos como el viento en las hojas del moral según lo escuchó David en otro tiempo. La Biblia es un misterio; pero sus antiguas y familiares palabras llenan la vacuidad del Tiempo en formas de verdad y belleza, y los días grises con divino valor y significado, que es todo cuanto necesitamos en esta vida mortal (4).

Pronto o tarde llegará el día en que el sencillo secreto de nuestra Orden sea la sabiduría de un mundo hoy desgarrado por coléricas disputas tan inútiles como interminables. Bástenos saber que si estamos en tinieblas respecto de Dios, la Biblia nos dice lo que es y lo que de nosotros demanda. Si nos extraviamos en el laberinto del mundo, su luz será lámpara para nuestros pies por mucho que caminemos. Si recibimos uno de aquellos rápidos y terribles golpes que de pronto desvanecen nuestros sueños y quebrantan nuestro corazón, la Biblia nos hablará con acentos de infinita simpatía. Al terminar el día, cuando se extiendan las sombras y emprendamos el camino por el oscuro sendero que conduce al más allá, la Biblia es la única luz que no se extinguirá. Seguramente es justo abrir la Biblia con reverentes manos y dejar que cada cual la lea como desee y su intuición le dicte, para concertarnos en una necesidad, una esperanza y una perdurable fraternidad.

Por esta razón, la Masonería no intenta determinada interpretación de la Biblia, pues si tal hiciera la envolvería en una interminable exégesis y exposición que confundiría a nuestra Orden con quebranto de la fraternidad.

Por mucho que los instructores religiosos difieran en sus doctrinas, se reúnen en la

Logia con mutuo respeto y buena voluntad. Ante el Altar de la Masonería aprenden los masones la tolerancia y la estimación. En el fraternal ambiente de la Logia descubren que las cosas que los unen son mayores que las que los separan. Timbre de gloria de la Masonería es enseñar la unidad en lo esencial, la libertad en los pormenores y la caridad en todas las cosas, y por esto debe prevalecer al fin su espíritu. Su propósito es unir a los hombres, desvanecer las falacias del prejuicio y de la intolerancia, de suerte que se conozcan unos a otros y trabajen juntos en la práctica del bien (5).

 

IV

Como todo en la Masonería, la Biblia, tan copiosa en simbolismos, es de por sí un símbolo, una parte tomada por el todo. Es el símbolo del libro de Verdad, del Pergamino de la Fe, del Registro de la Voluntad de Dios, como el hombre la ha aprendido en toda época y país; la perpetua revelación que de sí mismo ha hecho Dios y está haciendo a la humanidad.

Así, por el honor que la Masonería tributa a la Biblia, nos enseña a reverenciar todo Libro de Fe en que el hombre ha hallado luz, esperanza y auxilio. En una Logia de judíos, podrá colocarse en el Altar tan sólo el Antiguo Testamento, y en una Logia de musulmanes, se colocará el Corán, según lo dispuesto por la Gran Logia Madre.

Pero sea el Evangelio de los cristianos, el Libro de la Ley de los hebreos, el Corán de los musulmanes o los Vedas de los hinduistas, todos simbolizan la Voluntad de Dios revelada al hombre, y expresa cada cual la fe y la visión halladas en la fraternidad de los siervos de Dios (6).

Este espíritu de tolerancia nos ayuda a ver lo que verdaderamente es la Masonería que proclama y profetiza un espíritu de fraternidad, que nos descubre que la humanidad es una en naturaleza, en fe, en necesidades, deberes y destino y que Dios es el Padre de todos nosotros.

No en nuestros días ni quizás en mucho tiempo, pero con tanta seguridad como el sol sale y se pone, la visión de la confraternidad humana irá creciendo en términos superiores a los que ahora vislumbramos, por remotos que todavía estén. La confraternidad humana resplandece en la Biblia y vive en el corazón.

Pero aunque honramos todo Libro de Fe en que el hombre ha encontrado consuelo y guía, para nosotros la Biblia es el libro supremo, a la par el libro madre de nuestra literatura y el libro maestro de la Logia. No hay otro libro que le iguale ni siquiera que se le aproxime en profundidad, belleza, abundancia de verdades morales. Su presencia en la Logia es una prueba contra la mezquindad, contra las bajas aspiraciones e indignos ideales, y una promesa de la moral hombría que procuramos alcanzar. Su verdad está forjada en el simbolismo masónico y en las fibras de nuestro ser, con cualquier otro bien y verdad que nos dieron los tiempos pasados. Sus palabras entrañan el eco de voces hace largo tiempo enmudecidas. Santas son sus páginas, obligatorias sus leyes, y su espíritu y es el aliento de Dios.

En mi breve estudio THE GREAT LIGHT IN MASONERY, me esforcé en describir los primores literarios de la Biblia, su gracia espiritual, su majestuosa moral, su divina belleza y su humana piedad. Mis palabras balbucen y fallan por deficientes para semejante tarea.

Mucho mejor de cuanto se diga acerca de la Biblia son las palabras de la misma Biblia, tan sencillas, tan penetrantes, tan sublimes como el refulgente esplendor de su poesía y la granítica solidez de su prosa, y leyéndolas sabemos por qué aquí estamos, de dónde vinimos y a dónde vamos. Leedla, seguidla fielmente, obedecedla honradamente, confiad por completo en ella y aprended lo que la religión de un masón es capaz de hacer en justicia, de amar en misericordia y caminar humildemente con Dios.

 

NOTAS AL CAPÍTULO IV

(1) En uno de los DIÁLOGOS de Platón hay un notable pasaje que conviene recordar.

Le preguntan a Sócrates que cómo podría un hombre tener una guía respecto del magno problema de la vida en este mundo y en el más allá. Sócrates, con perfecta ingenuidad y mucha tristeza, responde que así como el que emprende un viaje consulta a quienes lo hicieron antes que él y escucha sus consejos, así hemos de afrontar la vida con el mejor conocimiento que podamos adquirir, pues en alguna parte ha de haber una palabra de Dios.

El completo significado de la Biblia es que tenemos en ella la Palabra de Dios hasta el extremo en que es posible expresarla, y tal es la fe del masón en el Libro de la Santa Ley y Amor existente en el Altar de la Logia.

(2) Un perspicaz instructor de nuestra Orden, John G. Gibson, expresó concisamente el mismo concepto al decir en su obra: CONSTRUCTORES DE HOMBRES: “La Masonería es una religión práctica con un sencillo credo”. Por esta razón podemos decir que también es una ciencia, pues trata de los hechos de la vida moral y espiritual. La fe en Dios, la ley moral y la esperanza en la vida eterna son en nuestro mundo psíquico hechos tan reales como las montañas, ríos y mares en el mundo material. Son parte de la naturaleza humana y deben reconocerse como valores humanos, cuya interpretación puede diferir según el temperamento, educación, ambiente y experiencia de cada intérprete; pero los hechos subsisten y sobré ellos construye la Masonería la unidad como un hecho, y la libertad y tolerancia como significado y aplicación. En mi obra: LOS ARQUITECTOSexpuse hace años y ahora subrayo la afirmación de que “la Masonería no va más allá de los hechos de fe. Nada tiene que ver con las especulaciones y sutilezas concernientes a dichas verdades ni con las envidias y rivalidades que de ellas derivan y provocan divisiones. Pero la Masonería no nació para dividir a los hombres, sino para unirlos”.

(3) Aquí tenemos otra prueba, si acaso la necesitáramos, de la sabiduría de la Orden Masónica al subrayar la frase de “Religión práctica”, pues cada época interpreta a la religión de distinta manera. Así fue en los días de Abraham y así en nuestros días. Pero aunque cambian las formas y expresiones de la Religión, la esencia de la Religión subsiste y se renueva en cada generación. Hoy no vemos las estrellas como las veía Tolomeo, cuya astronomía dejó de existir; pero las estrellas siguen brillando como brillaban en el Jardín del Edén. Lo mismo sucede con la Biblia que llega a nosotros con nueva encuadernación, por decirlo así, y la leemos según el contexto de la universal literatura del alma, sin dejar de ver la misma Biblia (UNDERSTANDING THE BIBLE, por W. G. Ballantine).

Materia de profundo interés para todo pensador es como se interpreta la Religión en nuestra época, y las dificultades de ajustar su antigua fe al nuevo y vasto mundo descubierto por la ciencia (RELIGION IN THE MAKING,  por A. N. Whitehead). Pero la Religión permanece tan eterna como el alma humana y sus hechos son tan reales como lo han sido en toda época. Al basarse en los hechos de la Religión y conceder la más amplia libertad de interpretación y exposición, la Masonería conserva sus preciosos valores y evita enmarañados y disolventes debates.

(4) Huelga todo panegírico de la Biblia, pero conviene transcribir las siguientes palabras del eminente escrituario Benjamin W. Smith: “La variada música de la Biblia, solemne y pavorosa aun en sus cantos triunfales, ha ido difundiéndose como olas oceánicas por todo el globo, siguiendo y precediendo al sol, omnipresente como el aire, elevándose hasta el cielo desde el valle y la colina, desde la humilde iglesia hasta la grandiosa catedral, doquiera sentó su pie el anglosajón, musitando paz y gozo y esperanza y el cese del dolor y la aflicción en el ánimo de millones de seres que salpican la tierra con las huellas del trabajo. La Biblia ha inundado el mundo angloamericano como ningún otro libro en el pasado, el presente y el futuro. Profundamente impregnados del pensamiento y del lenguaje de la Biblia, durante trescientos años hemos venerado el sacro volumen como la autoritativa norma de estilo y excelencia literaria así como la divinamente inspirada guía de conducta, fe y doctrina”.

(5) El espíritu de tolerancia es la verdadera esencia de la Masonería en todos los ritos y grados, y nadie lo ha interpretado con más intuición y elocuencia que Albert Pike en su exposición del grado 15 del rito escocés (MORALS AND DOGMA, págs. 160-175). En la Constitución de 1723 de la Masonería simbólica está afirmado el espíritu de tolerancia que ha sido una gloriosa corona en toda la historia de la Fraternidad. Todos debieran leer y considerar el magnífico alegato de Jefferson en pro de la tolerancia subyacente en su prolongada lucha por la Iglesia libre en el Estado libre. Es uno de los más hermosos documentos de nuestros anales (LIFE AND LETTERS OF JEFFERSON, por J. W. Hirst). Desde 1640 hasta nuestros días se han publicado seis notables libros sobre la tolerancia; pero todos ellos están resumidos en el preciso volumen TOLERANCIA, de Phillips Brooks, un predicador iluminado por Dios cuyo nombre es como una fragancia de fe, liberación y fraternidad.

Debiera leerse este libro, tan claro en su análisis como elocuente en sus instancias, hoy que la intolerancia vuelve a atormentar a la Orden en algunos países, y hay masones que intentan valerse de la Masonería como de un arma de batalla en vez de un caduceo de bendición. Quienes tal intentan quizás ignoran que su intento significa la destrucción de la Masonería o herirla tan gravemente que no pueda recobrarse. (Véase también THE ESSENTIAL AMERICAN TRADITION, por Jesse Bennett).

(6) Quienes hayan leído EL PRÍNCIPE DE INDIA, del maestro masón Lew Wallace, no olvidarán la escena en que el Príncipe, ante una Biblia abierta, exclama: “Esta es la Biblia, la Santísima Biblia. Yo la llamo la roca en que están encastilladas vuestra fe y la mía.

También estas otras son Biblias sagradas que se nos dieron, como este imperecedero monumento se dio a Moisés y David, porque también son revelaciones de Dios y ciertamente son Dios mismo. Este es el CORÁN, y éste los REYES de los chinos y éste el AVESTA de los magos de Persia, y éstos los SUTRAS budistas y éstos los VEDAS de los pacientes hinduistas, mis compatriotas. “Aunque éstas son materias secundarias, hay tanta luz en ellas con respecto a mi principal argumento, que prefiero demostrar su bondad con pruebas, temeroso de que mis reverendos hermanos me despidan por inhábil en las palabras”. (Libro I, caps. 1, 2, 3; y Libro IV, caps. 15, 16). Tal es la verdadera doctrina masónica; puesto que Dios es luz, ninguna época ha quedado en completa tiniebla y ningún país sin el testimonio de la divina Palabra. En cuanto a la historia de las seis principales Escrituras sagradas de la humanidad, para saber cuándo, dónde, cómo y quiénes las escribieron, en lo que concuerdan y en lo que deciden, lo que enseñan respecto a los grandes problemas de la vida, al deber y el destino, y a la unidad de fe subyacente en todas ellas véase: COMPARATIVE RELIGION AND THE RELIGIÓN OF THE FUTURE, por A. W. Martin, libro tan valioso por su técnica como por su erudición y su hermoso estilo.

 

CAPÍTULO V

LA GEOMETRÍA DEL CARÁCTER

 

Así se fundó allí la ciencia a que Euclides llamó Geometría y

que ahora por todo este país se llama Masonería.

MANUSCRITO DOWLAND.

Siete ciencias liberales se basan en la Geometría.

Ni la gramática, ni la retórica, ni la lógica,

ni ninguna otra de las dichas ciencias pueden subsistir sin la Geometría.

MANUSCRITO HARLEIAN.

 

I

De esta suerte hablan los Antiguos Deberes de la Geometría como primera de todas las ciencias y base del arte masónico. Desde luego que no aceptamos la fantástica historia que nos cuentan respecto al origen de la Geometría, porque es un tejido de leyendas inverosímiles, según las cuales fue Euclides nada menos que un cercano pariente de Abraham. Pero no se requiere mucha intuición para descubrir tras los rudos textos de los antiguos documentos de la Masonería simbólica una reminiscencia del servicio prestado por la Geometría a la vida física y después a la vida espiritual del hombre (1).

En los Antiguos Deberes y en nuestro Ritual leemos que Pitágoras fue el primer pensador que elevó las matemáticas al nivel de ciencia divina, dándolas por base de una filosofía mística.

Afirmaba Pitágoras que la Aritmética es el número en reposo, y la Música el número en movimiento, así como la Geometría es la magnitud en reposo y la Astronomía la magnitud en movimiento. La aritmética, la música, la geometría y la astronomía eran las cuatro artes liberales del sistema pitagórico.

En concepto de Pitágoras, era Dios el Supremo geómetra, y en sus escuelas esotéricas de Grecia enseñaba que “todas las cosas expresan números”. Según nos dice Proclo, se contraía Pitágoras al número y a la magnitud, a las matemáticas y la música.

Platón, siguiendo el camino de Pitágoras añadió otras tres artes liberales: la gramática, la retórica y la lógica. El que conocía las siete artes liberales era erudito.

También basaba Platón todas las cosas en el número, y sobre el portal de su academia de Atenas puso un letrero que decía: “Nadie entre si desconoce la geometría”. Según Platón, la geometría era una revelación de la Mente eterna, un camino conducente al conocimiento de Dios, y como tal un arte sagrado y de profundísima importancia.

Uno de sus discípulos le preguntó:

- ¿En qué se ocupa la Divinidad? y Platón respondió:

- Dios geometriza.

Con esta respuesta coincide otra de sus famosas sentencias: “La Geometría ha de atraer siempre al alma hacia la verdad”. No es extraño que los primitivos pensadores reverenciasen de tal modo las matemáticas, porque lo mismo que todas las ciencias a nuestra moderna mentalidad, les revelaban un mundo de ley, orden y belleza.

Tres siglos antes de la era cristiana, escribió Euclides el tratado en que expuso todo cuanto de geometría se sabía en aquel tiempo, y su obra aún se mantiene como base del arte de los números, aunque se han establecido mejores métodos de resolver problemas y se han descubierto nuevos postulados y se ofrecen a la mente humana muy arduos problemas.

Durante la edad media, se perdió la geometría con muchos otros valiosos conocimientos, en la inundación que anegó la cultura clásica, y las gentes experimentaron de nuevo el terror de los hados, como lo había experimentado el hombre primitivo. El redescubrimiento de la geometría por Simón Grinaceo, en los días de Lutero, abrió el camino de la ciencia moderna y tuvo indudable influencia en los documentos de la Masonería.

A tan lejana distancia es casi imposible estimar el servicio que la ciencia de los números prestó a la fe y al pensamiento del hombre en los albores de su mentalidad. Tuvo su primer atisbo de ley y orden en la vida cuando trató de hallar la causa del intrincado laberinto de las cosas. En medio del azar en que vivía, a merced de fuerzas incomprensibles, buscó en la ley de los números una salida por donde escapar de su terrible sensación de capricho y antojo. Donde no hay orden ni estabilidad, la vida pende de un hilo, incalculable y terrorífica. No es extraño que un arte revelador de vislumbres de unidad y orden en el mundo fuese considerado como una divina manifestación y comunicara su forma a la fe humana.

Cuando Euclides presentó su tratado de geometría al rey de Egipto, Tolomeo, le preguntó éste: “¿No es posible simplificar los problemas?” Y el matemático respondió: “No hay calzada real que conduzca a la Geometría (2).”

Así fue en efecto en tiempos antiguos cuando el hombre meditaba sobre los postulados de la Geometría que con el tiempo llegó a ser la calzada real que condujo al descubrimiento de que la Naturaleza tiene ciertos atributos. Eran verdades primitivas sobre que se funda todo razonamiento, toda investigación y de conformidad con las cuales podemos actuar confiadamente. En obediencia a las leyes dé los números aprendieron los hombres a señalar el movimiento de los astros, la periodicidad de las estaciones, a medir el planeta, y en el valle del Nilo sirvió la Geometría para indicar los términos trazados por las anuales inundaciones. Así es que como los números habían extraído el orden del caos de sus primeras impresiones recelosas y desconfiadas, exaltaron las matemáticas al nivel de la divinidad, como una inspiración de Dios. Así también el triángulo y la escuadra se grabaron en sus monumentos y pendieron en sus templos.

Habiendo revelado tantas cosas, los números tuvieron un significado espiritual, muy diferente de nuestra prosaica manera de pensar. Sin duda era dicho significado el que Platón daba a entender cuando decía que por la medida se salvaba el alma, o sea que al ajustar nuestra conducta en armonía con el eterno orden del mundo nos emancipamos de la vulgaridad. En la Biblia hallamos indicios de esta ciencia de los números, pues en diversos pasajes aparecen números sagrados que representan palabras, sugieren ideas y revelan verdades. El Apocalipsis, en vez de ser como parece una serie de nebulosas y confusas visiones, es en realidad un libro de matemáticas espirituales. Tres es el signo de la Divinidad; cuatro indica el mundo de las cosas creadas; siete denota paz y alianza; y diez la totalidad. Los números pares simbolizan las cosas terrenas, los impares las celestes; y el par y el impar sumados, unen ambas cosas, como están unidas en la visión de la ciudad de Dios, de conformidad con “la medida de hombre, esto es, del ángel”. (Apocalipsis 21:17).

Muy fácil es decir que tales visiones son meras fantasías; pero no hay tal. Para mí uno de los más señalados hechos en la historia del pensamiento humano es que las nuevas y creadoras ideas de los primitivos pensadores hayan quedado confirmadas por la investigación y la experiencia (3). Por ejemplo, cuando Pitágoras dijo “todas las cosas están en números, que el mundo es una evolucionante aritmética viva, una geometría en reposo” mostraba la osada intuición del puro genio, y hoy sabemos que es literalmente verdad. Si observamos en la platina del microscopio un copo de nieve, veremos realizado lo que el profundo pensador vio en visión. El copo de nieve es un admirable ejemplo de la Geometría de Dios, pues forma cuadrados, círculos, triángulos, pentágonos, hexágonos y paralelogramos mucho más exactos que los trazados por mano de un habilísimo delineante.

Observemos después la carta de un astrónomo y veremos escrito con enormes caracteres en el firmamento lo que en menudísimos signos leíamos en el copo de nieve. La misma configuración tienen la gota de agua y la estrella, y están regidas por las mismas leyes.

Verdaderamente, Dios geometriza, como dijo Platón, y los signos y dibujos que por doquiera vemos en la naturaleza deben ser las formas de pensamiento de la Mente eterna, pues de otro modo no las asumirían la materia y el movimiento.

Sócrates trató de demostrar al ateo Aristodemo que una estatua no podía salir casualmente esculpida de la cantera, y tampoco era posible que el universo infinitamente más vasto y complicado hubiese sido obra de la casualidad.

De la obra de Henri Fabre: THE CUFIC OF THE SPIDER entresacamos el siguiente párrafo, que hubiera entendido Pitágoras:

La Geometría o ciencia de la armonía en el espacio preside todas las cosas. La encontramos en la disposición de una pina lo mismo que en la tela de araña, en la concha del caracol y en la órbita de un planeta. Está por doquiera, tan perfecta en el mundo de los átomos como en el universo de los soles, demostrándonos la existencia de un Geómetra Universal cuyo divino compás ha medido todas las cosas.

¿Es la Geometría ideal de un supremo Amador de la Belleza que quisiera explicar todas las cosas?. ¿Por qué la regularidad de las curvas de los pétalos de una flor?. ¿Acaso esta infinita gracia aun en los más mínimos detalles es compatible con la brutalidad de anárquicas fuerzas?. También se podría en tal caso atribuir al martillo de vapor que amasa el metal, la exquisitez del medallón labrado por el artista.

 

II

Verdaderamente, Dios geometriza lo mismo en la forma humana que en la de las montañas y de las estrellas; en la modelación de un rostro como en el tejido de la tela de araña. Así como Euclides tuvo una mentalidad lo bastante profunda y clara para dar la primera expresión a las leyes de la Geometría física, así Moisés y los videntes espirituales tuvieron una mentalidad lo bastante lúcida para discernir un orden moral. Y así como en la mente de Euclides se manifestó un atributo del universo, y en la moral intuición de Moisés se manifestó otro atributo, en la profunda, sana, lúcida y pura mente de Jesús se revelaron con diáfana claridad las leyes de la vida espiritual que halló perfectísima expresión en Sus palabras.

Hay tres modalidades de geometría: la física, la moral y la espiritual, y en cada una de ellas es válida la visión, porque las leyes de la moral y del espíritu son tan universales e ineludibles como las físicas. Todos los movimientos de la materia concuerdan y están sujetos a las leyes y principios de las matemáticas. No hay átomo en el universo que no obedezca a la Geometría. Cuando apareció la vida, cuando surgieron la mente y la experiencia moral, intervino una nueva fuerza, presentose un nuevo hecho, pero se sujetaron las leyes eternas y se manifestaron los espirituales valores de verdad, belleza, bondad, abnegación y sacrificio. El universo produjo estas preciosas virtudes con tanta seguridad como produjo el hierro y la potasa, lo cual significa que hay un universo moral y espiritual como hay un universo físico.

Las leyes y principios de la Geometría que rigen las formas y movimientos de la materia son también las leyes que gobiernan nuestra mente, inevitables principios por los cuales pensamos y vivimos.

En la obra SERMONS OF A CHEMIST, de E. E. Slosson, hombre de tanta ciencia como espiritualidad, hay un capítulo titulado: THE GEOMETRY OF ETHICS, del que entresacamos el siguiente pasaje:

La verdad es una; los errores son infinitos. De cada diez ideas que acuden a nuestra mente, nueve son erróneas, y el objeto de la educación es seleccionar la verdadera de entre las diez. De cada diez impulsos que nos asaltan, nueve son siniestros, y la tarea de la cultura es suprimir los nueve.

Por complicado que sea un problema, sólo tiene una solución satisfactoria, un método para resolverlo, un recto y angosto camino difícil de hallar y penoso de seguir, que nos saca del laberinto de falsas revueltas. Todos los demás son ciegas avenidas que se enredan en ellas mismas.

Es un postulado de geometría plana que entre dos puntos sólo puede trazarse una línea recta. Desde el punto en que estamos al punto donde queremos ir sólo hay un camino recto; todos los demás caminos son más o menos divergentes y desviados.

Las reglas de conducta son tan invariables y absolutas como las reglas geométricas.

La sola diferencia está en que no podemos verlas tan claramente en la ética como en las matemáticas. La niebla obscurece nuestro camino, pero no altera en lo más mínimo su longitud ni su dirección.

Sólo hay un mejor movimiento en una jugada de ajedrez, tanto si lo conocemos como si lo ignoramos. Sólo hay una sabia acción en cada vicisitud de la vida, tanto si la conocemos como si la ignoramos.

Tal es el mundo en que estamos colocados para buscar nuestro camino. Un mundo gobernado por leyes. Nada se mueve al azar. En el átomo y en el sol reina la Geometría por voluntad del eterno Geómetra. Ningún cometa vuela alborotadamente a través del espacio, sino que todos obedecen a la ley de los números. Verdaderamente dijo el Salmista: “Ha puesto Su compás sobre la faz del abismo”. La casualidad es una ficción. Las leyes geométricas son tan verdaderas en las artes humanas como en el arte de Dios. Un edificio es una demostración geométrica. Una pintura es la matemática coloreada. La música es la Geometría con alas y voz. Una conducta íntegra es una vida geométrica modelada por leyes tan universales como la ley de los números.

 

III

Dijo Emerson en un discurso que “la más amplia y esplendente empresa del mundo es la educación de un hombre”. Tal es el propósito de la Masonería. Dice un antiguo ritual inglés: “La Geometría o Masonería, pues originalmente fueron sinónimos ambos términos, es de naturaleza divina y moral, que enriquece al masón con utilísimos conocimientos, y mientras prueba las admirables propiedades de la Naturaleza, demuestra las importantísimas verdades de la Moral”. Podemos decir que la Masonería es una Geometría moral cuyas enseñanzas se fundan en la verdad de que la vida interna del hombre, la vida de fe, esperanza, deber y amor es un reino de ley, donde la libertad, el poder y la belleza, son los trofeos de la fiel obediencia y del disciplinado esfuerzo.

El orden rige en la intimidad del alma lo mismo que en los cielos donde el astrónomo escruta el pensamiento de Dios. El carácter no es obra de la casualidad, sino que se construye según las leyes tan inmutables y seguras como cualquier ley hallada por el químico en el laboratorio. La libertad del alma no es caprichosa y mucho menos anárquica sino que resulta de la voluntaria obediencia a las establecidas leyes de la mente y del espíritu. Quien construya según los principios de rectitud erigirá un carácter tan estable como la casa que el hombre prudente edificó sobre la roca. No lo conmoverán las tempestades ni lo socavarán las inundaciones. Feliz el que aprende la Geometría del corazón y promete escuadrar sus pensamientos y acciones por medio de las leyes de la vida moral, según se le enseña en su Logia.

Consideremos breve y vividamente la Geometría del carácter, sus proporciones y dimensiones. Como la Nueva Jerusalén que el Redentor vio descender del cielo, el carácter es cuadrado o mejor dicho cúbico, con igual longitud, anchura y altura. La base del cubo del carácter, la longitud de un hombre, la extensión de su mérito e influencia es sencillo asunto de moralidad. La pureza es la primera medida de un hombre. Si carece de alguna vigorosa cualidad como el honor, la pureza y la veracidad, sólo tendrá figura de hombre aunque posea la erudición de Bacon, la donosura de Chesterfield y la elocuencia de Webster. La moralidad es la frontera de la libertad y la primera circunstancia de la hombría.

Nada puede substituirla pues sin moral es la religión una superstición o una impostura. La moralidad es el fundamento del carácter y el primer grado de la Masonería.

Pero la moralidad no basta. Puede ser un hombre a la par moral y mezquino, casto y cruel, justo sin caridad, veraz y avariento, honrado, pero opresivo. Si algo hay peor que las acciones del malvado son las de los malhechores del bien. La simpatía de amplitud, belleza y suavidad a la vida, y así es que a la pureza debemos añadir la piedad.

La justicia es rígida y estrecha, pero la misericordia es amplia y da prueba de nobleza, refinamiento y benignidad de ánimo. Cuando faltan estas cualidades tenemos en la Iglesia un Calvino que ordena la horrible muerte de Miguel Servet en la hoguera con leña verde por una discrepancia dogmática, y en la novela a Javert que acosa como a una fiera al afligido Jean Valjean, en LOS MISERABLES,de Víctor Hugo.

De la simpatía dimanan la tolerancia, la estimación y el aprecio como precioso bálsamo que mitiga los dolores humanos. Nadie puede olvidar cómo se enseña así en el primer grado de la Masonería.

En el segundo grado se nos exhorta a cultivar la mente por el estudio de las artes y ciencias, en la medida de nuestra posibilidad, pues de otro modo no estaría al alcance de todas las inteligencias la tarea de dominarlas por completo. Es una exhortación a la cultura intelectual sin la que es rudimentaria la hombría; es una incitación a buscar lo que Emerson llama la libertad de la mente, esto es, librarla de estrechez de conceptos y de prejuicios. Nos invita a la amplitud de miras, a la ponderación de juicio, de suerte que la mente se embellezca con los ricos tesoros de verdad acumulados para nuestro provecho y contentamiento. A la pureza y misericordia ha de añadirse la obligación moral de ser hábil e inteligente, pues la claridad de entendimiento es tan obligatoria como la bondad de corazón, porque una noble sinceridad puede ser tan nociva si se emplea en el error y la imprudencia, como la mente de un filósofo apegada a bestiales apetitos. Revelarán ambas falta de simetría y una imperfección en el arte de vivir.

Hay otra dimensión de la hombría, hoy muy olvidada, a la que podemos designar con el antiguo nombre de piedad. Seguramente creerán algunos que es una especie de cuarta dimensión, cuya existencia se puede argüir, pero no demostrar. No es así, sino un natural y normal desenvolvimiento del hombre, sin el que la vida carece de coronamiento y queda inacabable. La altura del alma ha de ser igual a su anchura, ha de ser el hombre tan alto como amplio de alma, y si sólo ve la vida en su longitud no podrá verla fijamente en conjunto, como los sabios nos exhortan a verla. La altitud de mente nos da nuevas proporciones y perspectivas y nos muestra la insignificancia de muchas cosas que el hombre desea hacer, mientras que son de eterna importancia otras como el vaso de agua dado amorosamente al sediento.

Cuando añadimos esta dimensión vemos lo que realmente es el hombre, medido por lo que en él hay de inmensurable. De muchos y muy varios modos llama la Masonería a estos “óptimos ángeles de nuestra naturaleza” tratando de evocar en nosotros lo que en nuestro interior es semejante a lo Eterno, y sólo puede expresarse en símbolos, en santidad y en cánticos.

Tal es la espiritual Geometría masónica; y en este mundo nada hay tan precioso y exquisito como el carácter que modela. Nuestro planeta no conoce nada superior a una recta conducta fundada en la valía moral, iluminada por la verdad, enfervorizada por un gentil espíritu fraternal, enternecida por la hermosura y compasión de las cosas mortales, ocupada en el servicio de las mejores causas, impávida, erguida, reverente, fiel y dichosa. Es la consumación del mundo y una brillante estrella en la gloria de Dios.

 

IV

En el simbolismo de todos los pueblos, en el ensueño de todos los videntes, hay la visión de un Templo, del que el Templo del monte Moria es una parábola y una profecía; es un Templo que lentamente se levanta sin ruido de martillo ni cincel, un “Templo no hecho con manos, y eterno en los cielos”. En esta Mansión de todas las Almas, a la vez santuario de fe y albergue de las santas cosas de la vida, cada uno de nosotros es una piedra viva labrada según las leyes de la Geometría espiritual. Así es que de la inmortalidad ganada en mérito o belleza en esta lastimera, apasionada y profética vida en la tierra, participarán cuantos buscan la verdad y cumplen la voluntad de Dios con pureza de corazón y fidelidad de propósito.

En el pavimento del Templo está el plan del Gran Arquitecto, y nos incumbe construir solidariamente a la luz del ideal que nos muestra el Libro de la Santa Ley. De las toscas y ruidosas canteras del mundo hemos de extraer las piedras pulidas y finamente labradas para construir un Templo de Fe, Fraternidad y Verdad. El Templo es el término final, la meta y el ideal de la Masonería. Construir, fortificar y hermosear es nuestro deber y cada masón ha de ser una piedra viva del Templo. No hay obra más noble de cuantas se han confiado al hombre. Feliz el que como fiel obrero del alma, pueda decir en verdad al terminar el día: “Gracias a Dios me he portado bien”.

 

NOTAS AL CAPÍTULO V

(1) No es nuestro propósito exponer al pormenor en estas páginas las religiosas sugerencias del simbolismo masónico. En una obra publicada en Inglaterra con el título de BROTHERS AND BUILDERS y en los Estados Unidos con el de DEGREES AND GREAT SIMBOLS, traté de interpretar algunos de los principales símbolos de la Logia. Si se realizan la mitad de mis sueños, espero completar mis estudios con intento de interpretar el simbolismo de la Masonería con relación al simbolismo universal según insinúa el conde D’Alviella en su libro: THE MIGRATION OF SYMBOLS. Entre tanto, tenemos muy notables obras sobre el mismo asunto, tales como THE SYMBOLISM OF FREE MASONRY, por Mackey; THE SYMBOLISM OF THE THREE DEGREES, por O. D. Street; SYMBOLICAL MASONRY, por H. L. Haywood; FOREIGN COUNTRIES, por Carl H. Claudy; AN INTERPRETATION OF MASONIC SYMBOLS, por J. S. M. Ward; y de más mística tónica, los escritos de Waite y Wilmshurst, especialmente THE MASONIC INITIATION y la conferencia de Dean Roscoe Pound sobre THE MYSTICISM OF MASONRY.

(2) El postulado 47 de Euclides figuró como frontispicio en la CONSTITUCIÓNde Anderson publicada en Londres en 1723, con la palabra EUREKA.Dice el texto de la CONSTITUCIÓNque el postulado es “si debidamente se le observa, el fundamento de toda Masonería, sagrada civil y militar” sea cual sea su significado. En la segunda edición de la CONSTITUCIÓN,publicada en 1735, se dice del postulado de Euclides que es “la admirable proporción fundamental de toda Masonería, cualesquiera que sean sus materiales y dimensiones”. Después de esto, resulta pálido leer en nuestro ritual que el postulado “nos enseña a amar las artes y las ciencias”. No es extraño que Speth observara que mientras nuestros hermanos medievales estuvieron familiarizados con el simbolismo del postulado, no lo estamos nosotros.

¿Qué significaba Pitágoras con el Gran Símbolo?. Evidentemente no estaba el simbolismo en la cifra sino en los números tres, cuatro y cinco, especialmente en el tres y el cuatro, cuya suma da el sagrado número siete. ¿Por qué era sagrado el siete?. ¿Siete qué?.

Acaso las siete potencias divinas de la teología de los magos de Media, cuyas lecciones recibió Pitágoras. De estas siete potencias, tres eran femeninas y cuatro masculinas. Las femeninas formaban la base del triángulo rectángulo y las masculinas constituían la perpendicular. De la combinación de ambas clases de potencias resultó el DIOS PADRE-MADREcuyo descubrimiento fue en verdad una revelación. ¿Qué puede significar para nosotros este problema?. Seguramente la realidad de Dios revelada a las potencias del hombre, la suma de sus facultades perceptivas y receptivas, la intuición y el intelecto, la emoción y la razón; y que para hallar satisfactoriamente a Dios se requiere la entrefusión de todas nuestras facultades de pensamiento, voluntad y acción, en mística experiencia de amor de la que nuestro ritual es una obscura sombra para muchos masones.

(3) Al propio tiempo debemos recordar que el universo, tal como la ciencia nos lo muestra, es muy diferente del que imaginaban los primitivos pensadores. El universo visto por la geometría es lo que William James llamaba un “bloque-universo”, mientras que el verdadero universo es un viviente universo, un organismo, más bien que un mecanismo. La ciencia nada sabe de la “materia muerta” en el antiguo sentido de la expresión ni tampoco sabe lo que es en esencia, excepto que está vivificada por la energía. De todos modos, el universo según Einstein es muy diferente del universo según lo concedía Newton. Si el lector desea más amplia información sobre el asunto, lo hallará en la obra: A LIVING UNIVERSE, de L. P. Jacks, libro deleitoso e inspirado, que trata de interpretar el para nosotros nuevo universo en que espiritualmente vivimos. Perduran las leyes y verdades de la geometría, pero es una geometría viviente, con leyes vivas y no con reglas muertas, tal como debiera ser la Masonería, que si es una “ciencia progresiva” como dice el ritual, ha de tener en cuenta la rápidamente cambiante visión del universo e interpretar acordemente sus enseñanzas. A veces uno desea que pudiera surgir un nuevo Preston y valerse de la Masonería como un medio de enseñar la verdad respecto del mundo según ahora lo conocemos por la ciencia, como lo hizo Preston en otro tiempo.

 

CAPÍTULO VI

EL TEMPLO DE LA FRATERNIDAD

Un Dios y Padre de todos, sobre todo, a través de todo y en todo.

San Pablo.

El universo rectamente considerado es una comunidad de hombres.

Cicerón.

Todos los hombres son hermanos.

Confucio.

Levántate y pulsa el arpa de la fraternidad.

Iphal.

 

I

Si se nos invitara a que definiéramos la Masonería en una sola frase, podríamos decir que es el reconocimiento de Dios por la práctica de la fraternidad. O recordando una familiar, pero profunda frase de nuestro ritual, diríamos que es fraternalmente amor, beneficencia y verdad, pues por la práctica del amor fraternal y de la beneficencia aprendemos la verdad. De lo contrario, la suprema Verdad que no enseña el significado de la vida resulta una fe formalista, una filosofía discutida o una mera ficción (1).

Tal es el genio de la Masonería y su prudente arte de toda época.

Sabe que no podemos conocer la verdad hasta que nos mostramos dignos de ella, la alcanzamos y la vivimos. Por esta razón, en tiempos antiguos no se les enseñaba todo a las gentes, como si la verdad fuese un tesoro a propósito para recibirlo más bien que un trofeo que se hubiese de conquistar. A nadie se le confiaba la verdad hasta que se le juzgaba digno de recibirla, porque el abuso de la verdad es terrible cosa de que resultan desastrosas tragedias como demuestra la historia. No todos son capaces de recibir las verdades superiores y mucho menos de usarlas debidamente. Por lo tanto, aun a riesgo de parecer como si negara su propia fe, a la verdad de la fraternidad humana, añade la Masonería esta otra verdad: LA FRATERNIDAD HUMANA DEPENDE DE LA VALENTÍA Y FORTALEZA DEL HERMANO.

A primera vista parece esto una contradicción, pero no lo es. Ambas verdades se equilibran, y cada una de por sí es imperfecta. La verdad de que todos los hombres son hermanos, aisladamente consideradas, suele caer en un vago y ensoñador sentimentalismo, tan abundante en nuestros días. De la propia suerte, la verdad de que el hombre ha de ser capaz de fraternidad puede conducir a un sentimiento de aristocrática vanidad. La Masonería armoniza sabiamente ambas verdades, considerando a cada masón como una piedra en bruto que se ha de labrar, escuadrar y pulir para convertirla en un sillar del Templo de la Fraternidad.

 

II

En nuestros nobles ensueños, confusa o claramente se nos aparece siempre la visión de un Templo en que juntos trabajamos como hermanos y obreros constructores. Es una necesidad, una inspiración y una profecía. Una de las supremas necesidades del hombre es el sentimiento del bien común, y que este bien colectivo ha de realizarse en comunidad de intereses y obligaciones.

Tan verdad es hoy como hace siglos la sentencia que dice: “Quien busca exclusivamente lo suyo, pierde las cosas comunes”, es decir, pierde lo suyo, porque nadie puede vivir por sí mismo.

En una de sus poesías considera William Morris los problemas humanos como una enmarañada selva hasta que se los estudia a la luz del significado de la vida colectiva, cuando “al mirar al cielo vemos el resplandor de la clara luz que abrillanta los breñales”.

Desde un principio, los videntes de la raza humana miraron al cielo en busca del significado y finalidad de la vida, de la meta de sus anhelos y aspiraciones, del propósito de la organización de la vida en el hogar, en la política, en la industria, en la moral convivencia y en la fe espiritual, tratando de señalar la salida de la “enmarañada selva” por donde vaga el hombre.

Platón soñó en una república ideal, pero su visión no nos satisface porque estratificaba la sociedad en castas. También tenemos la CIUDAD DE DIOS,de San Agustín, escrita cuando Roma se tambaleaba próxima a su ruina, y otras UTOPÍAScomo la de Thomas More, en las cuales vemos a la humanidad tratando de forjar un exacto concepto de la meta de sus esfuerzos y aspiraciones (2). Pero todos estos sueños palidecen ante la visión que resplandece en la mente del Instructor de Galilea, que nos dio un ideal adaptado a nuestra necesidad. En nada reveló el dulce Instructor más verdaderamente su grandeza que en su admirable fe en la común redención de la humanidad, al representársela viviendo bajo la ley de amor en dilecta comunidad aquí en la tierra. La llamó el reino de los cielos, para cuya descripción empleó todos los recursos de su incomparable lenguaje a fin que las gentes comprendieran real y vívidamente la verdad.

Si transferimos el ideal de Jesús al simbolismo masónico, tendremos la visión de un Templo viviente, noble, majestuoso, erigido lentamente en el transcurso de los siglos para albergar las sagradas posesiones del hombre, de modo que cada operario no sólo es un constructor, sino una piedra viva, cúbicamente encuadrada y finamente pulida para colocarla como sillar de la fábrica. Cada generación de constructores añadió una columna, un arco o una espira, así como el trabajo de muchas manos erigió las viejas catedrales cuya grandeza iguala a la arquitectura de las montañas. Cada generación de masones siguió edificando sobre lo que dejaron edificado sus predecesores. Por su amplitud, belleza y esplendor es la del templo viviente la más noble visión que ha tenido la tanteante mente humana, y suscita aún en la más roma inteligencia la idea de algo inmortal con la seguridad del profético significado de la vida.

Tal es el bosquejo del Templo de Fraternidad trazado por la divina mano, y con relación a este Templo hemos de interpretar todas las instituciones y actividades humanas, pues en él tienen su sanción la Iglesia y el Estado, el arte, la industria, la ciencia y la vida moral. Allí cabe la esperanza de realizar el hermoso sueño de un mundo inconsútil, sin costura, en que el hombre uno esté unido con el Dios uno, en que todos los hombres se reconozcan hermanos como hijos de un mismo Padre en la tierra, en el cielo, sin solución de continuidad.

Además, cada masón halla en el Templo de Fraternidad el valor de su propia vida cuyo significado no podría conocer de otra manera más sencilla, clara y conmovedora, que relacionándola con el magno propósito del Maestro Constructor. El ideal del Templo nos emancipa de toda insignificancia y futilidad, y nuestros pasajeros días tienen divino significado y encierran consoladoras promesas, porque únicamente cuando nos alistamos en la falange de operarios del Eterno revela nuestra vida su eterna cualidad y su divina promesa.

 

III

Según hemos dicho, la base de nuestro Templo de Fraternidad es la realidad de la Paternidad divina, porque inevitablemente el concepto que tenemos de Dios determina el concepto que tenemos del prójimo. Si consideramos a Dios simplemente como una Potestad, no son hermanos los hombres. Si como un monarca, serán sus súbditos, pero no hermanos entre sí. Si Dios es nuestro Padre, como nos enseñó Cristo, entonces todos los hombres son hermanos. La realidad de una Filiación común nos liga en una común Fraternidad que no podemos eludir.

Las palabras de Jesús resumieron y glorificaron la sabiduría que le precedió; y sus enseñanzas pueden concretarse a su vez en sencillos términos: el amor fraternal del hombre y el reino de los cielos en la tierra (3). Dios, el Padre de todo, sobre todo y en todo y a través de todo, en cuya insondable Paternidad fueron amorosamente concebidos los hombres de todas las épocas y todas las razas con una sola naturaleza, unas mismas necesidades y un común destino. Sobre este inconmovible cimiento fundó Jesús toda su enseñanza. El espíritu de su religión fue que la idea de familia incluyese a toda la humanidad; su ley, el amor a Dios y al prójimo; su ideal, una Fraternidad en que realmente hallarán su fruición y complemento la vida individual y la vida colectiva. La Fraternidad no es un mero detalle de la religión, sino su esencia y gloria, y la Regla de Oro es el principio por el cual la podemos realizar.

En todas las enseñanzas de Jesús le oímos decir, que aunque tuviéramos la elocuencia de un ángel y entregásemos nuestro cuerpo a las llamas, nada seríamos si no tuviéramos caridad. En la parábola del hijo pródigo, aparece el hermano mayor con un carácter antipático porque se muestra enemigo de su arrepentido y andrajoso hermano. En la parábola del rico Epulón y del pobre Lázaro, el rico levanta la vista desde el infierno en donde se halla, no por ser rico, sino porque no tuvo compasión del pobre Lázaro que mendigaba a sus puertas; y el recuerdo de la falta de caridad que había tenido con su prójimo le atormentaba más terriblemente que el fuego literal, porque el remordimiento le quemaba el alma.

Análogamente, en la parábola del buen samaritano rechaza Jesús a los sacerdotes, no porque lo fueran, sino porque se figuraban que Dios estaba en el templo para escuchar los cantos y las oraciones, sin ocuparse en las desgracias y penas de las gentes, cuando en realidad está por doquiera como invisible compañero del que tropieza y cae por el camino de la vida, y su verdadero sacerdote es el despreciado samaritano que socorrió a un menesteroso sin discutir de raza ni de religión. También domina el mismo espíritu en la parábola del Juicio Final en la que se concentran en espíritu y verdad las enseñanzas de Cristo. No se condenan los hombres por la heterodoxia de sus creencias dogmáticas ni por no creer en dogmas teológicos, sino porque no dieron de comer al hambriento ni vistieron al desnudo ni visitaron al enfermo y al preso; en una palabra, por su falta de fraternidad, para quien como para el exquisito poeta de nuestra Orden “el coronamiento de todo bien y la estrella de la vida es la Fraternidad”.

Tal debe ser nuestra intuitiva comprensión y más todavía nuestra práctica, si nuestro fraternal sentimiento no ha de disiparse como agua en cesto. Ha de arraigar en la profunda verdad en que todos los hombres son hijos de Dios; y por consiguiente, hermanos que han de compartir los bienes de la naturaleza y el indefectible amor de Dios, reflejado en el amor al prójimo, que tiene mayor interés por un semejante que por todas las riquezas materiales del mundo.

De la propia suerte, si no vivimos según las leyes de nuestra naturaleza superior, se nubla la belleza del mundo y o hemos de marchar cada cual por su lado o luchar unos contra otros en espantosa confusión. Para practicar la filosofía de la fraternidad hemos de saber que no se contrae a las sencillas relaciones de parentesco y amistad, sino que es el lazo que une a todos los hombres en espiritual parentesco y unidad; que la vida es compañerismo, mutualidad y servicio; en una palabra que hermana a los hombres en la paternidad de Dios (4).

 

IV

Seguramente preguntarán algunos: Si la fraternidad es la manifiesta voluntad deDios respecto de los hombres, ¿qué fundamentos ha de tener en la naturaleza humana y en la vida práctica?. Ante todo, LA FRATERNIDAD ES UN HECHO FÍSICO. La humanidad es esencialmente la misma en su estructura física; están forjados los cuerpos humanos en la misma fragua o vaciados en el mismo molde y tienen la misma configuración. San Pablo, en el discurso ante el Areópago ateniense, pronunció aquellas memorables palabras: “De una sangre hizo Dios todo el linaje de los hombres”, y esto es literalmente verdad por mucho que hiera nuestro orgullo. Si nos remontáramos a veinte generaciones atrás, encontraríamos para cada uno de nosotros más de cien mil ascendientes y el número llegaría a cinco millones si nos remontáramos a cincuenta generaciones. En la Europa occidental no hay ni una reliquia neolítica que no sea familiar para cada uno de nosotros, manejada por sangre de nuestras venas. En verdad, todos somos parientes y nuestra sangre está mezclada sin distinción de raza, aunque los lazos de la carne no sostengan engarzado al mundo en el hilo de la vida.

También la FRATERNIDAD ES UN HECHO INTELECTUAL.Sócrates descubrió que la naturaleza humana es universal. Mediante sus indagadoras preguntas observó que cuando los hombres piensan profundamente sobre un problema, denotan una mente común y un común sistema de verdad. Así se dio cuenta del parentesco y unidad mental del linaje humano, y que las ultérrimas conclusiones de las más esclarecidas mentes son armónicas, cuando no idénticas. De aquí se infiere que pueblos muy distanciados necesitaran valerse de los mismos símbolos representativos de conceptos filosóficos.

La verdad referente a las primitivas manifestaciones del pensamiento es igualmente verdad en las ciencias y letras. Es universal. Un hecho observado en Egipto es comprobable en Inglaterra. No hay química alemana ni astronomía inglesa ni matemáticas rusas. Lo más excelente en Rusia, como sus novelistas, sus músicos y pintores no es ruso, es humano.

Goethe y Schiller, Kant y Koch son parientes de Shakespeare y Darwin, de Hugo y Pasteur en el mismo reino de la mente, del que todo investigador de la verdad es ciudadano, todo poeta un magnate y un caudillo todo instructor. El reino de la mente no tiene límites, y hay allí discusión sin conflicto y emulación sin rencores porque el trofeo de cada uno es el trofeo de todos.

También la  FRATERNIDAD ES UN HECHO ESPIRITUAL.Bajo las sectas que separan y sobre los dogmas que dividen hay una esencial unidad espiritualmente humana. Las religiones son muchas, pero la religión es una. Las fundamentales creencias y esperanzas de la humanidad son las mismas aunque difieren en interpretación y expresión, como difieren los hombres en grado de moral y espiritual desenvolvimiento. Las mismas verdades fundamentales reconocen los hombres de todas las épocas y de todas las razas. Los mismos deberes morales nos obligan según nuestra claridad de entendimiento para reconocerlos y nuestro valor para cumplirlos. En moral sucede como en música, que los instrumentos están separados, pero han de obedecer a las leyes de la armonía. Como dijo William Penn, todos los hombres justos pertenecen a una sola religión, y cuando la muerte les arrebate la máscara, se reconocerán unos a otros; pero felizmente, sabemos que no hemos de esperar la muerte para manifestar nuestro sentimiento de fraternidad.

Dice Albert Pike:

A ingentes y ahora invisibles alturas de conocimiento y sabiduría se hubiese remontado el intelecto humano, si desde el día del diluvio obedeciera fielmente la humanidad alguna de las lecciones que le enseñaban las industriosas abejas, y reunidos los hombres en Logias practicaran sinceramente la caridad, la tolerancia y la fraternidad; y si así hubiesen procedido los que profesaban la fe cristiana, seguramente alcanzaran un inimaginable grado de dicha y prosperidad.

 

V

Desde este punto de vista, la única historia digna de ser escrita es la historia del desenvolvimiento de la fraternidad humana. ¿Cómo se abrió paso este ideal entre las rudas fuerzas de la naturaleza inferior?. ¿Cuánto ha intentado y hecho en beneficio de la humanidad?. ¿Cuáles han sido las condiciones de sus victorias, las causas de sus fracasos y cómo está hoy día en el pensamiento y conducta del hombre?. Estas son las preguntas merecedoras de respuesta. Sin embargo, por extraño que parezca, no se ha escrito todavía la historia de la fraternidad humana y hemos de esperar que aparezca el verdadero historiador de la humanidad. La historia escrita es a lo sumo la de los reyes y de las conquistas, la del hombre explotador del hombre (5).

En el futuro se han de escribir otra clase de historias, en las que aparezca el hombre comprensivo y servicial de su prójimo. La nueva historia se está ahora elaborando, a medida que se estrechan las relaciones internacionales, se acortan las distancias y el individuo va conociendo mejor a la colectividad. El gran descubrimiento de nuestra época no es el radio ni la radio, sino el de la unidad esencial del linaje humano. Es una verdad que nos hemos visto forzados a reconocer desde que la ciencia moderna ha aniquilado las distancias y acercado los términos del planeta. Por la misma razón estamos frente a cinco grandes problemas de urgente resolución y cada uno de ellos es un reto a la práctica de la fraternidad humana, y para resolverlos hemos de unirnos con lucidez de entendimiento y caridad de corazón sin perder de vista “el resplandor de la abierta luz”.

Ante todo, debemos en algún modo organizar la moral inteligencia y práctica capacidad del mundo y abolir la guerra, pues de lo contrario la guerra acabará con nosotros, y reducirá a cenizas humeantes el Templo del Hombre, como estuvo a punto de suceder en nuestra época.

En segundo lugar debemos afrontar la amenaza de una corrosiva anarquía con un profundo sentimiento de fraternal compañerismo y obligación en el cual cada individuo no cuente más que por uno, y todos se unan en el sacratísimo sentimiento de la común voluntad expresada en la ley, el orden y las actividades de la sociedad.

En tercera consideración tenemos que mientras las distancias fueron grandes y los pueblos vivían separados, no se notaba mucho razonamiento; pero hoy día el mundo se ha convertido en una casa de vecindad y se entremezclan varias razas, de modo que las relaciones entre las razas han de ser con el tiempo un agudo y vital problema. Si se convierte en un foco de irritación, será insoluble. Sólo la fraternidad puede resolverlo.

En cuarto término, la lucha industrial es irremediable si su solución se entrega a la acción de los extremistas, de modo que la lucha desquicie a la sociedad. También aquí nuestra única esperanza está en la gradual intensificación de los comunes intereses y responsabilidades, hasta que al fin los intereses privados sepan ponerse al servicio del interés general (6).

Finalmente, si la fraternidad es la cuarta dimensión de los problemas que hemos de resolver, se infiere de ello que nuestra más apremiante necesidad es la renovación espiritual, el reconocimiento de una común fe en Dios, el Padre, por la cual sirva el hombre al hombre como a su hermano. Necesitamos una más pura llama de visión moral que nos capacite para ver la verdad y obrar rectamente.

Porque es evidente que tareas tan transcendentales requieren fe en la recta ordenación del mundo, aquella fe que afirma, fortalece y santifica. Y tan vigorosos esfuerzos requieren también fe en la rectitud del mundo y de la humanidad. A menos que tengamos fe en el hombre, potencial o actualmente igual a lo que nuestra labor exige, se desvanecerán nuestras esperanzas y caeremos en la desesperación.

Así como hemos aprendido a usar de la naturaleza para superarla, debemos rehusar hacer del pasado del hombre la medida de su porvenir. De la propia suerte que hemos descubierto nuevas fuerzas en la naturaleza, hemos de creer que el hombre ha de actualizar nuevas potencias latentes en su interior. En una palabra, por medio de una de estas nuevas potencias podrá el hombre sobreponerse a la locura de rechazar el común sentimiento de cooperación.

 

VI

Tal empresa incumbe a la Masonería por su espíritu, su historia y su actuación; y a la poesía de la fraternidad añade un clarividente realismo de intuición y método. Su primer mandato es “Sea la luz”, y caminar en la luz significa que hemos de ver las cosas tales como son y tratar con realidades. Nadie puede computar demasiado altas las posibilidades del hombre; pero fácilmente podemos estimar en demasía sus alcances y sufrir una desilusión. La sabiduría de la Masonería está en que la primera condición de la Fraternidad es no ilusionarnos respecto de ella, pues de lo contrario se frustrarán las ilusiones, como sucedió a muchos que disgustados desertaron del campo de la Fraternidad (7).

La Masonería obra sabiamente en no intentar de pronto la Fraternidad universal sino que comienza por aproximación. Sabe que para tener Fraternidad es necesario tener antes hermanos, y a este fin se dirige su labor. De aquí que escoja de la masa general de la humanidad los anhelosos de Fraternidad, que parezcan capaces de cumplir los deberes a que obliga, y procura enseñarles a vivir fraternalmente en medio de una sociedad egoísta.

Dicho de otro modo, la Masonería toma el mundo tal cual es y a los hombres tales como son, siempre imperfectos, a veces antipáticos, y considera meritoria la lucha por la

Fraternidad no a causa de lo que son los hombres, sino de lo que en sí entrañan para llegar a ser. Creyente en el bien potencial del hombre subyacente bajo la superficie de malignidad procura aducir las mejores cualidades humanas y hacernos piedras dignas de emplearse en el Templo.

Cómo lo efectúa no hay necesidad de manifestarlo aquí, excepto decir que la Masonería tiene un exquisito arte propio para disciplinar a los hombres, en fraternal rectitud. A la vivísima luz de la Logia vemos la vida tal como es, destituida de rango, pompa y poderío, y moviéndose sobre un plano de tiempo y muerte. Nos muestra muy claramente al prójimo con sus defectos, limitaciones, e ineptitudes; pero también con sus necesidades, sus luchas, su hambre de satisfacción, sus anhelos de verdad y belleza, con el frenesí de su vida. También nos muestra no menos claramente a nosotros mismos, con nuestros errores, egoísmos y repugnancias; y la primera lección de sabiduría es que desechamos toda ilusión acerca de nosotros mismos. Este conocimiento hace a los hombres prudentes y amables, pacientes unos con otros, deseosos de perdonar, dispuestos al auxilio, puesto que todos necesitamos la misericordia de Dios y el amor del prójimo. Con tan sencillos medios, apoyados en antiguos y elocuentes símbolos, con espíritu de verdad, caridad y compañerismo, la Masonería predispone a los hombres para ser obreros del Templo de la Fraternidad.

En el estrepitoso clamor del mundo nuestra sabia Masonería no vocea ni grita roncamente ni se agita ni formula programa. Trabaja silenciosa y suavemente enseñando a los hombres la religión de la vida fraternal, pues sabe que cuantos más hombres haya en el mundo de “amplio corazón y auxiliadora mano” más pronto se realizarán nuestros sueños de un más justo, dulce y feliz mundo futuro, con la final esperanza del reino de Dios en la tierra. Lentamente se levanta el Templo, edificado por el amor de muchos corazones y la lealtad de muchos obreros hasta que al fin quede completo y dedicado.

Todavía la Nueva Era está como medio construido edificio que hacia el firmamento se levanta, abierto a todas las amenazas de tormentas que rugen en derredor. El andamiaje oculta las paredes y caliginoso polvo flota y cae mientras moviéndose de un lado a otro, trabajan con ahínco los masones en su tarea.

 

NOTAS AL CAPÍTULO VI

(1) Traté de exponer en mi obra: THE GREAT LIGHT IN MASONRY la fe y filosofía de la fraternidad desde el punto de vista masónico, y no voy a repetir aquí lo allí expuesto, salvo un bosquejo a modo de recuerdo. En primer lugar, el concepto masónico de la vida significa que estamos en el mundo para hacer algo y llegar a ser algo. Dios hizo la tierra, el mar y el firmamento, pero no abrió caminos ni edificó casas, que debe construir el hombre.

En segundo lugar, si el hombre ha de construir algo permanente, debe fundarlo en la voluntad de Dios, pues de lo contrario, edificará sobre arena su casa y las lluvias la derrocarán. En tercer lugar, el hombre no puede conocer la voluntad de Dios y mucho menos cumplirla, sin el auxilio del mismo Dios, que la Masonería le enseña a impetrar por medio de la oración, la obediencia y la fidelidad. En cuarto lugar, la voluntad de Dios es manifiestamente favorable a la unidad del linaje humano, y Su propósito es la fraternidad, y como dijo Conrad, la historia es el registro de la desesperada lucha por la fraternidad en contra del egoísta aislamiento del hombre. Por último, así aprendemos a edificar solidariamente, a fin de terminar y dedicar el Templo de la Fraternidad, que es la meta de la Masonería. (SPECULATIVE MASONRY, por A. S. MacBride).

(2) Aunque todas las grandes religiones del mundo enseñan la fraternidad humana como un dogma fundamental de fe, la  base  en que la apoyan difiere en cada caso. Por ejemplo, el budismo basa la fraternidad en la creencia de que todos los hombres están sujetos al sufrimiento y deben hermanarse por simpatía. Es una piadosa fraternidad. El mazdeísmo afirma que los hombres son hermanos porque todos han de alistarse en el ejército de la gran guerra cósmica de la luz contra las tinieblas. Es una fraternidad militar.

El confucionismo basa la enseñanza en el sentido di la común tarea de favorecer la evolución de la humanidad. Es una fraternidad de servicio. El cristianismo funda la fraternidad sobre la más amplia y profunda verdad de la Paternidad de Dios. Es posible sintetizar todas estas profundas y hermosas verdades en una más comprehensiva visión, como se entrefunden los instrumentos de una orquesta, si recordamos las palabras del vidente en el libro sagrado de China: “La humanidad es el corazón del hombre y la justicia su sendero. La mente amplia ve la verdad en las distintas religiones; la mente estrecha sólo” ve las diferencias”. (COMPARATIVE RELIGION AND THE RELIGION OF THE FUTURE, por A. W. Martin).

(3) La esencia de las enseñanzas de Jesús, su profunda y gozosa experiencia de la divina Paternidad, su identificación con los dolores de la humanidad con cuyos pecados cargó; y su emancipadora visión del reino de los cielos, se encuentran en obras tales como THE JESÚS OF HISTORY, por T. R. Glover; la titulada BY AN UNKNOWN DISCIPLE, de autor anónimo y una de las mejores escritas; THE YOUNG MAN FROM JERUSALEM, por W. C. Balantine, de exquisito y profundo significado; TOWARD THE UNDERSTANDING OF JESÚS, por W. C. Simkovich, uno de los más eruditos ensayos de nuestra generación; y el primer capítulo de la segunda parte de JESÚS MAN OF GENIUS, de Middleton Murry, de extraordinario valor por su interpretativa intuición y notable estilo.

(4) Un análisis y exposición de la metafísica de la Fraternidad, tan erudita como aleccionadora, se encuentra en la obra: SELF AND NEIGHBOR, por E. H. Hirst, que trata de la psicología y de filosofía y moral de la Fraternidad. El último capítulo interpreta la aplicación del principio de fraternidad a las complejas vicisitudes y circunstancias de la vida, demostrándonos cuán fácil es emplear en nuestro trato con el prójimo frases amables y cuán difícil concretarlas en hechos positivos. La verdad puede ser sencilla, pero su aplicación es muy complicada. Quienes gusten de sólidos manjares mentales debieran leer conjuntamente con este libro el titulado: THE RECONSTRUCTION OF THE SPIRITUAL IDEAL, por tánica moral si hemos de tener una viviente religión de fraternidad. Dicha obra es una de las mejores de nuestra época.

(5) Por extraño que parezca no se ha escrito ninguna historia particular de la Fraternidad humana, en cuanto alcanzan mis noticias, a no ser que consideremos como tal THE OUTINE OF HISTORY, de H. C. Wells, y THE HUMAN ADVENTURE, por Breasted y Robinson, cuyo intento fue mostrar indirectamente, la unidad del linaje humano y lo necesario de la fraternidad. De todos modos se ha intentado lograr el reconocimiento de que debe llegarse al positivo bienestar de la humanidad en conjunto, que ha de tener por base la fraternidad universal. Los propagadores de la fraternidad en Inglaterra han editado la hermosa obra TLIE GROWTH OF BROTHERHOOD, por A. T. Dakin, que señala el pausado desarrollo del sentimiento de solidaridad en la decadente civilización romana entre los años 50 y 430 de nuestra era; en la naciente civilización cristiana medieval del 405 al 1500; y en la creciente civilización de 1500 en adelante. Además debo citar THE CHALLENGE OF BROTHERHOOD, de Tom Sykes, querido amigo mío, con quien fui por toda Inglaterra predicando la fraternidad cuando estaba agotada por la guerra y entenebrecida por la aflicción. Es muy necesaria una verdadera Historia de la Fraternidad; pero es una de las cosas que henos de aguardar, y uno de sus capítulos ha de ocuparlo la Masonería.

(6) La historia no ha conocido época alguna tan a propósito como la presente para el arraigo de la Fraternidad en un mundo solidarizado en multitud de aspectos, en el que el hombre va aprendiendo a vivir en comunidad. Ha llegado a ser necesario el hermoso sentimiento de fraternidad en vista de la enorme presión de los hechos que van sobreviniendo. Pero la fraternidad se ha de transmutar de sentimiento en conocimiento, de emoción en raciocinio si ha de llegar a su plenitud el sentimiento de solidaridad que fue más amarga, pero provechosa lección enseñada por la guerra mundial. En un mundo la Masonería, la más antigua y magna fraternidad conocida de los hombres, ha de hacer su obra.

¿Cómo se comportará la Masonería con esta admirable época y cómo se colocará a nivel de la oportunidad que le depara?. ¿Es una ciencia progresiva como dice ser?. ¿Puede la Masonería unirse en una común empresa con el Bien general en servicio de la humanidad?. ¿Qué porvenir aguarda a la Masonería?. Estas preguntas están discutidas en un artículo titulado THE FUTURE OF MASONRY en la revista THE MASTER MASÓN, vol. 2, pág. 43. En resumen: ¿llegará a ser la Masonería el sepulcro de un ideal o el centro de una fraternal y creadora empresa?.

(7) Dice John Galsworty en su obra: FRATERNITY: “Acaso las gentes que tienen lo que se llama un bajo concepto de la naturaleza humana son más tolerantes, comprensivos e indulgentes que quienes considerando lo que la naturaleza humana pudiera ser, propenden a odiar lo que la naturaleza humana es”.

Añade Félix Adler en THE ETHICAL STANDARD: “¿Cuál es el radical mal del mundo?.

A mi modo de ver es la mezquina estimación que de sí mismos hacen los hombres. Es su animalidad en contraste con su espiritualidad. Es que se figuran que son animales, aunque de orden superior, y no seres espirituales. Indudablemente, el hombre es un animal; pero es algo más. En su breve vida está inscrito un jeroglífico de eterno valor. No es el hombre un mero producto de la naturaleza, una simple ola en la corriente del tiempo que se levanta y se desvanece dejando tan sólo por señal un escarceo en la superficie”.

No hay oposición entre estas dos afirmaciones. Cada una es el complemento de la otra. La tragedia de nuestra época es que estamos perplejos entre un cínico realismo y un sentimental idealismo; uno que no espera nada y otro que lo espera todo de la naturaleza humana. Ambos yerran; y la Masonería es sabia al evitar la falsedad de los extremos. El hombre es capaz de Fraternidad y un candidato a ella, aunque al presente esté todavía muy lejos de practicarla.

 

CAPÍTULO VII

EL ÚLTIMO TÉRMINO

I

Lentamente el Templo se levanta sin el son de hachas ni martillos, como monumento de muchas vidas, el ideal y meta de la Masonería, el último término. ¿Pero qué de los constructores?. Van muriendo, como ha de morir todo cuanto vive y pasan de la naturaleza a la eternidad. El Templo permanece y los constructores fenecen, aunque perduran como piedras vivas en los arcos y en el altar. Una generación sigue a otra, y cada época deja la obra incompleta y cada obrero deja su marca. Cada uno hace bien o mal su obra, deposita su caja de herramientas y desaparece llevándose su blanco mandil. Cada cual se marcha solo, y aunque amigos y hermanos le siguen hasta el borde de las tinieblas, se vuelven entristecidos. El padre deja a su hijo, el maestro a sus oficiales y aprendices, y el masón la suave luz de su Logia. Trabajamos juntos, y morimos en soledad. Los soldados marchan a la batalla con tacto de codos, y cada cual muere individualmente sin que nadie comparta el último e inefable suspiro que su alma dirige al nativo hogar. Muere »1 soldado, pero el ejército sigue su marcha al redoble del tambor y ondeando sus banderas hasta alcanzar la victoria o sufrir la derrota. El obrero muere, pero el Templo se alza con sus columnas y sus arcos, y su cúpula asume nebulosa forma en nuestros sueños.

El Templo se alza; pero ¿en dónde están los constructores que en su belleza soñaron, y solícita y amorosamente labraron sus piedras con el nivel y la escuadra?. ¿Qué importa que el rey Salomón en el pináculo de su gloria proyectara y construyera un Templo y con himnos y sacrificios lo dedicara a la santidad de Dios, si con toda su realeza cayó en el insensible polvo que ni piensa ni conoce?. ¿Qué importa que el maestro constructor derramase sobre el Templo su talento y su amor con toda la habilidad de su arte, trabajando pacientemente en continua oración, si cayó anegado en su propia sangre y no ve el Templo majestuosamente erigido a la luz del sol ni acariciado por el suave misticismo de la noche?.

Pero cabe otra pregunta cuya respuesta entraña profundísimos resultados morales que igualmente afectan al honor de Dios y al orden moral del mundo. Salomón experimentó el gozo de proyectar el Templo y el Maestro constructor tuvo intenso placer en emplear sus poderosas facultades en construirlo; pero ¿qué de la multitud de obreros que se esforzaron en realizar el proyecto labrando las piedras, soportando cargas, sentenciados al penoso trabajo a que siempre estuvo sujeto el obrero manual?. ¿Acaso murieron y cesaron de ser, hundiéndose en un borroso e indistinguible montón de polvo, desconocidos y olvidados, dejando tan sólo una débil marca para mostrar que vivieron estos fieles operarios y desaparecieron como barridos escombros?. ¡No! La Masonería no lo considera así. Por la naturaleza de Dios en cuya loanza fue construido y consagrado el Templo, por el mérito de cada obrero que añadió su amor y su trabajo a la fábrica, por la justicia de Dios, firma la Masonería que también son inmortales los constructores. Vivían como piedras vivas en el Templo, pero a medida que en él trabajaban iban construyendo en su propio ser un templo tan imperecedero como el que externamente construían. Además ni el Templo ni su ritual no son de por sí fines, sino medios conducentes a la finalidad de cada operario, aun el más humilde, llegue a ser un santuario de fe, una urna de amor y un altar de pureza, compasión y verdad. Eternamente se alza el Templo y con él sus constructores que participan de su hermosura y de sus promesas.

Dice C. R. Kennedy en THE SERVANT IN THE HOUSE:

A veces prosigue la obra en profunda oscuridad y otras en ofuscante luz; tan pronto bajo la pesadumbre de indecible angustia, como al son de joviales risas y heroicas y tronantes aclamaciones. A veces, en el silencio de la noche, se puede oír el suave martilleo de los compañeros que se adelantaron a escalar la cúpula y en ella trabajan.

 

II

Si el hombre muere ¿volverá a vivir?. A esta antigua y doliente pregunta, que así mismo se hizo el primer hombre que vio morir a su prójimo, responde afirmativamente la

Masonería porque Dios es Dios y el hombre es el hombre y la vida es lo que es (1). En cuanto reconocemos que da dignidad, valor y significado a la vida, ya no se necesita argumentar en favor de la inmortalidad, y mientras no lo reconocemos, es inútil todo argumento. La fe afirma el valor de la vida. La religión realiza el valor de la vida. En el fondo, la fe en la inmortalidad es la fe en la conservación de los altos valores de la vida, y como quiera que estos valores sean individuales, se necesita la fe en la individualidad y una moral confianza en la inmortalidad del amor. Si nada valiera la vida, nada valdría la inmortalidad. Si la vida tiene valor real ha de ser inmortal.

 

NOTAS AL CAPÍTULO VII

(1) Para el cristiano, Dios, el hombre y la vida se entrefunden en Cristo, la Vida que interpreta la vida. Sin embargo, no sirve en estos casos de mucho la fe, y menos cuando se relaciona con el destino de los seres a quienes hemos amado y perdido. Algún consuelo recibiéronlos lectores de The LITTLE BOOK OF LIFE AFTER DEATH, de Gustav Trenchner con introducción de William James, en el que se demuestra la continuidad de la vida en el más allá. Otro libro auxiliador es FAITH IN A FUTURE LIFE, por A. W. Martin, en el que se discute la pregunta: ¿Qué satisfactorio fundamento tiene la creencia en la vida después de la muerte?. Examina Martin una serie de razones, sin olvidar las aducidas por el espiritismo, la doctrina del ser sublimal y la reencarnación y el karma de los teósofos. Del análisis de todos estos fundamentos infiere que el más satisfactorio para la fe en la vida futura es la experiencia moral.

JOSEPH FORT-NEWTON

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