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Compilación de Mitos y Leyendas del Paraguay - Bibliografía Recomendada

  MALAVISIÓN - Versión: MILCIADES GIMÉNEZ

MALAVISIÓN - Versión: MILCIADES GIMÉNEZ

MALAVISIÓN

Versión: MILCIADES GIMÉNEZ

 

La picada "Veinticinco" era famosa por sus extraños fenómenos.

Zona fragosa y de pésimos caminos, apenas permitía el paso de las carretas que los transitaban chirriando, como lamentándose de la mala fortuna.

Peor lo pasaban los peatones; más si eran solitarios, pues la malavisión u otra jorguinería por el estilo les salían al paso con pésimas jugadas.

-A mí no me vengan con malavisiones, comentó un hombrecillo desmedrado.

Sobre mi montado desafío a las más pintadas apariciones. Sobre el espejo de su pecho, en este remolino blanco, le puse una crucecita de plata.

No hay "Curundú" (talismán) más poderoso. Calló por un momento.

-Miró Leoni, replicó Karaí Leú. Yo tampoco creo mucho en esos cuentos. Pero hay cosas que no son cuentos. Recuerdo que atravesábamos Picada Veinticinco cuando anochecía. Detrás de nosotros quedaban muchas hogueras. Daba la impresión de que todo el campo nos asediaba con llamas. La luz roja de la tarde invadía también de fuego el camino, el aire, el monte. ¿Sería sólo por eso o sería una realidad? Lo cierto es que escuché el grito agudo de lo que imaginaba un "labrador" (hachero) solitario. Mi compañero de viaje se apresuró a aconsejarme.

-No le contestes. Es el grito de Malavisión.

-¿Y si contesto?

-Vendrá y nos llevará. Mejor es dar la callada por respuesta, ya que el silencio es el arma del que teme.

La voz seguía elevándose en el silencio como un puñal agudo y centelleante.

"Mokoi ko rohó" (Vamos entre dos).

Prudentemente, opté por callar.

Anochecía cuando salimos de la picada maldita, y sólo entonces el corazón me volvió a latir con el ritmo habitual.

Me lo contó Vidal, terció Rufino, el capataz, ustedes lo conocen. Quedó así desde aquella vez. Vidal y Mariano se habían internado en el bosque del Aquedaban para buscar "rollos". Era la hora decidida de la luz solar al promediar la tarde. Tremendo susto se llevaron cuando un "pykasuró" (paloma) se precipitó de entre un ramaje, y espadañando las plumas timoneras, se posó sobre una cruz medio escondida entre ramojos.

Al ver a los labradores, remprendió el vuelo con estrépito de matraca.

-¡Una cruz! dijo Vidal. Y librándola de las ramazones, la dejó al descubierto.

¡Escucha eso! insinuó Mariano.

Una voz ahilada como fibra de "yvirá" (bromelia) se alzaba hacia la zona de la luz desde la umbrosa modorra de la floresta.

Otro labrador, dijo Mariano. Y, acto seguido, emitió el grito agudo con que el campesino suele ahuyentar sus penas.

No lo vuelvas a hacer, le rogó Vidal. ¡Es la Malavisión!

Mariano se echó a reír, y siguió emitiendo sus aúllos, ensartados con los que más numerosos cada vez, provenían de diversas fuentes, formando al final alaridos escalofriantes atados en haz de gritería.

Vidal arrojó el hacha y fue a abrazarse a la cruz. Mariano petrificado de terror, no atinó a moverse.

Varias sombras, como "Kamba ra'y" (negritos), ferósticos, escurridizos, se colaban entre los árboles, gañendo como piara de puercos monteses. Rodearon a Mariano con estruendo espeluznante. Vidal oyó, o creyó oír, voces que decían:

-No te llevamos porque te protege el signo sagrado.

Cuando Vidal volvió en sí, estaba rodeado de los suyos en su casa, pero nunca más recobró del todo los sentidos, quedó "de poco" (tonto). En el hablar farfalloso, en el temblor de las manos que buscan siempre algo que asir, se adivinaba la intensidad del drama sufrido.

A Mariano lo buscaron por toda la floresta, pero no encontraron ni rastro.

¡La Malavisión se lo llevó!, decían las gentes.

La larga exposición de Rufino impuso silencio. Vidal era harto conocido y su testimonio era creíble.

Leoní, incrédulo aún, montó en el pangaré y se fue. Era fiestero y no se iba a perder el baile. Mil malavisiones no lo habrían detenido. Tampoco la tormenta que regañaba en los blancos dientes de los fusilazos.

Llegó a la picada cuando las sombras de la anochecida se sumaban a las penumbras de un día sin sol.

-¡El "guapo'y" de los fantasmas!, se dijo.

Un candil parpadeaba sollamando la cáscara de naranja, al pie de una cruz.

Un estampido de trueno lo sobresaltó. El animal dio un brinco; y aunque el fuerte de Leoní era la jineta, quedó desmontado. El caballo, encabritado por el trallazo, huyó despavorido.

Una extraña fuerza arrastraba a Leoní hacia la ciénaga cercana, la vecera de los chanchos salvajes. Se sumergía en el fofadal fétido, pegadizo, mientras millares de bocas redondas y diminutas respiraban con pequeñas explosiones sordas.

Los amigos de Leoní reconocieron su montado y supusieron que algo inusitado había sucedido. Lo sacaron de la ciénaga, embarrado hasta la coronilla. Interrogado, no contestó.

En la mirada ausente se leía su tragedia. La imprudencia, aliada a la superstición y a los prejuicios, exige tributos muy elevados, excesivamente elevados.

Fuente: MITOS Y LEYENDAS DEL PARAGUAY. Compilación y selección de FRANCISCO PÉREZ-MARICEVICH. Editorial EL LECTOR - www.ellector.com.py . Tapa: ROBERTO GOIRIZ. Asunción-Paraguay. 1998 (187 páginas)

 

 

 

 

 

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