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NARRATIVA PARAGUAYA - EDICIÓN DIGITAL

  CUENTOS DECENTES (Cuentos de GUIDO RODRÍGUEZ ALCALÁ)

CUENTOS DECENTES (Cuentos de GUIDO RODRÍGUEZ ALCALÁ)

CUENTOS DECENTES
(Enlace con datos biográficos y obras
en la GALERÍA DE LETRAS del
www.portalguarani.com )
Edición digital: Alicante :
Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2000
N. sobre edición original:
Edición digital basada en la de Asunción (Paraguay),
Criterio Ediciones, 1987.
 
 
 
 
ACLARACIÓN
* La intención del autor ha sido hacer ficción y no historia -aunque a veces utilice ciertos materiales tomados de la historia. Por eso, cualquier semejanza entre los personajes de este libro y cualquier persona viva es pura coincidencia y no se debe a la intención del autor.
 
 
 
CUENTOS DE GUIDO RODRÍGUEZ ALCALÁ
 

 EL BESO AL LEPROSO

Aquel domingo vamos por la estancia yo con el suegro y Pelusa y estamos por cruzar el puente cuando llega corriendo el mensajero de la desgracia el chiquilín a los gritos y allí la amada salta con un resorte en el culo catapultada de la camioneta oliendo lo que no olieron los cuervos (todavía) vuela por el pajonal abajo incomodando a las víboras parroquianas (imposible pararla) en dos zancadas al fondo del barranco al borde del arroyo con gritos funerarios y altísimos de María Callas.

Yo que te quería tanto Pelusa se dejó en el tintero, omitiendo esta fórmula sacramental de toda plañidera profesional quizás para evitar malas interpretaciones (Beldad y el monstruo) y entonces se limitó no más a mesarse las mechas y a retorcerse plañideramente por el idiota del pueblo. Por Luisito que nos mandó a tomar por el culo buenamente diciéndonos que para animación de las ferias nos buscáramos alguno más idiota que él a quien teníamos ya cansado de tanta diversión a su costa y que se marchaba del pueblo definitivamente con esta despedida no exenta de sarcasmo ni buen humor como meterse en el arroyo medio metro cabeza para abajo.

Pero nadie quiso darse por aludido ni entender las cosas así que lo buscaron al viejo Brítez como primera medida, como primer paso en la elucidación de una muerte, pero don Brítez pudo probar que se encontraba en otra parte aquel día y el segundo corte de manga a los investigadores fue la negativa de la mujer que cuando vio llegar al médico forense se puso un basilisco gritándole que primero la mataban a ella antes que cortarle el cadáver de su hijo por pura irreverencia o curiosidad malsana de forastero y convenciéndolo de la imposibilidad de la autopsia, así que el bobo se enterró para siempre con las circunstancias de su muerte que la mujer sabía más que los otros por haberlo amortajado, lavado y encontrado quizás algunas marcas de violencia que los demás buscaban para resignarse (al fin) por impotencia a considerar accidente vale decir el pobre minusválido asomado a la barandilla del puente cayendo por su falta de cabeza, cabeza para abajo sobre las piedras del fondo ahogado y pudriéndose todo un día hasta que lo encontramos nosotros (suegro/Pelusa/yo) para darle cristiana sepultura, vale decir entierro de primera pagado por la estancia con crespones de luto y oraciones del pueblo así privado de su bufón local y de su mala conciencia o por lo menos de una parte de ella.

Porque todos sabían que el médico que lo atendió de niño dijo que no tenía nada (quiero decir mental) que sus problemas motores tenían tratamiento y hasta que le sobraba inteligencia.

Pero explicáselo a los chicos que cuando lo ven llegar a la escuela comienzan a bizquear entre todos y a cruzar los brazos como él, remedándolo, siguiéndolo por todo el patio llenándole el guardapolvos blanco de tinta sin que valgan la intervención de la maestra ni las protestas de doña Brítez que lo acompañó a la escuela varias veces, pero que terminó sacándolo de la escuela porque resultaba imposible protegerlo todo el tiempo, pero que continuó protegiéndolo siempre de todos modos sabiendo bien que el chico no tenía nada fuera del defecto físico, pero que la maldad de los otros terminaría por estropearlo como realmente fue.

No se sabe en verdad si era la madre pero de hecho fue la madre hasta el final, aunque su marido que lo aceptó al principio comenzó a molestarse por las murmuraciones del pueblo de que no tiene sentido, nunca se ha visto criar un hijo bobo y para más de otro porque se comentaba además que era de ella pero de otro hombre que no era el Brítez y si era de él tanto peor porque entre los dos tuvieron un monstruo y algo había de haber en esa familia porque en la casa no había sino Luisito porque los Brítez no tenían hijos.

Caritativo no era el Brítez por otra parte sino que quedó en la estancia cuando mi suegro compró ese enorme campo con todas sus pasturas y animales y pobladores y el suegro vio ese chico que vagaba sin padre y le pidió que lo tuvieran en su casa viendo que la mujer le tenía cariño por a o b motivos que no venían al caso y entonces el viejo Brítez consideró peligroso desatender el pedido del nuevo propietario que si molestaba podía echarlos del rancho que ya venían ocupando desde hacía muchos años pero sin título y de este modo Luisito pasó a ser el hijo adoptivo de los Brítez si no era natural como también se decía.

Pero el hombre cada vez con menos paciencia con este hijo postizo que ni podía ir a la escuela ni trabajar en el campo y hasta tenía hablado de matarlo, empujarlo debajo de un camión como por accidente o tirarlo al arroyo, pero la Brítez habló con el patrón entonces y este le hizo saber muy claramente que lo mandaría preso y el rancho quedaría sólo para la mujer si lo mataba y Brítez terminó por calmarse aunque de tanto en tanto, cuando estaba borracho, decía que iba a matar al chico idiota que tenía en la casa por capricho de la mujer.

Para ella un suplicio permanente tener que protegerlo de la maldad del marido tratando de estar en casa todo el tiempo posible, pero también tenía que salir y entonces no sabía si al volver lo encontraría todo golpeado o por lo menos temblando por las amenazas del marido que si no podía tocarlo siempre, por lo menos le mostraba los dientes y después se reía de cómo lo hacía correr con amenazas, forzándolo a esconderse bajo la cama o en él campo donde podían encontrarlo los muchachos para tratarlo mucho peor y las escenas eran permanentes, digo la Brítez yendo de casa en casa para buscar al culpable y hasta ligándose a palos con las demás mujeres que la temían sabiéndola amparada por el patrón, pero tampoco podían controlar totalmente a sus hijos para que dejen de molestarlo a Luisito que era una tentación de hacer maldades para los muchachos del pago.

Pero se fue haciendo hombre Luisito y entonces comenzaron a aceptarlo los demás adolescentes porque hacía de payaso, hacía lo que los demás no podían como zafadurías delante de todo el mundo que a él se le perdonaban sin saber que Luisito también los manejaba a todos porque se defendía adivinando e incluso anticipando la tontería ajena y como creándola para complacerla para que así lo molestaran un poco menos.

Pensando que las cosas cambiarían con el tiempo porque el patrón no dejaba de prometer un tratamiento adecuado que Luisito creía o deseaba creer sin ponerse a pensar en cuánto costaría ni cuál médico en ese pueblo perdido ni hasta dónde llegaban en realidad los cuidados del patrón que se cansaba de la historia y amonestaba siempre a Brítez, pero sin convicción, porque sólo quería evitar extremos contra Luisito, pero tampoco le daba ciento por ciento la razón a la madre cuando pedía amparo y no quería perder un buen empleado sólo porque se hiciera el bruto de tanto en tanto con un inválido porque el campesino es bruto de todos modos.

Por eso no me causaba gracia verlo llegar a la estancia con la mujer para pedir amparo (normalmente después de una paliza) y entonces me borraba de la escena y no por desconsiderado, como me dijo Pelusa, dejándome con ganas de romperle los dientes sino sencillamente por respeto porque en un caso así no hay nada que pueda hacerse y cuando lo comprendés perfectamente lo mejor es largarte rumiando una puteada más decente que la comedia de los compasivos.

Y vos sabés que terminó el romance el día del casamiento de Juani, el día en que Luisito hizo su presentación estelar ante los comensales filántropos sentados a la mesa del banquete nupcial celebrado en la estancia con mandioca y con circo para el pueblo convidado que convidó a Luisito con un litro de caña del gentleman farmer que intercambiaba dimes y diretes con el bufón borracho (o más precisamente emborrachado) que bailaba y cantaba delante de la mesa descomunal dejándome con ganas de repartir sopapos a los cognados sin excluir a Pelusa riéndose de las gracias del bobo a la par de los otros.

Por eso me reventaron sus coplas a la muerte de feu Luisito el día que lo encontramos tieso al borde del arroyo y ella llorando por cuatro y yo con la carga adicional de consolarla aguantando hasta que se le fuera el duelo del corazón y entonces soltar mi despedida caballeresca (¡al fin!) mechada de reconocimientos por su presencia de rosa mística en todos aquellos tiempos grises sin más luz que la suya de osa polar.

Supongo que dijo «estrella» soslayando los kilitos de más y omitiendo que nuestro amor había terminado el día del casamiento de Juani, cuando la niña sentimental sensible sensitiva me dejó ver la hilacha. Ella, el ángel benéfico con el corazón y la moneda en el bolsillo siempre listos para la obra pía María intercesora correveidile del viejo que hambreaba a la plebe con los sueldos y prodigaba limosnas vía Pelusa que recorría el valle con una caja de medicamentos y otra de ropa usada paliando las miserias de la servidumbre y levantando a su paso nubes de incienso (simbólico) que de cualquier manera me estropeaba las narices (físicamente). Quiero decir que a su vulgaridad natural unía la vulgaridad elaborada del beso al leproso...

Sin duda tenés razón porque aunque, in vino veritas, yo no te estoy contando más de lo ya contado en largas confesiones precedentes donde previste ciertas reacciones o desenlaces de acuerdo con los vaivenes de mi neurosis perfectamente lúcida pero molesta al propietario que terminará cambiando por necesidad de sobrevivir aunque desde luego (y esto recordalo siempre) quien anda atravesado no soy yo y esto sigue siendo cierto aunque me rinda y tire la toalla.

Pero me conoces demasiado para no darte cuenta que si te llamé a estas horas no fue para revisar lo ya revisado sino para agregar algo más que justamente trato de decirte...

En términos policiales digamos que oculté evidencias de la muerte de Luisito porque si no lo hago voy preso y eso y eso sencillamente porque fui el último en verlo (detalle que faltaba) con vida el sábado por la tarde al borde del arroyo (donde lo encontramos muerto el domingo) tratando de lavarse una borrachera inducida porque una vez más lo habían llenado de caña y ahora vomitaba en cuatro patas con las rodillas y los pantalones nuevos hundidos en el lodo para merecer después la tirada de orejas de la Brítez y después las compresas frías y después otra vez lo mismo hasta que le reventara el cuerpo de borrachera un día.

Entonces me le fui acercando como hechizado por el chapoteo del agua y la deformidad del crepúsculo y la imprecisión de la forma que se volvió sintiendo el zigzagueo de mis botas sobre la hierba alta viendo que estaba al fondo de la zanja y contra la cabecera del puente y ya de noche así que imposible escapar y trató de gritar hasta que se calmó entendiendo finalmente que nunca podría ser como los otros y que se estaba engañando con esperanzas falsas y yo venía a darle su única chance de dejar de ser el idiota del pueblo.

 

LA TRAIDORA

(1864-1869)

I

Le confieso que me costó perdonar que me dejaran en casa aquella noche a rezar el rosario con la abuela. Ella rezando y refunfuñando que era el colmo tanto baile y la rea irlandesa nos metía la moda de París y se acabó el typoy y cada vez un traje nuevo a cada fiesta y eso era la ruina y toda la familia cosiendo, bordando, surciendo con los figurines traídos de Francia por indicación de Madama Lynch que venía personalmente para decirnos cómo hacer los trajes y cuántos y para quién, Madama Lynch que en Francia la echaron por indecente y que teníamos que recibir ahora en nuestras casas por ser la querida del presidente. Me cuidé de decirle a la abuela que yo también me moría de ganas de ir. A ella que se había quedado en casa pretextando enfermedad y le rezaba a la Virgen para que se la llevara pronto y antes de tener que estar en una de esas reuniones del presidente a las que no se faltaba sin incurrir en desgracia.

El Semanario comentó después que había sido usted la reina de la noche. Lo leí con mis propios ojos y la abuela me miraba asombrada (¿sabe leer?) pero sin pensar (¡ella también!) que era impropio y peligroso en una niña porque daba ocasiones de recibir y de enviar cartas perfumadas. Pero lo que sé no me lo sé de leídas sino de oídas. De escuchar y escuchar los comentarios de usted y sus amigas (yo muerta de envidia). Tanto que la estoy viendo a usted y en su noche estelar y al pie del trono del Mariscal Presidente. Usted entre Manuelita Sión vestida de griega antigua y Dolores Recalde de pastora -ella un poco molesta porque quería ser la única linda y usted le hacía sombra. Hasta que (¡al fin!) escuchan resonar los adoquines (recientes) de la calle De las Palmas. Sonando bajo los cascos de los coraceros montados y bajo las ruedas ferradas de la carroza de oro y terciopelo rojo del Mariscal Presidente. Llegando (¡al fin!) a presidir el baile de disfraz oficial. El muy ceremonioso, de Carlos V, y usted casi puede tocar la densidad del aire con la tensión que crece cuando Solano López sube por los peldaños de mármol del zaguán alfombrado del Club Nacional. Él con su séquito de marqueses y de pares de Francia (los muchachos bien) mientras los oficiales le presentan armas y los clarines resuenan y la concurrencia se electriza y el Mariscal Presidente ciñe con decoro la corona de lauros que le ofrecen las niñas asuncenas de las mejores familias y declamando poemas. Él da por inaugurada la fiesta -pálido y solemne- de pie bajo el dosel de paño fino levantado sobre el trono y rematado con el escudo de armas de los López que bordamos nosotras punto por punto. Después desciende los peldaños del trono que domina la Sala de Homenaje para bailar una cuadrilla con Dolores Recalde y usted se tienta de risa viendo que Su Excelencia tiene un palmo menos que la niña.

II

¿Recuerda usted el pinchazo que me dio en el Club Nacional?... Eso fue en el 67, la primera vez que me dejaron entrar a un acto oficial porque ya era más grandecita por entonces. En parte me obligaron, ya tenía la edad para participar en todos los actos patrióticos que se organizaban; en parte quería yo, porque el Club Nacional se me hacía un misterio, un lugar del que, hasta ese momento, me tenían apartada por chiquilina.

¿Recuerda aquel discurso?

He perdido a mi esposo en esta guerra cruel que nos hacen tres naciones, he perdido también a otros seres queridos y sólo me quedan en el desastre mis hijos y mis alhajas. Demasiado pequeños los primeros para ofrecerlos, hoy vengo a depositar mis joyas para que ellas contribuyan a sostener la defensa de nuestra bandera.

¡Simpática la señora!... Ofrecer los hijos a la patria como se ofrece arroz a las palomas... Pero dejemos en paz por el momento a su pariente esa del discurso... Quería no más decirle que de chiquilina me moría de ganas de entrar al Club Nacional pero cuando al fin me dejaron, me moría de aburrimiento con esas señoras que querían dar todo por la patria como si quedaba mucho... De pronto me despierta un pinchazo que casi me mata y era usted porque le daba la espalda al Presidente y el Vicepresidente me miraba ya como un basilisco. Pero, ¿cómo podía adivinarlo yo? Al ver ese cuadro retocado donde se veía tan buen mozo el Presidente -alto, con las piernas derechas y sin panza- yo pensé que lo tenían arrimado al trono de S. E. mientras se decidían en qué pared colgarlo. Pero no. S. E. se fue a la guerra dejándonos un poco más tranquilas, cierto, pero dejándonos también su cuadro idealizado sobre el trono (exigiendo las reverencias de todos), y dejándonos, para colmo, un Vicepresidente para asegurar que no le dieran la espalda al Adonis de lienzo que presidía las reuniones de cuadro presente en el mismo salón del Club Nacional donde se había hecho aquel baile...

Sí, con cinco años de guerra, a una se le borran las fechas pero eso lo recuerdo bien... fines del 67... Lo recuerdo porque coincide con mis diecisiete. Para entonces ya estaban muertos sus hermanos y de papá no sabíamos nada... La estancia sin peones ni esclavos ni ganado; se los llevó el ejército sin pagarnos ni un peso... Las mujeres comenzaban ya a militarizarlas... Así que no podía quedarme sola en nuestra estancia. Para mí mucho mejor venir a Asunción a casa de ustedes, es lo que quería... Su mamá (que Dios la tenga en su gloria) no dejaba de tirarme de las trenzas por curiosa. Pero confiéseme, prima Carmen, que escuchando conversaciones a escondidas usted se hubiera vuelto tan instruida como yo. Bueno, a veces también me dejaban participar en sus conversaciones. Como la vez que volvimos de la calle muy asustadas por los fascinerosos borrachos que nos importunaron cuando pasaron gritando: VIVA FRANCISCO PRIMERO. Entonces el señor Couverville me explicó que el número al lado son los emperadores y los reyes: CARLOS QUINTO, NAPOLEÓN TERCERO. Entonces entendí que López con el PRIMERO al lado eran las ganas que tenía el tipo de ser emperador. Emperador como en Francia, de donde se vino con su fulana irlandesa y con sus muebles y sus pianos de cola y las ganas de hacer baile tras baile. Todo estaba muy bien cuando eran bailes, y el sesenta y cuatro lo pasamos bailando desde el 24 de julio hasta el final. Todos muy contentos, aunque para diciembre ya teníamos guerra. Para el sesenta y siete se nos habían pasado las ganas de fiestear, pero teníamos que seguirle el cuento con los discursos en el Club Nacional frente a su retrato, y los desfiles por las calles, y las contribuciones para la patria... Yo regalé un anillo pero me guardé el resto, y usted puede rabiar ahora, prima Carmen, sabiendo que sus joyas terminaron en el cofre mandado por López al extranjero -lleno de oro y de divisas negras.

Consejos de la abuela.

Ella me recomendó ser avara con la patria. Ella siempre rabiosa viendo desfilar a los soldados. Cuando estábamos solas: idiotas que no protestan porque les deben la paga que no les piensan pagar y se contentan pensando que van a matar al enemigo como si ganaran algo con eso y para colmo los únicos cadáveres que se pudran van a ser ellos y no los otros hombres barbudos que tiemblan como criaturas frente a ese petiso sin dientes que cuando le cae una bala cerca corre como un gamo como cuando cayó la granada en Boquerón y salió disparando y tanto que perdió su bonete de general y el obispo tuvo que recogérselo.

III

El obispo: otro que bien bailaba.

No me lo justifique, Carmen, diciendo que fue un mártir. Porque murió víctima de sus propias mentiras, de las conspiraciones que inventaba para complacer a López, y murió después de mandar a la muerte a muchos.

Lo más simpático es que los juzgó el propio padre Maíz. Bien merecido...

No, no trato de justificar al padre Maíz, que se convirtió en un monstruo haciendo de fiscal de sangre -arrancando confesiones, dirigiendo a los verdugos, firmando las sentencias. Pero ese era ya otro padre Maíz. No el sacerdote alto e inteligente que conocimos nosotras; el único que sabía latín y hasta castellano en el Paraguay; el único en el que tenían confianza las señoras -con los otros no dejaban solas a sus hijas ni siquiera en la iglesia. Todos lo consideraban ya obispo, hasta que su Palacios lo acusó de liberal.

Sí, liberal, pero ¿qué tiene?

Al fin y al cabo nos peleamos con los españoles porque no nos dejaban ser liberales... Mire, Carmen, a mí no me venga con esos chistes porque no le conviene; usted tiene cinco años más que yo. ¡Qué simpático! Por supuesto que no nací en 1811, pero esas cosas se aprenden hablando con las personas mayores y que saben más... Usted perdió la ocasión de instruirse hablando con la abuela que se confidenciaba conmigo y con la gente culta que nos visitaba como los diplomáticos... Pero usted fascinada con la Lynch y con los bailes, muy lopizta, no me lo niegue ahora...

Bueno, le decía que liberal no tiene nada de malo, al fin y al cabo este país debía ser liberal, como decía el señor Couverville y también el señor Washburn... Y el señor Couverville muy contento con Francisco, cuando todavía no era presidente; decía que le tenía confianza porque había estado en Europa y había visto cosas que los paraguayos no conocían; él pensó al principio que iba a ser mejor presidente que su papá. Don Carlos estaba al final demasiado viejo, era muy bruto, y recibía a sus visitas en calzoncillos. Francisco parecía un joven con ideas nuevas, decía que no estaba de acuerdo con muchas cosas del viejo y prometía un gobierno diferente.

Pero cuando llegó a presidente se quitó la máscara y comenzó una campaña anticom, digo, antiliberal... Allí lo asistió su Palacios, que tenía miedo a quedar oscurecido por el padre Maíz, el único candidato a obispo en serio. Así que le pasó la idea y entonces revisaron la casa del padre Maíz y por supuesto que le encontraron esos libros, dice que prohibidos, pero que el padre Maíz tenía permiso para leer. Igual no más le hicieron un proceso, dice que por ateo, y el señor Washburn me dijo una vez que esos procesos eran los que se hacían en tiempos de la Inquisición... eso quiere decir en tiempos de los españoles, a usted por lo visto que hay que explicárselo todo y paso a paso, allí tiene el resultado de andar de baile en baile cuando debía instruirse.

¿Qué podía esperarse, entonces, Carmen?

Cierto que el padre Maíz se convirtió en un monstruo y que dictó la sentencia contra su propio obispo, pero piense usted en lo que le hicieron en esos cuatro años que lo tuvieron encerrado en una celda sucia donde no podía moverse, en todo lo que lo torturaron y amenazaron injustamente... Cuando al final salió ya era otro hombre, uno se queda loco después de tantos maltratos... Salió para convertirse en el fiscal de sangre, pero si no aceptaba lo mataban a él.

Y por otra parte, ¡qué obispo el Palacios! El padre Maíz no hizo tan mal en fusilarlo, él se lo merecía... ¡Qué idea la de usted de tomarlo como confesor! Y decirle un día que tenía algunas dudas... ¿Qué tipo de dudas, mi hijita? Lo estoy viendo al viejo afeminado con sus ojos saltones, como husmeando un chisme para contárselo a López... Dudas de que Dios nos está abandonando, monseñor; mi pobre abuela era una santa y se murió en el camino; se murió de fatiga porque no pudo resistir los trajines de la evacuación. Y se murieron también mi padre y mis hermanos y mis primos y perdimos nuestra estancia que la confiscaron; ahora soy una mujer de 22 años pobre y huérfana. Cada día veo morir más gente por las balas o el cólera o el hambre y veo bien también que no vamos a ganar la guerra y debe ser que el Señor nos castiga por algo o que el Presidente se equivoca y nos lleva a todos a la ruina...

Ese era su obispo.

Desde que se confesó con él y así, López dejó de tratarnos como parientes que éramos y ya no nos invitó más a su mesa. Cierto que me revolvía el estómago comer en compañía del presidente y el obispo y el padre Román y la ramera inglesa, pero en tiempo de guerra no es cuestión de ser demasiado sensible. Era peor tener que rebuscarse por los basurales como las otras residentas y destinadas, comiendo cuero hervido y hormigas y hasta carne de gente. Pero el obispo siguió con su paté de foie gras y sus licores (que no sé de dónde López los conseguía en plena guerra), después el dominó con Su Excelencia y los chismes.

Hasta que un día los dos tranquilamente hablando cuando aparece el negro que nos miraba mal y le asesta un bruto latigazo por la espalda. El obispo: «Su Excelencia, mire lo que me hace, castíguelo.» López (que había organizado la comedia, ñembo inocente): ¿Tú también, hijo mío? Nunca me lo hubiera esperado. Entonces le llegó el turno: el negro se llevó al obispo arrastrado al corralón de los presos, le aplastó los dedos a martillazos; lo fusilaron en diciembre del 68.

IV

El mismo negro que lo arrastró al obispo fue quien le pegó a usted el grito aquella vez. Usted muy sorprendida: pariente de López y todo y la trataban como a las demás.

A partir de ese momento comenzaron a tratarnos como a cualquiera, forzándonos a recoger las bombas de los brasileros para devolvérselas con nuestros cañones. «Gracias a Dios que no explotan» -decía el mayor Thompson cada vez que le llevábamos una-, «los brasileros no saben tirar.» Pero la verdad es que también explotaban, y entonces usted se dio cuenta de una vez por todas de cómo López la tenía engañada, a usted como a otros muchos más, pero tampoco hablamos sobre el punto sinceramente, porque todos nos desconfiábamos y nos teníamos miedo; estábamos en un brete del cual ya no podíamos salir. Había que seguir derecho, como las reses, aunque las reses tampoco quieran llegar al final para encontrar la muerte. Desde su bunker, López se aseguraba de que siguiéramos derecho. Nadie se atrevía a decirle con pleno derecho: «Du bist verrueckt, mein Kind, du gehoerst nach Berlin, wo die verrueckten sind.» Una forma de hablar, porque no solamente en Berlín ha habido locos con furor belicista y dispuestos a morir con su patria.

Cada vez que silbaba una bomba pensaba que era la cólera de Dios enviada por mí. Porque cada vez que me confesaba le confesaba al cura solamente lo que no podía molestar a López y temía que Dios me fulminara por profanar su sacramento. Pero Él sabe leer los corazones, y me protegió de López y de los brasileros.

¡Los brasileros, Carmen! Recuerda que los vimos llegar casi con alivio después de dos semanas bajo el fuego de sus acorazados... Era preferible un enemigo con cara a la expectativa angustiante de esperar el ataque momento por momento... También habíamos estado esperando (no sé si usted pero yo sí) que vinieran a librarnos de López; no podían ser insensibles a las súplicas ni peores que el hombre que torturaba a su madre.

Pero al verlos llegar en sus caballos y a la carga y aullando con sus lanzas relucientes, yo, que detestaba al presidente, me vi de pronto manejando el fierro que me pasó un sargento. Usted a mi lado, Carmen. Usted que era miedosa daba miedo... Tanto que unos días después se negó a escuchar al mayor Thompson cuando nos dijo que nos rindiéramos; usted estaba como poseída... Tanto como las 50 ó 60 locas armadas como se podía, echando espumarajos de rabia por la boca y provocando a los cambá que no se decidían a cargar para terminar con las últimas resistencias pero que hubieran terminado cargando a la larga de no ser por Thompson que vino a persuadirnos porque no tenía ya sentido luchar por un cobarde que prometió luchar a la cabeza y se corrió del campo de Lomas Valentinas y sin prevenirnos como el Mariscal López y que desde entonces sigue corriendo.

¡Cuesta creer que haya pasado un año!

V

...estuve a punto de escribirle una carta al Emperador pidiendo que la salven, pero después pensé que somos un enemigo vencido y eso es nada y una mujer vencida todavía menos en estos tiempos de ocupación militar y si apenas podemos salvarnos nosotras, ¿qué podríamos hacer por doña Juana Pabla Carrillo, condenada a muerte por su propio hijo?

Pero me siento mal estando mano sobre mano; algo tendríamos que hacer por ella. Ella siempre nos protegió... ¡Ah!, pero mírela, Carmen. Pasa de largo, menos mal; yo creí que se venía a casa y no tengo ganas de hablar con ella ahora. ¿Sabe que me la encontré en la calle y me dijo que quiere volver con nosotras?... Ahora muy mansita la esclava Rosa, después de que se pasó fisgándonos y con las ganas de denunciarnos a la policía... ¿Qué hubiéramos hecho sin doña Juana Pabla? Ahora pienso que ella en el fondo lo entendía todo y que por eso venía a visitarnos tan a menudo para protegernos. Cierto que no tenía ascendiente sobre su hijo, pero de todos modos era la madre del Señor Presidente y al verla llegar a nuestra casa tan a menudo los pyragues y la negra Rosa se quedaban tranquilos; preferían ignorar que aquí se hablaba mal del presidente y no tan disimuladamente y que nos visitaba Mr. Washburn y lo demás... De lo contrario nos denunciaban y terminábamos interrogadas por el obispo y el padre Maíz y el padre Román. No hubieran tenido miramientos conmigo (que era una nena) ni con la abuela (con sus setenta y si teníamos suerte nos fusilaban no más)...

Usted debió haber sido más firme con la esclava Rosa cuando quiso volver a nuestra casa; le hubiera dicho que no, que ya se había enrolado en el ejército y que no quería quitarle soldados a la patria o algo así. Ella no hubiera podido replicarle que en el ejército la hacían marchar no más y darles palos a las reclutas pero que no le daban ni techo ni ración -la ración sólo para los hombres. No hubiera podido confesar que la jodieron y que no se le llenaba el estómago golpeando ni denunciando a otros a la policía. Pero usted fue floja y le dijo que sí, sabiendo que no sería «por una noche no más y porque estaba lloviendo». La Rosa venía de exploradora; cuando le dijo que sí llamó a las otras, y desde entonces tuvimos las cinco soldadas durmiendo en el zaguán como perros de guardia.

¡Ay, Carmen! Usted escuchó bien a esa señora cuando nos dijo: Verdad es que dicen que pasamos la vida en nuestro hogar libres de peligros, y que ellos pelean con la lanza; pero piensan mal, que más quisiera yo embrazar el escudo tres veces que parir una sola... Creo que por lo menos en eso las dos de acuerdo... Pero las mujeres de la tierra no sólo parían entre bombas sino que también empuñaban la lanza y sin quejarse, y todo por la satisfacción de clavársela a un brasilero, como si así pudiesen resucitar a sus muertos. Ni siquiera por eso, porque no tenían pensado mandarlas al frente, sino que las militarizaron para tenerlas quietas, porque les resultaba más cómodo tenerlas de siervas, de criadas, de madres, de leñadoras y de rameras; porque bajo bandera no podían quejarse, tenían no más que cumplir con su deber sin salario ni provista, y para comer debían mendigar, venderse y extorsionar; obedecer sin preguntarse por qué ni para quién... Por eso me pregunto ahora qué clase de demonios la guerra nos había metido en el corazón...

Me pregunto también qué hubiéramos hecho con esas perras adentro de la casa y sin comida; qué hubiéramos hecho sin doña Juana Rabia que se confidenciaba con abuela y entendía; que nos mandó raciones extra para tenerlas comidas -odiándonos pero sin ganas de perder el pensionado aunque viniera de enemigos del gobierno; de gente que se permitía protestar bajito por ser parientes de Su Excelencia; por lo menos algunos en la casa.

No, Carmen, no hable así; usted no conocía a esa mujer; usted no hablaba con ella más que ¡Ave María purísima!, hasta luego madrina querida cada vez que ella venía a visitarnos y usted muy modosita pero distante; yo sé porque al último la abuela me hablaba ya como a una persona grande; ella, doña Juana y yo teníamos conversaciones en la casa y la señora percibía bien que la guerra nos llevaba a la ruina pero no podía con su hijo, que terminó condenándola a muerte -a ella con hijos/hijas- justamente por decirle verdades desagradables. No es que no tuviera carácter doña Juana Pabla; es que las cosas se le fueron encimando una sobre otra y cuando quiso hacer algo era demasiado tarde. Lo mismo le hubiera pasado a cualquiera.

Primero fue el casamiento. Mejor dicho el romance. Ella con un padre tan severo termina por liarse con el tipo por hacerle la contra. Y él parecía muy decente -me decía la abuela- pero resultó un badulaque, aprovechando que los Carrillo eran mal vistos por el Francia y entonces podía abusar de doña Juana Pabla como abusé y sin ninguna consecuencia (para él)... Doña Juana Pabla desesperada; encima una chica demasiado conocida, demasiado bien, para que la cosa no se sepa y no se comente -creo que en el fondo muchos felices con su desgracia. Entonces apareció don Carlos; ella muy ingenua todavía para suponer que si la aceptaba en esas condiciones, no la aceptaba por el hijo del otro sino por la estancia de ella. (¡Mire que tenían tierras los Carrillo! Ahora toda en poder de la Lynch, regalo de ese guacho que despojó a su familia para darle el gusto a la querida.) Es decir, no la aceptó en absoluto; la necesitaba no más. Por eso agachó la cabeza, por eso aguantó las murmuraciones; pero se compensaba tratándola mal, echándole siempre en cara que la había salvado de... ¿de qué, prima? A Francisco lo criaba como a su hijo propio; sabía muy bien cómo era, pero no quería dar tema a las murmuraciones negándole sus privilegios de hijo mayor y de hijo del presidente. Todo esto lo comprendía muy claro doña Juana Pabla. Sabía que le estropeaban a ese hijo de ella criándolo así; temía que algún día le causara desgracias pero, ¿qué podía hacer?... Como le dijo una vez a la abuela: tuvo que casarse con un hombre que no la respetaba aunque vivía de su dinero (de ella); cuando el hombre llegó a presidente, gracias al dinero (de ella), tuvo que respetarlo más todavía, porque entonces todo pasó a manos de él... ¿Cómo? Se lo hubiera preguntado a su papá, Carmen, él siempre tan lopizta, pero que una vez admitió que Carlos López se había comido casi todas las tierras fiscales, como si las propiedades de Carrillo fueran vyro rei.

Pero a pesar de todo, don Carlos era mejor que el hijo. No era ni un poco bueno, el viejo López. Tenía un resentimiento enorme sabiendo que la sociedad no lo aceptaba por ser quien era, un chacarero de segunda que entró a la clase alta por la puerta de servicio como decían. Pero como comenzó de abajo, tenía aprendida la prudencia; él nunca le hubiera declarado la guerra a todos sus vecinos como Francisco después porque sabía hasta dónde y cómo y cuándo se puede uno manejar por las malas. Lo aprendió despacito y con mucha paciencia todo el tiempo que se pasó encerrado en su quinta porque Francia no quería competencia. Le hizo las mil y una, el dictador Francia, pero don Carlos siempre mandándole regalitos; y no por los regalos, que el dictador no aceptaba (sintiéndose un Incorruptible como el Robes... Robes ¿cuánto?), sino por darle el gusto de rechazarlos con mala cara, sintiendo que era así el «Ser sin ejemplar» que le llamaban... Claro que entre bueyes no hay cornadas, Carmen, y cuando murió Francia don Carlos fue el primero en prohibir que se hablara mal de su colega difunto; había esperado demasiado tiempo para ser dictador y no quería que le estropeasen la dictadura justo cuando él se había sentado en el trono gracias a las maniobritas y las propinas a cuenta de Carrillo.

Pero con todo, don Carlos era mejor que el hijo. Por lo menos no era guacho, lo que tanto le pesaba a Francisco, él que se vengó de los demás o de sí mismo forzando a doña Juana Pabla a declarar en la iglesia de Trinidad que Francisco era su único hijo bienamado, y que renegaba de los otros -de Benigno, Venancio, Rafaela e Inocencia. También que López lo encontró todo servido en bandeja; desde chico se paseaba por la calle con escolta y se hacía tratar como hijo del presidente; a los veinte se metió en una guerra que no ganó pero lo nombraron general; a los treinta se paseó por Europa y el Napoleón III lo trató muy bien (era no más para venderle perfumes pero Francisco se lo tomó muy en serio); después lo nombró presidente su papá y a Francisco le pareció muy normal -tanto que el señor Varela terminó muy mal por decirle que era monarquía eso. Como todo le venía fácil, pensó que también es fácil ser Napoleón. Y nos mandó a la guerra sin zapatos, sin comida, sin enfermeros, sin municiones. Para él igual, porque se hace famoso gane o pierda.

¡Pobre don Benigno López!

Él hubiera sido presidente, él que no era loco ni sucio como el hermano... Francisco jamás le hubiera perdonado una cosa así, Carmen; la hubiera lanceado como a la Pancha Garmendia que lo echó de su alcoba a sopapos. Pero Benigno era otra persona, él tomó como debía el portazo que usted le dio en la cara sin abusar de su posición... No es necesario que me lo diga, ya sé que a usted le gustaba. Sólo que le tenía su recelo, porque los hijos del presidente estaban acostumbrados a cortejar a todas las muchachas y con suerte; estaban muy mal acostumbrados. Pero buenos muchachos en el fondo, quiero decir Venencio y Benigno, ellos no la hubieran lanceado a la Garmendia. Ni a la Dolores Recalde ni a las Barrios por puro despecho... Con el tiempo se fue poniendo peor. Francisco. Eso que tenía su dispepsia y estaba muy gordo, no podía montar a caballo. No podía montar como dicen los guarangos, pero siempre mirando a las jovencitas y diciendo piropos con el mal aliento de su boca sin dientes. Pero el problema era Madama Lynch, eso usted debió haberlo comprendido mejor. Le hablo de la vez que nos ofrecieron champagne y usted quedó medio curda, lo suficiente para mirarlo al general Caballero, ¿no se lo contó a su obispo? Vamos, prima, ahora puede hablar sinceramente. No tenía nada de malo, no la estoy criticando. Sólo que podía serle peligroso, muy peligroso, por algo que usted ni se lo imagina: los celos de la Lynch. Usted no puede saberlo porque nadie lo sabía; a lo mejor fui yo la única. Y si había otra persona, ciertamente no era López, porque o sino Caballero terminaba como su precursor el general Díaz. Precursor en la Lynch.

¡Pobre don Benigno López! ¿Sabe que yo lo vi camino del suplicio? No se podía tener en pie por el tormento que le habían aplicado, pero me dolió más todavía verlo recibir como un mendigo el pedazo de chipa que alguien le pasó... A Francisco no le bastaba con hacerlo fusilar; tenía también que hacerlo golpear, pasar hambre. Tenía que obligar a doña Juana Pabla y a sus hijas a presenciar el suplicio del hermano.

¡Cuando pienso que ahora las tiene presas y condenadas, tengo ganas de escribir al Emperador para que las salve, diciéndole lo inútiles que son sus soldados que lo dejaron escaparse en Lomas Valentinas y que todavía no pueden capturarlo al cabo de un año!

VI

Una vez le pregunté al señor Couverville si era cierto que en los países civilizados mataban a los presidentes. Fue justamente cuando me enteré de que papá había muerto y entonces me pregunté si era cierto que los mataban en otras partes. Porque aquí nos decían siempre que había que respetar, pero la abuela también muy devota pero me dijo una tontería el sermón del obispo que López «un nuevo Jesucristo»... Era una historia que escuché del padre Maíz, uno que se llamaba Bruto que lo mató... Sí, ríase no más si quiere, pero se llamaba Bruto si el padre Maíz lo decía, él era un hombre muy culto entonces, mi director espiritual, y todavía López no lo había destruido. Un santo.

Couverville también se rió de mí pero después se puso serio y no me supo explicar civilización. Me contó que en Europa las calles estaban todas adoquinadas y que por la noche iluminadas y las mujeres andaban todas en coche y no mojándose las faldas como en las calles de Asunción llenas de zanjas donde todos tiraban su basura. Pero todo eso era igual a López; él justamente adoquinó la calle De las Palmas y le puso la iluminación y también levantó su palacio y el oratorio y la estación. Cierto que no tanto como París, pero con algo se empieza y Asunción con los López se comenzó a llenar de casas lindas, querían terminar con todos los ranchos.

Todos muy contentos al comienzo y yo también, póngase en mi lugar. Yo vivía en la estancia y descalza; no había con quién conversar aparte de las vacas. La vida comenzaba temprano y ordeñando y terminaba temprano y sin nada en el medio. Entonces me voy a Asunción y los zapatos me duelen pero me gustan y camino sobre unos pibos de madera que brillan y la veo prepararse, a usted y las mayores, con unos trajes que ni soñábamos en la estancia para ir al baile. Yo todavía no sabía; en esa época la admiraba muchísimo a la Lynch. Me parecía tan linda con su cabellera rubia y siempre saliendo a todas partes sin pedirle permiso a nadie. Me moría de ganar de ir a su casa, de conocer al presidente, de asistir a las fiestas que ellos organizaban en vez de quedarme en la estancia haciendo dulce de leche con las mujeres.

Vanidades de niña, decía la abuela.

Puede ser, pero los grandes también estaban contentos como nosotras; ellos con otras cosas. Hablaban todo el día de los barcos a vapor, del telégrafo, del ferrocarril, de la fábrica que trajo López para hacer hierro con los ingleses; tanto hablaban de la exportación que un día les pregunté y esa vez me explicaron; me dijeron que para ganar mucha plata gracias al presidente y que Estados Unidos estaba en guerra y entonces íbamos a mandar todo nuestro algodón a Europa. Entonces les pedí que con eso traigan muebles para la estancia pero se enojaron conmigo porque era una pretenciosa, las cosas que aprende esta nena.

Cierto que también le tenían miedo...

Si te invitaba a sus fiestas tenías que ir quieras o no y de eso justamente se quejaba la abuela y yo no la entendía cuando tenía trece. Demasiado caro andar llevando un traje nuevo todos los días y en algunos casos dos porque la Lynch venía y te mandaba que fueran dos y tenías no más que llevarte el otro a la fiesta para cambiarte después de las doce por capricho de ella. Yo entonces fascinada, ahora comprendo lo que se tiraba en trapos y lo demás. Porque si la Lynch te invitaba tenías que invitarla también y entonces necesitaban una alfombra para la sala y un candelabro aquí y las cortinas allá... Era tirar la casa por la ventana pero López muy dispuesto a enseñarnos a vivir como Europa... La abuela tenía razón, Carmen, y desde el primer momento, y no porque era historiadora o una de esas, sino porque sabía muy bien que uno tiene que ser lo que es y cuando uno no es lo que es es que se trae algo bajo el poncho...

...Algo muy feo, con tantos nuevos reclutas en el ejército que no necesitábamos, y la mandioca muy cara porque en vez de trabajar desfilaban... Y para qué tantos policías, en cada esquina uno, en cada dormitorio; la casa llena de criados soplones y uno no podía hablar en paz con sus parientes. Yo me encerraba con la abuela para hablar encerrada con ella y en su dormitorio y era una subversiva. Casi me denunció la Rosa por eso... Y no que sabían lo que yo hablaba pero piensa mal y acertarás; yo no estaba todo el día en la LÓPEZ JUGEND y entonces era por algo; aunque me fuera de tanto en tanto porque de todos modos no podía dejar de ir, pero se notaba bien que no participaba, era diferente y entonces peligrosa y a pesar de ser la prima del presidente López.

Desagradable pero aguantábamos a López que con nosotros hablaba francés y con el pueblo guaraní. A cada cual su idioma. Papá contento porque prometía hacerlos trabajar, punta de haraganes; ellos contentos porque se hacían policías y podían meternos en el cepo uruguayana. Cada cual tratando de ganarse la ayuda de López que nos valía de poco pero aguantábamos lo mismo pensando que podía ser peor o sino.

Pero llegó lo peor y entonces no me explico por qué no hicieron nada los que podían hacerlo. Las personas mayores, los hombres. Era peligroso, cierto, pero no sé si solamente era eso... ¿Recuerda usted a su novio el día que le faltaron al respeto? Él hecho un tigre, dispuesto a tomarse a tiros o sablazos con el otro y eso que solamente fue un piropo. Todos iguales, unos gallos de riña... Entonces, ¿por qué nadie hizo nada cuando López le fusilaba la hermana?

VII

Esto como paz resulta un desastre, Carmen, pero tampoco peor que en la guerra, que teníamos que andar escondiéndonos de las balas propias y ajenas y de los soldados propios y enemigos. Ahora de los enemigos solamente, e incluso me siento más protegida porque D'Eu no piensa detener a sus soldados pero tampoco piensa defenderlos en caso de violación o asalto, y la pistola que va en mi cartera va en serio. ¡Deje no más que me pongan un dedo encima!

Sí, lo entendí desde el primer momento, Carmen; usted no venía a hablar de política. A usted le molestan mis discursos, me considera estropeada por Caballero Aquino... pero quédese tranquila, ni Leandro ni yo lo leímos... Era no más que hacía rato no hablaba y aproveché la ocasión para contarle la guerra paso a paso, a usted que la pasó conmigo; bueno, también con algunos comentarios adicionales; nunca está de más ahora que se marcha del país...

¡Desde luego que lo sabía!

¿Le parece que una puede mover un dedo en Asunción sin que lo sepa todo el mundo? Especialmente cuando es alguien tan importante como usted, Carmen, y tan importante como su novio... Claro que lo conozco; lo vi varias veces por la calle y me parece muy bien. Pero aunque fuera un escracho, Carmen, una mujer no puede quedar sola en un lugar como Asunción... Se lo digo porque está dudando; la conozco muy bien. Está preguntándose cómo quedaría, qué podría decir nuestra familia. Nuestra familia está muerta, Carmen, lo siento tanto como usted... Pero aunque sus hermanos vivieran, nada podrían decirle ellos que no la defendieron... Es la pura verdad, Carmen, yo no quiero acusarlos. Pero también hicieron la guerra sin consultarnos, ellos, su papá y mi papá, y nos largaron solas desde el primer momento y ahora tenemos que seguir viviendo y decidiendo solas y sin remordimientos. Así que váyase, quédese tranquila... Usted qué le debe al país, ¿la guerra? ¿La ocupación, con esta ciudad llena de soldados, macateros y putas? Váyase no más, usted no le debe nada.

Y no se preocupe por mí, porque usted me protege casándose con un oficial brasilero.

 

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*. MACARIO// ERROR DE RUTINA// HACERSE HOMBRE// DEL DIARIO DE UNA ADOLESCENTE// ¡VIVA JUAN PABLO II!// LA SESIÓN DE LA OEA// DON JUAN// EL BESO AL LEPROSO// LA EDAD FELIZ// LA TRAIDORA (1864-1869)// CARTAS NO NECESARIAMENTE ESCRITAS.

 

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