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NARRATIVA PARAGUAYA - EDICIÓN DIGITAL

  POR EL OJO DE LA CERRADURA - Cuentos de RENÉE FERRER DE ARRÉLLAGA

POR EL OJO DE LA CERRADURA - Cuentos de RENÉE FERRER DE ARRÉLLAGA

POR EL OJO DE LA CERRADURA

Cuentos de  RENÉE FERRER DE ARRÉLLAGA

Arandurã Editorial

 

Ilustración de Tapa: Témpera sobre papel con aerógrafo de 

MARGARITA MORSELLI 

Asunción-Paraguay, 1993

 

 

“POR EL OJO DE LA CERRADURA es un libro que reúne cuentos escritos desde 1985 a 1993. Sea porque su creación coexistió con la de otros textos, cuya finalización se precipitó por razones misteriosas que no entraré a dilucidar, o porque las exigencias que me impuse no me permitieron su publicación parcial, el caso es que me encuentro ante un volumen que por la variedad temática, las técnicas empleadas o las diferencias estilísticas, podría haberse fragmentado. No quise hacerlo, convencida de que ellos cierran un ciclo de mi obra literaria. Al escribir estos cuentos sentí desde el inicio, no obstante las diferencias apuntadas, que había entre los ya concluidos y los aún en germen un elemento unificador: la confabulación con lo secreto; la búsqueda de esa otra realidad que está más allá de la apariencia; el descubrimiento de hechos que se escapan del plano de lo “real” hacia la esfera de lo fantástico, lo trascendente, o lo ignorado; el rastreo de los sentimientos ocultos de hombres y mujeres prisioneros de sí mismos y de sus circunstancias y, sobre todo, el convencimiento de que existen pasiones, renuncias o actitudes que sólo pueden verse por el ojo de la cerradura” – Renée Ferrer de Arréllaga.

 

 

USADOS

para Neida de Mendonça

     Todo comenzó después de leer el cuento El huevo y la gallina de Clarice Lispector. Las opiniones fueron tan diversas como nosotras. La verdad es que nos quedamos pensando qué querría decir ella con todo eso. Para Noelia, la primera en emitir un juicio, revelaba la angustia existencial del hombre. Para otras, el huevo era el símbolo de la vida, de Dios, del alma; alguna aseveró que ese caos de teorías filosóficas reflejaba la desorientación humana, y no faltó quien pensara en una sucesión de disparates. A Noelia, en cambio, le gustó.

     Osvaldo salió corriendo al filo de la despedida, algunas nos quedamos conjeturando en el umbral.

     -Para mí -decía Noelia-, todo termina con la muerte. La solución es el suicidio. Somos instrumentos de otros. Somos usados.

     -¿Pero por quién? -me exalté-. Se supone que si Dios es infinitamente misericordioso no nos va a utilizar.

     -Suponiendo que exista y sea infinitamente misericordioso -subrayó Noelia, incisiva.

     -No puede usarnos. No sería justo.

     -¿Pero por qué no? Somos manejados por Alguien cuyo plan ni siquiera sospechamos. El ayer se esfuma, el mañana no existe, sólo el presente es verdadero, y la fugacidad del instante nos exime del arrepentimiento. Yo asumo esta tremenda inutilidad de vivir.

     -¿Pero cómo podés pensar así? ¿No te importan tus hijos, el amor, los otros? Los demás, en cierta forma, somos nosotros, porque en ellos se reflejan y justifican nuestros sentimientos; te ayudan; son la medida de nuestros actos. La relación de pareja te enriquece. No hay sedante más poderoso que el acto sexual.

     -¡Pero entonces estás tomando marihuana! El amor no existe. Lo único valedero es el yo. El yo y los propios problemas. No le debo nada a nadie. Nadie me debe nada a mí. Se vive porque sí, y cuando no se puede más, puf, uno se pega un tiro, y ya está.

     -¡Qué locura! ¿Entonces pensás que la religión es un fraude?

     -Un fraude consolador, para el que acepta ser consolado. El momento: eso es lo único que existe. Después, se acabó.

     -No puedo creer que pienses en realidad que la vida no tiene sentido. Somos seres inacabados, creados para un propósito trascendente, y seguiremos naciendo hasta llegar a un estado de luz imperecedero.

     -¡Qué lindo cuento! Somos el capricho de un dios inventado. Nos están usando.

     -El hombre es una evolución permanente, Noelia.

     -Y te quedás muy tranquila esperando enmendar tu única realidad en nombre de oportunidades hipotéticas. ¿No te das cuenta de que todo termina?

     -Cuando te mueras y te encuentres sin cuerpo, pero con la misma identidad, lista para empezar de nuevo, me vas a dar la razón.

     -Tener que reincidir sería espantoso.

     -Estás dentro de un engranaje evolutivo. No hay escape.

     -Entonces sí que me pego un tiro ahora mismo.

     -Noelia. Están los otros.

     -Si todo termina con la muerte, sería nada más adelantar las cosas. Tengo el derecho a decidir mi propio final. Y ellos se verán con su angustia particular e intransferible, insertos en el contrasentido de la vida.

     -Eso es de un egoísmo atroz.

     -Conceptos, sólo conceptos. Es mi vida. Yo decido cuándo termina.

     Salí de allí con la compasión del que se cree superior, gratificada por la certeza de otra posibilidad para todos. Pobre Noelia. Debía ser terrible debatirse dentro de semejante convencimiento.

     Hacía frío y el asfalto brillaba, acerado, bajo la llovizna. Pensar de esa manera: ¡qué absurdo! Con lo fácil que es creer. La muerte es sólo un pórtico. La vida, los diferentes peldaños de una escalera. Pero no una, sino varias; para rectificar las conductas, los actos no vividos, los defectos. Porque, sino ¿cómo justificar las diferencias, la felicidad de algunos y la desdicha de otros, dentro del plan de un dios magnánimo? Solamente renacer le confiere congruencia a esta madeja de contradicciones que nos asfixia.

     Aquella noche, junto al cuerpo caliente de Miguel, bajo el efecto muelle del orgasmo y las cobijas, recordé la voz de Noelia: estás tomando marihuana. Si el amor no existe, la vida no tiene sentido. Nos están usando. ¿Pero quiénes? Ellos, los otros, nos usan. Si no existe el amor, habría que inventarlo.

     Entre nosotras, sólo Noelia tiene la valentía de no creer en nada o, mejor, de creer en la nada. Empuñó su pensamiento sin las muletas de la religión-, del amor, de los hermosos propósitos. Con razón le cuesta vivir. No se da cuenta de que alguna vez desterraremos el egoísmo y el rencor; seremos libres.

     Era domingo y tenía pendiente una ida al supermercado. Siempre compro en el mismo, porque conozco de memoria el lugar de las cosas. Por eso fui; no porque fuera el aniversario y convidaran con masitas. Lo mismo hubiese ido, como voy cada semana sin importarme los días de oferta. No hay tiempo para comprar las verduras, los miércoles; la carne, los viernes, y los lunes todo lo demás, porque está al costo; cuando es lógico que suban los precios de otros artículos compensando las pérdidas de la promoción. Bueno, sin más demora, entré.

     La música de un órgano llenaba el ambiente abigarrado de señoras hacendosas, hormigueando entre los productos que ofrecían su repetida identidad. Vasos, cuchillos, tenedores, sábanas, sartenes. Más allá, las verduras clasificadas; galletitas al costado, escarbadientes, tortas; en el fondo, la carne. Como era un día especial, habían instalado un kiosco de quesos, y desde el entrepiso que daba al salón, las cortinas tirolesas del bar intentaban rescatar de ese maremágnum algún cliente que tuviera tiempo de tomarse un café. ¡Con las cosas que nos esperan en la casa!

     La gente se roza sin mirarse; los carritos pelean unos con otros. Nadie habla. Y esa fue la primera vez que lo noté: cuando se compra en los supermercados, por lo general, enmudecemos. No pude menos que pensar en las voces del mercado de Marrakesch con su diversidad de tonos, la batalla feroz de sus acentos, y me entró cierta nostalgia. El subdesarrollo, cuanto más agudo, tiene mayor encanto: se puede matar el tiempo, es decir, vivir el tiempo. Con los ojos yendo de un lado a otro, tras las necesidades que surgen espontáneas al mirar los productos, parecíamos autómatas, cumpliendo con el rito del aprovisionamiento, consolándonos de alguna frustración con una comprita cualquiera.

     De pronto, una chica Johnny Walker me salió al encuentro, ofreciéndome un vaso de whisky. Gentileza de la casa por el aniversario, canturreó colocándose una sonrisa clisé. Su rostro parecía congelado en aquella mueca de alegría. Más allá, un verdadero Johnny Walker seguía tan campante, derrochando bandejas entre la concurrencia. Me dolió esa juventud disfrazada. Los están usando, pensé.

     De pronto tuve una intuición meridiana: realmente nos estaban usando. Traídos y llevados como títeres, que ignoran quién estira los hilos, nos tienen de aquí para allá, en una carrera contra el tiempo que no alcanza para consumir cuanto se nos propone. Vivimos en una sociedad de consumo y esa sociedad nos deglute. Usados los unos por los otros, y todos, en conjunto, por un ser aterrador. Me sentí extraña en medio de aquella multitud y los aires sincopados y la chica Johnny Walker con su traje de sonreír. Su frescura ya marchita me lastima.

     Pensé en Noelia: su teoría, su escepticismo transparente. ¿Y si fuera cierto? ¿Si todo se redujera a este aturdimiento y no hubiese un después, y me llevase el anunciado chasco metafísico? ¿Cómo hago para freír un huevo sin suicidarme?

1986


FIN DE JORNADA

     Abajo, pilón de papeles previamente arreglados, pasos, una vuelta de llave al cajón del escritorio, despedida, la tranca a la puerta de calle, que a veces se le olvida, y la señal vibrando en la escalera cuando hace sonar la campanilla indicadora del margen, rubricando el fin de la jornada. Arriba, una sensación de intemperie sobre la espera de Rosalba, como si los minutos estuvieran confabulados con aquel extraño ritual que le pesa en la cara, porque Jorge no quiere vérsela mientras hacen el amor.

     Las horas la degluten, en tanto se pliega, con dulzura obsecuente, al engranaje del barrido, la plancha, el arreglo de las cobijas y alguna cosita que preparar para la cena, las revistas esparcidas, y los libros muy serios esperando turno, y aquellos discos cubiertos de polvo que, de tanto en tanto, se despiertan metiéndola dentro de un tiempo sincopado que... ya no recuerda cuándo. Rumiando la derrota de una cara oculta en el momento de la entrega, sin llegar a entenderlo, o tal vez sospechando, pero sin preguntar, porque él nunca quiso hablar del asunto.

     Las rarezas de Jorge siempre fueron perversas. Sabe poco de él, en realidad, a pesar de los años que llevan juntos y haber sido la primera en apostar a su talento. Hasta el Nobel no paro, Rosalbita, y no orillaba aún los diez y ocho. Novelista de fama al cabo del empeño, teclea la última línea de su próximo éxito editorial, en tanto ella, sin preámbulos, se desnuda, prisionera de la costumbre.

     Los sonidos perduran en el aire. Ya está guardando el texto, despachando al secretario - mequetrefe. Varado en el deseo, anticipándose al contacto frío de las sábanas almidonadas, aunque ya no se use y dé un trabajo bárbaro; pero él insiste, porque quiere seguir haciendo en su apartamento lo que su mamá en la quinta de Los Laureles, hasta que, bueno... era mejor no acordarse. El sí la tenía amaestrada a Rosalbita: siempre en casa, detrás de su ropa, y tan contenta en el pisito a dos niveles, donde recibía a la prensa y a la televisión, y ella arriba, para que no se la miren, ataviada como vino al mundo con ese cuerpo que perturba a cualquiera. Hacía tiempo que no se acordaba de la quinta de Los Laureles, y ahora, no sabía por qué, de repente, rememoraba aquello, tan lejano en verdad, y total, ¿para qué? si lo más probable es que ni siquiera desease encontrar la punta del ovillo.

     Rosalbita ya estaría parapetada en la sonrisa, siempre lista, sin bombachita, ella. Nunca le confesó lo que pasó la tarde en que sus padres riñeron en la quinta de Los Laureles. Y eso que la conocía desde cuando era dos protuberancias rosadas que le fueron creciendo a fuerza de besos bajo la sombra suelta de los álamos.

     Repitió la señal. Las indicaciones a Mariano para el día siguiente; porque es parte de la rutina que ese muchacho reciba, de una celebridad como él, un trabajo incansable. Si pudiera prescindir de Mariano. Pero quién le pasaría en limpio los borradores antes que se le oxidasen en la cabeza los argumentos; si la tenía como desquiciada por los personajes que se van muriendo cuando ya despunta el próximo drama. Cómo arreglarse sin secretario, si al dos por tres cae en trance a dos máquinas, y Rosalbita arriba, haciendo las labores sin atreverse a bajar, como se lo tenía advertido. Él la mantenía bien domesticada, no como su padre que tuvo que pegarle un tiro a su mujer, dejándolo sin nadie que le diera el beso de las buenas noches. Duele no ser corriente como todo el mundo, buscando otra mujer si uno se cansa; gozar de variaciones como Mozart, diciéndole a Rosalbita que se irá por un tiempo, pero no te preocupes, porque volveré, y no llores, mi amor, que te sigo queriendo; porque él sabe cuánto vale Rosalbita con la cara tapada, para que él no vea aquella otra. Si se deshacía de Mariano, no sabría qué decirle a Rosalbita, o tal vez se diera cuenta.

     Mariano saca su aire de funcionario a la calle, cierra la puerta y se aleja, sabiendo que la espera sólo puede acortarse a medida que ruedan los días. La novela de Jorge está al borde del final; en cualquier momento lo citará el editor. Sólo faltan detalles, retoques, paciencia. Luego las entrevistas, los homenajes, las ausencias; como meses atrás, cuando volvió en busca de unos papeles, y Jorge había salido dejando la puerta sin llavear, tan distraído, el pobre, con su mujer allá arriba, entreabierta, humedecida, invitante.

     Jorge presiona nuevamente la tecla anunciadora. El hombre que le estrenó la piel, Rosalbita, hasta el Nobel no paro, ya vas a ver, asciende con el paño en la mano, pero a ella no le importa, porque sabe que Mariano volverá con su incierta ternura, cuando se den las circunstancias. Como tampoco a Jorge le duele ya que Rosalbita, hasta el Nobel no paro, no te voy a perder, lo engañe con aquel empleadito insignificante.

1987

 

 

INDICE (Cuentos): El pozo; Usados; Fin de la jornada; La decisión; La réplica; Retraso; El increíble cambio de Ernestina; Contra el brocal; Se lo llevaron las aguas; Hembrita; La misma gracia en un mismo día; Casa de salud; Sólo dos años; Hay que matar un chancho; El vigía; La jaula; Ecocardiografía; La muertita; El efecto del diamante; De la mano del arcángel; Le culparon de balde; Por media bolsa; Le diré al Señor Juez; Hasta cubrirlo de mataduras; Arrorró mi niño; El pedazo de pan; Uñas pintadas; Tina; Aquellos ojos amarillos; En la plaza; Madame Toujours; Por el ojo de la cerradura; Aquí, en Jerusalén; y Vuelta de llave.

 

ENLACE A LA EDICIÓN DIGITAL:

Autor/a:

FERRER, RENÉE (1944-)

 

Título: 

POR EL OJO DE LA CERRADURA
/ Renée Ferrer de Arréllaga

 

Edición digital: 

Alicante : BIBLIOTECA VIRTUAL MIGUEL DE CERVANTES, 2000

 

N. sobre edición original: 

Edición digital basada en la de Asunción (Paraguay),

Arandura, 1993.

 

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