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NARRATIVA PARAGUAYA - EDICIÓN DIGITAL

  EL CONTADOR DE CUENTOS (Cuentos de JESÚS RUIZ NESTOSA)

EL CONTADOR DE CUENTOS (Cuentos de JESÚS RUIZ NESTOSA)

EL CONTADOR DE CUENTOS

Cuentos de JESÚS RUIZ NESTOSA

Ediciones NAPA

Libro Paraguayo del Mes

Año 1 – Nº 1 – Setiembre de 1980

Asunción – Paraguay (114 páginas)

 

JESÚS RUIZ NESTOSA (ASUNCIÓN - 1941). Periodista y fotógrafo, comenzó a trabajar en el diario La Mañana a la edad de 18 años. Perteneció luego al cuerpo de redacción del diario La Tribuna y actualmente está en ABC Color. También lo hizo en las revistas "Diálogo" y "Acción". En 1968 obtuvo la primera mención de honor en un concurso de cuentos del diario La Tribuna con "De la noche a la mañana".

En 1973 el Centro Editor de América Latina (Buenos Aires) publicó su novela "LAS MUSARAÑAS". En 1974 obtuvo el Primer Premio Hispanidad con "HUIDA" y en 1976 se publicó en Alemania "EL CONTADOR DE CUENTOS" en una antología dedicada a escritores paraguayos. Dirigió el Cine Club Universitario de 1966 a 1972 y como fotógrafo realizó exposiciones de fotografías en varias oportunidades.

ILUSTRACIONES:

LUIS ALBERTO BOH/

GABRIEL GONZÁLEZ SUÁREZ/

JULIO GONZÁLEZ/

JENARO PINDÚ/

OLGA BLINDER

 

EDICIÓN DIGITAL:

 

Autor/a:

RUIZ NESTOSA, JESÚS

 

Título: 

EL CONTADOR DE CUENTOS

 

Edición digital: 

Alicante : Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2003

 

N. sobre edición original: 

Otra ed.: Paraguay, Napa, 1980.

 

ÍNDICE: COMENTARIO/ PALABRAS DEL AUTOR

Cuentos : LA TRASMIGRACIÓN/ LA HUIDA/ EL CONTADOR DE CUENTOS/ CUENTO NARRADO EN FORMA DE CRÓNICA PERIODÍSTICA CAUSA GRAVE EPISODIO/ RECOPILACIÓN DE DATOS

 

COMENTARIO

Jesús Ruiz Nestosa nos dice en las «Palabras del Autor» que en este volumen hay dos tipos de relatos: aquellos en que utiliza el lenguaje aparentemente periodístico y otros en que elige el camino del discurso interior.

El primero de los cuentos, «La trasmigración», escrito en 1968, transcurre en el futuro, en un lugar de Siberia. A David Grisha, joven estudiante de mecánica naval que ha sufrido un accidente, le transplantan el cerebro de un desconocido. Obviamente, si el cerebro es el órgano de la conciencia y el asiento de la personalidad, David Grisha habría dejado de ser David Grisha para convertirse en el desconocido en el cuerpo de David Grisha. En otros términos, no habrían transplantado un cerebro a David Grisha, sino a un cerebro el cuerpo de David Grisha. Si las cosas fueren así de simples el cuento tendría otras derivaciones. Pero Ruiz Nestosa ha complicado la cuestión. David Grisha se convierte en un ente que lleva a cuestas un fantasma y en un fantasma que carga con David Grisha. No se plantea la dualidad de cuerpo y alma sino la unidad a un tiempo necesaria y en este caso imposible. El cerebro y el resto del organismo, que normalmente hacen la totalidad del ser, pertenecen aquí a personas distintas que entran en conflicto, se anulan recíprocamente y acaban por destruirse.

El problema se nos va revelando de una manera totalmente objetivada, impersonal, por medio de una sucesión de cables de una agencia de noticias. Hechos, solamente hechos que acontecen en un lugar remoto en el espacio y el tiempo. La intuición de la tragedia y el espanto queda a cargo del lector, quien no recibe la ayuda de esos recursos un tanto demagógicos que emplean por lo general los escritores para dar vida y fuerza a lo que narran.

En «El contador de cuentos» el procedimiento es formalmente distinto. El movimiento es deliberadamente confuso. Emilio, el protagonista, está dentro y fuera de los relatos de un personaje que cuenta siempre el mismo cuento en la plaza del pueblo, ilustrándolo con láminas que a la vez están mostrando lo que acontece a su alrededor, lo cual implica que la vida es también una reiteración constante de una única historia. Cada lámina tiene un número, pero en ocasiones el orden se altera; el cuento sufre cambios de matices que renuevan el interés pero sigue siendo el mismo.

Emilio es un adolescente. Cuida unos pájaros negros de agresivos espolones ocultos, nacidos de huevos que le dejara un astrólogo de paso. Las consecuencias de la afición de Emilio son siniestras, pero él no tiene la culpa. Ni siquiera es consciente de ellas, y la suposición de que los pájaros son los causantes de la peste no tiene respuesta explícita en el relato. Podría ser una simple coincidencia. Lo mismo ocurre en «Cuento narrado en forma de crónica periodística causa grave episodio» y en «Recopilación de datos». En este cuento, el último de la serie, el autor combina los dos procedimientos: la información periodística y el discurso interior. No sabemos quién es el asesino, aunque la sospecha recaiga en un ínfimo personaje que pasa casi desapercibido, al que habría motivado una pasión inconfesable. Pero los hechos se encadenan de una manera tal que las culpas se diluyen en un orden causal complejo y contradictorio. La prostituta -tema recurrente en nuestra literatura, dicho sea de paso, que desborda los contornos del oficio para adquirir un carácter metafórico-, es víctima de todos y ninguno. Quién haya sido concretamente el victimario tiene poca importancia para el espíritu del cuento y queda sabiamente omitido en el desenlace. Aquí también el protagonista es totalmente inocente e inconsciente de las consecuencias de sus actos.

En cambio en «La huida», que formal y estructuralmente sale de las pautas seguidas en los otros relatos, Simón, un sefardita prófugo que intenta salvar a los suyos, ciegos de nacimiento y por herencia, guiándolos hasta el mar, los va perdiendo uno por uno y él mismo perece en la inútil tenacidad de su heroísmo.

Si el artista entendiera todo lo que lo rodea y se entendiera a sí mismo no sería un artista sino un profesor de retórica o cierta especie de sabiondo crítico de arte. El misterio, la incertidumbre, son su elemento: el caldo de cultivo donde se crían los dioses y los diablos. Como todo escritor, Ruiz Nestosa intenta ordenar el caos. Lo hace de una manera a un tiempo arbitraria y rigurosa. Arbitraria en cuanto a la elección de la ley; rigurosa en cuanto al sometimiento a las leyes que ha elegido. No tiene piedad para el lector. Da la impresión de escribir sin saber lo que hace. Sin embargo, sus cuentos están perfectamente estructurados. Casi diríamos que admirablemente estructurados.

No se busque en él eso que habitual y superficialmente suele llamarse «literatura» o «voluntad de estilo», pues lo deja deliberadamente de lado. El verdadero escritor no es esclavo de la palabra sino señor de la palabra. Su lenguaje sirve a su objeto, y tal es en definitiva la esencia del arte literario. No es que sea un escritor difícil. Deja de serlo en cuanto tomamos las riendas de su método, dejamos de pedirle lo que no quiere darnos y comprendemos lo que pide de nosotros. Tampoco hay que exagerar aquello de la participación del lector, concepto sobre el que tanta alharaca han hecho los escritores de vanguardia. Todo buen libro exige la participación del lector, desde la Iliada de Homero hasta el Ulysses de Joyce. Es un lugar común que la obra de arte sugiere más de lo que dice.  La magia está en la capacidad de introducirnos en su propio mundo y hacernos participar en el juego conforme a algunas reglas convencionales. Las de Ruiz Nestosa consisten en proponer rompecabezas que a medida en que se arman nos van insinuando su sentido, para acabar con que se le han perdido algunas piezas y que no hay modo de encajar algunas otras, no porque el autor las haya escamoteado o quiera hacernos trampas, sino porque él mismo no sabe cuáles son.

Si a esto se redujera el talento del escritor se trataría de estructuras puramente formales y nada originales por añadidura. Pero Ruiz Nestosa va mucho más allá.

«La trasmigración», por ejemplo, no es un cuento de ciencia-ficción ni la ilustración de una teoría acerca de las probables consecuencias de los transplantes de cerebro. Es la tragedia de un espíritu ajeno y en conflicto con su realidad vital, con el vehículo de la pasión y de la acción, injertado en un ser sin entidad: en un absurdo que lo constriñe, condiciona y conduce a la incoherencia. Invertidos los términos, un cuerpo cuyo espíritu responde a otras premisas y apetitos que poco o nada tienen que ver con él. David Grisha, antes de pegarse un tiro, deja borroneados estos extraños versos:

«¿Cuándo cambiaremos las reglas del juego?/ La respuesta se oculta como un/ machete en su vaina./ Erizados callan los cactos./ El cielo candente no responde./ ¡Contestad!/ ¿Por qué guardáis silencio?/ El primer peón/ Y el segundo peón/ Y el tercer peón/ Y el cuarto peón/ ¡Viva el quinto peón!».

«La trasmigración» no es solamente el primero de los cuentos, el primero en el tiempo y el primero en la colección, sino un prólogo adecuado que da las claves del conjunto.

El sentimiento de la soledad, de la inutilidad, del sin sentido de la acción y su consecuencia imprevisible es la constante de este libro que, aunque formado por relatos escritos en distintas épocas -el primero en diciembre de 1968 y el último en agosto de 1980- es una unidad, una misma historia secreta narrada de distintos modos. El contador de cuentos no hace más que alterar el orden de las láminas como quien baraja las cartas del mismo mazo.

Ruiz Nestosa conoce el oficio y tiene una idea clara y personal de lo que es la literatura. No importa que compartamos o no sus racionalizaciones o teorías. Nos interesa el resultado. Un libro es un hecho. Como lectores podemos considerarlo como tal, al margen de las intenciones del autor.

Si el libro no sigue el movimiento de las realidades objetivas no significa que haya conseguido abolirlas. Solamente las reemplaza por su proyección transfigurada en el sueño de un angustiado. Es la tragedia de un espíritu que al no encontrar respuestas en la vida y descreer de los sueños se retuerce en pesadillas. Tal es el resultado de la búsqueda de  la libertad en la creación de una realidad ilusoria, con renuncia al obrar sobre la realidad que lo circunda. Pero en esto también hay un engaño. El artista, a su manera, es un hombre de acción, aunque, como los protagonistas de estos cuentos, no siempre pueda prever o siquiera averiguar las consecuencias de sus actos. El libro de Ruiz Nestosa está comprometido hasta la médula. La densidad de contenido es lo que le da sustancia y determina su envoltura formal. Dice el autor que sólo admite compromisos con la literatura. Desde luego, no puede ser de otra manera. El compromiso con la literatura entraña el compromiso con la verdad que se encarna, que vive en la literatura. No hay arte sin verdad.

Jesús Ruiz Nestosa es un escritor maduro y profundo. No hay en este libro falsetes discursivos, lloriqueos, poses teatrales, frases efectistas. Es poco común su manera de ir al grano directamente y sin concesiones, sentimentalismo ni alardes de retórica. Fuera de contexto puede dar la impresión de pobreza de estilo. Sin embargo, incorpora con más acierto, coherencia y continuidad que otros una nueva manera de expresarse a nuestra literatura. Un lenguaje adecuado para ciertos estados de espíritu. Para la introspección desesperada, pero altiva, que busca afanosamente asideros en el mundo. Es que nadie, y mucho manos un escritor, puede burlar a sus demonios. Quieras o no, a sabiendas o no. El contador de cuentos es un testimonio de su época.

JUAN BAUTISTA RIVAROLA MATTO

 


PALABRAS DEL AUTOR

Me piden que escriba algo a manera de introducción -o mejor, de justificación- de mi trabajo literario. Y no es por un falso pudor -creo que nunca lo tuve, ni verdadero ni falso- que se me hace pendiente arriba el trabajo. Me resulta difícil por la misma razón que en ciertas ocasiones nos cuesta reconocer algunos rincones de nuestra personalidad, sicoanálisis de por medio.

Ese primer rincón está formado por los años que vagué a través de hojas y hojas inútiles de papel, sin poder desentrañar los caminos que conducen a los verdaderos problemas que conforman el fenómeno literario. Por diferentes circunstancias me sentí alejado de las promociones literarias, y nunca supe en cuál de ellas debo insertarme, si bien esto carece de toda importancia. Si en algo me hubiera podido ayudar, hubiera sido en mostrarme el paisaje humano a través del cual debía transitar.

Ya bastante tarde, y después de tantas fallidas búsquedas, comencé a atisbar el rumbo en la significativa amistad con René Dávalos y Adolfo Ferreiro con quienes pronto pude discutir -atraído por la mágica lucidez de ambos- muchos problemas relacionados con este oficio. Y fue al lado de ellos que comencé a vislumbrar el camino verdadero. Debo admitir que a través de esa amistad -tan dolorosamente interrumpida en el primer caso- se me abrieron las puertas de los verdaderos problemas que se le plantean a todo escritor.

Más tarde vinieron los cursos de estructuralismo con Rubén Bareiro Saguier y Augusto Roa Bastos, los que terminaron por darme una base teórica que la considero imprescindible para todo lo que hice después. Porque si bien es cierto que tengo muy poca capacidad para teorizar, en todo mi trabajo -me sucede lo mismo en la fotografía- necesito de un planteamiento teórico previo para encarar la acción.

Mi primer paso consistió en dejar de lado aquellas ingenuas ideas sobre el «compromiso con la realidad», el «carácter denunciante» de la literatura, el «documento social» de la época, etcétera. Y me tracé mi primer compromiso: con la literatura misma.

La obra literaria, antes que nada, tiene que explicarse por sí misma; sus valores deben surgir de ella misma y alcanzar un nivel a través del uso adecuado de sus elementos naturales. Si más tarde se convierte en   «documento social» o en «testigo insobornable» de una época, es por simple agregado.

Creo firmemente en la «obra literaria tautológica», tomando aquí el término no en su acepción de «repetición inútil de un mismo pensamiento en distintos términos», que no lo es, sino como afirma Todorov: «El texto literario participa de la tautología: se significa a sí mismo». En muchas ocasiones, el mal de nuestra literatura posiblemente sea éste: queremos comprometernos, hasta llegar a niveles poco menos que indefendibles (y con frecuencia los sobrepasamos) con la «realidad». Olvidamos que muchas veces los caminos de la no-realidad, de la no-racionalidad, explican mejor y con mayor profundidad los mecanismos del mundo tangible que nos rodea.

Mi deseo es que el lector de mis cuentos se olvide de ese mundo. Quiero que se pierda en el laberinto de situaciones que le expongo, porque toda obra literaria encierra un universo propio, con mecánica propia, y la posibilidad de visitarlo, vivirlo y habitarlo, es la que ha hecho que no desapareciera nunca y se remueve a cada paso renovador que da el hombre.

Es fácil notar que en este volumen hay dos tipos de relatos: aquellos en que utilizo el lenguaje periodístico (aparentemente periodístico) que pido prestado al oficio que llevo años realizando. Y el otro es aquel que elige el camino del discurso interior, el del monólogo del personaje principal, roto de tanto en tanto por la línea de pensamiento de otros personajes. Pero esto último sólo de manera muy circunstancial. Tanto dentro de un tipo como de otro, mi preocupación es siempre la misma: crear un universo donde todo trascurra de acuerdo a sus propias reglas, sus propias leyes, sin importarme si tienen algo que ver o no con aquellas que nos dicta esa otra, la que equivocadamente pensamos que es la única y verdadera realidad.

Incurro en una serie larguísima de trasgresiones y muchas veces lamento que mis prejuicios estéticos, fruto de una larga y encallecedora educación, pongan tantos frenos a mis sentimientos más anárquicos.

Incurro, por ejemplo, en una dislocación del tiempo y del espacio. Pero no es simplemente una trasposición de escenas y lugares, como si estuviera mezclando las cartas de la baraja para que caigan de acuerdo al azar, sino, por el contrario, responde a un plan previamente estructurado con rigurosidad. Muchas veces, ciertas situaciones no se pueden dar sin que hayan ocurrido antes otras y, sin embargo, si re-estructuramos cronológicamente el relato (cosa que, por otro lado, no se puede hacer), se comprobará que tales hechos ocurren en sentido inverso.

En todos mis cuentos faltan datos. Y no porque me los guarde para crear un sentimiento de suspenso, sino porque yo mismo los ignoro, pues no puedo saber más de lo que sabe cada uno de mis personajes. Si supiera más, no sería un «contador de cuentos», sino un Dios Todopoderoso,  omnipresente, infalible. En lugar de ello, prefiero ser un cómplice de esos personajes y «vivir» con ellos sus mismas vicisitudes.

Y esto es lo que propongo al lector: que olvide sus conceptos lógicos y razonables, porque debe entrar en un universo donde las reglas son diferentes y ellas juegan de acuerdo a su propia mecánica. ¿Por qué será que aceptamos de manera tan fácil y damos por cierta la existencia de platos voladores y visitas extraterrestres, que escapan a toda explicación lógica y, sin embargo, nos negamos a aceptar el gran juego que nos propone el arte de entrar en un universo cuya realidad está dada por su propio soporte? ¿No hay, acaso, verdad más grande que ésta? Porque, ¿qué otra realidad tiene la literatura que la que le otorga el soporte de la palabra?

Ésta es mi propuesta y también ésta es mi meta. Por eso tales declaraciones, porque aquí expongo lo que deseo conseguir. Y enseguida lo que he conseguido. Lamento la debilidad y la impotencia de no poder sacudirme la pesada tradición de prejuicios estéticos. Y es cuando anhelo poder alcanzar la simbiosis perfecta de aquellos anárquicos literatos de principio de siglo y el mitológico Pan, para así cometer todos los excesos imaginables. Ello ofrece un estrecho margen de error: si se acierta el camino, hemos hecho un aporte. Si lo equivocamos, no habremos dejado nada que pueda entorpecer lo que deben construir los que necesariamente vengan. Pues encuentro en esta actitud la última expresión de libertad verdadera y creativa de que dispone el hombre.

Asunción, agosto, 1980 - Jesús Ruiz Nestosa





CUENTOS DE JESÚS RUIZ NESTOSA

 

 CUENTO NARRADO EN FORMA DE CRÓNICA PERIODÍSTICA CAUSA GRAVE EPISODIO 

 

Cinco muertos y casi una decena de heridos, además de daños materiales irreparables fueron los resultados arrojados por los trágicos acontecimientos registrados en el día de ayer en la localidad de Ka'ané.

Los hechos se iniciaron cuando cerca de mil quinientas familias afincadas en los alrededores de esta ciudad, acudieron formando un grupo compacto que fue imposible detener y todos los esfuerzos de las autoridades religiosas, policiales y civiles por llegar a un entendimiento, fracasaron ante el empecinamiento de los campesinos.

El porqué de esta actitud tiene su origen en la publicación de un cuento narrado en forma de crónica periodística. El relato, que apareció en un diario matutino de esta capital, a mediados del pasado mes de febrero, narraba el abandono de la construcción de la basílica de Ka'ané dedicada a Santa Librada. Las autoridades eclesiásticas del lugar -a estar siempre por el mismo relato- donaban los ladrillos a las quinientas familias más pobres del lugar.

La mencionada publicación encaraba el hecho ficticio con tantos rasgos de veracidad, que habría causado una explicable confusión entre los lectores, especialmente la gente de la zona de Ka'ané, sitio afectado gravemente por este hecho.

El autor del relato, el escritor Jesús Ruiz Nestosa, utilizó para ello su experiencia periodística, acumulando además datos falsos e ilustraciones apócrifas para elaborar su relato literario que él encasilla dentro de la línea «de la nueva mirada» o bien «objetivista»; conceptos que amplió describiéndolos como pertenecientes a la vanguardia literaria.

La población de Ka'ané, ficticiamente reflejada en el relato, tomó como ciertas tales informaciones y procedió, siempre engañada por el cuento, a demoler la monumental basílica que, desde hace treinta años y gracias a la limosna del pueblo, se venía allí levantando.

Se debe agregar que el autor del cuento, deseando llevar hasta sus últimas consecuencias su experiencia literaria, recurrió a amigos que, en forma consciente o involuntaria, elaboraron los diagramas falsos y los dibujos apócrifos a que se hace referencia más arriba, al mismo tiempo que incluyó la reproducción facsímile de un comunicado del obispo, evidentemente fraguado por el escritor.

  DATOS FALSOS 

Con el deseo de ofrecer al lector un panorama amplio no sólo de los sucesos registrados ayer en Ka'ané, sino también incluir antecedentes y consecuencias, se ha buscado reunir la mayor cantidad posible de material.

Se reproducen en esta misma página, las ilustraciones, el cuadro estadístico y además una esquela en la que el autor del cuento le pide a un amigo la realización de un dibujo que describa la demolición de la basílica.

También se incluye una reproducción del comunicado falso según el cual el obispo de Ka'ané llama a las quinientas familias más pobres a retirar cierta cantidad de ladrillos con los cuales construirían sus viviendas de manera sólida, amplia y segura.

La coincidencia de muchos apellidos con personas reales del lugar no es casual ya que el escritor afirma que tomó los mismos de las lápidas del cementerio de Ka'ané. Esto contribuyó en gran medida a que se produjera la referida confusión que desembocó en los hechos que son ya de dominio público.

COMUNICADO N.º 1

El Obispo de Ka'ané, Monseñor Merardo Salsa Rojas, llama a quinientas familias del lugar a presentarse el último viernes de este mes de enero en la plazoleta donde se está construyendo la Basílica de Santa Librada, patrona del lugar.

Estas familias procederán a retirar veinte mil ladrillos de la obra que ha sido suspendida y la idea abandonada por considerar que su elevado costo y sus dimensiones no  se ajustan a las necesidades de la época ni responden al espíritu actual de Nuestra Santa Madre Iglesia.

 

 

Se convoca así a Sindulfo Leiva casado con Emeteria Jara y sus hijos Herminia y su esposo Alfonso Narváez, Victorina y su esposo Tadeo Sanabria, Braulio y su esposa Brígida Gamarra, Vidal y su esposa Basílica Ibarra, Juana y su esposo Edilberto Maldonado, Áurea y su esposo Marcial Duarte y Clímaco y su esposa Aparición Cantero, todos ellos con sus respectivos hijos. Floriano Araújo casado con Vicenta Aranda y sus hijos Diosnel y su esposa Martina Céspedes, Eliodoro y su esposa Hermelinda Pereira y Brígido y su esposa Iluminada Riquelme y teniendo conocimiento de que estos tres hermanos se encuentran cumpliendo una condena en un establecimiento penal se convoca a sus esposas y todos sus hijos. Zenón Vera casado con Marciana Caballero y sus hijos Venancio y su esposa Eulogia León, Engraciada y su esposo Silvio Paredes, Nimia y su esposo Inocencio Vázquez, Antoliano y su esposa Salustiana Ojeda y Consorcia y su esposo Héctor Rodríguez todos ellos con sus respectivos hijos. Elpidio Zayas casado con Zoila Miranda y sus hijos Dorotea y su esposo Casimiro Martínez, Alipio y su esposa Emiliana Delgado, Justina y su esposo Apolonio Recalde, Elitrudis y su esposo Sixto Barúa, Demetria y su esposo Antolín Caballero, Severiano y su esposa Perpetua Galeano, todos ellos con sus respectivos hijos aunque exceptuando a Taciana que casó con su primo hermano Lauro Miranda a pesar de la oposición de esta prelatura. Mericio Armoa casado con Avelina Duarte y sus hijos Balbina y su esposo Heriberto Jara, Cástulo y su esposa Emérita Ríos, Aquilino y su esposa Esperanza Paiva y exceptuando a Valero y su esposa Luciana Estigarribia por ser considerados personas pudientes dentro del pueblo. Herminio Soria casado con Primitiva Cabrera y sus hijos Custodio y su esposa Herminia Fernández, Aparicio y su esposa Eudosia Cardozo, Pablo y su esposa Témpora Mongelós, Avelino y su esposa Tomasa Chamorro, Óscar y su esposa Cástula Araújo, Sindulfo y su esposa Eusebia Achucarro todos ellos con sus respectivos hijos, convocando además a Crescencia Bobadilla madre de dos criaturas de Victorino aunque no casó con él que fue muerto en circunstancias inexplicables aún y quizá por ser séptimo hijo varón de la familia. Eusebio Miranda casado con Ascensión Samudio y sus hijos   Cecilia y su esposo Máximo Cañete, Eusebio y su esposa Leopoldina Lesme, Cirila y su esposo Porfirio Moreno, Apolonia y su esposo Edwin Brítez, Ascensión y su esposo Rufino Alvarenga exceptuando a Romualdo casado con Liduvina Melgarejo cuyo parentesco con el alcalde policial los pone en situación de privilegio. Salustiano Miranda casado con Otilia Bobadilla y sus hijos Otilia y su esposo Ausberto Almada, Lirio y su esposa Eliodora Figueredo, Calimerio y su esposa Flora Sánchez, Escolástica y su esposo Celedonio Machuca y Salustiano y su esposa Hermenegilda Godoy todos ellos con sus respectivos hijos o quienes los reemplacen por estar las mujeres realizando labores domésticas en la capital. Amancio Peralta casado con Pablina Alvarenga y a quienes la providencia no prodigó fertilidad, careciendo de hijos pero son ellos modelo de familia cristiana. Artemio Gamarra casado con Eufrosina Lacasa y sus hijos Valentina y su esposo Silvano Núñez, Casildo y su esposa Filomena Olmedo, Sindulfo y su esposa Asela Cáceres, Taciana y su esposo Leoncio Aguilera, Guarino y su esposa Epifanía Ramos, todos ellos con sus respectivos hijos y quienes reemplacen a Casildo y Guarino quienes se encuentran trabajando en la capital y habiendo tomado conocimiento que su situación económica allí también es estrecha. Crescencio Santos casado con Rosalba Fleitas y sus hijos Felicia y su esposo Celestino Prieto, Crisnilda y su esposo Pío Melgarejo, Perseverancia y su esposo Herminio Recalde, Domitila y su esposo Zoilo Paredes, Circuncisión y su esposo Lucilo Alarcón, Lilia y su esposo Clorindo Hermosilla todos ellos con sus respectivos hijos, excepción hecha de Genara quien casó con el no cristiano Rosemberg y sus hijos no fueron bautizados en este credo. Se exceptúa igualmente a Eleusipo Figueredo casado con Librada Vera, hija natural de Zenón Leiva y cuyos hijos Arcángel, Odilón y Emeterio, por servir en el ejército poseen víveres gratuitamente. Trato especial sin embargo recibirán los esposos Petronilo Cordero y Crisóstoma Paredes por haber sus hijos Traslación, Eleuterio y Abundio abrazado los santos hábitos. Todas estas familias y aquellas cuyos nombres se irán dando a conocer oportunamente según se vayan confeccionando las listas hasta completar las quinientas, serán favorecidas con esta medida excepcional de caridad. Dado en Ka'ané a los siete días del mes de enero en el año del señor de mil novecientos setenta y siete.

  JUICIO CRÍTICO

Considerando las opiniones tan contradictorias y polémicas surgidas alrededor del cuento «La demolición» este diario ha querido ilustrar a sus lectores recurriendo para ello a un crítico literario que le merece confianza por su capacidad científica, sus profundos conocimientos de la materia y por permanecer ajeno, tradicionalmente, a cualquier grupo literario.

El doctor Enrique Balbiani Cano, ha opinado al respecto en los siguientes términos:

«Salta a la vista la preocupación del autor por dar una descripción imparcial, fría, pedante, en un estilo que bien pudiera apropiarse un cronista, con indicaciones tan precisas como superfluas de ese ladrillo que 'es un paralelepípedo casi perfecto, con un pequeño abultamiento en una de sus caras y una depresión en la parte opuesta' y que es 'de color naranja vivo mientras una veta negra lo cruza por el lado de la cara abultada, longitudinalmente y desde donde él lo ve avanza la línea de izquierda a derecha, para terminar en una esquina descascarada por el golpe de martillo que le dio'.

»La sensación que produce la descripción de este trozo de pared es rica, completa, obsesionante. De esta manera el lector, por fuerza, ha de sentirse fascinado por estas imágenes cinceladas, esas instantáneas del mundo tan precisas, en las que ni siquiera haría falta que apareciese un protagonista. Es la definición de un mundo objetivo en el que el hombre no es más que un objeto de tantos.

»La elección de un estilo periodístico, que utiliza la estructura de una crónica, es un hecho nada más, que circunstancialmente ha llevado a producir efectos paralelos y lamentables que nada tienen que ver con el fenómeno literario. Esta forma de narración 'objetiva' parecería crear un mundo neutro, extraño al hombre. Pero si se profundiza en esta 'crónica' el lector encontrará sólo aparentemente que hay un mundo que se describe por sí mismo, pero que sin embargo ese universo preciso, obsesionante y extraño está en definitiva reflejado en una conciencia.

»Los alcances que ha tenido este relato y su repercusión en el pueblo, además de sus consecuencias, escapan a    mis métodos de investigación literaria, dejando estos niveles a gente competente en la materia».

CRONOLOGÍA DE LOS HECHOS

KA'ANE (De nuestro enviado especial, por teléfono): Los graves sucesos registrados en esta localidad, culminaron con un saldo de cinco muertos y más de diez heridos, algunos de gravedad. La violencia fue desatada cuando cientos de familias del lugar y sus alrededores se lanzaron a demoler la basílica en construcción, al interpretar erróneamente un relato literario cuyo autor, como recurso narrativo, utilizó la técnica de la crónica periodística.

Al tener noticia de los acontecimientos, este diario destacó al lugar del hecho a un cronista que llegó a Ka'ané promediando la mañana. Gracias a la colaboración espontánea de la gente de esa localidad, se pudieron reconstruir los hechos que se iniciaron en la madrugada, un poco después de salir el sol.

LA GENTE SE CONCENTRA

HORA 3.30: Aproximadamente a esta hora, se comienzan a formar los primeros grupos de familias en las afueras del pueblo, al descampado, sin ocupar en ningún momento los cansinos ni entorpecer la circulación de aquellas personas que llegan al mercado a vender sus productos, o salen al campo a realizar sus labores de agricultura.

Se reúnen en grupos de quince a veinte familias, cada una de ellas con su carro tirado por bueyes y la gente se mueve en silencio en la oscuridad, pues hay órdenes estrictas de no encender fogatas. A pesar de haber niños, no se escuchan ni llantos ni gritos, ni voces de conversación. De vez en cuando sólo un cuchicheo o el resoplido de un buey.

Según testigos presenciales, estos grupos se fueron formando durante toda la noche con gente que llegó de otros pueblos y zonas habitadas de los alrededores.

HORA 5.00: Sin que medie ningún grito o voz de orden -hecho que revela una gran organización- los diferentes grupos van saliendo a los caminos de tierra, tal como deben haber convenido de antemano y la caravana se pone en movimiento.

 El cielo ya está claro y todos los caminos que se dirigen al pueblo se llenan de gente y carretas que avanzan en medio de una gran nube de polvo rojizo, por momentos rosado, según le dé la luz.

Los niños van en los carros y las personas mayores caminan adelante, atrás o a los costados. Se habla poco y sólo se oye la voz de los hombres dando órdenes a los bueyes a los que llaman por sus nombres -cada uno tiene el suyo- puesto casi siempre, en base a alguna característica física: Negro, Manchado, Orejudo, Mocho, Guampa, etcétera.

OCUPACIÓN DE LA PLAZOLETA

HORA 5.40: Al llegar los primeros carros a la plazoleta donde se está construyendo la basílica de Santa Librada, frente a la antigua y pequeña iglesia, ellos son colocados alrededor de la construcción hasta formar un inmenso círculo. Y es por esta razón que se puede explicar fácilmente que no hayan podido entrar hasta el lugar, más tarde, las ambulancias y otros vehículos que pretendieron hacerlo.

HORA 5.50: Cuando el sacristán acude para abrir la vieja iglesia, se extraña al ver la cantidad de carros allí presentes. «Me detuve -dice en una breve entrevista- con la intención de averiguar qué hacía allí toda esa gente con sus carros. Pero no pude enterarme de nada. Había un gran grupo de hombres donde se hablaba en voz muy baja, mientras las mujeres esperaban apartadas con sus hijos de la mano. Había gente de todas las edades y nadie tenía aspecto de acudir al lugar con intenciones de oración o para cumplir una promesa».

HORA 6.00: El grupo de hombres, que es muy numeroso, se deshace, hablan ellos con las mujeres y los niños e inmediatamente se dirigen a la basílica en construcción, subiendo por las escaleras hasta los andamios.

«Hasta ese momento -dice el sacristán- seguía creyendo en una promesa religiosa de carácter colectivo. Y eran muchísimas personas, tantas que no puedo determinar con precisión cuántas personas había».

Cálculos posteriores indicarán que son alrededor de mil quinientas familias.

Los hombres se trepan a las paredes a medio construir, a los andamios que sujetan los arcos donde descansarán las bóvedas del techo. A más de treinta y dos metros sobre el nivel del suelo, hasta los hombres más altos parecen pequeños y las mujeres, algunas con mantos negros, otras con mantos blancos, permanecen en las pasarelas con los niños y los adolescentes.

Es entonces cuando los hombres, de entre sus ropas sacan martillos y cortafierros y comienzan a aflojar los ladrillos.

«Me quedé atónito -dice el sacristán- sin poder reaccionar ante esta escena en la que sólo se escuchan golpes de martillos, gritos de atención que se dan los unos a los otros, los hombres a sus mujeres, las mujeres a sus hijos».

Por el gran hueco que hay en el centro, vacío, en penumbras, dejado por la construcción, cae un grueso polvo blanquecino, cemento deshecho a golpes, pero nunca cae ningún ladrillo, tal es el cuidado que ponen todos en su trabajo.

EL OBISPO ES ALERTADO

HORA 6.20: El sacristán se dirige a casa del obispo Monseñor Salsa Rojas para ponerle al tanto del hecho que, aun a esta altura se niega a creer. La cocinera, que sale a recibirle, se resiste terminantemente a despertar a su eminencia, razón por la cual el sacristán comienza a dar tremendos gritos con el deseo de atraer la atención del obispo y dar una idea de la magnitud de los acontecimientos.

Monseñor Salsa acude al oír el vocerío y enterado de lo que está sucediendo se dirige al lugar del hecho. Viste pantalón, camisa y zapatillas pues no ha tenido tiempo de vestir los signos de su alto rango. Mientras tanto, envía al sacristán a buscar al párroco y a su secretario.

HORA 6.40: Monseñor Salsa llega al lugar donde el trabajo prosigue a ritmo acelerado. En muchas paredes, algunas tan anchas que permiten trabajar parados hasta tres hombres a la vez, uno al lado de otro, se notan ya largas crestas blancas, de cemento recién removido, en contraposición con el lado norte, adonde aún no han llegado los trabajadores y los ladrillos superiores poseen una pátina negruzco-verdosa que le dio el viento húmedo y las lluvias de los últimos meses.

Nadie reconoce a Monseñor Salsa quien se detiene al pie de la obra y tarda algunos minutos en reaccionar. Está claramente sorprendido por el espectáculo que se desarrolla frente a sus ojos y supera, en mucho, a la descripción dada por el sacristán que, en parte por causa de la emoción, en parte por ser corto de palabras, nunca fue muy hábil para expresarse.

PRIMERA AMONESTACIÓN

Despeinado, sin afeitarse aún, en ropa de calle y de la que usa para estar muy en la intimidad, Monseñor Salsa no logra atraer la atención de los trabajadores. El prelado hace entonces acopio de fuerzas y dice: «Hermanos...» en el mismo tono que acostumbra a iniciar sus sermones.

Se detienen todos y se hace el silencio para escuchar la voz que les resulta conocida, a muchos muy familiar. Miran hacia abajo y a medida que el grueso polvo blanco deja de caer al ser interrumpido el trabajo, va apareciendo la figura de Monseñor Salsa, más irreconocible aún a causa del polvo que se le ha depositado encima y que le ha terminado de encanecer los cabellos.

«Hermanos...» repite otra vez y su voz se pierde en medio del eco, una palabra repetida entre las paredes de la basílica en construcción, las bóvedas del techo, las hornacinas, las paredes curvas de los absidiolos, en los espacios que dejan las columnas que van marcando el deambulatorio, pues la construcción, a pesar de su tamaño, apenas cubre aún el ábside y va insinuando ya el crucero.

Monseñor Salsa abre los brazos en cruz, levanta las manos y las junta tal vez un poco por encima de la cabeza. Desde arriba, y desde tal altura, no se pueden establecer muy bien las distancias. Repite varias veces, en su discurso, la palabra «hermano» que es la única fácil de distinguir por la entonación que le da, igual que en los sermones y el eco, que crea una enorme confusión de palabras, o más de sílabas, repite sin cesar su voz en diferentes tonos, en diferentes sectores del enorme hueco preparado aparentemente para dar lugar algún día al altar principal.

SE ENVÍA UN PARLAMENTARIO

HORA 6.50: Los hombres reunidos en lo alto de la obra deciden encomendar a uno de ellos baje a dialogar con el sacerdote que ha renunciado a comunicarse, debido a que ni los demoledores del templo le entienden ni él entiende lo que dicen los de arriba.

El enviado no tarda en llegar hasta donde se encuentra el prelado y el diálogo, en su parte sustancial, se desarrolla aproximadamente de la siguiente manera:

Monseñor Salsa: ¿Qué sucede? ¿Se volvieron locos o los tentó el demonio?

Salustiano Alarcón: No Monseñor. Sólo acudimos al llamado, los que creíamos justos.

Monseñor Salsa: No sé qué está hablando, Alarcón. Pero se han vuelto locos, endiabladamente locos.

Salustiano Alarcón: No Monseñor. Sólo los que creíamos justos. Es cierto que a muchos no nos llamaron. Pero lo mismo vinimos porque también tenemos derecho.

A esta altura de la conversación, Salustiano Alarcón (38, casado, seis hijos, tejedor de canastos), le muestra a Monseñor Salsa un recorte del periódico que contiene el cuento al cual se hace referencia más arriba y que se le atribuye el origen de esta terrible confusión. El recorte contiene, justamente, el trozo con la pretendida convocatoria hecha por el obispo y que sólo responde a la imaginación del autor.

Monseñor Salsa: Es un error, todo es falso. Es un error.

Salustiano Alarcón: Ningún error. Allí están los apellidos de mucha gente del pueblo. Y muchos nombres. Algunas familias ya se han muerto. Otras no. Pero todos tenemos derecho a llevarnos los ladrillos aquí indicados. De todos modos, hay para todos y aún para más.

Salustiano Alarcón vuelve al andamio y sube rápidamente por una escalera y se reúne con sus compañeros mientras el obispo, los brazos abiertos en cruz grita: «Hermanos...» y una vez que se apaga el eco, «Todo es falso» al   tiempo que va desapareciendo bajo la capa de polvo que comienza a caer, primero en fina, luego más espesa, nube blanca de cemento y cal deshechos por los martillos, mil quinientos martillos, todos al mismo tiempo.

HORA 7.10: El obispo huye del lugar, sucio, cubierto de polvo blanco, los ojos llorosos, y sufre constantes convulsiones de tos, causadas por el exceso de polvo y tabaco.

HORA 7.25: Llega el cronista de este diario cuando los acontecimientos están ya muy avanzados, pero pudo reconstruirlos hasta este momento gracias a datos obtenidos de testigos presenciales que brindaron abundante información. Los pormenores que se dan a partir de aquí fueron presenciados por el periodista.

SIGUEN LAS TRATATIVAS

HORA 7.45: Aislado en el despacho de su casa, Monseñor Salsa medita sobre los acontecimientos registrados en la plazoleta de la iglesia. Dejó órdenes estrictas de no ser molestado por nadie y sólo podrán llamarle en caso que se produzca algún hecho que cambie radicalmente el curso de los sucesos.

HORA 8.10: Imposibilitado de hacer un análisis objetivo y lúcido del problema, Monseñor Salsa se traslada a la iglesia donde se entrega a la oración. A través del sacrificio y el rezo, espera ser iluminado por Dios y llegar a las decisiones más apropiadas al caso.

HORA 8.20: Las carretas, cargadas de ladrillos hasta el límite de su resistencia, abandonan el lugar y se produce ahora un hecho curiosísimo, consistente en una maniobra difícil de explicar, pero que, sin embargo, describe con claridad la precisión con que fue planeado todo. Ningún vehículo molesta al otro al abandonar el lugar y cada hueco es ocupado, en el acto, por otra carreta vacía.

HORA 8.50: Después de haberse dedicado a la oración por espacio de casi una hora, Monseñor Salsa abandona la iglesia y se dirige a la comisaría, lugar donde denuncia el hecho a las autoridades y le solicita a ellas que tomen las providencias del caso, evitando así la destrucción total del templo.

HORA 9.00: Recibida la denuncia del hecho, las autoridades policiales ponen inmediatamente en funcionamiento un amplio plan destinado a desbaratar los trabajos de depredación hechos por gente que, si bien no puede ser considerada malintencionada, evidentemente ha sido engañada y sorprendida en su buena fe.

HORA 925: Al frente de su dotación de veintidós hombres que le siguen en fila de a dos, se presenta en el lugar del hecho el comisario. Los efectivos policiales permanecen en apretada formación, codo a codo, mientras se realiza una evaluación del alcance y gravedad de los hechos.

Se establece también, por primera vez, el alcance justo de la fuerza de los ocupantes y la posibilidad de imponerse a ellos siempre y cuando no acepten entrar en razón ni se logre éxito en las tratativas pacíficas.

Es cuando se sugiere solicitar la mediación de Pancracio Narváez, tenido habitualmente como líder civil del lugar, respetado por su sagacidad y conocimiento de las costumbres y familias de la región, características que le convierten en un hábil negociador.

SE BUSCAN NUEVOS CAMINOS

HORA 10.00: Excusando su tardanza, llega Pancracio Narváez con casi media hora de atraso, a pesar de la urgencia del motivo. Aduce que había estado mediando entre dos familias que disputan los linderos de sus campos. Se hace conducir al lugar más apropiado y luego inicia una inspección global del sitio, donde se registran los hechos.

Recorre con pasos largos el contorno de la edificación. Pocas veces mira hacia arriba. Lleva la cabeza gacha y las manos tomadas atrás, gesto que debe ser habitual en él, pues el traje blanco, que utiliza evidentemente con mucha frecuencia, tiene una mancha amarillenta, ya antigua, en ese lugar.

Se enfrenta más tarde con el edificio en obra, parándose casi en el mismo sitio donde hace algunas horas se detuvo el obispo y desde allí grita: «Ciudadanos...». Y el eco prolonga su voz. Espera unos segundos que termine la repetición y prosigue: «Este triste espectáculo»... Pero el eco destruye su discurso.

Si bien no es de presumir la mala fe de quienes ocupan los andamios -no por eso deja de ser un hecho equívoco- a esta altura del discurso, medio ladrillo se desprende de pronto de un lugar no precisado y debido a circunstancias no determinadas, viniendo a dar de lleno en la cabeza de Pancracio Narváez quien se desploma al suelo sin sentido y su saco se mancha con algunas gotas de sangre.

Arriba, en los andamios, hay un silencio profundo y sólo se escucha una voz que debido al eco parece ser muchas voces diciendo: «Fue sin querer». Abajo se movilizan numerosas personas para retirar a Pancracio Narváez desmayado. Más tarde declarará que no le ha dolido tanto el cascotazo como el haber fracasado en esta negociación, considerándola el primer gran revés de su vida.

INTERVIENE EL COMISARIO

HORA 10.20: Encabezando su dotación de veintidós hombres llega de nuevo al lugar el comisario y luego de dar órdenes enérgicas, cortantes, los efectivos van tomando posiciones frente al edificio que se encuentra ya visiblemente deteriorado por el trabajo ininterrumpido de los ocupantes, desde que llegaron al lugar alrededor de las 5.40.

Los agentes del orden se colocan máscaras antigases y en lo alto de los andamios algunas criaturas, evidentemente asustadas, comienzan a llorar, pero se calman enseguida. Los hombres no abandonan su trabajo, hecho que aumenta la ira de la autoridad que busca subirse a los andamios y no puede hacerlo porque las escaleras han sido retiradas.

Bajo la gruesa capa de polvo que sigue cayendo, atravesada ahora por numerosos rayos de sol, causando el mismo efecto que se utiliza en cine en las películas de carácter religioso, el comisario grita indignado: «Terminaremos por la fuerza con esta disputa». Y el eco, a los lejos, traba sus palabras.

Inmediatamente da la orden de disparar las primeras granadas de gases lacrimógenos. Alguna que otra cae en un andamio bajo, pero ninguna alcanza los más altos y mucho menos las bóvedas en donde se encuentran trabajando los hombres.

Las mujeres encaran entonces la defensa lanzando una verdadera lluvia de piedras sobre los representantes del orden quienes arrecian con sus granadas de gases. Es aquí cuando sucede un hecho curioso. Hace alrededor de una hora ya que fue desmantelada la bóveda de uno de los absidiolos creándose una corriente de aire tan pronunciada, que impide que los gases suban, empujándolos hacia quienes hace nada más unos segundos, los han disparado.

A raíz de ello se ordena el repliegue de las fuerzas policiales, las que se retiran del lugar huyendo del efecto de sus propios gases.

PARTIDA DE CARRETAS Y RELEVO

HORA 10.45: La segunda salida de carretas, cargadas hasta el tope de ladrillos, se realiza esta segunda vez tal como fue en la primera. Adolescentes, a veces niños y niñas, las manejan gritando a los bueyes tal como lo hacen los mayores.

Aunque aparentemente hay una gran confusión, las carretas cargadas se retiran en orden al tiempo que llegan y ocupan sus lugares las vacías. La falsa apreciación se debe a los gritos que se cruzan por todas partes y al ruido que hacen los vehículos, pero ninguno molesta al otro.

Además, por casi tres cuartos de hora, los gases permanecen en el callejón que hay entre la vieja iglesia y la construcción de la nueva basílica. Ello hace que en todo este tiempo no se acerque nadie, a no ser el sacristán que cruza dos veces por el lugar, con paso rápido y sin detenerse en ningún momento.

SE SOLICITA AYUDA

HORA: 11.00: El comisario, ante la imposibilidad de detener la demolición del templo, decide, previa consulta con el obispo, solicitar ayuda a las poblaciones vecinas.

HORA 11.30: De manera imperceptible comienza a acudir al sitio gente del pueblo, llevando de manera disimulada, y ocultos bajo servilletas de lienzo blanco, platos de comida. A juzgar por las reacciones, pocos son los que se conocen entre los que trabajan en la demolición del templo   y quienes acuden con el almuerzo. Pronto el lugar se llena de olores que se repiten con frecuencia: a grasa, a carne cocida, a maíz preparado de diferentes maneras, a mandioca hervida, a locro caliente.

Por encima de los muros siguen descendiendo los canastos atados a una soga, cargados de ladrillos. Abajo son recibidos por niños y adolescentes y luego los cargan en los carros. Pero esta vez los canastos no regresan vacíos, los suben lentamente con los platos llenos de comida. Y desde arriba alguien grita: «Gracias señora». Y enseguida la respuesta: «De nada m'hijo, Dios le bendiga m'hijo, que la Virgen se lo pague».

HORA 11.45: Los refuerzos provenientes de los pueblos vecinos comienzan a llegar y se van reuniendo en el patio y frente a la comisaría. Consisten especialmente en hombres de a pie, de a caballo. Otros llegan en camiones y traen largas escaleras.

HORA 12.10: Los primeros grupos comienzan a dirigirse al lugar de los hechos, en el orden y la forma que son indicados por el comisario de Ka'ané. Hay un total de ciento ochenta y dos hombres, divididos en siete grupos desiguales, cuyo número es el recomendado por las necesidades de una estrategia.

A última hora se suman además cuatro presos acusados de abigeato, quienes manifiestan su interés en aunar esfuerzos para rechazar a los depredadores del templo, a cambio de su libertad, propuesta que es aceptada teniendo en cuenta la gravedad de los hechos.

PRIMER ASALTO

HORA 12.30: Lo que queda de la basílica en construcción -ahora en avanzado estado de demolición- es rodeado por los hombres que comanda el comisario. Van armados y cada uno busca un sitio donde ubicarse, defendiendo el cuerpo atrás de algún parapeto, sea el tronco de un árbol, una columna de la vieja iglesia, un muro bajo, un montón de ladrillos, etcétera.

Los que llevan escaleras buscan apoyarlas en los andamios para subirse a ellos, pero casi ninguna es lo suficientemente  larga para llegar al andamio más bajo. Y las pocas que llegan resultan ineficaces porque son empujadas con un palo, haciendo caer de espaldas a quienes intentan subir. Por último esta idea es abandonada.

El comisario recorre el sitio verificando la posición de sus hombres, dando indicaciones a unos y otros para lograr mayor efectividad. Y visiblemente irritado regresa al hueco central de la obra y grita: «Abandonen el sitio». Y el eco se rompe enseguida pues ya fueron deshechas casi todas las bóvedas y se escapan los sonidos por todos los agujeros al igual que los gases lacrimógenos hace un momento.

No hay respuesta. El trabajo se detiene y la gente, desde los andamios, mira a su alrededor. Están ellos rodeados por fusiles que les apuntan y buscan proteger a sus mujeres y sus hijos en los sitios más seguros. El resto acumula piedras y espera.

Ordena entonces el comisario que el lugar sea despejado, alejando de la zona a toda la gente del pueblo que está allí con sus ollas, fuentes, cacerolas, platos vacíos. Los carros no pueden ser apartados. Las personas se dispersan dando gritos de protesta y desacuerdo por la medida que consideran injusta. Así, hasta alcanzar la acera opuesta y que circunda la plazoleta donde se levantan iglesia y basílica.

Los periodistas ocupamos los balcones de algunas casas vecinas, tocándole la suerte a quien escribe estas líneas, de contemplar los hechos desde la propia casa del obispo, si bien éste permanece encerrado en su estudio, esperando encontrar la mejor salida para la situación planteada.

El comisario busca un nuevo camino de conversación, pidiendo que baje un emisario con quien dialogar. Pero también esta vez fracasa en su intento de lograr un acuerdo satisfactorio para las dos partes.

Se ubica enseguida atrás del tronco de una palmera al tiempo que grita: «Si no es por las buenas, entonces por las malas». Desenfunda el revólver y hace algunos disparos, muy abajo del nivel en que se encuentra la gente, según se ve saltar el ladrillo, el polvo fino blanco y naranja, en varias partes, el ruido en muchas, repetido por el eco que esta vez no tiene sílabas que deformar.

En las pasarelas de los andamios la gente corre de un lado a otro, hay gritos de mujeres y los niños lloran. Algunos hombres dan órdenes y muchas indicaciones e inmediatamente después miles de manos lanzan piedras, cascotes contra las cabezas que se atreven a sobresalir por encima de los improvisados parapetos.

SE ORDENA EL ATAQUE

HORA 12.50: Después de un silencio de diez minutos aproximadamente se inician los primeros disparos. En ningún momento se abrió fuego graneado como se pretendió hacer creer después. Los disparos se hacen en forma aislada, si bien el estruendo parece ser mayor porque el eco repite no sólo la explosión sino también el silbido de las balas en su recorrido.

HORA 13.00: El tiroteo se cobra su primera víctima, Antolín Caballero, casado, 27 años, tres hijos, domiciliado en la compañía de Jaguakuá. Es alcanzado por una bala de fusil en pleno rostro, produciéndose su muerte inmediata, según lo atestiguará más tarde el médico forense y no por culpa del golpe sufrido al caer al suelo desde gran altura.

HORA 13.05: Después del estupor sufrido a raíz de esta primera muerte, la gente reacciona apedreando con violencia a las fuerzas del orden y de donde resultan heridos dos hombres venidos del vecino pueblo de Palmasola.

HORA 13.15: Cuando se reanuda el tiroteo, éste tiene mayor intensidad que antes, mientras que la gente apostada en las aceras de la plazoleta y que hasta ahora había contemplado la escena en forma más o menos pacífica, rompe en gritos insultando a quienes empuñan sus armas contra los demoledores del templo.

En la primera carga resultan dos muertos más. El segundo cae sobre una pasarela de los andamios y el tercero se precipita al vacío, pero por el lado de afuera de la construcción. También se registran varios heridos en ambas partes, sin que pueda establecerse una relación precisa de los hechos, ya que la confusión es inmensa.

El estrépito de los disparos se mezcla con el eco de sus propios ruidos, además de los gritos y llantos de las   mujeres y los insultos de los hombres que permanecen arriba.

SOLICITAN MEDIACIÓN DEL OBISPO

HORA 13.30: Una delegación de personas del pueblo llega hasta la casa del obispo y le pide que interceda entre los contendientes, ya que el enfrentamiento puede terminar en una deplorable catástrofe.

HORA 13.40: El obispo sale a la plazoleta y procura llegar hasta el sitio en que se ha entablado la lucha que sigue en forma encarnizada. Intenta hacer escuchar su voz, pero el estruendo de los disparos por un lado y los gritos por otro, la apagan por completo. Además, el radio de acción de las piedras que caen por todas partes es tan grande que no puede acercarse demasiado.

HORA 14.00: Una motobomba del cuerpo de bomberos logra acercarse a duras penas al lugar y busca desbaratar la resistencia de los demoledores del templo apuntando un chorro de agua de gran potencia hacia lo alto de la edificación. Pero sólo logra demoler un arco de mampostería que se precipita sobre el vehículo, matando al chofer Floriano Centurión, a más de inutilizar la motobomba a partir de la cual, roto el tanque, surge una gran ola de agua que inunda las calles adyacentes.

LAS CAMPANAS AL VUELO

HORA 14.15: Al mismo tiempo que las puertas principales del templo se abren, comienzan a repicar todas las campanas. Del interior de la iglesia sale una procesión encabezada por seis monaguillos que llevan en sus manos humeantes incensarios, hamacándolos al final de finas y largas cadenas, más atrás dos sacristanes llevan una cruz y un estandarte con los colores de la virgen del lugar. Éstos son escoltados por diez monaguillos vestidos con sotanas moradas y albas blancas, cada uno de ellos con una vela encendida, a pesar del sol que cae a plomo sobre el lugar y hace un calor intenso. Todas las paredes blancas de los alrededores tienen un brillo enceguecedor.

La procesión sigue saliendo del templo y se hace un gran silencio en toda la plaza donde sólo se escucha el repicar de las campanas mientras las palomas que viven en las dos torres y en los aleros de la iglesia, asustadas por este alboroto a destiempo, tan lejana aún la fiesta patronal del lugar, vuelan sin posarse un instante en ninguna parte.

Después de los monaguillos con las velas sale el obispo vistiendo los ornamentos de los oficios solemnes con la gran cruz pectoral de oro y piedras, colgada de una gruesa cadena, el anillo obispal de piedra negra, mitra bordada con hilos de oro, en las manos la custodia con su ventanita redonda de cristal biselado y la mancha blanca de la hostia cuyo borde se repite varias veces y según le dé la luz tiene una aureola irisada.

Le sigue su secretario, también vestido con los ornamentos de las grandes ceremonias y le lleva el báculo, con mayor profusión de oro, dibujos hechos en plata antigua y cristales de colores que imitan piedras preciosas. Atrás van otros seis monaguillos cada cual con su incensario humeante, hamacados casi todos al mismo tiempo, tintineando las cadenitas.

Tres hombres de pueblo, vestidos con camisa y pantalones blancos descalzos, preceden la imagen de Santa Librada. En una mano llevan una vela encendida, en la otra un extremo de las cintas que se desprenden de la santa.

Ocupa casi toda la ancha puerta de la iglesia la enorme cruz de madera negra. Cada uno de sus tres extremos superiores termina en un dibujo que se asemeja a una concha vista por el lado de adentro, pintadas las estrías en dorado y los canales en rosa pálido. Clavada en la cruz va la imagen de la santa, tallada en madera, su rostro hierático no trasunta ninguna emoción, las manos están abiertas, los dedos juntos, el clavo negro atravesándole las palmas, la mirada fija a lo lejos. Los ojos muy abiertos, muy redondos, tienen pestañas rígidas, pintadas con un solo trazo negro, recto, largo y los pómulos resaltan con un rubor muy marcado, en un círculo rosado que apenas se esfuma en los bordes. La imagen está vestida con telas reales, una blusa de raso violeta que se ajusta a la cintura de donde parte una falda larga, de terciopelo negro que termina en un fleco de hilos dorados y no llegan a cubrir los pies, uno al lado del otro, cada uno de ellos atravesado por un clavo de cabeza grande, negra, piramidal.

  EL HIMNO DE SANTA LIBRADA

Le sigue gente del pueblo, mujeres con mantos, hombres vestidos de blanco, muchas velas encendidas por todas partes, cantando todos juntos el himno reservado para la fiesta patronal: «Santa Librada, líbrame del mal/ que seamos libres en nuestra libertad/ Santa Librada, si somos hermanos/ haz que nosotros vivamos en paz».

Del grupo sube una nube de humo, que de ningún modo es densa y según le dé el sol se vuelve blanca, algodonosa o trasparente. Un fuerte olor a incienso llena todos los lugares al mismo momento que cesan los gritos, los disparos de armas de fuego y las pedradas.

De un lado y de otro van saliendo los hombres de sus escondites, van dejando sus parapetos, las mujeres se arrodillan y los hombres si pueden lo hacen o bien permanecen de pie en una actitud altiva y respetuosa. Monseñor Salsa levanta la custodia que brilla al sol y destellan los cristales de colores cuando traza con ella cruces en el aire y va dando la bendición con tono grave y solemne: «Yo te bendigo en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo...». Y atrás los sacristanes, los monaguillos, los sacerdotes acompañantes, los portaestandartes a coro, como una sola voz de tono nasal y carente de individualidad, responden «amén».

La procesión circunvala el templo viejo, la construcción de la nueva basílica y se detiene luego en el espacio que hay entre ambas. Las campanas se detienen y hay un gran silencio en los alrededores.

ORACIÓN COLECTIVA

HORA 14.50: Monseñor Salsa coloca la custodia en una pequeña mesa que le han traído dos monaguillos y con un gesto característico en él, abre los brazos y junta luego las manos, las palmas abiertas, los dedos juntos y extendidos, sobre el pecho, un poco por abajo de la barbilla al tiempo que dice: «Oremos porque el amor una a los hermanos (aún queda un poco de eco que llega a repetir hasta dos veces y tres, las frases, para apagarse luego) y roguemos a Dios que no permita que el odio nos separe. Oremos todos juntos, y al final, que cada cual vuelva a su hogar con la conciencia limpia, tranquila, sin rencores de ninguna clase, pero sin olvidar los hechos que han tenido consecuencias tan graves y crueles...».

Monseñor Salsa murmura una oración entre labios, difícil de ser entendida en toda su extensión, sólo de vez en cuando alguna que otra palabra suelta. Y al terminar se escucha de nuevo el impersonal: «Amén». El comisario da órdenes a sus hombres que vuelvan a formar en fila doble y comienzan a salir todos por la izquierda de la escena.

Mientras tanto han acudido dos ambulancias y los camilleros recogen a los heridos y cubren a los muertos con una sábana blanca. Los demoledores del templo, que siguen ocupando el alto de los andamios, ya no tan altos ahora, descienden a sus muertos y heridos pasándoles una piola por abajo de los brazos. Nadie llora, sólo de tanto en tanto algún quejido, alguien que se sostiene la herida con la mano para ayudar a coagular la sangre.

SE RETIRAN LOS MUERTOS Y HERIDOS

HORA 15.10: Las ambulancias se retiran llevándose a los últimos heridos. Las fuerzas del orden han tenido una sola baja: el chofer del camión bombero que sigue aplastado bajo el peso de la mampostería. Los otros cuatro cadáveres están alineados en el corredor de la vieja iglesia y han sido cubiertos con sábanas blancas. Nadie los vela.

HORA 15.20: Después de un largo silencio roto sólo de tanto en tanto por un quejido, se reanudan los trabajos en lo alto del edificio y Monseñor Salsa desaparece por segunda vez bajo la gruesa capa de polvo blanco que cae por el hueco central.

El humo de los incensarios se mezcla con esa nube y adquiere su densidad propia, acentuando la niebla que separa a la procesión, ahora inmóvil y silenciosa, y a los trabajadores más activos y ruidosos que nunca. Se dan instrucciones en voz alta. Otros testigos señalan que no es otra cosa que un grito necesario para dar ritmo al trabajo y no molestarse así los unos a los otros.

HORA 15.25: Monseñor Salsa ordena a la procesión retirarse del lugar, en el mismo orden y manteniendo la serenidad. Se dirigen entonces todos a la tarima de cemento que se ha construido en la plaza, en la parte posterior de la vieja  iglesia y donde se instala el altar el día de la fiesta patronal.

Se ubica allí la imagen de Santa Librada como un hecho excepcional que no se repite desde el año 38 cuando la gran sequía. Alrededor de su cintura se ha puesto ahora una estola negra como las que usan los sacerdotes para celebrar el oficio de difuntos. O como las que se ponen en las cruces de los cementerios.

Monseñor Salsa ordena que se ubiquen los cadáveres en la parte inmediatamente anterior a este altar, cubiertos con sábanas blancas que fueron traídas por gente de los alrededores.

Se coloca la custodia en un sitio privilegiado, se encienden velas en todas partes y hasta hay quien ha traído floreros con flores para adornar el altar cubierto por un mantel blanco. Monseñor Salsa se vuelve entonces hacia los presentes y con voz dramática pide que todos juntos recen por los muertos, por los vivos, por los heridos, por los pecadores, por los culpables, por los inocentes, por la paz, para que se olviden los rencores y para que en definitiva se pueda ver con claridad los deseos de Dios y dejar que ellos se cumplan. Así sea.

EL OBISPO DIRIGE LAS ORACIONES

HORA 20.00: Durante toda la tarde siguen los trabajos de demolición a ritmo acelerado. Un trabajo de coordinación perfecta. Las carretas entran con exactitud cada hora y media, a ocupar el lugar de las que salen cargadas de ladrillos, sin molestarse las unas a las otras. Las carretas vacías son llenadas a su vez y reemplazadas al cabo del tiempo ya mencionado más arriba.

En forma simultánea se ha establecido un sistema de colaboración entre gente del pueblo y los trabajadores haciéndoles llegar a estos agua fresca y alimentos a través de los canastos que bajan llenos de ladrillos y en lugar de subir vacíos van con cántaros, cacerolas con mandiocas, maíz, locro, carne asada, etcétera.

En el altar al aire libre siguen encendidas las velas, y Monseñor Salsa dirige los rezos. Cuando se siente vencido por la fatiga es sustituido por su secretario o por otros sacerdotes. A veces se canta para que no decaigan los ánimos  y para mantener despiertos a los fieles, muchos de los cuales se han tendido sobre el césped, usando el antebrazo como almohada y duermen.

Como ya ha oscurecido, en la demolición se encendieron faroles a gas. La intensa luz blanca provoca contrastes muy marcados dejando ver principalmente perfiles, los perfiles de quienes trabajan y de la línea del templo, de lo que queda del templo y que va bajando rápidamente. Sólo de tanto en tanto se nota alguna expresión, se ve una cara, un gesto.

El calor de la tarde cede al comenzar a soplar un aire fresco y hacia la medianoche cae un ligero rocío como suele suceder en esta región, aun en los días de mayor rigor del verano.

SE ABREN LAS PUERTAS DEL TEMPLO

HORA 5.25: Al clarear el día no queda ya nada del templo. La plaza que rodea la vieja iglesia parece haberse ensanchado y hay mayor espacio. Tal vez esto colabore a que todos sientan un ligero alivio y las tensiones comienzan a ceder ante el cansancio y el sueño.

Las puertas y ventanas de la iglesia son abiertas y la gente que está en ella siente entrar una corriente de aire fresco que por poco no apaga las velas escalonadas en el sitio donde se hacen las ofrendas. La gente más vieja señala que desde hace unos veinte años no sopla un aire tan fresco y suave adentro del templo que se caracterizó en los últimos tiempos por ser muy caluroso. Y se toma este dato como un signo de aprobación de Dios.

Las carretas comienzan a ponerse en movimiento. Ya no hay relevo porque todos los ladrillos y hasta las piedras de los cimientos han sido llevados en tantas idas y venidas.

Los cadáveres son colocados en otras carretas y a su lado suben sus parientes más cercanos. Se escuchan entonces los primeros gritos desgarradores. Las viudas se cubren con mantos negros, los hijos golpean las maderas con los puños cerrados y las hijas se desmayan en medio de lastimeros llantos.

Tal como llegaron, las carretas salen del pueblo, levantando una enorme nube de polvo, mientras los ejes y las  ruedas con llantas de hierro crujen y rechinan bajo el enorme peso que cada una de ellas lleva.

Los nombres de los toros se gritan con voz ronca y se entremezclan con los gritos de quienes tienen un muerto en la familia. Alguna que otra vez se registra un desmayo, real o fingido, tal es la forma de exteriorizar el dolor y son las costumbres que se observan en el lugar.

HORA 6.05: Al desaparecer la última carreta, la plazoleta queda vacía, en un silencio que ahora parece extraño. En todas las caras hay un cansancio muy marcado, de manera especial en la gente de prensa, fotógrafos y periodistas que debimos mantenernos al tanto de los hechos y comunicar constantemente a nuestros periódicos por teléfono, cada uno de los detalles de este acontecimiento.

REGRESA LA PROCESIÓN

HORA 6.15: Es en medio de este gran silencio que Monseñor Salsa dispone que se regrese a la iglesia. El orden es aproximadamente el mismo con que se inició la procesión: los monaguillos con los incensarios, los sacristanes, el obispo con la custodia, la imagen de Santa Librada y el pueblo que acudió a las oraciones. Pero se ha perdido toda solemnidad.

Los monaguillos sostienen los incensarios a un lado, el fuego apagado, no esparcen ya el humo perfumado, las cintas no son sostenidas por los acompañantes y las banderas y estandartes se han arrollado al mástil y cargado sobre un hombro. En todos los rostros se nota la larga noche pasada en vigilia, hay grandes ojeras violáceas y los más pequeños no se preocupan por ocultar o contener sus grandes bostezos.

La única cara que no ha sufrido trasformación es la de Santa Librada, en lo alto de la cruz sigue con los ojos fijos a lo lejos. Nada la inmuta, ni siquiera la tierra removida donde hasta ayer se levantaba la cabecera del futuro nuevo templo hoy inexistente.

FINAL DEL OFICIO RELIGIOSO

Monseñor Salsa mantiene erguida con mucho esfuerzo la custodia, y sus ornamentos bordados en hilos de oro no   son suficientes ya para darle su aire de solemnidad, su gesto ampuloso, su pose enfática. Sobre todo ese oro ha caído el polvo restándole brillo, restándole destellos a los cristales de colores, opacando los dibujos, los bordados que crean al bajorrelieve hojas de parra, racimos de uvas y en el centro de la casulla un cordero a medio tenderse -o a punto de levantarse- llevando atrás un estandarte con la inscripción latina «Agnus Dei».

Los zapatos negros de charol han caminado tanto por la tierra, que ahora están blanquecinos y los calcetines violeta sucios, manchados en partes por haber su dueño matado los mosquitos toda la noche, dejando con cada golpe de mano una gota de sangre.

HORA 6.25: Luego de haber rezado apresuradamente algunas oraciones, Monseñor Salsa da su bendición: «Benedicat Vos omnipotens Deus, Pater et Filius et Spiritus Sanctus». Y el pueblo: «Amén». «Dominus vobiscum...» y sólo algunas voces: «Et cum spiritu tuo». Monseñor Salsa declaró luego a este cronista que a pesar de las disposiciones vigentes, mantiene el latín para ciertas ocasiones muy solemnes. Y respecto al templo demolido dijo que él no puede tomar las decisiones por sí solo. El tema será discutido en la comisión formada para recaudar los fondos necesarios para su construcción. Pero de acuerdo a comentarios hechos por la noche, piensa que el mismo no volverá a levantarse.

LISTA DE LAS VÍCTIMAS

Los muertos en el choque armado que se produjo entre las fuerzas del orden y los demoledores del templo son los siguientes, de acuerdo a una lista dada a conocer oficialmente en la comisaría del lugar:

Floriano Centurión (28, soltero, chofer), Otilio Rolón (35, casado, cinco hijos, agricultor), Amadeo Ortiz (18, soltero, jornalero), Lorenza Chamorro (21, casada, cuatro hijos, quehaceres domésticos) y Antolín Caballero (27, casado, tres hijos, olero).

La lista oficial de heridos da a conocer los siguientes nombres: Eliodoro Hermosilla (48, casado, siete hijos, agricultor), Fermina Estigarribia (19, casada, dos hijos, quehaceres domésticos), Perseverancia Ramos (16, casada, un hijo, quehaceres domésticos), Ascario Melgarejo (29, soltero, tres hijos, albañil), Terencio Alvarenga (38, casado, cinco hijos, alfarero), Simplicio Ortigoza (41, casado, cinco hijos, jornalero), Secundino Maldonado (25, casado, tres hijos, hojalatero), Eleuterio Recalde (19, casado, un hijo, sin profesión), Circuncisión Narváez (32, soltera, cuatro hijos, lavandera), Paciano Hermosilla (27, casado, cinco hijos, tropero) y Victorio Escalante (45, soltero, siete hijos, agricultor).

SE ABANDONA LA IDEA

La Comisión Pro-Basílica de Santa Librada de la ciudad de Ka'ané dio a conocer un comunicado en el que se ofrece una información global de los trágicos acontecimientos ya reseñados.

El documento afirma que se abandona la idea de seguir adelante con la construcción de dicha basílica y al perder su finalidad principal esta comisión será disuelta, pues ya no existe el objeto de su interés. Ella sólo quedará constituida a los efectos de llevar adelante una demanda contra el autor del cuento y sus cómplices, acusados de engañar a la población con malas artes y por ser los autores morales de los acontecimientos aquí narrados.

Trascendió también que todos los trámites de la demanda y el proceso permanecerán en riguroso secreto por temor a que la publicación de cada uno de estos detalles ocasione un lamentable equívoco, produciendo la demolición de cualquier otra basílica similar ya iniciada.

Asunción, noviembre de 1977



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RECOPILACIÓN DE DATOS 

No hay nadie, como todos los domingos, en las calles estrechas que rodean a la iglesia, aun cuando son exactamente las nueve y diez de la mañana. Y el tiempo es primaveral a pesar de ser invierno, como sucede habitualmente al comenzar el mes de julio. El cielo está despejado y sopla un viento fresco moderado que se vuelve casi imperceptible caminando por el lado soleado de la calle. Aquí la temperatura es agradable gracias a un cielo límpido, intensamente azul.

El aire es tan diáfano que por ello mismo se lo siente con mayor intensidad, si bien la vista, por momentos, cuando las perspectivas lo permiten, puede extenderse casi de manera indefinida, sin que nada enturbie la visión. Sólo tres personas rompen este equilibrio de los elementos, y que parecen respetarlo, porque guardan una curiosa simetría.

Son tres, desde la calle hacia el interior de la acera: un muchacho joven, una mujer ya madura y un hombre cuyas características coinciden con las del joven, pero con mucha más edad.

El primero de ellos no es muy alto, con el pelo enrulado, color bronce oscuro, de hombros anchos, contextura delgada, flexible y armónico en todos sus movimientos, como si el aire no se moviera a su alrededor al caminar. Viste camisa celeste, de cuello desabrochado, saco azul abierto a causa de las manos metidas en los bolsillos de su pantalón gris.

La mujer, ya madura, es su madre, es sumamente delgada, fibrosa, pelo corto y claro, viste un vestido azul oscuro y no lleva joyas, excepto una delgada cadena de oro al cuello y unos brillantes muy pequeños perforándole los lóbulos de las orejas. Todo en ella indica una extrema austeridad y sus gestos parecen estar severamente controlados.

El hombre de edad, padre del muchacho, en cierta manera posee las mismas características de su hijo. Sólo que tiene ya el pelo entrecano y su contextura atlética se rompe  en esa cintura que comienza a desbordar y en sus ademanes que no poseen ya la flexibilidad ni la libertad de aquel.

-Independientemente de las intenciones que haya tenido -dice la mujer- sigo pensando que ése no era tema para el sermón de la misa de las ocho y media. A esa hora van muchos niños y no tienen edad para estar escuchando hablar de ciertos temas. No hay por qué abrirles los ojos antes de tiempo. Ya tendrán momento de sobra para enfrentarse con hechos así de desagradables.

-Sin embargo -dice el marido- el mismo caso estuvo saliendo en los diarios, se hicieron comentarios en las radios y hasta hubo una nota de exteriores en la televisión.

Este domingo, dijo en verdad el cura, no tomaremos ninguna parábola del Evangelio ni de la Biblia, porque la parábola, durante toda esta semana, nos ha sido dada por la prensa. O mejor aún, por la vida misma. Hay fieles que están descontentos porque algunos periódicos han traído fotografías que resultaron demasiado impresionantes para algunos espíritus en extremo sensibles. Pero no miremos los hechos con los ojos sensacionalistas de la prensa amarilla, cuyo recorte he traído precisamente aquí, sino juzguemos el verdadero significado, en profundidad, de los sucesos. Y contemplemos, sin puritanismo, estas fotografías que serían capaces de aterrorizar a cualquiera al igual que nos aterrorizaría una visión del infierno.

¿Estaba esta mujer en gracia de Dios cuando la sorprendió tan horrible muerte? ¿Estaba preparada para enfrentarse a la justicia divina? ¿Y estamos todos preparados para enfrentar la misma situación? ¿Acaso sabemos cuándo puede surgir la mano asesina que abata nuestra vida?

-De todas maneras -insiste la mujer- haya salido donde sea, sigo pensando que es impropio tratar esos temas en un sermón de la iglesia.

Ella no sabe nada. Yo tampoco sé nada porque no quise mirar las fotografías. Pero dicen que estaba irreconocible, tal fue el ensañamiento con que la mataron. Y más aún después de los días de descomposición que tuvo el cadáver, porque nadie se dio cuenta. ¿Cómo no se preocuparon sus amigas? Hizo falta que el vecindario, molesto por el olor, alertara a un patrullero policial que pasaba por el lugar,  después de tres días, y tuvieron que romper la puerta para encontrarla allí, horriblemente descuartizada.

 

 

-Sucede -dice el hombre que parece más bien parco en el hablar- que este cura es un tanto impresionable, y como le gusta leer novelas policiales, noticias así le conmueven. Y no pasa de ser un hecho común, totalmente cotidiano, en los bajos fondos.

Él no sabe nada. Yo tampoco. A pesar de que he vuelto ya tantas veces sobre el tema, procurando convencerme en todos estos días que las cosas son ciertas, aun sin poder explicarlas, porque estuve con ella hasta un momento antes y hablamos en voz baja aunque no está la criatura, quizá por costumbre, quizá por la hora. Me voy, es tarde, y ella me mira con los ojos entreabiertos, chau, tené cuidado, mirá que es tarde, me voy, y se vuelve y me parece que sigue durmiendo mientras me visto. Salgo silenciosamente para no despertarla y cierro la puerta igual que siempre, buscando no hacer ruido aunque compruebo que ha caído la tranca al otro lado.

En la calle sopla un viento norte fuerte, últimos vestigios del veranillo de San Juan. Y a esa hora el aire es ligeramente frío, pero ni siquiera llega a ser molesto, como resulta en verano, o al comienzo de aquel verano, por la noche, que nos entregaron nuestros diplomas de bachilleres en el colegio y salimos a festejarlo todos juntos. Porque la tensión de los exámenes y la fiesta de la noche montada con tanta solemnidad me había dejado deshecho, casi sin fuerzas para pensar en nada, para hacer planes, sino simplemente para comenzar mis vacaciones.

La tuve que haber visto por primera vez en esa misma calle, donde estaba con sus amigas. Y toma maquinalmente el tranvía, siempre vacío a estas horas, sus luces son muy fuertes y me lastiman la vista después de haber estado durmiendo en la penumbra de su dormitorio, es cuando no quiero dejarla. Y la dejé sola esa noche, porque ni siquiera estaba la criatura, por eso fui a buscarla a esa misma calle, hace tan pocas noches, la noche en que sucedió todo, según dijo la policía que fue avisada por el vecindario molesto por el olor. Tiene que haber sido mientras yo me dormía en el tranvía, y el tranvía se desplaza dando barquinazos y golpes bruscos en todos los puntos donde se unen los rieles. La  policía se presentó en el lugar y tuvo que romper la puerta lo que no le habrá costado mucho trabajo porque estaba muy vieja la madera y la encontraron así como lo describe el informe que publicaron los diarios.

-Los diarios de hoy -dice la mujer- avisan que van a cambiar los reglamentos para estacionar los coches en las calles del centro. Parece que por fin van a comenzar a hacer algo para ordenar el tráfico. Pero también tendrían que hacer algo para evitar que se roben los vehículos, o que te rompan la antena o se roben los accesorios. Algo muy fácil de prevenir, nada más que con poner un sistema de vigilancia adecuada.

Toma de exteriores. Imagen de un cuidador de automóviles. (Comentario en off): Antolín Giménez, sesenta y tres años de edad, aproximadamente, de estado civil viudo, domicilio incierto, ex-combatiente y de profesión cuidador de automóviles. Sirve en la zona desde hace cinco años y afirma haber conocido a la víctima desde tiempo atrás, sin que pueda precisar exactamente desde cuándo.

Plano del animador: Dígame don Antolín, ¿desde hace cuánto tiempo sirve en esta zona?

Plano del cuidador: Bueno... yo en verdad, estoy aquí en esta zona... digo, trabajo en este lugar que es mi zona porque en nuestra agremiación tenemos zonas para cada uno y según me dijeron yo debía estar aquí o sea que le calculo que estoy desde hace unos cinco años más o menos que trabajo en este lugar aunque siempre se discutió ese problema de la rotación pues hay sitios, o calles, donde se gana mejor y en otros peor por lo que muchos propusimos el tema de la rotación para que todos tengamos la oportunidad de poder ganar mejor o por lo menos ganar igual al tener iguales oportunidades lo que no se debe tomar como una crítica destructiva sino simplemente como un comentario constructivo al mismo tiempo que agradecemos a las autoridades que nos permiten trabajar honradamente ya que nunca nos molestan y nos permiten movernos con entera libertad de modo que podamos ganarnos nuestro sustento porque aunque somos viejos no tenemos por qué ser carga para nadie y así lo comprenden las autoridades policiales que nunca nos molestaron hasta el día de hoy que me llevaron para preguntarme sobre una de las  chicas que venía aquí por las noches y parece que la mataron esta mañana o no sé bien cuándo pero debe hacer ya algunos días porque me parece que no la estuve viendo en las últimas noches desde que vino ese su amigo a buscarla y se fueron juntos.

Casi un año duraron tales relaciones y no puedo hacerme a la idea que ya no seguirán más. Su madre acaba de decirle algo porque le mira y conserva aún el gesto de haber terminado la frase y espera un comentario de algo que no ha escuchado y se encoge de hombros diciendo no, me parece que no. Porque en verdad no la quise, es decir, quererla en el sentido normal que suele darle la gente al término. No, definitivamente no la quise en todo ese año que mantuvimos una relación fuera de lo normal, ajena a todo aquello que pudiera ser considerado natural, más bien cerca de la locura que vivía esperando la hora en que podía llegar a su casa y acostarme a su lado y estar con ella conociendo entonces otro tipo de locura. Y no, de nuevo no he escuchado qué me ha dicho mamá, que se queda mirándole como la vez anterior. Esta vez también le mira su padre aguardando, evidentemente, una respuesta y extrañados los dos ante su silencio. Se encoge otra vez de hombros y hace un gesto negativo con la cabeza queriendo aparentar naturalidad. Aunque nunca fue natural nada, pues nadie debe haberse entregado nunca a nadie con tanta energía y vitalidad. Así eran nuestros encuentros en que rompíamos con el mundo exterior, hasta que muy tarde en la noche, o temprano en la madrugada -muchas veces tomaba el último tranvía, otras el primero del alba- volvía a casa, arriesgándome por haber salido sin permiso y entraba a escondidas porque los viejos, tal como piensan y actúan, con todas sus ideas religiosas, nunca habrían aprobado mi conducta.

-Es evidente -dice el hombre- que no podemos permitirlo y deberíamos protestar a la televisión por la entrevista que le hicieron al cuidador de automóviles. Parece mentira que para un hecho como éste, y que debería pasar desapercibido, hayan movilizado todo el equipo de exteriores. Y para otras cosas, realmente importantes, ni siquiera se mueven. A lo mejor, ni las mencionan.

-Entre esa entrevista en la televisión -dice la mujer- y las fotos que vienen en el diario, donde se habla con  tanta desvergüenza sobre la vida de esa mujerzuela, no sé cuál es más reprochable. Porque lo impreso y las fotografías quedan. Lo otro pasa.

-Sí, pero las imágenes de la televisión siempre son más convincentes, aun cuando duren menos.

Ellos no saben nada. Ni yo tampoco. Porque no me imagino quién pudo querer matarla, pues en un año no vi a nadie extraño más que a un hermano suyo que trabaja de chofer en un ómnibus y que la visitaba de vez en cuando. No tenés por qué ponerte celoso, me dijo una vez, porque nadie me visita, fuera de mis clientes. Y todo es a nivel profesional. El que quiera venir y quedarse, tiene que pagar. Sólo vos venís gratis. ¿Y ese tipo no muy alto y medio rubio, de hombros anchos que suele venir a buscarte? De él no vamos a hablar. De él es precisamente de quien quiero hablar. No, de él nada. Y de él nunca hablamos. Más tarde supe que fue ese hombre el que la decidió a trabajar por su cuenta y salir a la calle, sin depender de nadie. Pero viene muy poco, rarísimas veces, y si me busca, no puedo negarme porque le debo mucho, es para ir a su casa, donde tiene piscina, y agua fría y caliente en el baño. Pero el tipo, como yo, tampoco la quería. Y en definitiva, no teníamos razones para matarla. Sin embargo, creo que voy a extrañarla. Sobre todo en estas primeras noches.

Toma de exteriores. Imagen de animador y Antolín Giménez en la pantalla. Animador: ¿Tiene usted alguna idea de quién podría haber tenido algún motivo para matarla?

Antolín Giménez: No, y cómo voy a tener yo idea de quién puede tener motivo para querer matarla. Si apenas la conocía. Y si lo hubiera sabido, ya lo habría dicho a la policía. Además ella era muy buena con todos y parecía que sus amigos también eran muy buenos con ella como un tipo no muy alto, medio rubio y de hombros anchos que solía venir a buscarla.

Plano del animador que pregunta con tono inquisidor. Animador: Es sobre esa chica que queremos que nos hable y nos cuente todo lo que sepa.

Plano de Antolín Giménez: Y bueno... y no sé qué les puedo contar.

  Plano de animador: Bueno, díganos por ejemplo si era bonita, si era joven y qué hacía.

Plano de Antolín Giménez: Ah... eso sí. Claro que puedo decirles que era muy linda. Bueno... y lo que hacía, hacía. Me parece que usted pregunta eso para hacerse el zonzo, nada más. Todo el mundo sabe lo que hacen las chicas que vienen a pararse en esta esquina.

Plano de animador: Perfectamente comprendido don Antolín. Ahora siga diciéndonos más, sobre todo si era atractiva.

Plano de Antolín Giménez: Y bueno... a mí me gustaba porque siempre estaba bien vestida y era muy linda o sea igual a todas sus amigas que venían siempre a pararse juntas en esta cuadra porque a lo mejor el gremio de ellas también les marca una zona o una calle, o un lugar donde deben estar trabajando y no sé si ellas habrán pedido también eso de la rotación que depende si hay partes donde se gana más o menos ya que hay zonas que son más concurridas que las otras porque hay que luchar más o menos, como aprendí en mi compañía de zapadores, cabo Giménez Antolín, a sus órdenes.

-¿Y si no crees en nada de esto ni te arrepientes, por qué has venido a confesarte?

-Porque tengo necesidad de contárselo a alguien. De desahogarme. Y no puedo.

-Prosigue.

El sacerdote, al levantar los ojos y mirar a través de las rejillas del confesionario ve que el sitio está vacío y la figura se recorta contra la luz mortecina que entra por la puerta hasta que desaparece como quemado por la claridad que entra desde la calle, que está llena de chicos que salen del colegio haciendo un ruido que me resulta ensordecedor e insoportable, hasta que me pierdo en mis pensamientos y me resultan incomprensiblemente lejanos. Prefiero alejarme, no sé adonde ir, adonde no tenga que estar entre la gente ni me recuerden las calles aquella en donde las encontramos porque estaban todas juntas hablando, como si nos hubieran esperado, aunque nosotros éramos más que ellas. A esa altura de la noche, sin embargo, no éramos en verdad muchos, pues salimos del colegio todos juntos y  al rato éramos considerablemente menos ya que nos fuimos separando en pequeños grupos que fueron los mismos grupos que tuvimos en el colegio a lo largo de los últimos años. Pero al parecer, la diferencia entre ellas y nosotros no era problema muy grande. Se les preguntó si tenían adónde ir y nos fuimos todos a la casa de ella diciendo que era la que más se prestaba.

-No creo -dice el hombre- que la casa de campo de tu abuela la herede tu sobrino, por más que así lo haya dispuesto la difunta en su testamento. Tal como está redactado no tiene ninguna validez legal y puede ser impugnado. Pienso, y te lo digo una vez más, que no me parece apropiado que un muchacho, como es tu sobrino, disponga de una casa en el campo a su libre antojo, porque está en una edad más que delicada. Y aunque no estés de acuerdo, no te olvides de lo que dijo hoy el cura en su sermón, pues habló en forma muy clara y directa como para que todos lo entendiéramos sin peligro a interpretaciones erróneas.

El cura habló de las mujeres que se venden por dinero. Pero a mí nunca me cobra nada ni jamás me pide nada ni quiere aceptar mi dinero a pesar que vive mal. Eso es en realidad vivir mal. Pero a pesar de todo no vas a convencerme a que acepte tu dinero. Ni ahora ni nunca. Porque alguna vez tengo que hacerlo gratis por el simple motivo de que me gusta. Entonces le traigo un regalo o bien cosas de comer y todo esto le gusta mucho como cuando salimos los sábados por la noche. Por eso pienso que la voy a extrañar aun cuando sería tonto pensar que la quise o que aún la quiero, sino que simplemente nos divertimos mucho cuando venimos a comer algo en el bar de la esquina, que no tiene nombre, frente al cine, donde hay música y ella se encuentra con gente conocida y la saluda y yo también saludo aunque no conozco a nadie hasta que termino creyendo que sí conozco a todos y tomamos cerveza para alegrarnos de modo que podemos volver a su casa cantando por las calles y aún hay tiempo como otras veces de quedarme un rato en tu casa para estar a tu lado y me tengas apretado entre tus brazos y entre tus piernas y sé que para vos soy muy joven, casi un chiquilín, pero es todo lo que en verdad puedo darte en este momento, mi sexo que es parte de mi cuerpo, que aún me queda tiempo para volver a casa y bañarme y vestirme bien de modo a aparecer limpio y sin   el menor vestigio de la noche anterior para ir con los viejos a misa y volver caminando siempre por estas mismas calles al mismo paso y en el mismo orden a contar desde la calle hacia el lado de adentro: yo, la vieja y el viejo, hablando en tono impersonal, ella tomada del brazo de él, yo con las manos cruzadas sobre las nalgas, no sé por qué dicen los escritores en las espaldas, si son las nalgas a la misma altura que se posaban sus manos cuando estábamos desnudos, abrazándonos debajo de la ducha sin pensar en nadie más que en nosotros dos, como si el mundo de ella no existiera, como si nunca tuviera yo que participar en este mi mundo lleno de ceremonias y de ritos, como este lento caminar mientras pienso en la noche del sábado que anoche no existió y hoy no tengo señales que ocultar, ni músculos que desentumecer, entumecidos después de la noche que hoy me parece que nunca ninguno de los dos vivió.

Pero volvamos a aquella noche. ¿Quién incitó al pecado a quién? Me lo preguntó el cura del confesionario a quien intenté convertir en mi anónimo confidente. ¿Qué diferencia puede haber entre la primera noche que hicimos el amor y todas las otras? Si hacer el amor es pecado, mucho más pecamos entonces en los meses que siguieron a ese encuentro, cuando lo hacíamos con un ardor delirante, con un enardecimiento próximo a la locura y nuestros orgasmos se producían en medio de un paroxismo imposible de medir. Aquella primera vez, hasta creo que lo hicimos tímidamente.

Hablamos luego de mucho de esa primera vez que hasta hoy forma parte de mis recuerdos confusos, porque fuimos a su casa y comenzamos una fiesta en la que todos estábamos muy contentos y nos desvestíamos de manera muy natural. No logro acordarme si formaba pareja contigo. Y sí, es seguro que estábamos juntos. No logro acordarme de tu cara en medio de todos. Y yo me fijé en vos desde el primer momento y tal vez me haya elegido sin que yo me diera cuenta. ¿Por qué tendrías que haberme elegido? ¿Qué fueron las cosas que le atrajeron? Y por más que lo hablamos y yo le preguntaba las mismas cosas, siempre respondía, no sé... no sé. Hay algo en vos que corresponde a algo que hay en mí. Quizá el trato. Qué sé yo, pero hubo algo que se produjo mientras la llevaba hacia su dormitorio donde las cosas aún se volvieron más confusas porque entraron todos y nos dijeron que debíamos hacer el amor en público,  delante de ellos, no podemos hacerlo. ¿Por qué no, tenés vergüenza? Y me sorprendo de la naturalidad de su pregunta, porque le resulta indiferente que así lo hagamos.

Me resisto porque no sé muy bien cómo es la cosa. No, no digo que ésta sea la primera vez que estoy con una mujer. Sólo que no sé muy bien cómo es la cosa. En el fondo tenía mucha vergüenza. Pero insistieron mucho. Me estaban obligando y yo me resistía aunque inútilmente porque ellos eran muchos más y las otras chicas estaban con ellos y pienso que todos estaban con ellos menos yo y otro más, Javier, mi compañero de estudios, al que le obligaron a callar y no me quedó otro camino que hacerlo.

¿Me podés creer que fue la primera vez que hice el amor? No... no en público, sino la primera vez en mi vida, nunca antes ni en público ni en privado. Pero lo hiciste muy bien porque todos aplaudieron y rieron hasta el final. Yo no me acuerdo de nada ni escuchaba los ruidos. Sin embargo, estaban allí a nuestro alrededor, yo tampoco los veía, sólo tu cabeza perdida sobre mi hombro y tus espaldas anchas como si fuera la línea de un horizonte más allá del cual estaba el cielo con sus manchas de humedad y la luz amarillenta colgando en el medio. Y sentía los latidos de tu corazón como si fuera a romper el pecho. En el orgasmo me abrazaste con una fuerza que no me imaginaba en tus brazos delgados y todo tu cuerpo tembló de tal manera que me es difícil olvidar porque pienso que nunca nadie se me entregó de manera tan completa. ¿Y por eso fue que nunca quisiste cobrarme nada? Ni en ese entonces ni nunca. Si querés podemos repetirlo, pero no me gusta hablar de dinero ni de pagos. Nada. Absolutamente nada. Nunca me cobró nada ni tampoco quiso hacerlo a pesar de que vivía mal. Eso es en realidad vivir mal.

-Tan mal no debe vivir con lo que se le paga -dice la mujer-. Pero si es necesario, pienso que deberíamos pagar un sacristán, mediante una colecta hecha entre todos los fieles de la parroquia, para que por lo menos le pase un plumero a los bancos de la iglesia. Hoy estaban llenos de polvo. Y abajo había tanta tierra que era poco menos que imposible arrodillarse.

Durante la semana, los diarios se ocuparon más bien de detallar la forma en que fue encontrado el cadáver, señalando que la policía realizó un encuentro macabro en una vivienda de los suburbios, cuando un coche patrullero fue alertado por el vecindario sobre el fétido olor que se desprendía de la vivienda en cuestión.

Según versiones recogidas en el lugar del hecho y que coinciden con los términos del parte policial entregado a cronistas de este diario, las autoridades policiales, después de llamar insistentemente a la puerta, y teniendo conocimiento que allí vivía una mujer de mala vida, decidieron derribar la puerta.

Fue cuando ante los ojos atónitos de los presentes apareció la macabra escena recogida tan acertadamente por nuestro reportero gráfico.

El cadáver había sido atrozmente desfigurado con un instrumento cortante, al punto que se hacía imposible reconocer a la mujer, hecho que se agravaba por el estado de descomposición del mismo, ya al tercer día de su deceso.

Las cosas estaban en su lugar, lo que indica que no hubo ningún tipo de lucha y se sospecha que la víctima pudo haber sido sorprendida por uno de sus clientes que tomó tal determinación de manera inexplicable. Si bien no se descarta la posibilidad que se trate de una venganza entre gente de los bajos fondos.

Dado que el hecho sucedió casi al cierre de nuestra edición, momento en el cual aún se carecía de mucha información, ofrecemos a nuestros lectores, en esta misma página, fotografías que describen fielmente algunos detalles del hecho.

La encontraron al amanecer, dicen las noticias. Aun antes de salir el sol y cuando el aire, ligeramente teñido de gris, está fresco y las calles casi desiertas. Es exactamente la misma hora en que yo salgo de tu casa medio dormido, medio despierto y alcanzo a tomar el primer tranvía, cuyo ruido es siempre demasiado estrepitoso y sus luces demasiado blancas, hasta que el cobrador las apaga y quedamos todos sumidos en esa tenue luz, adormilados en nuestros distantes asientos y espero llegar a casa antes de que se despierten los viejos para vestirnos y salir los tres juntos a misa, caminando siempre en el mismo orden y yo en el mismo silencio.

El cura con quien quise desahogarme sólo atinó a enfurecerse por mis pecados. Más de un año sin confesarme y viviendo en pecado mortal grave al tener relaciones ilícitas con esa mujer. Dímelo todo y arrepiéntete de tus pecados. No. Todo no, sino simplemente aquello que no me pertenece y puedo contarlo. No esa primera vez que me cuesta aún observar con cierta objetividad. Porque en verdad, al comienzo me cuesta un poco adaptarme a la situación. Me siento totalmente ofuscado. Pero después se me van borrando las imágenes y creo que hasta los pensamientos. A lo lejos escucho algunas voces que no logro entender sino simplemente voy tomando conocimiento y plena conciencia de cada trozo de mi cuerpo, como un volumen que se expande en el espacio para ocuparlo. Y tus manos eran algo que me daban esa sensación, como si me estuvieras modelando en el aire, limitándome en ese espacio, pero no en el sentido de constreñirme, sino diciéndome hasta dónde me podía desplegar. Por eso el espacio es ahora inmenso, ocupado nada más que por mí y por vos, en este ritmo nuevo, lento y desesperado, que no lo he conseguido nunca, ni siquiera cuando bailo. La luz se apaga cuando cierro los ojos y si los abro no quiero ver tanta claridad porque me lastima y mis pensamientos se distraen, por eso los cierro de nuevo y sigo como un loco.

-Muy bien pudo haber sido un loco -dice el hombre-, un maniático sexual de los que abundan por ahí.

-Me parece una pérdida de tiempo -dice la mujer- volver sobre un tema que no nos compete.

-Nos compete porque debemos procurar que se ponga freno a la manera desfachatada en que esas pobres infelices se muestran en todas partes.

Y al final me obligaron a mostrarme parado en la cama. Y no me quedó otro camino que reírme mucho con ellos y todos nos reímos un buen rato hasta que se fueron y nos quedamos solos.

Toma de exteriores. Imagen del animador: ¿Sabe usted cuántos amigos tenía? ¿Eran varios, uno solo, viejos, jóvenes? A ver, díganos cómo eran.

Imagen de Antolín Giménez: Silencio. Mira hacia el entrevistador, fuera del cuadro. Mira la cámara y se queda con los ojos clavados en ella.

Imagen del entrevistador. Silencio. Mira hacia Antolín Giménez fuera de cuadro. Mira hacia la cámara.

Imagen de Antolín Giménez. Silencio. Mira fijamente la cámara.

Imagen de ambos en cuadro. Animador: No piense tanto don Antolín y cuéntenos lo que más le haya impresionado.

Antolín Giménez (a medida que va hablando se va quedando solo y en primer plano): Bueno, la verdad es que yo no le podría dar muchos detalles porque a mi edad no se ve bien y además me cuesta un poco reconocer a las personas porque veo a mucha gente que viene por acá o que deja su coche y no puedo estar mirándoles a todos y no va a quedar bien que yo me meta con sus clientes porque ellas casi nunca se meten con mis clientes y así andamos sin molestarnos aunque me parece que ellas me quieren porque a veces me dan alguna propina cuando tuvieron suerte por la noche y me llaman abuelo no sé por qué pues a lo mejor tengo nietos porque me parece que una vez tuve un hijo durante la guerra cuando me dieron permiso después de abrir con mi regimiento más de cuarenta leguas de picada para el paso de la infantería y yo era del cuerpo de zapadores, cabo Giménez Antolín, presente.

Imagen del animador: ¿Pero nos podría decir, aunque sea aproximadamente, cómo era ella?

Imagen de Antolín Giménez: Ella era así como me dijo la policía esta mañana cuando me llevó para averiguaciones y me preguntaron con quién la había visto esa noche que dice que estuvo aquí por última vez hace ya varias noches. Y les dije que se fue con ese tipo medio alto, medio rubio, de hombros anchos, pues ahora los jóvenes son todos medio altos, medio rubios, porque no salen a trabajar al sol y no como nosotros que trabajábamos de sol a sol y también por la noche para abrir la picada en medio de la selva.

-Vivir en la soledad de aquella selva -dice la mujer- no creo que sea muy estimulante. Además, un hombre como él, aún joven, con esposa y tantos hijos, no debería ausentarse tanto tiempo. Por más que deba cuidar de sus animales y sus intereses, sus hijos están en la edad que necesitan de la presencia del padre.

-Pero no siempre -dice el hombre- uno puede hacer lo que debe y procurar ayudar a su familia en todo lo que pueda. Pienso que en todo caso la mujer tendría que acompañarle porque un hombre siempre necesita de alguien que cuide de sus cosas, de su ropa, de sus comidas y aun de su persona.

Siempre es así hablando de los mismos temas, haciendo consideraciones sobre los aspectos más íntimos de los seres más alejados, sin tener el más mínimo pudor al intervenir así en vidas que no nos pertenecen. El único cuidado que me interesa es el tuyo, el que ponés en mí, el que ponés en vos, en tu manera de vestir, en esta preocupación de aparecer siempre diferente y limpia, como si te acabaras de bañar en cada momento porque esto te da una sensación de frescura que me traspasás también a mí y a toda tu casa, una casa de dos habitaciones más bien pequeñas, una era el dormitorio que lo consideraba como parte importante del oficio y la otra habitación la dedicaba a todos los otros menesteres, sin contar el baño y la cocina de la casa que la mantenía como podía porque en ciertas épocas del año traía a su hijita que estaba no sé adónde.

Dejame a mí, no te levantes, me voy hasta la cuna y la hamaco un poquito hasta que se duerma si total no llora mucho y a lo mejor ni siquiera está del todo despierta. Pero ella me detuvo en mi gesto de levantarme. Tapate, tapate todo, que no te vea y quedate callado hasta que yo vuelva y se fue a hamacarla en persona porque nunca dejó a nadie que se acerque a la cuna.

Cuando vino un rato después, se acostó y se acurrucó a mi lado como si tuviera frío, aunque en realidad el aire estaba ligeramente fresco. Ahora podés salir y yo salgo de la casa vieja, llena de rendijas, por donde se filtra el viento en invierno cerca de la cervecería donde vivió hasta que la encontraron deshecha después de romper la puerta y no sé quién pudo haber tenido interés en matarla. Alguien que no la quiere. Aunque yo tampoco la quiero, o por lo menos no la quise, pero no para matarla.

-Le obligó a decirle -dice el hombre- que ya no necesitaban de sus servicios. Es decir, le obligó a despedirla, pero vaya uno a saber en qué términos. Según cuentan ellos, fue de una manera muy cortés y educada. Pero por otro lado me dijeron que fue un griterío infernal.

-Yo creo que habrá sido así -dice la mujer- porque los conozco muy bien desde hace mucho tiempo. Siempre fueron famosos por las escenas de celos que se hacían mutuamente y el dramatismo con que lo enfocan todo. En ningún momento se me ocurrió pensar desde un mismo comienzo, que la hayan despedido en forma correcta. La habrán echado y de la peor forma.

Ahora no, tenés que irte, me dice por una rendija entreabierta en la puerta, porque tengo un cliente y no quiere que se le moleste y antes de irme le pido que no se duerma temprano que doy una vuelta y vuelvo sólo un momento, no me digas que vas a estar cansada. Porque me da rabia cada vez que ella está con otros. No sé con quién ahora, si con aquel hombre que la mantuvo al comienzo, un tipo no muy alto, medio rubio o con cualquier otro, que al fin y al cabo tiene que vivir de algo ya que no le doy nada porque no me acepta. A lo mejor así tienen que ser las cosas, aunque me produce una sensación de desasosiego pues quiero saber si se porta con los demás como lo hace conmigo en la cama, aunque conmigo es diferente y es una lástima que su ventana tenga todas las rendijas tapadas que o si no me quedaba a espiarlos.

-Tendríamos que llevar un carpintero -dice el hombre- para que revise todas las puertas y ventanas y al mismo tiempo aprovechamos para ventilar la casa pues dos veranos que está cerrada, sin que nadie la use.

-Debemos hacerlo ya -dice la mujer- si queremos pasar allí el verano porque las vacaciones se aproximan y no me gusta hacer las cosas a última hora. Prefiero prepararlo todo con tiempo. Hasta sería bueno que lo lleváramos a Javier con nosotros, pues lo encuentro últimamente que tiene de continuo una expresión de tristeza. Y no hay nada mejor que el campo para que los jóvenes recuperen en pocos días su aspecto saludable.

Javier era el único que estaba a mi lado aquella noche. Pero con su aspecto delgado y pálido, dudaba que pudiese resultarme de mucha ayuda frente a todo el resto del grupo que no hacía otra cosa que insistir en que la cosa fuera en público y con la luz encendida. No sabía cómo hacerlo ni sabía si me iba a resultar posible hacerlo con todos ellos mirándome, aun cuando en el colegio había escuchado varias  veces comentarios de cosas parecidas, pero aun así, no me animaba. Por eso resistí todo lo que pude hasta que le hicieron callar a Javier y tuve que hacerlo en público.

Pienso con mucha frecuencia en todo ello y me acuerdo de cada uno de los detalles porque me resulta divertido. Al pararme desnudo en la cama, casi si subiera desnudo a un escenario, siento que mi vergüenza y mis inhibiciones me comienzan a abandonar hasta sentirme enormemente limpio y con una gran tranquilidad, tan grande, que en este momento les quiero a todos, incluso a ellos a pesar de las cosas que acaban de suceder pues me resulta increíble la forma en que disponen de sus actos, la facilidad con que se entusiasman y la rapidez con que los olvidan o la serenidad con que encaran las cosas pues ya se han olvidado de todo lo que acaba de suceder y se van y nos dejan a los dos solos, más solos que antes, como respetándonos y hasta se ofrecen a cerrar la puerta y apagarnos la luz.

Javier está dolorido por la forma en que le hicieron callar y es nada más que la forma violenta en que suelen comportarse los compañeros. Es humillante la situación que se acaba de dar porque no nos respetan, porque no respetan a nadie y nos juzgan de manera despreciativa a todos los demás. Por eso te obligaron a mostrarte de tal manera. Y yo pienso que no es así, por lo menos esto es lo que creo y hay que ver los hechos desde otro punto de vista. Pero es difícil hacerle entrar en razón. Le conozco suficientemente bien, aun en sus contradicciones, después de haber sido amigos y compañeros de estudio durante muchos años y es ahora casi como mi hermano y en casa los viejos le quieren como si fuera de la familia.

Si esto te tranquiliza podés quedarte en la habitación y no volver con el resto del grupo porque a nosotros no nos molestás. Aunque no molestase, no haría otra cosa que repetir el mismo gesto de los demás, minutos atrás, el mismo que no comparto y me desagrada. No. Mejor me voy. Quedate con nosotros si tu amigo te lo pide, no vamos a molestarte. No. No me quiero ir, es cierto, pero es mejor que me vaya. Mañana me voy a comer a tu casa. Pero no me despiertes temprano que hoy ya tengo sueño. Y antes de apagar la luz veo que tiene las mejillas llenas de lágrimas y está llorando en silencio. Quiero hacer algo por él, porque en realidad le  quiero, y le insisto que se quede en la habitación, pero dice que es muy tarde, mejor me voy, si total no tiene importancia ni es necesario que esté aquí y se manda mudar sin que nadie se dé cuenta.

Toma de exteriores. Imagen del animador: ¿Pero qué es la cosa que más le impresionaba de ella?

Imagen de Antolín Giménez: La verdad es que me gustaría ver una fotografía de la difunta para acordarme bien cómo era porque como son varias las que vienen a esta esquina no me acuerdo muy bien cuál es la que falta porque se me mezclan todas y sólo cuando las veo a todas juntas me acuerdo de cómo son y a quién se parecen.

Imagen del animador: Díganos, don Antolín, ¿usted sabe que en este momento miles y miles de personas le están viendo desde sus casas a través de la televisión?

Imagen de Antolín Giménez en primer plano: Silencio. Mira fijamente hacia la cámara.

Imagen del animador: Silencio. Mirando hacia el sitio donde se encuentra Antolín Giménez.

Imagen de Antolín Giménez: Silencio. Sigue mirando fijamente la cámara.

Animador (voz en off): Bueno don Antolín, me imagino que tendrá algo que decir a esa gente que le está viendo gracias a la televisión. Por lo menos un saludo.

Antolín Giménez (reaccionando): Y por qué no iba a saber que me están viendo tantas personas. ¿O acaso cree que yo no sé lo que es la televisión? Mucho antes que hubiera televisión en el país yo ya había visto cómo era la televisión en otros países cuando me... cuando tuve... cuando salí a viajar. Y por eso mismo es que quiero aprovechar esta oportunidad que me brinda la televisión de mi país donde puedo vivir desde hace tantos años, para agradecer a las autoridades que nos dejan trabajar en este sitio y en esta profesión de una manera tan tranquila y no nos molestan nunca, al menos a mí, a no ser en casos como estos que suelen suceder en cualquier parte del mundo y me llamaron para preguntarme sobre esta chica y quiero decirles por eso que estamos dispuestos a colaborar a mantener el orden y también pedirle a la gente que colabore con nosotros  para darnos una propina cuando cuidamos su coche ya que somos sus humildes servidores y evitamos que muchas veces a sus automóviles les falten algunas cosas de modo que puedan encontrarlos enteros cuando salen de sus trabajos o vienen al cine.

-Esta mañana -dice la mujer- deberíamos visitar a tu hermano porque los mellizos harán la primera comunión el próximo domingo y nos tendríamos que ofrecer para ayudarles en algo pues de seguro harán fiesta. Y yo estoy de acuerdo porque es una fecha inolvidable para los niños que se sienten muy felices.

Y ahora de seguro van a pedirme que les acompañe a hacer las obligatorias visitas familiares. Pero no, no puedo ir. Javier dijo que vendría a comer a casa y voy a esperarle. Ya sé que aún es muy temprano. Pero él es tan imprevisible que nunca se sabe cuándo va a llegar. Ojalá que venga temprano, tengo ganas de verle y hablar. No, no puedo decirle absolutamente una sola palabra de todo esto, a pesar de que es el único que ha tenido algo que ver, la conocía, nos vio aquella primera noche.

-¿Vendrás con nosotros a visitar a tus tíos?

-No, no puedo. Javier dijo que vendría a almorzar y voy a esperarle en casa.

Estando él cerca, será como compartir todavía un momento más de aquellos. Aunque no diga ninguna palabra. Porque no sé cómo tengo que reaccionar ante los recuerdos ni cómo puedo detenerlos para impedir que me invadan todas estas sensaciones. Después de todo no fue más que una aventura, que terminó mal para ella, y yo no tengo ninguna culpa. Por lo menos, si la tuviera, podría haberme refugiado en ella.

-Pienso -dice la mujer- que tendrías que ser más afectuoso con tus tíos y tus primos.

-No voy porque no los quiera. Sino pienso que debo hacerle compañía a Javier. En las últimas semanas me parece que estuvo muy deprimido.

No sé si necesitará mi compañía ahora, tanto como yo deseo la suya. Tal vez haya sido este mismo sentimiento el que la empujaba a ella a buscarme muchas veces y hablaba  de sus cosas como si no existiera ninguna valla entre sus pensamientos y sus palabras. Como el día que hablamos tanto sobre su embarazo. Le dije que no conocía muchas técnicas, pero hubiera interrumpido el embarazo. Sin embargo, ella no lo quiso, porque Dios castiga a quienes evitan el embarazo y yo soy muy católica y creo en Dios. Tengo miedo del castigo, porque si me quedé así, fue porque Dios quiso que me quedara embarazada y tuve mi hija. Claro que parece que no estaba muy de acuerdo con los deseos de Dios la señora, dueña de casa, donde estaba trabajando de mucama. No quería ni escuchar hablar que el hijo que iba a tener era de su hijo, que tenía apenas diecisiete años. Menos mal que fue nena y no varón, porque la señora decía que se iba a morir si llegaba a tener un varón y se le parecía a su hijo. Una lástima, porque era tan lindo. Me despidieron apenas se me comenzó a notar la barriga y ya no se pudo ocultar la cosa y se enteraron de todo.

Me callo y no quiero juzgar lo que ha sucedido, porque estoy seguro que en casa pasaría lo mismo. Incluso me echarían también a mí, que no podría dormir tranquilo si sé que hay una mujer que está embarazada y va a tener un hijo mío. Y, sin embargo, tuvo que haber pasado momentos muy difíciles aunque se ría al contarme todas estas cosas cuando yo me quedo quieto a su lado, tan quieto que ella pone su mano sobre mi vientre y se fija si estoy respirando o me quedé dormido.

Y qué importa. Claro que fueron momentos difíciles porque no había trabajo. O por lo menos ninguno me duraba mucho tiempo hasta que apareció él, un tipo que siempre me resultó raro, no muy alto y medio rubio de hombros anchos que me llevó a vivir a su casa durante casi tres años. Y con él aprendí muchas cosas y sobre todo conseguí que mi hija no terminara en el asilo o la adopte una familia desconocida. Mientras que ahora estoy esperando que cumpla diez o doce años para ponerla de niñera en la casa de alguna familia buena que la mande a la escuela. O por lo menos lo esperaba, porque ésos eran sus planes y no sé quién va a terminar de cumplirlos ahora.

A las nueve y treinta y cinco de la mañana no hay casi nadie en la calle, como todos los domingos. A esta hora, con toda puntualidad, al igual que todos los otros domingos, a la salida de misa de ocho y treinta, los tres, padre, madre e hijo, llegan a una avenida. Miran a izquierda y derecha y como hay muy pocos vehículos, la cruzan manteniendo el mismo ritmo de paso.

Siguen caminando por las calles que van atrás de la iglesia, por el lado soleado, de regreso a la casa, hablando de los primeros problemas que el día les ha planteado.

Asunción, agosto, 1980

 
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