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HISTORIOGRAFÍA - CRÓNICAS DE AUTORES PARAGUAYOS

  HISTORIA DE LOS ABIPONES - VOLUMEN II (Padre MARTÍN DOBRIZHOFFER)

HISTORIA DE LOS ABIPONES - VOLUMEN II (Padre MARTÍN DOBRIZHOFFER)

HISTORIA DE LOS ABIPONES - VOLUMEN II

Padre MARTÍN DOBRIZHOFFER,

 Traducción de la Profesora CLARA VEDOYA DE GUILLÉN

UNIVERSIDAD NACIONAL DEL NORDESTE

FACULTAD DE HUMANIDADES

DEPARTAMENTO DE HISTORIA

RESISTENCIA (CHACO) – 1968.

 

 

La publicación de la traducción castellana de estos relevantes tres tomos, que recoge un tesoro de información sobre la vida, la lengua y la historia de los abipones, se debe al esfuerzo de la Universidad del Nordeste - Resistencia, y complementa otros títulos sobre la historia del Gran Chaco. Las crónicas de Dobrizhoffer han inspirado a Robert Southey a escribir el poema “A Tale of Paraguay”, publicado en Londres en 1826. El poema consta de cuatro cantos, con un total de 224 estrofas de nueve versos. Anota Efraím Cardozo: "comprende todas las facetas del complejo cultural abipón; se adentra en su psicología, escarba sus orígenes étnicos, analiza su organización familiar, sus juegos, vestimenta, bebidas, higiene, y se asoma al mundo de las hechicerías y supersticiones". Lafone Quevedo escribió a su vez: "Confieso que Dobrizhoffer me ha dejado enamorado de los abipones, ni quiero preguntar si es cierto todo lo que dice, y como los abipones son los primeros indios que van desapareciendo, prefiero suponer que por mejores les sucederá así". Sin ser una novela, ni mucho menos, tiene todo el atractivo de la novela: y a pesar de estar escrito en un latín rústico y de sacristía, lleno de cláusulas pedregosas y de párrafos expresados a la alemana, subyuga al lector y no le deja abandonar la lectura, una vez comenzada. Martín Dobrizhoffer nació en Friedberg, Alemania Occidental en 1718. Había terminado los estudios humanísticos a los 18 años cuando ingresó en la Compañía de Jesús, en octubre de 1736. En Viena estudió lógica o primer año de filosofía, y acabado el trienio en este estudio, fue destinado al Colegio de Linz, donde enseñó latín y griego, en los cursos inferiores. Al año, fue destinado al Colegio de Steyer, y, durante medio año, fue profesor de sintaxis latina, y durante la otra mitad del curso, enseñó también retórica. En 1747 y 1748 le hallamos en Gratz, cursando teología, y como ayudante del director de la Congregación Mariana de los estudiantes mayores, cuando, a su pedido y en vísperas de su ordenación, fue destinado al Río de la Plata. Hombre de buenas fuerzas físicas, reservado, de buen criterio y espíritu, nos dicen que era apto para enseñar y para gobernar. Esas dotes lo hicieron elegible para misionero entre infieles. No llegó a ser lo que él había deseado y lo que de él esperaban sus superiores, aunque haya sido un hombre heroico, un varón santo y un gran historiador, etnógrafo y filólogo. Durante dos años estuvo con Brigniel en el pueblo de San Jerónimo, y allí aprendió el abipón y el medio de doblegar a los belicosos indios abipones. Destinado a la reducción de San Fernando, ubicada donde en la actualidad se halla la ciudad de Resistencia, capital de la provincia del Chaco, subió Dobrizhoffer desde lo que es ahora Reconquista, por río a su nuevo destino. También se encontró allí con otro alemán de la pasta de Brigniel, el P. José Klein. "Lo que trabajó y sufrió durante unos veinte años, asevera Dobrizhoffer acerca de Klein, es cosa más fácil de ser imaginada que de ser escrita. Pudo vencer todos los peligros y miserias, despreciando los primeros con gran valentía y sufriendo las postreras con indecible paciencia. Gracias a los subsidios, que anualmente recibía de los indios de las Reducciones Guaraniticas, pudo establecer una magnífica estancia sobre la costa opuesta del Paraná. Con los productos de la misma se alimentaba y vestía toda la población" "El pueblo estaba rodeado de esteros, lagunas y bosques demasiados cercanos; el aire era ardiente de día, y de noche; la casa del misionero era tal que no tenía ventana alguna, aunque sí dos puertas y con un techo de palmas, tan mal hecho, que llovía adentro igualmente que afuera. El agua potable se sacaba de una zanja vecina donde todos los animales bebían y a donde iban a parar no pocas basuras del pueblo." "Mi mal comenzó por no poder dormir, a causa de los mosquitos. Me levantaba de noche, me ponía a caminar de un extremo a otro del patio. Así no dormía, y tampoco podía comer. Me puse tan delgado y pálido que parecía un esqueleto, revestido de piel. Se opinaba que no viviría yo sino dos o tres meses más, pero el Provincial me salvó la vida, enviándome a las tranquilas y encantadoras Reducciones Guaraníticas". Una vez restablecido, se le destinó a la nueva reducción de indios Itatines y Tobas, llamada San Joaquín de Tarumá (entre los ríos Monday y Acaray), al este de la Asunción, donde actuó durante seis años. La reducción, aunque distante como cuarenta leguas al norte de los pueblos de Guaraníes, era un oasis, en comparación con los turbulentos pueblos de Abipones. En 1763, cuando ya existían las reducciones abiponas de Concepción, San Jerónimo y San Fernando, se fundó una cuarta mucho más al norte, sobre el río Paraguay y en lo que es ahora la Provincia de Formosa. Una parcialidad de Abipones, cansados de sus guerras contra los españoles, y contra los guaraníes de las Reducciones, enviaron a tres delegados para pedir al Gobernador de la Asunción que les formara pueblo y diera misioneros. José Martínez Fontes, que era Gobernador a la sazón, acogió el plan con entusiasmo y sobre todo el comandante Fulgencio Yegros aplaudió y apoyó la idea. Esta reducción se llamó de San Carlos, o del Timbó, o del Rosario, que con los tres apelativos fue conocida. Allí se asentó Dobrizhoffer, en aquella soledad, rodeado de salvajes y de fieras, "confiando tan solo en la protección de Dios", y con algunos presos paraguayos que le habían acompañado desde la Asunción, obligados a trabajar en la construcción de la iglesia y casas. A fines del año 1765, como queda dicho, o a principios del siguiente, volvió Dobrizhoffer a la reducción de indios Itatines, denominada de San Joaquín, donde había estado años antes y asumió el gobierno de la misma "Entre éstos neófitos Itatinguas del pueblo de San Joaquín pasé primero seis años y después otros dos (1765-1767) no sin placer y contentamiento de mi parte". Las tribulaciones sufridas en el Timbó, y los sucesos adversos de 1767-1768 (expulsión de la Compañía), le postraron en el lecho, e impidieron embarcarse con los otros 150 jesuitas. A fines de marzo del año 1768 pudo Dobrizhoffer unirse, a bordo de la fragata La Esmeralda, con sus hermanos de religión. Dobrizhoffer y los demás jesuitas alemanes fueron recluidos en el convento de los Padres Franciscanos en Cádiz, y de ahí partieron, unos con rumbo a Holanda, y otros en dirección a Italia. En agosto de aquel mismo año de 1769, llegó Dobrizhoffer a su querida ciudad de Viena. Desde el primer momento, se alojó en la Casa profesa que, en esa ciudad, tenía la Compañía de Jesús, y comenzó a trabajar con ardor y asiduidad en todos los ministerios espirituales, pero muy particularmente en la predicación. La reina María Teresa, que conoció y trató a nuestro ex - misionero, gustaba grandemente de su conversación, y de oírle contar sus peripecias y aventuras en tierras americanas. Fue ella quien indujo a Dobrizhoffer a poner por escrito sus recuerdos y dar al público las valiosas noticias etnográficas e históricas que tenía atesoradas en su privilegiada memoria. Felizmente cumplió Dobrizhoffer los deseos de la cultísima reina y, entre 1777-1782, escribió su “Historia de Abiponibus” en tres nutridos volúmenes, aunque no llegó a publicarla hasta el año 1784. (extractos de la advertencia editorial del Prof. Ernesto J. A. Maeder y de la noticia biográfica del Académico R. P. Guillermo Furlong S. J.)

 

 

EDICIÓN DIGITAL: BIBLIOTECA VIRTUAL DEL PARAGUAY ( www.bvp.org.py)

 

HIPERVINCULOS 

 

Capítulos del I al XIII- (268 kb.)

Capítulos del XIV al XXV- (294 kb.)

Capítulos del XXVI al XXXIV- (268 kb.)

Capítulos del XXXV al XLV- (233 kb.)

Índices Onomástico, Toponímico y De voces indígenas.- (124 kb.)

 

VOLUMEN II

 

Advertenciade la Edición Digital sobre la grafía.

Capítulo I - El territorio de los abipones, su origen y sus diversos nombres.

Capítulo II - Sobre el color nativo de los americanos.

Capítulo III - Sobre la forma de los abipones y la conformación de su cuerpo.

Capítulo IV - De las deformaciones hereditarias y comunes.

Capítulo V - De los labios y las orejas perforadas de los bárbaros.

Capítulo VI - Sobre la firmeza y vivacidad de los abipones.

Capítulo VII - ¿Por qué los abipones son tan sanos y vivaces?

Capítulo VIII - Sobre la religión de los abipones.

Capítulo IX - Sobre los magos de los abipones, los hechiceros y los ancianos.

Capítulo X - Conjeturas sobre por qué los abipones tienen al mal espíritu por abuelo suyo y a las Pléyades por su imagen.

Capítulo XI - Sobre la división del pueblo abipón, su escasez y la principal causa de ello.

Capítulo XII - Sobre los magistrados de los abipones, capitanes, caciques y régimen de gobierno.

Capítulo XIII - Sobre el modo de vida de los abipones y otros asuntos económicos.

Capítulo XIV - Sobre la forma y material de los vestidos, y la fabricación de los demás utensilios.

Capítulo XV - Sobre los usos y costumbres de los abipones.

Capítulo XVI - Sobre la lengua de los abipones.

Capítulo XVII - Sobre otras propiedades de la lengua abipona.

Capítulo XVIII - Distintos tipos de lenguas americanas.

Capítulo XIX - Sobre las nupcias de los abipones.

Capítulo XX - Sobre el matrimonio de los abipones.

Capítulo XXI - Las cosas más notables del parto de las mujeres abiponas.

Capítulo XXII - Juegos genetlíacos por el nacimiento de un hijo varón del cacique.

Capítulo XXIII - Sobre las enfermedades, los médicos y las medicinas de los abipones.

Capítulo XXIV - Sobre cierta enfermedad peculiar a los abipones.

Capítulo XXV - Sobre las viruelas, el sarampión y la peste de los ganados.

Capítulo XXVI - Sobre los médicos y los medicamentos de los abipones.

Capítulo XXVII - Sobre los ritos que acompañan y siguen a la muerte de los abipones.

Capítulo XXVIII - Sobre el luto, las exequias y las ceremonias fúnebres de los abipones

Capítulo XXIX - Sobre solemne traslado de los huesos.

Capítulo XXX - Sobre las serpientes más conocidas.

Capítulo XXXI - Más cosas sobre el mismo tema y acerca de otros insectos.

Capítulo XXXII - Sobre los remedios contra las picaduras venenosas de los insectos.

Capítulo XXXIII - Sobre otros insectos dañinos y sus remedios.

Capítulo XXXIV - Continuación del mismo tema sobre los insectos

Capítulo XXXV - Sobre el ingenio militar de los abipones

Capítulo XXXVI - Sobre las armas de los abipones.

Capítulo XXXVII - Sobre los espías y consejos bélicos de los abipones.

Capítulo XXXVIII - Sobre la partida y travesía hasta el enemigo y sobre los campamentos de los abipones

Capítulo XXXIX - Sobre el ataque y las actividades que lo preceden.

Capítulo XL - De qué modo los abipones se hacen temibles, y cuando en verdad habría que temerlos.

Capítulo XLI - Algunos soldados españoles vendrían de nombre a Paracuaria.

Capítulo XLII - Alguna suerte de sacrificios entre los abipones vencedores.

Capítulo XLIII - Sobre las armas de los abipones y la manera de atacar cuando luchan con otros bárbaros.

Capítulo XLIV - Sobre los aniversarios de las victorias y los ritos de los brindis públicos.

Capítulo XLV - Sobre los ritos de los abipones cuando se consagran a alguien merecedor de honra militar o se proclama a un cacique.

 

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CAPÍTULO XXXV

SOBRE EL INGENIO MILITAR DE LOS ABIPONES

 

Pintaré rápidamente el ingenio militar de los abipones. No posee el latín ninguna voz que responda a la imagen que me he formado de estos bárbaros por la diaria experiencia. Los abipones son belicosos, diligentes, prontos a realizar sus hazañas; esto no lo negará ningún español. Pero apenas me atrevo a decir que son magnánimos e intrépidos. Pues el mismo Cicerón en las Filípicas, 2, distingue los diligentes de los valientes: ut cognosceret te, dice,si minus portem attamen strenuum (114). Mi intención es escribir una historia de los abipones, no su panegírico. Es propio del historiador exponer los hechos desnudos sin jugo; al orador le es permitido silenciar las cosas que no sean dignas de encomendar, y cubrir los hechos que podrían obstaculizar las alabanzas. Yo soy simple, y diré a mi modo lo que siento. No quisiera en absoluto mover a indignación o a risa a la Verdad divina a la que he consagrado mi opúsculo.

Los abipones están aureolados por todas partes por la fama de su virtud bélica. Desean con todas sus fuerzas las armas. Manejan con destreza el arco, la lanza y todo tipo de flechas. Supieron correr con sus caballos como si tuvieran alas. No hay quien soporte con mayor resistencia las asperezas de la guerra, las inclemencias del tiempo o la privación de alimentos./392

Atraviesan a nado con gran destreza los ríos que son temidos por intrépidos navegantes. Miran complacidos sus heridas, sin quejarse, como si fueran de otro. Conocieron todas las cosas que los europeos admiran, pero muy pocos las imitaron. Una sola cosa ignoran los abipones: despreciar la muerte, buscar para sí la gloria por los peligros. Se jactan de su espíritu bélico, pero temen demostrar sus bondades. Son intrépidos, pero de ningún modo pueden llamarse valientes. Pues es propio de éstos, pese a caer abatidos, no temer nada en el mundo y querer vencer o morir. Los abipones buscan la gloria, pero nunca la muerte. Consagrarán a los fuertes la victoria, comprada con la muerte de uno solo de los suyos. No tributan cantos de victoria si deben unir a ellos lamentos fúnebres. No otorgan el triunfo a quien acompañe los suspiros del luto de una vida o de un huérfano.Pro patria sit dulce mori licet, atque decorum; vivere pro patria dulcius esse putant (115), con el poeta Oveno. Estos guerreros americanos se jactan falsamente de ser la progenie de Marte, aunque les resulta inaguantable el temor a la muerte. ¡Oh sí! Yo nunca incluiría en un registro la nómina de sus héroes.

Plutarco en la vida de Perseo, rey de Macedonia, reprende ásperamente su ΦιλοΨνΧία, su excesivo amor a la vida, y la llama enfermedad de los reyes. Pues los grandes varones desprecian la muerte con grandeza de espíritu. Sin embargo nuestro firme deseo de conservar la vida no fue condenada por los sabios, con tal que no hagamos o permitamos torpemente la realización de hechos enceguecidos por ese amor. Desprecia la vida quien desconoce su verdadero valor o quien no sabe vivirla. La vida es tan importante que Tulio Cicerón sostenía que debía preferirse una hormiga a la más hermosa ciudad, porque en la ciudad no hay sentidos, mientras que en la hormiga no sólo hay sentidos, sino mente, razón y memoria. Por esto mismo San Agustín en el libro 2 sobre el Alma, afirmó a los maniqueos que una mosca es más excelente que el mismo sol. Y Salomón, en el Eclesiastés, IX,4, enseña:Melior/393 es canis vivus Leone mortuo (116). Por esto conviene a los mejores cuidar su propia vida, de ahí que los historiadores excusen a Feres que había desdeñado morir por su hijo Admejo, rey de Tesalia, lo que acaso considere Eurípides en su espíritu:Longum apud inferos tempus est Haec autem vita brevis est quidem, sed dulcis. Neque duabus animabus, sed una vivimus. Chara lux haec, Dei, Chara! (117).

Nadie hubiera dicho en verdad que los abipones son los primeros en disipar su vida. Antes que a ninguna otra divinidad, adoran a la diosa seguridad, árbitro de las guerras, y si no están seguros de que ésta los protegerá, nunca se presentan al combate.

Siempre amenazan a otros, siempre los temen. Nada atribuyen a la fortuna. Por eso antes de pensar en la empresa guerrera, estudian una y otra vez la naturaleza del lugar y el número de los enemigos, inquietos por su vida e incolumidad. Cualquier peligro, y aun sospecha de peligro, hace caer la lanza de sus manos y refrena rápidamente su enojo. Plutarco en sus sentencias lacónicas recuerda que Agis, rey de Esparta, se jactaba de que sus soldados una vez que estallaba la guerra no preguntaban cuántos eran los enemigos o qué fuerzas tenían, sino que donde estuvieran salían dispuestos a atacarlos de cerca y vencerlos. Nunca los abipones usaron en sus combates tan ciego ímpetu. No se apresuraban, porque recelaban de todo. Y no tocaban trompeta de guerra si no habían explorado diligentemente todas las cosas. Convencidos de su seguridad, irrumpían como un río. Imitaban tanto al arrebatado Aníbal como al prudente Fabio. Supieron ser audaces si eran ayudados por la fortuna, pero abandonaban la lucha/394 si les faltaba sagacidad para prever los peligros. Por esto, así como nosotros no intentamos atravesar a caballo un río torrentoso para no ser arrastrados por sus aguas, así ellos no se acercaban a sus enemigos sino después de largas cavilaciones para conquistar impunemente la victoria.

La innata cobardía de todos los americanos nos hace apreciar la temeridad de los europeosy su magnanimidad. A menudo piensan que algo debe hacerse enseguida; pero no dan el golpe sino después de meditarlo. Raramente invaden con la frente abierta a las asechanzas. Se atreven parcamente contra los audaces que ofrecen la frente a quienes los atacan, montando guardia. Nunca tiene menos temor que cuando notan que son temidos. Con sus asedios y la velocidad de sus caballos hacen estragos más funestos que los antiguos hunos a los que se asemejan enormemente. Es oportuno aquí compendiar lo que San Jerónimo, en su epístola treinta había escrito en otro tiempo sobre aquellos pueblos que vivían hacia el Océano, y que se inscribió como epitafio de Fabiola: Ecce subito, ait, discurrentibus nunciis oriens totus intremuit, ab ultima Maeotide inter Glacialem Tanaim, et Massagetarum immanes populos, ubi Caucasi rupibus feras gentes Elexandri claustra cohibent, erupisse Hunnorum examina, quae Pernicibus equis, huc, illucque volitantia Caedis pariter, ac terroris cuncta complerent. Insperati ubique aderant; Et famam celeritate vincentes non religioni, non dignitatibus, non aetati parcebant, non vagientis miserebantur infantiae, etc. (118).

Lo mismo hubo de lamentar de los abipones de Paracuaria, ya que lo redujeron en su mayor parte a la desesperación e inquietud en años anteriores, antes de que, reunidos en nuestras colonias, nos tuvieran como maestros de la religión y de las buenas costumbres cuando menos eran temidos, ocasionaron a los españoles cruentísimos estragos de los que hablaré en otro lugar: lo que deben a sus caballos y a sus artes, que ya se expondrá en detalle oportunamente. Debe recelarse de culpar/395 tanto a su timidez, ya que su manera de combatir está de acuerdo con las leyes militares y así han conseguido volver a su patria victoriosos, con ninguna o muy poca baja de sus compañeros de armas y mostrar como trofeo, según el rito de los triunfadores, gran número de cautivos, ganados robados y riquezas capturadas al enemigo. Flavio Vegetio en el Libro 3, capítulo 10, dice:Dimicaturis est necesaria, per quam vitam retineant, et victoriam consequantur (119). Para esto los mismos héroes usaban escudo y espada: con esta atacaban al enemigo, con aquella se defendían. La astucia, la agilidad y la rapidez de sus caballos era para los abipones mejor que un escudo. Si veían caer en el combate a uno de sus compañeros, rápidamente se daban a la fuga. Si estaban en dificultades y sin ninguna posibilidad de huir, combatían con gran obstinación, convirtiendo en furia su temor. El poeta Marcial compara al soldado con el perro, y llama bueno lo que es malo.In cane, dice Séneca,sagacitas prima est, si investigare debet feras; cursus, si consequi; audacia, si mordere, et invadere, (120). De lo dicho deduzca el lector si con estas cualidades del buen perro que se aplican al buen soldado, los abipones son eficaces. Me referiré ahora a sus armas, expediciones, consejos guerreros, séquito militar, ataques a los enemigos, distintos modos de luchar, a los resultados de sus victorias y en fin a los desastres ocasionados a nuestra provincia./396

 

CAPÍTULO XXXVI

SOBRE LAS ARMAS DE LOS ABIPONES

 

Entre las armas utilizadas por los abipones no existe ninguna que sobresalga por su nombre o por su utilidad en la guerra. De ahí que cada uno se preocupe porque éstas sean aptas, útiles y en lo posible seguras. Para defendersey para atacar a los enemigos, usan entre las primeras el arco y la lanza. Los hacen de una madera de su suelo patrio poco conocida en Paracuaria, de color rojizo cuando está recién cortada. Se llamaNeterge y es tan dura como el acero. Una vez que cortan el árbol separan un trozo oblongo que luego pulen utilizando un cuchillo, o una piedra aguda. Se creería que ha sido hecho con un torno. Para poder arrojarlo en línea bien recta, lo hacen dar vueltas de un lado y de otro entre dos estacas calentándolo al fuego. De este modo se hacen las lanzas de los abipones, apenas más chicas que las picas macedonias; pues tienen más de cinco o seis brazas, afinadas en ambas puntas, de manera que si una de sus extremidades se troncha, sirva la otra para dar el golpe, o se la puede clavar en la tierra cuando pernoctan en el campo.

Cuando aún desconocían el hierro emplearon para combatir lanzas de madera a las que les habían fijado en la punta cuernos de ciervo, imitando en esto a los sennates, antiguo pueblo de Germania sobre el que se ha escrito:Sennis sola in saggitis spes, quas, inopia ferri ossibus asperant (121). Pero después

que obtuvieron de los españoles puntas de hierro – ya sea/397 por la fuerza, o pagando cierto precio – las colocaron con gran habilidad en sus lanzasy las usaron en perjuicio de aquellos de quienes las recibieron. Ellos llaman a estas lanzas con puntas de hierro, Catlaàn, y los españoles, lanzas. Cuando ya se disponen a combatir untan las puntas con sebo para que penetre profunday rápidamente en el cuerpo del enemigo. Algunas veces hemos visto graves heridas producidas por estas lanzas, presentando algunas una profundidad de cuatro palmos. Con gran empeño los abipones se lanzaron contra nuestras colonias de bárbaros desde sus escondrijos.

Como sus chozas son tan pobres, clavan sus lanzas a la entrada para arrojarlas cuantas veces lo necesiten. Donde veas lanzas, sabrás que allí viven otros tantos guerreros. Como los generales europeos, a veces, para disimular la escasez de sus tropas y cubrir la falta de bagaje bélico, simulan máquinas de guerra de madera pintadas en sus muros, y los enemigos al verlas se atemorizan. Nosotros usando el mismo ingenio militar, colocábamos en las casas de los abipones lanzas rápidamente preparadas con caña o cualquier madera, para que viéndolas los exploradores enemigos se engañaran y anunciaran a los suyos que nuestra ciudad poseía buenas defensas, deduciendo del número de lanzas el número de hombres. Este fraude bélico nos salvó en varias oportunidades a nosotros y a los bárbaros. En los tugurios de los americanos, como en los campamentos europeos, es muy frecuente luchar más con el ingenio que con las tropas. Troya, que no había podido ser capturada por la fuerza, lo fue por el engaño de los griegos. Lo que debe ponderarse en los abipones es que no sólo son expertos para arreglar sus armas sino para adornarlas, limpiarlas y pulirlas en forma casi excesiva. Las puntas de sus lanzas siempre resplandecen de modo que dirías que son de plata.

A menudo me avergoncé de los españoles provistos de armas de escaso valor, descuidadas, ineptas frente a los abipones/398 cuya pobreza e indolencia sin embargo condenamos. La mayoría lleva a modo de lanza una caña, un rústico palo, un poste lleno de nudos, una rama de árbol o una madera totalmente torcida, y en la punta atado con una cuerda un pedazo de espada o de cuchillo. Acaso los más ricos tengan armas de fuego pero estropeadas, más a propósito para asustar que para matar a los enemigos. Podrás encontrar unos pocos que tengan algunas escopetas que sirvan para matar. Pero ten en cuenta que hasta aquí he hablado de los campesinos españoles que deben luchar contra los indios. Pues nunca vi fuera de Buenos Aires o Montevideo ejércitos organizados.

Fabrican sus arcos de la misma madera del árbol Netergé, como las lanzas, y suelen ser tan altos como un hombre. Son rectísimos, sin nervio, como un bastón, sin ninguna curvatura, semejantes a los arcos de los turcos o de los tártaros. El nervio o cuerda del arco lo hacen con tripas de zorro por lo general, y algunas veces con una fibra muy fuerte que obtienen de una palmera. Para arrojar la flecha, tendiendo al arco con gran tensión sin lastimarse las manos, se proveen de un guante de madera, como ya diré. Adornan el carcaj, confeccionado con juncos, con hilos de lana de variados colores. Hacen las flechas, cuya longitud oscila entre una braza y un palmo, con caña, y tienen como punta un hueso, una madera durísima o un hierro.

Las puntas de madera son más peligrosas que las de hierro; y las de hueso (preparadas con tibias de zorro) son más fuertes. Cuando las arrojan se quiebran como el vidrio,y sus partes al penetrar en el cuerpo producen un dolor acerbísimo/399 y una herida que deja todos los miembros afectados. La madera, embebida en un tipo de veneno nativo, produce más dolor y tumor que el hierro. Yo escribo esto por experiencia, pues unos bárbaros Natakebitos me arrojaron una vez una de estas flechas de madera que me atravesó el brazo, produciéndome durante unas horas abundante sudor en la mano herida y otros indicios de envenenamiento. Los abipones descuidando mi herida así como las suyas, me felicitaban a viva voz porque había sido una flecha de madera y no de hueso. Y en verdad aprendí claramente la diferencia que hay entre una y otras flechas con el frecuente trato de los heridos que a diario curé. Las de hierro, de cualquier tipo que sean, son consideradas por el pueblo como las más benignas e inofensivas de todas. Los abipones nunca envenenan sus flechas, tal como lo hacen muchos pueblos de América.

Ya en otra parte dije que los chiquitos, pueblo bélico de Paracuaria, constituyen un verdadero peligro para sus vecinos bárbaros, porque si una de sus flechas llegase a herirlos levemente de modo que brote una sola gotita de sangre, rápidamente se difunde el tumor por todas las articulaciones y al cabo de pocas horas el herido morirá sin que haya para él medicina ni esperanzas de vida. Este veneno que aplican a la punta de sus flechas es tan atroz, que sólo los chiquitos supieron prepararlas utilizando una corteza de árbol desconocida para nosotros, reservándose el cruel misterio. Constantemente me llamaba la atención que nadie lograra este arcano preparado por ellos, sea con halagos o por la fuerza. Cuando cazan cualquier animal, los matan con flechas envenenadas y desechan la parte del animal que ha sido tocada por la flecha envenenada, utilizando el resto de la carne como alimento, al modo de los guaraníes, que suelen comer las vacas y los novillos muertos por el veneno mortal de las serpientes sin temor ni perjuicio, dejando sólo el pedazo tocado por el diente de la serpiente. También los indios que viven cerca del río Orinoco humedecen sus flechas en un veneno sumamente activo que ellos mismos preparan; tal es lo que relata el Padre José Gumilla en su historia. Entre los partos y escitas fue común/400 el empleo de flechas envenenadas. Así Ovidio en las Tristias, libro 3, elegía 10, canta: Pars cadit hamatis misere confixa sagittis; Nam volucri ferro tinctile virus inest (122). Y también Horacio:Venenatis gravidam sagittis pharetram dixit (123). Plinio, Baricello de Langio y Aristóteles se refieren a las sustancias que se utilizaban para preparar este tóxico. Pero yo movido por la religión pienso que debe mantenerse en secreto este pestilente artificio para que nadie quiera abusar de él.

Las plumas con que hacen volar sus flechas, las toman de las alas de los cuervos que cazan cuando andan de correría; cuando declaran la guerra a sus enemigos se encargan de preparar sus flechas. Atan cada pluma por ambos lados con la fibra de un hilo delgadísimo a la punta de la caña. Nadie duda de que los vilelas o como los llaman los abipones, Raregranraik, son los mejores arqueros de Paracuaria. Estos fijan con habilidad las plumas no con hilo sino con una cola que preparan con las tripas del bagre,y quedando fijada la punta muy levemente a la caña y con esto sus flechas se vuelven peligrosísimas, pues al arrancar la caña de la carne herida, queda dentro sólo la punta.

Los guaraníes, menos escrupulosos, adornan sus flechas con plumas de loro o de otras aves. Cuando arrojan a un objetivo propuesto más de cuarenta al mismo tiempo, quedan desparramadas por el suelo o clavadas en una madera y enseguida las recogen y cada uno conoce la suya por el color de las plumas. Algunos pueblos tienen métodos propios para preparar sus flechas. Las flechas más cortas son más peligrosas que las más largas. Difícilmente se puede determinar el número exacto de flechas cortas que los naturales llevan durante las escaramuzas. Parece que esta prorrogativa no se extiende a las más largas, sino sólo a las de menor tamaño porque éstas alcanzan con mayor fuerza cualquier blanco ubicado a mayor distancia.

Los abipones son muy versados en arrojar las/401 flechas; esto no es de admirar, ya que desde niños se habitúan a utilizar el arco para derribar aves. En un certamen de juego, después de establecer los premios para cada vencedor, se toma como blanco alguna fruta cítrica muy distante. A pesar del gran número de flechas que se disparan, muy pocas yerran, provocando la admiración de los españoles que asisten como espectadores de la pericia de los indígenas. Los guaraníes conocen con más profundidad este arte. Carlos Morphy, gobernador real de Paracuaria, oriundo de París, gran conocedor de la cienciasy de las arte liberales, célebre entre los españoles por sus virtudes militares, partícipe de todas las victorias que el celebérrimo Pedro de Zeballos había logrado sobre los portugueses, eximio por la suavidad e integridad do sus costumbres, me visitó en la ciudad de San Joaquíny se quedó a vivir en mi casa durante cuatro días. Para pasar el tiempo ofrecí al huésped militar un certamen militar en la plaza pública. Noventa arqueros indios tuvieron por blanco la figura de un hombre montado a caballo, dibujada sobre madera. Es increíble cómo la mayoría de los naturales acertaban a la cabeza o al pecho con golpes de flecha bien dirigidos, aunque estuvieran distantes de la meta. Muchísimos jinetes, desplazándose en velocísima carrera, sobresalieron del mismo modo con la lanza o con la flecha.

El gobernador comentó la destreza de mis indios con tanta admiración y ponderaciones, que al día siguiente se debió repetir el espectáculo que tanto le había agradado, una y otra vez. El ilustre visitante ofreció con sus propias manos a cada uno de los vencedores los premios que yo le había dado de las provisiones domésticas, consistentes en cuchillos, tijeritas, manojos de cuentas de vidrio, crucetas doradas, y otras cosas por el estilo. Yo en verdad estoy convencido que los arqueros indios dan en el blanco con más seguridad y certeza que cualquier franco tirador. Aprenden a disparar el arco con/402 gran destreza durante la caza de los animales que les servirán de alimento. ¡Ah!, un arquero incapaz habrá de pasar hambre muchas veces frente a los demás epulones. La comida es el mejor estimulante para el hambre. El buen apetito que demuestran los indios, también lo manifiestan los buenos arqueros. A diario derribaban en mi presencia con un solo golpe de flecha a monos que jugaban en la copa de árboles altísimos, a loros o a otras aves, cuando no tiraban a peces que nadaban en un río cristalino.

Existe una gran variedad de flechas. Unas son mas largas y más gruesas que otras, según estén o no destinadas a matar animales de gran tamaño. También es múltiple la forma de sus puntas. Unas son planas y de punta recta. Otras terminan en un gancho, en una o en las dos puntas,y algunas están provistas de púas con una serie de cuatro anzuelos. Este tipo de flechas no fue inventado por los americanos, sino por los gétulos y por otros pueblos del orbe antiguo, tal como se ve en aquel verso de Ovidio que antes mencionara:Pars cadit hematis misere confixa sagittis (124). Nunca saques del cuerpo una flecha con punta en forma de gancho sin antes hacerla girar con ambas manos. Con estas vueltas de la flecha abrirás camino para extraer el gancho de la carne, pero ¡con cuánto dolor! Me estremezco al recordarlo. La flecha de triple anzuelo con la que una vez fui herido, horroriza. Porque si la más pequeña partícula de la punta que se quiebre penetra en la carne, con los deficientes instrumentos de cirugía, sobrevendrá un desastre. Si alguna vez los abipones ven que un resto de flecha queda adherida en alguna parte del cuerpo como las piernas o los brazos, ellos mismos extraen utilizando un vulgar cuchillo el trozo de carne que tiene introducida la flecha. Se ensañan consigo mismos cuando desean/403 curarse; pues curan la herida con otra herida; usan una medicina que es más dolorosa que la misma enfermedad.

El célebre cacique Ychoalay, del que hice frecuente mención, luchando duramente con su émulo Oaherkaikin, fue herido de gravedad con una flecha ósea que le penetró propiamente en el occipital. La mayor parte de ésta estaba profundamente adherida a los tejidos como si fuera un clavo. Como el dolor aumentaba a medida que pasaban los días, lo trasladamos a caballo desde la ciudad de San Jerónimo hasta Santa Fe, distante unas sesenta leguas, para que el infeliz fuera curado por un médico portugués, laico franciscano. Lo primero que hizo fue una incisión para poder tomar y extraer la punta de la flecha ósea que estaba escondida en el occipital. La operación fue realizada con felicidad, aunque no sin acerbísimo dolor. El indio toleró con espíritu sereno no sólo la cruentísima herida, sin emitir un gemido o dar muestras de dolor, sino que él mismo exhortaba al médico que vacilaba por el miedo, y andaba con rodeos. "¿Me veis temer?", decía. "No temas, te ruego; corta, trepana, haz todo con la mayor confianza, de acuerdo a tu parecer. Herido por lanzas, flechas y escopetas, estoy acostumbrado a los dolores diarios". Extraída por fin la punta de la flecha de la herida comenzó a fluir sangre como si fuera una canilla abierta. El indio había esperado esto con frente serena, y dio a su liberador cuantas gracias pudo. Esta operación se realizó en una casa y a la vista de un noble español que admiró la resistencia de su gran amigo Ychoalay, y esperó ansiosamente su restablecimiento.

Se distinguen de las demás una flechas que usan para atacar y penetrar en las fortalezas enemigas, temibles por el impacto que producen cuando penetran en el cuerpo. Estas/404 fueron usuales en pueblos antiguos. Aludiendo a las mismas, Isaías había dicho: Posuit me sicut sagittam electam: In pharetra sua abscondit me. (125) (Cap. XLIX, V. 2). Así como los próbidos navegantes consideran el ancla como elemento sagrado por la estabilidad y firmeza que proporciona, y la reservan para casos de urgencia o peligro, así los guerreros americanos sentían especial estima hacia cierta clase de flecha de probadísima virtud tanto para matarse a sí mismos cuando se presenta la ocasión, como para matar a otros cuya muerte deseaban intensamente.

Cuando querían cazar aves u otros animales menores usaban unas flechas en cuyas puntas colocaban una bolita de madera o de cera; con esto derribaban a los animales, pero sin darles muerte. Si alguna vez no podían dirigir la flecha en línea recta hasta el blanco propuesto por algún obstáculo que se interpusiera, la arrojaban de tal forma que ésta describía en su recorrido una especie de arco del mismo modo que cuando se atacaban los campamentos se arrojaban las bolas de fuego del mortero. Los abipones no carecen de recursos para incendiar las casas: arrojan contra los techos y las pajas algodón o algún tipo de estopa ardiente atado a la funda de las flechas, y rápidamente incendian cuanto quieren, por distante que esté. Muchas ciudades de los españoles fueron convertidas en cenizas con este triste artificio. En la misión de Rosario que fundé para los abipones procuré proteger mis casas con paja cubierta de abundante barro que rechazaba la llama de los bárbaros vecinos, ya que, las flechas se clavaban allí. Para el mismo fin cubrí con cueros de vaca las atalayas de madera desde donde se podían observar cómodamente los movimientos de los enemigos prontos al asalto. Y este intento no desvaneció mis esperanzas./405

Dije que la lanza y el arco son las principales armas de los abipones, pero no las únicas. Pues además de ésta, se rodean el brazo derecho con tres bolas de piedra cubiertas de cuero y atadas con cuerdas las tres juntas, las que arrojan con golpe muy certero y con cuyo impacto matan tanto a hombres comoa animales o si lo prefieren, los inmoviliza de tal modo que luego se los podía matar utilizando la lanza. Este temible tipo de arma (que los españoles llamanlas bolas y los abiponesNoaharřancatè), tiene lugar de preeminencia entre los bárbaros australes de las tierras magallánicas, tal como ya escribí ampliamente en el primer libro.

Los hombres de pueblo españoles, cuando no los indios y todos los negros indistintamente, recorren a diario el campo a caballo, armados con este instrumento de bolas de piedra colgando de sus monturas o del cinturón. Y en verdad su empleo fue muy útil para todos. Sobre esa especie de clava de madera que los españoles llamanMacana y los abiponesYüle oHepiginřankatè, y que usan tanto para los juegos en sus casas como para la caza o la guerra fuera de ella, ya hablé ampliamente en el capítulo séptimo: ¿Por qué los abipones son tan sanos y vivaces?

La honda, que con tanta destreza manejan los guaraníes, no fue muy empleada por los abipones. Los niños a veces la usan para atemorizar o matar pajaritos. Estos poseían también un arco que tenía a modo de cuerda una tela de unos tres dedos de largo de un material muy semejante al cáñamo y que ellos manejan con la mano arrojando unas bolitas de arcillas en lugar de flecha para cazar aves u otros animales pequeños. Este tubo de madera (para los alemanes Blasröhr), con el que soplan con la boca bolitas sujetas con hilos de seda o lino para que puedan volar, no es conocido ni de nombre por los abipones./406

Sin embargo este tipo de arma es usada por algunos indios del Perú, que viven entre los moxos y los bauras. Estos reemplazan los clavos de hierro por espinas más gruesas, empapadas en un jugo venenoso que introducen dentro de ese tubo de madera y que arrojan con un soplido contra las fieras y sus enemigos con tal fuerza que al penetrar en el cuerpo los deja exánimes por un momento, para terminar de morir en manos de los que arrojaron las espinas. El hecho debe atribuirse no a la débil espina, sino al veneno con que fuera embebida.

Los abipones desconocen tanto los escudos como otros elementos utilizados para defenderse de sus enemigos. Sin embargo se protegen la mayor parte del cuerpo para combatir. Esta defensa se parece a una especie de dalmática, preparada con cuero de alce sin ablandarse, muy áspero por dentro y cubierto por fuera con piel do tigre. Abierto en el medio para que pueda pasar la cabeza, se extiende por ambos lados hasta el codo y la cintura, y es casi impenetrable a las flechas comunes, aunque no a las lanzas o proyectiles de plomo, pero muchas veces disminuyen y reprimen también la fuerza de éstas. Comenzaron a usar en el tórax un cinturón de un palmo de ancho hecho con el mismo cuero de alce (que los españoles llamanLa gran bestia, los abiponesAlalek, los guaraníes Mborebi y el pueblo de Paracuaria, Antà) cuando vieron a su príncipe jefe Debayakaikin caído, debido a la herida que le produjera una lanza al penetrarle cerca del vientre. Usan esta armadura todas las veces que deben luchar con otros indios. No obstante la mayoría expone el cuerpo totalmente desnudo a las flechas enemigas, pues consideran que están más seguros cuanto más cómodos se sientan para eludir los golpes mortales.

El tórax así cubierto si bien es cierto que está defendido por el grosor de los cueros, también se siente impedido de movimiento por el pesoy dureza perdiendo agilidad, tan necesaria para defenderse, tal como ellos lo entienden cuando se trata de combatir. Si la acción fuera contra los españoles, desdeñan el arcoy su coraza que no son eficaces contra las balas de plomo. Ponen toda su esperanza de victoria en la firme lanza, en el rápido caballo y en la astucia de sus asechanzas./407 Raramente combaten con soldados frente a frente, salvo cuando temen poner en peligro sus vidas. Frecuentemente hieren a sus contrarios a punta de lanza más que a golpes. Aunque la mayoría poseen espadas, ya sea compradas a los españoles o tomadas en guerra, muy pocos de ellos las usan en los combates.

Después de haber investigado sobre las armas de los abipones, pienso que no desagradará oír a los eruditos con qué nombre designaban los naturales sus armas, además de otras cosas relativas a la milicia.

Arco: Netelřanře. Con el mismo nombre designan el blanco que les sirve para las prácticas de tiro. Posiblemente derive de Netè, que significa tempestad.

Arco de cuerda: Netelřanře Lkaeřhè.

Flecha: Lanařhà. Dan el mismo nombre a las balas, a las que también llaman Lpetà, que significa grano.

Pólvora: Netelřanře leenřa, que significa harina o polvo destructor.

Lanza de madera sin punta de hierro:que los españoles llaman dardo: Netergè, voz que también utilizan para designar el árbol de cuya madera hacen las lanzas. Los naturales dan a las lanzas otro nombre: Loheletè.

Lanza con punta de hierro:Catlaàn. Esta voz sólo designa la punta de hierro.[Ubicación aproximada del marcador de página/408]

Cuchillo:Latařan.Su punta: Lapachik.El filo: Yleřà. El mango: Lay.

Espada: Kategřaik.

Las bolas, o tres pelotas de piedra: Noahařhařankatè.

Honda: Kepakinřanřat.

Macana, o clava de madera: Yüele o Hepiginřankatè.

Coraza militar:Loachimà.

Cinturón:Nalege o Naatařkiè.

Unos gorros adornados con cuentas de vidrio yplumas, con que la mayoría se cubre la cabeza para pelear: Let apehè o Ratahè.

Las vistosas plumas de aves que llevan en esos gorros:Laàkatè.

Un jugo de color negro, rojo o blanco con que se pintan el rostro para pelear: Namenkà.

Flautas, cuernos yotros tipos de bastones de mando que llevan a la guerra: Lahaurè.

Guerra: Anegla, o Nahamatřek, Noelakieřèk. Nuichiřieřà.

Guerrero, peleador: Oclakiřaik.

Magnánimo: Yapòt, o Ehoařaik.

Vencedor: Oagenřaik.

Explorador, espía, emisario, batidor: Namalatenřanřaik, o Ealřaik./409

Soldado español:Nauachèk.

Arquero: Nainřanak.Arquero perito: Uíychàk.Inexperto: Patenřaik.

Lugar de combate: Nahamatřalatè o Naloatřalatè, o Kimitřalatè.

Combate de arqueros: Noàtařek.

Combate de estados: Nahamatrek o Noaarařanřek.

Pelea de ebrios que se dan mutuos puñetazos: Nemargetřèk.

Prisionero de guerra: Loàk.

Tímido, que huye: Netachkaik. Natergèk. Yakalò. Nematanřaik.

El jefe, o el que dirige la guerra: Nelařeyřat.

Matanza, estrago:Lanamichiriñi Yoaliripí.

Ataque:Retapřankatè o Auarařankatè.

Trompeta de guerra: Lamelgè./410

 

CAPÍTULO XXXVII

SOBRE LOS ESPIAS Y CONSEJOS BELICOS DE LOS ABIPONES

 

El modo de hacer guerra entre los abipones difiere de acuerdo al tipo de enemigo que enfrentarán. Emplean una forma de combatir contra los españoles y otra contra los bárbaros. Lo que sí puede afirmarse en todos los casos es que nunca inician la lucha sin realizar un previo consejo y si no existe una esperanza de victoria, aunque sin embargo muchas veces se equivocan, como sucede a diario a los jefe europeos. Donde esperaron laureles, cosecharon fúnebres cipreses. Como reza el adagio español: fueron a buscar lana, pero volvieron esquilados. Antes de decidir la expedición al enemigo es costumbre entre ellos enviar por delante exploradores que observen el camino por el que marcharán y el lugar que han decidido bloquear. Que conozcan todo acerca de los habitantes y de quienes podrían venir en su ayuda; sobre la cantidad de los vecinos y sobre el acceso a las casas; el sitio más oportuno para sus asechanzas, los lugares por donde podrían acercarse a escondidas, y si hubiese necesidad, retirarse. Que observen en detalle la zona que cuenta con buenos pastos para alimentar los ganados, el número de vigías y las demás cosas de este tipo. Y en verdad, estos emisarios desempeñan su oficio con tanta sagacidad que aunque ellos ven todas las cosas jamás son descubiertos./411

Dejando por un tiempo los caballos en alguna orilla inaccesible del río o en los escondites de la selva de modo que no quede rastro de ellos, se arrastran con pies y manos ocultándose entre los matorrales o las ramas de los árboles para observar de cerca al enemigo. A veces, amparándose en la oscuridad de la noche, se aproximan a las mismas casas de los españolesy sorprenden a los que están hablando dentro.

Aunque no conocen el español, al menos muchos hombres y mujeres conjeturan al oír la pronunciación de ciertas palabras. Para no delatarse ni dejar rastros que despierten la sospecha de un asalto enemigo sujetan a sus pies trozos de piel con lo cual disimulan las marcas de pisadas humanas, o las borran. A veces para observar de lejos las cosas propuestas, se suben a las copas de los árboles, o en el lomo del caballo o en el escabel. Raramente mandan un sólo explorador; por lo general forman grupos de dos o tres. Estos se separan de noche para recorrer varios caminos: cada uno inspecciona una parte de la zona señalada. Determinan el lugar y momento en que deberán reencontrarse. Para poder lograrlo con mayor seguridad, convienen en imitar las voces de algún ave u otro animal, con lo que se reconocen y por fin se vuelven a unir. Pero han de usar astutamente esta señal. Pues si imitan en horas de la noche la voz de algún ave que sólo se escucha de día y no de noche, los españoles se darán cuenta de que ésta es fingida por los espías bárbaros y enseguida eludirán el ataque enemigo con oportunas precauciones. Si los espías que van a pie tuvieran a mano sus caballosy el ánimo intrépido, lo conseguirían sin ningún trabajo. Esto, aunque rarísimo, recuerdo que ha sucedido. En otra ocasión rompiendo ramas de árboles o atando el pasto más alto de varios modos un compañero se da a conocer al otro. Nadie cumple mejor el papel/412 de espía que aquellos abipones que, capturados desde niños por los españoles, fueron educados por ellos y que ya adultos, sea con su permiso o a escondidas, volvieron a su pueblo.

Pues sedientos de venganza y sin compasión para los españoles, viven impunemente en las mismas ciudades por el conocimiento que poseen de los lugares y la lengua, y se fingen amigos de ellos cuando no son confundidos con los mismos españoles porque usan su lengua y modo de vestir. Seguros con este artificio observan e indagan a plena luz y en la calle pública todo lo que les parece que pueda servir para sus propósitos. Ven que los soldados están ausentes por sus trabajos o que han salido a una recorrida de varios días, y ven carros cargados de riquezas que ellos podrían fácilmente saquear como botín llevándolos a través de aquellas inmensas soledades sin que ningún guardia se los impida. Estos por lo general suelen tener pocas armas y poco espíritu para luchar. Nadie ignora instrumento de cuántos estragos son tanto los abipones cautivos de los españoles como los españoles cautivos de los abipones.

Después que los exploradores, una vez cumplida su misión, anuncian a los suyos las cosas que han visto y descubierto, se convoca a todos, de acuerdo a la costumbre, a una consulta bélica que es al mismo tiempo un brindis por la victoria que se obtendrá. Pues a los abipones les parece que no pueden deliberar correctamente con la boca seca. Como afirma Estrabón de Persia:Invino de rebus gravissimis deliberant, et haec firmiora putant, quam quae jejuni statuerunt. (126) Y Justo Lipsio atestigua que los cretenses y todos los griegos tenían la misma costumbre de beber cuando se trataba de consultar acerca de la guerra o de la paz.

El cacique autor de la propuesta expedición saca una copa entre su sentencia, e inquiere la opinión de los demás sobre este asunto. Entonces excita a los otros a realizar la/413 empresa con diligencia, a ejemplo de sus mayores, y con la esperanza de gloria de obtener buen botín. Los reiterados tragos van preparando tanto el cuerpo como el espíritu de los que beben. Pues hacen una bebida de miel o algarroba mezclada con agua que a los primero sorbos se sube a la cabeza como el vino más puro y que provoca un vocerío de ebrios, cantos y estrépito de tímpanos y de sonoras calabazas, que los transforman en furias. Los héroes más criminales entre sus antepasados, las victorias obtenidas en otro tiempo, constituyen el tema principal de estos cantos bárbaros. Espectáculo realmente digno de risa, sino de otra cosa. Te parecería ver tantos rayos de guerra cuantos abipones; y alguno se cree Héctor, Epaminondas o Aníbal. Podría creerse que son tales por sus rostros pintados con signos sangrientos para inspirar terror, marcados los brazos y el pecho con cicatrices, los ojos amenazantes, dejando oír palabras truculentas como si anunciaran la muerte.

Pero si en verdad se pudiera mirar en sus pechos, veríamos que de ellos algunos saldrían a la calle, y otros se esconderían. Descubriríamos corteza sin médula, gallinas bajo piel de leones, fuegos fatuos bajo palabras fulminantes, y en fin, vanas iras sin fuerza. Aunque bebidos y arrastrándose por el suelo, irán. Acudirán enseguida de los cuatro puntos cardinales. Allí mismo matarán de un golpe a toda criatura humana que encuentren a su paso. Si tuvieran tanto ánimo cuando pelean como cuando beben, matarían a cuantos españoles hay en América. Pero en verdad los ebrios Trasones son buenos trompeteros, como alguien dijo, pero malos soldados. No son otra cosa que voces. Impávidos leones entre copas y coros; huidizas liebres en el combate./414

Si alguno de los abipones muere en manos enemigas, por lo general es vengado por alguno de sus compañeros, máximepor sus parientes consanguíneos, pues entre los americanos arde el deseo de venganza como si fuera una ley. Les es propio invitar a sus compañeros y llamar a otros extraños a unirse a las armas para atacar al enemigo y realizar primero el ataque. Así vimos vengar a los hijos la muerte de sus padres o los padres la de sus hijos o nietos. Así como suelen hacer con los pueblos amigos, así les piden ayuda tanto cuando ellos mismos preparan la guerra o cuando la temen de otros que consideran que los superan. En verdad, como a diario se ve en Europa, hay poca firmeza y confianza en las tropas de auxilio. Entre los indios es más inconstante y débil la amistad. Cuando consideran indigna la utilidad o el apoyo de sus vecinos repentinamente le vuelven la espalda y tienen la esperanza de otra amistad que les proporciona leve ganancia.

 

CAPÍTULO XXXVIII

SOBRE LA PARTIDA Y TRAVESIA HASTA EL ENEMIGO

Y SOBRE LOS CAMPAMENTOS DE LOS ABIPONES

 

Es importante recordar que las expediciones bélicas que/415 realizaban los abipones en estado de ebriedad siempre se ejecutaban fielmentey de acuerdo al tiempo que habían establecido con anterioridad; consideran importante no acelerarlas ni diferirlas, salvo que un acontecimiento imprevisto impusiere una demora o que alguna poderosa razón los convenciera del apresuramiento.

No poseían nombres especiales para indicar los días y los meses; sin embargo conocieron sin temor a equivocarse en qué día nacía la luna, cuándo era creciente y cuándo menguante. Usaban las faces de la luna como medida de tiempo para definir sus expediciones; de modo que aunque los compañeros de expedición estuviesen separados unos de otros por largos caminos que debían recorrer durante días y días, se reunían en la fecha establecida, cuando no a la misma hora y en el mismo lugar que habían prefijado. Aunque para ellos las horas carecían de nombre, y como no poseían instrumentos que las señalara, lo reemplazaban con los dedos mostrando la zona del cielo que en determinado momento ocupaba el sol u otros astros en la noche. Cuando la luna estaba en cuarto menguante consideran que había llegado el momento oportuno para marchar mas seguros resguardados por las tinieblas, pues de este modo no serían descubiertos con facilidad. Para la vuelta, si deben apresurar la huida, prefieren las noches claras de luna creciente. En fin, todo lo que se relacione con su seguridad lo prevén cuidadosa y detalladamente. Durante el día recorren/416 los caminos en grupos, pero al atardecer se reúnen en el mismo sitio que habían convenido.

En Europa no es suficiente para el jefe que emprenderá la guerra un bagaje de hierroy plomo; lo necesita de oro y de plata con lo que procurará el aprovisionamiento y la paga de las tropas. El supremo estratega de los abipones no tiene ninguno de estos cuidados. Todos ellos siempre están provistos de abundantes caballos, poderosas lanzas, arcos, y hatos de flechas. Para los naturales estos son los únicos instrumentos de guerra.

Las cabezas de los españoles, miles de mulas y caballos que sustraían de las posesiones, hijos raptados del seno de sus madres o los que volvían con los suyos, la gloria de poseer un nombre célebre, representaba para los soldados abipones al mismo tiempo ganancia y trofeo. Aunque la colonia que habían decidido atacar estuviese ubicada a muchas leguas, apenas llevaba cada uno dos caballos, y un tercero para alternar con los demás durante los descansos y los trabajos. No iban cargados con provisiones al emprender un camino, ni comida ni bebida. Se dice que en otro tiempo llevaban a modo de viático conejos asados, acaso por que no eran tan hábiles para la caza y menos provistos de caballos; pero en este tiempo el abipón mata con la lanza que lleva en la mano a todos los animales que encuentra en el camino, y con ellos se alimenta.

Si la selva le negara los frutos de sus árboles, el campo les proveerá de avestruces, ciervos, leones, tigres, raíces comestibles, perdices. En el cielo abundan las aves, en los ríos y lagos todo tipo de peces, etc. Si un bárbaro tiene a mano una lanza, nunca le faltará comida. Sólo las manos de aquellos que poseen exceso de vanidad les proveen variada aunque poca comida. Para lograr una caza fácil y mayor ganancia,/417 nunca avanzan en grupo sino que se separan por el campo en filas, si no los disuade la sospecha de un enemigo cercano, y deben reunirse nuevamente en un mismo lugar tanto para pernoctar como para merendar. Conocieron con certeza los lugares en donde encontrar aguadas y leña para alimentar el fuego, y lo más importante, donde ocultarse con seguridad y sin peligro de posibles asechanzas.

Consideran como un adorno innecesario las calabazas y cuernos de toro que en Paracuaria se utilizan a modo de copas o cántaros, pues prefieren beber el agua en el hueco de las manos, o sorberla con movimientos de labios, como los perros; y si fuera dulce la beberán como un vino. A veces tienen a mano lagunas y ríos de gran caudal, pero cuyas aguas están impregnadas de sal,y otras amargas como la hiel, lo que les produce grandes dolores de estómago; por eso prefieren morir de sed, antes de soportar tales molestias, intolerables a los mismos animales.

Creen conveniente llevar en los viajes, los siguientes instrumentos: un cuchillo, una piedra no muy grande para sacarle filo y dos maderitas con las que rápidamente encienden fuego frotándolas. Suelen incendiar los campos para que salgan los animales que se encuentran escondidos bajo los altos arbustos; les dan muerte y luego los asan, contando así con abundante almuerzo y cena. Las dos maderitas que llevaban debajo de sus monturas las usaban para hacer girar un pedernal. Todo el bagaje de los abipones se define con estas reglas: felices de aquellos que para viajar no necesitan tanto equipaje y carruaje; en Europa recibe el nombre de impedimenta del ejército, y sin duda lo es. Aunque resulte increíble, el bagaje molesta al soldado para marchar, para perseguir al enemigo o para huir.

Nuestros abipones pasan días y noches a la intemperie. A veces abrasados por el ardiente sol, o soportando durante días intensas lluvias. Descubren los brazos, el pecho y los hombros/418 de la ropa que hacen de piel de oveja o de nutria, y prefieren exponerse a las terribles picaduras de los mosquitos que transpirar por el excesivo calor. El pasto les sirve de lecho durante la noche, la montura de almohaday el cielo de techo; Acaso, ¿existió tienda más espléndida que amparara a algún jefe en guerra? Cada uno es su propio sirviente. Y ni el mismo jefe recurre a otros para preparar la comida o para subir al caballo. Si deben atravesar ríos anchísimos que superan al Danubio o lagos muy grandes, no necesitan puente o barca; bajan del caballo y se internan en el agua; se desnudan y en la mano izquierda llevan al mismo tiempo su ropa y la lanza en alto; y se abren paso con la derecha con la que dirigen las riendas del caballo, utilizándola como remo para nadar hacia la orilla opuesta mientras continúan conversando con sus compañeros. Si el caballo temiera ser arrebatado por la fuerza de las olas, lo obligan a seguir el camino con reiterados puñetazos hasta tocar incólumes alguna roca pequeña, desprovista de cieno y de árboles, que les ofrezca un desembarco más rápido. Si alguna vez se sienten fatigados de tanto nadar se sostienen de la cola del caballo. Todas estas cosas son desconocidas en Europa y parecen más digno de admiración que de fe. Pero para nosotros, que a diario las hemos visto, son absolutamente naturales.

En cuanto inician el camino envían por delante – constantementey a todas partes vigías que informan a sus compañeros cualquier vestigio de pueblo extraño o indicio de asechanza que descubrieran. Eligen para pasar la noche un lugar que esté cubierto por un lago, río o selva muy densa, que ofrezca a sus enemigos difícil accesoy que no pueda ser/419 rodeado, pero que a la vez les permita repeler cualquier ataquey en donde resulte difícil la huida del enemigo se acuestan formando un semicírculo. Cada uno tiene junto a su cabeza la lanza clavada en el suelo y cada cuatro o cinco, un fuego encendido. Y si quieren ocultarse por temor a los enemigos, consideran más útil hacerlo en la obscuridad; a menudo deben privarse del fuego nocturno para no ser descubiertos por el fulgor o por el humo. A veces consideran oportuno engañar a los enemigos encendiendo muchas fogatas; pues de su número suele deducirse la cantidad de hombres que pernoctan allí.

Si mal no recuerdo, se ha escrito que el celebérrimo Cortés se impuso a los bárbaros mejicanos con este subterfugio. Unos se entregan al sueñoy otros, designados como vigías cabalgan a todo lo ancho del campo tanto para detener la tropa de caballos que deambulan de un lado a otro en busca de pasto o que huyen de los mosquitos y los tigres, como para avisar con trompeta militar si hubiere algún peligro y despertar a los compañeros que confiaron sus vidas y su seguridad a la vigilanciay a la fe de los guardianes. Y en verdad, con frecuencia me admiré en nuestras colonias con cuánta diligencia y fidelidad se cumplía esta misión de vigía.

Durante noches enteras, a menudo con tiempo muy tormentoso, los jinetes recorrieron los campos adyacentes a la ciudad cuantas veces se difundían leves rumores sobre la llegada del enemigo. Con el estridente ruido de cuernos y trompetas militares indicaban que debían doblar la vigilancia cuando les parecía que los enemigos ya se acercaban, o que se demoraría el asalto mediato. Y no se atreverían a nada si no se sintieran preparados y seguros de sí mismos.

En los siete años que viví entre los abipones, cuántas noches pasamos insomnes y armados por temor al enemigo sin que compareciera ni la sombra de éste. Siempre que alguien sospechaba la presencia de posibles enemigos, se veló en/420 nuestras colonias, realizando minuciosas inspecciones en los alrededores. Pues cuando menos se teme al enemigo, mayor es el peligro.

 

CAPÍTULO XXXIX

SOBRE EL ATAQUE Y LAS ACTIVIDADES QUE LO PRECEDEN

 

Es conveniente considerar las medidasy precauciones que anteceden al combate. Se estudiarán minuciosamente las decisiones tomadas. Para no equivocarse al tomar una determinación llevan consigo uno de sus hechiceros como compañero de viaje y moderador de la expedición. Lo consultan por considerarlo entendido en las cosas futuras y ausentes, y lo veneran hasta la insania, como si fuera el oráculo de Delfos.

Todos esperan ansiosos su opinión, y complacen sus deseos; pues los bárbaros son más supersticiosos que los antiguos romanos, quienes no se atrevían a emprender la guerra sin consultar a los augures y arúspices. Si los acontecimientos no confirman las predicciones del hechicero, no habrá ninguno que se enfade con él o desconfíe en lo sucesivo. A diario se equivocan, pero vuelven a sus casas con la mayor parte del botín con que los abipones pagan sus mentiras. Si la agresión debe realizarse al día siguiente, observan con cien ojos en qué lugar se llevará a cabo, y no se atreven a ejecutar sus planes sino después de conocer a ciencia cierta todas las cosas para evitar el peligro. Dejan en un lugar fuera de/421 la vista la tropa de caballos innecesarios junto con las monturas y los frenos, encomendados a unos guardias. Se pintan el rostro con varios colores para producir terror, de acuerdo a una costumbre heredada de los antiguos teutones y de otros pueblos de América.

Para aumentar la inquietud del enemigo y de ellos mismos se ponen en la cabeza una corona de plumas de avestruz, otros una galerilla de lana roja adornada con cuentas de vidrio, o reluciente por unos cuernos figurados y algunos una especie de ala de gran tamaño. Conocí a un abipón que cada vez que combatía se ponía como si fuera un casco, un horrible adorno, que consistía en la cabeza de un ciervo con sus cuernos. Algunos para pelear atan a sus narices un pico de tucán, largo como un palmo. Siempre advertí que los naturales tenían menos espíritu que solicitud para tomar las formas de provocar más terror. Muy intrépidos, con el rostro teñido, esperan los dardos del enemigo. Todos tienen la costumbre de montar semidesnudosy en pelo el caballo que cada uno tiene más probado, y en lugar de freno, colocan en la boca del animal una cuerda que hace sus veces. Eluden todo peso que podría quitar agilidad al caballo y para gozar de mayor libertad en el momento que tengan que atacar o evitar algún golpe.

Consideran que el momento más propicio para concretar el ataque proyectado es al amanecer o al atardecer, cuando la luz solar comienza a declinar siendo aun suficiente para distinguir las cosas a simple vista. Pues al ponerse el sol o al alba encuentran a muchos que sin duda morirían y a los que han sido vencidos por el sueño a causa de las fatigas de muchos días pasados fuera de sus chozas. Pero debido a las/422 numerosas muertes producidas al amanecer o al atardecer, los españoles muy cautelosos consideraban peligrosas esas horas del día y tomaron precauciones, obligando a los bárbaros a doblar la vigilancia. Cuando los abipones se dieron cuenta, de esta situación, los engañaron con nueva astucia; entonces consideraron que debían renunciar a su costumbre y con frecuencia atacaron al mediodía sin que se sospechara nada, cuando tenían esperanza de lograr la empresa de acuerdo a sus deseos.

A ejemplo de los abipones, también los mocobíes, los tobasy otros bárbaros los imitaron, de modo que más tarde no pasábamos en las colonias de los abipones ninguna hora del día libre de sus asechanzas. Sin embargo, en horas de la noche apenas se atreven a atacar, pues temen que en lugares oscuros se esconda alguien que los descubra. Les daba miedo entrar en mi cuarto, pues yo lo tenía a oscuras de noche, y: "¡Qué negra es tu casa!",¡Kemen nenegin Greërigi, o La naà nenekáuvági!, exclamaban atemorizados. A campo descubierto no temen las tinieblas cuando llevan a los caballos a pastar o descansan, u observan el campo o hacen cualquier otra cosa; Los ferocísimos bárbaros oackaklót que los españoles llaman lenguas y el pueblo guaycurúes, de costumbres totalmente opuestas a las de los demás, irrumpían y atacaban durante la noche en la mayoría de las ciudades. Enviaban por delante a algunos de los suyos con el fin de arrancar a escondidas las estacas clavadas en la tierra para seguridad del lugar, dejando libre la entrada al resto del malón; de este modo los habitantes entregados al sueño no les pondrían obstáculo para realizar su matanza. Este pueblo ecuestre provoca terror desde lejos. A causa de ellos, en nuestras colonias se vigiló durante innumerables noches.

Los arios, nación sumamente belicosa de la Germania,/423 solían pelear también de noche, tal como lo refiereTácito: Arii super vires, quibus ennumeratos paulo ante populos antecedunt, truces insitae feritati arte, actempore lenocinantur. Nigra scuta, tincta corpora, atra ad praelia noctes legunt, ipsaque formidine, atque umbra feralis exercitus terrorem inferunt, nullo hostium sustinente novum. acvelut infernum aspectum; Nam primi in omnibus proeliis oculi vincuntur (127). No siempre los abipones llevan a cabo la agresión del mismo modo. Si deben atacar una colonia de cristianos, se acercaban a escondidas, por caminos desconocidosy sin hacer el menor ruido. Varias filas de jinetes rodean todas los caminos para que no quede ningún lugar por donde puedan huir los habitantes. Unos cuantos de los que van a pie fuerzan las puertas para hacer entrar a sus compañeros. Y si consideran que esto es peligroso, incendian las casas arrojando desde lejos numerosas flechas en las que han fijado un algodón ardiendo o cualquier otro tipo de estopa; como los techos son de paja u otro material inflamable, las llamas envuelven a los moradores. Por temor al incendio éstos salen fuera de las casas, y son muertos con lanzas y dardos, menos los niños de ambos sexos a los que llevan cautivos. Los que por miedo a los bárbaros permanecen dentro de las chozas, son miserablemente quemados. Aunque parezca increíble las manos de los bárbaros que arrojan este tipo de flechas incendiarias resultan más peligrosas que el mismo fuego. En la fundación Santiago Sánchez, próxima a la ciudad de Corrientes, todos vimos incendiado el templo y reducido a cenizas por los bárbaros, en el cual estaba el sacerdote oficiando una Misa, en presencia de una india, sus hijos y varios varones (los demás estaban ausentes ocupados en las tareas rurales).

Recorriendo un camino conocí el lugar donde se produjo esta tragedia. Fuera de algunos vestigios de la ciudad destruida y de algunos árboles plantados por la mano del hombre, nada quedaba. Los habitantes de numerosas colonias de Tucumán y Asunción prefirieron que los bárbaros destruyeran e incendiaran sus chozas, y conservar sus vidas. Los abipones arrebataban todo lo que podían y mataban o/424 llevaban prisioneros a los habitantes. Destruían o arrojaban al río la mayoría de los objetos sustraídos cuyo uso desconocían, para no dejárselos a los cristianos. Omito, en esta oportunidad, una serie de memorables estragos con los que toda la provincia había sido devastada en años anteriores, y que serán narradas en otro momento.

Si alguna vez los ejércitos españoles atacan a los abipones, éstos se lanzan a la carrera contra ellos pero no formados en filas según la costumbre de los europeos, sino separados en varios grupos; bloquean al adversario unos por el frente, otros por la espalday por los costados al mismo tiempo, y extendiendo la lanza sobre la cabeza del caballo matan a cualquiera que se les ponga a su alcance. Lanzan el golpe, pero para no retirarse, se repliegan con la misma rapidez con que han atacado, y enseguida, repuestos sus ánimos, vuelven al ataque una y otra vez. Cada uno actúa siguiendo sus propios impulsos. Mueven sus caballos con rapidísimos giros e increíble habilidad. Los salvajes con asombrosa agilidad se deslizan a uno y otro lado del caballo, como un volatinero,y rápidamente se resguardan bajo el vientre del animal para que no los hieran. Con este ardid tan eficaz eluden las balas; de este modo cansan y engañan a los españoles. Condenan la formación de guerra del soldado europeo, y dicen que es cosa de locos permanecer quietos en un mismo lugar, ofreciendo su pecho como blanco a las balas. Aseguran a viva voz que la prueba más segura de su arte bélico está en esa ligereza para atacary replegarse. Quien los haya conocido bien, nunca descargará sus balas contra la volubilidad de los bárbaros, a menos que tenga la certeza de herir a alguno; pues después que hayan comprendido/425 que el estampido de los fusiles no provoca la muerte de ninguno de ellos, perdido el miedo a las armas de los europeos, se volverán aun más osados. Por un tiempo, mientras se los amenace con un fusil, lo mirarán con desconfianza y temor, más preocupados en salvarse que en dar muerte a los contrarios.

Los ejemplos de nuestro tiempo enseñan que la premura por disparar un fusil constituyó la ruina de muchos, en cambio la prudencia fue la salvación de los demás. Considero oportuno recordar algunos de esos casos. En territorio de Santiago del Estero los abipones, precipitándose de una abrupta roca que nunca habían pisado hombres ni caballos, invadieron repentinamente la ciudad de los españoles (que llaman las Barrancas),y sin ningún trabajo degollaron a sus habitantes que se hallaban durmiendo. Hilario, un oficial que pocos años después conocería íntimamente, despertado tanto por los gritos de los bárbaros como por los lamentos de los moribundos, salió a la puerta de su casa, y apuntó su arma directamente a los grupos enemigos. Ninguno se atrevió a amenazarlo. Pero con esta conminación de tiros sólo se salvo ély su pequeña hija, únicos sobrevivientes entre tantos vecinos muertos. El mismo me mostró cierta vez, en uno de mis viajes, el lugar donde sucedió el hecho. Otro español del campo de la ciudad de Corrientes, cuando vio a su casa mal defendida por estacas rodeadas por tropas de abipones, les opuso resistencia con un fusil (que no tenía pólvora), amenazando ya a éste, ya a aquél. Esto fue más que suficiente para frustrar el ataque que los bárbaros le tenían destinado.

Conocí a un militar llamado Gorosito, de gran mérito entre los soldados santiagueños. Usaba un fusil del que nunca se había disparado una bala. Cuando un compañero/426 le preguntó por qué no lo hacía componer, le dijo que así era suficiente,y que con solo mostrar a los bárbaros ese inútil fusil se aterrorizaban con su aspecto. Que él había intervenido en no pocas peleas impune y glorioso provistode ese inútil fusil. Después de escuchar sus palabras no necesité conocer la experiencia o el testimonio de otros: armados de un fusil, aunque nunca tuve que dispararlo, atemoricé durante siete años a las turbas de bárbaros que atacaban, para que no se atrevieran a acercarse al templo o a mi casa.

Por el contrario nosotros hemos comprobado cuán peligroso sería disparar precipitadamente los fusiles en Paracuaria, especialmente en una nueva colonia de indios que contaba con un número reducido de soldados para vigilar y defender las incursiones de los bárbaros en los límites de Tucumán. Un atardecer los rebeldes mataguayos invadieron esta aldea con todo tipo de proyectiles. Ante el repentino ruido, los soldados opusieron resistencia a las tropas de bárbaros con cuantas armas de fuego tuvieron a su alcance, pero lo único que lograron fue agravar la situación. Pues éstos, sin darle tiempo a ordenar sus fusiles, incendiaron las casas disparando flechas con estopa ardiente; y allí mismo mataron con lanzas en gancho a los soldados que huían hacia el campo. Dos sacerdotes nuestros que se ocupaban allí del ministerio sagrado, Francisco Ugalde Cantaber y Romano Harto Navarro, ambos de edad madura y que habían sido compañeros míos en Córdoba, cuando estaban deliberando sobre la salvación de los soldados moribundos y de ellos mismos, sintieron el furor de los bárbaros dentro de los límites de su propia/427 casa. El primero, herido mortalmente por las flechasy sepultado en las ruinas ardientes del sagrado recinto, desapareció completamente entre sus cenizas; sólo se recuperó un hueso de su cuerpo que fue sepultado en un templo de otro lugar. Todos pensaron que estaría junto a Dios, pues habían sido testigos de su eximia religiosidad e integridad de costumbres. Su vida fue editada en Madrid y traducida al latín en Viena.

El Padre Romano Harto, compañero del primero (que viajó conmigo a Paracuaria en la misma nave portuguesa) fue herido por dos flechas que se le clavaron en el costado; se salvó arrastrándose al resguardo de la noche desde su casa hasta la selva cercana eludiendo la muerte y la vista de los bárbaros. Bañado en sangre, acuciado por el dolor de las heridasy por una tremenda sed, pasó la noche a la intemperie en medio de una horrible tempestad, seguida de lluviay truenos. No hubo ningún mortal que le prestara ayuda. Al amanecer arrastrándose por el campo, encontró un soldado que el día anterior había huido a caballo,y lo consideró como un favor especial que le enviaba el cielo; ayudado por este soldado logró trasladarse hasta el lugar donde estaban los españoles y allí fue curado. ¿Cuál había sido la causa de tanta muerte y el origen de tan gran tragedia?, sin duda el apresuramiento intempestivo de unos pocos soldados en descargar sus fusiles. Su inútil estrépito hirió sólo el aire y acrecentó el ánimo a los indios que, depuesto el temor, irrumpieron con mayor audacia y sin dar tiempo a los españoles para preparar los fusiles./428

Después se decía que a la mayoría les faltaba pólvora, cuando todos estaban consternados por el inesperado ataque de los bárbaros, el incendio de las casas y el increíble espectáculo de tanta muerte. Es necesario reprimir rápido pero prudentemente el ataque de los bárbaros. Deben usarse de inmediato las armas, pero reservando siempre algunas que puedan servir para defenderse en los casos de súbita guerra. Los indios cuando tienen ocasión matan sin ningún trabajo,y oprimen tanto a los indefensos como a los que llevan armas. Por esto, si treinta soldados organizan la defensa de un lugar con catapulta, conviene que se dividan en tres grupos y que descarguen sobre el enemigo diez de sus proyectiles, que carguen otras diez y que reserven las restantes. De este modo, si unos se cansan de arrojar los proyectiles, siempre habrá tiempo de que los otros puedan llenar sus catapultas y nunca faltará a los indios motivo para temer.

Si hubieran tomado esto como ejemplo hubieran comprobado que treinta armas ponen en fuga a trescientos americanos. Porque si trescientos tiradores disparan sus armas todos al mismo tiempo sin dar muerte a ninguno de sus enemigos, serán vencidos por treinta bárbaros. Pues los abipones, como la mayoría de los americanos, en cuanto ven a uno de sus compañeros muertos, huirán por donde puedan. Toda la extensión de la provincia les resulta insuficiente para escapar. Arroja tus balas sobre una bandada de aves que esté posada en un árbol; si logras matar dos o tres será suficiente; las demás volarán. Del mismo modo, con uno u otro bárbaro que muera, todos los demás aterrorizados se dispersarían en el momento. Cuidan más su vida que su victoria. ¿Por qué su/429 presencia despierta temor en los demás? Lo diré.

 

CAPÍTULO XL

DE QUE MODO LOS ABIPONES SE HACEN TEMIBLES,

Y CUANDO EN VERDAD HABRIA QUE TEMERLOS

 

Como los salvajes son cobardes por naturaleza, se hacen temibles empleando diversas artes. Estos bárbaros se esfuerzan en suplir la innata magnanimidad de otros con el estrépito de las bocinas, la astucia de sus insidias, la increíble rapidez de sus movimientos, aterrorizando con sus rostros pintados o sus cabezas adornadas con plumas de diversos colores. Los abipones, como a menudo he recordado, acostumbran a utilizar estas artimañas tanto cuando atacan como cuando son atacados, que no son nada más que instrumentos para atemorizar a los enemigos pero que yo las he interpretado como una muestra de su atávico temor hacia sus adversarios. Distinguen sus cabezas con plumas de diferentes aves colocadas a manera de una cresta o una corona cuando van a la guerra, como si fueran a unas nupcias segurísimos de la victoria; pues piensan que el enemigo al ver tanta osadía depondrá su ánimo. Esta costumbre de adornar la cabeza con plumas es tan antigua como común a casi todo los pueblos.

Vemos por todas partes la punta de los cascos con plumas de varios colores a manera de penacho. De ahí lo que Virgilio escribe en la Eneida, 12, 1: Tum Galeam Messapi habilem, cristisque decoram induit, (128). Y de otro poeta:Galeam quassabant rubra minitantem vulnera Crista (129). Los cimbriosy teutones además de las plumas de aves agregaron en la punta de sus cascos fauces de animales salvajes para/430 presentar un aspecto más terrible en el ataque. Con este fin los parabolarios europeos, flor de la infantería, usan una horrible toca de piel de oso; también los jinetes suelen llevar un gran sombrero con un manojo de plumas. Si creemos al historiador Jovio:Cassanus Bassa (que el jefe de 15.000 turcos que devastó el Austria Superior) erat inter omnes insigni crista conspicuus, Fuit ea ab aurea vagina in fronte exsurgens ala vulturis, quae u ab omnibus nosceretur etc. (130). Otros historiadores no la llamanCassan sinoHassan Bassa.

Cuando los abipones se preparan para luchar colorean con ciertas sustancias las plumas con que se adornan. Pintan sus rostros tanto de blanco como de rojo, pero en especial de negro. Para esto usan hollín que obtienen raspando las ollas y marmitas. Cuando recorren caminos donde no hay hollín, prenden fuego y usan el humo y carbón picado para teñirse. Del fruto del árbol que los guaraníes llaman urucuy obtienen una sustancia de color rojo, también apta para teñir la lana. Si no tuvieran materia para teñirse en casos imprevistos, se pinchan la lengua con una espina, y con la sangre que mana en abundancia, se pintan el rostro. No todos se pintan de igual manera. Unos lo hacen sólo en la frente, otros en la mandíbula. Hay quienes se surcan todo el rostro en forma de espiral. Algunos marcan los ojos con un doble círculo u obscurecen sus rostros. Los considerarías larvas estigias y salidos de la escuela de Plutón. Yo, pese al trato diario, no los reconocía cuando se pintaban con tanta variedad de colores para repeler el enemigo que se acercaba a la ciudad. Esta costumbre fue familiar a los demás pueblos de Paracuaria, sobre todo a los ecuestres, como a los antiguos germanos; tal como se desprende de las palabras/431 de Tácito que ya citara en el capítulo anterior, cuando dice:Arios noctu praeliari, nigris scutis uti corpora sua coloribus tingere, ipsaque formidine atque umbra feralis exercituscitus rrorem inferre, nullo hostium sustinente novum, acvelut infernalem espectum. Nam primi in omnibus proeliis oculi vincuntur (131).

No sólo a los ojos de los enemigos se hacen temibles los abipones, sino también a sus oídos. Se preparan para lucha con clarines, cornetas, cuernos y bocinas tan distintas en el sonido como en la formay material. Braman los de cuerno, suenan las de madera o de hueso preparadas con tibias de grandes aves o de animales cuadrúpedosy silban agudamente.

Las cañas producen un absurdo ruido. Aturden no sólo los oídos de los guerreros y se propaga a los lejos con un fragor horrible; para ello fijan una caña a la cola de un animal (que los españoles llamanarmadillo, los guaraníestatú, los abiponesYauí Yeuíklaip o Katoiraik y el pueblo de ParacuiriaKirikintschú). Me faltan palabras para explicar la fabricación de cada uno de estos instrumentos, así como su uso. Lo cierto es que en un ataque se contarán tantos trompetistas como soldados abipones haya.

A estas horribles trompetas unen el lamento bárbaro que supieron producir acercando y retirando rápidamente la mano de los labios. Quizás semejante a aquél que Tácito recuerda al referirse a los combatientes germanos:Affectatur praecipue asperitas soni et fractum murmur objectis ad os scutis, quo plenior, et gravior vox repercussu intumescat (132). Escucha también a Amiano Marcelino en el libro 16:Cornuti, et Braccati usupraeliorum diuturno firmati eos jam gestu terrentes barritum civere vel maximum; qui clamor ipso fervore certaminum a tenui susurro exoriens, paulatimque adolescens extollitur ritu fluctuum cautibus illisorum (133). Ambos autores, se refieren a ese lamento militar que los abipones emitían al golpearse reiteradamente la boca. A casi todos los pueblos les/432 fue común hacer un vocerío en el fragor de la lucha. Polibio en el libro 15, atestigua:Romanos more patrio in praelio simul vociferari, et gladiie ad scuta allisis strepitum edere (134). Y César, en De Bello Gallico, 7, está de acuerdo con el:Hostes committunt proelium utrinque clamore sublato (135). Aun hoy los turcos repiten estos desordenados clamores deAllaba Schikir, que significa: alaba a Dios, cada vez que hacen una incursión o ataque atemorizando a un soldado novato, pero no a un veterano que confía en el arte militar y en su experiencia.

Los abipones, irrumpiendo en turba, acostumbran a exclamar a viva voz:¡Laharàlk, Laharàlk!, vamos, vamos; los guaraníes exhortando a la matanza:¡Yehà, yaha!, y los mocobíes: ¡Zokolák, Zokolák!; los españoles:¡Vamos o vámonos!; todos repiten lo mismo con distintas palabras cuando van a agredir al enemigo. Los franceses pronuncian a plena voz una y otra vez ¡Allonz! Cuantas veces los abipones luchan para defenderse tanto como cuando atacan, miran en todas direcciones y con voz crispada y ronca como amenazante, pronuncian un: Hò-Hò-Hò, con lo que pretenden provocar al enemigo y despertar en sí mismos la ira. Sin duda, en los campamentos europeos se emplea el ruido de cornetas y trompetas y el boato de tímpanos tanto para animar y dirigir al ejército como para atemorizar al enemigo. Sin embargo nadie se atreverá a negar que tanto en otro tiempo como ahora se han ganado más victorias con silencio que con estrépito. Ojalá los españoles paracuarios tomaran la costumbre de empezar el asalto vociferando. El español Francisco Barreda, nacido en la provincia de Andalucía, vicario del gobernador real de Tucumán durante treinta años en el territorio de Santiago, varón esclarecido por sus méritos, frecuentemente/433 se quejaba afirmando que nunca había conseguido que sus soldados detuvieran con sus gritos a los grupos de bárbaros que los invadían,y callados amenazaran con asechanzas para que no pudieran huir o ser reprimidos con las armas cuando estaban desprevenidos

Un guerrero prudente soporta tranquilamente y desprecia el ruido hostil que precede o acompaña a la pelea, sabiendo perfectamente que el ruido de trompetas y tímpanos, aunque horrífico, puede herir los oídos pero no los cuerpos. Lo que se debe lamentar es que los terribles abipones, y sus desordenados voceríos produzcan tanto temor a los bárbaros como en las colonias de Paracuaria. Con frecuencia estos gritos no sólo lastimaban los oídos de los enemigos sino también turbaban sus espíritus de tal forma que, ya impotentes, no pensaban en los modos de defensa con que podrían repeler la fuerza con la fuerza, sino que sólo esperaban angustiados la oportunidad de fugarse o buscar un lugar seguro. Por este motivo velan a veces por su vida, no así por su fama y seguridad. Pues los bárbaros en pocos días se hacen tanto más osados cuanto más son temidosy más se huye de ellos. Cuántas veces en las mismas ciudades cundió el temor cuando corría un rumor, y a veces vano, de que los abipones, truculentos con el rostro ennegrecido, vociferando con el estrépito de sus cuernos, blandiendo en la mano derecha inmensas lanzas, cargados de flechas, anhelando la muerte, amenazaban cautividad y muerte con despiadada mirada. Hubieras visto cómo las personas formaban grupos lamentándose de su próxima muerte en manos del enemigo que los mataría y al que no se había visto ni de lejos. No sólo débiles mujeres, sino hombres distinguidos por títulos militares se dirigían al templo de piedray a los escondites más/434 recónditos; si hubiesen hecho frente al enemigo, el pánico que los dominaba se hubiera convertido en risa, dispersándose los bárbaros sin gran trabajo. A veces la sola fama de la proximidad de los bárbaros, fue el origen del terror público.

Hace pocos años en la ciudad de Buenos Aires se propagó un domingo a medio día la noticia de que un grupo de bárbaros australes, que allí llaman serranos o aucás o pampas, había entrado en la ciudad, aunque no se bien en que calle. Surgió a raíz de este falso rumor un terror colectivo que se apoderó de todos,y la mayoría recorrían las calles como enloquecidos, obsesionados por el miedo, llenando todos los lugares con sombríos lamentos. Jurarías que la matanza de los bárbaros ya había caído sobre sus cabezas. Algunos apurados por llegar a lugares más seguros, arrojaron en la violenta corrida los cabellos, sombrerosy mantos. Entonces fueron enviados unos soldados de la defensa para que inspeccionaran toda la ciudad, e informaron que no existía ni la sombra ni el menor vestigio de los bárbaros. Ante esta noticia volvió la serenidad a los conturbados habitantes,y no hubo ni uno que no se avergonzaray arrepintiera del infundado temor. Espectáculos de este tipo, a causa de bárbaros que deambulaban impunemente por la provincia, fueron cotidianos y frecuentes en las ciudades de Santa Fe, Córdoba, Asunción, Salta, etc. Pues el temeroso vulgo toma como cierto cualquier incierto rumor que se propague,y donde haya más seguridad sospecha peligro.

Aunque provoque risa, es digno de recordar entre otros casos lo que sucedió en una pequeña ciudad correntina. Al atardecer se divulgó la noticia de que un grupo de abipones había entrado en la calle llamada de las rosas, y que ya estaban haciendo una matanza. Sin demora la mayoría acudía de todas partes a nuestro templo, más seguro por tener muros de piedra. El mismo jefe militar (conocí su nombre y el de sus hijos), ya anciano, se mezcló a la turba de viejas/435 que llorabany rogaban allí por su salvación. "Aquí", decía, "en el templo, en presencia de Jesucristo, deberemos morir". Indignado por estas palabras de un soldado, por cierto nada militares, el Presbítero secular que llegó en esa oportunidad, hombre de edad madura y valiente, respondió: "Juro por Cristo que no debemos morir. Debemos buscar y dar muerte a los enemigos". Dicho esto, más rápido que un rayo, montó un caballo que encontró al paso y armado con un fusil recorrió la zona de la ciudad donde se decía que los abipones ya habían desencadenado la lucha. Pero, ¡Ah! allí encontró a todos los habitantes tranquilos, quietos, profundamente dormidos, sin soñar siquiera con abipones; enseguida la comunidad descubrió la falsedad del rumor que aterrorizara a los demás quienes todavía permanecían resguardados en el templo. Ves qué gran temor tienen los paracuarios no solo al aspecto y presencia de los abipones, sino hasta a su fama, aunque sea divulgada por autores anónimos.

Dos cosas que conozco por larga experiencia deseo con vehemencia dejar profundamente impresa en el ánimo de todos; nunca los indios deben ser menos temidos que cuando se presentan con gran estrépito. Pues ese horrífico instrumento que hacen sonar los bárbaros cuando asaltan, demuestra su timidez. Desconfiando de su valor, fuerzas y armas, piensan que las tinturas de sus rostros, las plumas de aves, las bocinas, el vocerío y otros medios de terror que ellos agregan, resultan una eficaz ayuda para obtener la victoria. En verdad, alguien medianamente animoso y armadoa la ligera desdeña todos estos medios, e intrépido detiene la fútil sombra. Esto es lo primero. En cambio cuando los indios aparentan tranquilidad es cuando más temor hay que tenerles; esto es lo otro que afirmo y enseño. Cuando se esconden,/436 cuando callan sin dar ningún indicio de sí no es buen indicio, como la calma en el océano es presagio de tormenta, suele ser anuncio de próxima agresión. En breve estarán allí y sorprenderán al enemigo seguros de sí mismos. Traerán consigo la muerte, cuyos ministros son. Se presentarán cuando menos se los espere. De modo que siempre son más sospechosos los lugares y momentos que parezcan libres de todo peligro.

En plena lucha los abipones se diseminan formando grupos para que los españoles no los persigan; con esta táctica atacaban al enemigo sin trabas, lo que no hubieran podido hacer permaneciendo todos juntos. No es raro que los que se creían victoriosos sucumbieren vencidos por los fugitivos. Vegetio en el libro 3, Capítulo 22, da la razón de esto; Quiaadversus fugientes maior audacia, et minor cura est. Necessario autem amplior securitas gravius habere solet discrimen (136). Hay que perseguir con gran cautela los rastros de los abipones que huyen. Porque aunque hayan vuelto la espalda, rápidamente dan la frente y arrojan sus lanzas a los que los perseguían, como lo hacían los partos, de quienes Justino en el libro 41 afirma:Cominus in acie praeliari nesciunt, obsessasque expugnare urbes. Pugnant aut percurrentibus equis, aut terga dantibus. Saepe etiam, fugam simulant, ut incautiores adversus sua vulnera insequente habeant. Nec pugnare diu possunt. Caeterum intolerandi foren, si quantus his impetus est, vis tanta et perseverantia esset. Plerumque in ipso ardore certaminis praelia deferunt, acpaulo post pugnam ex fuga repetunt, et cum maxime vicisse te putes, tunc tibi discrimen subeundum sit. (137). Justino al escribir sobre los partos, formó una imagen perfecta de los abipones cuando luchan; que en verdad son más peligrosos para los españoles cuando huyen que cuando atacan. Huyen a lagunas, selvas, a recodos de caminos, a montes, rocas o matorrales; lugares todos que atraviesan con gran pericia a nado o cabalgando y donde/437 los españoles, al perseguirlos, impedidos por sus ropas y sacos, desprovistos de caballos idóneos, deben luchar con el agua, el cieno y otras asperezas del camino; así los naturales los matan con sus lanzas sin ningún trabajo, ya que se dividen en grupos. No es raro que para evitar cualquier ardid, después de producido el estrago, de devastadas las casas y muertos sus moradores, los abipones finjan una retirada como si apresuraran la huida. Cuando todos creerían que se han alejado muchas leguas, repiten el asalto y sorprenden a los sobrevivientes españoles que se veían ya libres de peligro, y matan a cuantos pueden. De donde es muy cierto aquello de que: nunca deben ser más temidos los bárbaros que cuando parecen temer. Afirmo lo expresado basándome en mi propia experiencia y en la ajena.

Pocos abipones son capaces de despertar temor a numerosos españoles si éstos los ponen en dificultades, acosándolos por todas partes, sin ninguna posibilidad de huida. Entonces se atreven a cualquier cosa antes de que los maten. Toman las armas y su temor a la muerte se convierte en furia, su sangre en bilis. El mismo miedo da ánimo y sagacidad. No supieron afrontar la muerte sin gloria ni sin destruir a otros. Vegetio lo expresa con exactitud en el libro 3, capítulo 22: Clausis ex desperatione crescit audacia, et cum spei nihil es, sumit arma formido (138). Tengo a mano muchas experiencias para comprobar esto, pero es suficiente recordar tres. Un abipón, al que su esposa allí presente le proporcionaba flechas y, cuando éstas se le acabaron, palos que encontraba, cercado por una rueda de soldados de Santiago, dio tanto trabajo él solo a sus enemigos que no murió sino después de haber recibidoy ocasionado muchas heridas a sus contrarios permaneciendo en el mismo lugar; con su actitud/438 demostró a los mismos españoles que habían sido heridos, en modo admirable, la constancia de los bárbaros. Nachiralarin esparció hasta las más recónditas colonias de Paracuaria el terror de su nombre; jefe de los abipones Yaukanigras, se distinguió más por las matanzas de españoles que por su estirpe. El vulgo llamaba a sus seguidores o compañeros:Los sarcos (debieron decir con más exactitud:Los garzos) por el color garzo o verdoso de sus ojos. Acompañado Nachiralarin por un grupo de éstos, perturbó durante muchos años los campos cordobeses, santafesinos, correntinos y paracuarios con sus muertes y latrocinios, hasta que finalmente sorprendido a orillas delTebyquary por cerca de doscientos soldados de la ciudad de Asunción, lo mataron. Encerrado en las selvas con catorce compañeros, asediado por las tropas españolas, opuso tanta resistencia que sólo después de varias horas terminó la lucha. Pero no pudo impedir que algunos de sus compañeros se dieran a la fuga. Yo había oído celebrar a diario esta victoria por los que tomaron parte en ella con magníficas palabras, aunque nunca sin náuseas. Hubieras dicho que ellos hablaban de las cruentas luchas del lago Trasimento, o de las Horcas Caudinas, o de Höchstadium o de Nordlingam. Fulgencio de Yegros, jefe de las fuerzas, logró con aquella fausta expedición una increíble celebridad, y fue felicitado con los más altos honores por el ejército y por la prefectura de la misma provincia. Agrega a estos hechos este otro: una veintena de abipones salvajes, cuando eran atacados en pleno campo a causa de los latrocinios que cometían, por unos mocobíes cristianos y unos abipones entonces catecúmenos prefirieron perder la vida en el ataque antes que abandonar el lugar. Es increíble con cuánta obstinación unos pocos lucharon contra muchos. Una vez muertos, sus cuerpos quedaron en el mismo lugar que habían ocupado al iniciarse la pelea. ¡Qué importante es el nombre de/439 Ychamenraikin entre los abipones! Jefe de todo el grupo, fue herido por una flecha en cuanto comenzó el combate y con su muerte impidió la victoria de los suyos. Cuando no tienen posibilidad de salvarse no quieren morir sin antes vengarse, furiosos en su desesperación. Ardiendo en deseos de venganza se convierten de tímidos en audaces. Así ofrecerán al enemigo su vida, después de haber perdido la esperanza de conservarla, pero pagada con el precio de muchas muertes. También los tigres, cuando se les impide huir se vuelven más atroces. Sabiamente aconsejó Escipión: debe concederse al enemigo el camino de la fuga. Con esta advertencia la mayoría de los españoles paracuarios tomaron esa costumbre y a menudo concedían a los bárbaros la libertad para huir con más facilidad de la conveniente, provocando la indignación de sus jefes militares. Francisco Barreda, que poco antes ponderara, tuvo esa experiencia en numerosas expediciones contra los bárbaros mocobíesy abipones de las que él fue jefe. Estos captan con sagacidad el lugar oportuno para reunirse. Eligen un lugar que esté resguardado por detrás por una selva vecina y por delante con un lago, un río o una laguna; y a los costados algún campo donde puedan pastar los caballos. De ese modo cuantas veces iban a ser atacados por un grupo de abipones, él ordenaba a los suyos (me lo dijo Barreda) que protegieran la parte que daba a la selva para que los bárbaros de acuerdo a su costumbre no lograran perturbar su seguridad. Pero se quejaba de que los soldados, a sabiendas, nunca se sometían a su mandato; y sin posibilidad de huir, la lucha se tornaría sumamente peligrosa con este tipo de enemigos, y la victoria absolutamente dudosa.

 

CAPÍTULO XLI

ALGUNOS SOLDADOS ESPAÑOLES VENDRIAN DE NOMBRE A PARACUARIA

 

Cada vez que menciono a soldados paracuarios no olvides/440 que me refiero a aquellos soldados que conocían la disciplina militar. Estos, sean de infantería o caballería, tienen sus cuarteles sólo a orillas del Río de la Plata, como defensa de las ciudades de Buenos Aires y Montevideo. A algunos de caballería se los enviaba de recorrida por los alrededores para alejary refrenar a los bárbaros australes. Los de infantería se encargaban de las naves para impedir el tráfico clandestino de mercaderías cuya venta estaba prohibida en el Río de la Plata.

En las restantes colonias de la extensa Paracuaria los mismos colonos hacían las veces de soldados cuando era necesario detener las incursiones hostiles de los bárbaros. Las otras ciudades de cada uno de los territorios contaba con grupos de soldados armadosy oficiales dirigidos, cada uno, por un maestro de Campo y un Sargento Mayor. El superior de todos ellos era el vicario del gobernador, que actuaba al mismo tiempo como Juez Supremo, lo que los españoles expresan con estas palabras: Theniente de Governador, justicie mayor y Capitán aguerra. Hay además en alguna ciudad un grupo que llaman Lacompañía de los Capitanes reformados. Estos deben acompañar al vicario del gobernador cuando/441 hay alguna expedición y se los considera como guardia personal. La mayoría son sólo honorarios porque nunca cumplieron las tareas de soldados. Compraron este título para eximirse de las cargas militares; pues sólo deben salir cuando el vicario del gobernador parte para la guerra. Cualquiera de los otros deben participar en sus expediciones guerreras, o ponerse a las órdenes del gobernador real o de quien lo reemplace. El rey no les da paga ni ropa. Cada uno combate provisto de sus armas, caballos y provisiones, siempre y cuando lo admitan sus jefes.

En cualquier época, en cada provincia, existieron excelentes soldados que poseían grandes dotes militares, destacándose como violentos luchadores. Quien haya recorrido las historias del viejo y del nuevo mundo, no puede ignorar las grandes hazañas cometidas por éstos. Ninguna aritmética parece apta para enumerar los héroes españoles, ninguna retórica para celebrarlos. Muy ingeniosos, valientes, habilidosos para los trabajos de la guerra, intrépidos en los peligros de tierray de mar, muy sufridos para soportar cualquier clima o calamidad. Inflexibles por la magnanimidad de su espíritu, en cualquier lugar de la tierra realizaron aquellas cosas que parecen superar la esperanza de sus mayores, la fe de la posteridady las fuerzas de la humanidad. Y no exagero al alabar en esta forma a los españoles o sus méritos; son tantosy tan grandes que me doleré de no poder nunca igualarlos con mis palabras. Las victorias obtenidas sobre pueblos muy combativos, las provincias sometidas por la guerra, la rica e inmensa porción de América sometida al yugo de España son testimonios, monumentos y, para decirlo en una palabra, los trofeos más espléndidos de su bravura. Por ello los pueblos vecinos nunca pudieron rehusarse o escapar. Sería injusto con la gloria de la más nobley floreciente nación militar quien sintiera de otro modo. He vivido durante dos decenios y el que corre entre los españoles que habitaron América. Cada año he admirado su valentía y sagacidad./442 Creo conveniente aclarar algunos puntos sobre este tema.

¿Quién ignora que no todos los que en Paracuaria se jactan de su origen español y se vanaglorian con el nombre de españoles, son por eso mismo españoles? Entre la gran confusión de distintos pueblos, mezcla de individuos negros, moros, indios y de la madre España, nacidos de la unión de unos y otros y por lo tanto descendientes de todas esas sangres, abusan del nombre de españoles; pero siendo tan ajenos a la valentía española, demuestran que pertenecen a otra raza de hombres.

El color amarillento o moreno de la piel, el mentón imberbe, los cabellos más negros que un caldero, constituyen el argumento más seguro de su origen africano o americano. Los españoles europeos enojados con los que nacieron en Paracuaria, suelen decir con desprecio. O es del Ynga o del Mandinga: nació de progenitores indios o africanos; pues Ynga se llamaba un rey peruano; y Mandinga es una provincia de Nigeria, en Africa, del otro lado del río Niger. Son innumerables los que afirman, a viva voz, ser españoles genuinos; pero si perforaras todas sus venas y las vaciaras, no encontrarías en todo su cuerpo ni una sola gota de sangre española. Para comprender con mayor claridad a los historiadores de América, sería bueno anotar aquí los distintos nombres que recibieron los hijos nacidos de la unión de padres de razas distintas. Los nacidos en América de ambos padres europeos se llaman criollos. Los que llegaron de las distintas provincias de Africa, sobre todo de Angola, del Congo, Loango, Mandinga, Madagascar o la isla de San Lorenzo, de las islas llamadas en otro tiempo las Hespérides y ahora del Cabo Verde, y de otros lugares para servir/443 como esclavos y nacidos luego en América, san llamados por españoles y portuguesesLos negros, por el color de su piel. Los alemanes los llamamos Mauros (die Mohren). No todos los moros nacidos en Barbaria o en la Mauritania Tingitana tienen el rostro negro, ni todos tienen el cabello rizado como lana. Los nacidos en la ciudadalgiriense (antiguamente Julia Césarea o Rusconia) tenían el rostro blanco y algunos parecen nacidos en Inglaterra. Esto lo aprendí de tres sacerdotes carmelitas alemanes cautivos en Portugal. Aunque a los algirienses que viven en el campo se les oscurece bastante la piel por efecto del ardiente sol, sin embargo ninguno de ellos, como la mayoría de los demás negros de Africa, se distinguen por las narices chatas y respingadas, por los cabellos motudos o por los labios anchos.

Nosotros hemos conocido en el mes de febrero de 1748, durante el crudo invierno de la vecina Italia, el ardiente clima algiriense, cuando la nave debió detenerse por la calma y permanecer un día entero allí. En general no usamos correctamente el vocablo etíope cuando designamos a cualquier africano de color negro; éste sólo designa a los habitantes de Etiopía; pues aunque los etíopes sean negros, no todos los negros son etíopes sino nacidos en distintas regiones de Africa. Yo también pensaba antes que debía usarse ese mismo vocablo para nombrar a todos los negros, y no me detendré a averiguar de dónde proviene esa costumbre.

Entre los indios, todos los europeos reciben el nombre de españoles. Llaman indios a los nacidos de padres indios. Cuando los individuos de estos diversos pueblos europeos, indios y africanos se mezclan, las clases de sangre se cruzan. Así:/444

Los nacidos de un europeo y una india, se llaman Mestizos.

Los nacidos de un europeo y una mestiza, se llaman Cuarterones.

Los nacidos de un europeo y una cuarterona, se llaman Ochavones.

Los nacidos de un europeo y una ochavona, se llaman Puchueles.

Los nacidos de un indio y una puchuela, se llaman tanto españoles como europeos.

Los nacidos de un europeoy una negra, se llaman Mulatos.

Los nacidos de un europeo y una mulata, se llaman Cuarterones.

Los nacidos de un cuarteróny una europea, se llaman Saltatrás.

Los nacidos de un mulatoy una india, se llaman Calpan mulatos.

Los nacidos de un calpán mulato y una india, se llaman Chinos.

Los nacidos de cualquier hombre de sangre india y negra, suelen llamarse zambos o zambaigos.

Los hijos de europeos e india o mulata nacen a veces de color blanco, más blancos que los europeos; de donde tiene aplicación la advertencia de Virgilio:Nimium ne crede colori (139). ¡Oh Dios! ¡Qué tremenda mezcla de razas que discrepan entre sí por su genio, carácter, color, forma, costumbres, lengua y religión! ¡Cuán distintosy absurdos son sus nombres! Pero nada impediría nombrar a todas estos, mezcla de distintas naciones, con el solo nombre de híbridos. Así Suetonio, en su "Vida de Augusto", llamó híbrido a un cierto Epicardo porque fue engendrado por padre partoy madre romana.

Y confluyen a Paracuaria tropas militares de todo tipo de hombres. La mayoría de ellos se enorgullecen del/445 nombre de españoles, pero están tan lejos de España como de la intrépida acometividad de los españoles; ¿qué hay de admirable si estos soldados pacíficos e imberbes, hijos adoptivos de Belona, a diario sean degollados por los feroces bárbaros como chiquillos? Y en verdad son dignos de indulgencia, cuando no sea de compasión. Pues antes de que sean capaces de manejar las armas, se les exige destreza en ellas. Desconocen totalmente la natación y equitación, comunes a casi todos los pueblos americanos de Paracuaria, las leyes de la guerray la disciplina militar. Los soldados cordobeses no tienen el hábito de nadar. La mayoría cuando van a territorio indio llevan estacas nudosasy rústicas que encuentran en las selvas a modo de lanzas, con las que se ven tan armados como Hércules o Marte, si logran fijarles un puñal o restos de algún cuchillo roto o puntas de hierro. Nosotros hemos visto a diario, no sin vergüenza, cómo estos improvisados y mal enmascarados guerreros provocaban la risa a los abipones, a, los que habían venido para atemorizar. Sólo tienen fusiles los más ricos porque se venden a altos precios y a menudo no se ponen en venta. En la ciudad de Buenos Aires presencié la venta de unos fusiles recién llegados de España por veinticinco escudos españoles o por cincuenta florines alemanes. En las colonias más apartadas del emporio de Buenos Aires aumenta mucho más su precio, así como el de las demás mercaderías. Supe por los mismos vendedores que en las ciudades de Santiago, Asunción o Corrientes habían vendido unos fusiles, no muy buenos, por cuarenta y hasta sesenta escudos. Y si se estropeara alguna parte del fusil, raramente se encontrará quien lo repare. De modo que los fusiles que no pocos soldados usan son tales que con/446 más rapidez sacarán de ellos agua que una bala. Trabajan con fusiles estropeados. Pues en los largos caminos los arrojan contra troncos o rocas, se mojan o se estropean de otro modo. Siempre están expuestos a la intemperie, pues los soldados los dejan bajo la lluvia o los llevan cuando andan por lagunas, selvas o ásperas rocas. Añade a esto que es muy frecuente que les falten o estén en mal estado los distintos elementos necesarios para la carga y descarga de los fusiles. Aunque tuvieran todas las partes del fusil en perfecto estado y sin fallas, son más lentos que los que arrojan diez piedras encendidas o diez hierros. Paracuaria posee en abundancia sílices de varios colores muy útiles para emplearlos en los fusiles. Los negros y rojizos producen más chispas que los europeos. Pero nunca encontrarás allí un hombre que haya sacado correctamente fuego de estas piedras y sea capaz de usar el fusil. Así la rica naturaleza de Paracuaria es desaprovechada por el hombre, quien a veces no posee los elementos. que necesita, porque no tiene en cuenta el arte y la técnica.

En varias colonias unos soldados inquietos ante el rumor de que el enemigo se acercaba llegaron en grupos a nuestras casas, pidiéndonos con grandes ruegos esas piedras que producían fuego, tan raras y preciosas también para nosotros. Tuve durante un mes como compañero de camino a un oficial. Cada vez que acampábamos, ya sea para merendar o para pernoctar, se ocupaba en ligar su fusil con tiras de cuero, con las que reemplazaba a las garruchas, apoyo de los clavos, tal vez perdidas.

En nuestro tiempo, cuando numerosos soldados eran agredidos por un malón de indios como amenazantes rayos,/447 tal vez porque sus deterioradas armas no producían fuego o porque la pólvora húmeda lo impedía, apenas unos pocos podían disparar sus fusiles, de modo que todos fueron heridos por los bárbaros y muchos murieron bajo sus lanzas. Llenaría hojas con conocidas historias de este tipo y que nosotros deploramos. Recordaré las dos más recientes.

En los territorios de Santiago vivía un grupo de abipones. Fueron enviados unos trescientos soldados para que observaran sus movimientos; pero al amanecer fueron atacados sorpresivamente por unos bárbaros que los asesinaron miserablemente. Habían pasado la noche a la intemperie. Con fusiles mal cuidados y la humedad del rocío se estropeó la pólvora, y ni el mismo Vesubio los hubiera hecho funcionar. Este fue el origen de la muerte de los soldados provocada por unos veinte jóvenes abipones.

Unos doscientos soldados de la ciudad de Asunción, dirigidos por Fulgencio de Yegros, habían atacado a un grupo de bravíos tobas. Me quedé asombrado cuando oí que los jefes de esta expedición volvían a la ciudad de Rosario, unos lamentándose y otros vanagloriándose en chanza en la plaza pública, porque en pleno ataque de los bárbaros vieron que sus fusiles resultaban totalmente inútiles, pues estaban tapados y húmedos. Pasaron la mayor parte de la noche en la selva, bajo los árboles o montados en sus caballos mojándose con el rocío; de modo que al amanecer no pudieron atacar el campamento enemigo. Sobre esta expedición expondré en otro momento. De los estragos que los abipones ocasionaron en la provincia, a los que luego me referiré en orden, se deduce lo siguiente: hacían falta tanto armas como soldados que supieran manejarlas.

Nosotros hemos conocidoy a la vez admirado cómo estos tumultuosos e improvisados guerreros de Paracuaria, de ningún modo se han habituado a conservar o a manejar las armas. Hemos comprendido las consecuencias que ocasiona transformar en soldados a nuestros campesinos. ¡Más les/448 valdría dedicarse toda su vida a otras artes u oficios! ¿Quién espera en los campamentos un soldado idóneo si no se le ha proporcionado una adecuada instrucción militar? Una multitud sin disciplina bélica llena los campos de batalla, es verdad; pero vaciarán las provisiones sin ningún perjuicio para el enemigo y ninguna ganancia para la patria.

Muchos realizan inspecciones contra los bárbaros, pero son soldados sólo de nombre, sólo de nombre españoles. A los colonos de fortuna se los llamaba para las expediciones bélicas porque poseían buenas armas y por el conocimiento que de éstas tenían; pero con frecuencia fueron sustituidos por otros asalariados e ineptos. Algunos, por no abandonar a sus esposas o exponerse a las flechas enemigas, corrompían a los jefes entregándoles cierta suma de dinero. Lo que sucedía era que la mayoría que vivía en el campo no contaba con las armas necesarias para defenderse de los invasores, por eso debían sufrir las consecuencias de la guerra, y exponerse a los ataques de los bárbaros con gran perjuicio de la provincia y deshonra del nombre español. A los pobres campesinos se les ordena combatir para defender la casa y los bienes de los más ricos. Como se los recluta una y otra vez, pasan muchos meses fuera de sus casas; de este modo se empobrecen cada vez mas, hasta terminar en la miseria con su familia.

Si alguna vez el jefe de la expedición los provee de fusiles, al finalizar la empresa vuelven a sus hogares destrozados, cuando no consumidos por los mosquitos. Para este fin se consiguió en la ciudad de Asunción con los fondos del erario público doscientos fusiles en buen estado, cada uno con su bayoneta. Transcurridos tres años, de los doscientos sólo quedaban seis que podían usarse; todos los demás se habían destruido. O les faltaba la bayoneta, o se habían roto porque en los caminos los usaban para asar carne o secar leña/449 o remover el fuego. El prefecto real de Córdoba apenas llegó al Río Tercero, sospechó alguna hostilidad de los indios pampas. Reunió soldados en el campo, encontró seis granos de pólvora envueltos en papel, cada uno destinado a un fusil. Uno de estos héroes de inmediato llenó su fusil con los seis granos,y hasta que no vio el caño lleno hasta la punta, un estuvo satisfecho. Otro soldado del territorio paracuario puso en su fusil tres porciones de pólvora y con el papel que las envolvía tapó la entrada del caño, por lo que no pudo explotar; observando el error cometido, aquel Marcio Dameta era desaprobado en mi presencia por sus compañeros. Como la mayoría no posee estuches adecuados para las armas, guardan muy mal aquellas porciones de pólvora; desparramadas en papeles las rompen, las estropean, las mojan y no raramente las tiran al suelo. Cuando los soldados se encargan de guardar las municiones, lo hacen de cualquier modo; así colocan inútilmente en un cuerno de vaca la pólvora, y en otra bolsa las balas. En lugar de papel que se emplea para envolver la pólvora y las balas, unos usan algodón, otros musgo o estopay alguno las lleva en la mano. Todo este bagaje de cosas necesarias deben buscarlas aquí y allá y es increíble el tiempo que pierden en cargar un fusil.

Cuando a tanta vacilación se añade la pobre destreza para apuntar, lo que debe rogarse es que con semejantes armas de fuego los europeos no sean destruidos con mayor libertad por los abipones antes de lo que se temía./450 Estos soldados inocuos se consideran felices y afortunados cuando prodigiosamente ven humear su fusil y oyen la detonación, aunque no hayan herido al enemigo sino sólo disparando al aire. Considero absolutamente indudable que los paracuarios rinden más durante la lucha si montan un rápido caballo y llevan su lanza o su espada en vez del fusil. Y que las matanzas ocasionadas por los bárbaros no deben atribuirse al hierroy al plomo, se deduce al observar las heridas de los caídos durante el ataque.

¿Por qué, preguntaría alguien, estos rudos colonos no fueron instruidos para manejar este tipo de armas? Esto fue lo que todos desearon muchas veces, pero en vano; pues nunca lo intentaron ni lo consiguieron. Siempre faltaron tanto quienes pudieran enseñar como quienes demostraran interés en aprender. Estando yo allí fue enviado por orden real Francisco González con otros oficiales de caballería, desde España a la ciudad de Buenos Aires para impartir instrucción militar a los numerosos colonos de aquella zona. Pero no encontraron los maestros quienes quisieran ser sus discípulos. Los españoles más ricos que vivían en ciudades y colonias más confortables rechazaban el duro trato de la milicia; los demás, esparcidos por remotos campos, se dedicaban a cuidar animales. Este último era el principal y único trabajo del habitante de Paracuaria, como no poseían minas para explotar movimiento comercial. Separados por grandes distancias, divididos por ríos, selvas e inmensas planicies, les resultaba trabajoso acudir al lugar donde se enseñaban las artes bélicas y dedicarse a un trabajo lleno de tantas dificultades.

La primera vez muchos de los convocados se hicieron presentes para la instrucción, seducidos por la novedad de los jinetes europeos que les causaban gracia, pero sin animo de aprender. Al día siguiente, saciada su curiosidad, disminuyó el número de asistentes,y al tercero apenas concurrieron/451 unos diez. Podrías ordenarles en nombre del rey que ingresaran al ejército, podrías amenazarlos; pero nada lograrías. Uno por uno excusarían la ausencia. Este la justificará con su enfermedad o la de su mujer o sus hijos; aquél culparáa los caminos, a la lluvia o al río, asegurando que les impidieron asistir; otros opondrán la urgencia de un viaje o de un negocio que no podían diferir; por fin dirán descaradamente que no les agradó. Todas estas cosas me las contó Francisco González que me acompañó un tiempo en la ciudad de Buenos Aires, donde permaneció inactivo con los suyos aunque cansado de tanto ocio.

Podrías preguntar: ¿ysi para obligar a los bárbaros montaran guardia soldados legionarios de España? Yo no lo aprobaría. El ejército apenas es suficiente para defender una provincia cuyas tierras abarcan tanta extensión; y si la milicia se dividiera en grupos, ¿cómo podría velar contra esa multitud de enemigos? Soldados de este tipo superaran a los americanos con el conocimiento de la guerra; pero a su vez los europeos serán superados en muchos aspectos por éstos; en la destreza para nadar o cabalgar, y en la tolerancia de los viajes, el calor, la sed o el hambre. Impedidos por las carpas, carros, esquifes o pontones, de los que no pueden prescindir, no podían seguir con rapidez a los jinetes bárbarosy menos a sus tribus que a veces estaban situadas a doscientas leguas.

Los soldados españoles, defensa de Buenos Aires, hacían recorridas muy a pesar suyo contra los indios australes, y a menudo volvían heridosy sin haber logrado su cometido. Nadie ignora que los soldados de infantería enviados a la ciudad de Santa Fe, antiguamente oprimida por los abipones y mocobíes, no consiguieron nada positivo, porque los bárbaros esquivaban la lucha firme con gran destreza. No niego que siendo Pizarro y Cortés jefes del ejército europeo, sometieron/452 a innumerables indios, los mataron o pusieron en fuga; pero se trataba de indios pedestres. Si hoy volvieran esos mismos héroes a enfrentarse con los abipones, mocobíes, tobas, guaycurúes, serranos, chiquitosy otros pueblos ecuestres de Paracuaria, no me atrevería a asegurarles la misma gloria, y sí un trabajo mayor.

Ante aquellos primeros españoles que llegaron a América, altivos sobre sus caballos, provistos de hierro, con relucientes espadas, haciendo detonar sus armas de fuego,y con grandes bigotes, los imberbes indios desnudos, débiles, armados sólo con maderas se dieron a la fuga por aquel nuevo tipo de hombres cuyas costumbres desconocían, o, si no lograron huir, se dieron por vencidos ante ellos. Los bárbaros que hoy declaran la guerra a los españoles ven a diario que son capaces de vencerlosy matarlos, burlando sus ataques con caballos velocísimos y lanzas de hierro, cuando no acometiéndolos con gran sagacidad cuando lo creen conveniente. De este modo los bárbaros persiguierony atacaron a los españoles;y con grandes amenazas los obligaban a huir, cuando no se retiraban ellos mismos. Comenzaban a considerar inofensivos y poco peligrosos aquellos caños fulminantes de los fusiles, pues sabían que con frecuencia no sonaban, y si acaso disparaban, producían un ruido inofensivo. Ya es tiempo de que cambien los espíritus, las instituciones, las costumbres de los pueblos, el modo de la guerra y otras cosas.

Leemos que antiguamente cien indios eran derrotados y puestos en fuga por diez europeos; hoy día vemos a diario que cien europeos se ven obligados a huir al ser atacados por diez indios. Y en lo que me resta escribir conocerás claramente que éste no es un espectáculo raro, aunque parezca increíble.

En verdad, después de conocer los asuntos paracuarios, estimo lo siguiente: que los hombres americanos, si fueran instruidos en las artes bélicas con armas idóneas, provistos de los utensilios necesarios, cumplirían las incursiones contra los bárbaros con mayor eficacia que el soldado europeo, por su natural habilidad para nadar,y para tolerar las inclemencias del tiempo/453 y de la guerra.

En toda Paracuaria se puede ver a jóvenes españoles por su origen, nombre y espíritu; sagaces, ágiles, intrépidos, conspicuos por su vigory de porte altivo, jinetes sumamente diestros.

Si se formara una sola centuria de éstos en cada territorio, dirigida por oficiales capaces podría celebrarse con seguro estipendio. Había pensado que a los hostiles indios se les podía inculcar fácilmente la idea del bien, de la amistad hacia los españoles; que se dedicarían a un oficio, y que en las colonias se respiraría paz. Si se formara un ejército de este tipo, con cuatro o cinco centurias, se evitaría el peligro, y ningún grupo de bárbaros por numeroso que fuera sería inexpugnable para ellos, con tal que los dirigiera en la expedición un jefe de reconocida virtud y experiencia

Unos cincuenta soldados de caballería que solventó la ciudad de Santa Fe con sus fondos y que se llamaron los Blandengues, cumplieron su misión con gran eficacia. El celebérrimo Pedro Cevallos, jefe de las tropas españolas, afirmó claramente unay otra vez que estos soldados elegidos en las colonias de Paracuaria fueron una gran ayuda en la guerra contra los portugueses. El Marqués de Valdelirios ponderó en presencia mía en la ciudad guaraní de San Borgia, su rapidez para cabalgar, su presteza para cruzar los ríos sin barcos y su increíble vivacidad para solucionar todas las cosas.

Jinetes de esta clase que velaran por la seguridad a cada una de las colonias españolas, pagados en parte por el erario real y en parte por los españoles más ricos en interés de cuyos campos trabajarían, conservarían la seguridad del comercio y de las casas, protegiéndolas de las incursiones de los bárbaros.

 

CAPÍTULO XLII

ALGUNA SUERTE DE SACRIFICIOS ENTRE LOS ABIPONES VENCEDORES

 

En cuanto los abipones ven que alguien ha caído herido/454 por su lanza, el primer cuidado que tienen es cortar la cabeza al moribundo. Hacen esto con increíble rapidez. Proceden a la disección como maestros muy expertos. Meten el cuchillo con golpe certero y breve no en el cuello sino en la cabeza. Cuando no tienen ningún hierro usan a modo de cuchillo una concha, la mandíbula de la palometa, abierta con una caña y afilada hábilmente con una piedra. En nuestro tiempo también supieron cortar a veces la cabeza con un cuchillito muy pequeño como si fuera una amapola, con la rapidez que raramente encontraría en los verdugos europeos, provistos de espadas. Los bárbaros lograron esta destreza con un largo usoy una cotidiana ejercitación. Pues de cuantos enemigos matan siempre llevan a su casa las cabezas atadas al cinturón o a sus monturas. Después que se retiran a un lugar más seguro, lejos del peligro de los enemigos, quitan la piel a las cabezas que llevan. Meten el cuchillo de una a otra oreja y dentro de la nariz y la arrancan junto con los cabellos con gran rapidez y destreza. Llenan de pasto seco la piel así vacía, y la conservan como trofeo con la misma solicitud con que los europeos suelen mostrar en sus templos las banderas arrebatadas a los enemigos como perenne recuerdo/455 de su victoria para la posteridad. Muchos abipones sobrepujan a los demás en fama y en gloria por haber llevado a su casa pieles de este tipo.

A veces conservan los cráneos del enemigo para usarlos como vasos en los banquetes festivos, de acuerdo a una costumbre recibida también de otros pueblos, tal como se ve en muchos historiadores. De ahí tal vez Ambrosio Calepino tuvo ocasión de decir en la palabracranium: Est calva capitis, et poculi genus, calvae figuram referens (140). Este tipo de copa Wayerlinkius que los teutones llaman Topfy tal vez antiguamente Kopfy los galos con una voz sin corrupcióncoupe: se la considera un vestigio de la antigua costumbre de usar la calavera como copa. Aventino, si es digno de fe, atestigua que él mismo vio a los germanos bebiendo en un cráneo humano. Herodoto en el libro IV recuerda que los escitas agitaban las pieles de enemigos muertos, indicio de su victoria, y que solían usar sus calaveras como vasos. Y Estrabón en el libro IV de la Geografía, escribe que los galos muertos en combate solían suspender de las cabezas de sus caballos las cabezas de sus enemigosy clavarlas en los postes de sus casas. Diodoro en el Libro 5, capítulo 9, refiere que los antiguos belgas adornaban las puertas de sus casas con las cabezas arrancadas a los enemigos. El protector del campamento severiano en Hungría envió como señal de su victoria dos carros cargados con cabezas de turcos a Buda, metrópoli del reino, donde en el año 1492 fueron congregados los nobles por orden del rey Uladislao; así lo narra Bonifacio en el libro 2. Y no me admiro de que siempre haya sido tan grande el empeño de los pueblos por cortar y llevar las cabezas de los enemigos, pues es éste el testimonio más seguro de haber matado al enemigo. Holofernes sacó de dudas a los betulienses acerca de la muerte de Judith llevando su cabeza. No todos/456 los que son heridos en combate son considerados muertos. Muchos, para conservar la vida, se esconden astutamente entre los cadáveres de sus compañeros como si estuviesen exánimes. Los mocobíes después de un combate con los abipones cortaron la cabeza a los más importantes entre éstos cuando los veían expirar, para acrecentar el esplendor del triunfo entre los suyos. A dos muchachos abipones del pueblo que pensaron que habían muerto atravesados por las lanzas, se les echaron encima con rabia insaciada y mutilaron a uno una oreja y a otro dos dedos. Pero, ¡oh! a las pocas semanas se les curaron las heridas y ambos regresaron incólumes a la ciudad de San Fernando con la única pena de que no les habían crecido ni una nueva oreja ni nuevos dedos.

Ychoálay, de nombre temible en otro tiempo para los españoles, ilustre jefe de todos los abipones, después que mató en combate a Debayakaikin, príncipe entre los salvajes abipones durante diezy siete años, colgó de una horca preparada para este fin en la plaza pública la cabeza de éste y de otros compañeros de la nobleza; y las mujeres cada día debían llevarla a la casa no sin lamentos lúgubres para que alguno de los amigos de Debayakaikin no lo robaran de noche. Pero al amanecer debía ser fijada nuevamente en la infame horca. Esto se continuó cada día hasta que por fin fue robada no se sabe por quién. El vengador Ychoalay consideró a esto como una deshonra para el jefe principal de todos los pueblos, pariente por la sangre pero autor de tantas luchas y muertes, y ya se vengaría públicamente de aquel perturbador cuyas manos fueron instrumento de muchas muertes y latrocinios. Esto te lo diré más claro cuando me dedique/457 a hablar de la ciudad de San Jerónimo.

Maldecirás sobre todo esta atrocidad de los abipones para cortary desollar las cabezas de los enemigos. Pero te ruego que calmes tu ánimo y juzgarás a estos rudos bárbaros un poco dignos de perdón si consideras contigo mismo que ellos lo recibieron de sus mayores y siguieron el ejemplo de muchos pueblos de todo el orbe que teniendo la oportunidad de ensañarse con los enemigos parecerían desdeñar todo sentido de humanidad y consideraban que todo es lícito a los vencedores para con los vencidos, a tal punto que entre las virtudes militares osarían contar la crueldad. Además de las cosas que poco antes tomé de distintos historiadores sobre los antiguos escitas, belgasy galos pueden ser recordadas otras que vienen al tema. Herodoto en el libro IV, número 64, atestigua que los escitas y otros pueblos muy feroces de Asia y Europa fueron los primeros que degollaron a los enemigos, bebieron su sangre y llevaron la cabeza de los demás a su rey. Pues si alguno no presentaba alguna cabeza de los enemigos sería totalmente impedido de tomar el botín de guerra. Cuelgan como adorno las pieles de las cabezas enemigas ya sea de su caballo como trofeo, ya de sus ropas o de los tapices del caballo. Hay quienes usan como estuche de sus flechas la piel arrancada con las uñas de la mano del enemigo, porque es más gruesa, y más blanca que el cuero de los animales. Yo mismo vi una piel hermosamente arreglada de un explorador tártaro que soldados alemanes desollaron en el año 1683 en un sitio de Viena. No pocos escitas usaron para cubrir sus caballos las pieles quitadas de los cuerpos enemigos. Elías Skeed en el libro sobre la religión de los antiguos germanosy galos afirma que fue común a casi todos los pueblos que habitan hacia el Oriente esta costumbre de desollar las cabezas de los enemigos. Y acaso sirvan de algo/458 para probar esto aquellas palabras del cántico de Moisés en el Deuteronomio, capítulo 32, versículo 42: Inebriabo sagittas meas sanguine, et gladius meus devorabit carnes, de cruore occisorum, et de captivitate nudati inimicorum capitis (141)Yo pienso que las cabezas de los enemigos desnudas depiel serían cabezas desprovistas de casco tal como piensan algunos que recuerdan la costumbre de quitar los cascos de metal a los enemigos muertos o capturados, para que los cautivos siguieran al ejército con sus cabezas desnudas. No desconozco ni discuto interpretaciones que hacen otros. Son innumerables las formas de crueldad que otros bárbaros de América suelen ejercer con los enemigos capturados o asesinados por ellos. Los hiroqueos de Canadá vencen a todos los demás en crueldad. Arrancan la piel de las cabezas de los enemigos aun no muertos. Nuestro José Lasitau, que vivió un tiempo entre aquellos bárbaros, dice en un libro suyo reeditado varias veces en distintas lenguas sobre las costumbres de los salvajes americanos, que vio una mujer francesa casada con un francés y madre de muchos hijos que hace tiempo sobrevivió y se salvó con la cabeza despellejada por los hiroqueos, por lo que los franceses la llamabanLa cabeza pelada. Se dice que otros muchos soportaron esta forma de ser desollados sin perder la vida. Algunos de los indios canadienses quitan la piel de todo el cuerpo del enemigo muertoy agitan y muestran estos despojos como testimonio de su victoria y fortaleza. A veces con la piel de la mano de los enemigos se hacen tabaqueras que los franceses en esa provincia de Canadá las llaman sacs apetum. Por más terribles que sean los destrozos de los cuerpos de los muertos, no obstante es preferible y más tolerable morir en el campo de batalla que caer en cautividad de los hiroqueos. Pues ésta es a menudo muy breve; y aquélla otra muerte es más dura. Pues en el mismo campo de batalla creman/459 a los guerreros que más temen, a los niños, a los viejos y viejas que consideran que los molestarán en el camino. En días subsiguientes van quemando a otros y otros más para estar más libres y apresurar el regreso. Si les parece que deben acelerar la marcha por temor a algunos enemigos no soportando demoras, atan los cautivos uno a cada árbol e incendian los árboles para que se vayan quemando lentamente y mueran al menos de inanición si alguna vez las llamas más débiles los dejaran vivos. A los restantes cautivos que quizás pudieran serles útiles en su tierra los conducen con los brazos atados con sogas, y cada noche los custodian con las manos y los pies extendidos en forma de X fijados a estacas con cuerdas, para que no aprovechen las sombras para huir. A uno le agregan una cuerda mas larga, a otro le atan el cuello, a otro el pecho. El bárbaro toma en su mano la extremidad de la soga para notar si el cautivo quiere huir desembarazándose de las ligaduras y al notar el tirón lo despierte. Durísimas e intolerables por los sufrimientos parecían estas noches. Desnudos, en todo el cuerpo eran heridos por un infinito ejercito de mosquitos y avispas que volaban, ya que inmovilizados de pies y manos, impotentes de todo movimiento, no podían en absoluto defenderse contra estos torturadores. Después de este calamitoso viaje eran condenados en la patria de los vencedores a una miserable esclavitud o al sepulcro. Estas cosas y muchas más de este tipo refiere nuestro Lasitau, muy digno de fe. Pues antes de que él mismo hubiera vivido un tiempo entre los hiroqueos, se dice que el había recibido estas cosas de nuestro sacerdote Julián Gernier que gastó sesenta años en ese pueblo para enseñarles a Cristo y la cultura, muy conocedor de las lenguas barbaras./460

Conoció muchas cosas, sufrió muchas más por el deseo de extender la religión, y se consumió a sí mismo en estos diarios rigores. Lasitau usaba con diligencia su costumbre y enseñanzas familiares.

Con gran fiereza los bárbaros de América del Sur castigaron a sus cautivos. Los brasileños suelen matar a los cautivos que han engordado un tiempo no sin grandes ceremonias ante la expectativa y el aplauso golpeándoles con una maza en la cabeza. Despedazados sus miembros realizan un banquete de todo el pueblo, con el que tal vez no sacien tanto su estomago como su ardiente deseo de venganza. Hay también algunos de estos antropófagos que están implicados en perpetuas guerras con sus vecinos. No podría omitirse aquí a los mamelucos, europeos casados con mujeres brasileñas o nacidos de tales nupcias. Estos se jactaban de cristianos, pero siempre ocupados en tomar por la fuerza grupos de cristianos se mostraban más crueles que cualquier bárbaro. Habían traficado con ingentes ganancias algunos trabajos del azúcar muy útiles de sus cautivos; este tráfico impío fue su único negocio. Por esta mezcla de hombres (que ya expliqué suficientemente en el primer tomo), a veces fueron cruelmente atados unos cien mil guaraníes y otras llevados a cautividad a los que habían reunido con increíble trabajo nuestros hombres por las selvas y ubicados en colonias que se fundaron para ellos, en donde habían sido aleccionados en la Santa religión, en las buenas costumbres y en las artes, Estos piratas salteadores, armados de hiervo, de plomo y de mil fraudes, oprimieron a los guaraníes provistos acaso sólo de armas de madera. A menudo en el mismo día y de la misma ciudad robaban una centuria de neófitos y catecúmenos como si fueran proclives a la fuga y eran arrastrados por un tiempo/461 con cuerdas y sogas y puestos en profundas fosas que para este fin habían cavado. Los decrépitos o debilitados por la enfermedad eran matados de distintos modos en el mismo camino para que no retrasaran la vuelta. Los niños de pecho, para que no fueran una carga para sus madres, en parte los despedazaban con sus propias manos, en parte con la espada o los estrellaban contra el suelo en los caminos. Me da vergüenza y me apena decir más cosas que el lector podría imaginar más de lo que podría expresar mi pluma discreta. Todo historiador que no tuviera sentido pintaría con colores tétricos a estos cazadores de indios paracuarios hirvientes en crueldad, lascivia y deseo de ganancia. Seria difícil determinar cuál de sus crímenes obtendría la primacía. Relee, si lo deseas, lo que escribí en el primer libro de esta historia sobre los mamelucos. No debe ser dejado de lado aquí el singular tipo de crueldad para con los cautivos que los bárbaros australes vecinos del campo de Buenos Aires maquinaron. Si tomaban a algún enemigo en el campo, no lo mataban con ira sino que lo abandonaban allí con ambos pies mutilados para que, imposibilitado de proseguir su camino, se consumiera de muerte lenta entre cruelísimos dolores.

Los abipones están muy lejosy se apartan de esta atroz costumbre de maltratar a los enemigos cautivos o muertos que vemos en aquellos indios. Matan, pero aquéllos que consideran que son para ellos enemigos, o perjudiciales, o peligrosos u hostiles. No torturan ni atormentan a los moribundos. Sometido un grupo de indios o de españoles, nunca/462 matan indistintamente a todos los habitantes. Respetan a los niños y mujeres, y si no han sido irritados vehementísimamente por alguna injuria recibida, no consideran que todos son dignos de muerte. Arrancadas las pieles de las cabezas de sus enemigos, las llevan a su país como testigos de sus hazañas para no volver a los suyos sin gloria. Pero las usan para sí mismos o para cubrir sus caballos. Llevan a los cautivos de guerra en sus caballos durante el camino; y en su tierra suelen acompañarlos con la más increíble benevolencia, tal como expliqué en el Cap. 13: "Sobre las costumbres y usos de los abipones". De lo que deducirás que estos cautivos estén contentos de vivir; pero con gran frecuencia para ofensa de sus amosy ruina de los españoles. Muchas veces hubiera querido que los padres de familia, los oficiales del ejército o los maestros se mostraran tan complacientes y benéficos con sus esposas, sus soldados o sus discípulos, como los abipones con sus cautivos. Los huronesy los hiroqueos, aunque más bárbaros que los demás, tal como lo asegura el Padre Lasitau, no ocasionan en sus tierras ninguna molestia a los cautivos de guerra, a menos que sean de los que en los primeros días de su llegada son castigados a morir en la hoguera por sentencia de sus jefes.

 

CAPITULO XLIII

SOBRE LAS ARMAS DE LOS ABIPONES Y

LA MANERA DE ATACAR CUANDO LUCHAN CON OTROS BARBAROS

 

Según el tipo de enemigo que enfrentarán usan/463 diferentes armas. Parecen exigir distintos instrumentos de guerra cuando atacan o cuando son atacados. Los abipones, cuando se disponían a luchar con los españoles, siempre pensaron que su defensa y posibilidad de victoria residía en un caballo veloz o en una lanza firme. Entonces se abstuvieron de usar las corazas que a modo de loriga hacían con piel de alce. El peso de éstas les molestaban, cuando debían huir y no les ofrecían ninguna seguridad contra las balas.

También desdeñaron los arcos cuando hacían incursiones contra los españoles. Pues sería una locura oponer los arcos a los fusiles, la madera al plomo, las flechas a las espadas. Las heridas producidas por las flechas son más peligrosas y nocivas a la carne humana por la madera o hueso que se utiliza para hacerlas. Pero si los abipones son atacados en su tierra por un enemigo desconocido, cualquiera que fuera, usan con éxito sus arcos. Aprenden su manejo desde niños por el diario ejercicio de la caza y de la guerra; esta practica que continúa durante toda su vida, la perfeccionan de tal modo que logran golpes más certeros que los españoles con su fusil. Afirmo rotundamente este testimonio por haberlo presenciado con mis propios ojos./464

Pero supongamos que se ha difundido entre los abipones el rumor de que unos bárbaros atacarán al día siguiente. Si sus fuerzas los superan y son pares a los enemigos que se acercan, envían a todas partes observadores para conocer su camino. Mientras tanto, el principal trabajo de los demás es preparar una bebida a base de miel, o si la tienen a mano, de algarroba con la que preparan una bebida pública. Los abipones nunca se muestran más perspicaces en sus consejos ni más duros para pelear que cuando están embriagados.

En tal estado, como ellos mismos lo afirman, no ven los peligros; o si los ven, los desprecian. Un grupo hará frente a numerosos enemigos; no sentirán en absoluto la crueldad de las heridas; despreciando la vida, se opondrán a la muerte; avivarán los fuegos del furor de marte que tenían adormecidos en sus pechos. Y en verdad, esto nos parecería cierto si recordamos lo que nuestro Famiano Strada escribió en su historia sobre la guerra belga, acerca de Martín Schenckio, soldadoy oficial muy ponderado entre ellos:Arma nunquam (dice en el libro 10, segunda década)accuratius tractabat, quam quum effusse potus, ac vino amens (142). Lo mismo que afirma de Schenckio, muchísimas veces lo he comprobado en los abipones. En la colonia de San Fernando supimos por autores que poseían buenas fuentes que un ejército enemigo compuesto de tobasy mocobíes avanzaba en rápida marcha hacia nosotrosy que llegaría aproximadamente en dos días. Atónitos por este aviso, los abipones esperaban sin temor el ataque convocando consejos, bebiendo y celebrando su victoria antes del triunfo. Encerraron los caballos dentro de la cerca de la ciudad para tenerlos siempre a mano, y pasaron dos días con el rostro pintado para provocar terror a sus contrarios teniendo en una mano la copa y en la otra el haz de flechas. Amaneció el domingo de quincuagésima; al mediodía/465 se pudo ver a los lejos una turba de jinetes bárbaros. Los abipones, aunque de tanta bebida no tenían la mente clara ni los pasos firmes, tomaron sus lanzas ayudados por las mujeres, subieron a los caballos preparados, y esparcidos por el campo sin ningún orden, con horrible gritería se lanzaron contra los enemigos, a los que hacían frente en una carrera tan rápida y con tanta felicidad que los mismos que poco antes llegaron con el propósito de devastar la ciudad, buscaban ahora su salvación en las selvas. Persiguiéndoles por todas partes y obstruyéndoles el paso se dieron a la fuga. Los abipones continuaron con la persecución en sus veloces caballosy comenzaron a alcanzar las espaldas de los que huían. No hubo lucha, sino una carrera entre perseguidores y perseguidos. Se combatió más con la velocidad de los caballos que con las flechas que alguien lanzaba aquí o allí sin perjuicio de nadie. Nuestros vencedores no volvieron a la colonia sino bien entrada la nochey algunos al despertar el alba; todos a salvo excepto uno que fue herido en la cabeza con una maza; todos serenos,y con la borrachera curada, cosa admirable, no durmiendo, sino corriendo y peleando. Yo ignoro cuántos enemigos fueron heridos en esta persecución, cuántos murieron. Que más de doscientos setenta hubieran sido puestos en fuga por esos borrachos, era para nosotros una espléndida victoria. Pero veamos los otros preparativos de guerra que los abipones suelen anteponer a la lucha.

Cumplidas todas las ceremonias relativas a la bebida previa al combate dirigen su atención a sustraer sus caballos a las manos y los ojos de los enemigos. Reservan los mejores animales para luchar contra el enemigo;y ponen los demás en lugares de difícil acceso para que el enemigo no los descubra por el desconocimiento de los caminos, o porque se encuentran/466 con alguna selva, o en las altas costas de los ríos. También buscaron escondrijos donde llevar en caso de peligro a sus mujeres, sus hijosy a los más débiles. A veces los españoles me han contado que encontraron familias enteras de indios sumergidas en los ríosy en los lagos entre los juncos, como los patos, sacando sólo la cabeza. En cuanto surge entre los abipones el primer rumor de que el enemigo se acerca, enseguida se pintan el rostroy toman los haces de flechas y la corneta de guerra que siempre llevan sujeta a la cintura; a la que llenan toda la noche de bebida para que los emisarios de los enemigos los sepan vigilantesy ávidos de pelea. Cuando están seguros de la proximidad del enemigo, se consultan con unos y otros razonamientos. Si ven que son más los que llegan, suplen su inferioridad con astucia. Para no presentar batalla de frente, impiden al enemigo el acceso a sus puestos de guerra con variadas estratagemas. Lo oprimen con asechanzas cuando está desprevenido; se fingen más numerosos multiplicando el estrépito de sus trompetas de guerra. A veces dejando en algún lugar apartado a sus espaldas cornetas y bocinas fingen que ellos son sólo exploradores y otro ejército los sigue detrás. Algunos aparecen vestidos con ropas de españoles, si las tienen, y convencen a los soldados españoles de que está cerca de ellos un auxilio. Con engaños de este tipo no raramente los enemigos deshacen su camino abandonando el deseo de pelear. Tan poca cosa es el arte de atemorizar de los americanos, miedosos por naturaleza. Rehusan la pelea si no están seguros de la victoria.

Pero a veces no tienen lugar para sus estratagemas. Obligados por una repentina incursión de sus enemigos; o/467 seducidos por la confianza en la victoria ofrecen combate; eligen un campo que esté contra el enemigo y que sea vecino a sus caseríos para poder proteger a sus mujeres y a sus hijos de algún eventual peligro. Alguna vez el enemigo envía por delante emisarios que, exponiendo las causas de la guerra, provoquen a los habitantes a la lucha. Yo he visto con gran frecuencia que suelen tener por respuesta el estrépito de cuernos y bocinas y un horrible vocerío que provoca a las armas. Todas estas cosas que preceden o acompañan a la lucha son digno espectáculo para los ojosy las risas de los europeos. Verían a los hechiceros, al comienzo del conflicto, elevados sobre sus caballos con un ridículo gesto del cuerpo, haciendo girar ramos de palmera e imprecar al ejército enemigo con un canto religioso. Y a una vieja hechicera ya reptando por el suelo, ya saltando ligeramente por la calle, con la frente arrugada, los ojos torvos, la voz ronca emitiendo presagios y maldiciones. Verían a los abipones reunirse, truculentos con el rostro pintado, llevando en la cabeza plumas multicolores de aves y en las manos armas, unos cubiertos y otros desnudos para lograr mayor agilidad marchando con toda pompa y amenazando casi a todo el orbe. Parecería que los montes sufren, aunque enseguida veamos que asoma un ridículo ratón. Estos héroes quieren que el Padre cura de la colonia los organice, inspeccione y cuente, ya que ellos no saben contar. Cuando recorría sus filas me preguntaban: "¿Somos muchos?" y yo les respondía: "Y más que muchos", paro que su escasez no los atemorizara y perdieran la esperanza de victoria; aunque fuera certísimo que la colonia iba a ser invadida por un enemigo numeroso y que en ella hubieran quedado muy pocos habitantes porque los demás estuvieran esparcidos a lo largo y a lo ancho ocupados en la caza. Porque es cierto que estos sagaces bárbaros atacan/468 cuando han sabido por sus espías que la colonia está sin defensas. Forman su ejército en cuadros, si tienen lugar para ello; yo había observado alguna vez que en el medio se colocan los arqueros y a ambos lados los lanceros. Otras veces realizan el ataque todos mezclados, arquerosy lanceros. Los mocobíes, los tobasy los guaycurúes aunque son jinetes, apartándose de sus caballos se juntan en grupos de a pie. El cacique o algún otro indio de mayor experiencia que dirige a los demás se coloca al frente del ataque. Pero una vez iniciada la pelea, abandonando tanto el caballo como aquella posición, pelea mezclado con los otros. Los jefes de los abipones son muy combativos y más valientes que los demás. El ejemplo de los jefes tiene mayor peso entre los soldados que las palabras, y siguen con más gozo al jefe que pelea ardientemente que al que los exhorta desde lejos.

La formación apretada del principio cambia cuando se trata de atacar al enemigo; separan las filas de modo que cada uno tiene un espacio de cuatroy a veces de seis codos a su alrededor No verás que ninguno de ellos cuando pelea mantiene el cuerpo erguido o los pies quietos. En constante movimiento, con el cuerpo inclinado a tierra y los ojos fijos en los contrarios amenazantes provocando al enemigo es usual que repitan aquél: "ho, ho, ho" intensamente. Refriegan la mano derecha sobre la tierra para que la cuerda del arco no se les resbale por el sudor. A los indios no les parece lógico imitar la costumbre de los europeos de arrojar al mismo tiempo sobre el enemigo expuesto un volcán de proyectiles. Suelen destinar un golpe a cada uno, como a un blanco. Así cada uno se preocupa por vigilar la/469 mirada y todos los movimientos de otro, y cuando se da cuenta que va a ser atacado por alguno que le apunta, cambia de sitio saltando de derecha a izquierda. Arrojan la mayoría de las flechas al jefe enemigo y a los más ilustres aunque raramente sin riesgo. Pues cada uno prevé que la muerte de éstos les dará más gloria. Cuando uno es elegido entre muchos para dar el golpe, aunque tuviera más ojos que Arcos y más ágil que cualquier viento, ninguno osaría prometerse tranquilidad. Si finalmente alguno sale ileso del ataque, a menudo lo atribuye más a la fortuna que a su destreza o a la coraza que llevan puesta.

Vuelven a usar las flechas que han arrojado al enemigo si les falIan. Y cuando tienen vacío el carcaj, ya más enardecidos sus ánimos por la misma lucha, después que han peleado un rato de lejos con el arco, atacan de cerca con la lanza deseando igualmente eludir las heridas y acometer. Pero no es raro que el campo de batalla quede teñido de sangre. Es notable la fuerza que poseen estos bárbaros en los brazos y la bravura para arrojar sus golpes; pero es mayor la rapidez de sus movimientos para eludir al enemigo. A menudo toda la contienda se define en mutua amenazay vocerío; de modo que oirás gran estrépito, pero muy raramente verás fluir sangre. A veces muchos son heridos pero muy pocos son los que mueren. Y nadie imagina que debe llorarse por la vida de los heridos si no ha sido atravesada la cabeza o el mismo corazón. Y están convencidos de que no tienen nada en absoluto ni de admirable ni de riesgoso tener las costillas rotas o grandes heridas en cualquier otra parte del/470 cuerpo; y las miran sin muestras de dolor y ojos serenos cuando son retirados del combate en brazos de otros medios muertos pero resistiéndose. Yo he comprobado que este tipo de bárbaros, si no se les impide huir, raramente se obstinan para soportar hasta el final. Aterrorizados por la muerte de unos pocos compañeros, se dispersan por donde pueden, sin preocuparse de su jefe. Y no les da trabajo tocar la retirada.

Huyen diez o veinte, hasta que por fin todos perdiendo el pudor confían su vida a las patas de sus caballos si los tienen cerca,y corren como un río desbordado, rotas las filas y dispersos. A veces verás a dos o tres montando el mismo caballo cuando sienten el miedo. Comienzan la pelea a pie para poder huir con mayor rapidez. Para esto tienen preparados caballos a espaldas de los combatientes, fuera del alcance de las flechas en los que a veces se montan muchachos que miran sin riesgo las vicisitudes de los que pelean; como desde un palco;y aprenden seguros el arte de guerrear.

Pero si el enemigo se repliega viendo que la suerte le es adversa, enseguida vuelven al ataque con mayor fuerza. Pues los vencedores cuidan mucho su gloria. No quieren que las vueltas de la fortuna en la lucha tenga dos caras, ni sufrir un nuevo revés. Acaso los abipones interpretan que es vergonzoso para su pueblo que el enemigo les quite en combate la lanza o alguna ropa; y soportan esto más duramente que los soldados europeos cuando les arrebatan la bandera o las cornetas de guerra. Una lanzay dos vestidos arrancados por grupo de abipones en alguna escaramuza fue el origen y la causa de guerra entre Debayakaikin e Ychoalay.

La restitución de estos despojos era el principio de las condiciones establecidas en la ciudad de San Fernando./471 Como las esperaron inútilmente durante unos meses recrudeció la guerra. Suelen atribuir las victorias y los sucesos favorables no a su destreza sino a las artes de sus hechiceros. Aunque desprecien a los demás pueblos de Paracuaria y se consideren mejor que todos ellos en su audacia militar, no obstante no niegan que los bárbaros guaycurúes son temibles. Dicen que los naturales caen bajo sus lanzas como hongos; no porque éstos los superen con mejores armas, firmeza, o animosidad sino porque suelen ir al combate acompañados de hechiceros muy sabios. Alaykin, un viejo jefe de los abipones, me aseguraba que ellos caían en tierra sólo con ser tocados por su aliento, como tocados por un rayo. ¡Ah, mísera credulidad de estos bárbaros! Atribuyen una virtud sobrenatural a estos taimados que los envuelven con sus presagios, mentiras y engaños, sin saber ni tener ningún poder extraordinario.

Pero consideramos a los abipones que ya han cumplido su guerra y están victoriosos. Si las cosas han salido de acuerdo a sus deseos, llenan todas las casas con alegres rumores sobre la victoria,y exageran las muertes de los enemigos. Los ojos y los oídos de todos convergen a los que realizaron la hazaña. Los que volvieron del campo de batalla heridos, son rodeados por una turba de médicos hechiceros que vienen a curarlos y de espectadores que ponderan su constancia y virilidad con admiración.

Creerías que las mujeres que se entregan a una hilaridad sin freno, vienen más a manifestar su alegría que a curarlos. Estos cantos, bailes y aplausos tienen como única/472 finalidad preparar el público brindis de sus maridos. Los abipones lo anticipan a la guerra para consultar sobre los sucesos. Y lo añaden a la guerra para celebrarlos. Ahuyentados los enemigos, se dan a la tarea de quitar de sus rostros las pinturasy de sus espíritus las preocupaciones pertinentes al conflicto. En esta reunión de bebedores, entre grandes clamores y ruido de calabazas y tímpanos con que celebran la victoria,y después que se han saciado la sed bebiendo licor de miel suele recordar cada uno los crímenes cometidos y hablar unos a otros con dicterios acerca de los errores, la timidez y la huida. Cuando ningún abipón resulta herido terminada la guerra, se pelean entre sí atrozmente, primero con los puos y después con las lanzas y flechas. Ni los ruegos de las mujeres que quieren conciliarlos para que depongan las armas logran que sus maridos vuelvan a sus casas. Para mí está fuera de duda que muchos son más lastimados después de la guerra que en la misma guerra. Los que salieron ilesos del campo de batalla caen no pocas veces borrachos a manos de otros borrachos. Y no hay por que condenar a los bárbaros por esta costumbre, cuando tampoco es rara entre los soldados europeos. ¡Cuántos de éstos han vuelto incólumes de la batalla,y han sido lastimados y mutilados por algún compañero entre copas! Yo había visto en el año cuarenta a cinco oficiales de ejército reunidos en la calle. Cada uno tenía en el rostro una gran cicatriz. "¡Oh!, estos vieron al enemigo de cerca", decía yo a un veterano oficial con el que entablé familiar conversación. "¡Amigo! ninguno de éstos – me respondió – recibió nunca una sola herida del enemigo. Estas heridas que ves son recuerdo de Baco,/473 no de Marte". Le creo; muy pronto yo mismo los conocí.

Añado, a modo de corolario, algunos datos que se refieren a este asunto. Si la batalla tuvo lugar en zonas apartadas de la ciudad, envían por delante un jinete desde el campo de batalla para que anuncie a sus compañeros los acontecimientos. La turba esparcida lo saluda desde lejos golpeándose los labios con la mano derecha, y lo acompañan rodeándolo hasta su casa. Con pertinaz silencio mientras cruza las calles, se lanza del caballo a la cama. Desde allí, como desde una cátedra, expone con voz grave a la multitud que lo rodea los pormenores de la pelea. Si algunos enemigos fueron muertos o heridos, el habitual exordio de estos anuncios suele ser:Nalamichirini, "fueron destruidos por una matanza". Que lo pronuncia lentay arrogantemente, con rostro severo,y que es recibido con el aplauso de los circunstantes. Enumera cuántos han muerto en sus manos durante el combate y afirma sobre las muchas cosas que acrecientan el esplendor de la victoria:Eknam Capitan, "éste fue el capitán" palabra con la que designa a cualquiera más noble que él. Sea indio o negro, el capitán vestido a la usanza española es llamado noble por ellos. Pues del vestido de cada uno deducen la condición y dignidad. Cada vez que nombra a un enemigo caído en el combate, en todo el ambiente resuenan estas palabras:¿Kem ekemat? ¡Ta yeegam! con las que explican su admiración. Enseguida se publica el número, muy exagerado, de cautivos, de caballos y de carros que han raptado. Cada uno asegura: son innumerables,Ckik Leyékalipi, ya que no saben contar más que hasta tres, tal como ya expliqué en otro lugar. A cada mención de las innumerables prendas, los auditores pronuncian la palabraNolre, con la que declaran que el acontecimiento es nunca visto ni oído. Contadas las cosas que/474 pertenecen a la ardua peleay a la victoria, declara finalmente a los demás qué compañeros han sido heridos en el combate. Al nombre de cada uno, los circunstantes repiten con gemido:Tayreta "pobrecito". La trágica enumeración de los que han muerto es reservada como epílogo de la relación, y todo el aplauso sobre la victoriay los despojos, se convierten en llanto. Como los abipones consideran nefasto pronunciar el nombre de los muertos, usan un circunloquio de este tipo:Yoalè eknam oanerma Kamelèn. Lauenek là chit kaekà. El varón, marido de la mujer Hamelen ya no está.Yoalè eknamn Pachiekè Letà la chitkaeka, "el varón padre de Pachieke ya no está". Así enuncian los demás si los hubiere. Hecha la mención de uno solo de los suyos muerto, toda la alegría de la victoria se extinguey su recuerdo se vuelve intolerable. Muertos todos los enemigos al mismo tiempo, si uno solo de los abipones muere, maldecirán con toda su furia la victoria. De modo que aquél anuncio que les predicaba la victoria, en cuanto sus labios anunciaban la muerte de un compañero, era abandonado por el auditorio, que de inmediato se dispersaba. Todas las mujeres con los cabellos que suelen llevar atados en un pañuelo sueltos, con calabazas y tímpanos, en larga fila recorren todas las calles, y con un horrible lamento (aullido podría decirse con más exactitud) prolongado durante muchas horas se lamentan de los enemigos; tal como expusimos suficientemente en el capítulo 28 sobre el luto, las exequiasy las ceremonias fúnebres./475

Los abipones vuelven de la expedición no en una sola fila sino divididos en grupos; entran en su caserío sin ostentación pero sí victoriosos, sin muestras de pesar ni vencidos, aunque con expresión muy grave; a no ser que hubieran perdido en ella a su cacique, jefe de la expedición. Entonces vuelven con los cabellos tonsurados para testificar su duelo, y trasladan los huesos del cacique muerto previamente desprovistos de la carne, como también de los otros muertos, no sin aparato fúnebre, como ya expuse en el capítulo 27. Esperada con ansiedad la vuelta de los combatientes, permanecen atentos admirando los caballos, los cautivos y el resto del botín, fruto de la victoria. Unos comprobando la incolumidad de sus hijos, otros procurando curar a los heridos y buscando la medicina apropiada, todas las mujeres ocupadas en sus lamentos. Cada uno conserva los caballos, los cautivos, las mulas y objetos que ha robado para que los enemigos no se los sustraigan, como es costumbre entre ellos. A menudo en una sola expedición llevan más de mil caballos tomados de campos extensísimos. No sé con qué leyes o con qué criterio se los reparten, sin que haya ocasión de discordia. Después de unos días prueban los caballos que les han tocado a cada uno en la repartición. Prefieren a los que saben más rápidos;y suelen hacer pequeños ornamentos para adornarlos. A diario podrás ver una turba de adolescentes que discuten, cada uno ponderando el suyo. Así como nos parece más sabrosa la fruta fresca que nosotros mismos hemos arrancado del árbol, así ellos, aunque tengan otros más veloces en su casa, consideran que los caballos que recién han recibido aventajan a los demás. El recuerdo de la victoria lograda sobre el enemigo les provoca tanta alegría como perturbación. Pues temen de/476 día y de noche que aquellos que han matado vuelvan para vengar las muertesy las rapiñas. Así, para tranquilizar su mentey elegir las maneras de repeler al enemigo, lo que más les agrada es hacer allí mismo un brindis público, remedio segurísimo de sagacidad e instrumento de magnanimidad.

 

CAPÍTULO XLIV

SOBRE LOS ANIVERSARIOS DE LAS VICTORIAS

Y LOS RITOS DE LOS BRINDIS PÚBLICOS

 

A los abipones no les es suficiente cuando regresan de luchar contra el enemigo celebrar la reciente victoria entre cruentas ceremonias; acostumbran a renovar cada año su recuerdo con pública exultación. Esta consiste en cantos, bebidas y locos desenfrenos. Después que han recolectado de las selvas abundante miel, materia fundamental de la bebida, se fija el día para esta ceremoniay también se elige la casa más amplia que pueda dar cabida a mayor número de convidados. Por último, el día de la víspera, uno de los pregoneros rodea la choza vestido con la capa más elegante que posee. Las mujeres que allí residen saludan a cada uno al entrar con percusión de los labios. El ama de casa recibe de manos de los que llegan su lanza que llevan señalada con un cascabel, en señal de honor, y se las devuelve cuando se van. Una vez que el pregonero ha entrado a la casa, desdeñando un asiento se ubica sobre una piel de tigre o/477 en la montura. Con palabras formales enseguida invita al padre de familia al canto y a la común celebración de las victorias. Las mujeres de la casa lo despiden con la acostumbrada percusión de los labios. Numerosos compañeros rodean el lugar siempre seguidos por niños. El oficio de pregón, que rehusan los patricios abipones, es desempeñado por plebeyos o algún extranjero descendiente de antepasados españoles o de indios de otra raza. Los abipones sólo se consideran como los más nobles (aguanta la risa), y desprecian con soberbia y astucia a todos los nacidos en lugares más humildes y oscuros. Si una española es cautiva de guerra por más que sea de origen noble, joveny hermosa, tiene menos posibilidades de casarse con un abipón que otra mujer abipona, aunque sea menos noble.

Entre tanto preparan la casa destinada para la próxima reunión con improvisado aparato. Cubren el piso con pieles de tigre y de vaca en donde se sentarán los huéspedes. Surge una cantidad de cañas arregladas sin ningún artificio a las que agregan a manera de trofeo los cueros cabelludos arrancados de las cabezas de los enemigos. Si alguna vez prefieren celebrar la victoria fuera de las chozas, clavan las lanzas en el suelo en forma de círculo, dentro del que se sentarán en el piso, y cuelgan de ellas estos trofeos. A la puesta del sol los invitados confluyen al lugar destinado sentándose en el piso sosteniendo un vaso de cuero, que tienen a la vista aunque la bebida se prolongue hasta la aurora. Beben toda la noche celebrando la victoria. Me faltan palabras/478 capaces de expresar este concierto de los bárbaros que resulta tan extraño para nosotros. A viva voz podría reproducir con mayor facilidad estas músicas características.

Nunca cantan todos juntos sino de a dos, con gran disparidad de voces que subeny bajan; por momentos uno canta antes que el otro, o lo sigue, o lo interrumpe, o lo acompaña. Ahora éste, ahora aquél, se callan por un breve momento. Unay otra modulación de la voz son el tema de la canción, inflexiones con rodeos, y un temblor múltiple. Este produce un canto con movimiento muy rápido de garganta, o lo interrumpe, o lo intercala con risas o gemidos; éste imita por momentos la gravedad del toro o la trémula voz del cabrito; se diría que a aquél el gran Apolo lo ha transportado. No habrá ningún europeo que niegue que estos cantos bárbaros le provocan miedo y horror. Este canto sagrado hiere sus oídos y el mismo espíritu es amedrentado por la nocturna oscuridad que acrecienta increíblemente la tristeza de las voces horríficas. Uno de los cantores rodea una calabaza de cuello largo con maíz y algunas mujeres la hacen trepidar con movimientos de la mano acomodado a los numerosos músicos. A veces, como los miembros de una sinfónica solo el golpeteo de la calabaza preludia el canto; otras lo sigue y raramente se interrumpe un poco. Conviene tener en cuenta esto para que no pienses que esta música infernal carece de artificio. Parece digna de admiración la concordancia diferente de voces cuando cantan en dúo.

Ten en cuenta que si alguno de ellos duda en el canto, enmudece. Y en verdad cantan lo que recuerdan pero no por su impulso repentino sino meditando un momento./479 Recuerdan lo que pronunciaran en la pública reunión. Las cantilenas carecen de leyes métricas, sin embargo suenan con algo de ritmo. Cada uno modera el número de los versos de acuerdo al asunto que va a cantar. Los bárbaros suelen preferir para laudar y cantar las expediciones bélicas, la muerte de los enemigos, los grupos de cautivos, los asaltos a las ciudades, los robos de carros y ganados, las colonias de españoles exhaustas de habitantes o reducidas a cenizas y otras tragedias de este tipo, describen no con estilo plebeyo sino exquisito que cosas deben añadírseles, como el lugar y el tiempo en que la victoria fue ganada. Como sacudidos por un furor demoníaco pintan con palabras acertadas y con variada modulación de la voz, indignados, ya los intrépidos, o amenazantes y festivos. Jurarías que estas oyendo a Hercules furioso o al soldado truculento, de Plauto o al mismo Anquises de Pérgamo lamentándose. Aunque para no ensombrecer sus alegrías se haga apenas mención a las muertes y heridas de los abipones y todo sea exageración de las muertes y pérdidas de los enemigos. Aunque han pasado varias horas en estos cánticos, no se permite a ninguno de los oyentes bostezar ni murmurar. Y toman en cuenta las alabanzas de sus héroes y sus hazañas, olvidados del sueño, pendientes de la boca de los cantores.

Como, según lo atestigua Horacio, es vicio común a todos los cantores no cantar si no se les ruega para que lo hagan y no desechar tal honor si se les solicita, las mujeres presentes piden a los varones que canten a la par de los cantores; y durante las horas que estén cantando repiten/480 la percusión de los labios, con lo que expresan que está bien y pronuncian estas palabras:Kla Leya, "ya es suficiente. Tienen la costumbre de pronunciar al finalizar esta magnífica conmemoración de las truculentas hazañas realizadas por ellos con este epílogo:"y finalmente esos tales somos nosotros",Gramachkaakam; como suelen decir los oradores: "He dicho". Enseguida sigue a los anteriores otro par y del mismo modo se prolonga el canto hasta la aurora. Entonces, mudada la escena, se da comienzo a la bebida y las gargantas cansadasy secas son recreadas con aquel néctar americano que preparan con agua mezclada con miel silvestre o con algarroba,y que al cabo de algunas horas produce una sosegado deleite a los bebedoresy presta a los cuerpos increíbles ventajas, tal como expliqué ampliamente en el capítulo séptimo.

Consta por la experiencia de muchos que la bebida de algarroba es mejor que cualquier remedio para las enfermedades e infecciones y que a los debilitados por la vejez les sirve como la leche. Pues restaura las fuerzas, lo que también se ha comprobado en los animales que la beben. Sin embargo las mujeres abiponas consideran peligroso usar otra bebida fuera del agua. Nunca se me ocurrió indagar la causa de su abstinencia. Pienso que la costumbre es como una ley, como sucede en otros aspectosy cosas. Sin embargo creo que esa costumbre fue establecida entre los abipones por consejo divino, para que las esposas sobrias contengan a los maridos borrachos cuando corren en busca de la muerte, rodeándolos cuando riñen, con el deseo de pacificarlos; y tanto alcanzan a sus maridos las lanzasy flechas como se las quitan;y con frecuencia impiden graves accidentes o resultan heridas. Las solteras, aunque mayores, son excluidas de este brindis público. Sin embargo a hurtadillas beben ese licor de miel;/481 lo mismo que algunas otras mujeres toman miel y algarroba. Sabiamente han dispuesto los abipones de más edad que los adolescentes no asistan a los brindis públicos. Habían previsto con su ejemplo las cosas nocivas que nacían de sus violencias. Los jóvenes eufóricos por el mismo entusiasmo de su edad, cuando se embriagan, añaden fuego al fuego, como canta Ovidio: Et venus in vinis, ignis in igne fuit (143).

Es propio de los varones buscar en las selvas la miel con la que se fabrica la bebida. Todo el trabajo de prepararla corresponde a las mujeres. Cuando maduran las algarrobas ellas se encargan de arrancarlas de los árbolesy las transportan en sus caballos a sus casas; luego las machacan en morteros, la mezclan con agua que traen del río en cántaros y la depositan en pieles de vaca que hacen las veces de vasijas. Escucha el método empleado en esta fabricación: Cortan las cuatro patas de un cuero de vaca para dejarlo cuadrado. Lo cuelgan de sus cuatro lados hasta una altura de dos palmosy lo cosen con cuerdas; guardan el licor con tanta seguridad que no se derrama ni una gota. Este tipo de cuero que hace las veces de vaso es llamado por los españolesel Noque y por los abipones Aápè. Cuando lo usan para cruzar los ríos como chalupa, los españoles lo llamanla pelota y los abiponesNetak. Ya en otra parte dijimos de qué modo cruzaban los lagos y ríos utilizando estos cueros a manera de chalupas.

La miel o la algarroba sumergida en agua alcanza una agradable acritud con mayor o menor rapidez sometiéndola a una temperatura mediay fermenta sin que se agregue nada. Los abipones muy ávidos de beber, van una y otra vez a aquellos cuerosy los huelen para ver si la bebida de/482 miel ha llegado a su punto de acidez.Layam ycham, "ya fermenta", exclaman alejándose. Cuando por fin esto sucede, alguno que tiene buen olfato pronuncia la sentencia: La ycham, "ya tiene la acidez necesaria". Divulgada la noticia, todos concurren a un lugar destinado. Cada uno de aquellos cueros llenos de la mezcla fermentada es transportada por seis u ocho niñas. Estas, dejando su carga a los bebedores, se vuelven a sus casas; podrían enseñar el ingenuo pudor y la modestia a los europeos. Cuando han bebido el primer vaso se sirven otro, y a éste sigue otro, y al tercero un cuarto hasta que finalmente parecen competir los varones en agotar la bebida y las mujeres en alcanzársela. Y no me admiraba de que las mujeres fueran diligentes y celosas en ofrecer este obsequio, ya que cuanto más hábiles fueran, serían más célebres entre sus compatriotas y más seguras del favor de su marido. Temen, con justa razón, ser repudiadas o amadas fríamente si no procuran por todos los medios que nunca les falte a los sedientos varones su copa, ni dejarlos descontentos.

Debe decirse sin embargo que los abipones, aunque tan deseosos de beber, no toman en sus comidas o cenas diarias nada más que agua. Como debía recomendarles la excepcional y tan rara abstinencia, dejé que ellos mismos menospreciaran a estúpidos, degenerados e indolentes. Y en verdad he observado que los que más se distinguían por su prosapia, por su gloria militar y su autoridad, son en general los que más bebían. De modo que entre éstos las excelencias de la ebriedad parece ser al mismo tiempo una señal, un instrumento o un premio. No verás ninguna rueda de bebedores presidida/483 o en la que se sientan abipones considerados héroes, en que no aparezca una pelea de borrachosy en que no sean golpeados por algún plebeyo de ínfima categoría; al día siguiente muchos de los bebedores tienen el rostro adornado con más colores que el arco iris. Debe perdonar a los principales de este pueblo belicoso sus desmedidas orgías quien haya investigado las historias de la antigüedad. De ellas se desprende que no raramente la embriaguez se había apoderado de los nobles de estos pueblos. Alejandro de Macedonia, Holofernes, Antíoco el Grande (¡Qué larga lista y cuántos bebedores!). Dionisio el Menor, Mitrídates rey del Ponto, Cleomenes de Esparta, Cambyses de Persia, Prusias de Bitinia, Mecencio de Etruria, Atila, Bela, segundo rey de Panonia, Demetrio Falereo, Marco Antonio, Maximino, etc. etc., no sólo obscurecieron con excesivo vino el esplendor de su estirpey de sus hazañas, sino que casi los borraron. Julio César objetó a Catón el menor el vicio de la ebriedad en dos libros que llamó Anticatones. Horacio confirma lo mismo, en el libro de Carmina:Narratur, dice,et prisci Catonis saepe mero caluisse virtus (144) César Tiberio Nerón se decía por todas partes que era "Meroy Beberius", porque añadía a todos los demás vicios el de la ebriedad. En el monumento de Darío, hijo de Histaspis está escrito:Potui large vinum bibere, idque egregie sustinere (145): lo menciona. Estrabón, libro 15. En los anales de todos los tiempos y países encontrarás que a los hombres sobresalientes por sus negocios en la pazy en la guerra siempre les parecía que habían bebido poco si no llegaban a embriagarse como si hubieran nacido para ello; de modo que se decía en tono de broma que beberían o no vivirían. ¿Acaso será admirable encontrar entre los bárbaros, en las cálidas regiones de América, imitadores de estos glotones. A ellos debe excusárselos/484 más porque tenían sed y menos cabeza.

Usan como copa una veces las calaveras de los enemigos muertos, como ya expresara; otras una calabaza o un cuerno de vaca. Desconocen la costumbre de los europeos de beber a la salud de los comensales. Alguien propone como motivo una expedición bélica, e invita a los presentes a brindar por ella; estos, tomando sus copas exclaman: Là jam, "ya se pensó, ya se propuso". Lo siguiente también es digno de recordarse: los abipones, aunque en otras ocasiones tan voraces como los demás americanos, apenas toman algo de comida cuando pasan días y noches bebiendo. Es evidente que tanto la miel como la algarroba de las que están hechas sus bebidas tienen gran valor nutritivo, y no poca semejanza con la cerveza que sabemos que engorda con mucha frecuencia a los europeos. Yo nunca pude obligarme a acercar mis labios a aquel néctar de los abipones, aunque mil veces me invitaron, porque me daba náuseas.

Había observado con frecuencia que aquellas algarrobas y aquellos panales de miel triturados con los dientes eran de nuevo guardados en recipientes para ser mezclados a futuras pociones. Pues piensan que aquellos residuos de algarroba mezclados con saliva hacen las veces de fermento y dan a toda la preparación un grato sabor. Por la misma razón los indios y los españoles paracuarios procuran que el maíz destinado a la bebida, llamado por los guaraníesAbati y por los cabiponesNemekl, sea triturado por los dientes de unas viejas. No quieren encomendar este trabajo a mujeres más jóvenes porque pensaban que estaban llenas de humores perniciosos. Esta costumbre es general y antiquísima entre los americanos. ¿Quién podría convencer al estómago o a quien la beba por sufrido que sea de recibir sin náusea esta bebida (que/485 los paracuarios llaman Chicha y los abipones Laagà)? Yo temería devolver hasta el propio estómago. Esto es, sin embargo, lo más intolerable porque la horrible bebida mezclada con la saliva de las viejas cuenta con más admiradores en América que los que tuvo en otro tiempo Helena entre los griegos.

Siempre hay muchos motivos de celebrar un brindis. Los más frecuentes son una victoria lograda, una guerra inminente, un funeral, la alegría genetlíaca por el nacimiento del hijo de un cacique, la tonsura de los viudos o las viudas, el cambio de un nombre, la proclamación de un jefe recién consagrado, la llegada de un huésped insigne, las nupcias, y, lo que sucede con mucha frecuencia, un consejo de guerra acerca del ataque o defensa contra los enemigos. Pues, como ya había dicho en otro lugar, nunca parecen tener más entendimiento que cuando están terriblemente borrachos. Y no sólo los abipones estuvieron convencidos de esto; también otros pueblos tuvieron el mismo error.De summa rerum unter pocula deliberant Persae (146), dice Herodoto en el libro 1. Muchos otros pensaron que el ingenio se agudizaba bebiendo mucho, como aquel cretense cuyas palabras aparecen en Gelio, libro 15, capítulo 2:Vinum fomes est, atque incitabulum ingenii (147); la sentencia de Ovidio lo confirma:Poetae carmina, vino ingenium faciente, canunt (148). Horacio en el libro I, epístola 19, ilustró con ejemplos esta opinión de Ovidio, pues dice que ningún verso de buen color o que haya agradado fluyó nunca de poetas que beben agua;

Nulla placere diu, nec vivere carmina possunt,

Quae scribuntur aquae potoribus(149).

Y dice que Enio, el poeta latino, nunca ha escrito cantos sino empapado en vino./486

Ennius ipse Pater uumquam, nisi potus adarma prosiluit scribenda...(150)

Y dice también que Homero, que tanto recomendaba el vino, ha sido sospechado de embriaguez:

Laudibus arguittur vini vinosus Homerus (151)

Porque si bebiendo se obtiene agudeza de ingenio, ¿quién soportaría injustamente que la moderada bebida sea alabada por Platón, maestro de sabiduría,y frecuentada por los abipones cuando creen deliberar acerca de una posible guerra? Aunque fuera del momento de la discusión no gusten ni una copita. Siempre tendrán materia para preparar su bebida, nunca les faltará ocasióny voluntad para beberla. En cualquier época del año tienen a mano la miel como primer alimento, ya que la encuentran en todo lugar,y que por su dulzor sirve para incitary dar robustez a los indios. Sin embargo como raramente existe tanta abundancia de miel para tantos bebedores, estos brindis con miel suelen ser muy brevesy no pueden prolongarse mucho, como una tormenta o un repentino huracán. Desde diciembre hasta abril, cuando los bosques abundan de algarrobas, intensifican sus brindis. En estos meses no hay descanso ni intervalo en las bebidas. No descansan ni de día ni de noche, como Horacio canto en el Libro I, epístola 19. Los días se entrelazan con las noches, sin otro intervalo que un breve sueño para tomar alguna comida, hasta que caen vencidos por la embriaguez. La mayoría después de un brevísimo sueño, apenas recobrado el sentido, regresa con paso titubeante al encuentro de sus compañeros que continúan bebiendo. A toda hora los encontrarás bebiendo; para ellos vivir es beber,/487 y dirías: quanto plus biberint, tanto magis eos sitire (152); lo que según el testimonio de Plinio, libro 14, capítulo 22, es lo que los legados de los escitas afirmaron de los partos. Diógenes, provisto de su lámpara, tomaría a estos abipones ebrios por coribantes, así como cuando encontróen otro tiempo en medio de una apiñada calle a un hombre de Corinto. Los coribantes, como recuerdan los antiguos, después que hubieron bebido del río Galo de Frigia, poseídos de furor, y cuantas veces cumplían los ritos sagrados en honor de Cibeles, revueltos en su furia, desgarraron sus brazos con cuchillos, Pero ¿qué son las olas del río Galo para el vino americano? ¿Qué la furia de los coribantes para el delirio de los abipones ebrios? Estos (ya dije las causas en otro lugar), se pinchan el pecho y los brazos con huesos muy afilados de cocodrilo o con espinas agudísimas, y no pocas veces se atraviesan la misma lengua. Lo que algunos se perforan, basta ya, me avergüenza escribirlo porque tocaría el pudor del lector, y aunque me es muy sabido, apenas podría parecer verosímil y sumamente peligroso. Es una especie de locura que los bárbaros se lastimen atrozmente miembros tan delicados y provistos de sensibilidad tan aguda, de modo tal que unos a otros se convenzan de que no les duele, no tiemblen a la vista de la sangre y tengan las heridas como una delicia:Natis in usum laetitiae scyphis pugnare Thracum est (153), dijo Horacio; de lo que los historiadores deducen que los escitas y los tracios habrán competido en sus reuniones por el número de las copas. Entre los abipones borrachos el diario certamen era para lastimar sus cuerpos. Este fue con gran frecuencia el origen de desordenados griteríos, peleas, heridas y muertes. Acaso uno reproche a otro: Has vuelto temeroso las espaldas en esta riña; este, pensando que de ningún modo puede ser insultado:¿Hegà? ¿Hegmeèn gracàtegi? "¿cómo?, ¿cómo?", responde. De las palabras se pasa a los golpes, a/488 las lanzas y a las flechas si otros no se interponen. A menudo, surgida la discusión entre dos, se implican y reúnen todos y que cada uno toma las armas tomando parte ya por uno o por otro; y se presenta combate con fuerzas hermanas con que se acometen y aniquilan como enemigos. Este espectáculo es frecuente cuando beben; a veces produce en pocas horas gran griterío con derramamiento de sangre. De tal modo la bebida excesiva convierte a los americanos en tigres, más crueles que Circe.

Esto era habitual a los espartanos, como exalta Plutarco; refiere que Lacon hacía emborrachar a sus esclavos y que los llevaba borrachos a la vista de sus hijos para que aprendieran a maldecir el vino viendo la locura de aquéllos, porque transforma a los hombres en bestias, como si fuera un licor mágico. Es cotidiana esta metamorfosis entre los abipones bebedores que les da un aspecto muy variado. Estos se ríen a carcajadas muy alegres con su misma risa, aquéllos, oprimidos por la borrachera, lloran, éstos enardecidos por el recuerdo de sus hazañas, se jactan amenazantes como el cómico Trasón de Terencio o el soldado Fanfarrón de Plauto; y otros muchos amenazan a cuantos encuentran. Conocí a uno que cada vez que se emborrachaba intentaba la muerte de sus tres hijitos;y como no podía mantenerse en pie, tirado en el suelo daba tan grandes voces a su mujer que estaba allí, que se lo escuchaba en toda la vecindad. Había uno que cuando estaba borracho siempre nos pedía el Bautismo: ¡Tak nakarigi yemerat! ¡grahalgali! "¡date prisa, lávame la cabeza!", exclamaba, aunque cuando estaba sobrio nunca pensara en bautizarse. Otro, en contra de su costumbre, corría a besar las manos de los Padres con grandes muestras de veneración./489 Uno, sin ningún renombre entre los suyos, provisto de arcoy flecha, se arrastraba hasta nuestra casa; y: "ahora, soy un gran jefe", decía; parecía un barón por sus grandes hazañas, y me preguntaba por los que le amenazaban. Yo siempre le di como respuestas un panegírico de sus flechas y su torva frente, aunque siempre lo tuve por hombre despreciable. Hubo uno que cada vez que se emborrachaba repudiaba a su mujer y tomaba otra para reemplazarla. Un anciano en la ciudad de San Fernando, oscuro por su origen y sus hechos, era llamado por sus compañerosLanaraik por sus gritos absurdos, e invitaba en vano a vengarse luchando con armas. Su mujer, mujer combativa, siempre había velado por que no muriera por los puños o golpes de sus contertulios. Lo tomaba por los pies o con una lanza y lo arrastraba por la calle hasta dejarlo en su casa aconsejándole que duerma y descanse; este, volviendo con empeño a la pelea de sus compañeros no se quedaba quieto,y no dejaba que sus vecinos descansaran gritando con voz ronca: ¡Tà yeegàm! ¿Aym Lanaraik? ¡Tà yeegàm! Là ribè labè "¡Oh! ¿Yo Plebeyo? ¿Yo oscuro? Exijo venganza". Y diciendo estas razones, cuando se preparaba a ponerse en pie tomando la lanza, era arrojado al suelo por su indignada mujer una y otra vez. Muchas veces este juego se prolongaba durante horas con increíble fastidio de los habitantes. Unos pocos no podían contener su indignación y ninguno la risa. El mismo trabajo tenía la mayoría de las mujeres cuando se esforzaban en apartar a sus maridos de las armas y las armas de los maridos, no sin riesgo de recibir heridas. Desde hace tiempo se había establecido en el pueblo abipón que cuando los maridos o los adolescentes/490 tomaran parte en esas borracheras quienes se ocuparan de tranquilizar los ánimos fueran las mujeres.

Pues rige entre los abipones la costumbre de que la mujer se abstenga siempre de beber, ésta fue la ley muy antigua y severa entre las mujeres romanas. Escucha las palabras de Gelio en el libro 10, capítulo 23;Quide victu, alque cultu populi Romani Scripserunt, mulieres Romae, atque in latio aetatem abstemias et invinias egisse, hoc est, vino, quod temetum prisca lingua appellabatur, abstinuisse dicunt (154). Que esta abstinencia no es arbitraria sino ordenada por una ley es una de las cosas que el autor había escrito en el mismo lugar.Marcus Cato: Si quid perverse, tetreque factum est amuliere, mulctatur; Si vinum bibit, si cum alieno vivo probri quid fecit condemnatur. Ecce; quomodo vinosa mulier paria adulterae fecisse judicantur (155). En vida de Rómulo la mujer que hubiere probado vino podía ser matada por su marido impunemente,y los jueces excusaban esta muerte. Y los antiguos consideraron que no debía permitirse a los adolescentes el uso irreflexivo del vino. Platón, maestro de sabiduría, en sus Leyes para una República perfecta, dice que no se debe permitir que los jóvenes beban vino a la vista de los ancianos para no incurrir en excesos, y, si cayeran en ellos, poder ser amonestados por aquéllos. Los abipones jóvenes tomaron la costumbre según el consejo de Platón y ojalá también los adultos imitaran su sobriedad y el ejemplo de los cretenses, espartanos y cartagineses, que prohiben totalmente/491 a sus soldados el vino, tal como Alejandro hace notar de los alejandrinos. Pescenio Niger, elevado al imperio por su virtud bélica, prohibió a las legiones que bebieran vino en Egipto, Nihil opus esse vino, quibus Nilus praeto esset (156). Sólo podía esperar y desear que se acostumbraran al agua. Mas fácilmente convencerás a los peces que a los abipones que se despidan del agua. Los abipones son batalladores pero también grandes bebedores. Aristóteles escribió que una vez los siracusanos se emborracharon durante noventa días sin interrupción. Yo afirmo que los abipones también, desde diciembre hasta fines de abril, meses en los que hay abundancia de algarroba, están borrachos bebiendo día y noche; y también tengo la experiencia de que en esos meses están sumamente combativos y turbulentos. Son pocos los días en que no se forjan nuevas ideas de expediciones guerreras o no circulan rumores sobre la llegada de los enemigos. Siempre que beben hay agitación.

Arrancará de sus espíritus cualquiera de los delitos que podrían desaparecer de los americanos con mayor rapidez que esta necesaria y funesta licencia para beber. Los abipones viven contentos con una sola esposa; podrás convencerlos de que en adelante se abstengan de ocasionar las muertes y rapiñas que no han dejado de realizar; que rechacen las viejas supersticiones, que se dediquen a cultivar el campo y construir sus casas pese a que siempre detestaron todo trabajo. Pero que destierren la costumbre de estos públicos brindis, es un trabajo muy difícil y que llevaría muchos años; y para llevarlo a término no hubo elocuencia ni industria de/492 aquéllos que dedicaron su corazón y celo a llevar a estos bárbaros a la Santa Religión y a conformarlos a las leyes divinas. Esto nosotros lo hemos vivido en muchos años entre los fieros abipones, lo mismo que otros compañeros entre otros pueblos de América. Sin embargo con ímprobo trabajo dejaron esa mala costumbre de beber, y vimos a muchos entregarse con las manos vencidas a la ley divina, y los vimos alegres. Estas reuniones de abipones que se sientan junto a los cueros llenos de bebida, no son sino una imagen de las fiestas con las que los antiguos veneraban a Baco. Unos las llamaban Ascolia, del nombre griego "Kos", que significa odre, pues para estas fiestas sagradas, llevaban odres cargados de vino, otros los llamaban Orgía, en las que no faltaba ninguna nota de crimen, de furor, de vergüenza; de modo tal que casi no podían ser aprobadas por la autoridad del Senado. Quienes abrazaron la religión de Cristo en los primeros siglos, aunque maldiciendo otras supersticiones y ritos, se apartaban con gran pesar de las bacanales. ¡Ojalá en nuestro tiempo no quedara ningún resto de bacanales entre los seguidores de Cristo!

 

CAPÍTULO XLV

SOBRE LOS RITOS DE LOS ABIPONES CUANDO SE CONSAGRAN

A ALGUIEN MERECEDOR DE HONRA MILITAR O SE PROCLAMA A UN CACIQUE

 

No faltaron entre estos pueblos salvajes los premios de/493 su virtud. Como apenas supieron ser hombres, se gozaron en los títulos honoríficos con los que unos honraban a los otros. Consideran que la nobleza más digna de honra no es aquella que se hereda por la sangre y que es como un patrimonio, sino la que se obtiene por propios méritos. Como entre ellos ninguno de los hijos lleva el nombre de su padre, así nadie se considera ennoblecido por los hechos distinguidos de su progenitor, su abuelo o sus antepasados. Para ellos la nobleza está en el precio y el honor no de la raza, sino de la valentía y de la rectitud. Este sentido de los bárbaros aunque contrario muchas veces a la costumbre de los europeos, demuestra que poseen noción de disciplina y razonamiento. Pues como dice aquél de las Metamorfosis de Ovidio, libro 13, versículo 140: et genus, et proavos, et quae non fecimus ipsi, vix ea nostra puto (157). Séneca el trágico en el Hércules Furioso afirmó: Qui genus jactat suum, aliena laudat (158). Y Séneca el filósofo vuelve a este mismo tema:Nemo in nostram gloriam vixit; Nec quod ante nos fuit nostrum est. Animus facit nobilem, cui ex quacunque conditione supra fortunam licet surgere (159).De ahí que sea muy cierto aquello de Juvenal en la Sátira 8: Nobilitas sola est, atque unica virtus (160). Los abipones sienten de ese modo; pues no reverencian/494 altamente a los nacidos de padres nobles sino a los que son relevantes por la nobleza de su espíritu. Siguen por cierta propensión natural a los hijos y nietos de sus caciques y jefes como retoños de estirpe noble. Pero si fueran necios, cobardes, de malas costumbres o mal carácter, no harán nada en absoluto, y nunca presidirían sus consejos o sus expediciones militares. Suelen elegir como jefes y conductores a otros hombres del pueblo a los que vean valientes, sagaces, intrépidos y moderados. A quien ha dado muestras de virtud guerrera lo inician en los honores guerreros no sin el aparato de las ceremonias a las que enseguida me referiré.

Determinan con distintas letras los nombres de los abipones aun no sobresalientes por su grado militar. Recitaré algunas. Conocí a algunos que eran llamados Oahè, Oaharì, Kiemkè, Ychohakè, Hemakie, Rachik, Evorayelek, Neochiralari, Cañali, Laagalà, Caámerga, Tabañari, Melle, Ypiz, Ychoalay, Kebachichi, Hanà, Narè, Devork, Richivil, Rebachigi, etc. Después que eran adscriptos al orden militar por sus méritos, dejaban el nombre que usaban de adolescentes y adquirían otro nombre siempre terminado en la sílaba In. Escucha unos pocos de éstos: Debayakaikin, Ychamenraikin, Alaykin, Malakin, Ychilimin, Ypirikin, todos caciques. Otros: Geerniaikin, Hamihegemkin, Nachiralarin, Laamamin, Oaherkaikin, Nakalotenkodin, Neotenkin, Kepakainkin, Pazanoirin, Oapelkain, Kapalaikin, Kaamalarín, el más viejo de todo el pueblo, que bautizado por mí murió como durmiéndose suavemente. Consagrados solemnemente según el rito de sus mayores son llamados Höcheros y se distinguen por un dialecto que le es propio. Pues aunque usan las palabras vulgares, las transforman y oscurecen de tal modo intercalándoles o agregándoles sílabas, que se los puede entender con dificultad. Ya expliqué antes ese modo de/495 hablar. No faltaron los que, más ilustres por su prosapia o por sus hazañas recibieron entre los suyos ponderación por su modestia, y en ningún momento pudieron ser inducidos a ser inscriptos en el número de los Höcheros, de acuerdo a la costumbre tradicional, contentándose toda su vida con el nombre y la lengua vulgar, como Ychoalay y Kebachichi. ¡Cuán larga es esta fiesta entre los abipones! ¡Cuántos rayos para los oídos de los españoles! Entre éstos Rebáchigi, que siendo joven había tomado parte en la guerra, era proclamado por todas partes que habría de ser el mayor, si la picadura de una víbora mortal no hubiera puesto término al mismo tiempo a su vida y a sus victorias. Este nunca aspiró el grado de los honores militares, aunque fue siempre merecedor de ellos. Trataré algunas cosas acerca de los ritos con que son promovidos estos hombres.

Si por el consejo de los demás se decreta tal honor para alguno antes debe probarse su paciencia con una prueba común a todos. Se le ordena que con una bola negra en la lengua permanezca tres días en su casa sentado y en silencio sin probar comida ni bebida. Esta ley áspera parece sin embargo muy suave si recuerdas los tormentos que deben soportar algunos indios del río Orinoco que aspiran a los honores militares. Se les imponen unas parrillas con carbones encendidos de las que salen un calor y humo intolerables, no sólo cubiertos con hojas, sino que se los oprime miserablemente. A otros, ungidos en todo el cuerpo con miel, los atan a un árbol y los exponen a las mordeduras de las abejas, avispas, tábanos y zánganos. Callo más pruebas de paciencia militar que el Padre Gumilla refiere ampliamente en su libro sobre el río Orinoco,y vuelvo al abipón que está callado y hambriento en su/496 choza. Fin la misma tarde que precede a la función solemne, todas las mujeres se congregan a la entrada de aquella choza. Con los vestidos recogidos desde los hombros casi hasta la cinturay los cabellos sueltos se colocan en larga fila, y entonces con grandes voces, con trepidar de calabazasy continua agitación de manos y pies, se lamentan de aquel que al día siguiente va a ser condecorado con el grado militar. Y no dejan de lamentarse hasta que oscurece. Al amanecer, nuestro candidato vestido elegantemente de acuerdo a la costumbre de su pueblo, llevando una lanza en la mano, monta en el caballo que va cargado más que adornado con plumas, campanitas y placas brillantes,y corre a paso muy ligero hacia el norte seguido por una larga fila de abipones. En seguida, por el mismo camino y con la misma rapidez, vuelve a su choza en donde una vieja hechicera ha de consagrar por fin al candidato con rito solemne. Una, la más noble de las mujeres, toma de su caballo las riendas al mismo tiempo que la lanza y el coro de las demás mujeres aplaude con la habitual percusión de los labios unay otra vez; y el candidato que va a ser honrado recibe de la vieja que está sentada en un cuero una oración como si fueran los oráculos de Delfos. En seguida, subiendo nuevamente a los caballos, vuelven a hacer el mismo recorrido que antes; después hacia el sur, hacia el este y al oeste; y siempre después de cada recorrido vuelven a la choza en donde aquella Pitia de Febo expresa su elocuencia. Realizadas aquellas cuatro excursionesy dejando otra vez los caballos, todos vuelven a aquel sagrado rancho, si place a los dioses, esperando la solemne ceremonia con que suelen ser consagrados los soldados meritorios. Esta es fijada por tres ritos: en/497 primer lugar la vieja rapa al candidato desde la frente hasta la nuca de modo que le queda como una media calvicie de un ancho de tres dedos,y que llamanNalemra. Procuran que a los niños de ambos sexos (como expuse en el capítulo tercero sobre la forma de los abipones) se les corte algunos cabellos en la mitad de la cabeza por un sentimiento religioso. Los jóvenes, abandonada esta forma dejan crecerse todo el cabello; sólo cuando llegan a una edad madura al ser consagrados se lo cortan del modo que expliqué.

Terminado el asunto de los cabellos, la vieja pronuncia el panegírico: reseña los hechos célebres del candidato, su ingenio militar, su conocimiento de las armas y los caballos, su ánimo intrépido en las situaciones difíciles, las matanzas de enemigos, los despojos que les ha robado, sus antepasados célebres en la guerra, y cuántas cosas más. De modo que lo cree digno de muchos nombres, que será proclamado como jefe de su pueblo, y noble guerrero, que son los derechos y prerrogativas de losHöcheros. Su nuevo nombre que termina en la sílabaIn es promulgado públicamente y murmurado por la rueda de mujeres circunstantes sacudiendo los labios con la mano. De ningún modo agrada a los varones espectadores que se prolonguen estas áridas ceremonias. Prefieren pocas palabras. De ahí que vuelen alegres a las pieles ya preparadas cargadas con una bebida de miel, y agregan, como dignísimo corolario de la función, un brindis.

Lo singular es que no pocas mujeres son elevadas al grado de honor y nobleza, gocen de las prerrogativas de los Höcheros y usen su dialecto. El nombre de éstas termina en la sílabaEn, así como el de los varones termina enIn. Por ejemplo Napalahen, Hamahen, Rekalenken, etc. Pero ignoro en virtud de qué méritos las mujeres plebeyas consiguen/498 también este grado de honor. Temiendo una respuesta absurda, nunca me atreví a preguntar. Pero siempre me pareció que lo más probable es que se concediera a las mujeres esta prerrogativa por los méritos de sus padres, esposos o hermanos, no en atención a su edad o virtud. A menudo oí a jovencitas hablando en la lengua de los nobles; y o matronas respetables por sus años y sus arrugas hablar en el habla vulgar. Aunque no esté permitido a ningún plebeyo arrogarse sin pública autorización el nombre enIn o enEn, sin embargo muchos y muchas afectan el dialecto de los Höcheros a su arbitrio, ya sea por ostentación o por broma. Como a menudo el vulgo de los europeos imita a los más nobles en su modo de vestir y de hablar.

Los abipones consideran nefasto pronunciar en público su nombre. Si alguno de ellos tocaba a la noche mi puerta, al preguntarle yo: ¿Miekakami? "¿Quién es?", nunca respondía otra cosa, aunque se lo preguntara diez veces, que Cramachka aym: "yo soy". Si yo pedía al desconocido que había llegado que me dijera su nombre, golpeando con el codo a su compañero que estaba allí le pedía que respondiera en su lugar. Uno podía pronunciar el nombre de otro, pero no el suyo. Pronunciar el nombre de los que recién han muerto es un delito. Y si debían ser nombrados, decían:Ekna chittkaeka, "aquel que ya no existe", y agregaban alguna señal para que pudiera ser reconocido. Si alguno entre copas, olvidándose de la Ley, pronunciaba el nombre de un muerto, a menudo daba ocasión de cruentas riñas;y este pleito acerca del nombre es habitual a los gramáticos. Lo ridículo también es que muchas mujeres carecen de nombre. Yo había convocado a los varones más sabios entre sus compañeros para inscribirlos en un catálogo de los habitantes del pueblo. Muchas veces, cuando les preguntaba por el nombre de las mujeres, me respondían:Chitkaeka lacalatoèt, Chitlquihe localatoèt,/499 Chigàt eyga, "Esta no tiene nombre", o: "no se usa el nombre de ella".

Añade como apéndice: Los nombres impuestos cambian entre los abipones como los vestidos en los europeos. Suelen ser causa de este cambio alguna hazaña muy célebre, o la muerte del padre, el hijo o la esposa; y todos los parientes, como señal de duelo, cambien el nombre antiguo por uno nuevo. Conocí a uno que con el correr del tiempo cambió seis veces dejando siempre el anterior, y otros que tuvieron más nombres. Los romanos también significaban con nuevos nombres sus hazañas. Así Escipión el Africano, Germánico, Numantino, Asiático, Conetator, etc. tanto por alguna cualidad física como moral. Así Craso, Pulcher, Superbus Pío, etc. Así entre los abipones: Kauirin, lascivo.Oaherkaikin, mentiroso.Ychoalay significa tenaz en sus empresas;Neetraikin, bebedor. A los hijos e hijas tocan a cada uno los distintos nombres de sus padres. Entre los guaraníes ya cristianos, los hijos agregan al suyo el nombre del padre y las hijas el de la madre. La misma costumbre se asegura que se usó entre los pueblos jartios, según un comentario de Tácito publicado en Delfos. En la tercera parte de esta historia, que ya está en prensa, expondremos las muertes llevadas y recibidas por los abipones, al progresoy las vicisitudes de las colonias que fundamos para ellos, y las ventajas que de ellas nacieron para los españoles.

 

 

NOTAS

114- Para que reconozcas que eres menos intrépido que valiente.

115- Consideran que, es dulce y bello morir por la patria, pero más dulce aún vivir por ella.

116- "Es mejor un perro vivo que un león muerto".

117- "Largo es el tiempo en los infiernos. Pero esta vida es en verdad breve, pero dulce. Y no tenemos dos espíritus sino que vivimos una sola vez. Esta luz es querida, oh dioses, querida."

118- "He aquí que surgiendo como mensajeros que discurren, todo tiembla, desde la remota Meótide entre el glacial Tanaimy los grandes pueblos de los masagetas, donde Alejandro redujo a los fieros pobladores de las montañas caucásicas; de allí bajaron gran número de hunos, que en velocísimos caballos iban de un lugar a otro, provocando estragos y sembrando muerte. Se presentaban inesperadamente; siempre salían victoriosos; no respetaban la religión, las costumbres, la edad de los habitantes, ni se compadecíande los tiernos niños".

119- "Este arte, es necesario a los que combaten, y por ello se mantienen vivos y logran la victoria.

120- "El perro demuestra su sagacidad, si comprende en qué momento lo atacarán las fieras; cuando debe proseguir su carrera; o mordery atacar con audacia".

121- "La única esperanza son seis flechas, que desprovistas de puntas de hierro, afilan con huesos".

122- "Una parte cae miserablemente asaeteada por flechas en gancho; pero tiene dentro el rápido veneno que tiñe el hierro".

123- "Celebró el pesado carcaj con flechas envenenadas".

124- "Una parte cae miserablemente asaeteada por flechas con puntas en forma de ganchos..."

125- "Me colocó como una flecha elegida: me escondió en su carcaj"

126- "Mientras beben vino, deliberan sobre importantes asuntos, y les dan más valor a aquellos puntos que establecieron en ayunas".

127- "En determinado momento, los arios manifiestan una fiereza incalculabley extraordinarias fuerzas, superando a los pueblos antes citados. Con sus cuerpos pintados de negroy protegiéndose con escudos del mismo color, preferían las horas de la noche para combatir. El fatal ejército, amparado en la obscuridad, sembraba terror a su paso. Pues en los combates el miedo entra por los ojos".

128- "Entonces reviste el casco hábil y magnífico de Mesapio con crestas".

129- "Sacudían amenazantes sus cascos, adornados con crestas rojas como heridas".

130- "Cassano Bassa era eminente entre todos por una gran cresta. Fue por esta áurea envoltura de la frente surgiendo como un ala desu rostro, que para ser reconocido por todos, etc."

131- cf. cita pág. 389.

132- "Intensifican la aspereza del sonidoy un murmullo quebrado colocando los escudos delante de sus caras, logrando que la voz tenga un tono más grave que se acrecienta con la repercusión".

133- "Los soldados galos acostumbrados a la lucha diaria, provocaron un tremendo vocerío a los que atemorizaban con su gesto. Este clamor que nacía del fervor de la lucha como un leve susurro iba creciendo paulatinamente, como el que provoca el agua de los ríos al chocar contra las rocas."

134- "Los romanos, según una costumbre nacional, provocaban un vocerío en el combate al mismo tiempo que hacían gran estrépito golpeando los escudos con las espadas".

135- "Por todas partes conminan al enemigo al combate con un clamor elevado".

136- "Contra los que huyen se debe emplear más audacia que cuidado. Necesariamente, la más absoluta seguridad trae el más grave peligro".

137- "En un ataque no saben luchar de cercay apoderarse de las ciudades asediadas. Pelean con los que montan a caballo como con los que luchan a pie. A menudo también simulan una fuga para sorprenderlos desprevenidos, provocándoles grandes heridas. Y no pueden combatir mucho tiempo. Serían inaguantables si tuvieran tanta fuerzay perseverancia como ímpetu. Muchos abandonan el combate en plena lucha; y luego vuelven de su fuga para atacar; y cuando crees que has vencido, entonces es cuando mayor peligro te rodea".

138- "Cuando la desesperación crece, surge la audacia de quienes se encuentran encerrados;y cuando ya no hay esperanzas, el mismo temor les hace empuñar las armas".

139- "No hay que creer en el color".

140- "Es el cráneo de la cabeza una especie de copa, semejante a una calavera".

141- "Llenaré mis flechas con sangre,y mi espada devorará las carnes con la sangre de los muertos y con la cautividad de las cabezas desnudas de los enemigos".

142- "Nunca tomaba las armas con más ardor que estando abundantemente bebidoy como enloquecido por el vino".

143- "El amor al vino consume como el fuego."

144- "Se cuenta que la virtud que caracterizaba al antiguo Catón se endureció por su constante estado de ebriedad".

145- "Pudo beber vino en abundancia,y soportarlo perfectamente".

146- "Los persas discuten, entre copas, sobre las cosasy temas más importantes."

147- "El vino despierta e inci:a el ingenio."

148- "Los poetas enuncian sus cantos cuando el vino les agudiza el ingenio."

149- "No podrían agradar mucho tiempo ni perdurar los cantos escritos por quienes beben sólo agua."

150- "El mismo Padre Ennio, nunca escribía sobre las armas, sin beber."

151- "El mismo Homero es denunciado por sus ponderaciones sobre el vino."

152- "Cuando más beben, más sed tienen."

153- "Es propio de los tracios pelear con varias copas de más."

154- "Los que escribieron sobre la vida y las costumbres del pueblo romano, dicen que las mujeres eran abstemias; es decir que no tomaban vino, que en lengua antigua se llamaba temetum, bebida embriagadora."

155- "Marcos Catón: Si una mujer hace algo detestable, que sea multada; si bebe vino o se deshonra con un varón ajeno, que sea condenada. He aquí que, la mujer bebedora debe ser juzgada como adúltera."

156- "No necesitan vino quienes tienen a su alcance el Nilo."

157- "Considero que la raza, los antepasadosy lo que no hicimos nosotros mismos, apenas nos pertenece."

158- "Quien se jacta de su estirpe, pondera algo ajeno."

159- "Nadie murió por conseguir nuestra gloria, ni lo que fue antes que nosotros es nuestro. El espíritu hace al hombre, al cual le es permitido surgir por encima de la fortuna desde cualquier condición."

 

 

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